Capítulo 22

Fernando Rivadeneyra llegó a nuestras vidas cuando mamá acababa de ser diagnosticada con cáncer. Lo conocí una mañana de invierno, llevó como regalo un viejo piano eléctrico que no funcionaba correctamente, unas semanas después lo repararon. Samanta, mi madre, estaba tan desesperada que aceptó ese repentino interés por la hija a la que no conocía. Creo que lo hizo porque ya consideraba la posibilidad de no estar por mucho tiempo más conmigo; sólo quería lo mejor para mí. Espero que en donde quiera que esté nunca se enteré de lo que sucedió tras su ausencia.

En esos momentos el alcoholismo de Fernando estaba controlado. Empezó a visitarme dos veces por semana con la excusa de enseñarme a tocar el piano, recuerdo poco de las primeras clases. Con los meses aumentaron las visitas, un tiempo después se pasaba todos los días por la casa. Por lo que pude deducir de algunas pláticas que escuché a escondidas, se sentía solo. Mamá quería que se involucrara más en mis actividades escolares o repusiera, de alguna forma, los años de ausencia.

Él intentó mudarse con nosotras, mamá no lo permitió, fue cuando las cosas empeoraron. Perdió la casa donde vivía, por motivos que desconozco, y encontró refugio en el alcohol. Las visitas para enseñarme a tocar el piano se convirtieron en horas terroríficas donde me gritaba al más mínimo error. Mamá se encontraba muy débil, yo le rogaba que no se metiera, me esforzaba en hacer las cosas bien. Yo podía soportar una bofetada o pellizco sin obtener más que un moretón, pero mamá no, me asustaba que la lastimara.

Cuando la hospitalizaron fue imposible localizarlo, apareció horas después de que ella falleciera. Nadie hizo preguntas o, si las hicieron, jamás me enteré. Para todos fue natural que un padre se hiciera cargo de su hija al fallecer la mamá, aunque estuvieran separados.

Estaba en shock. Acababa de perder a mi madre y recuperar de tiempo completo la figura paterna que jamás me hizo falta, no comprendía muchas cosas. Los primeros días fueron indiferentes, falté al colegio, pero sus continuas borracheras me hicieron regresar a clases con tal de escapar de casa un rato.

La primera noche que abrió mi puerta fue cuatro meses después de que mamá muriera. Él lloraba, siempre lo hacía, y se disculpaba; pero también se enojaba cuando me resistía y me pegaba en sitios que nadie pudiera ver. En el colegio jamás recuperé el ánimo. Abandoné a mis amigos y los estudios, reprobé el primer año de secundaria. No sabía qué hacer. La soledad que sentía era tan grande que me atenazaba el cuello cuando pensaba en contarle a alguien. Él me decía que nadie me iba a creer, pensarían que continuaba en shock por perder a mamá. Y que me quería, que nadie me querría como él.

No sé cuándo comencé a devolver la comida o a perder el apetito, supongo que fue paulatino. La vida había perdido color de la noche a la mañana, no sabía, ni sé, cómo regresárselo.

Me hizo hacer cosas y permitir otras durante cientos de noches a lo largo de cuatro años. Tampoco sé por qué no avanzó. Si hubiera sucedido me habría obligado a buscar la forma de escapar de este mundo. A veces creo que era su forma de decirse que no me lastimaba.

—¿Qué haces?

La voz de Dimas casi me hace soltar el álbum fotográfico que sostengo.

—Veo fotografías viejas.

Es la primera mañana que Dimas despierta solo en la cama. Ansiaba mirar las fotografías que me llevé de casa de Mike para recordar que fui feliz, mi pasado no se reduce al dolor.

—¿Puedo ver?

—Es la intención. Ven.

Doy una palmadita en el sofá de la sala, se deja caer a mi lado. Su cabello permanece húmedo, algunas gotas quedan atrapadas en la toalla que lleva sobre los hombros.

—A mamá le encantaba hacer fotografías —explico al entregarle el primero de dos gruesos álbumes fotográficos—. Hay muy pocas suyas que yo le hacía.

—Eric dice que tienes un talento nato para la fotografía.

