Capítulo 8 - Aura

No puedo más.

Con esto que late en mi pecho.

No puedo más.

Necesito gritar.

Todo lo que siento.

Todo lo que quiero.

Y que ya no volverá.

El golpe ronco de las llantas del avión al tocar la pista de aterrizaje me despierta.

Quiero unos segundos de desconcierto que no llegan. Sé que al girarme encontraré el asiento vacío, que Eric no está conmigo, sino que continúa en Estados Unidos en una clínica de rehabilitación.

La voz de Eric continúa en mis audífonos y me hace sonreír; era casi un niño cuando grabaron esa canción. No sé cómo llegó a mi lista de reproducción, a él no le gustan mucho esas canciones y evito escucharlas para no incomodarlo.

Reviso el celular. La canción está ahí y en «repeat», probablemente me moví durmiendo y toqué la pantalla, no sé. No importa, nada de eso cambia el hecho de que extraño a Eric como si fuera una extremidad de mi cuerpo.

Y tengo un mensaje de Eric que no escuché. Sólo me avisa que aterrizó y ya va en el taxi camino a la clínica de rehabilitación, luego todo es silencio.

Esperaba un mensaje un poco más... elocuente, pero igual entiendo que debe sentirse mal. Sin embargo, no puedo parar de preguntarme si lograremos superar esto.

La aeromoza se acerca hacia mí cuando casi todos los pasajeros han descendido y me ayuda a levantarme del asiento.

Es ridículo, pero en estos últimos dos días me siento tan embarazada como si fuera a parir la próxima semana.

La mujer me acompaña hasta la salida del avión, agradezco y termino de andar sola.

Y me siento tan agotada, como si el cansancio de toda mi vida se hubiera recargado en mis hombros y quisiera derribarme.

Tengo un nudo en la garganta, hasta creo que tengo fiebre.

Esto no es lo que imaginé.

Eric y yo deberíamos estar felices, tal vez no juntos por la gira y mi trabajo, pero celebrando este momento y llenándonos de amor en mensajes y llamadas. Ahora ni sé si podré hablar con él todos los días.

Milo no pudo viajar conmigo porque no conseguimos otro boleto, él llegará por la tarde, no le dijimos eso a Eric porque queríamos que se fuera tranquilo. Pero resulta que la intranquila soy yo porque su mensaje fue tan simple que pareciera que lo envió Mike, no mi Eric.

Aguardo frente a la zona de equipaje a que asomen mis maletas. Mi corazón sufre una dolorosa punzada al divisar esa maletita que contiene la mejor noticia del mundo. Eric sólo se ha llevado fotografías nuestras y la imagen del ultrasonido, pero consideramos que el peluche lo haría sentir mal. Bueno, yo lo consideré. Él sí quería.

Así que los dos peluchitos regresan conmigo y pensar en eso es suficiente para hacerme romper en llanto.

Debo ser la imagen más patética del aeropuerto. Una chica que apenas pasa el metro y medio, con un pantalón de mezclilla ancho y una camiseta de Metallica que parece vestido. Tengo el cabello recogido en una coleta y ni una sola gota de maquillaje. No es de extrañar que recibo varias miradas curiosas.

Tomo mis maletas cuando pasan frente a mí, aseguro la pequeña arriba de la más grande y me encamino hacia la salida donde de inmediato reconozco el rostro feliz de Nidia que no para de agitar las manos con entusiasmo. Su alegría no merma ni cuando me descubre llorando y me envuelve en un abrazo tierno.

—Ya, Aurita, estás en casa —dice cerca de mi oído—. Todo estará bien, ¿sí?

Asiento sin sentirlo.

No sé si todo estará bien.

Nidia se encarga de mi equipaje cuando emprendemos el camino hacia la salida del aeropuerto.

Pasa de la medianoche. Su camioneta ha quedado cerca, en el área asignada para mujeres embarazadas, y se encarga de todo mientras yo sólo debo sentarme en el automóvil.

Me siento un poco mal por tenerla aquí cuando debería estar en casa con su bebé y no dudo en decírselo apenas pone en marcha el vehículo.

—Está con la niñera, no te preocupes, es de confianza.

—Pero...

—Y hace siglos que no salía de madrugada —sonríe y encoge los hombros—. Es una lástima que no podamos ir a emborracharnos, yo estoy con la lactancia y tu embarazada.

—No me caería mal un litro de tequila —admito.

