Capítulo 29 - Aura

Alivio. Es lo que siento cuando mi vejiga por fin está vacía.

La habitación del hotel es en tonos arena, todo muy sobrio; Sofía lo amaría.

Eric descansa en la amplia cama mientras revisa algo en su celular. Tiene el cabello desparramado sobre la almohada y lleva puestos los audífonos inalámbricos. Es inevitable sonreír al recordar el brinquito que soltaba mi corazón cuando lo veía llegar en el trabajo, hace ya tantos años; yo pensaba que seguía enamorada de León cuando en realidad Eric empezaba a hacerse un sitio en mi corazón de una forma silenciosa y desinteresada.

Y, años después, aquí estamos.

Eric parece percatarse de mi mirada, se retira los audífonos y se sienta.

—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

—Todo en orden —respondo y, con paso cansado, llego al borde de la cama donde me recibe con un abrazo. Entonces me ayuda a sentarme en medio de sus piernas y empieza a darme un masaje en la espalda—. Tus hijas bailan sobre mi vejiga.

—Debe doler.

—Es incómodo —explico y ladeó la cabeza para permitirle más espacio—. Mis pies están hinchados y me pesa la barriga.

—¿No quieres una de esas fajas que te ayudan a sostener un poco el vientre?

Lo miro sobre el hombro.

—¿Cómo sabes de esas cosas?

—Investigué —responde y señala su celular con la mirada—. Te quejas mucho del peso del vientre y todavía quedan varias semanas.

—Preguntaré a la médica —acepto—. Gracias por preocuparte.

Él sonríe y continúa con el masaje.

He estado haciendo algunos ejercicios como yoga y pilates para embarazadas con una aplicación inteligente que tengo el celular, se supone que así será más sencillo un parto natural; sin embargo, al ser un embarazo gemelar la posibilidad de la cesárea es muy alta.

—Estoy un poco asustada con el parto —murmuro.

Eric aparta mi cabello y lo coloca sobre un hombro, luego deposita un beso suave en la base de mi nuca que me eriza de pies a cabeza.

—Yo igual, aunque sé que no es lo mismo, pero entiendo a lo que te refieres.

—Según la médica todo está en orden, tengo un embarazo muy saludable y me encuentra en buena forma, pero... ¿y si pasa algo?

Eric me abraza por la espalda, pero no puede rodearme por completo por el vientre y eso nos hace reír.

—No pasará nada malo, Aura.

—No puedes asegurarlo.

—Sé que estaremos bien.

Me recargo en su espalda y cierro los ojos; Eric me besa en la oreja y vuelve a erizarme por completo.

No hablamos por un rato, sólo nos quedamos así. Él me besa en cada sitio donde alcanzar sin moverse demasiado y pronto entiendo lo que sucederá, lo que anhelo que pase.

Eric y yo tenemos una química increíble en el sexo; estos meses lejos han sido horribles, luego las ocupaciones como padres nos han impedido estar juntos.

Él baja los tirantes del vestido sobre mis hombros y susurra sobre mi oreja:

—Esas han crecido...

Bajo la mirada a mi pecho y rio.

—Menos mal que no sólo me crece la panza.

Él se asoma a mi lado y sonríe:

—Me gustas como sea.

Baja las manos hasta mis pechos y los acuna; entonces paro de reír. La tensión crece entre nosotros y, cuando por fin acaricia los pezones por arriba de la ropa, jadeo.

—Eres tan hermosa —susurra sobre la piel de mi cuello y tira más del vestido hasta bajarlo por debajo de mis pechos; se lleva consigo el sujetador—. Te he extrañado tanto...

—¿Pensabas en mí «así»...?

—Siempre. —Muerde despacio la curvatura de mi cuello—. Siempre te deseo.

No para de besarme mientras pellizca con suavidad los pezones endurecidos. Entonces, al levantar la mirada, encuentro nuestro reflejo en el espejo frente a la cama. El cabello de Eric cae sobre mí mientras continúa besándome en el cuello y acariciando mis pechos; en cada caricia percibo los callos que se ha hecho con la guitarra, me gusta sentirlos.

Él igual mira hacia el espejo, sus ojos negros recorren nuestro reflejo y busca mi oreja donde dice:

—¿Te gusta vernos...?

—Sí... —respondo sin pensar mucho—. Me gusta verte.

—Pero si tú eres más hermosa.