Debe ser anormal admirar de esta forma un par de ojos como lo hago, pero el tono azul que adquieren al recibir la luz, que se cuela por el ventanal, es indescriptible.

—Está exagerando —niego—. Su novia es muy fotogénica.

Dimas me deja un beso juguetón en la nariz.

—Modesta.

Recargo la cabeza en su hombro cuando abre la tapa del álbum. Me deleito con la vibración que provoca la tenue risa en su cuerpo. Son las típicas fotografías de bebé en la bañera, con ropas chistosas o desnuda, era muy regordeta.

—Deberíamos enviar a ampliar una de estas fotografías.

—No —rio—. Eso no.

Dimas logró que durmiera tranquila sin importar los recuerdos que trajo consigo el artículo en el periódico sobre Fernando. Me cantó despacio al oído hasta que me acurruqué dormida en sus brazos, ni una pesadilla se asomó en mi mente.

—Una niña alegre —comenta al ver una foto donde sostengo varios globos de colores atados a un cordón—. Me gusta tu sonrisa.

La frase exacta para conseguir una de éstas.

—Y usabas muchos vestidos —comenta divertido—. Eso no me lo esperaba.

—¿Te gusto más con ropa femenina?

—Me gusta que seas como quieras ser.

Lo ha dicho con la vista fija en las fotografías por lo que no nota lo mucho que me han conmovido sus palabras.

—¿Me enseñarías fotografías tuyas de cuando eras niño? —pregunto y dejo un beso sobre su hombro.

—Claro. Regresando a Mérida iré por los álbumes fotográficos.

Es reconfortante escuchar su risa ronca al mirar algunas de esas imágenes que contienen toda la alegría de un niño que no sabe mucho sobre la vida. Existe una brecha de cuatro años en la que solamente existe una foto mía y la conserva Mike, la hizo cuando estaba distraída, pero es la única y no luzco muy feliz.

—De bebé era gorda —murmuro—. Menos mal que en el colegio ya no.

—Eres muy delgada, Cris —Me mira de soslayo—. Realmente delgada.

—¿Te molesta?

—No, pero me preocupa un poco...

—Es mi complexión.

—Y que no te gusta comer.

Saco una fotografía del álbum donde estoy soplando las velas del pastel de cumpleaños.

—En algunas ocasiones no percibo el sabor de la comida.

—¿Cómo...?

Esto es complicado.

—No puedo sentir el sabor —especifico—. Es igual a comer cartón... No me sucede con el chocolate.

Todavía espero por ese helado para compartir con mamá.

—¿Por qué no me habías dicho eso? —inquiere y gira hacia mí—. No tenía idea... Disculpa por presionarte a comer.

—Y mi apetito es reducido —agrego—. Está bien...

—Cristy...

Entrego la fotografía a Dimas y le hago un guiño.

—No pasa nada.

El primer álbum fotográfico termina en mis siete años, el segundo contiene los demás hasta los diez. Dimas conoce a Los Espaciales del Tercero A, ríe a carcajadas al verme con una escoba fungiendo como guitarra eléctrica.

—¿Eras la guitarrista?

—Y vocalista —especifico.

—Tu cabello es precioso —opina y se acerca a una fotografía que hizo mi madre cuando dormía—, ¿lo sabías?

—No ahora —bromeo—. Debo teñirlo.

—Ahora es un precioso desastre.

—Eso creo.

Me gusta el color oscuro de mis raíces, no sé si podría conservar mi tono natural porque me recuerda muchas cosas.

—Me empecé a teñir el cabello de colores extraños para que no me reconociera.

Dimas suspira y asiente, no son las mejores anécdotas para contarle a tu novio.

Mi novio... ¿Quién lo iba a pensar? No fue amor a primera vista, pues lo conocí a través de un video, cuando le vi en persona sólo terminé de enamorarme. No tengo idea de qué fue... ¿Destino? ¿El destino ya sabe cómo funcionan las nuevas tecnologías?

—Tu mamá es realmente bonita.

—Lo sé —sonrío, orgullosa—. Sus alumnos la querían mucho, siempre le enviaban regalos.

Hace mucho que no miraba estas fotografías y, ahora que he escuchado la opinión de Eric, creo que sí tengo algo de talento en esto.