—Oh, te entiendo —silba Nidia—. Yo estoy algo molesta con Mike.

—¿Por qué?

—Porque corrió despavorido cuando Mailén lo llamó.

—Perdón...

—No, Aura, no culpo a Eric ni nada de eso, se supone que Mai tiene ese trabajo porque puede, ya no es una niña para correr a refugiarse detrás de Mike... Debió solucionar las cosas.

—Es que Eric...

—Ay, por favor, todos sabemos cómo es Eric... Mailén debió tener un plan para una situación así.

Suspiro hondo. Probablemente tiene razón.

—¿Ya sabes algo de ellos?

—Creo que mañana saldrá el comunicado explicando la fusión de las bandas por las ausencias que tendrá MalaVentura.

Asiento y miro mis manos.

—Espero que Eric no vea nada de eso.

—Ni yo —suspira—. Creo que sería muy impactante ver a Dimas en su lugar.

Cierro los ojos y niego. Eric quiere mucho a Dimas, pero no sé cómo reaccionaría al ver algo así.

Todo es tan complicado.

¿Por qué no puedo ser una de esas chicas embarazadas que sólo deben preocuparse por sus ejercicios para prepararse para el parto y comer saludable? Ni siquiera sé qué ejercicios son, nada.

—¿Puedo elegir la música? —inquiero.

—Claro.

Y, para combinar con mi playera-vestido, elijo a Metallica; por cierto, es mi playera, porque luego de escucharlos tanto con Eric, pues me han terminado gustando.

—Oh, estamos rockeras —dice Nidia al escuchar las primeras notas de «The unforgiven». No duda en hacer una mano cornuta, lo que me hace reír porque para nada va con ella.

—¿Ya escuchaste la letra?

—Sí, claro.

—Pero digo, escucharla de verdad.

Nidia me lanza una mirada rápida de soslayo mientras conduce.

—Eso creo.

—Escúchala.

No puedo evitar volver a llorar porque, cuando Eric vio mi playera gigante, cantó un par de versos de la canción mientras hacía su equipaje. Él ni notó cómo lo miraba, cómo me maravillaba con cada uno de sus movimientos mientras doblaba sus playeras y peleaba con el mechón rebelde de su cabello que siempre escapa de la coleta.

No puedo estar más enamorada. Siempre pienso eso, pero al día siguiente me descubro todavía amándolo más. Me siento la mujer más afortunada del mundo por llamarlo «esposo», pero no está cuando más lo necesito porque es lo que él necesita; debe estar lejos de nosotros para recuperarse.

Nadie está listo para estas ironías de la vida.

Estoy tan molesta con todo.

Canto bajito, pero de pronto ya estoy cantando como si fuera Eric y portar un micrófono fuera lo más común de mi día. Ni sé si lo hago bien o mal, probablemente mal, sin embargo, disminuye el dolor en mi pecho.

Una vez Eric me dijo que escuchar rock te hace sentir mejor cuando estás molesto, pensé que sería peor, mas no es así. La presión en mi pecho disminuye con los riffs de las guitarras y la inigualable voz de James Hetfield. Al terminar la melodía, siento que puedo volver a respirar hasta llenar mis pulmones y que encontraremos una salida segura para todo esto.

—Vaya —musita Nidia y retira una lágrima de su mejilla—. Pues no, no la había escuchado de verdad.

—Eric me escribió un mensaje tan impersonal que no sé cómo tomarlo.

—Quizá sólo se siente mal...

—Puede ser...

Nidia me cuenta sobre su bebé, es un tema que consigue alegrarme de inmediato y no dudo en pedir consejos que me entrega a manos llenas; a la par de advertencias. Nidia está enamorada y agotada de su maternidad, pero feliz. Es una combinación extraña que comprendo, aunque no del todo. Por primera vez experimentaré el posparto.

Las luces exteriores de mi casa están encendidas. En automático quiero volver a llorar porque sé que en segundos voy a ver a mis hijos.

Nidia se detiene en el exterior y entrega la llave al chico de seguridad, él se encargará de mi equipaje. Ambos me ayudan a bajar y me escoltan hasta la puerta individual del portón que atravesamos en silencio porque mis hijos duermen todavía; su habitación queda hacia el frente de la casa y podemos despertarlos si hacemos mucho ruido.

No alcanzo ni a meter la llave en el cerrojo cuando la puerta se abre y mi madre me envuelve en un abrazo cálido que consigue soltar el llanto que traté de contener.

