Capitulo 4.

Desperté sobresaltada luego de escuchar un fuerte estruendo al otro lado del pasillo. Por un momento pensé que Gwen solo quería asustarme, hasta que recordé que Gwen no estaba ahí conmigo, estaba muy lejos de mi familia.

Recogí las rodillas hacia mi pecho y aguanté mis lágrimas. Este era mi sueño, lo estaba cumpliendo, pero no tener las peleas de mis hermanas en las mañanas sobre quién tendría el baño primero, los desayunos de mamá y las sonrisas de papá sería algo difícil de superar. Me sentí como si fuera una niña de nuevo, que necesitaba los abrazos de mami y papi para que le dijeran que todo estaría bien.

Tomé el teléfono en la mesita de noche y llamé a la única persona que me diría lo estúpida que estaba siendo en ese momento.

Tres tonos pasaron hasta que Lucas murmuró un hola. Se escuchaba adormilado. Me cercioré de la hora en mi teléfono, eran las siete de la mañana, serían las diez en Toronto.

Demasiado temprano para Lucas.

—Buenos días, bello durmiente.

—Vete al demonio, Lucy—se quejó—. ¿Qué quieres?

—Esas no son maneras de hablarle a tu prima favorita—canturreé y eso pareció molestarlo más.

—Serias mi prima favorita si llamaras a horas decentes.

—Son las diez de la mañana.

Lucas se tomó el tiempo para responder.

—Llámame en una hora—y colgó.

Rodé los ojos, pero no me ofendí, no era la primera vez que hacía algo como eso.

No lo llamé de nuevo, me di tres palmadas mentales y llevé las maletas que aún estaban en la sala a mi habitación, era hora de poner en orden las cosas o al menos intentarlo. Aún estaba agotada, pero una vez que despertaba era francamente difícil volver a conciliar el sueño.

Abrí una de las maletas tomando la primera camisa y pantalón que se encontraban dentro de ella junto a mi bolsa de artículos personales solo porque quería sumergirme en aquella tina increíble, con el cansancio del viaje no había pensado ni en ducharme.

Treinta minutos después, enfundada en unos pantalones de gimnasio, una camiseta de franela y unas sandalias, me hice una especie de moño en la cabeza y empecé mi trabajo.

Tardé horas guardando toda mi ropa en su lugar, al menos me estaba ahorrando el salir de compras del hogar ya que el apartamento venía equipado. Sin embargo, mamá envió por correo hace unos días ropa de cama y algunos artículos de cocina adicionales, como si yo fuera la mejor cocinera de la familia cuando no lo era, pero en su momento no protesté, como dije mamá estaba preocupada y quería que pudiera tener todo en orden.

Al medio día mi estómago empezó a sonar con fuerza, no había tomado el desayuno por lo que en ese momento podría haberme comido un elefante entero del hambre que tenía. Busqué en internet el número de alguna pizzería cercana y ordené una Hawaiana. Lo único positivo de no tener a mi familia cerca es que no me verían con asco al verme disfrutar de la magnífica pizza con piña, un manjar incomprendido.

Lucas comía su banana con mayonesa y nadie lo juzgaba.

Sin embargo, aunque no era buena cocinera y me encantaba pedir a delivery, no podía sobrevivir con comida callejera, tendría que ir de compras para esta semana, todavía tenía que ir hasta el conservatorio a formalizar mi inscripción y conseguir mi horario, sin olvidarme que debía comprar una nueva tablet, todos en el conservatorio debían tener una.

La pizza llegó en el momento justo en el que una chica se acercaba a la puerta del que se suponía sería mi vecino, ella presionaba el timbre con insistencia, a su vez que yo la miraba de reojo mientras buscaba en mi billetera el dinero para el repartidor.

—Muchas gracias, que tenga un buen día.

Mis palabras hicieron clic en la chica, ella se dio la vuelta y me sonrió.

—Hola, ¿sabes si hay alguien aquí? —saludó ella señalando hacia la puerta con la plaquita número cuarenta y uno.

El repartidor se dio la vuelta dejándonos a ambas en el pasillo.

—La verdad no lo sé, acabo de llegar.

—Eres la nueva vecina, la señora Henderson dijo que llegarías ayer—le asentí confirmando—. Soy Vera, apartamento veintiuno.

—Soy Lucy.

Extendí mi mano y ella la estrechó, al menos no me ignoró como lo hizo la señora Henderson anoche.

—Bienvenida a San Francisco, hablas muy bien el inglés a pesar de ser francesa, casi no se nota el acento.

—Estudié de pequeña en Toronto, también en Seattle. Se burlaron tanto de mi acento que quise pulirlo al máximo—le expliqué, quería seguir hablando, pero el olor de pizza me estaba matando—. Así que me hace feliz saber que si lo logré.

Ella rio un poco, Vera era bastante amable.

—Así que, ¿vecino o vecina? Llegué tan tarde anoche que aún no me he topado con la persona que vive en el cuatro uno.

