Capítulo 13

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Mike se enojó conmigo, no le agradó la decisión que tomé. No me dirige la palabra mientras discute con los demás sobre los arreglos de una de las últimas canciones del álbum. Tampoco presta mucha atención a las opiniones de Dimas.

Nos ha anochecido en la disquera. Estoy agotada, creo que todos lo estamos. Mike hizo honor a su fama de adicto al trabajo, pues sólo nos permitió llevar nuestro equipaje al hotel para venir a la disquera. En mi caso tuve que ir a su casa por mi maleta para llevarla al hotel con Dimas, esa es la razón de su enojo.

—¿Podemos escuchar la canción una vez más? —sugiere Cedric.

Hemos escuchado la misma canción una infinidad de veces porque hay algo que no cuadra. La letra es muy Dimas con su obsesión por las historias de terror; versa sobre las sombras que acechan por la noche, murmullos que nadie más escucha, y temas que me provocan mucho miedo.

Dimas me besa en la frente cuando recargo la cabeza en su hombro. Estamos sentados en uno de los sofás largos mientras prestamos atención a la canción.

—El violín —murmuro.

Mike me arroja una mirada tan rápida que seguramente pasa desapercibida para todos, menos para mí. Finge que no me escuchó, pero Minerva arruina sus planes al preguntarme qué sucede con su parte.

—No, es perfecta, ¿pero no podrías iniciar la canción? Se escucha muy vacía sólo con la guitarra.

Minerva pide a Mike que repita la canción. La dedicación de la violinista es admirable, es la única que no parece a punto de dormirse de pie.

—Puede ser... —Calla un momento mientras mueve la mano derecha al ritmo de un arco imaginario—. ¿Qué piensan ustedes?

—Vale la pena intentarlo, ¿no? —opina Gabriel.

—No lo sé —comenta Mike—. Ya es muy repetitivo iniciar con el violín.

—Sólo se ha usado en la introducción de la versión en vivo de Caer —contradice Dimas, se gana una mirada reprobatoria de nuestro productor.

—Como quieran —espeta éste—, pero opino que es una mala idea.

—Yo creo que Minerva es una violinista buenísima y que aprovecharnos de eso está bien —sonríe Nico—. ¿Voy por tu violín?

—Sí, por favor.

Mike nos da la espalda mientras Minerva desenfunda su violín acústico en color morado. Prueba varias veces con la canción como fondo, pero su dedicación no es suficiente para contrarrestar el cansancio que entorpece sus dedos.

—Esta semana tiene que estar listo o estaremos en problemas —advierte Mike—. Si mañana temprano no encuentran lo que quieren modificar se quedará así.

Los chicos hablan al mismo tiempo, incluso Dimas parece reaccionar de su letargo. Ellos no conocen a Mike, así que no entienden la expresión en su rostro, esa que grita que no le importa en lo más mínimo nuestras preocupaciones, sólo quiere irse a casa.

Mi decisión de quedarme en el hotel podría no ser la única causa de su enojo.

Aura ya le contó a Dimas sobre lo que hablamos. Su reacción fue acurrucarse conmigo en el autobús. Me despertó cantándome bajito al oído algunas canciones de Gray. Al llegar a la ciudad me acompañó a casa de Mike para ayudarme a empacar. Aprovechó que estábamos solos en la habitación para decirme que quiere escuchar la canción conmigo porque desea conocerme más. Sus palabras me hicieron sentir bien, querida, protegida. Una cosa llevó a otra, un beso tierno se cargó rápido de pasión. Los abrazos condujeron a la cama, su boca buscó más piel, sus manos odiaron la tela que nos separaba. Me enteré de la presencia de Mike cuando azotó la puerta al salir. Sobra decir que terminamos de empacar en tiempo récord.

Mike se marchó de casa sin despedirse de nadie, Nidia estaba bastante contrariada. Dimas y yo venimos a la disquera en taxi, comprobamos que nuestro productor continuaba de un humor terrible.

—Consúltenlo con la almohada —dice Mike y recoge su portafolio—. Nos vemos mañana.

Sale del estudio de grabación sin preocuparse en apagar el equipo de producción o esperar que Gabriel termine de comentarnos su opinión.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta Cedric todavía con la vista fija en la puerta que acaba de atravesar Mike.

Dimas y yo nos encontramos bajo un intenso escrutinio.

—Quizá se ha enojado porque decidí ir al hotel con ustedes...

