Capítulo 11 - Aura

—¿No te quedas a cenar? —pregunta Luca cuando estoy recogiendo mis cosas con la ayuda de Milo.

—No puedo, he quedado de ayudar a mi hermana con unas cosas —miento.

—Bueno...

Hemos revisado sus avances en mi ausencia y todo ha estado muy bien, apenas hice algunas sugerencias y correcciones. Terminaremos en poco tiempo, quizá un mes cuando mucho, y entonces podré dedicarme a descansar...

Y a sufrir porque Eric está lejos con un clon de Ángela.

Me despido de los chicos. Milo y yo abandonamos la casa, pero Luca nos sigue hasta la camioneta.

—Oye, Aura —me llama cuando Milo ya me ha ayudado a subir al vehículo.

Milo comparte una mirada conmigo, asiento y se marcha hacia el asiento del conductor.

—¿Qué pasa?

—Mira, encontré esto —dice Luca y saca una figura pequeñita del bolso de su pantalón—. Es una osita escritora y me recordó a ti.

Tomo la figura y sonrío, es muy bonita. Debe medir cinco centímetros. Tiene anteojos, una plumafuente pequeñísima y un libro.

—Gracias —murmuro—. ¿En dónde la encontraste?

—De seguro casualmente mientras compraba las verduras —suelta Milo a mi lado ya detrás del volante—. ¿No es así?

Luca le dirige una mirada seria, luego me responde:

—Compraba unas cosas por internet.

—Es realmente linda, muchas gracias —sonrío.

—Qué bueno que te gustó.

Y sonríe de forma extraña. Soy despistada, mas no tonta; entiendo a la perfección el tono de esa sonrisa y sé que si Eric estuviera aquí se incomodaría.

—Pero no puedo aceptarlo —agrego.

Luca se sorprende.

—¿Por qué...?

Porque proviene de un hombre que ha mostrado interés en mí, por eso, mas no sé cómo explicarle sin verme grosera.

»Aura, estás embarazada de tu esposo, yo sólo soy un colega que admira tu trabajo. No puedes ir por la vida rechazando todos los regalos de otros hombres porque tu esposo es inseguro.

Mi quijada cae.

Milo extiende la mano, toma el osito y, con una sonrisa mordaz, dice:

—Muchas gracias, Luca, eres un sol. Debemos irnos.

Luca retrocede y cierra la puerta, aunque permanece perplejo cuando nos marchamos.

—¿Por qué hiciste eso? —inquiero—. Eric...

—Es hermoso que seas tan leal con él, lo juro, Aura, pero no confíes en Luca ni en nadie para hablar de Eric.

—No hablé de él —me defiendo.

—No, pero se interpretó así. No quieres problemas con tu esposo, ajá, ¿por qué tendrías problemas por un regalo?

—No dije que fuera para no tener problemas.

—¡Así se entendió! —exclama Milo—. Cuando algo así se repita, aceptas el regalo y lo guardas por ahí o se lo regalas a alguien más...

Milo levanta la osita en medio de ambos.

»Esta figura es de una marca exclusiva, búscala en tu celular, son ediciones limitadas así que debió buscarla especialmente para ti. Luca hizo esto con la intención de incomodar a Eric y supo que lo logró desde antes de que él pueda ver la figura.

Estoy mareada con tantas intenciones escondidas.

Tomo la figura y busco la marca en internet, compruebo que Milo está en lo cierto.

—Esto es tan complicado —murmuro.

—Bastante... ¿Y por qué vamos a casa de «Belcebú»? ¿Ya sabe algo?

—Ya tiene un nombre, podremos saber si tiene alguna relación con Karam o no.

—¿Karam? —La incredulidad de Milo emana por cada uno de sus poros—. Yo creo que nos ha dejado en paz, hace mucho que no sabemos nada de él.

—¿Y si está esperando para atacar?

Milo calla un momento.

—¿No será una excusa, Aura? Me suena más a que así justificas investigar sobre ella.

Respiro hondo y trato de escucharme ofendida, no descubierta.

—Karam es capaz de cualquier cosa, lo sabes.

—Sí, pero...

—Mi preocupación es completamente normal.

Milo me dirige una mirada rápida y suspira:

—Si tú lo dices...

No volvemos a hablar hasta que nos detenemos en la puerta de casa de Gustavo. El automóvil de Nina no está, así que debe estar solo.