—Ya, amor, todo estará bien —me susurra al oído mientras acaricia mi cabello—. Van a salir de esto.

Asiento y agradezco mucho que no llame «renacuajo» a Eric, sino que su apoyo sea para ambos. En su lugar, como madre, no sé qué haría, creo sería imposible no rechazar a la pareja adicta de tu hija que sabes que puede hacerle daño; así que entiendo lo que le cuesta decirme esto porque sabe que es lo que necesito escuchar.

Yo nunca dejaré a Eric. No importa lo que suceda. Sé que nunca me sería infiel, esa es la única forma en que me apartaría, pero no por una adicción.

—¿Y los mellizos? —pregunto bajito.

Mamá señala hacia arriba.

—Ya duermen, ¿quieres verlos?

—Sí, por favor.

Rosario me toma de la mano mientras entramos a casa. La calidez de mi hogar estruja mi pecho.

Eric debería estar aquí.

Avanzamos por las escaleras y, al llegar a la segunda planta, encuentro a Úrsula, mi hermana, asomándose en la puerta del cuarto de mis hijos. Ella también me envuelve en un abrazo tierno y saluda bajito a las gemelas en mi vientre.

—Están profundamente dormidos —dice mi hermana.

Asiento y entro al cuarto. Sólo está encendida la lámpara de estrellitas de Rachelle.

Y no contengo las lágrimas al verlos dormir. Es uno de esos momentos en que agradezco todo en mi vida por haberme encontrado con ellos, porque sé que soy la mujer más afortunada del mundo por ser su madre.

Primero me acerco al pequeño Henrik que duerme con su osito de peluche. Deposito un beso en su frente y lo observo dormir. Eric suele decir que ve mucho de mí en él, como si miles de cosas sucedieran en su cabeza; yo también. Quizá se convierta en artista, no lo sé, sea lo que sea, siempre lo amaré y apoyaré porque es mi pequeñito.

Después tomo asiento al borde de la cama de Rachelle, ella duerme con su unicornio rosado con alas. Yo encuentro tanto de Eric en ella que a veces me sorprende; quizá no hay un vínculo sanguíneo, pero definitivamente es su hija. Yo sólo espero que Eric y yo vivamos lo suficiente para que ellos sean fuertes e independientes.

Eso sucede al tener hijos. Ya no temes a la muerte de la misma forma, porque no temes morir, sino irte y dejar a tus hijos solos, ese es el verdadero miedo.

Beso la frente de Rachelle y abandono la cama.

Mamá y mi hermana aguardan afuera. Cierro la puerta, activamos el video de la cámara de seguridad en la tableta electrónica que sostiene Úrsula y bajamos a la primera planta.

Mi equipaje ya está en la sala. Nidia se ha marchado, sólo me envía un mensaje para avisarme que debe volver a casa porque su bebé está inquieto. Agradezco un millón de veces por ir a buscarme al aeropuerto.

—Mamá te preparó una sopa de verduras con pollo —avisa Úrsula—. La hizo dos veces porque la primera se quemó y quería ser el cliché de mamá preocupada por su hija.

Rosario pone los ojos en blanco y señala el comedor frente al que tomo asiento.

—No se quemó, sólo quise hacerla mejor.

Úrsula niega por detrás de mamá para que ella no la vea.

No puedo evitar sonreír. Mi mamá tiene mi mismo talento culinario. No obstante, cuando me sirve la sopa compruebo que le ha quedado exquisita.

—Eso es delicioso —admito e interrumpo la acalorada discusión entre mamá y mi hermana; la primera intentaba justificar que preparara dos veces en el mismo día una sopa—. Tienes que pasarme la receta.

—Por supuesto —dice mamá con el pecho inflado de orgullo—. ¿Ves, Úrsula?

Mi hermana hace una mueca.

—No seas condescendiente —ríe Úrsula, me quita la cuchara y prueba ella misma la sopa—. Oye, sí está buena.

Mamá sonríe y gana el debate:

—Te lo dije.

Me gusta que podamos tomarnos unos minutos para hablar sobre sopa y libros de recetas. Necesitaba calmarme antes de contarles todo lo que ha pasado. Es en el primer silencio que tomo la iniciativa de hacerlo porque tampoco quiero aplazarlo, sólo soltarlo. Duele mucho cargar con estas cosas en el pecho.