En la última página encuentro la instantánea que me hizo Mike, no sabía que estaba aquí. Todavía tengo el cabello negro, tendría once o doce años. Estábamos en un parque y miro hacia el frente sin saber que me iban a fotografiar.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Eres muy bonita... ¿Cuántos años tenías?

—Once o doce, no recuerdo.

Él asiente.

—¿Puedo conservarla?

—Mike la hizo, pero si está aquí supongo que no le importará perderla.

—Pues qué idiota.

Coloca ambos álbumes fotográficos arriba de la mesa y pasa un brazo sobre mis hombros.

—Eres muy tierna.

—No tanto.

—Vaya que sí...

Se acerca y acaricia mi mejilla.

—Recuerdo la noche en que me besaste arriba del moretón, la forma en que me miraste... Fue...

—Especial —murmuro—. No me gusta que te lastimen.

Deslizo una mano por arriba de su abdomen donde recuerdo que tuvo ese feo manchón morado, lo noto tensarse con mi tacto.

—Te extraño mucho... —Su voz ronca me eriza.

No soy capaz de asimilar mis movimientos hasta que noto su sonrisa de satisfacción, me he sentado arriba de su regazo.

—Yo a ti...

Levanta un poco la blusa, acaricia mi espalda y se detiene en mi cadera con la pregunta implícita en su mirada de si debe o no seguir. No sé cómo responderle sin morir de pena. Me toma unos segundos que mis dedos me obedezcan para empezar a desabrochar su camisa.

—¿Qué haces, Cristy?

Muerdo mi labio inferior, evito su mirada.

—No sé... Quiero verte.

Dimas me ayuda a quitarle la camisa. Ahogo un suspiro al sentir su piel cálida bajo mis manos, los músculos tensos, perfectos.

—¿Puedo verte? —me pregunta.

Asiento, pero no se mueve. Aguarda a que sea yo la que decida desabrocharse la vieja blusa a cuadros, sigue el movimiento torpe de mis manos.

—¿Puedes quitarte eso? —pide cuando nota el sujetador—. Por favor.

El corazón martillea en mi pecho al deshacerme de esa prenda. Un delicioso escalofrío me recorre cuando acuna mis pechos entre sus cálidas manos. Me está torturando la necesidad de que me toque con más fuerza.

—Nunca me creerás lo hermosa que eres.

—Dimas...

Pellizca la piel ansiosa, un gemido escapa de mis labios.

—Me gusta escucharte...

Sus ojos se han nublado de un deseo avasallador que me deja sin habla. Vuelve a pellizcarme con suavidad y me arranca otro de esos sonidos que intensifican la urgencia en su mirada.

—¿Puedo tocarte, Cristy?

—Sí...

—¿Cuánto?

Se resbala un poco en el sofá, su erección frota en mi entrepierna. Casi he olvidado cómo hablar, sólo puedo responderle sujetando su rostro para adueñarme de sus labios con la desesperación que él mismo siente.

Me recuesta sobre el sofá, se sitúa en medio de mis piernas sin romper el beso. El roce de nuestros cuerpos desencadena los recuerdos de las noches que hemos compartido juntos, lo mucho que lo extraño.

—Quiero hacerte el amor. —Sus labios bajan por mi cuello—. Quiero sentirte...

—Dimas.

Su boca se apodera de uno de mis pezones. Me cuesta reconocer que esos gemidos son míos o que mi cuerpo se frota de esta forma contra el suyo. El calor que repta bajo mi piel pide a gritos dar el siguiente paso.

—Dime cuando quieras que pare —jadea y levanta la vista hacia mí— y lo haré.

—Sí...

Forcejea con el botón del pantalón corto, casi rompe la cremallera al obligarlo a bajar por mis caderas. El corazón me sube a la garganta cuando me quita la última prenda que me resguardaba de mi desnudez absoluta. Me observa con la intensidad suficiente para derretirme arriba del sofá.

—Me encanta probarte...

—No digas esas cosas...

—¿Por qué, Cristy?