Milo me ayuda a bajar y luego tocamos el timbre; no esperamos ni un minuto cuando la figura alta de Gustavo abre la puerta de su casa y desciende por el camino hasta la reja.

Hoy el chico viste de negro, lo que lo hace lucir más pálido, y lleva una cadena de plata con un dije extraño; ese brillo hace resaltar sus ojos grises.

—Nina no debe tardar, así que tenemos poco tiempo —saluda.

Seguimos al chico hasta el interior de la casa donde nos ofrece agua; sólo Milo acepta. Yo empiezo a ir al baño cada dos segundos y no quiero llenar mi vejiga más de lo indispensable. Entonces entramos a su estudio y Milo no puede evitar el comentario:

—¿No conoces los focos normales? —inquiere.

Gustavo mira alrededor. De nuevo tiene como iluminación la hilera de luces en los bordes de la habitación y el brillo de sus monitores.

—Sí, no me gustan —resume éste y toma asiento frente a la computadora.

Milo me susurra:

—Este parece vampiro.

—Ya tuve esta conversación con Nidia, no lo es —respondo igual muy bajito.

—Cuando dejen de susurrar pueden ver esto —dice Gus.

Suelto un respingo y me apresuro a llegar hasta la computadora donde está una foto de Ángela abrazando a un bebé y...

—Dios mío, esa no es Ángela —reacciono—. ¿Es la chica de la clínica?

—Ajá.

—Es idéntica...

Milo se asoma. No sé si conoce a Ángela por fotos, así que primero le enseño una fotografía de ella en mi celular; después opina igual que yo:

—Podría ser su gemela.

—¡¿Ves?! —exclamo—. ¡Esto no es normal!

—Todavía hay varias imágenes de Ángela en internet, las admiradoras de Eric son muy intensas —ríe Gustavo.

Pongo los ojos en blanco y digo:

—Ya sé, está lleno de «tuvo hijos con la que pudo, no con la que amaba», «Aura un día comprenderá que es la madre de sus hijos, no el amor de su vida» y tonterías así.

—Ajá —confirma Gustavo—. ¿Cómo lo soportas?

Encojo los hombros.

—Eric me defiende siempre que esos comentarios llegan a sus redes sociales, pero no puede hacerlo en todo internet y, pues, me importa lo que dice y siente él, no unas «groupies».

—Eric tiene tu rostro en el pecho —recuerda Milo—. Creo que sólo un hombre muy enamorado haría eso.

—Nina me ha hecho un montón de insinuaciones sobre eso —suspira Gus—, pero no sé.

Milo me dirige una mirada divertida. Gustavo se ve como todo un chico malo, pero su esposa lo tiene dominado.

—Nina es hermosa, así que tendrías un tatuaje muy bonito —observo.

El chico sonríe y asiente, pero no continúa hablando de su relación. Es reservado en esos temas.

—Bueno, encontré muchas cosas sobre la clon —continúa Gustavo y abre un documento donde ha anotado información—. Se llama Amy Finley, tiene veinticinco años, cuatro años de casada y una hija seis años. Tiene un bar con su esposo que se llama «Visio», tocan bandas locales —ríe por lo bajo. Milo cruza los brazos. Yo... existo—. Consume drogas desde muy joven, se ha encargado de dejarlo claro en sus redes sociales y parece que por fin la convencieron de entrar en rehabilitación luego de un incidente, pero no sé cuál.

—¿Cómo que no sabes cuál? —inquiero.

—Pues en ningún lado dice algo al respecto —señala él—. En su expediente de la clínica sólo encontré las drogas que consumía, por ejemplo, fentanilo.

—Mierda —dice Milo—. Eso es grave, ¿no?

—Probablemente eso la llevó a la clínica —reflexiono.

—Sí, debe ser así, y en redes sólo encontré comentarios que insinuaban que pasó algo, mas no qué.

—¿Cómo cuáles? —Quiero saber.

«Hazlo por Sky, algo así no se puede repetir, ella necesita bien a su mamá» y similares.

Gustavo me enseña los comentarios en las redes sociales, pero me distraigo demasiado con las fotografías de ella.

Amy Finley.

Mi corazón late muy fuerte. Jamás sentí una verdadera amenaza por perder a Eric, ni siquiera con Gigi; esos eran celos de mi parte, Eric no hacía nada para provocarlos. Sin embargo, ahora no sé...

