Capítulo 19

☆★☆

No pude conciliar el sueño, fue imposible. Es el primer día en el que podría levantarme a la hora que quisiera y no, no pude. No existe ser humano capaz de conciliar el sueño después de ver lo que he visto.

La ciudad empieza a despertar, el amanecer se escurre sobre el cielo y la brisa fría acaricia mis mejillas. Cruzo los brazos sobre el metal del barandal y escondo el rostro en éstos.

No sé por qué tenía que ver eso...

Por la madrugada un ruido me despertó, no quise decirle a Dimas porque lo vi muy tranquilo durmiendo. El pent-house es seguro, así que no me preocupé demasiado, creí que sería una ventana abierta o algo por el estilo. Bajé a la cocina en busca de un vaso de agua, en el camino encontré la computadora de Aura en el sofá por lo que supuse que ella debía estar por aquí.

El ruido provenía de la sala de juntas, un golpeteo constante en la madera. Debía ser Aura, ¿no? Ni se me ocurrió preguntar en voz alta antes de asomarme en la puerta entreabierta. Y no debí asomarme, vaya que no.

Presencié una escena diga de película pornográfica, es totalmente comprensible el rubor que cubre mi rostro con el recuerdo. Me congelé en mi sitio, no pude moverme presa del pánico y la vergüenza. Permanecí ahí, frente al momento más íntimo de una pareja como una completa voyerista.

La pareja era nada más y nada menos que Aura y Eric, ¡tampoco tengo idea de qué hace Eric aquí!

Dimas tuvo razón al decir que son intensos, eso es decirlo de alguna forma. Son intensos, ruidosos y... tiernos, muy tiernos. Creo que esa fue la razón por la que permanecí ahí. Me pareció irreal que pudieran decirse todas esas frases cursis mientras hacían el amor así.

He descubierto con exactitud qué causa esas marchas en las muñecas de Aura, jamás volveré a ver la hebilla de calavera sin morir de vergüenza.

Estoy muy, muy, apenada.

Vi a Eric como sus admiradoras mueren por verlo, pero sólo su esposa puede hacerlo. Descubrí que conserva el famoso piercing del que hablaban todas las chicas que querían acostarse con él o se habían acostado con él, o sea, media capital. Él levantó la vista, me descubrió ahí de pie como estúpida; sus impresionantes ojos negros se quedaron fijos en mí por interminables segundos. Aura siguió su mirada, exclamó mi nombre, sólo así mis piernas se activaron y corrí de regreso a la habitación. Dimas casi despertó cuando me metí a la cama, le pedí que me abrazara muy fuerte y obedeció entre sueños.

Las inseguridades afloraron, sin importar lo sincera que ha sido Aura conmigo. Si Dimas está acostumbrado a estar con una chica que puede hacer cosas como esa... ¡Debe morir de aburrimiento conmigo! Todavía tiemblo con sus caricias y me lleva un rato tranquilizarme. Quizá debería hablar con Sofía, pero la idea me avergüenza lo suficiente para ni querer intentarlo. Tal vez es hora de buscar ayuda profesional como dijeron Nidia y Mike, conservo el número de la psicóloga en algún sitio.

—Buenos días.

La voz rasposa de Eric me provoca un respingo. Esboza esa media sonrisa como si adivinara que muero de pena. Su cabello está recogido en una coleta baja, algunos mechones escapan de ésta. La playera, bajo el abrigo negro, está arrugada. No hay rastros de su cinturón, ¿por qué estoy buscando su cinturón?

—¿Recuerdas cómo respirar? —Ladea la cabeza.

—Sí.

Pero lo había olvidado, demonios.

Me entrega una de las dos tazas de café que ha traído consigo. Bajo el brazo sostiene mi tableta electrónica y la libreta que usé la noche anterior, deposita ambas arriba del sofá aterciopelado de la terraza.

—Tienes cara de desvelada.

¡Porque son unos ruidosos!

—Igual tú.