Besa la parte interna de mi muslo, sonríe al notar el estremecimiento que me embarga. Ni si quiera recuerdo qué me pregunto mientras me acaricia con sus labios, prueba un poco más de mi piel. Toca despacio con sus dedos el clítoris, la humedad los hace resbalar con total facilidad entre los pliegues. Sus ojos se fijan en los míos, atento a cualquier señal de incomodidad. Duda un segundo, se debate entre mirarme a la cara o lo que hacen sus dedos. Entonces se acerca despacio, dando tiempo a que me aleje si lo deseo, pero no lo hago. Clavo las uñas cortas en el sofá con la caricia íntima de su lengua en la piel húmeda. Él sostiene mis caderas, me atrae más hacia él. Sus movimientos son rápidos, pero sutiles. Explora la piel que conoció tiempo atrás.

Se aparta, la voz le sale más ronca que de costumbre al hablar.

—No haré nada...

—Que yo no quiera —interrumpo—. Lo sé...

—Pero no te haré el amor en el sofá —agrega con una sonrisa divertida al notar mi cara de desilusión—. Por mucho que ambos queramos.

—¿Por qué?

—Porque mereces más que esto, Cristy.

No tengo tiempo para enternecerme con sus palabras, su lengua retoma el ritmo delicioso. Sus dedos acompañan las caricias húmedas, se adentran con cuidado de no lastimarme, pero con la presión necesaria para hacerme disfrutar.

Quiero mirarlo, pero el placer me hace cerrar los ojos. Estoy demasiado sensible después del tiempo que he pasado sin él. No tiene que pasar mucho rato para sentir el inminente orgasmo que se acerca. Mis gemidos son bajos, tímidos, sería una pésima actriz porno. El clímax es casi abrupto, me hace hasta levantar la cadera y doblar los dedos de los pies.

Estoy jadeando, expuesta y desnuda en el sofá con Dimas todavía en medio de mis piernas. Su pantalón luce una cómica carpa de circo, jadea y pasea la mirada sobre mi desnudez.

Tiro de sus manos para guiarlo hasta sentarse a mi lado. No se opone cuando forcejeo con la cremallera de su pantalón, sino que se relaja en el respaldo del sofá. Su erección continúa haciéndome sonrojar como si jamás hubiera visto una, ríe por lo bajo al notarlo. La risita se le acaba cuando lamo su erección desde la base hasta el glande, es sustituida por un gemido ronco.

No me guía, sino que deja que lleve el ritmo que desee. Sostiene la mirada sobre mí, creo que le gusta mirarme haciendo esto. Incluso obtengo una sonrisita de aprobación cuando lo estimulo con la mano mientras deposito unos tímidos besos en sus testículos, es la primera vez que lo hago.

—Sigue... así... —gime.

La parte que más le gusta es cuando deslizo toda su erección en mi boca, o tanta como puedo. Si también lo estimulo con mi mano, consigo que diga algunas incoherencias. Tarda un poco, empiezo a preocuparme de que no lo esté haciendo bien. Cierra los ojos, frunce el entrecejo, balbucea algo y no logro preguntar qué dijo porque termina en mi boca.

Dimas es ahora quién está vulnerable en el sofá sin parecer tener deseo alguno por moverse de ahí. Podría hacer esto toda la tarde para verlo así, aunque nunca tendré el valor de proponérselo.

Y me gusta su sabor, me gusta tanto. La excitación y ternura que me embarga por compartir esto agita mi pecho.

De pronto, un ruido intenta sacarme de mi ensimismamiento con el placer que le he provocado a la persona que amo. Él parece tan perdido como yo. Miramos en todas direcciones antes de entender que el ruido proviene del ascensor, las puertas acaban de cerrarse, por lo que alguien ha subido.

Alguien subió, nos vio.

Suelto un chillido y me cubro el cuerpo, aunque ya no esté nadie ahí. Dimas me cubre con su camisa y se abrocha el pantalón. Nuestros movimientos son torpes, balbuceamos sin conseguir hilar una oración. Se golpea con la mesa al pasar, arroja los álbumes fotográficos y cojea hasta la pantalla al lado del ascensor donde le veo presionar varias veces sobre la superficie táctil.

—¡Perdón!

Es Aura.