Omito deliberadamente el nombre de Dimas; de todas formas, los ojos se dirigen hacia él.

—¿Por qué le enojaría eso? Es normal que quieras estar con tu novio —opina Minerva mientras guarda su violín en su maltratado estuche negro—. Ese no es motivo válido.

—Creo que ha sido porque nos vio un poco cariñosos... —añade Dimas con el mejor tono casual que puede—. Lo solucionaré, en serio.

—Ese tampoco es un motivo válido —insiste la violinista—. No tienes que solucionar nada.

Dimas los observa con sincera sorpresa.

—No tiene nada de malo —suspira Nico—. Opino igual que Mina.

—Ellos tienen razón —agrega Cedric—. Debió ser otra cosa, ¿no?

—¿Qué podría ser? —medita nuestro líder—. Lo que sea espero que no afecte con el álbum.

—Hablaré con él. —Abandono el sitio al lado de Dimas—. No se preocupen.

Gabriel me agradece, se ofrece a apagar todo el equipo mientras hablo con Mike. Dimas es el único que no parece feliz, compruebo que es así cuando me detiene por la muñeca antes de que logre salir del estudio. No logro preguntarle qué sucede, pues me sujeta con delicadeza por la barbilla y me besa. Me gustan sus besos lentos, esos que saborean mis labios y los mordisquean lento; son los besos que más me gusta que compartamos. Puedo derretirme entre sus brazos con mi boca sobre la suya, sin el más mínimo deseo de apartarme de él.

—¿Estás celoso? —bromeo

Minerva evade mi mirada cuando la descubro observándonos, no disimula la sonrisita en los labios. Todavía me cuesta acostumbrarme a las muestras públicas de afecto, me encantan. Dimas cada vez parece más orgulloso de estar conmigo.

—Sí.

—¿Ah? ¿Por qué?

Se encoge de hombros y suspira.

—Olvídalo... Suerte.

Besa mi frente, beso su nariz. Dimas esboza una sonrisa tierna mientras me alejo, compartimos algunas miradas sobre el hombro hasta que doblo en la esquina del pasillo. Dimas no debería sentir celos de nadie.

Encuentro a Mike en el estacionamiento camino a su automóvil. Grito su nombre varias veces sin que se detenga, dudo mucho que no me escuche. Gira en mi dirección cuando ya casi choco contra su espalda.

—¿Qué?

Retrocedo un paso para poner distancia de por medio.

—¿Qué sucede?

—¿Es en serio? —pregunta Mike con incredulidad.

No espera por mi respuesta, sino que continúa su camino hacia el BMW azul oscuro.

—¿Es en serio qué?

Retomo la marcha tras de él, sus pasos son más largos que los míos así que casi corro para mantener el ritmo.

—Camila, no estoy de humor para estas cosas.

—Soy Cristal.

Mike se detiene, freno en seco.

—¿Quién te dijo que era sano adoptar ese nombre como si fuera realmente el tuyo? ¿Dimas?

—No, ha sido decisión mía.

Lo he decidido en este mismo instante.

—Eres Camila.

—Lo sé, no dije que no lo fuera. Sólo que ahora me identifico más con el nombre de Cristal... Y ese no es el punto.

—¿Y cuál es?

—Tu actitud... ¿Qué ocurre?

—¿Y me preguntas a mí? —Lanza una mirada al cielo en una súplica muda como si no pudiera dar crédito a mis palabras—. ¡Eres tú la que se llevó todas sus cosas de casa!

—De tu casa.

—Nuestra casa.

—No, es casa de Nidia y tuya. Ya no vivo ahí.

—¡No empieces con esas tonterías...! —brama y me hace retroceder otro paso. Su rostro normalmente imperturbable se desdibuja por el coraje—. Bien sabes que es tu casa, que siempre tendrás las puertas abiertas.

—Si fuera mi casa no tendría las puertas abiertas porque usaría las llaves.

—¿Es eso lo que quieres, Camila? ¿De eso va toda esta tontería?

Mike saca su llavero. El maletín cae sobre el asfalto del estacionamiento, lo suelta al forcejear con las llaves hasta que logra separar una de éstas.

—Toma —La extiende hacia mí, es la llave con la gomita roja que siempre ha usado él.

—No dije que quería una llave...

—¡Agárrala! —grita.

Niego despacio. Mike tira de mi mano, sin importarle mi negativa, y me clava la llave en la palma. Suelto un quejido a la par del dolor que estalla sobre mi piel, Mike parece reaccionar. Ninguno detiene la llave que cae al lado de su maletín.