Eric enarca una ceja, sus labios siguen el movimiento y me regala una imagen que Gigi y Berenice matarían por ver. Los hijos de Aura y Eric poseerán la sonrisa más seductora del planeta.

—Creo que volviste a olvidar cómo respirar. —Maldición—. Cristal, podemos fingir que nada pasó, ¿estás de acuerdo?

Se recarga a mi lado, en el barandal, y aguarda por mi respuesta mientras bebe de su café.

—Me parece bien.

—Perfecto. Entonces deberías preguntarme qué hago aquí o cuándo llegué porque se supone que no me has visto.

Paso el peso de mis talones a las puntas de los pies y de regreso, es un comportamiento infantil que hace mucho no usaba.

—Buenos días, Eric...

Eric ríe, vuelvo a sonrojarme, es como si cada gesto estuviera fríamente calculado para dejarme nerviosa.

—Buenos días, Cris... ¿Cómo estás?

—Desvelada —respondo con una mirada de soslayo—, ¿y tú?

—Igual, se podría decir.

Intercambiamos una silenciosa mirada que rápido es sustituida por una risa divertida. Esta es la maravillosa cualidad de Eric, sabe cómo hacerte sentir en confianza. Con otra persona sería imposible que estuviera tan relajada luego de verle teniendo relaciones sexuales, con él es diferente. Es justo de lo que habló Aura, cómo Eric pudo darle el empujoncito que necesitaba para creer en ella misma.

La ciudad ya ha despertado mientras bebemos nuestros cafés. No sé cuántas veces pasé frente a este edificio sin imaginar que unos años después estaría en la terraza del pent-house con Eric. Las vueltas de la vida, supongo.

—¿Fue una visita sorpresa para Aura?

—Sí. —Su voz adquiere ese brillo que solamente ella provoca—. Me pasé diez minutos frente a la puerta de su habitación hasta que Minerva salió a decirme que seguramente estaba en el pent-house...

Calla y frunce el entrecejo.

—¿Qué?

—Creí que estaba con... ya sabes.

Si alguien como Eric, con una relación tan sólida e increíble como la que tiene con Aura, puede sentir esas inseguridades, deduzco que debe ser normal en mortales como yo.

—Aura viene a escribir cuando no estamos, supongo que anoche se habrá dormido en el sofá.

—Sí, me contó —continúa—. Llamé a su celular, me contestó despertando, eso fue... ¿por qué estaría durmiendo en el pent-house?

—Te entiendo.

Mejor de lo que piensas.

Asiente de forma casi imperceptible.

—Lloró cuando me vio en la videocámara del ascensor...

Suspiro, enarca la ceja con esa forma tan suya de hacerlo.

—¿Suspiras de amor?

—No —espeto como si fuera una tontería—. Es el café.

No dice nada, pero no parece creerme.

—Por cierto, esa fotografía de Aura ha sido perfecta... ¿Tomaste algún curso o algo por el estilo?

—No, pero tu esposa es una chica muy fotogénica.

—¡Lo sé! Pero no me cree...

Entorno los ojos.

—Con esa sonrisa puede salir bien en cualquier foto.

—Tu también tienes una sonrisa muy linda, Cris. Estoy seguro de que Dimas siempre te lo dice.

Mi sonrojo contesta su pregunta. Espero que no diga nada más, porque los momentos en que suele decírmelo es cuando estamos abrazados en la cama.

—Hablando de él. —Se gira en busca de los dos objetos que dejó arriba del sofá—. Aura me platicó algo sobre un video y el oído absoluto, pero estaba medio dormida y no entendí la mitad de lo que dijo... ¿De qué hablaba?

—Es una tontería —musito apenada—. Nada de importancia.

Eric se sienta en el sofá, me invita a imitarlo.

—Dijo que Dimas pasó una prueba o vio un video... Era difícil entenderla...

Un mechón de su cabello escapa de la coleta, sonríe al notar que he seguido el movimiento.

—Si sigues mirándome así es probable que Dimas decida arrojarme de la terraza.

Balbuceo lo suficiente para hacerlo reír.

