Capítulo 23
Stay with me, no, you don't need to run
Stay with me, my blood, you don't need to run
My blood — Twenty one pilots
☆★☆
La banda ya ha empezado su presentación cuando regreso a mi asiento al lado de Dimas. Sólo éste se percata de la inquietud que me embarga, ni yo sé por qué hice aquello o qué esperar, Lucy no se quedará de brazos cruzados.
—¿Todo bien?
—Sí —miento.
Escondo la mirada en los chicos que están en el escenario. Dimas desiste y se concentra igual en la presentación de la banda. El corazón me late tan rápido que lo puedo sentir vibrarme en la garganta, las palmas de mis manos se cubren de sudor.
Lucy deja caer los restos de su celular a la mitad de la mesa. Gigi le grita que se aparte porque no la deja ver, pero entonces la prima de Cedric estalla en insultos hacia mí.
—¡Esa maldita vieja loca rompió mi celular! ¡Lo arrojó contra la pared! ¡Está completamente desquiciada!
Las personas de alrededor se giran hacia nosotros, me hundo en mi asiento sin levantar la vista de los restos del celular.
—¿De qué chingados estás hablando, carajita? —brama Berenice—. ¡Lástima que se rompió el celular o yo misma te lo estrellaba en la cabezota para ver si se te acomodan las ideas!
Lucy responde, Berenice igual, todos levantan la voz y gritan cosas que creo ni terminan de comprender.
—¿Cristy? —Dimas busca mi mirada—. ¿Es verdad? ¿Qué pasó?
—¡Enloqueció!
—¿Qué le hiciste? —inquiere Aura cuando se incorpora—. No eres una santa, Lucy.
—¡Pero ella está loca! —sentencia— ¡Creo que iba a tener uno de esos ataques de locura!
—Eso está fuera de lugar, Lucila —dice Sofía e imita a su amiga de la infancia—. Deberías disculparte.
—¡No lo haré! ¡Rompió mi celular!
—Lo pagaré y ya —espeta Dimas—. Déjala en paz.
Dimas me abraza al mismo tiempo en que Lucy tira de su hombro.
—¡No es tan sencillo!
—¿Nadie te ha dicho que las acosadoras se ven muy mal? —pregunta Henrik—. Dimas está con Cristal, te guste o no, eso es todo.
—¡Pero...!
—Lucila —la llama Cedric al tomarla del brazo—. Necesitamos hablar.
—¡Primero tiene que disculparse!
—No, hablaremos y luego te irás a casa.
El baterista aleja a Lucy sin que esta pare de reclamar por su celular roto. Un incómodo silencio se dispersa entre nosotros hasta que Nico comenta que no se escucha mal la banda, todos están de acuerdo así sea por cambiar la conversación.
—¿Qué pasó? —insiste Dimas.
—Fue un accidente...
—¿Segura?
Lo que vi está en el pasado, no debo permitir que me afecte.
—Sí...
¿También se reía con Lucy en la cama? ¿La dejaba tomarle fotografías? A mí me habría dicho que no sin importar lo mucho que le prometiera que las borraría... ¡Ni si quiera se me pasó por la mente!
Percibo frío a mitad del pecho, ni su calor aminora esa sensación. No debí de aceptar la propuesta que me hizo, así nada de esto estaría sucediendo, pero fui inmadura. Era la primera vez que alguien me decía algo así, no supe cómo reaccionar. Soy tan ingenua, estúpida, no tengo nada de experiencia en situaciones donde las demás chicas pueden salir airosas.
—Cristal —Eric me mira con sus impenetrables ojos negros—, ¿pasó algo?
Niego despacio.
—Cristy... ¿Quieres que nos vayamos?
Niego de nuevo.
Henrik entrega los restos del celular a uno de los meseros para que los arroje al basurero.
—No deberías comprarle nada a esa escuincla —añade el rubio.
—¿Qué...?
Paolo calla abruptamente cuando siento un fuerte tirón en el hombro.
—En una ocasión te mintió diciendo que tenía un compromiso familiar —sisea Lucy en mi oído—, pero habíamos quedado para ir a la playa donde estuvimos toda la noche, ¿te contó eso?