—Aura, Eric no hará algo idiota —dice Milo al notar mi expresión.

—Cierto... —titubeo.

Gustavo continúa mostrándome las fotografías. Amy se ve como una mujer muy feliz y divertida. Tiene fotos en fiestas, con su hija, en la playa, en el bar y... Eric tiene razón en algo, es como si Ángela estuviera viva.

—Ya tiene dos meses en la clínica —informa Gustavo—. Ya debe estar por marcharse, según su expediente, está mucho mejor.

—¿En serio hackeaste a la clínica? —pregunta Milo.

—Sí, para ser tan exclusiva y privada fue bastante sencillo... Eso me preocupa un poco porque...

—Alguien más podría hacer lo mismo y encontrar el expediente de Eric —musito.

—Exacto.

—¿Y hubieron pistas de Karam? —averigua Milo.

—No, nada. —Gustavo vuelve a abrir una de las redes sociales llenas de fotografías de Amy—. Aparentemente es una chica común que se parece a Ángela, nada más.

Sé que es tonto, que debería alegrarme que estamos a salvo, pero eso significa que no hay manera de detener esto. Sólo me queda confiar en Eric y esperar que vuelva a casa con nosotros.

Mis manos caen sobre mi vientre que cada día siento más abultado.

«Quiero que Eric esté con nosotras».

—Puedo entrar en las cámaras de seguridad —suelta Gustavo.

—¿Puedes...?

—No, Aura, eso es demasiado —dice Milo—. Ya te ha dicho que no tiene nada que ver con Karam.

Sin embargo, Gustavo aguarda por mi respuesta.

No soy tonta para no reconocer entre lo que está bien y está mal; y claro que sé que Eric se enojaría mucho, pero...

Respiro hondo.

—Ya lo has hecho, ¿verdad? —adivino.

Gus sonríe, asiente.

—Tienen cámaras por todos lados, menos en las casas y habitaciones privadas —responde él—. Eric suele estar en el balcón leyendo, escribiendo o tocando la guitarra.

—¿Solo...?

Gustavo me sostiene la mirada sin responder.

Milo suelta una maldición baja.

Yo quiero comprar un boleto de avión ahora mismo para California e ir a sacar de las greñas a esa tipeja.

«Contrólate, Aura», me pido sin apartar las manos de mi vientre. Ya no sólo debo preocuparme por mí, sino que mis niñas dependen de mi estabilidad.

—Casi todo el tiempo está solo —contesta Gustavo—. Revisé su horario, tiene varias actividades como parte del tratamiento.

—¿Cómo cuáles?

—Yo creo que eso no lo puedo decir porque me matará. —La sonrisa de Gustavo se ensancha—. Pero son cosas buenas, Aura, no debes preocuparte.

Eric insinuó algo de unos talleres, pero no me dijo si tomaría alguno.

—Y cuando no está solo... ¿está con...?

Milo se aclara la garganta para ganar la atención de Gustavo. Ni debo girarme para saber que el modelo está intentando hacerlo callar con una pesada mirada gélida que le ha enseñado Henrik.

—Aura... —empieza Gus—. Tenemos ojos y Eric es Eric.

Me derrumbo.

Busco el primer asiento libre y me dejo caer. Gustavo va por agua. Milo me abanica con sus manos mientras repite frases sin sentido que intentan hacerme sentir mejor, ni las entiendo.

Gustavo es bisexual, he entendido a la perfección lo que quiso decir. Claro que Amy está ahí siempre que puede, aunque sea sólo para mirarlo, ¿quién no lo haría?

—Esa tipa no se irá antes que Eric —siseo. Recargo los codos en mis rodillas y sujeto mi cabeza—. Puedo apostar lo que quieran.

Gus regresa con otra botella de agua, la abre y bebo un poco.

—Según su terapeuta, podría salir cuando quisiera, pero ella dice que no está lista —explica el músico.

—Claro que no está lista —ironizo—, mucho menos ahora que tiene a Eric ahí.

Milo se sienta a mi lado y me abraza; entonces noto que Gustavo tiene algo más por decir.

—Bueno, verás...

—Ay, no —murmuro.

—Me tomé la libertad de investigar un poco a su esposo...