Intento replicar, pero no puedo porque Eric me recuesta sobre la cama y se coloca arriba de mí, sobre mis piernas. Se quita la playera y aprecio lo recuperado de su cuerpo, los músculos que vuelven a marcarse y mi retrato tatuado en su pecho. El cabello cae revuelto sobre sus hombros y tiene esa media sonrisa capaz de mandar a volar mi ropa interior en un segundo.

—¿Qué? —pregunta.

—Nada, sólo asimilo que está sucediendo de verdad.

Él peina su cabello con la mano y empieza a abrir los botones de mi larguísimo vestido; son un montón. Definitivamente no hacen la ropa de maternidad para los momentos sexuales de la pareja, porque luego del octavo botón ya estamos muriéndonos de risa, ¡todavía faltan como quince!

—Si no fuera hábil con los dedos, nos quedamos aquí toda la noche —ríe él mientras el vestido comienza a abrirse sobre mi vientre—. ¿Quién te regaló este instrumento de tortura?

—Úrsula.

—Claro. —Hace una mueca—. Mi cuñada me adora.

No obstante, cuando está en el penúltimo botón, me convierto en la chica nerviosa e inexperta que siempre soy con él. Eric logra sacar ese lado sumiso en el que sólo quiero que me cuiden.

Eric me mira desde abajo y enreda los dedos a los lados de mi ropa interior; la retira con suavidad hasta sacarla por mis piernas.

Y me tiene completamente desnuda para él. No tengo nada para esconder mi enorme panza, trato de tomar la almohada, pero Eric la aparta y dice:

—Tienes a mis hijas en tu vientre, Aura, eres la mujer más hermosa que existe, ¿no lo entiendes?

Niego.

Él se inclina, flexiona mis piernas y se posiciona en medio de ellas. Ya sé lo que hará, pero no evito el respingo cuando percibo su primer beso en al parte interna de mis muslos; sus labios continúan acariciándome antes de lamer el punto más sensible y hacerme soltar un gemido.

Eric besa, chupa, lame y juega con su boca y su lengua cada parte de mi sexo; lo disfruta como si fuera un exquisito manjar, siempre es así y en cada ocasión siento que es mejor que la anterior.

—Estás muy mojada —dice y vuelve a lamer.

Entierro las uñas en el colchón, arqueo la espalda y mi primer orgasmo llega en su boca. Él no para, sino que empieza a penetrarme con los dedos mientras succiona despacio el clítoris y lo lame en pequeños círculos.

Es difícil verlo con mi vientre, pero descubro que en el espejo tengo el panorama completo de Eric entre mis piernas dándome tanto placer. Él batalla un poco con su cabello, pero me gusta el cosquilleo que me causan las hebras negras sobre la piel sensible mientras sigue probándome de aquella forma tan suya.

Sus dedos acarician el punto exacto para llevarme a un segundo orgasmo, mas no sé si ha sido sólo por eso o por la imagen tan erótica que me regala el espejo. Siempre es un placer mirar a Eric de cualquier forma, pero así... es indescriptible.

Él se aparta, levanta los dedos y los chupa despacio mientras me mira con detenimiento. Entonces comienza a abrirse el cinturón y esboza esa media sonrisa con la expresión que tengo, que no sé cuál es. Baja de la cama sólo para quitarse el pantalón y el bóxer; queda desnudo y es inevitable quedarme boquiabierta mirándolo porque... qué hombre, ¿en serio es mío?

Intento incorporarme, pero el peso del vientre me dificulta todo; primero debo girar sobre mi costado, sin embargo, Eric me detiene.

—¿Qué haces? —pregunta y sube de nuevo a la cama conmigo.

—Yo no he, bueno, ya sabes, no te he hecho... eso —contesto en un tonto ataque de pena por no decir algo tan sencillo.

Él sonríe.

—Creo que todo es más difícil ahora, ¿no crees?

—Sí, pero...

—No tienes que hacerlo, Aura, no debe ser fácil moverse con el peso que cargas...

Sus palabras me abrazan el corazón porque es verdad, cada vez es más difícil hacer cosas sencillas.

—Pero no es justo que tú sí y yo no...

—No se trata de eso —insiste él mientras se recuesta y me ayuda a colocarme sobre mi costado—. Es un embarazo gemelar, es mucho peso, quizá ni deberíamos hacer esto.

—La médica dijo que todavía podíamos por unas semanas más...

—Sí, pero debes estar incómoda.

—En serio no —juro con la mirada en sus ojos a través del reflejo—. Quiero sentirte, lo necesito.

Él me besa en el hombro, luego sube hasta mi cuello y desliza la mano sobre mi cuerpo hasta mi sexo donde comienza a masturbarme. Su erección presiona entre mis nalgas; extiendo la mano y la sujeto. El piercing acaricia mi piel en cada movimiento.