Me incorporo tan rápido que la silla la empuja y la hace trastabillar, por lo que con un simple toque en el brazo consigo derribarla sobre el suelo. La velocidad a mi alrededor parece ralentizarse mientras Cedric ayuda a una colérica Lucy a levantarse. Dimas se interpone entre nosotras, pero es ella la que necesita que la defiendan. Mi mano se ha cerrado en un puño firme dispuesto a estrellarse en la cara de Lucy.
¿Voy a pelearme? ¿Es en serio? Eso es algo que Camila haría, sin dudarlo; ella jamás toleraría que alguien le hablara así sin importar si es mujer u hombre. Es irreal, discordante, imposible, pero Camila soy yo; en el fondo ella late más viva que nunca.
Lucy forcejea con Cedric hasta que se libera. Dimas se distrae con la reacción de la chica, lo que me hace apartarlo sin problemas. Mi puño está más que dispuesto a botar los dientes de esa chamaca babosa.
—¡Camila!
El vocalista me detiene por los hombros. La mención de mi nombre incrementa la velocidad, las imágenes se aceleran a mi alrededor, el ruido es insoportable. Cubro mis oídos, descubro decenas de ojos sobre mí. Las luces brillan, el ruido del cristal de los vasos hiere mis tímpanos, todos hablan y me señalan; me miran.
Necesito salir de aquí.
Empujo a los que se interponen en mi camino. Las uñas de Lucy rozan mi brazo, creo que alguien la salvó de terminar con el labio roto. No aminoro el paso, empujo a todos sin importarme si les hago daño o no, en cada contacto el estómago se me encoge.
Me recibe la brisa fresca de la noche. Estoy a punto de bajar los escalones cuando Dimas me detiene.
—¿Qué ha sido eso? ¿Qué está pasando, Cristy?
Abro la boca, la cierro... ¿Qué está pasando?
—Me mentiste. —Ah, sí—. Fuiste con Lucy a la playa, pasaron la noche ahí... ¿Te acostaste con ella horas después de que nosotros...?
Dimas me suelta y pasa ambas manos por su cara.
—Cristy... quedamos en que...
—Ya lo sé —interrumpo con voz débil—. Ya lo sé...
Nos quedamos callados sin atrevernos a mirar al otro mientras las personas pasan a nuestros lados para entrar al bar.
—¿Puedes llevarme a casa?
—Sí, pediremos algo de cenar y...
—No, a mi casa, al departamento de Henrik.
Nunca creí poder herir de esta forma a Dimas con unas cuántas palabras, pero lo he logrado. Titubea, desvía la mirada y toma una profunda respiración antes de hablar.
—Cristy, no me apartes.
—No entiendes...
Duele mucho.
—Si es lo que en verdad quieres, está bien... —musita—. Lo que ha pasado, todas las cosas que hice, no lo puedo cambiar... Yo mejor que cualquiera sé cuánto daño te hice...
—Dimas...
— Pero me gustaría que te quedaras conmigo...
¿Es posible sentir rencor en contra de la persona que amas? Yo me iba al departamento a soñar con lo que habíamos tenido en su habitación mientras él se iba con Lucy, o con cualquier otra chica. No puedo parar de preguntarme si todo esto vale la pena. No se supone que el amor duela, debe hacerme feliz.
No quiero refugiarme en mis recuerdos dolorosos o la soledad. Acepto ir con él porque, a pesar de todo, aquello está en el pasado y estamos intentando avanzar. No obstante, no permito que me abrace mientras aguardamos por su automóvil, tampoco que me abra la puerta del copiloto.
El corazón no ha aminorado sus latidos enfurecidos, subo el volumen del estéreo para que disimule su ronco sonido en mis oídos. Las imágenes se deslizan veloces en la ventanilla, Dimas conduce tan rápido que se gana varios insultos de los otros conductores.
No quiero pensar, pero mi cerebro no me obedece. Revivo una vez tras otra las noches en que Dimas se vestía a toda velocidad sin dejar de reír o platicar conmigo antes de ir a una de esas reuniones familiares... ¿Cuántas veces me mintió? No solamente veía a Lucy, sino que está Karen, Mónica, Paula... Yo.