—¡No es eso! —exclamo abochornada cuando las palabras deciden salir de mi boca—. No es nada de lo que piensas... ¡En serio!

—No pienso nada, ¿debería pensar algo?

—¡No! —chillo—. Es sólo que... —No me atrae en lo más mínimo, es simplemente el misterio que siempre lo ha rodeado el que resulta imposible de ignorar—. Creo que eres una persona muy atractiva, pero no me atraes, ¿me entiendes?

—Claro que sí, Cris... —Me revuelve el cabello—. También pienso que eres una chica muy hermosa. No te sonrojes así, Aura piensa igual que yo.

—Gracias...

Eric me entrega la tableta electrónica y mi libreta.

—¿Me explicas eso del video o prueba o lo que sea?

—Es una estupidez.

—¿Por qué?

—Porque no existe el oído absoluto, fue una pérdida de tiempo.

—No te creo.

Intento convencerlo de que ha sido una tontería, pero no me presta mucha atención mientras utiliza mi tableta electrónica. Interrumpe mi perorata al entregarme el aparato con una página de internet abierta.

—Lee eso, Cris.

Es información sobre el oído absoluto, Eric investigó. Existe mucho debate sobre si es natural o aprendido, pero en pocas palabras dice que es real.

—Entonces... ¿Me explicarás?

No puede ser peor que el ridículo que pasé con Dimas...

Eric presta mucha atención a la misma explicación que dijera por la noche a nuestro vocalista, su expresión de concentración cambia por una de determinación.

—Reproduce el video.

—Eric... Es seguro que reconoces las notas.

—Lo sé. —Me hace un guiño—, pero quiero comprobarlo.

—No tiene sentido...

—¡Claro que sí! —insiste—. Empieza.

Dimas no ha fallado ni una sola nota la noche anterior así que utilizo esas anotaciones para revisar las respuestas de Eric. Él me pide que le diga al instante si se equivoca o no, al principio no falla ninguna. Conforme avanza el video la dificultad aumenta, comienza a dudar cada vez más antes de contestar.

—¿Está bien mi respuesta?

Reviso la libreta.

—No.

—¡No te creo!

Eric tira de la libreta, se la arrebato y vuelve a quitármela... ¡Es un niño pequeño! Reímos mientras forcejeamos con el cuaderno.

—¡Cristal! —exclama con una sonrisa—. Estás mintiendo, ¿verdad?

—¡Que no! —rio—. Ya fallaste varias.

—No confío en ese video... Buscaré otro.

Intenta agarrar la tableta electrónica, pero también la aparto sin dejar de reír.

—¡El video está bien!

—¡Soy mejor en el piano que Dimas!

Pongo los ojos en blanco, Eric cruza los brazos indignado.

—Eso no tiene nada que ver.

—Tiene todo que ver.

—Eric.

—Cristal, déjame buscar otro video.

—¡Que no es el video!

—¡Me niego a fallar tantas!

Es como mirar a un niño pequeño en medio de un berrinche porque no le han comprado la paleta que quiere. Imaginarme a un pequeño Eric berrinchudo me hace soltar una carcajada. Lo imagino con cabello largo cubriendo medio rostro al estilo emo y con una playera negra de un pony dark.

—¿Te estás riendo de mí?

Intenta parecer enojado, no lo consigue.

—No —miento entre risas—. Un poco.

—¡Cristal! ¡No es divertido! Tengo años estudiando música.

Abrazo la tableta electrónica y la libreta contra mi pecho. Respiro despacio hasta que la risa cede.

—Todavía falta la mitad.

—¿La mitad? ¿Cuántas falló Dimas?

—Ninguna.

—¡Es un pinche nerd!

—Creí que dijiste que tu no fallarías ninguna.

Eric abre la boca, la cierra y empuja mi frente despacio con la palma de su mano.

—Muy lista, Cris...

—Buenos días —La tierna voz de Aura nos interrumpe.

