Capítulo 12

Han sido semanas difíciles.

La distancia con mi familia es lo peor, mucho más que la rehabilitación.

Mi voz mejoró luego de la primera semana y conversé con los mellizos, aunque todavía no me siento listo para una videollamada. Ellos quieren verme, yo a ellos, pero... todavía estoy delgado y mi rostro sigue luciendo demacrado, no es como acostumbran verme.

Aura insiste en que no lo notarán, sólo quieren ver a su papá. Yo... tengo miedo de encontrar desilusión en sus ojos.

Mi cuerpo ha tenido más cambios que mi rostro; cambios favorables. Ya percibo el sabor de la comida, siento apetito y asisto con el nutriólogo del centro de rehabilitación; estoy comiendo mucho para recuperar el peso que tenía al iniciar la gira y creo que lo estoy logrando. También he retomado el ejercicio y, aunque todavía no tengo la fuerza de antes, ya no me veo patético en el gimnasio.

Estoy por cumplir un mes aquí.

Un mes lejos de Aura.

Un mes sin saber qué sucede en el exterior... «más o menos». Hice un poco de trampa, sólo «poquito».

No nos permiten tener celulares, pueden perjudicar nuestra recuperación; en especial en mi caso, pues existen miles de cosas sobre mí en internet. Pero puedo usar las computadoras del lugar que tienen limitadas las funciones. Sólo podemos revisar el correo electrónico y hacer videollamadas.

Pues... me suscribí al «Newsletter» de una revista digital que siempre tiene algo qué decir sobre nosotros, en especial sobre mí ya sea bueno o malo. Por eso sé que Dimas está haciendo un buen trabajo y ya han sugerido que tal vez yo no sea tan necesario.

Mi reflejo en el espejo se ve bien, pero también podría ser por las luces del vestidor en el gimnasio.

¿Y si ya no soy necesario?

¿Qué haré?

Ni siquiera estudié la universidad, tampoco tuve interés en continuar después como Cristal, simplemente consideré que haría música hasta el último día de mi vida.

Claro, podría componer canciones para otros artistas y vivir bien de eso; pasaría más tiempo con Aura y los niños, pero...

«Pero...».

¿Podría vivir sin jamás volver a poner un pie en el escenario? ¿Sin escuchar a las personas coreando mi nombre y cantando a todo pulmón mis canciones?

No estoy tan seguro. La idea me produce ansiedad, ahora sé cómo se llama lo que me sucede; Henrik tenía razón. Me cuesta controlarla y a veces consume cada rincón de mi vida, por eso caí en las adicciones. Tengo miedo de enfrentar una realidad que no me guste, de quedarme solo y sin las personas que amo; en esos momentos me convierto en el pequeño bebé que pasó la noche en la intemperie luego de que su madre lo abandonó.

No quiero que me abandonen. Pero estoy aprendiendo que, si sucede, puedo sobrevivir porque soy un ser humano autosuficiente y fuerte que puede con las adversidades de la vida.

Ya soy padre, debo ser la tierra firme de mis hijos, no al revés.

Estoy aprendiendo de nuestro amor, el de Aura y el mío. Es tan grande y me hace sentir tan especial, temo que otro hombre pueda recibirlo en mi lugar; que ella encuentre a alguien que merezca más ese cariño. No obstante, si sucede, debo sobrevivir y continuar adelante, no dejarme morir de desamor.

Y es jodidamente difícil, más cuando escribes cosas que literalmente hablan de morirte sin la persona que amas.

Porque así me siento, que muero si un día Aura me deja y se lleva a nuestros hijos, y debo aceptar que está mal sentirme así. Mi recuperación se basa en entender que ni un divorcio puede acabar conmigo.

La realidad es que, si algún día Aura me deja, no volveré a estar con nadie más. Ella es mi última mujer, no me interesa conocer a nadie más. Prefiero la soledad antes de encontrar a otra mujer durmiendo a mi lado. Prefiero mantener su recuerdo ahí hasta el día en que muera.