—Mike, ¿qué...?

—Disculpa...

Mike desactiva la alarma de su automóvil que está apenas a unos metros de nosotros.

—¿Por qué hiciste eso? —pregunto con el corazón acelerado sin comprender nada de lo que sucede. Mike nunca había sido violento conmigo—. ¿Mike?

Él decide ignorarme. Recoge su maletín dispuesto a llegar hasta el BMW, pero me interpongo en su camino cuando sólo está a un par de pasos del vehículo.

—¿Mike? ¿Qué sucede?

—¿Qué quieres de mí, Camila, Cristal o lo que sea? —suspira con un profundo agobio que se exterioriza hasta cada una de sus palabras—. ¿Qué carajos quieres de mí?

—¿De qué hablas? —Extiendo las manos en un intento desesperado por encontrar una explicación lógica a lo que sucede—. Sólo quiero saber por qué estás enojado conmigo.

—No estoy enojado contigo, ¿ya puedo marcharme?

—¿No estás enojado? Me ignoraste la tarde entera y...

Mike inhala muy profundo, se gira unos segundos y cuando regresa su atención a mí parece derrotado.

—Sólo quiero irme a casa... Mañana estaré bien, lo prometo.

—Pero... Mike...

No sé qué más decir. Es claro que algo muy grave sucede con Mike. Permanece en silencio frente a mí, sólo que por primera vez el cabizbajo es él, no yo.

—¿Finges con Dimas?

La pregunta la suelta sin levantar la mirada, no obtengo más pistas de a qué se refiere.

—¿Disculpa?

—Eso, contesta.

—No entiendo la pregunta.

—Cristal —ríe por lo bajo y, por fin, me mira a los ojos—. ¿Finges disfrutar con Dimas? ¿Finges los orgasmos?

—¿Disculpa? —repito ya sólo por decir algo y no quedarme muda.

El calor sube por mi rostro hasta las orejas, ¿por qué me pregunta eso? Yo jamás he intentado saber algo de su vida íntima con Nidia.

—Conmigo fingías.

Si mi quijada cae más es posible que llegue al suelo como en las caricaturas.

—Eso no es verdad —titubeo.

No siempre...

—Te conozco.

Avanza un paso, retrocedo, pero el automóvil no me deja continuar.

—¿Có... cómo...? —tartamudeo—. ¿Tú...?

—Siempre lo supe... No eres buena mintiendo.

El calor que siento es tal que la frente se me perla de sudor. Me cuesta mantenerla la mirada, también entender por qué me pregunte sobre estos temas cuando sabe lo mucho que me incomodan.

—Y hoy te vi —dice y levanta un dedo en mi dirección que cae casi en el mismo segundo como si no encontrara la convicción para continuar señalándome—. No estabas fingiendo... ¿Cuánto tiempo tienen juntos? ¿Meses? ¡Yo estuve contigo por años!

Esto es una pesadilla, despertaré en cualquier momento. No es posible que Mike esté diciendo todo esto, él nunca me haría esto, ¿o sí...?

—Dimas sólo chasquea los dedos y corres a sus brazos.

—Detente, Mike... ¿Por qué...? —Intento ordenar mis ideas—. ¿Y qué importa ya todo eso? Está en el pasado.

—¿Así lo solucionas?

—Mike, no tiene sentido...

—¡Me arriesgué por ti! —Saca a flote aquello que siempre le agradeciera—. ¡Pude ir a prisión! Esperé por ti años hasta que estuviste lista y... —El automóvil me recuerda que no puedo retroceder más—. ¿No merecía que al menos lo intentaras?

Dios mío.

—Lo intenté...

—No lo suficiente.

Se gira con las manos en la cintura, camina en círculos con la mirada en el cielo.

—Me presionabas, Mike.

—¿Qué? —se vuelve hacia mí—. ¿Presionarte? ¿Esperar años es presionar?

—Siempre me preguntas si estaba lista y... —dudo. Yo no soy tan valiente para soltar todo esto con tanta facilidad—. Notaba cómo me mirabas.

—Porque te amaba, Cris... Quería estar contigo.

—Pero tenía mucho miedo.

Estrujo el borde de mi suéter, hago bolita la tela, la enredo, tiro de ella; no quiero recordar nada de eso.

—No me dijiste eso cuando...

La imagen de la habitación a oscuras, con la televisión encendida como única fuente de luz, vuelve súbitamente.

