Capítulo 9 - Aura

Gustavo siempre me ha provocado un poco de escalofríos. Es un chico extraño, con cara de pocos amigos y parece que siempre tiene algo más importante por hacer que hablar contigo, no le importa disimular.

—Cuando la médica te dijo que mantengas la calma no se refería a esto —dice Nidia a mi lado.

—Probablemente tienes razón, pero... tengo que saber.

Nidia niega.

—Eric nunca te engañaría.

—No es por eso, ¿y si es Karam?

—Hace mucho que no sabemos de él, tal vez está muerto. —Nidia encoge los hombros—. Sólo es una coincidencia.

—Ajá, casualmente asoma una gemela de Ángela en la misma clínica de rehabilitación.

—Rubia, alta y delgada, hay miles de chicas así en California.

—Nidia —siseo.

Ella suspira hondo y vuelve a negar.

—Si Eric se entera...

—Yo misma le diré cuando compruebe que todo es una falsa alarma.

Presiono el timbre de la pintoresca casa y aguardamos afuera.

Nidia revisa su celular. Ha dejado a su bebé con la niñera y debemos volver pronto para que lo amamante. Primero pensé que no me acompañaría, pero me dijo que está harta de sólo salir a la farmacia y al médico, todo esto es refrescante para su recién maternidad.

Mamá, Úrsula y ella me acompañaron a mi revisión con la médica; todo va de maravilla. Me han recetado más vitaminas, reposo y empezar a hacer algunos ejercicios para el parto.

Rosario y mi hermana se han quedado en casa con los mellizos. Yo dije que saldría a comprar las vitaminas, pero Nidia y yo teníamos otros planes.

Y aquí estamos. Esperando a que Gustavo abra la puerta de una bonita casa en color blanco, con dos plantas y su automóvil negro en el garaje.

Y esperamos...

Esperamos...

Y seguimos esperando.

—Llamaré —digo y presiono el nombre de Gustavo en el celular. Él responde al tercer timbre—. Hola, Gustavo.

—Hola, ¿qué pasa? No voy a suplir a nadie en ninguna gira.

—¿Qué? Ah, no, eso no, no te preocupes... ¿Estás en casa?

—Sí.

—¿Puedes abrir? Estoy afuera con Nidia.

—¿Ahora?

Pongo los ojos en blanco.

Mi paciencia es inexistente durante el embarazo.

—No, ayer, ¡claro que ahora, Gustavo!

—Eh, qué humor...

—Sólo abre la puerta, por favor —pido y presiono el puente de mi nariz—. ¿Puedes?

—Voy.

Cuelga.

Nidia hace una mueca.

—Ese chico tiene los modales de un cactus.

—Ya sé, pero necesito de su ayuda.

Gustavo abre la puerta en pijama porque el chico tiene tanto dinero como el propio Dimas y puede darse el lujo de quedarse así el día entero. El color azul oscuro de la prenda hace resaltar su piel blanca y los ojos grises.

Entrecierra los ojos como si no hubiera visto al luz del día en tres millones de años, incluso casi cae del primer escalón por no poder ver bien el suelo por donde camina.

—Este parece otro vampiro —musita Nidia—. Es como el hermanito perdido de Eric.

—Y tienen demasiado en común —suspiro sin ánimo.

Nidia entiende, me da un apretón en el hombro y aguarda conmigo a que Gustavo logre encontrar el siguiente escalón para bajar.

Gustavo estuvo en una clínica de rehabilitación. Sus problemas con las drogas fueron graves, puso a muchas personas en peligro; su exnovia falleció por seguir sus pasos.

—Karenina no está —saluda mientras abre la reja individual para entrar a su casa—. Está en la tienda con la bodoque.

«Bodoque», así llama a veces a su hija porque es un bodoquito de amor que está a punto de cumplir los dos años.

—Lo sé, le pregunté hace un momento —informo.

Nidia y Gustavo me observan.

—¿Por qué? —inquiere él.

—Porque necesito hablar contigo a solas.

Él enarca ambas cejas y nos abre la reja.

—Adelante.

Nidia entra primero y la sigo. Gustavo cierra la reja y nos alcanza en la sala de su casa donde, por supuesto, que las luces parpadean apenas pone un pie adentro.

—¿Por qué pasa eso? —señalo los focos—. Las luces siempre parpadean contigo.

Él encoge los hombros y responde:

—A veces hablo con los muertos, podría ser eso.

Nidia y yo reímos hasta que notamos que Gustavo no; sin embargo, no añade más, sino que cierra la puerta principal y nos señala la habitación del fondo donde se encuentra su estudio.