—No me sorprende que todavía no conozcas a Shawn, él es bastante... especial—aunque lo dijera con un poco de aprehensión de igual manera podía ver sus ojos brillantes—. No es muy expresivo y tal vez solo te lance una mirada, pero Shawn es una muy buena persona.

A Vera le gustaba Shawn, eso era bastante obvio.

—Estoy seguro de que seremos buenos vecinos—me encogí de hombros. Solo quería mantener una buena relación con mi vecino—. Si quieres, cuando llegue, puedo avisar que viniste por él. De igual manera aún no me presento.

—¿Harías eso por mí?

—¡Por supuesto! Solo espero poder pescarlo.

Vera y yo hablamos unos minutos más sobre los demás vecinos y luego se fue con la excusa de que debía volver a su trabajo, lo que agradecía enormemente porque me estaba muriendo de hambre. La pizza estaba deliciosa, así que aproveché colocar el número de la pizzería en marcación rápida en caso de emergencia o de algún antojo.

Cuando estaba en mi último pedazo de pizza mi teléfono empezó a sonar, Lucas estaba llamando después de horas de no haberle devuelto la llamada, aún con el pedazo de pizza en mi boca contesté con alguna palabra inentendible.

—¿Pizza o comida china?

—Pizza, siempre pizza—contesté una vez que tragué—. Vaya, llamaste tu después de cuánto, ¿cinco horas?

—Estoy seguro de que estabas pasando por alguna crisis de quiero a mi mami y mi papi, solo te dejé afrontar este problema sola por un rato—cuando no respondí se rió —. Tu silencio me está dando la razón.

—Siempre tan sabelotodo, Lucas.

—Cierto, pero lo decía porque todos los años que viviste junto a nosotros había noches que tenía que consolarte porque odiabas la idea de estar lejos de tu familia, siempre tenía que distraerte con la excusa de tus ideas para las bromas.

De nuevo, no dije nada.

—Escucha Lucy, tu meta siempre fue Estados Unidos, siempre me hablaste de Juilliard, Stanford y el conservatorio, querías alguno de ellos, trabajaste duro y lo conseguiste—Escuché un sonido de fondo, como si estuviera arrojándose en su cama—. Aleja de tu terca cabecita la idea de que vas a arruinarlo y piensa que tú familia solo está a la distancia de una llamada.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, extrañaba tanto a Lucas, era sin duda alguna el mejor amigo que cualquiera quisiera tener.

Lucas y yo nos unimos muchísimo mientras vivía junto a su familia, quizás nuestras mentes macabras nos acercaron mucho más, siempre estábamos en su casa del árbol planificando nuestras fechorías hacia el vecindario. Le dimos muchos dolores de cabeza a mis tíos.

—Te extraño, Lucas—confesé en un momento de debilidad.

—Ay no, por favor no te pongas sentimental. Es lo que menos me gusta de las chicas—me carcajeé.

—Disfrutaré tanto cuando una chica te ponga en tus rodillas, amigo.

—Ninguna chica me pondrá en mis rodillas.

—Lo mismo dijo tu papá y ahora... tú estás aquí y James y Nina también.

—Por favor, no me recuerdes el hecho de que mis padres tuvieron sexo para procrearnos—Hizo un sonido muy similar al de vomitar por lo que me carcajeé más.

La historia de amor de mis tíos había sido una de las cosas que más me gustaba escuchar de pequeña, le ganaba con creces a la historia de mis padres. Mi tío Connor y mi tía Daisy eran la pareja perfecta, se conocieron en el instituto. Una vez mi tío puso los ojos en mi tía, la chica nueva, quería acercarse y no sabía cómo hacerlo, torpemente le pidió un lápiz el día que finalmente se armó de valor. Después el amor nació, creció, pasaron los años y así llegamos a Lucas.

Escuché el ruido de las llaves fuera en el pasillo por lo que me imaginé sería mi vecino. Tenía un mensaje para él, además debía presentarme correctamente.

—Mi vecino llegó, es hora de las presentaciones incómodas.

Me levanté del suelo sosteniendo mi teléfono con el hombro mientras tomaba la caja de la pizza vacía en mis manos.

—¿Recibiste mi consejo y ya me desechas? —Se escuchaba ofendido, pero no le presté demasiada atención, sabía que estaba actuando dramático como siempre hacia.

—Adiós Lucas, muchas gracias por tus palabras.

—Oficialmente pasaste a ser mi prima menos favorita.

Eso era imposible, Lucas me amaba tanto o más que yo a él.

Sin responder a sus palabras trágicas, le colgué sabiendo las consecuencias que eso traería.

Lavé mis manos, luego arreglé un poco mi cabello despeinado con mis dedos y por último salí de mi apartamento hacia el otro lado del pasillo sin darle muchas vueltas a mi desaliñado aspecto.

Extendí mi mano para presionar el timbre de mi vecino y esperé.

Cuando abrió la puerta tuve que reprimir un suspiro, porque frente a mi estaba el hombre más malditamente caliente que mis ojos franceses había visto en su vida.

¿Por qué nunca vi uno de esos en París?

—¿Disculpa?

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