Ambas escuchan con atención. Úrsula se aparta un momento para ir por café, me sirve una taza descafeinada; no tengo voluntad para rechazarlo, aunque igual debería evitarlo.

No soy una mamá perfecta.

Mamá va por galletas de chocolate, compró mis favoritas. Me enternece que me consientan, hasta hace unos años nuestra relación era tan mala que jamás imaginé que algo como esto podría suceder.

Y me pongo a llorar porque mis hormonas son un desastre... bueno, toda la situación lo es.

—Hija —susurra Rosario y se apresura a dejar su asiento para abrazarme—. Me llena de orgullo saber que Eric aceptó entrar a la clínica y que está poniendo de su parte.

—Él logrará salir de esto y pronto todos estarán juntos —añade Úrsula y toma mi mano por arriba de la mesa—. Y nosotras siempre estaremos para ustedes, Aura...

—Una parte de mí quiere ir y llenarle de chicle el cabello a ese renacuajo —espeta mamá y me hace reír—, pero sé que lo amas y mi deber como madre es apoyar lo que decidas. Si tú quieres estar con él, yo te apoyo y los ayudaré en todo lo que pueda.

—Gracias, en serio, las amo tanto —musito.

—Nosotras a ti —dice Úrsula—. Eres nuestro orgullo, Aurita, estás llegando muy lejos y eso me emociona muchísimo.

Sonrió y me siento un poco mal por hacerlo, pero también hay felicidad en medio del desastre.

—Y si decides que puedo ponerle chicle en el pelo, pues sólo me dices y para mañana ya tendrá que raparse —agrega mamá.

Vuelvo a reír, mi hermana igual.

—Mamá es de temer, eh, recuerda que ella se movió en círculos políticos —comenta Úrsula.

—Y con gente un poco mala —ríe Rosario—. Como buena escritora mexicana.

—Amén —digo y levanto mi taza de café.

Brindamos y volvemos a reír bajito.

—Por la mañana será el anuncio de la fusión de MalaVentura y Gray para el resto de la gira y los motivos —recuerdo cuando paramos de reír—. No quiero ni pensar en cómo estarán las redes sociales.

—Preguntarán mucho por Eric —suspira Úrsula.

—Tengo fotografías de hace unos meses —digo y enciendo la pantalla del celular—. Mailén me dijo que publique un par durante el tiempo en que Eric estará en la clínica, sólo para dar credibilidad a nuestra versión.

—¿Sería muy malo que descubrieran que Eric es un adicto? —pregunta mamá—. Podría hablar mucho sobre el tema.

—No queremos que los niños sepan eso de su papá, no todavía —respondo cabizbaja—. Son temas que hablaremos con ellos cuando sean mayores.

—Entiendo —dice Úrsula—. Eso de ser figuras públicas es complicado.

—Bastante —admito.

Mailén me envía un mensaje para saber si llegué bien, respondo que sí y nos despedimos.

Mai quería que subiéramos una foto juntos, pero Eric no quiso porque dijo que se veía muy mal y no quería algo así para recordar; sin embargo, sí me hizo varias fotografías antes de marcharse... Yo sólo pude hacerle una.

»Lo extraño mucho...

Mamá vuelve a abrazarme.

—Intenta dormir, así podrán hablar por la mañana, ¿no crees?

—Sí, es cierto.

Úrsula se compromete a recoger y lavar los platos. Mamá me acompaña a la habitación. Primero tomo una ducha breve de agua caliente en la que intento no pensar más de lo necesario. Al terminar me coloco el pijama y salgo del baño, mamá me espera con la secadora y se encarga de mi cabello.

La habitación está a media luz, sólo está encendida una de las lámparas a los lados de la cama.

Rosario luce una bonita sonrisa mientras peina y seca mi cabello. Vuelvo a sentir deseos de llorar cuando noto sus arrugas, su mirada cansada y los años de vida en cada centímetro de su cuerpo.

Quiero que mamá sea eterna.

Ella me entrega un pañuelo desechable cuando descubre que he vuelto a llorar.

—¿Irás a tu revisión con la médica?

—Sí, mañana sacaré una cita —respondo y termino de retirar las lágrimas—. ¿Me acompañas?

—Claro, quiero ver a mis nietecitas.

Oh, sí, deseo con todas mis fuerzas que sea eterna.

—¿Qué se siente ser abuela?