Meneo la cabeza.

Esos pensamientos de morirme son difíciles de eliminar, pero lo estoy intentando.

Respiro hondo. Lavo mi rostro y me seco con las toallas de papel.

Mi playera está empapada de sudor. Hacía mucho tiempo que no entrenaba así, como si en verdad quisiera competir en fisicoculturismo; nunca me ha agradado la idea de que mi cuerpo se vuelva demasiado musculoso, pero es mejor estar aquí y no en casa.

En mi casa temporal... con Amy al lado, lista para asomar en cualquier momento.

—Carajo.

Ella tiene muchos meses aquí. Ya debería estar fuera y temo conocer la razón por la que no se marcha.

Esa razón me está regresando la mirada en el espejo, o sea, yo.

Pongo los ojos en blanco.

Me siento mal por su esposo cada vez que viene y nos encontramos. Él tampoco es idiota, sabe a la perfección lo que sucede con su esposa y me hace sentir miserable. Yo no soportaría ver a Aura interesada en otro, posiblemente le estrellaría algo en la cara al susodicho.

Amy revolotea a mi alrededor casi todo el día... Me he inscrito a más talleres para ocupar mi tiempo y... resulta que igual se inscribió.

Al principio sólo estaba en un grupo de lectura y violín —que me costó la mitad de mi paciencia durante las primeras clases—, luego me inscribí en cocina —y ahora sé preparar sushi, Aura amará eso—, pintura y, el mejor de todos, literatura.

Estoy aprendiendo a escribir cuentos, ¿qué tal? Ya quiero que Aura lea mis tonterías, posiblemente se reirá, pero quiero entenderla más. Ahora comprendo cuando su mirada se queda ausente en medio de una conversación y luego me pregunta qué dije; a veces es difícil abandonar el mundo de tus personajes y volver a la realidad.

Amy está en todos mis talleres.

Lo peor es que me siguió para saber en cuáles estaba o preguntó, no sé, pero yo no le dije porque quería distancia entre nosotros.

Pues le valió.

No importa las veces que hable de Aura, de cuánto la amo y que como prueba la llevo tatuada en el pecho. Ella sonríe y se queda ahí, es todo.

Maldición.

Me quito la playera. Mi cuerpo luce mejor, definitivamente así es. El abdomen sigue marcado, bajé mucho de peso, y los oblicuos resaltan; pero estoy recuperando la masa muscular en el pecho, los hombros, la espalda, pronto volveré a ser el de antes.

Quizá me inscriba en defensa personal por si necesito pelearme con Dimas para recuperar mi lugar en la banda.

La idea me hace reír. Dimas me haría sopa con una mano.

Me coloco la playera seca, suelto mi cabello, lo cepillo con los dedos y vuelvo a sostenerlo en un chongo despeinado. Recojo mi bolso deportivo, lo cuelgo al hombro y salgo del baño.

El gimnasio nunca está lleno, pero tampoco vacío. Ahora mismo hay un jugador de futbol americano que ganó el super bowl el año pasado, sólo me saluda con una sonrisa cuando paso y continúa levantando las mancuernas de cincuenta kilos como si con eso pudiera exorcizar todos sus demonios.

El sol se ve cálido al otro lado de la puerta. He descubierto que no soy tan «lúgubre» y mucho menos un «vampiro», me gusta estar en el sol.

Pero.

Una mujer se detiene en la puerta.

Es Amy.

Y yo también me detengo para preguntarme si puedo pasar otra hora entrenando, pero es tarde y debo apurarme para comer antes de ir a mi terapia.

Y de seguro Amy querrá acompañarme.

No he hablado de esto con el terapeuta porque no quiero perjudicarla. Me ha contado un poco de su vida, se quedó huérfana desde pequeña y pasó al cuidado de sus abuelos maternos. Conoció a su esposo en la adolescencia y están juntos desde entonces; nunca ha estado con otro hombre.