—Sí, veo que te tomaste muchas libertades —añade Milo con tono mordaz.

Gustavo le enseña el dedo corazón y sigue hablando:

—Su esposo es vocalista de la banda que suele tocar en su bar...

Esto no puede estar pasando...

»Y es admirador de MalaVentura...

—Entonces claro que lo ha reconocido —deduzco—. Sabe a la perfección quién es Eric.

—Y admito que eso es un poco peligroso. —Gustavo se sienta en la silla que parece trono—. Un tipo que se ve así, con dinero, fama y en una posición vulnerable, pues...

—¿Y no podemos hablar con la administración? —pregunta el modelo.

—¿Y qué le diremos? «Disculpen, hackeamos sus servidores, revisamos un poco sus cámaras de seguridad y creemos que deberían alejar a la tal Amy de Eric».

—Bueno, eso de entrar a las cámaras de seguridad fue cosa tuya —acusa Milo.

—Fue por un bien mayor —resume Gus.

Mi cabeza da vueltas.

—Supongo que ellos deben cuidar esas cosas, ¿no? —intento ser positiva.

—Sí, claro, no es la primera vez que un paciente se interesa en otro y la administración intervino, revisé —explica Gus—, puede perjudicar su recuperación... Ya lo que hagan al salir es cosa suya.

«Al salir Eric estará conmigo».

»¿Ya has hablado hoy con Eric?

—No, me llamará en un rato. —Miro mi reloj—. Debo irme, todavía debo preparar la cena y estar lista para la llamada.

Milo me dedica una expresión tan tierna que me sonrojo.

—Eric no se atrevería a hacer algo que pudiera alejarte, Aura —dice el modelo—. Eres una en un millón.

—Confirmo —sonríe Gustavo—. Cuando ya pasamos la etapa de... bueno, entiendes de qué, sólo quieres llegar a casa con tu esposa y tu hija.

Las palabras de Gustavo me hacen sonreír y me aferro a eso. Él es muy parecido a Eric, incluso cumplen años el mismo día; no sabe con exactitud cómo piensa, pero en algunas situaciones actúan parecido.

Conversamos un poco más antes de marcharnos, pero lo hacemos justo cuando Nina avisa que está por llegar. No queremos dar más explicaciones de las necesarias.

En el camino a casa no volvemos a hablar del tema, pero es lo único en lo que pienso.

♥︎

—Quiero hacerte el amor —me saluda Eric cuando contesto su llamada.

Y eso es suficiente para hacerme sentir la mujer más feliz del mundo en medio del jardín de nuestro hogar.

—Hola para ti también —rio por lo bajo—. ¿Me extrañas?

—Demasiado —suspira—. Quizá debería escaparme por un día, ir a verlos y regresar.

—No sería correcto —murmuro.

—No, lo sé... —Bosteza y me parece lo más tierno, puedo imaginarlo con la expresión cansada y el cabello revuelto—. ¿Hablaste con Dimas?

—Sí, por la mañana, lo felicité por el concierto y le envié por correo todas tus observaciones.

—¿Y qué dijo?

—Que ya sabía que harías algo así.

—Ese ojitos —ríe Eric—. Lo hizo bien.

—Ya sé...

Eric me cuenta sobre su día. En su desayuno comenzó a sentir el sabor de la comida; eso lo puso muy feliz. Y también me habla de su terapia, está muy a gusto con su terapeuta porque no lo acribilla a preguntas y lo deja hablar todo lo que quiera. Omite los talleres y me gustaría preguntar, pero sería demasiado obvio y Eric tampoco es tonto; antes las drogas lo mantenían aletargado, ahora que se mantiene limpio notaría de inmediato que investigué.

Yo le cuento un poco de mi día sin mencionar a Luca o el regalo que me hizo. De hecho, cuento poco sobre mis horas de guionista. No quiero entorpecer su recuperación, aunque igual adivino que quiere preguntarme más sobre esas horas que paso con Luca.

Al menos él sabe que Milo está conmigo todo el tiempo. Yo sólo puedo confiar en su buen juicio y nuestro amor.

—¿Podrías cantarme algo? —pregunto.

Odio admitir que he sentido envidia de esa mujer que puede tener conciertos privados.

—Justo eso te iba a decir —contesta y escucho las cuerdas de una guitarra acústica—. Que quiero cantarte.

Mi corazón duele.

Lo conozco.