Eric cierra los ojos y gime en mi oído cuando comienzo a masturbarlo también. Sólo aparto la mano para deslizarla entre mis pliegues, humedecerla y volver a envolver su erección.Él muerde despacio en mi hombro sin parar de acariciarme, sus dedos resbalan con lo mojada que estoy. Sólo necesita de unos minutos para llevarme a mi siguiente orgasmo que termina por empaparnos y humedecer la cama; el placer me hace desfallecer y apenas ser consciente de cómo maniobra con mi cuerpo.

Levanta una de mis piernas y, por la posición, no puedo seguir masturbándolo, pero no es necesario porque siento el piercing en el glande posicionarse en mi entrada.

—Mira... —jadea en mi oído.

El espejo me muestra la escena completa. Yo recostada sobre mi costado, sostenida en un brazo, con Eric susurrándome en el oído mientras sostiene mi pierna y su erección comienza a penetrarme.

Un gritito de dolor escapa cuando empieza a abrirse paso; han sido muchos meses sin él. Eric suelta un gemido ronco y clava los dedos en la carne de mi muslo que mantiene arriba para vernos por completo en el espejo.

Su erección entra por completo en mí. El espejo nos muestra unidos. Se queda así un momento y dice:

—Podría vivir adentro de ti, Aura, no sabes lo bien que te sientes...

—¿Sí...?

—Sí... —Y su respuesta viene acompañada de una embestida rápida que me hace gritar, pero no para, sino que vuelve a hacerlo sin que mis ojos puedan apartarse de esa íntima unión de nuestros cuerpos.

Eric no para de embestirme; suelta mi pierna para seguir masturbándome. Es una de las escenas más eróticas de nuestras vidas.

—Perdón —dice de pronto y sale de mí; estoy apunto de abofetearlo por hacerlo—. Necesito hacer algo.

No tiene que decirme qué. Comprendo apenas lo veo bajar de la cama y sacar el cinturón que continuaba en su pantalón en el suelo. Yo me giro e incorporo con tanta elegancia como se puede... que no es mucha con casi 27 semanas de embarazo.

—Aura. —Se alarma cuando detecta el esfuerzo en mi rostro y se inclina rápido para sostenerme—. No tienes que moverte, déjame todo, ¿sí?

—Eso debe ser lo menos sexy del mundo —niego y aparto el cabello de mi cara—. Creo que es el encuentro menos sexy de nuestras vidas.

Él sonríe y acaricia mi mejilla.

—Te equivocas. —Besa mi mejilla—. Es de los encuentros que más recordaré, te lo prometo.

—¿Sí...?

Eric asiente.

—Estoy haciendo el amor con la mujer de mi vida, la madre de mis hijos y la criatura más hermosa del mundo, ¿apoco existe algo más sexy que eso?

Estúpido nudito en mi garganta, me niego a llorar en el sexo, así que no respondo o eso será inevitable. En su lugar, permito que Eric me guíe sobre la cama y, sin querer, debe llevar gran parte de mi peso para hacerme más sencillo todo.

Él me recuesta y en automático extiendo las manos; el nudo no me lastima, siempre es así. Es sólo un juego que tenemos, ni siquiera me amarra la cama, sino que sólo sujeto la cabecera y se posiciona en medio de mis piernas. Debe cargar parte de mi cuerpo para no presionar el vientre y estoy demasiado anonadada con su físico para preocuparme demasiado por cómo me acomoda; reacciono al sentirlo entrar despacio dentro de mí.

Se mueve lento, pero profundo; noto que se controla para no lastimarme. Es enternecedor cómo se preocupa por mí, por no hacerme daño y permitirme disfrutar.

Eric acaricia mis pechos con una mano mientras con la otra se sujeta de mi cadera donde sus dedos se entierran. Pelea con su cabello, intenta mantenerlo apartado de su cara y no puede, mas no entiende lo increíblemente sexy que es verlo hacer eso mientras continúa embistiéndome con esa deliciosa lentitud.

La posición no permite que pueda vernos en el espejo; él nota que trato de hacerlo sin éxito. Sale de mi cuerpo, toma mis manos y me ayuda a recostarme a lo ancho de la cama donde quedamos justo frente al espejo. Pienso que volverá a penetrarme así, pero me da un golpecito suave en la cadera y me ayuda a girarme hasta quedar sobre las rodillas y los codos. Mis manos continúan atadas, es una pena que no lleve la hebilla de calavera.