Aura me mataría si supiera que Amy me dijo eso. Es decir, yo tampoco soy tonto, Aura menos; entendí esa insinuación a la perfección.

Yo no seré el segundo hombre en la vida de Amy. No importa que se parezca a Ángela, aunque con los días he encontrado más diferencias hasta que sólo me parecen levemente parecidas.

Ángela nunca hubiera hecho una insinuación así.

De hecho, soñé con Angie. Ella estaba en el balcón de la casa, recargada en el barandal y con mirada molesta. Desperté riéndome, no triste. Sentí que me cuidaba para que no hiciera una estupidez.

Ángela haría eso, ella era buena. Una de las mejores personas que he conocido. Si existe el cielo y el infierno, ella está en el primero y me vigila para que me porte bien con Aura.

Una fuerte palmada en la espalda casi me hace escupir los pulmones.

—Es persistente —me dice el jugador de futbol americano.

—Mi esposa me sacaría de aquí en dos minutos si supiera —suspiro.

Él ríe.

—Mi esposa me dejó antes de entrar, así que eres afortunado de tenerla a tu lado, cuídala.

Se marcha para continuar entrenando.

Y claro que cuidaré de Aura, toda la vida.

Cuidar de mi pequeña es uno de mis mayores placeres. El otro es cuidar de nuestros hijos.

Retomo el paso, abro la puerta y me recibe el calor del sol.

Y la sonrisa de Amy.

—Hola —saluda ella—. ¿Cómo te fue?

—Bien.

—Sí, te ves bien —concuerda ella y me lanza una mirada que Aura reprobaría, luego la empujaría como a Gigi.

Eso me hace reír.

»¿Qué?

—Nada, gracias, es que recordaba a mi esposa.

—Ah.

Caminamos en silencio un rato hasta que vuelve a hablar.

»¿Ya le preguntaste si puedes enseñarme a tocar la guitarra?

—Sí —miento.

—¿Y qué dijo?

—Que no.

—¡¿Por qué?! —exclama y levanta los brazos, es muy expresiva, Ángela no era así—. No debería resguardar así tu talento.

—No se trata de eso, nosotros sabemos el motivo y es lo que importa.

Amy me mira. Yo mantengo la atención en el camino.

El camino hasta las casas es corto y por supuesto que Amy me sigue hasta la mía, no importa que le diga que debo apurarme para salir de nuevo.

—Te acompaño —finaliza y cierra la puerta atrás de ella.

Suelto la mochila en el sofá. Estoy un poco hastiado con la situación porque hasta las enfermeras y el personal de servicio piensan que tenemos algo. No está prohibido en la clínica, aunque no se recomienda.

Tal vez hasta mi terapeuta cree algo que no es y está esperando que le cuente.

»¿Estás molesto?

—Cansado. —Vuelvo a mentir.

Mi comida ya espera en un envase desechable arriba de la mesa del comedor. Es muchísima comida, ojalá no me atragante por el mal humor.

»¿Cuándo viene tu esposo y tu hija?

Amy gira hacia mí. Estaba mirando las fotografías que mandé a imprimir y poner en cuadro de Aura con su vientre abultado y de nuestros hijos; también el ultrasonido de las gemelas.

—No sé.

—Antes siempre estabas pendiente.

Ella encoge los hombros.

—Él quiere que me salga, no entiende que no estoy lista.

—¿Por qué no lo estás?

—Porque no —resume—. ¿Y tú?

—Espero irme en unas semanas más —confieso—. Debo acompañar a Aura en el embarazo, necesito estar ahí.

Empiezo a comer sin sentarme, quizá así entienda que en serio tengo prisa.

Ella se sienta en uno de los sofás porque claro que no entiende o no le importa.

No sé cuántas veces pasé por esto. La última vez fue con Lucy, la prima de Cedric, y me aproveché un poco para tenerla ahí limpiando la casa.

