Capítulo 17 - Aura

(Es doble actualización. Revisa primero si ya leíste el capítulo anterior)

—¿Aura?

—Creo que está en shock, Milo.

—No la culpo, ¿quieres más agua? ¿Té? ¿Un tequila?

—Me gustaría un tequila —admito sin apartar la mirada de la pantalla de la computadora portátil—. Pero no puedo beber alcohol.

Gustavo suspira hondo y pausa el video que volvía a mirar por tercera vez. Intento asimilar que el hombre que amo, el padre de mis hijos, está a miles de kilómetros y en otro país a merced de una mujer que podría ser la gemela de su ex prometida fallecida y que, además —por si todo eso fuera poco—, ella ha intentado tener sexo con él a la fuerza.

Fue Amy quien lo arañó, claro.

—Si te sirve de consuelo, es obvio que Eric quiso evitar eso —persuade Gustavo.

—¿No tiene audio?

—No, parece que está dañado el micrófono de la cámara de seguridad, lo siento.

Cierro la cubierta de la computadora y mis uñas captan mi atención. Quizá son tonterías o no, pero noté que esa chica tiene las uñas pintadas de rojo; yo no he tenido tiempo de arreglar las mías con el trabajo, la casa, los niños y el agotamiento por el embarazo.

—Quiero un muffin de chocolate —digo todavía con mi atención en mis uñas—. Y una malteada de chocolate.

—Eso es demasiado azúcar... —opina Gus.

—Ahora lo pides, ahora lo tienes —dice Milo y abandona su asiento—. Vamos, Gus.

—Pero...

Milo tira de la camisa blanca de Gustavo, así que el DJ se levanta y me dejan un momento a solas en la mesa.

No quiero mirar de nuevo el video. Las náuseas que siento no se relacionan con mi embarazo, sino con que una mujer hostigó a Eric y lo hizo correr despavorido hasta la casa. En el interior no hay cámaras de seguridad, así que no sabemos qué pasó, pero se ve el foco de emergencia que encendió afuera; Eric me había contado que cuentan con un botón de pánico, debió activarlo.

Aparto una lágrima que ha caído. Los dos atravesamos por algo similar y tememos hablar de ello, ¿por qué nos pasan estas cosas? Sin embargo, me tocará la peor parte porque sus admiradoras ya me detestan y, ahora que mi video con Luca es de dominio público, recibiré todo el odio que siempre quisieron dejar fluir.

De hecho, ya estoy recibiendo decenas de mensajes que me catalogan como la peor mujer que ha pisado la tierra por hacer algo semejante mientras estoy embarazada de un hombre tan maravilloso como Eric.

Mi celular no para de sonar y sonar con mensajes y llamadas que se quedan ahí.

Ni sé qué decir.

Los admiradores no creerán mi versión, sino la que han creado en sus cabezas.

¿Acaso no duermen? Ya pasa de la medianoche.

—Muffin y malteada —dice Milo al volver a la mesa y colocar ambos al lado de la computadora—. ¿Quieres algo más?

—¿Un glucómetro? —sugiere Gustavo—. ¡Milo! ¡¿Por qué me pisas?!

Milo pone los ojos en blanco.

Esbozo una sonrisa débil y como un pedacito de mi muffin, está delicioso.

—Ya soy más señalada que la misma Eva por comer la manzana —digo y encojo los hombros—. Siempre supe que en algún momento haría algo que me condenaría a ser la peor escoria de la humanidad, según ellos.

—Es que... —Gustavo duda. Milo hace un asentimiento—. El video es muy breve, sólo se ve que se besan y termina.

—Claro, no me sorprende. —Mi sonrisa es pura tristeza—. Yo lo empujo y grito varias cosas, ya no recuerdo exactamente qué, pero se nota que fue obligado, ¿eso no está?

—No —responde Milo—. Buscaré si alguien subió otro más largo.

—Yo igual —decide Gus.

Se sumergen en sus celulares. Yo continúo comiendo en silencio y tratando de que el chocolate endulce un poco mi corazón. No es lo más saludable, pero ya lo he dicho: no soy una madre perfecta ni pretendo serlo.

Mis brazos sólo quieren abrazar a mis niños y a Eric, es todo lo que deseo, es lo que no puedo tener, al menos no ahora.

—Encontré el video, pero no sé cómo descargarlo —revela Milo—. Está completo, ¿quieres ver?

—No —contesto rápido—. Quiero olvidarme de todo esto.

Gustavo me da una palmada en el hombro.

—Yo me encargo, Milo. —Gustavo toma el celular del modelo—. ¿Qué deberíamos hacer con el video?