—Este tipo me da mucho miedo —me dice Nidia muy quedito antes de entrar al estudio.

Asiento, también a mí, pero no supe a quién más recurrir. Gustavo es discreto.

El estudio de Gustavo es un sueño hecho realidad. La única iluminación provienede los tres monitos de la computadora y de unas hileras de luces colocadas alrededor de las paredes. Tiene un enorme sistema de sonido que agradezco esté a un volumen moderado porque parece que tiene la potencia para mandarnos a volar con una canción con demasiado bajo.

Su silla parece un trono; toma asiento y señala el sofá oscuro que está en el rincón.

—¿Quieren algo de tomar? —pregunta.

—Agua bendita —responde Nidia con una sonrisa nerviosa.

—Agua está bien —digo.

Él sonríe de forma extraña, con cierta malicia, y empiezo a preguntarme si no estaré cometiendo un error. Nunca he tenido una gran amistad con Gustavo, apenas hemos cruzado algunas palabras y saludos corteses.

—Ya vengo —se disculpa y sale del estudio.

Nidia coloca una mano sobre su corazón.

—¿Y si es un vampiro?

—Ya tiene una hija, los vampiros no pueden tener hijos —explico con la mayor lógica que encuentro.

—Dile eso a Edward Cullen —recuerda Nidia.

—Bueno, Gustavo acaba de salir al sol y no brilló como diamantina.

—Buen punto, tampoco se volvió cenizas.

—Exacto.

—Bien.

Y nos quedamos en silencio mirando el estudio casi a oscuras.

»¿Y si los vampiros pueden caminar bajo el sol? —agrega.

Respiro hondo.

—Gustavo no es un vampiro, sólo es raro —susurro.

—Deberías tranquilizarme diciendo que los vampiros no existen, Aura.

Pongo los ojos en blanco.

—Quiero que existan, Nidia.

—Ay, no, pero si eres igual de rara que éste.

Su comentario me hace reír. No puedo agregar más porque Gustavo regresa en ese momento con dos botellas de agua que nos entrega y vuelve a tomar asiento en su peculiar silla.

—¿Y a qué debo el honor de su visita?

Tomo aire, abro mi botella de agua y no bebo, sino que inspecciono su computadora que está llena de luces.

—¿Eres bueno con las computadoras?

—Algo así.

—¿Podrías entrar al servidor de una empresa?

—Posiblemente, pero sería un delito.

—Si te descubren... —persuado.

Nidia se aclara la garganta:

—¿Qué pretendes, Aura?

—¿Cuál servidor te interesa? —inquiere Gustavo.

Respiro muy, pero muy hondo. Deberé empezar por el principio y, quizá cuando Gustavo conozca toda la historia, acepte ayudarme.

—¿Ya viste el comunicado que se lanzó?

—Ajá... —Él se hecha hacia atrás en la silla—. Pero no veo a Eric por aquí.

—Pues... no.

Gus suspira.

—Es mentira, ¿no es así? Él empezó a...

No termina la oración.

Asiento.

»Lo sabía.

—¿Cómo? —pregunto.

—Era obvio —responde y gira en su silla hacia las pantallas. Teclea algunas cosas, luego me enseña una fotografía de Eric en uno de los conciertos; al acercarla puedo ver sus pupilas dilatadas—. Reconocí su comportamiento.

—Está en una clínica de rehabilitación.

—Es lo mejor —reconoce él—. Se recuperará, ya verás, no tienes de qué preocuparte. Eric es un buen hombre.

Sonrío por el concepto que tiene de mi esposo, es verdad.

Eric es bueno, el mejor.

—Lo sé, iniciará sus terapias y esperamos que pronto se encuentre mejor... Queremos que esté presente en el parto.

Gustavo sonríe.

—Felicidades... Nina estaba muy feliz cuando leyó el comunicado.

—Lo sé, me felicitó por mensaje.

Y callamos porque claro que hay mucho más de qué hablar, pero no sé cómo empezar.

»¿Recuerdas a Karam?

—Difícil olvidarlo —admite—. ¿Qué con él?

—Verás... ¿Sabes la historia de las alas que lleva tatuadas Eric?

—Sí, la conozco.

—Bien... pues resulta que hay una chica muy parecida a Ángela en la clínica de rehabilitación y...

—Eso no es bueno —suelta Gustavo con tanta sinceridad que el mundo colapsa sobre mis hombros—. Esa mujer falleció cuando estaba embarazada del hijo de Eric, ¿no es así?

—Sí...

Gustavo relame sus labios.

—¿Cómo se llama la clínica?