—Es hermoso, Aura, un día lo vivirás —contesta y deposita un beso en mi coronilla—. Eric y tú serán los abuelos más geniales del planeta.

Y la amo más por agregar a mi esposo a pesar de todo lo que está pasando.

—Tendremos el mejor ejemplo, ¿no crees?

Ella sonríe, apenada.

—Tal vez... —Relame sus labios—. Hay algo que quiero decirte, Aura...

—¿Pasa algo? —Giro hacia ella.

Mamá apaga la secadora y niega.

—Sí, pero no es nada malo, es bueno, sólo no sé... si debería decirte ahora o esperar, no sé...

—Ya empezaste.

—Bueno... —suspira—. Luca me llamó hace un par de días... Un productor se ha interesado en mi novela.

—¡¿Es en serio?! —Brinco fuera de mi asiento.

—Sí, pero baja la voz, vas a despertar a tus hijos y te juro que me dio mucho trabajo dormirlos, tienen batería infinita —pide con una amplia sonrisa—. Probablemente viajaré la próxima semana para ver la propuesta y todo eso, ya sabes y luego trabajaremos en el guión...

—Mamá, eso es increíble —Tomo sus manos—. ¿Película? ¿Serie?

—Película —explica sin disimular su emoción—. Llegaría a los cines...

—¡Mamá! —Y la abrazo—. ¡Muchas felicidades!

—Gracias, cariño, nada de esto sería posible sin ti...

—No, no, esto es por tu talento —advierto y me aparto—. Será increíble.

—Primero quiero ver la propuesta, porque si no me convence...

Rio, ella también.

»¿A quién engaño? Claro que aceptaré.

—Eso es, mami —Vuelvo a abrazarla—. Pronto todos alcancemos nuestro sueños, lo sé.

—Así es, hija, así es...

No me suelta por largo rato en el que sólo permanecemos abrazadas.

Nuestra historia es tan larga, mas no desde mi nacimiento como la mayoría de madres con sus hijos. A veces todavía pienso en cómo sería mi vida si mi madre biológica no se hubiera suicidado, ¿en qué habría cambiado? Nunca lo sabré, sin embargo, me alegro de haber llegado a la vida de Rosario que, aunque le costó aceptarme, ahora me ama y abraza como si fuera una hija nacida de su propia carne. Creo que ese es uno de los amores más reales y puros que existe.

—¡Mamá! —gritan Rachelle y Henrik cuando entran a la cocina—. ¡Mamá! ¡Mami!

Y corren hacia mí.

Me agacho con dificultad y los abrazo muy fuerte; lloran con sus cabecitas escondidas entre mis brazos. Permanecemos así por un momento eterno en el que atesoro lo pequeños que son y el enorme amor que siento por ellos, es tan grande que a veces no comprendo cómo puede mi cuerpo contenerlo.

Lleno de besos sus rostros, limpio sus lágrimas y sonrío. Pronto tendré que darles la noticia de que vienen dos hermanitas en camino. La idea es esperar por Eric, pero si demora... tendré que hacerlo sola.

No quería pasar por esto así.

—Mami, mami, ¿y papi? —pregunta Rachelle—. ¿Ya va a regresar?

—Su gira todavía no termina —respondo y acaricio su mejilla—. Pero los ama mucho.

—¿Podemos llamarlo? —inquiere Henrik.

—Hoy está muy ocupado, pero yo creo que mañana.

Rik se desanima.

»Podrás enseñarle tus nuevos dibujos, ¿no crees?

—¡Sí! Haré otro —exclama mi hijo y corre a buscar sus crayones.

—¡Yo igual haré uno! —grita Rachelle, pero de repente me mira y dice—: ¿Estás bien, mamita?

Mi madre me mira desde el costado.

—Un poco cansada —admito—. Fue un viaje largo.

—Pero mamá descansará hoy —avisa Úrsula—. Podemos ver películas, ir al parque, lo que quieran.

—¡Sí! —chilla mi hija—. ¡Rik!

Y la pequeña corre hacia la sala con su hermano.

Me incorporo y comparto una mirada pensativa con mamá.

No he hablado con Luca. No sabe que estoy aquí y probablemente se enterará de todo por el comunicado que saldrá en unos momentos.

Ni puedo comer. Sólo estoy esperando con el celular en la mano a que asome la notificación. Mailén me avisó hace un momento que estaba trabajando en ello.

