Capítulo 14
☆★☆
El golpe en la espalda me hace abrir los ojos.
La oscuridad es absoluta.
Hay alguien en la habitación.
Cubro mi boca, intento callar los sollozos o me pegará.
Gateo hasta el rincón, abrazo mis piernas.
No quiero que me toque.
No quiero.
La piel arde donde toca, quiero clavar las uñas y arrancar el pellejo, desprenderme de la capa superficial que ha dañado.
Una lámpara se enciende.
No está el póster de Sailor Moon.
La sábana no es rosa.
No es mi habitación.
Unos impresionantes y clarísimos ojos azules me observan a poca distancia. La preocupación y tristeza que los embargan son tan grandes que me hacen llorar de nuevo.
Las lágrimas no paran, aunque ejerzo presión en mis ojos como si eso pudiera detenerlas.
No es mi habitación.
No me sucedió a mí... Fue a...
Esos ojos son tan dulces y comprensivos.
Fue a Camila, ella soy yo, fue a mí.
Me duele respirar.
—¿Quieres que me vaya?
Dimas.
Está sentado frente a mí con las piernas cruzada sobre el suelo. El frío traspasa mi pijama, como debe suceder con su ropa.
—No.
Extiendo la mano despacio hacia la suya, acaricia mi dedo índice y esboza una sonrisa comprensiva. Quiero acercarme y refugiarme en sus brazos, pero me siento débil, todavía aturdida. Permanecemos un rato así, en silencio, sólo con su suave caricia sobre mi piel.
—¿Qué pasó? —pregunto en un tono casi inaudible.
—Creo que tuviste una pesadilla, ¿la recuerdas?
—No, ¿te pegué?
—No, Cristy —sonríe. Quiero llorar otra vez—. Retrocediste y te caíste de la cama.
—Qué elegante...
Dimas se acerca un poco. Hago un leve asentimiento y lo invito a desparecer la distancia entre nosotros.
—Lo lamento —musito cuando ya está a mi lado—. Hace mucho que no me sucedía.
—No te disculpes por eso... ¿Quieres recostarte en la cama o podemos quedarnos aquí o puedo quedarme yo aquí y tu en la cama?
—¿Por qué te quedarías aquí?
Dimas muerde su labio inferior y suspira.
—No sé qué hacer, Cristy... Soy muy torpe, no quiero hacer algo que te haga sentir mal...
Me pregunto si notará lo mucho que ha cambiado. Ya no es el mismo chico que se marchaba sin importarle si sus palabras me herían o no.
—Estoy bien. —Tocó su mejilla para guiarlo hacia mí. Dimas recorre mi rostro con una mirada cálida, se detiene en mis labios que buscan los suyos en un beso suave.—. A veces todavía me sucede, aunque pueden pasar meses. Es sólo que la discusión con Mike me ha alterado.
—No me gusta verte así...
—Estoy intentándolo.
Se incorpora y me extiende las manos, de un tirón me ayuda a ponerme en pie. Aparta la sábana, con la que me arropa cuando me recuesto. Entonces pregunta si puede abrazarme por la espalda, la respuesta es un absoluto sí.
—¿Podrías dejar la lámpara encendida?
—Claro, Cristy.
Besa mi nunca varias veces hasta que consigue inundarme con un agradable estremecimiento. Es reconfortante saber que, sin importar las pesadillas, Dimas está para consolarme después.
Gabriel se aprovechó del bar, ha bebido lo suficiente para que el personal del hotel lo ayude a llegar a su habitación en compañía de una apenada Minerva. Fue hasta ese momento, cuando ya todos regresábamos a nuestras habitaciones, que Dimas me confesó que por la tarde pidió que subieran nuestras cosas al pent-house. Esta vez no ha sido por el lujo, sino por la seguridad. El lugar cuenta con cámaras de seguridad y ascensor privado.
Aura estuvo un rato con nosotros hasta que Eric le envió un mensaje para decirle que le haría una video llamada. La chica ha estado muy triste la mayor parte del tiempo, está muy unida a Eric. La única razón por la que aceptó tomarse unos días lejos para escribir es porque está muy atrasada con su manuscrito.