Aura me vio practicándole sexo oral a su exnovio.

A Dimas.

Dios mío.

Madre mía.

—¡Juro que he llamado a tu celular y al teléfono del pent-house! ¡Creí que no estaban!

Dimas no habla, está absolutamente sonrojado.

—Es verdad.

Esa es la voz de Eric.

Me cubro el rostro, intento que con eso desaparezca la vergüenza.

—No lo escuché —dice al fin Dimas con la sombra del orgasmo en la voz ronca.

Yo tampoco.

—Sí, ya me di cuenta —ríe Eric.

—¡Eric! —lo reprende Aura—. Mil disculpas. No los molestaremos ya y...

—Pueden subir —interrumpe y me mira—. Cristal...

No dice nada más, pero Aura murmura que entiende, que subirán en un momento. La que no entiende nada soy yo, pero no consigo ni formular la pregunta. Me toma de la mano, recoge nuestra ropa y subimos a la ducha de la habitación.

—¿Qué pasa...? —titubeo.

Me quita la camisa y se deshace del pantalón que todavía lleva. Descubro que mis manos tiemblan cuando las sostiene para guiarme hasta el agua caliente.

—Es normal —me dice con su frente sobre la mía y con el agua cayendo arriba de nosotros—. Es embarazoso, sí, pero no hicimos nada malo como para escondernos.

—Dimas...

—Te amo —musita—. No hicimos nada malo, Cristy.

Asiento despacio con el nudo atorado en la garganta.

—Me da mucha pena...

—Lo sé, princesa —sonríe—. A mí también, pero sucedió. No tenemos que avergonzarnos por compartir momentos íntimos, somos una pareja.

—Pero...

—Tú los viste, ¿no?

Genial, lo que me faltaba recordar.

—Sí...

—¿Alguno sintió vergüenza al día siguiente?

—No...

—Porque no es nada malo.

Cierro los ojos al abrazarlo. Escucho el latido de su corazón apenas normalizándose con el repiqueteo de las gotas de agua como fondo. Es una ducha rápida, estamos listos para salir a la sala mucho antes de lo que quiero. Dimas me pregunta si desea que baje primero, pero prefiero que lo hagamos juntos.

—Ellos no te juzgarán —me sonríe—. Son tus amigos.

—Pero, Aura...

—No lo hará. Y si en alguna parte de tu mente crees que todavía me importa, pues estás equivocada...

Ni si quiera pasó eso por mi mente, pero me alegra escucharlo.

—Bien...

Aura y Eric están sentados en el otro sofá con los álbumes fotográficos sobre el regazo.

—El otro sofá es radioactivo —comenta Eric sin levantar la vista del álbum.

Aura pone los ojos en blanco y le pega en el hombro.

—Íbamos tan bien —ríe Dimas—. En ese caso la sala de juntas es radioactiva

Aura y yo somos las únicas sonrojadas mientras ellos ríen por lo divertidos que creen que son sus comentarios.

—Ignóralos —me pide Aura—. Mejor hablemos de lo lindas que son estas fotografías.

Dimas me guía hasta sentarme a su lado y me abraza para que refugie el rostro en su pecho, no puedo evitar sentir algo de pena. Aura nos mira con ternura cada poco rato mientras me pregunta cosas sobre mi infancia capturada en ese álbum; por su parte Eric comparte una mirada cargada de confidencialidad con Dimas.

—Deberías exigirle al millonario aquí presente que te regale una cámara fotográfica profesional —opina Eric—. Tienes talento.

—¿Quieres una? —me pregunta Dimas.

—No. Estoy bien así.

Aura saca una fotografía del álbum, permanece demasiado rato mirándola hasta que provoca curiosidad también en nosotros.

—¿Pasa algo? —pregunta Eric.

—¿Eres tú en esta foto? —desea saber Aura.

Me enseña la fotografía que hizo Mike, asiento.

—Sí, tendría once o doce años.

—Eres realmente preciosa —suspira—. Me recordó a un cuento en el que estoy trabajando, ¿puedo fotografiarla?

—¿Fotografiar una fotografía? —sonríe Eric.

Normalmente empezarían uno de esos debates sin sentido, pero Aura aguarda por mi respuesta sin prestarle atención al chico.