—Envíaselo a Mailén. —musito—. Tampoco sé qué hacer, así que... es hora de que enmiende sus errores.

—Bien —acepta el DJ.

Milo sonríe.

—¿Qué pasa? —Mi confusión es genuina.

—Henrik me ha contado cómo eras cuando te conoció y te juro que me cuesta verte de esa manera.

—¿Qué ha dicho?

—Que eras muy insegura y mírate, ahora pones a trabajar a alguien como Mailén sin siquiera decir una palabra, sólo envías el video y que lo haga.

—La vida me ha vuelto así —reconozco—. A veces me gustaría conservar un poco de la ingenuidad de esa Aura.

—En esta vida la ingenuidad no trae nada bueno —dice Gustavo—. Estás bien así...

Me enseña su celular.

»Ya he enviado el video a Mailén.

—Y, por cierto, tienes a tus amigos peleando en los comentarios de los videos con sus cuentas reales. —Milo me enseña la pantalla de su celular—. Giovanna acaba de decirle a una chica que antes de juzgar tu físico, se mire en un espejo y que si quiere le envía uno por correo y con garantía para que pueda cambiarlo cuando lo rompa con su reflejo.

No controlo mi sonrisa que ahora sí es sincera.

—¿En serio dijo eso?

—Oh, sí, les irá mal por meterse con el físico y eso, pero creo que no les importa —explica Milo—. Revisa por ti misma.

Sólo así acepto usar mi celular y encuentro que es verdad, ¡todos están contestando! Son sus cuentas verificadas en diferentes redes sociales y están discutiendo con un montón de desconocidos por defenderme.

Uno promete tirarle un tomate a Henrik por defenderme, él responde que tiene mejor puntería y que ya sabe quién es; el usuario elimina su comentario un segundo después.

Dimas pelea con quienes lo felicitan por librarse de mí y casarse con Cristal. Responde que a Cristal la ama con todo su corazón y que literalmente ha dado la vida por ella, pero que ambos son conscientes de que su éxito no sería igual si no fuera por mí y la rivalidad que creé entre las bandas —sin proponérmelo—; que si son admiradores deberían estar indignados por lo que hizo Luca, no insultándome.

Berenice simplemente dice: El que quiera decir algo malo sobre Aura se las verá con mis baquetas, ¡están advertidos!

Minerva también me defiende, increíble, se enzarza en una discusión con varias chicas y no quita el dedo del renglón: Aura es maravillosa, adora a Eric y es horrible lo que Luca ha hecho.

¡Todos están defendiéndome sin conocer mi versión! Saben que soy inocente, creen en mí...

Si Sofía pudiera, también lo haría, pero ella continúa en Nueva York recuperándose antes de emprender el viaje de regreso. No hemos hablado demasiado por su bien, está aislada de las noticias sobre las bandas y cualquier tema que pueda alterarla.

Gustavo me entrega una servilleta para limpiar mis lágrimas.

—Es mi turno —dice él.

—¿Qué harás?

—Pues puedo rastrear sus ubicaciones de cada uno, ¿quieres que lo haga?

Milo se queda boquiabierto y pregunta:

—¿Puedes hacer eso?

—Claro, es sencillo, pero me tomará un rato. —Flexiona los dedos—. Podría enviarles una tarjeta del tarot a su casa o al trabajo, el arcano mayor de la muerte, ¿qué dices?

Milo y yo intercambiamos una mirada.

—Preferiría que no —admito.

—Qué aburrida —bromea Gus y se concentra en el celular. Unos minutos después encuentro su comentario en medio de la pelea:

Gustavo: Sé en dónde vives, cállate.

El usuario elimina su comentario donde me llamaba una mujer infiel del montón. Probablemente hasta ha borrado su cuenta y arrojado el celular al retrete.

»Te meterás en un problema, Gus.

—Pandora me asesinará si no te defiendo, así que no te preocupes —sonríe él—. No pasa nada, Aura, puedo cuidarme solo, ¿sí?

Porque su prima también está defendiéndome en todos los videos que ya hay en internet, así como los chicos de las bandas.

—Es inaudito —murmuro—. Las personas no suelen embarrarse en los problemas de los demás.

—Pero es que son tus amigos, Aura —dice Milo—. Y creo que saben que su actitud con la situación de Eric no fue la mejor, están intentando no repetir sus errores.

Limpio mis lágrimas y hago un asentimiento.

—Tengo buenos amigos —reconozco.

—Sí, todos cometemos errores —concuerda Gustavo—. Y tenemos derecho a enmendarlos, deja que lo hagan, ¿de acuerdo?