—¿Estás durmiendo?
—No, Cristy —responde sobre mi cabello.
—¿Por qué ya no me llamas princesa?
Dimas suspira.
—Así empezó a llamarte Nicolás...
—Pero se refería a la música, ¿no?
—Sí.
—Ahora estamos en la torre de tu castillo —bromeo—. Eres un príncipe.
Me encanta su risa cuando me abraza.
—Quiero ser tu princesa —continúo medio en broma y medio no.
—No me necesitas para ser una princesa.
—Pero sólo tú me haces sentir así...
Suspira una vez más antes de besarme en el hombro. El silencio que nos rodea es agradable, hasta aquí no llega el barullo del tráfico ni los sonidos que suelen escucharse en los hoteles. Estamos seguros, incluso la puerta de la habitación tiene varios pasadores para mayor protección.
—Soy muy cursi —murmuro.
—Sí, lo eres.
—¿Es malo?
—No, me encanta que seas así.
Estaba tan agotada que me dormí apenas recosté la cabeza en la almohada. Desperté por unos segundos cuando Dimas se acomodó a mi lado para dormir, pero es todo. No me preguntó por la discusión o por qué me he sentido mal en el autobús, respeta mi privacidad. No obstante, es necesario que conozca esas partes de mí.
—Mike estaba celoso. —Debo ser sincera.
—Lo sé.
¿Cómo?
Giro entre sus brazos, Dimas esboza una sonrisa triste al encontrarse con mi mirada.
—¿Cómo que lo sabes?
—Es obvio.
—Pero no es porque sienta algo por mí.
—¿No? —pregunta, incrédulo.
Ordeno mis ideas, no planeo soltar un montón de explicaciones que terminen por confundirlo más. Empiezo a contarle desde el video que vimos en el autobús hasta la discusión con Mike.
—Estabas enamorada de él cuando empezó con Nidia...
—Sí, fueron días pesados...
—Y luego yo...
—No —interrumpo—. Es diferente...
Dimas acaricia mi mejilla con la punta de su dedo, baja hasta mi barbilla, sigue la línea de mi quijada y desciende sobre mi cuello hasta la clavícula.
—Y conmigo no finges...
—¿De todo lo que te he dicho y recuerdas eso? —Escondo la mirada—. No debí contarte...
—Significa mucho para mí, Cristy.
—¿Sí...?
—Claro que sí —musita—. Eres importante en mi vida.
Me refugio en su pecho donde el latir de su corazón se propone a arrullarme.
—Tú también lo eres en la mía.
—¿Mucho?
—Mucho.
Se aparta para agarrar el celular que ha dejado sobre la mesita de un costado.
—¿Quieres escuchar la canción ahora? —me pregunta.
—Sí, claro...
La melodía inconfundible de Work me, Lord escapa del celular. Es una de las canciones más inspiradoras y aterradoras que he escuchado en mi vida. No conocí a Janis Joplin hasta que empecé a aprender a tocar la guitarra, Mike me prestó los discos para escucharla con más detenimiento. A pesar de estar con él, me identificaba con la canción. Cuando se fue con Nidia se convirtió en un himno silencioso, ya no podía escucharla sin llorar.
—La escribió Rick Gravenites.
—Aura me contó que también le hablaste sobre Summertime... Nunca me dijiste que eras admiradora de Janis.
—No soy muy buena hablando sobre mí.
—Deberías intentarlo conmigo.
Dimas se sostiene en un brazo y me presta toda la atención del mundo, creo que así lucía en clases.
—Aprendí primero a tocar la guitarra eléctrica, la acústica fue después.
—¿En serio? Yo aprendí con la acústica desde pequeño. Mis padres me inscribieron a clases cuando era un niño.
—De niña sólo cantaba o eso creía —rio por lo bajo al traer aquellas memorias al presente—. Iba por la casa con mi guitarra invisible cantando a The Beatles porque mamá era una admiradora incondicional de la banda.
Recuerdo su sonrisa al verme cantar Can't buy me love sin poder pronunciar bien todas las palabras.
—¿Y a ti te gustan?
—Me gusta más The Rolling Stones.
Dimas coloca una mano sobre mi vientre por arriba del pijama.