Quiere cantarme porque otra mujer lo ha escuchado a solas. Es tonto, lo sé, canta para miles de personas, pero ese es el problema. Lo difícil es tenerlo en privado y ella lo tiene.

—Sería perfecto —musito con la voz un poco rota—. ¿Una de la banda?

—No, ya no me gustan esas canciones.

—¿Por Dimas?

—No, desde que empezó la gira descubrí que ya no me gustan y que estoy jodido porque si todo regresa a la normalidad tendré que seguirlas cantando por lo que me queda de vida.

—¿Un músico puede odiar una de sus canciones?

—Claro, te hartas de cantarla o que sólo reconozcan una, que ni te parece tan buena, cuando sabes que tienes mejores... ¿A ustedes los escritores les pasa?

—Sí, por las mismas razones.

—Es la parte mala de compartir lo que creamos.

—Así es... —suspiro—. ¿Y cuál me cantarás?

—Ya verás, la estuve practicando —confiesa con un tono emocionado que hace mucho que no escucho en lo relacionado con su música.

Eric deja el teléfono en algún sitio cerca. Escucho cómo se coloca la guitarra, la forma en que prueba la afinación y luego que se aclara la garganta.

Las notas alegres que desprende la guitarra me hace sonreír, reconozco la canción. Nos gusta mucho LP, así que escucharlo cantar «One like you» me emociona doblemente; porque la voz de Eric igual es hermosa.

Canto bajito los mismos versos que Eric y mi corazón baila. Él siente cada palabra sin importar que no escribió esa canción, la emoción es indescriptible.

Las lágrimas caen por la felicidad de tener el privilegio de ser la destinataria de semejante interpretación privada, una que fue hecha para mí, no escuchada de contrabando.

Al terminar descubro que hay demasiado silencio en el mundo sin la música de Eric.

Su futuro no está solo con las bandas, podría tener una carrera en solitario y continuar triunfando. No puede esconder su talento, sería un crimen.

—¿Te gustó? —pregunta con un timbre aniñado de alegría.

—Me encantó —confieso y limpio mis lágrimas—. Cantas hermoso.

—Exageras, no es la voz de Dimas, pero...

—No, Eric, tienes una voz hermosa y me gusta mucho más que la de Dimas, más que la de cualquier cantante en el mundo.

Él ríe bajito.

—Gracias, pequeña.

—Te necesito mucho —musito—. ¿Volverás pronto?

—Haré todo lo posible para que sea así, lo prometo.

Dudo un momento.

—Pero y si... ¿y si te distraes por ahí...?

Listo, lo dije.

Eric vuelve a reír.

—No, Aura, nada ni nadie puede distraerme cuando lo único que hago todo el tiempo es pensar en cómo ser mejor persona para ustedes, porque lo merecen... Mereces un esposo que no debas cuidar, sino que él te cuide, y mis hijos un padre del cual sentirse seguros de su amor y orgullosos.

—Ya lo eres...

—No, todavía, pero lo seré —insiste él—. Estoy trabajando en algunas canciones y... cosas, pero no me siento listo para decirte todavía...

Los talleres, es eso.

»Te contaré en poco tiempo, lo prometo, sólo debo dejar de sentir vergüenza y esas cosas.

—¿Vergüenza?

—No insistas, pequeña —ríe—. Soy débil contigo.

Me derrito en una de las sillas del jardín. Ni siquiera noto cómo pasa la siguiente hora hablando de cuando nos conocimos, esos primeros encuentros en su auto y nuestra primera cita.

Eric sabe que me encanta recordar todo eso, lo hace por mí y tiene mucho más significado así.

Eric hace tantas cosas por mí que me hace preguntarme si estoy haciendo lo suficiente por él. Creo que si hablara de esto con alguien me diría que hago demasiado al cuidar a nuestros hijos mientras se recupera, mas no entendería a lo que me refiero.

Sólo hay algo a lo que le temo en lo relacionado con nuestros trabajos: escribir una canción.

¿Podría hacerlo? ¿Podría escribirle una canción a Eric?

Suspiro hondo mientras Eric tararea la misma canción.

Creo que sí.

Por Eric creo que soy capaz de todo, hasta de llegar a la luna y bajarla para él porque sé que Eric haría lo mismo por mí y esa es la sensación más hermosa que existe en el mundo.

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