—Es tan difícil controlarse contigo —jadea él y aprieta mis nalgas con fuerza. Mi gemido es involuntario—. Te juro que quiero hacerte tantas cosas, pero sé que debemos ser cuidadosos y no quiero hacer algo que pueda dañarte.

Lo miro sobre el hombro sin saber qué decir. Yo igual quiero tenerlo como siempre, pero debemos ser responsables.

Eric separa mis nalgas y desliza el glande por en medio hasta la carne húmeda que vuelve a recibirlo. Estrujo la sábana conforme me penetra despacio hasta el fondo, entonces sale de nuevo y vuelve a repetirlo.

—Eric... —gimo y tomo una almohada para morder.

Él no para, continúa embistiéndome. Primero despacio, luego pierde un poquito el control y aumenta la velocidad. Pronto lo hace rápido y profundo, con las manos enterradas en la piel de mi cadera y el sudor cubriendo nuestros cuerpos.

Me basta con mirar hacia un costado para tener una imagen completa de nosotros. Su tatuaje de alas de ángel resalta en su brazo con la tenue luz. El cabello está despeinado, no es posible ver su rostro en el espejo, pero sí cómo me penetra sin poder controlarse más.

De pronto, sale de mí y me gira con fuerza y cuidado sobre el colchón; vuelve a penetrarme pero con sus ojos negros puestos sobre mí. Mi orgasmo llega primero, engatusada por Eric con el sudor en su cuerpo, el cabello revuelto y los músculos tensos mientras está casi arriba de mí, pero con la precaución de no presionar mi vientre.

Su orgasmo llega unos segundos después, pero no para de embestirme mientras se corre adentro de mí y suelta uno de los gemidos más deliciosos que le he escuchado. Entonces se derrumba a mi lado con una expresión satisfecha y cansada; me enamoro otro poco más con esa sonrisa.

—¿Te lastimé? —pregunta al tiempo en que recuerda que sigo atada y comienza a deshacer el amarre con el cinturón—. ¿Crees que deberíamos ir con la médica?

—No, Eric —sonrío—. Estoy bien.

Eric gira sobre su costado y me sonríe; continúa jadeando.

—¿Quieres tomar un baño en el jacuzzi?

—¿No estás cansado?

—Un poco, ¿y tú?

—Sí —musito, apenada—. Siempre estoy cansada con el embarazo.

Él sonríe, besa la punta de mi nariz y asiente.

—Entonces durmamos, pequeña...

—Pero... ¿estuvo bien para ti?

—Perfecto —contesta y me ayuda a girarme de tal forma que pueda abrazarme por la espalda—. Ya tendremos tiempo para hacerte gritar hasta que piensen que te estoy haciendo algo, pero ahora tenemos que ser unos padres responsables.

Su comentario me hace reír, aunque el sueño comienza a llegar.

—Te amo —musito.

—Yo los amo más —me responde en el oído al tiempo en que pega mi espalda a su pecho y deja descansar una mano sobre mi cintura—. Ustedes son mi razón de vivir.

Su voz me arrulla en medio de una niebla de somnolencia. Intento responder, pero el sueño vence.

Aguardo por Eric en el borde del colchón. Está terminando de peinarse porque, al ser todo tan improvisado, no trajo sus mil productos para el cabello y se queja de que la humedad lo ha dejado con frizz.

Mi masculino y dominante esposo puede ponerse muy quisquilloso con todo lo relacionado con su cabello, más que yo.

Ya ha amanecido. Debemos pasar por los mellizos a casa de Úrsula, están terminando de desayunar. Nosotros pedimos la comida a la habitación.

No descansamos tan bien, la verdad. Era una noche entera para nosotros solos, por supuesto que volvimos a hacer el amor.

Eric me despertó cuando lamía mis pezones, se disculpó de inmediato, pero volví a sostener su rostro para conducirlo de nuevo a mis pechos. Entonces empezó a masturbarme y una cosa llevó a la otra, en unos minutos ya estaba arriba de él dándome placer con su cuerpo como si no fuera mi esposo, sino que en serio necesitara de sexo más que de hacer el amor.

Tuve otro orgasmo así, moviéndome arriba de Eric y luego él me recostó de lado para tomar el control. Apenas terminamos y volvimos a caer dormidos.

Entonces, por la mañana, lo desperté con sexo oral y terminamos haciendo el amor en el sofá, conmigo casi arrodillada y él sujetándome por la cadera; me encantó.