—Igual a mí.
Se recuesta a mi lado y su rostro descansa en mi hombro.
—No fui a su último concierto porque quería quedarme contigo... Ya tenía mi boleto.
—¿Qué? —Dimas se incorpora y me arroja una sincera mirada de incredulidad—. ¿Conseguiste boleto para The Rolling Stones y no fuiste por mí? ¿Estás consciente de lo que hiciste?
—Me gustó quedarme contigo...
—Tendré que recompensar eso —suspira—. Iremos a un concierto de ellos.
—No tienes que hacerlo.
—Quiero hacerlo...
La voz de Janis nos acompaña, pide a Dios que no la abandone. Dimas parece sumergirse un instante en la melodía, no se percata de la forma en que estudio su rostro. No sé cuántas chicas darían lo que fuera por estar aquí con él, conocerlo de la forma en que comienzo a hacerlo. Tampoco sé si él se sentirá así conmigo, como una persona afortunada por tener la dicha de estar aquí, juntos.
—¿Por qué esta canción...?
—Así me sentí muchos años.
Parece comprender la fuerza que la letra puede adquirir si atraviesas algo parecido.
—Pero... ¿Ya no te sientes así?
La guitarra eléctrica invita a Janis a desnudar su alma con aquellos versos.
—No —musito.
Ya no.
Extiende su brazo hacia mí para invitarme a acurrucarme con él. Ha dejado la canción repitiéndose, lo noto erizarse cuando empiezo a cantarla. No es mi mejor interpretación, pero Dimas parece pensar que sí.
—Si decides volverte solista lo entendería —suelta cuando callo en la parte de la guitarra—. O si quieres ser la vocalista principal de la banda.
No respondo, sólo sonrío, soy feliz en dónde estoy, con ellos, con él deleitándome con su voz en el micrófono. Dimas interpreta mi silencio, dice que desaprovecho mi talento, encojo los hombros.
Han pasado muchos años desde que no pudiera terminar de cantar esta canción sin echarme a llorar abrumada por mi soledad. Ya no me siento así, he cambiado. Dimas también es otro, no es ese chico que se fue llorando en la boda de su exnovia. Los secretos han empezado a emerger, a mostrar la dolorosa verdad, eso cambia a cualquiera. Sin embargo, he aprendido que es el único camino correcto por seguir, sin importar las lágrimas, tampoco el dolor. La verdad siempre ganará, es lo único que nos traerá paz.
☆★☆
La vida sedentaria no me preocupa, el ejercicio nunca ha sido uno de mis pasatiempos favoritos. Mike me convencía de salir a caminar, Nidia logró que corriera unas cuadras, pero eso es todo. Creo que debo estar agradecida con mis genes por mi complexión delgada, espero que sean por parte de mi madre.
El gimnasio del hotel posee maquinas suficientes para no hacer fila en ninguna. Dimas me dijo que tenía que ver algunas cosas con el gerente por encargo de sus padres, me alcanzaría apenas se liberara, pero ya me arrepentí de no esperarlo en el pent-house.
La mayoría de chicas que suelen asistir al gimnasio son extrovertidas, alegres y con cuerpos que no requieren pasarse horas en este lugar. Me siento diminuta al caminar frente a tres chicas que usan la escaladora elíptica, para mi desgracia la única libre está al lado de ellas.
¿Por qué acepté venir?, me pregunto mientras subo a la maquina que posee los controles necesarios para pilotear una nave espacial. Ah, sí... Quise venir porque Dimas vendría. Imaginarlo rodeado de chicas tan guapas como las que están a mi derecha me hizo sentir unos celos infantiles y ridículos.
Minerva entra al gimnasio luciendo su esbelta figura con un entallado conjunto rojo que deja ver su abdomen plano. Yo, a diferencia de Minerva que va preparada para toda ocasión, me he puesto un pantalón ancho que suelo usar para dormir y una playera blanca de Dimas.
Las chicas a mi lado repasan a la violinista de pies a cabeza, una de ellas comenta que esa cintura definitivamente es obra de la cirugía plástica.
¿Esa mujer era novia de Dimas? Pobre Aura, pobre de mí.