—Gustavo tiene razón... Ya no te preocupes por eso, sólo piensa en tu familia.

—Sí, debo hablar con mis bebés y con Eric —suspiro—. Pero...

Callo.

Gustavo y Milo esperan que continúe, mas no pasa.

No sé cómo expresar en voz alta lo que pienso.

La distancia fue letal para nosotros cuando Eric empezó con sus adicciones. Yo sé que está rodeado de profesionales y que está poniendo de su parte, pero no es lo mismo. Necesitamos hablar en persona.

Eric es más inseguro que yo. No sé cómo tomaría la noticia por una simple llamada.

La solución es simple y, al mismo tiempo, complicada.

»Iremos a verlo.

—¿Todavía puedes viajar? —pregunta Gustavo.

—Sí, estoy bien según la médica.

—En ese caso... —Milo señala la computadora—. ¿Revisamos los vuelos?

No tiene que decirlo dos veces.

Abro la cubierta de la computadora e inicio la búsqueda de vuelos.

Rachelle y Rik me observan con los ojos muy abiertos.

Mi hija está sentada en una silla alta y mueve sus piecitos en el aire. La he peinado con dos coletas, con sus moños y un bonito vestido rosa pastel que ha sido regalo de Sofía.

Me encantaría que ella estuviera aquí y poder contarle todo lo que está pasando. Sin duda necesito de su consejo y apoyo.

Rik se ha quedado de pie al lado de su hermana y parece nervioso. Quizá ya ha visto algo, podría ser. La desvelada me hizo despertar tarde; mi madre ya se había encargado de ver que desayunen y, cuando fui por ellos a la sala, lo encontré mirando un programa de televisión sobre chismes de la farándula.

No soy buena en esto. Debí ir con un psicólogo infantil para que me ayude a hablarles de lo que pasó, pero no encontré cita para hoy tan temprano y nuestro vuelo sale en unas horas.

Ellos viajarán conmigo porque tienen derecho de ver a su padre.

—Me gustaría hablarles de algo... —empiezo y trato de sonreír. Mamá se ha marchado a trabajar en casa, sólo pasará por nosotros para llevarnos al aeropuerto, así que estamos solos—. Ustedes saben que amo a su papá, ¿verdad?

Rachelle asiente con entusiasmo.

Rik vacila.

»Su padre es todo lo que he podido desear en una pareja y no quiero estar con nadie más que no sea él.

—Papi también te quiere mucho —dice Rachelle.

—Sí, es verdad, es mutuo... ¿Saben cómo nos conocimos?

Los mellizos intercambian una mirada y niegan.

»En el trabajo... Me hizo una fotografía y, bueno, aquí estamos... —sonrío con el recuerdo—. Primero fue mi mejor amigo, me apoyó cuando nadie más lo hizo y siempre procuró mi felicidad y bienestar.

—¿Es cierto que primero fuiste novia de tío Dimas? —inquiere Rik.

Rachelle se queda boquiabierta.

—¡¿Qué?!

Mi hija adora a Dimas, para pesar de Eric e ironías de la vida.

Suspiro hondo antes de responder.

—Sí, Dimas es un amigo de la infancia y tuvimos una relación antes de conocer a su padre, ¿cómo sabes eso?

Rik encoge los hombros y baja la mirada.

—¿Papi lo sabe? —inquiere mi hija.

—Sí, papi lo sabe —contesto con serenidad—. Papi sabe que Dimas es una persona importante en mi vida, él también lo quiere mucho.

—Él está cantando las canciones de papá —murmura Rik.

Rachelle va de sorpresa en sorpresa.

Yo... siento que el aire se vuelve denso.

—¿Por qué tío Dimas canta las canciones de papi? —Quiere saber Rachelle.

Rik evade mi mirada cuando pregunto:

—¿Cómo sabes esas cosas?

—Rik usa el celular de la abuela cuando ella se duerme —revela Rachelle.

—Acusona —sisea el pequeño.

—Henrik —reprendo—. No llames así a tu hermana y tampoco debes usar el celular de tu abuela, ni el de nadie. Eres muy pequeño y los celulares son privados.

—¿En dónde está papi, mami? —me pregunta Rachelle sin disimular la preocupación.

Suspiro, de nuevo, y me agacho hasta quedar a la altura de ellos. No sé por dónde empezar, tampoco todo lo que sabe Rik; lo mejor es preguntar.

—¿Qué sabes, Henrik? ¿Podrías contarme?

Él asiente, todavía no me mira.

—Escuché que papi no está con sus amigos porque vino a casa porque estás «enbanazada», pero no sé qué es eso... y papi no está aquí... —murmura Rik—. ¿En dónde está papá...?