Me aparto de su esposo al instante. Ella me sonríe de forma tranquila como si no le molestara. Lleva el mismo vestido gris de la noche anterior con algunas arrugas que antes no estaban.

No pienses en eso... ¡Ellos no ayudan!

Aura se sienta en el regazo de Eric y se saludan con un beso rápido; luego recarga su cabeza en el pecho del chico.

—¿Qué hacen?

Eric le explica del video, el cual asegura que está mal, pues es imposible que falle tantas notas.

Me gusta observarlos interactuar, ese ha sido el motivo por el que los viera la noche anterior. Se aman lo suficiente para demostrarlo con una simple mirada, no necesitan decir en voz alta lo mucho que significan el uno para el otro.

De repente, tengo muchos deseos de ver a Dimas. Me pregunto si continuará durmiendo, así podría meterme bajo la sábana con él.

—¿Quieren continuar? —pregunto al entregarles la tableta electrónica—. Al final están las respuestas.

—Bien —sonríe Aura—. Veamos si eres como Mozart.

Los dejo riendo en el sofá cuando a la primera Eric se vuelve a equivocar. La sonrisa prevalece en mi boca cuando entro a la cocina por un vaso de agua. Encuentro a Dimas recargado en la encimera con una expresión muy seria que me hace borrar la curvatura de mis labios.

—Hola —musito.

—Buenos días...

Me observa mientras me sirvo agua, sobra decir que me deja muy nerviosa sentirme analizada por él.

—¿Despertaste temprano?

—No dormí bien —confieso.

—Me hubieras despertado...

¿Y decirle que acababa de espiar a Aura y Eric? Jamás.

—Parecías muy cansado.

—¿O no querías decirme que viste a Aura con Eric?

Me atraganto con el agua, Dimas me da unas palmadas en la espalda y se disculpa.

—Ella me dijo...

—Fue un accidente —justifico con la voz ronca.

Dimas me abraza por la cintura, recargo las manos sobre su pecho.

—También me dijo que pareció que llevabas un rato ahí.

Odio su amistad tan comunicativa. Bueno, no la odio... ¡Pero es incómoda!

Mi silencio responde a la pregunta de Dimas, no he encontrado una mentira creíble.

—¿Te interesa Eric?

¿Ah?

—¿Qué? ¿Por qué?

—No sería raro —musita—. Incluso Aura me ha dicho que podría ser posible, que quizá deberíamos hablar al respecto.

—¿Qué?

—Los vimos —explica—. Como lo mirabas y se reían...

—Dimas —titubeo—. No me interesa Eric.

—Cristy...

—Mírame —Sostengo su rostro con una caricia—. Sólo me interesas tú.

—Pero él siempre te hace sonreír y...

—Porque es mi amigo, eso es todo.

Sus ojos están ensombrecidos por la tristeza.

—Estoy contigo —digo muy bajito—. No quiero estar con nadie más...

Dimas busca mis labios, respondo a su tímido beso.

—Perdóname por lo de anoche —susurra sobre mis labios—. No fue por ti, sino por mí.

—No entiendo.

Él suspira y mira alrededor.

—Yo soy la persona que puede traerte a sitios como éste o comprarte guitarras de edición limitada, pero no el que es particularmente talentoso en la música...

—Pero dijiste que no existía, hoy leí que...

—Ya sé, es un eterno debate —sonríe—. No eres la primera persona que me lo dice. Minerva lo intentó, pero reaccioné igual y no volvió a mencionarlo.

—¿Por qué?

—Ya te lo he dicho... No soy especial.

—Me prometiste que ibas a creer más en ti mismo...

—Es complicado.

Adoro el tono de su voz por las mañanas, es más ronco de lo normal.

—Ven —le digo al tirar de sus manos.

—¿No iremos al gimnasio?

—No, preferiría quedarme en cama viendo la televisión, ¿podemos?

O solamente abrazarnos...

—Claro, Cristy...

Me sigue hasta la habitación mientras en el exterior Aura y Eric siguen riendo. Ni encendemos la televisión, si no que nos recostamos en la cama. Él me guía hasta sentarme arriba de él a horcajadas como hicimos tantas noches en su departamento.