Cuando una persona está en esta actitud es muy sencillo utilizarla. Por lo general se conforman con migajas de cariño, aunque suele bastar con ser un poco amable para tenerlas obedeciendo.

Yo me aproveché de eso muchísimas veces, tantas que ni puedo contarlas. Antes era indiferente, ahora me enoja.

—Amas mucho a Aura —comenta.

—Con todo mi corazón —confirmo con la boca llena porque al carajo los modales. En serio me está enojando Amy.

—No sé si mi esposo me ha amado así en algún momento.

Bebo medio litro de agua porque casi muero con tanta comida que metí en mi boca, pero en serio estoy incómodo y sólo quiero comer rápido para largarme de nuevo.

—Estás aquí, claro que te ama.

—¿Manteniéndome lejos?

—Manteniéndote en un sitio que cuesta un montón por el tiempo que desees porque no estás lista —contesto luego de tragar—. Debe tener muchos gastos con el bar, la niña y la clínica, ¿no crees?

—El seguro cubre la mayor parte.

—La menor parte igual debe ser un montón de dinero, Amy —insisto—. Yo estoy pagando mucho con todo y que el seguro está cubriendo la mayoría; y no es por ser presumido, pero creo que tengo mejores ingresos y aun así me quejo.

Ella se tensa. No le está gustando para nada la conversación.

Ojalá así se vaya.

—El dinero no lo es todo, Eric.

—¿Ya viste al jugador de futbol americano?

—Ajá.

—Bueno, él debe tener más dinero que el que veremos reunido en cinco de nuestras vidas. Obviamente no lo es todo, también está aquí, como nosotros.

—Pues por tu comentario pareció que...

—Quise decir que el amor se demuestra de muchas formas, como tu esposo que debe estar esforzándose muchísimo en el trabajo para esperar a que estés lista y vuelvas a casa con ellos.

Amy hace una mueca y no dice más.

Yo trago mi comida casi sin masticar. Es un montón de pollo, arroz, brócoli, zanahoria, etcétera; luego dos tazas de frutas que igual trago aunque casi muero ahogado con las fresas. Entonces me vuelvo a encaminar a la salida y Amy me sigue obedientemente.

Abro la puerta y encuentro a la persona que menos espero, Peter, el esposo de Amy. Y la desilusión en sus ojos me hace sentir culpable de algo que no hice.

—Hola —saluda—. Supuse que Amy estaría aquí.

Peter me ve de pies a cabeza y suspira.

No, amigo, no soy tu rival. No quiero nada con tu esposa, es más, llévatela.

—Nos encontramos cuando salí del gimnasio —explico casi titubeando, casi, como si en serio estuviéramos haciendo algo malo—. Sólo he venido a comer, tengo cosas qué hacer.

—¿Por qué no me esperaste ahí? —inquiere Amy sin disimular el enojo.

—Es tarde, nos vemos. —Y me marcho porque esa no es mi batalla.

Sólo echo un vistazo sobre el hombro y me siento mal por ese hombre. Está cabizbajo mientras Amy le dice algo sin disimular el coraje.

Me pregunto si Amy entenderá que Peter podría estar a punto de abandonarla y todo lo que estaría en riesgo si eso sucediera.

A veces me habla de lo mucho que extraña a su hija, luego pasa días sin mencionarla; es extraña. Creo que quiere vivir la soltería que no experimentó por embarazarse muy joven, pero no es mi culpa. Yo no la ayudaré a vivir eso, tengo mis responsabilidades y, sobre todo, no me interesa en lo más mínimo otra mujer que no sea Aura.

Mi mente sólo está enfocada en mejorar para mi familia, es lo que quiero.

Hoy tengo mi taller de cuento. Estoy escribiendo uno muy tonto sobre un músico, no sé si es bueno o malo, pero ya quiero que Aura pueda leerlo.