¿Por qué acepté? ¿En qué estaba pensando? Todavía recuerdo la pequeña llama de felicidad en mi pecho la primera noche en que le vi subir al automóvil de su hermano.
Una caricia fría se cuela bajo mi cráneo, entumece un instante mi mente. Me recorre un escalofrío, sacudo la cabeza. La caricia se convierte en un fuerte aguijonazo que me arranca un quejido.
—¿Estás bien?
Asiento, la lengua está entumecida, no puedo hablar.
Creo que sé lo que es. Mi subconsciente conoce el botón de pánico para permitir el paso a la momentánea amnesia, activar el piloto automático.
—Cristy. —Dimas me sacude y me obliga a mirarlo—. Quédate.
¿Lo sabe?
Se detiene en el estacionamiento de la vieja casona. Él observa atento cada una de mis reacciones.
—Cristy...
—Estoy bien —le tranquilizo y masajeo mis sienes.
Creo.
Esta vez permito que Dimas me sostenga de la mano al bajar del automóvil. Hay demasiado silencio, incluso el sonido de sus llaves parece un ruido estruendoso.
—¿Comida china? —me pregunta al entrar.
—Sí.
También le dejo elegir cuál ya que me demoraré horas sin decidir nada, esa soy yo. Me dejo caer en el sofá, que le trajo recuerdos a Aura y Dimas, en lo que éste ordena la comida. Enciendo la televisión justo en el canal de música cuando están transmitiendo el video de The Witcher donde participo. Es incómodo mirarme en la pantalla y saber que en otros cientos o miles de lugares otras personas me observan también.
Dios, era buena. Nada parecida a la sombra que soy ahora.
¿Cómo puedo recuperar eso?
—Me encanta ese video —comenta Dimas al sentarse a mi lado—. Te ves muy bien.
—Gracias...
Dimas continúa mirándome, finjo no percatarme.
—Lo que te dijo Lucy... —murmura—. Es verdad.
—Lo sé.
No por eso duele menos.
—No creí necesario contarte esas cosas.
—Y no lo es.
No quiero enterarme de más.
—Sólo me tomó por sorpresa... Vi sus fotografías y...
—¿Las tiene? —interrumpe—. Dijo que...
—Te mintió.
—Cristy...
—Nunca habrías permitido que te fotografiara.
Dimas suspira en tono cansado al sacar su celular del bolsillo de su pantalón. Me entrega el Smartphone con una fotografía donde estoy durmiendo en su habitación. El color azul de mi cabello indica que fue cuando empezó nuestro estúpido acuerdo.
—Esto fue antes de que... Tú... ¿Me tomaste una fotografía durmiendo?
—Sí —admite sonrojado—. ¿Te enoja?
—Claro que no...
Es hermoso.
—Mira la siguiente.
—Oh...
—Después de la anterior me recosté otra vez a tu lado y me abrazaste, no resistí la tentación.
Es una imagen muy tierna. Estoy acurrucada contra el pecho de Dimas, me besa en la frente. No sé cómo no me desperté, agradezco no hacerlo.
—No quería nada serio, pero ya sentía algo muy fuerte por ti... Me negaba a aceptarlo... Lo sabes.
—Sí...
Busco su abrazo con desesperación y nos acurrucamos en el sofá con la televisión como ruido de fondo. No sé cuánto tiempo transcurre sin que ninguno de los dos se mueva, pero Dimas se aparta con desgano cuando llega la comida.
Estoy enamorada de cada pequeño detalle que conforma su persona... Por primera vez en mucho tiempo sé lo que quiero... Quiero estar con él.
Aguardo a un costado del sofá mientras termina de pagarle al repartidor y de colocar la comida en la mesa de la cocina. Dimas me lanza algunas miradas curiosas, creo que percibe mi nerviosismo.
—¿Pasa algo?
No respondo con palabras, sino que lo beso. Desparezco la distancia entre nosotros. Responde con la misma desesperación que yo.
—Cristal. —Se aparta un instante para buscar mi mirada.
—Sí, sí.
Sus manos caen hasta mi cadera.
—¿Segura?
Asiento, mi lengua se ha petrificado por los nervios.