—¿Entonces admites que eres especial? —pregunto al ayudarlo a quitarse la playera.

—En verdad creo que se debe al tiempo que llevo en esto.

—Yo no, sé que lo eres.

—Cristy.

—Dimas —imito su tono mientras me deleito con su esculpido abdomen—. Eric falló muchísimas.

—Eso escuché, pero no significa nada... Quizá estaba distraído o cansado.

No me extrañaría que estuviera cansado después de esa noche con Aura.

—Créeme —pido—. Por favor.

Peina mi cabello con los dedos y me contempla de aquella forma en la que puede hacerme sentir muy especial.

—De acuerdo... Admitiré que es un poco raro que reconozca todas las notas sin una referencia.

No tomará bien que comience a adularlo, reprimo mis palabras. Recuesto la cabeza sobre su pecho y acaricio la superficie oscura de su tatuaje.

—Me encanta tenerte así. —Pasa su mano sobre mi espalda por arriba de la tela del pijama—. Me recuerda cuando quería decirte lo mucho que te quería.

—Fueron días difíciles...

—Y yo sé que dije muchas cosas que te hirieron, pero no entendí lo mucho que te necesitaba hasta que creí perderte... Entonces comprendí que eras la única persona que quería en mi vida.

—¿Cuándo fue eso...?

—Cuanto te marchaste de la fiesta en el club... Me negué a perderte por una conversación estúpida ocasionada por mis miedos.

—Dimas...

—Fui quien tuvo la acompañante más hermosa de la fiesta.

—¿Y Aura? —pregunto con la mirada en su rostro.

—De seguro para Eric ha sido la mujer más bella en el lugar, pero para mí lo fuiste tú. Siempre lo has sido tú.

—¿Sin importar que yo...?

Callo, aunque Dimas no detenga sus caricias lentas sobre mi espalda o emita palabra alguna, sé que sabe sobre lo que hablo.

—¿Soy aburrida cuando nosotros...?

—¿Aburrida? ¿A qué te refieres?

—¿Nunca te has aburrido cuando...?

No quiero decirlo. Dimas se toma un momento para entender a qué me refiero.

—¿Cómo puedes decir eso? Eres mi fantasía, ¿recuerdas?

Escondo el rostro en su pecho y asiento.

—Nunca me he aburrido contigo cuando hacemos el amor, Cristy... Eres tierna y te entregas por completo, no puedo aburrirme con eso...

Su corazón late despacio, disfruto escucharlo a la par de su respiración y sus palabras.

—Cuando terminemos con todo lo relacionado con los compromisos de Gray deberíamos tomarnos unas vacaciones —Trazo pequeños círculos en su pecho con mi dedo índice—, ¿no crees?

—¿A dónde te gustaría ir?

—A una playa solitaria con una cabaña donde estemos apartados de todos.

—Me agrada la idea —desliza su dedo sobre mi mejilla—. Sólo el mar y tú, eso sería como el paraíso.

Su voz ronca me eriza al mezclarse con esas palabras. Me incorporo y dejo que mi cabello caiga sobre un hombro hasta rozarle la barbilla.

—Y nada más me preocuparía por hacerte el amor, Dimas...

Muerdo mi labio inferior al no saber de dónde he sacado el valor para decir algo así. Él me toma por la cintura con delicadeza. Su mirada se centra en la mía como si no existiera nada más en el universo.

—¿Quieres hacerme el amor, Cristy?

¿Puedo? ¿Seré capaz?

—Sí...

Me acerca despacio por la nuca hasta sus labios, exhalo un suspiro al besarlo. Mis manos tocan con timidez sus hombros, los músculos están rígidos bajo mi tacto. Creo que siempre se contiene conmigo, sabe que no estoy lista para algo como lo que puede hacer Aura, quizá nunca lo esté.