Todavía no reúno el valor para decirle que estoy escribiendo cuentos. Es difícil cuando tus suegros son cuentistas consagrados con varios premios. Aun así, me gusta entender un poquito más de cómo trabaja esa mente maravillosa que me tiene como idiota desde que la conocí.

Aura me motiva a ser mejor persona, eso es bueno. Ella me hace bien. Me gusta quién soy cuando está a mi lado y quiero mejorar para que eso nunca se termine.

Lo ideal es que deje el cigarro. Eso no sucederá.

Tengo demasiados años fumando, sé que es malo para la salud, pero tampoco acabo con una cajetilla en un día ni nada por el estilo. A veces paso días sin fumar, entonces... he decidido conservar ese mal vicio. Mi terapeuta dice que es mi decisión, bueno, así es.

En la clínica intento controlarlo. Fumo dos al día. Uno por la tarde, luego de la terapia, otro por la noche mientras toco la guitarra en el balcón.

Hoy la noche es fresca y la brisa agradable. El ruido de las olas relaja, aunque parece que el mar está inquieto.

Ya casi es medianoche, lo que quiere decir que Aura ya debe estar durmiendo. Hablamos hace un rato, como todos los días, y me tragué los celos al escucharla hablar de Luca y cómo le ha dado tanto peso a su opinión.

Como si no supiera que el imbécil se la quiere llevar a la cama.

Tal vez tiene fantasías con embarazadas.

Mierda.

El coraje me consume.

Yo tengo fantasías con una embarazada, con Aura.

He soñado con ella en la siesta de la tarde y desperté con una puta erección que no bajó sola hasta que me desahogué en el baño. Su cuerpo siempre me ha atraído, desde que la conocí en la oficina, es como si existiera una química especial entre nosotros que no hemos compartido con nadie más.

El sonido de la rejilla del balcón interrumpe el apacible sonido de las olas. Sin girarme sé que es Amy porque todas las noches viene a escucharme tocar. No hablamos, sólo se sienta ahí en la misma silla de siempre, y me observa tocar la guitarra.

—Me iré en unas semanas —avisa con tono triste—. Peter me dijo que no puede costear más tiempo la clínica, que puedo buscar una gratuita si siento que necesito más ayuda.

—Es bueno, ¿no? Estarás con tu hija.

Ella agita sus pestañas con exageración y parece ofendida.

Ya sé lo que viene porque lo he pasado tantas veces.

—¿No te importa que me vaya?

Pues no.

Pero tampoco quiero ser tan malo. Mi terapeuta dice que a veces debo medir mis respuestas porque cuando me exaspero sólo suelto lo que pienso y no me interesa si ofende o no.

—Estamos aquí para rehabilitarnos y creo que estás lista para regresar al mundo exterior. —Evado la pregunta y empiezo a acariciar las cuerdas de la guitarra sin tocar ninguna melodía en particular—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Cuatro meses.

—Es mucho dinero, Amy.

Ella asiente.

—¿Ves? Peter no me ama, si lo hiciera encontraría la forma de seguir pagando la clínica.

—A veces no es tan fácil...

—Si fuera Aura y no tuvieras dinero, ¿qué harías?

Tendría como cinco trabajos para poder costearlo, pero es obvio que Peter no quiere sacarla por el tema del dinero. Es por mí.

—Es diferente.

—¿Por qué? Igual es un matrimonio, ¿en qué cambia?

Un millón de cosas.

—Amy, creo que Peter te ama y que el costo de la clínica es excesivo...

—Su familia tiene mucho dinero.

—¿Y? Estás recuperada, aprovecha volver con tu hija y sigue adelante.

—¿Y qué harás?

Paro con la guitarra y busco su mirada.

Ella aguarda por mi respuesta.

—Seguir recuperándome para regresar con mi esposa y vivir parte del embarazo con ella. No puedo quedarme aquí cuando Aura está haciéndose cargo de todo.

Amy pone los ojos en blanco cuando escucha el nombre de ella.