Oh, Dios mío.

Me incorporo y trato de poner en orden mis ideas. No sé cómo explicarles qué es un embarazo, ¿y si me preguntan si ellos estuvieron en mi vientre? ¿Qué les digo? ¿Cómo debo hacerlo?

¿Por qué Eric no está aquí conmigo?

Soy fuerte, pero no puedo con todo sola. Soy una simple mujer nada más.

—¿Papá está bien? —La vocecita asustada de Rachelle me saca de mis pensamientos.

—Sí, claro, papá está bien —respondo y vuelvo a inclinarme un poco, mas no puedo agacharme otra vez porque me duele la espalda baja—. Papá necesitaba un tiempo, pero pronto estaremos juntos.

—¿Vas a dejar con papá? —pregunta Rik con miedo—. Vi un video y decían que...

—¿En la televisión? —interrumpo. Mi corazón se ha convertido en agua por el miedo.

—Sí.

Todos lo saben.

—¿Cuál video? —indaga Rachelle.

Tomo sus pequeñas manos.

—Saben que anoche salí a celebrar con mis compañeros de trabajo porque terminamos el guion completo para la serie de televisión, ¿verdad?

Ambos asiente.

»Un compañero de trabajo hizo algo malo...

—¿Qué hizo? —La vocecita de Rachelle todavía tiene miedo.

Mis hijos son listos. Debo sólo contar lo que pasó.

—Me besó sin que yo quisiera hacerlo. —Rik aprieta un poco mi mano. En su inocente carita encuentro deseos de protegerme y casi consigue arrancarme un par de lágrimas—. Él bebió demasiado, no es una excusa, pero supongo que no se controló y, bueno, hizo eso...

—Te molestaste —afirma Rik, creo que ha visto el video completo.

—Sí, porque el único hombre al que quiero besar es su padre... Él es el amor de mi vida y lo respeto.

—Papi se va a molestar —adivina Rachelle.

—Papi se va a molestar —confirmo—, por eso iré a explicarle, iremos.

—¿A dónde? —Los ojitos de Rik se iluminan—. ¿Veremos a papá?

Sonrío y hago un asentimiento.

En segundos tengo a los dos saltando y gritando a mi alrededor. No se detienen por un rato y aguardo pacientemente a que se calmen para continuar:

—Debemos hacer las maletas, viajaremos.

—¡¿En serio?! —chilla Rachelle—. ¡Gracias, mami!

La pequeña me envuelve en un fuerte y rápido abrazo, luego corre escaleras arriba para empezar el equipaje que seguramente constará de un montón de peluches y su pijama; luego tendré que volver a hacerla.

No obstante, Rik permanece a mi lado y, de forma sorpresiva, me toma las manos.

—No me gusta lo que hizo ese señor —dice Rik—. Papi siempre dice que no debo obligar a las personas a hacer cosas que no quieren.

—Papi tiene razón —sonrío y acaricio su rostro. Encuentro tanto de Eric en su mirada que me parece inaudito que no sea su hijo biológico; él suele decir lo mismo con Rachelle y conmigo—. Luca hizo mal.

—No me agrada...

—A mí tampoco, pero ya no tengo que volver a trabajar con él. —Lo tranquilizo—. Y no te preocupes, contaré todo a papá porque siempre debes decir la verdad a las personas que amas.

—Papi se va a enojar mucho.

—Lo sé...

Rik duda un momento antes de hablar.

—¿Qué es «enbanazada»?

Por Yoda...

—Eso es...

—¡Rik! ¡Voy a agarrar la maleta negra de papá! —grita Rachelle desde la segunda planta de la casa.

—¡¿Qué?! —Mi hijo reacciona como si alguien acabara de decirle que quemará todos sus juguetes y luego bailará alrededor de la hoguera—. ¡No! ¡Es mía!

—¡Es de papá! —insiste ella.

—¡Pero yo la voy a usar!

—¡Nop! ¡Yo lo haré!

—¡Rachelle!

Mi hijo se olvida por completo de nuestra plática y sale disparado hacia las escaleras sin parar de gritar que la maleta es suya.

La maleta en cuestión tiene forma de ataúd y es un regalo de Pandora, la prima de Gustavo; ella tiene una igual. No quiero ni imaginar las expresiones de las personas cuando vean a uno de mis hijos desfilando con un ataúd con ruedas en el aeropuerto.

Tenemos apenas una hora para hacer el equipaje e irnos al aeropuerto; no avisaré a Eric, será sorpresa.

Sólo espero que la sorprendida no sea yo...

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