—Quiero hacerte el amor —Roza su nariz en mi barbilla—. Sentirte sobre mi piel... —Su boca busca mi oreja donde suspira sus siguientes palabras—: Y hundirme en tu calor...

Voy a rendirme...

—Dimas...

—¿Quieres...?

Las palabras no escapan de su boca, pues lo interrumpo con un beso que captura la necesidad que tengo de él. Necesito sentirlo con urgencia, en cada centímetro de mi cuerpo. Nuestros movimientos me muestran que está tan excitado como yo. Tira de mi blusa, la saca con jaloneos y casi arranca el sujetador liso de algodón.

—Me encantas...

Se incorpora un poco sobre la cama, se sostiene con los codos, y captura uno de mis pezones en su boca. Abrazo su cabeza y dicto el suave vaivén arriba de su cadera. Gime por lo bajo cuando, al enredar mis dedos en su cabello, tiro de sus rizos.

Su celular recibe una llamada, la melodía nos distrae un poco, pero decide no contestar. No obstante, a la llamada le siguen varios mensajes que tampoco revisa.

—Tengo miedo —jadeo.

Él se aparta con la respiración acelerada mientras la melodía de su celular resuena otra vez como fondo.

—Puedo detenerme.

—No... Sólo temo que no te guste que yo... No sería nada malo si no quieres estar con una persona que está dañada, que posee tantas cicatrices y...

Coloca mi mano sobre su pecho, puedo sentir los latidos acelerados de su corazón.

—No estás dañada. —Sus ojos azules tienen las pupilas dilatadas—. Y estar contigo es lo mejor que pudo pasarme.

—¿Seguro...? Si me rechazas cuando... No lo soportaré, Dimas.

—Jamás te rechazaré, Cristy...

Lleno mis pulmones de aire con la firme convicción de no permitir caer más lágrimas. Dimas me envuelve en uno de esos brazos donde nada puede herirme.

—Lo arruiné, ¿verdad? Si no hubiera dicho nada, nosotros...

—¿Qué significa hacer el amor, Cristy? ¿Sólo son las relaciones sexuales con la persona que amas o es mucho más que eso?

Busco su mirada con ese tono de azul sin nombre que sólo adopta para mí.

—¿No hacemos el amor todo el tiempo? ¿Cuando te miro y me sonríes? ¿O cuando te abrazo por la noche porque de otra forma ninguno de los dos puede dormir? —pregunta casi en un susurro—. ¿No estamos haciendo el amor así?

—Dimas...

Me tiembla el corazón.

—Nunca he sentido esto por alguien, Cristy. Nunca. Estos deseos de que entiendas a cada segundo lo importante que eres para mí... Por eso sé que hacer el amor es mucho más que el sexo con la persona que amas, es lo que me haces sentir. Se ha convertido en mi motor, la razón para abrir los ojos cada mañana; el saber que lo primero que veré será tu sonrisa y mi reflejo en tu mirada. Eso es hacer el amor —Ni poseer un tanque de oxígeno habría evitado que cayeran las lágrimas—. Paso a paso, no hay prisa...

En sus palabras no ha quedado espacio para las dudas. Agradezco intentando transmitirle todo mi amor en un gesto tan simple como un beso. No podría separarme de él tanto tiempo como Aura de Eric, debe ser muy difícil. Ya sé que no es correcto pasar todo el tiempo con tu pareja, pero supongo que son los pequeños pasos que debo empezar a dar, uno a la vez; por ahora estoy bien así, aquí, esto es justo lo que necesito.

—Me gustaría que esto durara toda la vida.

Sus ojos se abren con sorpresa a la par de los míos. El peso de mis palabras cae sobre nuestros hombros. No sé cómo interprete lo que he dicho, ni yo sé cómo interpretarlo. Es culpa de Dimas, siempre me hace hablar sin pensar.

—A mí también —dice, después de unos segundos, con una sonrisa—. Para siempre.

Me abraza con tal fuerza que me hace daño, pero contesto con la misma intensidad. Quiero verme a través de sus ojos, sentirme con su piel, escuchar sus pensamientos, decirle a mi corazón que lata al ritmo del suyo; es la idea más loca y coherente he tenido.