—Sí, claro...

—¿Estás bien? —le pregunta Eric—. ¿Pasa algo?

—No, Eric, sólo estoy presionada con todas las ideas que tengo en la cabeza.

Regresa la fotografía a Dimas después de capturarla con el celular. Ya no vuelve a unirse a la conversación, parece perdida en sus ideas. Eric nos ha contado que suele ponerse así cuando tiene alguna escena en la mente que todavía no escribe.

Me pregunto qué idea podría generarle una fotografía de mi niñez.

—¿Todo bien, Cristy?

—Sí.

Están emocionados por volver a casa. Aura menciona lo feliz que está Federico de recibirnos en el bar la noche del viernes. Me parece que han pasado siglos desde que pisé por última vez ese sitio.

Dimas ha tenido razón al decir que no hicimos nada malo. A la mañana siguiente de encontrar juntos a Aura y Eric, hemos platicado sin que se avergonzaran. No, no puede ser nada malo mantener intimidad con tu pareja. Son esos temas que poco a poco comienzo a comprender.

☆★☆

Dimas estuvo mucho más que maravilloso en el concierto del jueves. Salté, canté y festejé el verlo tan seguro de sí mismo al bromear con Eric arriba del escenario y obtener una ovación de gritos femeninos ensordecedora.

Me costó contener la emoción con el corazón rebozando de orgullo y felicidad, creo que Aura se sentía igual, pero no pudimos acercarnos cuando terminaron la presentación. Una radiodifusora local organizó un concurso donde el premio fue una convivencia rápida con The Witcher. Las ganadoras ya estaban detrás del escenario en espera a que la sensación del rock nacional saliera del camerino. Por supuesto que no les importó esperar cuando se encontraron a Gray y a Eric, nos vimos apartadas por las diez chicas que gritaban eufóricas al verlos.

Es normal rodearse de seguidores, pero no pude evitar recordar que así se conocieron Mike y Nidia. En cada chica temí encontrar una rival, me costó mucho mantenerme impasible y no gritar un agradecimiento a Toni cuando robó toda la atención.

—Tierra llamando a Cris —susurra Dimas a mi oído.

Acepto la mano que me extiende antes de entrar a Arabella. Los demás ya se han adelantado. Dimas se detiene en varias ocasiones para saludar a alguien y, aunque conozco a la mayoría, prefiero dejarle guiar la plática. Un rato después llegamos a la larga mesa donde están los demás. Captura mi atención descubrir que Gigi platica animadamente con un chico que acaba de conocer, jamás podría hacer eso. Fueron varias las ocasiones en que alguien flirteó conmigo y ninguna en la que le siguiera el juego, no sé cómo hacerlo. Creo que no está en mis genes, admiro a las personas que pueden conseguirlo. Si consideramos que en la boda de Aura y Eric me tomó toda la noche armarme de valor para platicar con Dimas, es sencillo deducir que soy un fiasco para conocer personas.

—¿Lo conoces? —inquiere Dimas.

—No. Sólo me sorprendió.

—¿Qué cosa?

—Ver que... bueno... —Abro mucho los ojos cuando el chico susurra algo al oído de Gigi—. Eso.

—No entiendo —sonríe.

Suspiro y acomodo detrás de la oreja el mechón de mi cabello que ha escapado de la coleta.

—Flirtear.

—¿Flirtear?

—Bueno, coquetear, ligar o como sea... Es sólo que he leído muchos libros y así suelen decirle en las historias.

—Entendí a la primera —ríe y me besa en el dorso de la mano—. ¿Qué no entiendes sobre eso?

—Cómo pueden hacerlo...

Dimas mira a Gigi y sonríe.

—No es tan complicado como componer una canción.

—¿Seguro?

—¿Nunca lo has hecho? ¿Hablar con un extraño?

—No —murmuro—. No puedo.

—Lo noté el día del festival —recuerda—. Cuando te conocí, era como si te rodeara una muralla y no permitieras a nadie acercarte.

—¿Por eso no intentaste nada? —pregunto y bajo la vista con las mejillas ruborizadas.