Sube una mano hasta mi nuca, donde la enreda con mi cabello desteñido. Su boca cae de nuevo sobre la mía y así, sin romper nuestro beso, nos dirigimos a tropezones hasta su habitación.
La luz de la luna ilumina parte de la habitación con cierto misticismo. Soy incapaz de calcular con exactitud la cantidad de recuerdos que resguardan estas paredes. Dimas no sólo estuvo aquí conmigo, sino que también con Aura, Minerva, Lucy y otras chicas, pero ¿eso qué? Importa lo que somos ahora, no lo que fuimos.
Me dejo caer sobre la cama y guío sus brazos hacia mí, me cubre con su cuerpo. Su peso familiar, el aroma de su piel, su colonia, el roce de sus rizos sobre mi rostro, su mirada tan diferente de cualquier otra, todo en él me parece especial. Mis manos tiemblan, torpes, mientras intento desabrocharme la blusa.
—¿Estás segura? —pregunta y me detiene antes de abrir un botón—. Podemos esperar.
—Estoy segura. —Me permite continuar desabrochando la prenda—. Quiero estar contigo.
Me ayuda a deshacerme de la blusa con la delicadeza necesaria para sentir la tela como una suave caricia sobre la piel.
—Quiero verte —pido, avergonzándome al segundo en que suelto aquello.
Él se incorpora hasta quedar a horcajadas arriba de mí. Su boca está decorada por una sonrisa que haría gritar histéricas a todas las chicas de un estadio lleno. No sé si es intencional o no, pero se desabotona la camisa con una lentitud que raya en el striptease. Muerdo mis labios sin encontrar otra forma de sobrellevar la ansiedad por descubrir su torso desnudo. El tatuaje resalta sobre la piel blanca.
—Yo quiero sentirte... —murmura y desliza un dedo en el tirante del sujetador que todavía me cubre.
Abro el broche frontal de mi sujetador, Dimas hace un gesto afirmativo como si no se hubiera esperado eso, lo que me hace reír por lo bajo. Me permite tomar el control de lo que hago con mi ropa, no se interpone u ofrece ayuda, sabe que puede incomodarme. Se limita a apartarse cuando abro el botón del pantalón y bajo la cremallera, sonríe divertido al ver mis patadas nada sexys para deshacerme de la prenda.
Mi cuerpo desnudo todavía me produce incomodidad. No es sólo por las heridas que, aunque no sean visibles, sé que están ahí; sino que también es por lo descuidada que sé que estoy. En estos días he notado mis costillas a simple vista frente al espejo, mis pechos casi han desaparecido, la piel de mis piernas ya no está firme.
—Camila debe ser sinónimo de belleza —sonríe.
Respiro hondo, no quiero echarme a llorar y arruinar el momento, pero tampoco hablo o mi voz delatará las lágrimas que claman por salir.
Dimas se incorpora al lado de la cama y guía mis manos hasta el botón de su pantalón, no puedo creer que espere que lo desnude. Niego despacio, él enarca las cejas porque sabe que me gusta hacerlo. Resignada —sí como no— termino de abrir el pantalón, lo siguiente es bajarlo sobre sus piernas con todo y el bóxer; no planeo morir de pena dos veces cuando puedo hacerlo de una.
No miro su erección de forma deliberada; de todas formas, no me deja mucho tiempo para hacerlo, pues vuelve a cubrirme con su cuerpo sobre la cama. Me gusta sentir su cuerpo desnudo sobre mí, el calor que desprende me hace sentir segura.
Besa mi frente, mi nariz, las mejillas, la barbilla y mi boca. Mis brazos rodean su cuello, mis piernas rodean su cintura y la fricción entre nuestros cuerpos nubla un poquito la lucidez de ambos. No obstante, se aparta un poco para tener espacio y poder seguir besándome. Sus labios buscan mi cuello, las clavículas, los pechos, bajan por un brazo y luego por el otro, besan cada nudillo de mis manos. Dimas besa todo mi cuerpo, baja por mi vientre, las piernas, incluso me gano una mordidita juguetona en la pantorrilla izquierda que me hace reír.
—Ven. —Extiendo los brazos hacia él, envuelvo su cuerpo en un abrazo en el que me gira hasta hacerme quedar arriba suyo.