El celular de Dimas recibe otra llamada, la ignora de nuevo. Me relajo entre sus brazos inhalando el aroma inconfundible de su piel, el mismo que se impregnara a su abrigo y me mantuviera soñando con nuestro reencuentro.

Quiero estar con Dimas como no he anhelado nada antes. No sé lo que eso significa o si debe significar algo, pues sólo he amado a dos personas de forma tan diferente que es imposible de comparar.

El teléfono del pent-house nos sobresalta. Reímos de lo graciosos que nos hemos visto cuando brincamos sorprendidos con el repiqueteo de teléfono.

—¿No responderás?

—No. Nada es más importante que esto.

Beso su cuello, donde es más sensible, así casi es posible escucharlo ronronear.

—¿Y si son tus padres?

—Mi madre estará feliz de saber que hemos solucionado las cosas.

—¿Por mi carita preciosa?

—¿Puedes culparla? —recarga su frente sobre la mía—. Estoy enamorado de esa carita preciosa.

—Me harás llorar otra vez.

—Eso es bueno —sonríe—. No es malo llorar o estar triste, Cristy. Es parte de la vida, ayuda a sanar.

Hago un leve gesto de asentimiento al tiempo en que el teléfono vuelve a repiquetear.

—Quizá sí debería contestar —suspira—, ¿está bien?

—Claro, tienes que dirigir un reino desde la torre de tu castillo.

Sonríe, todavía posee ese tierno gesto cuando extiende la mano en busca del auricular. No obstante, la alegría abandona su rostro cuando escucha a su interlocutor, ni le ha permitido saludar. Su mirada se centra en la ventana con la clara expresión de haber recibido una noticia devastadora.

—¿Qué pasa? —pregunto nerviosa.

Dimas niega despacio, sólo responde a su interlocutor para decirle que en un momento bajará.

—La demanda que te dije —explica con la mirada perdida al cortar la llamada—. Se ha complicado.

—¿Por qué?

Me aparto para dejarle salir de la cama. Está desubicado, como si alguien le hubiera propinado un fuerte golpe en la cabeza. Tarda unos segundos en recordar en dónde está su ropa

—Era el gerente, siempre ha sido muy alarmista, pero no sé... —Su mirada vaga por la habitación en busca una respuesta colgada en las paredes—. Es grave.

—¿Qué tan grave?

Regresa la mirada a mí como si estudiara cada centímetro de mi cuerpo. No siento vergüenza de tener el torso desnudo, el miedo es mayor en estos momentos.

—Podríamos perder todo...

—¿Cómo? ¿Qué? —Ni puedo hilar los pensamientos—. Eso es imposible.

—No es nada por lo que tengas que preocuparte... —Menea la cabeza—. ¿Sí? Se solucionará.

Revisa su celular, lee los mensajes que recibiera.

—¿Quieres que vaya contigo?

—No, no te preocupes. —Su sonrisa carece de emoción—. Los demás bajarán a desayunar al restaurante, ¿por qué no vas con ellos?

—Pero...

Dimas se sienta de nuevo en la cama.

—Lo solucionaremos, tranquila.

—¿Y tus padres?

—Estarán en una videoconferencia, creo. Tengo que apresurarme.

Se encierra en el baño sin decir más, mucho menos sabe que contemplo la puerta por demasiado rato. Viví con miedo tantos años que he aprendido a detectarlo en los demás y, sin temor a equivocarme, Dimas está asustado.

He pasado por alto muchos detalles del pent-house, como el borde dorado del espejo o los delicados hilos del cordón de la cortina. Estos hoteles son un imperio que ha construido su familia durante generaciones.

Deben tener un ejército de abogados y, aun así, en mi infinita inocencia quiero ayudarlo. Ni debería preocuparme, estoy segura de que lo solucionarán, pero lo hago. Todas las cosas que dañen a Dimas, también me dañan a mí; así funciono ahora.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top