—En parte... Comenté algunas cosas como que te admiraba mucho, ¿recuerdas? —asiento—. Pero reías o cambiabas el tema, creí que no te agradaba y lo dejé así.

No, la realidad fue que estaba tan nerviosa que ni sabía qué decir.

—Lo lamento.

—Eso ya está en el pasado, ahora estamos juntos, ¿no? No es malo ser tímida o reservada, Cris... Mientras sea tu elección, no porque tienes miedo. Justo ahora hay un grupo de tipos mirándote sin importarles que estemos hablando.

Me señala discretamente hacia la otra mesa y, en efecto, tres chicos se giran al verse descubiertos.

—Qué pena.

—¿Por qué? Eres una chica linda, Cris... No lo olvides.

—¿No te hace sentir celoso?

—Claro que sí —ríe—. Tengo un grave problema con los celos, pero me recuerdo que seré yo quien duerma contigo, no ellos...

Ay, Dios.

Muerdo mi labio inferior y me obliga a soltarlo con una suave caricia de sus dedos sobre mi boca. Un segundo después me besa de forma lenta y tierna hasta hacerme dejar de escuchar la música que nos rodea.

Bere suspira al vernos y comenta lo tiernos que somos, ahora parece que quiere iniciar una campaña para clonar a Dimas. Es agradable estar con ellos, no puedo dejar de sonreír. Henrik me contesta el gesto con una palmada en la rodilla, pues se ha sentado a mi otro lado.

El líder de MalaVentura corrió a abrazarme desde que me vio la tarde del jueves, su presencia me ha hecho sentir mucho mejor. Incluso estuve a su lado durante el viaje en autobús hasta Mérida, conversamos sobre cientos de temas, se ha ganado un sitio especial como mi amigo.

Federico llega unos minutos después con Karina, ambos nos dan la bienvenida. Soy la más reciente del grupo así que no tengo mucho de qué hablar con ellos por lo que me limito a escuchar. El dueño del bar le tiene mucho cariño a Eric, no deja de decirle lo orgulloso que se siente cada vez que escucha algo sobre él.

Lamentablemente, no todo es alegría. La novia de Paolo ha ido y está a su lado, Henrik finge ni verlos. La chica, por otro lado, le cuesta apartar la mirada de Henrik; por su expresión sé que se siente en completa desventaja, me he sentido así.

Henrik lleva el cabello suelto sobre los hombros y se rebajó la barba, sus ojos grises se ven casi de color plata con la tenue luz del bar. Es realmente guapo.

—¿Y ahora? —me pregunta Dimas.

Aparto la mirada del rubio y le sonrío.

—Nada.

—¿Sólo te cautivó Henrik? —bromea.

—Dimas...

Él niega sin dejar de sonreír y se acerca a mi oído.

—¿Está mal si te digo lo mucho que deseo irme para estar a solas contigo?

El calor llega a mi rostro en un segundo.

—No...

Tira un poco del cuello de mi blusa y me besa. Su respiración cálida y el tacto suave de sus labios me hacen cerrar los ojos.

—Eres muy inocente...

Sus palabras son un murmullo casi inaudible. Al apartarse percibo el deseo en su mirada, yo también quiero irme cuánto antes.

Llegamos por la tarde a la ciudad. El autobús nos dejó en el departamento de Dimas. La enorme fotografía nos ha recibido en la sala. La contemplamos por un rato, creo que en efecto elegiremos a Jean para trabajar con nosotros. Las cosas se pusieron tensas al entrar a la habitación donde compartimos tantas noches y, antes de que se complicara más, Dimas se metió a la ducha. Yo disfruté como niña pequeña rodando sobre su enorme cama y enredándome en la sábana, me he dormido.

Dimas me despertó con un beso. Permanecimos besándonos, acariciándonos y permitiendo que la ropa sea nuestra barrera por mucho rato hasta que anocheció. Entonces me llevó a la ducha y continuamos bajo el agua.

Estuve a punto de pedirle que me hiciera el amor. Ese sitio resguarda tantos recuerdos felices como dolorosos, quiero cerrar ese ciclo de una vez por todas.

—Si continúan mirándose así provocarán un incendio —interrumpe Henrik.