Mordisquea suavemente mis labios en cada beso. La humedad de mi entrepierna y nuestra posición hace que seamos muy conscientes de que con cualquier movimiento podríamos anticiparnos demasiado. Sin embargo, el roce íntimo hace vibrar la piel que está en contacto con la suya. Dimas jadea cada vez que muevo la cadera arriba de él, mis suspiros se pierden en su respiración entre cada beso.
—Te amo —susurra.
—Yo también te amo.
Me sostiene por la cintura para acercarme más, su boca se adueña de mi pecho. Se impulsa con un brazo hasta sentarse y me empuja un poco para continuar lamiendo mis pezones.
—Si quieres que pare... —Levanta la mirada hacia mí.
La imagen de Dimas recargado en mis pechos me acompañará toda la vida.
—No quiero...
Sonríe, lo imito hasta que sus dedos prueban la humedad de mi entrepierna. Entonces cierro los ojos, incapaz de razonar algo coherente mientras su boca continúa jugando con mis pechos y sus dedos se adentran despacio en mí. Si digo algo con sentido no tengo idea, creo que sólo gimo y me aferro a sus hombros como si en eso se me fuera la vida. Su dedo pulgar ejerce una presión suave en el clítoris, la precisa para hacerme querer más de él.
Se detiene sólo para recostarme en la cama, pero continúa arriba de mí. Parece a punto de reír cuando nota que me desconcierta dejar de sentir sus mimos.
—¿Quieres ir arriba? —pregunta con aquella risita en las palabras.
Para que pueda apartarme si quiero...
—No, me gusta así.
Besa mi frente, la punta de mi nariz y mi boca; me entrega el beso más lento, tierno y apasionado que hemos compartido. Enredo las manos en sus rizos, él parece tan desesperado como yo por fundirnos en la piel del otro. Su erección roza mi clítoris, suelto un gemido entre nuestras bocas. Busco su mirada al mismo tiempo en que empieza esa lenta intromisión que nunca olvidé.
—No quiero lastimarte —jadea.
Niego, no puedo hablar y decirle que no me lastimará, espero que lo comprenda.
Elevo la cadera, si planeaba que fuera despacio, pues acabo de arruinar sus planes. Dimas suelta un jadeo ronco sobre mi cuello al hundirse por completo dentro de mí. Echo la cabeza hacia atrás, refugiada en sus mullidas almohadas, y disfruto de sentirlo otra vez como hice tantas noches.
Quiere ir lento, pero no puede, yo tampoco. Las embestidas que pretendían ser lentas, se vuelven rápidas y profundas. Dimas jadea en mi oído, escapa algún gemido ocasional con mi nombre, el que se le ocurra.
Se aparta con brusquedad, tira de mis manos y le sigo sin saber qué pretende. Se ha vuelto a sentar arriba de la cama, conmigo rodeándolo con las piernas. Vuelve a penetrarme sin preámbulos. Me ayuda sosteniéndome por la cadera a seguir el ritmo de las embestidas más lentas, mucho más profundas. Por instantes siento que me presiona dentro del vientre, es un dolor agradable.
—Te extrañé tanto, Camila, tu calor...
—Dimas...
—Eres perfecta...
—Yo...
—Lo eres.
Mi cuello está fácilmente a su disposición. Su lengua deja un recorrido húmedo sobre las clavículas hasta los pezones donde los mordisquea con suavidad. Mis gemidos me causan pena, no logro controlarlos. Por un instante no sé quién está guiando a quién, creo que soy yo la que lleva el ritmo. Sujeto del cabello a Dimas, su sonrisa se inyecta de lujuria cuando lo empujo sobre la cama hasta quedar arriba. Él siempre ha disfrutado de tenerme así, a mí me gusta observarlo cerrar los ojos y dejarse llevar por mí sin reparar en sus sonidos o lo que dice.
Se aferra a mi cintura para ayudarme con el ritmo, consigue que sea más rápido. Percibo cada embestida profunda, cada estremecimiento de su cuerpo dentro de mí. No sé si alguna vez estuvimos más unidos que ahora.