Y eso no. Es decir, mi límite es ese. Si se meten con Aura, automáticamente pasan a mi lista de bloqueados de la vida.

»Y antes de decir algo sobre Aura te advierto que cuando se trata de ella me olvido de si eres mujer u hombre, te va a ir mal.

Amy hace un mohín.

—¿Por qué la amas tanto?

—Porque sí, Amy, ¿qué quieres que te diga? Es mi esposa, la amé desde antes de que ella me amara y me ha dado los mejores años de mi existencia.

—Pero ¿qué tiene de especial? Es fea.

—Disculpa, pero con esa cara no puedes opinar del físico de nadie.

«Perdón, Ángela».

—¡¿Qué?!

Carajo.

Me incorporo, dejo la guitarra en el sofá y camino hasta el barandal. Abajo todo está oscuro, sólo se ilumina la playa por algunas farolas ubicadas a varios metros de distancia entre ellas.

La madera cruje bajo los pasos de Amy, por eso sé que viene hacia mí y no me toma por sorpresa cuando tira de mi playera para obligarme a girar. Lo hago porque no quiero que rompa mi ropa, no traje mucha y no quiero usar el uniforme de la clínica, parece de psiquiátrico.

»¡No soy fea! ¡Soy mucho más bonita que Aura!

—No sé quién es tu terapeuta, pero creo que no está haciendo un buen trabajo.

Ella levanta la mano lista para abofetearme, mas se detiene. Tiene lágrimas en los ojos y su cuerpo tiembla por el coraje.

—¿Qué tiene ella que no tenga yo?

«¿Por dónde empiezo?».

—Amy... —suspiro hondo—. Aura es la mujer perfecta para mí, por lo tanto, todas las demás son inferiores a su lado. Entonces, ¿por qué estaría con una mujer que es menos que la mía?

Probablemente no se ha escuchado bien porque ella parece a punto de empujarme por el barandal.

—No soy menos que ella.

—Para mí, sí. Para tu esposo debes ser perfecta.

—Qué estupidez... —ríe sin alegría—. Una vez Peter me mostró una foto de ella, cuando anunciaron su serie de televisión, y me pareció una mujer tan simple y poca cosa para alguien como tú.

—Aura no es nada de eso —sonrío—. Es hermosa y ahora, embarazada, está más bella que nunca.

—Eric... —Parece quedarse sin palabras.

Gracias, universo.

—Ve a casa, Amy, deberías des... ¿qué haces?

Pero la mujer no responde, por supuesto que no, sino que se saca la blusa de tirantes por la cabeza y se queda con el sujetador de encaje que realmente no cubre nada de sus pechos.

»¡No me jodas!

Ella se abalanza, mi espalda se arquea sobre el barandal y la madera cruje con cada forcejeo. Sujeta mis manos, cuando nota que trato de empujarla y se impulsa hasta que su cuerpo queda sostenido arriba del mío.

Y el barandal se mueve.

Adiós delicadezas por ser mujer.

La empujo con el cuerpo, así que trastabilla y cae desparramada en el suelo.

Amy no da crédito. Su pecho sube y baja mientras sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas.

—¡Vete a casa! —grito.

Y, antes de que intente realmente tirarme por el barandal, corro hacia el interior de la casa.

¡Recuerdo que hay un puto botón de emergencia! ¡Pero no dónde! ¡Jamás creí necesitarlo, mucho menos porque una mujer iba a querer manosearme!

—¡Eric! —llama Amy. La encuentro en la puerta.

—¡Vete!

Y ahí está el botón, en la sala. Amy nota que lo observo y corre al mismo tiempo que yo; consigo presionarlo un segundo antes de que me empuje y caiga en uno de los sofás.

Una luz roja se enciende afuera de la casa, el brillo entra por la ventana. Amy se distrae, la empujo y rueda hacia el suelo. Entonces me levanto, me golpeo con la puta mesa del demonio y llego al baño donde cierro con seguro porque... realmente he temido que esto se complicara más.