Y en eso llega el aviso.

Respiro hondo antes de revisarlo.

Estimados seguidores:

Han sucedido muchas cosas que escapan de nuestras manos y, por esa razón, hemos tenido que realizar algunas modificaciones para poder continuar con la gira que ya tiene los boletos agotados en todas las presentaciones.

Eric, vocalista de MalaVentura, se ausentará por un tiempo indeterminado debido a que su esposa se encuentra embarazada y ha decidido pasar esta etapa con ella. Ha sido una decisión difícil que no se tomó a la ligera, pues son sus bebés arcoíris y él desea acompañar a Aura en cada etapa de su embarazo. Todos estamos muy felices por la familia Dogre-Reyes y esperamos con entusiasmo el nacimiento de las pequeñas.

Vic, bajista suplente de Malaventura, ha sufrido un accidente y se encuentra indispuesto para continuar apoyándonos en los conciertos. Los médicos han determinado que necesitará reposo absoluto por varias semanas y luego rehabilitación física para poder incorporarse. No obstante, tenemos el honor de anunciar que ya no será «suplente», sino que oficialmente pertenece a MalaVentura, ¡bienvenido a la familia!

Sofía, pianista de MalaVentura, estará ausente por el resto de la gira debido a que su embarazo es de alto riesgo y necesita reposo absoluto. Cedric, baterista de Gray, la acompañará y por lo tanto su ausencia en la gira también será de forma indeterminada.

Las ausencias imprevistas dejan a MalaVentura en una posición difícil, por lo que hemos tomado la decisión de fusionarla con Gray por lo que queda de la gira. La duración de los conciertos continuará siendo la misma, pero ahora Dimas estará al frente interpretando las canciones de ambas bandas.

De antemano agradecemos su comprensión y apoyo. Esperamos seguir contando con su presencia durante los siguientes conciertos.

G&M

Por unos segundos sólo escucho mi respiración y los latidos de mi corazón.

Ahora todos saben que perdimos a un bebé. No es algo que me avergüence, mas no me gusta hablar de ello y sé que ahora me preguntarán en cada entrevista. No obstante, era algo necesario para justificar por completo la ausencia de Eric. Yo estuve de acuerdo con ello.

Rosario me pide el celular, lee en silencio y asiente.

Ahora todo es libre. Está en el internet, es inmortal.

El mensaje de Luca no demora en llegar, no leo porque en ese preciso instante entra una llamada de larga distancia.

Contesto a toda prisa, salgo al jardín y digo:

—Eric.

Él suspira hondo y mi corazón se calma.

—Aura, ¿cómo están?

Limpio las lágrimas que acaban de caer.

—Bien, bien, los niños preguntan por ti, pero bien... ¿y tú?

—No sé, creí que estaría peor, creo que bien...

Y eso me hace sonreír.

—¿Cómo te has sentido?

Eric me cuenta que no pudo dormir, pero que se siente mejor de lo que pensó. Que el lugar parece un paraíso y que su casa tiene vista al mar.

—Es un sitio hermoso, lo juro.

Sonrío.

—Me da gusto que te sientas bien, amor.

—Pero sería mejor si estuvieras aquí conmigo...

Suspiro.

—Cuando todo pase, deberíamos tomarnos unas vacaciones, sólo tú y yo.

—Ahora con las gemelas será difícil.

—Cuando sean un poco mayores, no hay prisa.

Cuento que los mellizos quieren hacerle una videollamada, él todavía quiere esperar a recuperarse un poco más; insiste en que se ve terrible. Escucharlo calma mi corazón, mi alma, todo. Es mi alma gemela, el único que quiero a mi lado y ansío enormemente el momento en que podamos estar todos juntos.

Acaricio mi vientre y le cuento que tengo una cita con la médica para mañana. Él promete llamarme por la tarde, pues aunque puede usar el teléfono cuando quiera, se recomienda que sea lo menos posible para no agobiarlo con problemas del exterior durante su recuperación.

Y lo noto nervioso. Creo que es por al abstinencia, pero me he prometido ser más juiciosa con sus actitudes.

—¿Todo está bien?

—Extraño a los niños —musita—. Mucho. Quiero abrazarlos y me odio por no ser un mejor padre para ellos.

—Por eso estás ahí, Eric...

—Lo sé, pero... —suspira—. He defraudado a tantos...

—Eric...

—¿Ya hicieron el anuncio?