Los nervios me hacen olvidar el nombre, así que entrego el folleto que tengo en el bolso. Él lo toma, vuelve a girar en la silla y busca la página web en la computadora.

Nidia y yo abandonamos nuestros asientos y nos acercamos.

—Yo creo que es una coincidencia —insiste Nidia.

—Es posible —reconoce Gustavo—. Y ese Karam tiene mucho tiempo inactivo, más bien parece que está muerto.

—¿Ves? —me dice Nidia—. Tal vez se suicidó.

—No, no creo —dice Gustavo—. Yo creo que alguien lo mató.

—Tenía muchos enemigos, pudo ser cualquiera —comento—, pero podría seguir vivo y esperando por vengarse, ¿no creen?

—Sí, es verdad —suspira Gus mientras revisa la página web—. Este sitio parece un hotel de lujo.

Un sitio paradisiaco donde Eric está con una mujer idéntica a Ángela, genial.

—¿Podrías acceder a su servidor y sacar la información de esa mujer?

—¿Tienes su nombre?

—No, firman acuerdo de confidencialidad y Eric no me dijo cómo se llama, pero tengo esta fotografía.

—¿Tienes una foto de esa mujer? —pregunta Nidia mientras saco de mi bolso la imagen.

—No, es de Ángela, pero Eric dice que son muy parecidas —explico—. Guarda varias fotos entre sus libros, cree que no lo sé, pero obviamente lo sé.

Gustavo acepta la fotografía, luego me mira y sonríe:

—Ustedes las mujeres son peligrosas.

—Aura es peligrosa —especifica Nidia—. No es para nada la chica que conocí hace años, ahora es toda una mujer dispuesta a golpearte con la bolsa si la haces enojar.

—Gracias —sonrío.

También sé que tiene otras en su celular y no me molesta. Entiendo que fue importante para él, pero por eso mismo me preocupa demasiado que esa mujer esté ahí... ¿Y si perjudica en algo su recuperación?

Gustavo mira la fotografía con atención y dice:

—Deben haber muchas mujeres parecidas en California.

—¿Ves, Aura?

—Aun así, quiero salir de dudas y... ¿qué tal si es una artimaña de Karam?

—No está de más investigar —reconoce Gustavo—. Trabajaré en ello y te mantendré informada, Aura.

—Te agradezco...

Nina llama en ese momento, se dirige a la casa, así que nos apuramos para irnos. No queremos inmiscuir a más personas, en eso está de acuerdo Gustavo.

Si resulta que mi sospecha es real y Karam está involucrado, es bueno mantener a todos lejos de esto hasta que sepamos qué hacer.

Estoy por atravesar la reja abierta cuando Gustavo me detiene de la muñeca.

—Aura, una cosa, sabes que tener esas fotografías no significan nada para Eric, ¿verdad? Es culpa y recuerdos, no amor que trasciende la muerte, ¿entiendes eso?

—Sí, eso creo...

Gustavo mira sobre el hombro hacia la casa y luego regresa la atención a mí.

—Yo conservo fotografías y videos de Ana, pero si estuviera viva tampoco estaría con ella, sólo me gusta pensar que quizá en una dimensión paralela ella está viva y encontró la felicidad como yo... que no perdió todo por mi culpa...

»Ese es el verdadero significado de guardar esos recuerdos.

Es muy similar a lo que me ha dicho Eric.

—Entiendo...

—Mi familia es mi mayor alegría y no la cambiaría por nada, sé que Eric piensa igual...

Tomo la mano de Gustavo sobre mi muñeca.

—Gracias, Gustavo, agradezco tus palabras y sinceridad.

Él asiente.

—Ahora vayan, si Nina se entera de esto le contará a Panda y en quince minutos todos lo sabrán.

Compartimos una sonrisa y me despido con un abrazo. Luego me apresuro al automóvil de Nidia que pone en marcha apenas me coloco el cinturón de seguridad.

—A veces pienso que convivir con las ex parejas de nuestros esposos es difícil, pero luego recuerdo sus casos y siento que no sé nada de la vida —comenta Nidia.

Me relajo en el asiento del copiloto y miro por la ventanilla.

Eric tiene muchísimas ex parejas, jamás conoceré a todas, pero la única que significó algo en su vida está muerta y porta ese tatuaje por ella.

Cuando apenas nos estábamos conociendo pensaba en lo difícil que era competir con alguien que ya falleció porque esa persona dejó de cometer errores y con el tiempo recuerdas sólo lo bueno. Ya no me siento así, sin embargo, el miedo que me embarga es involuntario. Creo que es mi instinto animal advirtiéndome que algo sucederá, mas no sé qué, y espero estar preparada para lo que sea que venga.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top