Me sonrojo y rompo el contacto visual con Dimas.

—Lo arruinas, Henrik —dice éste.

—Para eso están los amigos —bromea.

Me disculpo para ir al baño y rechazo la compañía de Dimas, creo que soy capaz de ir sola. Sin embargo, al toparme con la larga fila de espera empiezo a arrepentirme. Intento distraerme observando a la banda que se presentará en unos minutos, ya están terminando de conectar sus instrumentos, no resisten los deseos de lanzar un par de miradas al sitio en donde están Gray y MalaVentura.

—¡Cris! ¿Por qué no usas el baño en la oficina de Fede?

Karina casi me ha provocado un ataque cardíaco.

—¿Puedo?

—Claro —sonríe—. Así evitas la fila.

La chica se aleja en dirección a la caja registradora y hecho un último vistazo a la larga fila que parece no avanzar. Resignada, me encamino hacia la oficina de Federico, cualquier cosa es mejor que permanecer rodeada de tantas personas sin Dimas cerca.

El color negro de mi blusa y pantalón me hacen ver muy pálida. La imagen que me regresa el pequeño espejo del baño es sin duda la de una chica cansada e insegura con un cabello desastroso. Nidia es quien suele teñirlo, pero no creo que quiera verme.

Hay demasiadas cosas sucediendo como para que no me afecten. Mike no nos acompañó ya que desea pasar el fin de semana con su novia y mejorar la situación entre ellos; no obstante, fue a despedirnos al hotel. En el preciso instante en que nos abrazamos ha recibido una llamada de una Julieta y la única que conozco es la hermana de Eric, pero Mike no me ha querido decir nada al respecto.

—Cristal.

Cierro con brusquedad la puerta del baño presa del sobresalto. Lucy está sentada en la silla giratoria de la oficina de Federico, no luce muy feliz.

—Hola Lucy...

Ya debe saber que estoy con Dimas y que ha sido mi culpa que le dejara de costear su viaje con nosotros.

—¿Cómo has estado?

—Bien.

—¿Sin más ataques de pánico? —pregunta con una sonrisa de autosuficiencia que me hela la sangre—. Los chismes corren rápido.

—Sin mas ataques de pánico.

Lo mejor es salir de aquí cuánto antes.

—Me esperan...

—¿Dimas? —pregunta sin borrar esa sonrisa.

—Sí...

Los brazos me pesan al escuchar ese nombre en su voz.

—Tengo unas fotografías suyas que te interesarán —dice mientras revisa su celular—. Deberíamos intercambiar o algo, ¿no crees? Después de todo nos acostábamos con él durante el mismo tiempo.

Extiende el Smartphone en mi dirección, insiste en que lo sostenga, pero no quiero. Tengo mucho miedo de lo que pueda encontrar.

Lucy resopla, se incorpora de un brinco y camina a grandes zancadas hasta mí.

—Te gustarán.

Sé que debo apartarme, pero no lo consigo. Termino por ver la fotografía en la pantalla del aparato electrónico. Es Dimas recostado en la cama, sonríe, y por el ángulo de la fotografía deduzco que Lucy estaba arriba de él.

—Le prometí que las borraría, pero no tiene que saberlo —ríe por lo bajo.

La sangre se convierte en una masa espesa que recorre con dificultad por mis venas, me hace sentir lenta.

—Esta es mi favorita.

Desliza el dedo sobre la pantalla, suelto un chillido bajo que la hace reír, pero me ha tomado por sorpresa verlos besándose.

No puedo con esto.

—¿Qué haces?

No lo sé...

—¡¿Qué te sucede?!

El sonido del celular rompiéndose contra la pared responde tanto las preguntas de ella como las mías. La chica corre a recoger los restos de su celular y me grita que estoy loca.

—Tengo que irme.

Abandono la oficina todavía escuchando las amenazas de Lucy en el pasillo, pero estoy ocupada en intentar esbozar una débil sonrisa o Dimas sospechará. Lo que he visto en esas fotos está en el pasado, hemos decidido dejarlo atrás, no puedo reclamarle por ello. Ya sabía sobre eso y las demás chicas... ¿Por qué me cuesta superarlo?

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