Sus caricias siguen el mismo recorrido que su mirada descendiendo por mis brazos, acunando mis pechos, clavándose en mis muslos; sigue mi ritmo brusco con una sonrisa dibujada en los labios.
Estamos muy cerca del límite, un agradable cosquilleo pasa de mi piel a la suya. No sé bien las cosas que digo, pero le hacen sonreír, esa sonrisa me invita a confiar más en mí. Sus ojos celestes se fijan en los míos cuando la ola de placer explota en mi vientre, casi grito, creo que lo hago. Dimas echa la cabeza hacia atrás, me embiste con más intensidad y se aferra a mi cadera. En un segundo se coloca arriba de mí, su lengua acaricia la mía al mismo tiempo en que me penetra y una segunda ola de calor se desata en mi vientre al mismo tiempo en que se derrama en mi interior. Gime mi nombre hundiéndose tanto como puede. Me aferro a él con cada centímetro de mi ser, no quiero apartarme nunca. Acepto el abrazo protector en el que me envuelve con los rastros de nuestros orgasmos latiendo sobre la piel en forma de pequeñas perlas de sudor.
La sensación de ligereza tarda en marcharse, permanecemos íntimamente unidos. Con pereza se echa hacia un lado, terminando con esa unión, pero me envuelve en un abrazo para mantenerme cerca de él. Deposita ocasionales besos en mi frente, su respiración agitada hace cosquillas sobre mi piel en cada beso.
—¿Estás bien?
—Sí... —murmuro—. Estoy contigo.
No puedo estar mal así.
—Estoy contigo —repite en otro murmullo.
Acaricia mi mejilla y sonríe, jamás olvidaré esto. Su cabello revuelto, los ojos azules, la sonrisa tierna y la piel que parece de porcelana bajo la luz de la luna. La noche en que volví a ser suya y él mío, cuando volvimos a pertenecernos como antes o mucho más. Espero que sea la primera de muchas en las que pueda tenerlo sin compartirlo ya con nadie más.
—¿Te ha gustado? —pregunto y escondo la mirada.
—¿No se ha notado? —responde a mi oído con esa voz que me cautivó desde el primer verso—. Si pudieras verte como te veo, Cristy... No volverías a preguntarme algo así.
Me besa y me ayuda a cubrirme con la sábana.
—Cuando regresemos tenemos que buscar un lugar nuevo —recuerda al dejar su mano sobre mi vientre por arriba de la suave tela—. ¿Has pensado en un sitio que no sea el edificio de Henrik?
—¿Por qué no puede ser ahí?
—Porque Henrik se pasará el día entero en el departamento —sonríe—. Te quiere mucho.
—Yo también lo quiero mucho.
—Lo sé... —suspira—. Bueno, podemos preguntar si hay algún departamento disponible.
Me giro sobre el hombro y acaricio su mejilla.
—Gracias.
Dimas enciende la lámpara, me examina con la mirada, sé lo que preguntará.
—¿Está todo bien? Puedes decirme.
Lo sabía.
—Estoy bien —admito—. Te extrañaba mucho, quería estar contigo... Cerrar los recuerdos dolorosos que hay en esta habitación, ¿te das cuenta de que es la primera vez que hacemos el amor aquí?
Me sonrojo al notar lo que he preguntado y ríe.
—Hicimos el amor muchas veces en este sitio, Cristy...
Voy a desmayarme de la felicidad sea posible o no.
Sostiene un mechón de mi cabello entre sus dedos y borra la sonrisa. No parece triste o pensativo, más bien nervioso como si estuviera a punto de confesarme algo incómodo.
—¿Dimas...?
—No soy bueno en estas cosas... Ya habrás notado que puedo lucirme cuando se trata de hacer las cosas mal.
—No seas tan duro contigo mismo...
—Es sinceridad —sonríe—. Eric me dijo que no crees en el matrimonio, ¿es verdad?
Oh, la conversación que tuvimos cuando el esposo de Aura me llevó al departamento de Henrik.
—Nunca lo he meditado demasiado —confieso—. No es algo con lo que sueñe. —Apenas escapan las palabras de mi boca y el corazón se me detiene por una fracción de segundo—. ¿Por qué me preguntas eso?