La violinista se detiene en la puerta como si esperara por alguien, unos segundos después entra Dimas, están conversando. No sé si él nota cómo varios hombres están a punto de morir aplastados por una pesa por no poder concentrarse en lo que hacen, sólo en ver el prominente trasero de la tapatía.
—Ese chico está para montarlo toda la noche —suelta una de las mujeres a mi lado.
¡¿Qué?!
—O el día.
—O ambos.
Ríen de sus propias bromas, ignoran por completo el sonrojo que ha invadido cada centímetro de mi piel. Intento ignorarlas concentrándome en la pantalla de la máquina en la que estoy.
—El otro no está nada mal...
Se refieren a Nicolás, está con Gabriel y Cedric al otro lado del gimnasio en la sección de las pesas.
—¿Cuántos años tendrá?
—Ya no usa pañales así que es legal.
Más risas.
Dios mío... ¿Esa es una conversación sobre chicos? Espero jamás terminar en medio de una plática así.
—Ojitos viene para aquí —silba la chica a mi lado y se acomoda la coleta de cabello castaño.
En efecto, ojitos viene hacia mí. Su expresión es seria, incluso parece enojado; no obstante, una sonrisa dulcifica su rostro al descubrirme sonrojada con su proximidad... ¡Dimas ignora que las chicas de al lado están recitando un Kama Sutra con él como protagonista! Las mujeres enmudecen cuando él se detiene a mi lado, no tengo idea de qué cara tendrán.
—¿Estás bien? —pregunta divertido.
Niego con vehemencia.
—¿Cómo te fue?
—¿No me dirás por qué no estás bien?
Las chicas y yo compartimos una mirada, regresamos la atención al frente como si tuviéramos un resorte en el cuello.
—No, después.
El próximo año, por ejemplo.
—Bueno...
Dimas cruza los brazos y se recarga en la máquina. Se concentra en observarme de una forma peculiar, como si tuviera que armar un rompecabezas y la pieza faltante fuera yo.
—¿Pasó algo?
—No —responde muy serio—. Nada por lo que tengas que preocuparte.
—¿Seguro?
—Sí —esboza una sonrisa tensa—. Una demanda para el hotel de la que no podemos escapar, mis padres no lo han tomado muy bien.
—Lo lamento.
Dimas se encoge de hombros.
—Se solucionará.
Me pregunto si se ha percatado que habló sobre el negocio de sus padres como si formara parte activa de éste.
—Dijiste nosotros cuando hablaste sobre el hotel.
—¿Lo dije? —Se pasa una mano sobre el cabello, la ajustada playera blanca se ciñe sobre sus músculos—. La costumbre.
Dimas se despide con un beso rápido para ir a correr con Minerva en las máquinas del fondo. Me pregunto si alguna vez Aura notó la bonita pareja que hacen esos dos. No puedo controlar mis celos sin importar que ellos ya no son nada.
¿Desde cuándo soy así de celosa? Es un mal negocio ser insegura en este medio, es común relacionarte con personas atractivas, así es esto.
Dimas se recoge el cabello en una diminuta coleta, las cuatro chicas en fila suspiramos al mismo tiempo, ellas se disculpan atropelladamente. Sonrío sólo por hacer algo, en parte las entiendo, yo igual me embobo mirándolo.
Mis energías son escasas, unos minutos después bajo de la escaladora. Ya me ha sucedido cuando corría con Nidia que no lograba terminar el día. Hoy necesito estar bien, debo enfrentarme a Mike en un rato. La idea me provoca un leve mareo, no quiero hablar con él.
Acompaño a Gabriel, Cedric y Nicolás que parecen estar en una competencia de pesas. Ocupo uno de los banquitos libres mientras continúan entrenando y dispuestos a tomar el ejercicio ya como una rutina. Gabriel quiere que todos luzcan bien, entiende cómo funciona esto; todas quieren a un vocalista con los cuadritos marcados. Anoche hablaron de buscar un entrenador profesional cuando regresen a casa.
Nicolás me observa a través del espejo, no se ha percatado de que lo descubrí. Su mirada no está en mi cara, si no más abajo. La blusa blanca se ha adherido al sujetador deportivo que ahora se transparenta.