Nadie va a creer que una mujer intentó abusar de mí, sino todo lo contrario. Si ella cuenta su versión sin ningún testigo a mi favor, esto podría acabar muy mal; ya me ha pasado.

—¡Eric! —Golpea la puerta.

El seguro es frágil, especialmente hecho para romper de una patada porque es una clínica de rehabilitación, claro.

¡Esto no puede pasarme!

—¡Vete a casa, Amy! ¡No voy a engañar mi esposa contigo ni con nadie!

—¡Es una estupidez! ¡Ella ni se va a enterar!

—¡¿Y luego te preguntas por qué ya no te quieren costear la clínica?! ¡¿Es en serio?!

—¡Ábreme!

Puta madre, que alguien venga rápido.

Amy forcejea con la cerradura.

»Eric, sólo quiero que hablemos y lleguemos a un acuerdo...

—¡No voy a acostarme contigo, carajo! ¡Amy, necesitas un psiquiátrico, no una clínica de rehabilitación!

—¡Eric!

—¡Vete!

—¡¿Señor Dogre?! —grita un hombre.

—¡Abre, Eric! ¡No! ¡¿Qué hacen?! ¡Suéltenme! ¡Eric, diles que me suelten!

Amy continúa gritando mientras la sacan de la casa entre varias personas, no sé cuántas, y algo me dice que acaba de tener una crisis de algo, no sé de qué, pero que quizá no estuve tan equivocado con el psiquiátrico.

Es más parecida a Penélope que a Ángela, maldición.

Y me siento terrible por confundirla con Angie la primera vez. Ella jamás habría hecho algo así, se horrorizaría sólo con la idea.

—¿Señor Dogre? ¿Está bien? —pregunta un hombre con un par de golpecitos en la puerta—. Es seguro, puede abrir.

No me fío.

Entreabro la puerta y me cercioro de que Amy no está.

—¿Se la llevaron?

—Sí —sonríe el hombre, un afroamericano de unos treinta y tantos años con sonrisa amable y ojos verdes—. ¿Usted se encuentra bien? ¿Quiere ir a revisión?

Termino de abrir la puerta y trato de asimilar lo que ha pasado. Recuerdo que Nicolás me dijo una vez que se sintió en riesgo con una mujer, ahora lo comprendo.

—¿Qué le pasó...?

El hombre suspira y mira hacia la puerta. Todavía se pueden escuchar los gritos de Amy en la distancia.

—El proceso de rehabilitación no es una línea recta, tiene altas y bajas, pero estará bajo observación, no se preocupe.

—¿Y si regresa...? Si dice que yo intenté algo...

—Enviaremos seguridad para resguardar los accesos de la casa —me informa al tiempo en que toma su walkie talkie—. Si desea presentar una queja, puede realizarla mañana a primera hora.

—¿Una queja?

—Sí y... lo recomiendo, aquí tenemos acuerdos de confidencialidad, pero es mejor prevenir.

—¿A qué se refieres?

—Por si existe alguna versión diferente en el exterior, con la queja está respaldado por la clínica que ha validado lo que sucedió.

—Bien, lo pensaré...

—¿Necesita algo más? ¿Quiere que envíe a una enfermera a revisarle la herida?

—¿Cuál herida?

—Su cuello...

Palpo mi cuello y quedan hilos de sangre en mi mano. Amy me arañó, ni sé cuándo.

—No, está bien... La lavaré y ya...

—De acuerdo.

El hombre se despide, sale de la casa y me quedo sumido en el silencio que sólo se rompe con el sonido de las olas.

Tengo que levantar la queja porque si Amy cuenta algo diferente, será un escándalo. No puedo permitir que Aura pase por emociones así durante su embarazo ni en el posparto. Mi pequeña merece felicidad y tranquilidad, tengo que darle eso, se lo debo.

Lo lamento tanto por Amy, pero mi única prioridad es mi familia. Aura y nuestros hijos van por arriba de todo.

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