—¡Claro que lo hice! —exclamo agobiada por las memorias—. Pero dijiste que no me dolería, que...

Me cubro el rostro. No quiero recordar eso, duele hacerlo.

La primera noche que hice el amor con Mike fue después de ver una película. Ya no recuerdo ni cuál era, quizá me bloqueé un poco o sólo he omitido el nombre por ser un hecho irrelevante, son dudas que siempre tengo anidadas en la cabeza. La película poseía varias escenas eróticas, noté cómo Mike observaba mis reacciones en cada una. Yo lo amaba, me esforcé por él, creo que nunca fue suficiente porque no llené sus expectativas.

—Ya, por favor. —Casi ni puedo escuchar mi propia voz—. Ve a casa...

Me aparto del automóvil y recojo la llave que permanecía sobre el asfalto.

—Dimas te va a lastimar —advierte—. Ya lo ha hecho, ¿no?

Encuentro fuerzas donde creí que ya no había para lograr encararlo.

—Él no sabía que...

—Y así aceptaste acostarte con él.

No puedo mirarlo a la cara cuando dice cosas así.

—Mike, basta...

—Volverá a lastimarte y lo sabes, pero aun así vas en bandeja de plata a...

—Mike, por favor...

—¿Por qué no abres los ojos y...?

Y recuerdo esa misma habitación a oscuras, pero estoy sola porque Mike se ha escapado para ver a Nidia.

—¡Tú también me lastimaste! —grito con la misma energía que usaba Camila para pelearse en el colegio—. ¿Crees que no sabía que estabas engañándome con Nidia?

Si esos recuerdos no hubieran regresado hoy posiblemente habría continuado con la mentira.

—Cristal, espera... Eso no...

La realidad golpea a Mike en el estómago, su determinación escapa a raudales.

—Vi los mensajes... Nidia te preguntaba cuándo podrías escaparte de casa, de mí, como si yo fuera una cárcel... —interrumpo—. ¡Mientras te estabas acostando con ella yo te esperaba en casa leyendo estúpidos artículos de revista sobre cómo salvar mi relación! —Su silencio me da la razón, duele mucho más de lo que creí—. Eras todo lo que tenía...

—Tú dijiste...

—Sé lo que dije... Te dejé libre para que fueras feliz y cada día me rompieron el corazón.

—Yo no sabía, tú...

—¿No que era muy mala mintiendo? —ataco.

Sus brazos caen sin fuerza ni convicción, es sólo un boceto del Mike de siempre. Está tan pálido que es posible apreciarlo con las escasas luces del estacionamiento.

—No llores.

Palpo mis mejillas, genial.

—Estoy bien.

—Camila...

Se acerca dispuesto a calmarme con un abrazo, no cuenta con mi renitencia a su contacto. Me golpeo con el espejo retrovisor al escapar, Mike aprovecha para intentar abrazarme sin con contar con el empujón con el que consigo alejarlo.

—¡Tranquilízate!

—¡Suéltame! —chillo—. ¡No quiero que me toques!

Sostiene mis muñecas para controlar los puños dispuestos a golpearlo en el pecho. Consigue girarme hasta abrazarme por la espalda sin parar de repetir que me calme. No puedo hacerlo, el dolor me controla, se convierte en ira, en rencor; quiero causarle el mismo daño que me causó.

—¡Ya!

—¡No!

Piso con todas mis fuerzas la punta de su pie, me suelta trastabillando. Rescato un par de metros entre nosotros dispuestas a lanzarle otra pisada o golpe si se atreve a abrazarme en contra de mi voluntad.

—¡Te permití tomar de mí lo que quisiste y te fuiste con ella! ¡Sabías todo de mí, que eras lo único que tenía en mi vida y ni así pudiste hablarme con la verdad! ¡No pudieron! ¡Prefirieron mentirme en la cara!

—¡Creímos que estabas bien! ¡Fuiste tú la que terminó la relación!

—¡¿Cómo creyeron que estaba bien?! ¡¿Cómo creíste eso?! —Coloco la mano sobre el pecho para intentar calmar el galope furioso de mi corazón—. ¡Tenías todo el derecho a enamorarte de ella, pero no a mentirme! ¡Ninguno de los dos! ¡Ni a convertirme en su obra de beneficencia!