Cuando era más joven me incomodaba que los hombres me miraran. Otra cosa para agradecer a mis genes son las generosas curvas que heredé de algún antepasado, solía esconderlas con ropa muy holgada hasta que Mike me convenció de que no debía vivir así.
—Perdón —balbucea Nico apenado al notar que lo he descubierto.
—Gracias —dice Gabriel.
No entiendo de qué habla hasta que encuentro a Dimas acercándose. No tengo tiempo de preguntarle qué sucede, porque su lengua termina dentro de mi boca. Está agitado por haber pasado un rato corriendo, así que se aparta pronto en busca de aire. Ni pude disfrutar del beso por la sorpresa.
—Dimas —murmuro—. ¿Qué...?
—Quiero hacerte el amor —jadea a mi oído no sé si por el ejercicio o por el beso, tal vez por ambos. Yo sigo sorprendida sin poder seguirle el paso—. No, necesito hacerte el amor... Como aquella vez cuando me dijiste que querías sentirme muy dentro tuyo y gritaste mi nombre...
¡Ya entendí!
Por fortuna no dice más o quizá me habría desvanecido sobre las pesas. Recuerdo esa noche a la perfección con todas esas cosas que le dije y lo mucho que le ha gustado escucharme.
—Y por eso tengo que tranquilizarme —añade con una risita—. Creo que volveré a correr un rato.
—¿Qué? ¿Por qué?
Ni sé si pregunto por qué debe tranquilizarse o por qué volverá a correr. Es lo que causa con todo ese magnetismo sexual que suelta a diestra y siniestra.
—Si nos vamos ahora no sé si me controle...
Yo no sé si quiero que se controle o me lleve a la habitación.
—Dimas...
Vuelve a besarme sin cerrar los ojos, la intensidad con la que nos miramos es casi palpable.
—No quiero presionarte, Cristy... Discúlpame, no debí decir eso... Yo...
—No, Dimas... Está bien...
También quiero estar contigo, pero me asusta que te apartes cuando recuerdes por lo que he pasado.
—Cristal...
Dimas nota que varias personas nos observan, sólo nuestros amigos nos han dado privacidad. Él permanece un rato más al lado de mi banquito, luego se aleja a entrenar con los demás. Toda mi atención está en él como la niña enamorada que soy. Para mí es el chico más fuerte, guapo, inteligente, talentoso, en fin, el mejor de todo el mundo. Puedo pasarme horas aquí en mi banquito simplemente mirándolo entrenar, casi babeando con los músculos que se tensan bajo la playera azul.
Nos marchamos con el tiempo justo para tomar una ducha y llegar a la disquera, eso no lo detiene para pasar un rato conmigo. Apenas salimos del ascensor que lleva al pent-house, me carga por la cintura para llevarme así hasta el baño de la habitación principal, es decir, se las ingenia para subir las escaleras conmigo en brazos. Reímos en los escalones donde casi pierde el equilibrio o cuando se golpea el codo con la puerta del baño. No paramos de reír ni cuando nos desnudamos. No siento vergüenza de que observe mi cuerpo, tampoco al mirarlo excitado.
Coloco la palma de mi mano sobre su tatuaje en el pecho, su piel se siente tan caliente. Dimas me atrae despacio por la nuca, su boca busca la mía mientras me empuja hacia la ducha. El agua caliente nos cubre, se lleva parte de dolor con ella.
☆★☆
Era decente en la música, eso conformaba mi persona. No soy buena en el ejercicio, ni en la cocina, ni en muchas cosas que otras personas dominan con facilidad, pero en la música lo era. Era.
El bajo eléctrico es un instrumento fuerte, con demasiada personalidad; puede ser el alma de la banda completa.
—Creo que sí se repetirán esas discusiones sin sentido —comenta Gabriel.
No sé por qué ha dicho aquello o el motivo de las risitas que le siguieron. Mi concentración está en Nicolás con el bajo eléctrico en color café que fue un regalo de Dimas. El chico tampoco presta atención, sólo levanta la vista hacia mí en ciertas ocasiones.
—Ya. —Rompe mi burbuja Nicolás al dejar de tocar—. Dejen de molestar.