Todo es más complicado con mi vientre, pero nos la ingeniamos. Igual sabemos que probablemente en mi siguiente revisión nos pedirán no tener más relaciones sexuales, es una pequeña posibilidad, teníamos que aprovechar.

Eric sale del baño y acaba con mis recuerdos, pero sonríe al descubrirme sonrojada.

—¿Qué pensabas, pequeña?

—Nada.

Él me hace un guiño, toma mis manos y me ayuda a levantarme.

—Me gusta tu lengua en mi piercing —suelta nada más así y eleva mi temperatura corporal—. Lames muy rico, ¿lo sabías?

—Eric, no digas eso —musito, apenada, y sumamente complacida—. Me gusta hacerlo...

—Se nota —me hace un guiño y entrelaza una mano con la mía—. ¿Está muy esponjado mi cabello?

—No, se ve bien.

—Bien mal.

—No —rio—. Anda, siéntate.

Él obedece y se sienta en el borde de la cama, entonces me retiro la liga de la muñeca y sujeto su cabello en una perfecta cola alta.

—Mejor —dice él—. Eres la única persona en el mundo que puede tocar mi cabello.

—Lo sé. —Beso su mejilla—. ¿Nos vamos?

Quiero ver a los niños.

—Sí...

Pero no se levanta, sino que toma mi mano y me mira a los ojos.

—Todavía no tenemos la cuna, ¿verdad?

Es inevitable recordar la cuna que debió ser para nuestra Luna. Nunca supe qué fue de ella, ni quiero saber.

—No...

Eric me contempla con detenimiento, traga duro y dice:

—¿Te gustaría ir a verla? Sé que ya compraste algo de ropa, pero quizá necesitemos más... son dos bebés, de seguro usarán como mil prendas al día y... —Calla. Está nervioso, tanto como yo—. ¿Quieres que vayamos a hacer las compras para las bebés?

—Sí... —musito y limpio la primera lágrima indiscreta que cae por mi mejilla—. Rachelle y Rik estarán felices de comprar cosas para sus hermanitas.

—Sí, es cierto... —Él toma mis manos y las besa—. Tendremos que buscar otra casa porque la única opción para que tengan un cuarto es que estén con Rachelle y Rik o que desocupe mi estudio y lo pase a la habitación de abajo.

—Los mellizos las despertarán, pero tu estudio... podría desocupar el mío.

—No, tú estás haciendo todo —dice él mientras mira mi vientre—. Te compraré otra casa, ¿sí?

—Puedo ayudar.

—Lo sé, pero quiero comprártela, ¿puedo hacerlo?

—Eric... ¿Estás seguro?

—Sí —sonríe y levanta la mirada hacia mí—. No quiero tener mi estudio en la planta baja, no quiero que desocupes el tuyo, es la única y mejor opción.

—Pero...

—Y mereces tener una casa a tu nombre, sólo tuya, no mía ni de nadie más, algo que sea sólo tuyo.

—Eric, es demasiado...

—No tenemos que verla ahora mismo, sería muy apresurado, pero en algunos meses estaría bien, ¿no te parece?

Más lágrimas caen alrededor de mi sonrisa.

—¿En serio me vas a regalar una casa?

—Sí —sonríe—. Tú me has dado a mis hijos, a los cuatro, es lo menos que puedo hacer, ¿no crees?

Cubro mi rostro porque no sé qué más hacer. Eric se incorpora y me abraza. Besa con cariño mi cabello y dice:

»Tú me das tanto, Aura, tú eres así... Yo también debo corresponder.

—Pero lo haces sin necesidad de comprar una casa.

—Es algo que quiero hacer porque soy realista, sé que he metido muchas cosas extrañas a mi cuerpo y no sé mi pronóstico de vida. En este momento me preocupa más dejarlos desamparados que realmente morirme.

Me aparto un poco y contemplo la sonrisa de Eric. No es algo que diga por depresivo, sino que es una preocupación real.

—Es que eres un buen padre y esposo, Eric, te entiendo.

Él sonríe.

—Quiero que ustedes estén bien, que no deban preocuparse por un techo para vivir o dinero; estoy trabajando muy duro para darles todo lo que se merecen.

—Lo sé, Eric... Lo estás haciendo.

—¿En serio...?

—Sí, realmente lo estás haciendo.

Recargo la cabeza en su pecho y lo escucho suspirar. Sin que lo diga entiendo que he curado una heridita en su corazón.

Eric piensa que no hace lo suficiente por nosotros, que nos causa más daño que bien, pero es todo lo contrario. Somos afortunados por tenerlo y creo que por fin lo comienza a entender.

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