—Curiosidad —miente, lo conozco—. Eric dijo que para ti era sólo un papel, un título y un pedazo de metal.
Buena forma de resumir la unión de una pareja... ¿En qué estaba pensando? ¿Pensé?
—En muchos casos es así, pero no en el de Aura y Eric.
—Sí, es cierto.
Dimas sí cree en el matrimonio... ¡Le pidió matrimonio a Aura!
—Estás quedando pálida —observa con una tierna media sonrisa—. No te pediré matrimonio.
¿No?
Estoy... no sé cómo estoy...
—Al menos que tú quieras.
¿Qué? ¿Quiero? Dios mío, olvidé respirar.
—¿De qué hablas? —pregunto tras meter aire a mis pulmones.
—No quiero presionarte a nada —agrega ahora siendo él quien palidece—, pero hice algo, no sé cómo lo tomes...
—¿Qué hiciste?
La pregunta ha salido casi en un murmullo ahogado.
Me incorporo sobre la cama y cubro mi desnudez con la sábana. Él se aparta para buscar algo en el cajón de su lado, donde una vez encontré su libreta con la fotografía de Aura.
No sé bien lo que estoy viendo cuando me enseña la pequeña caja de color azul oscuro, al abrirla me desconcierto por completo. No es un anillo, sino que son dos en un color blanco o plata.
—¿Quieres verlos?
La voz le tiembla un poco, se aclara la garganta.
—Sí.
Mis conocimientos sobre cientos de cosas sin sentido me aclaran lo que estoy viendo, creo que ahora me temblará la voz a mí.
—Son anillos Claddagh.
—Sí... Son dos porque...
—Es para cada uno —explico y saco ambos anillos de la cajita—. Dimas...
Los anillos tienen dos manos sosteniendo un corazón con una piedra azul celeste y una corona arriba de éste. Uno de los anillos es más grueso que el otro.
—Están grabados con nuestros nombres.
Descubro que ha grabado tanto el nombre de Camila como el de Cristal en el interior del suyo.
—No podía preguntarte cuál querías que grabara porque era una sorpresa —me confiesa apenado—. Espero no haberlo hecho mal y...
—No, claro que no —sonrío con las primeras lágrimas chismosas en las mejillas—. Es perfecto.
Dimas toma el anillo delgado y sostiene mi mano derecha.
—Son anillos de promesa —musita apenado y con una sonrisa nerviosa que pocas veces le he visto—. Te he prometido muchas veces protegerte y jamás volver a lastimarte, pero quise que existiera algo tangible que pudieras mirar cada vez que dudes de mí...
—No dudo de ti.
—Prometo protegerte, Cristy —musita y me mira a los ojos con tal intensidad que caen más lágrimas por mis mejillas—. Lamento haberte usado, porque sé que es lo que hice. Lamento mucho preferir ignorar las cosas obvias por no saber cómo manejarlo. Lamento haber sido tan inmaduro y egoísta. Te prometo que no volverá a pasar, sin importar si nos casamos o no, te cuidaré.
La sensación cuando desliza el anillo sobre mi dedo anular es tan cálida que me hace sonreír de oreja a oreja. Nunca he usado un anillo, me encanta la idea de que el primero sea por Dimas.
—Mi turno —digo al sostener su mano y deslizar el anillo sin apartar la vista de sus ojos—. Prometo protegerte y defenderte de cualquier persona que quiera hacerte daño o no reconozca lo maravilloso que eres. Prometo que todo está perdonado, debes dejar de castigarte con eso... Prometo estar contigo, Dimas... No hay nada que quiera más que estar contigo.
Sostiene mi mano con el anillo y esboza una tierna sonrisa al ver las sortijas plateadas.
—¿No he hecho una estupidez?
—No, Dimas —respondo y me acerco a sus labios—. Y, si es así, ha sido la estupidez más maravillosa que alguien ha hecho por mí.
Me atrae hasta su regazo y deja que la sábana se enrede en mi cintura. Sus labios me besan con el cariño que deseé tantas noches en esta misma cama. Todo ha cambiado, la vida misma está transformándose. Yo estoy cambiando.
Nos escondemos en nuestro pequeño refugio donde estamos seguros sin importar si el mundo se acaba allá afuera.
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