Suspiro, yo quería escucharlo. Recargo la cabeza en el hombro de Dimas y busco su mirada, me observa de forma misteriosa.
—¿Pasa algo?
—No... —acaricia mi mejilla—. No pasa nada.
Dimas me ha mentido al decir que no le pegué durante mi pesadilla, pues en la ducha encontré el moretón de la patada que le propiné en la espalda.
—¿Quieres intentarlo? —me pregunta Nico y me ofrece su bajo eléctrico.
—No, gracias —respondo en voz baja—. Estoy cansada.
Lo que es verdad. Mi condición física es inexistente.
—Yo intentaré —dice Gabriel al aceptar el bajo eléctrico—. ¿Qué hago?
Dimas me besa en el cabello mientras se distrae en el celular. Estamos sentados en uno de los largos sofás en el estudio de grabación. Mike no se ha presentado, ya lleva más de una hora de atraso.
La lección de bajo eléctrico apenas empieza cuando un ojeroso Mike abre la puerta.
—Perdón por el retraso —murmura—. Me estaban avisando de que mañana les harán un examen de sangre por orden de más arriba.
Nunca nos hicieron algo así con anterioridad.
—¿Por la mañana? —inquiere Mina.
—Sí, eso parece.
Mike ocupa su asiento frente a la computadora sin decir nada más. Se ve cansado como si no hubiera dormido la noche entera. También lo noto triste, espero que no discutiera con Nidia.
Sé que debería hablar con él, pero no sé de qué...
—Tranquila —me susurra Dimas—. Concentrémonos.
Dimas tiene que hacer una llamada a sus padres por la tarde, se irá antes de la disquera, por eso quiere que nos apresuremos. Minerva es quien toma el control de la situación al confesarnos que se desveló encontrando la melodía adecuada, su emoción es tal que mientras habla saca su violín transparente. Se adueña de la cabina de grabación sin preguntar, nos sorprende con un sonido melancólico que precede a la canción de forma perfecta.
—Les dije que era buena idea —sonríe Nico.
Gabriel está a punto de meterse a la cabina y besarla.
—Es maravilloso —acepta Mike—. Quiero revisar unas cosas de las canciones anteriores antes de continuar, ¿les parece?
Estamos de acuerdo, por supuesto que sí. Minerva parece satisfecha con el comportamiento de Mike, pues parece querer llevar las cosas con calma. No obstante, se niega a mirarme o reconocer mi existencia. Prefiere dirigirse a Dimas para hablar las partes de la guitarra, de todas formas, yo no puedo hacer mucho en ese tema.
Volcamos tanta atención en el álbum que no me parece que han pasado horas cuando Dimas ya debe marcharse.
—Te veo en el hotel —dice sobre mis labios antes de besarme—. Prométeme que me llamarás si algo sucede.
—Lo prometo.
Dimas le pide a Cedric que me cuide y se marcha con rapidez, Mike ni si quiera finge que lo alivia su ausencia.
Por segundo día consecutivo Mike se marcha de imprevisto, nos deja en el mismo silencio incómodo, pero hoy las cosas han avanzado para bien. Cedric cumple su promesa a Dimas de cuidarme, se mantiene a mi lado durante el camino de regreso desde la disquera hasta la puerta del ascensor que me conduce al pent-house.
El sitio me recibe con demasiado silencio, luce enorme sin la presencia de Dimas. No le he enviado ningún mensaje, aunque ganas no me han faltado. Me debato entre enviarle un simple hola o no cuando recibo un mensaje de Mike, sin leerlo ya sé que me dolerá.
Mike: No puedo regresar el tiempo, pero puedo compensar el daño que te hice. Te prometo que daré todo de mí para que el álbum de Gray sea algo fuera de lo común. Te quiero, Cami. Lo siento mucho.
Cristal: ¿Quieres que hablemos? Yo también te quiero.
Me recuesto en el sofá a esperar su respuesta, pero en el fondo sé que no contestará.
Hace muchos años estuve en este mismo lugar sin saber que en un futuro me enamoraría de quien fuera a heredar el hotel, qué irónico. Una de las muchas formas de entender que el destino existe.
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