Mike abre la boca como si fuera a contratacar, pero parece pensarlo mejor. Niega despacio, da la media vuelta y se sube al automóvil. Pone en marcha el vehículo pisando a fondo el acelerador, las llantas rechinan al encaminarse hacia la salida. Se incorpora al tráfico sin detenerse a mirar, recibe el sonido del claxon del automóvil que casi se estrella contra él. En unos segundos Mike desaparece de mi vista.

La llave continúa en mi mano. La gomita roja capta mi atención, yo se la puse para recordarle que esa era la llave que corresponde a la entrada principal, pues siempre se confundía. Mi mano tiembla, todo mi cuerpo lo hace; soy presa de la ira, de la tristeza, el desconcierto, el rencor, el miedo.

Las dudas regresan a su sitio acostumbrado en mi corazón, ¿qué hice? Es Mike, sé que a pesar de todo me quiere. Hizo mucho por mí, se arriesgó como quizá nadie más habría hecho. Si no hubiera sido por él habría terminado bajo un puente, en un orfanato o quizá hasta prostituyéndome en un burdel barato.

¿Y ahora qué les diré a los chicos? He jodido todo, estarán furiosos... ¡Se suponía que vine a arreglar las cosas!

No tengo tiempo para pensar qué les diré, pues los descubro afuera de la disquera. Sus expresiones tensas me dicen que presenciaron todo, aunque dudo mucho que escucharan algo.

—Hola —saludo a Dimas tocando su mano con suavidad. Él está fumando con la mirada fija en el suelo— Perdón...

El vocalista arroja el cigarro, limpia el rastro de lágrimas que han quedado en mis mejillas y me abraza.

—No te disculpes por algo así —me pide al oído—. No sé qué ha pasado, pero si ellos no me hubieran detenido creo que Mike la habría pasado muy mal...

Oh, no.

—En verdad, lo lamento —Me aparto para mirar a los demás—. No fue buena idea hablar con él.

Gabriel suspira y se encoge de hombros.

—La hemos pasado peor.

—Encontraremos una solución, Cris. No te preocupes —me anima Cedric.

—Ahora quiero aprovechar que soportamos al hijo de los dueños del hotel y abusar del bar —dice Gabriel medio en broma y medio en serio—. ¿Sabes lo difícil que es detener a dos tipos de su tamaño?

El líder señala a Dimas y a un apenado Nicolás, el segundo pone los ojos en blanco con un cigarro en los labios.

—Tienes dos buenos guardaespaldas —bromea Mina—. Mientras uno no quiera matar al otro...

—Y se repita la historia de las peleas a medio ensayo —suspira Cedric.

Si no me sintiera tan débil estaría sonrojada.

—No se repetirá —masculla Nicolás—. ¿Podemos cambiar el tema...? Por ejemplo, a qué haremos si nos quedamos sin productor.

—El positivismo ante todo —silba Mina con sarcasmo—. Mike es un adulto, estoy segura de que sabrá separar la vida personal de la privada, ¿no es así, Cris?

—Bueno...

Me quedo sin palabras y, por algún motivo, eso los hace reír.

—Aprovechémonos de ese bar, también lo necesito —acuerda Mina y estira las manos—. Con una copa de vino pensaré mejor.

Dimas me toma de la mano mientras caminamos en busca de un taxi. Los demás le comentan lo útil que sería rentar un automóvil con una de sus tarjetas de crédito ilimitadas, no saben que ya no las tiene. No me adentro en su conversación, continúo repitiendo la discusión en mi cabeza. Una parte de mí se arrepiente de haberle confesado todo eso, la otra se siente aliviada por dejarlo salir. Si hubiera sido sincera antes las cosas serían muy diferentes, ¿puedo culparlo sólo a él? Yo también me cegué, como suelo hacer. Era ese miedo irracional de enfrentarme a la verdad, ahora que lo he hecho descubro que sí, es aterrador, pero no como lo imaginé.

—¿Y esa llave?

Estamos en la avenida intentando detener un par de taxis, la mayoría nos ignora.

—Es de la casa de Mike.

Dimas observa el pedazo de metal en mi mano.

—No la usaré —lo tranquilizo.

—¿Segura?

—Muy segura —sonrío y guardo la llave en el pantalón—. Las llaves están sobrevaloradas. Lo de ahora son las tarjetas electrónicas.

Dimas ríe y capta la atención de los demás.

—Estoy de acuerdo, Cristy.

Ejerce una suave presión en mi mano, contesto de la misma forma. La brisa fresca revuelve nuestros cabellos bajo una agradable noche de mayo.

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