—No sé —miento—. No creo que deba hablarte de eso.

—Sí, tienes razón...

Calla un momento.

—Aura, hay algo que debo decirte y... si quieres que me vaya, lo haré, buscaré otra clínica, ¿está bien?

Tomo asiento en la silla del jardín.

Presiento que esto me dolerá.

—¿Qué sucede?

—No sabía si decirte, pero creo que debo empezar a ser más transparente contigo y, bueno, yo... no puedo revelar nombres porque tenemos un acuerdo de confidencialidad, pero...

Calla.

—Eric, habla, por favor, me estás asustando.

Él vuelve a suspirar.

—Hay una mujer...

Creo que se me baja la presión. Empiezo a hiperventilar y estoy a nada de salir corriendo hacia el aeropuerto.

—¿Una mujer?

—¿Estás bien? Te escucho extraña...

—Bueno, si yo te dijera «hay un hombre» creo que saltarías al mar sin pensarlo.

—Sí, en eso tienes mucha razón —reflexiona—. Perdón, es una mujer casada y con una hija, su esposo acaba de venir a visitarla, no es lo que piensas.

—Bueno, a muchas mujeres no les importa ser casadas para buscar un amante guapo como tú.

—Aura —titubea—. No es eso.

—¿Entonces? ¿Qué hago? ¿Mando flores a la mujer esa por existir o qué?

—¿Estás celosa?

—Eres el último que puede opinar sobre mis celos, Eric Dogre.

—Perdón yo...

Masajeo mis sienes.

—No, perdóname, sólo dime qué tiene esta mujer, ¿sí?

—Sí... —Y demora un siglo en volver a hablar—. Se parece mucho a Ángela.

Cierro los ojos.

Lo que me faltaba.

—¿Mucho?

—Muchísimo, podría ser su gemela, se parece más que su hermana.

—Eric... no puedes ir por la vida perdiendo el equilibrio cada vez que te encuentras con una mujer parecida a Ángela —murmuro—. Eso pasó con su hermana, ¿recuerdas? Ya pasamos por esto, no quiero repetirlo, ¿sí?

—Aura, no es eso, es sólo que... Está casada, tiene un esposo que la ama y una hija preciosa.

—¿Y eso te molesta?

—No, todo lo contrario, es como si Ángela no hubiera...

—Oh... Entiendo.

—Sí... —Puedo escuchar su sonrisa, es extraño—. Me hace bien pensar que en un universo paralelo ella continuó con su vida y encontró la felicidad, como yo contigo.

—Eric...

—Perdón, pequeña, no debes desconfiar —dice con un tono ronco que me eriza—. A Ángela la amé, sí, y fue importante, pero nunca he amado a nadie como a ti y sé que si me dejas jamás volveré a amar a otra mujer de la misma forma que a ti, Aura Reyes.

»No fuiste mi primera mujer, pero serás la última.

Y ahí voy, de nuevo a llorar.

—Yo igual te amo, Eric, ya quiero que regreses, ¿sabes algo de eso?

—Hoy apenas tendré mi primera cita con el terapeuta y veremos mi progreso, voy a poner todo de mi parte, lo prometo.

—Lo sé, Eric, creo en ti más que en mí.

—Aura...

Está llorando.

—Superaremos esto, Eric, y pronto estaremos juntos... Estarás conmigo cuando nuestras hijas nazcan y serás el primero en cargarlas.

—No, ese honor será tuyo, pero estaré ahí para ser el segundo en cargarlas y te juro que los protegeré con todas mis fuerzas.

—Lo sé.

Nos despedimos con algunas palabras cursis, mas no tantas o romperemos más en llanto sin ánimos de seguir con el día que apenas empieza. Además, él tiene una cita con su terapeuta en unos minutos.

Al terminar la llamada permanezco unos minutos más bajo el sol.

Y hago algo que pensé que nunca haría.

Escribo a Gustavo.

Él es un músico misterioso que no sale de giras ni hace presentaciones en vivo, pero que sus canciones se convierten en virales apenas llegan al internet. Es famosísimo, un misterio humano.

Pocos saben que es sumamente talentoso con las computadoras y que si alguien puede rastrear a esa mujer, es él.

Ya no confío en nadie. Necesito saber que es una coincidencia, no que cierto tuerto regresó y nos está tendiendo una trampa.

Y también calmar esa inseguridad latente del recuerdo que una vez nos separó.

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