Capítulo 10 - Aura

—Puedes hacerlo —me dice Milo desde el asiento del conductor en la camioneta de Henrik—. Lo sabes.

Asiento.

—Sé que puedo, pero tengo miedo.

—¿De qué?

—De ser transparente, de no poder mentir.

Milo sonríe y me toma de la mano.

—No tienes que entrar en detalles, Aura, sólo responde lo menos que puedas sobre Eric y estarás bien.

—Sí, tienes razón.

Milo baja primero de la camioneta y se apresura para ayudarme a salir del asiento del copiloto. Me ayuda a bajar, coloca la alarma del vehículo y nos encaminamos a la entrada de la casa que renta Luca.

No pude esperar más tiempo para empezar a trabajar. No me quedo quieta en casa, todo me pone de mal humor y necesito un poco de normalidad. Además, hoy por la noche es el primer concierto con la nueva alineación de las bandas... Creo que estoy más ansiosa que Eric, no sé.

Y hoy, por primera vez, uso un vestido de maternidad en color verde claro. Milo ya me hizo algunas fotografías para que pueda enseñarle a Eric. No tiene su celular ahí, pero sí acceso al correo electrónico.

No he parado de pensar en él. Ni mientras aguardo a que abran la puerta puedo sacarme de la cabeza su voz. Esta noche lo he extrañado como nunca, lloré hasta dormirme y sólo logré conciliar el sueño un par de horas.

A pesar de todo me siento como una mujer afortunada. Eric me dio la oportunidad de realizar mi sueño sin exigirme cumplir con gastos que no podría costear con mis pocos ingresos. Al final, si ahora estoy aquí es gracias a su apoyo.

Él trabaja incansablemente. Si no está de gira, está componiendo canciones para otros músicos, no descansa. Todo para que yo pueda escribir sin presiones, sin pensar en las fechas de corte de mis tarjetas de crédito o en que no tengo dinero para la leche de los niños.

Eric es mi pilar, mi sitio seguro. Anoche lo único que quería era cobijarme en un abrazo suyo, esos que me hacen sentir que todo está bien.

Quise al papá de mis hijos conmigo, no en otro país.

No con una mujer igual a su ex novia.

—Tu rostro es una mezcla de felicidad y asesina serial —opina Milo.

Suspiro hondo.

—Sólo pensaba.

—¿En la chica parecida a la ex de Eric?

—Ajá.

Tuve que contarle. Milo sabe que he hablado con Gustavo y prometió no contarle a Henrik hasta que tuviéramos algo claro.

—Eric no te engañará, es más fácil que caiga un meteorito y nos extermine a todos.

—Ya sé, es sólo que...

—Entiendo, Aura, no tienes que dar explicaciones.

Tatiana abre la puerta, nos regala una sonrisa y se apresura a recorrer el camino hasta la reja.

—Hola, bienvenidos —saluda con tanta alegría que me inquieto más—. Los estábamos esperando.

—Hola, gracias —musito.

Milo pasa un brazo sobre mis hombros mientras caminamos hacia la puerta y, al entrar, una bomba de confeti explota en mi cara.

—¡Sorpresa! —gritan César, Theo, Luca y Tatiana.

Han decorado con globos, cintas de color rosa y dibujos de cigüeñas con bebés por todos lados. En medio, en una mesa, se encuentran un montón de bocadillos y refresco; también hay varios regalos sobre uno de los sofás.

—Ah... gracias —titubeo sin dar crédito a lo que veo.

Nunca había pasado por esto... Con nuestro primer hijo no tuvimos tiempo, se marchó antes, y con los mellizos fue diferente.

Ahora... simplemente no doy crédito y las lágrimas caen sin que pueda controlarlas.

—¡Oh, no, no! ¡No llores! —exclama Luca, aparta a Milo y me envuelve en un abrazo—. ¡Estamos tan felices por ti!

Milo pone cara de querer separarnos con espátula. Yo estoy demasiado sensibley débil para hacerlo.

—¡Te ves hermosa! —exclama Theo.

—Apenas vimos el comunicado y pensamos en que sería lo más apropiado —añade César—. ¡Son niñas!

—¿Cuántas son? —pregunta Tatiana.

Luca me suelta y de inmediato me abrazan los demás; es hasta que recupero mi espacio personal que logro responder:

—Son dos, gemelas.

—¡Qué emoción! —exclama Luca—. ¿Y el papá cómo está? Apuesto a que feliz, pensé que vendría, se ve que es de esos hombres protectores.

Milo coloca una mano sobre mi hombro para infundirme fuerza.

—Se ha quedado en casa, está muy agotado por la gira y quiere pasar tiempo con los niños —miento.

—Intentaré pasar a felicitarlo la próxima semana —ofrece Luca y se me baja la presión.

Literalmente, se me baja.

En dos segundos tengo a todos rodeándome mientras Milo me ayuda a sentarme en el sofá al lado de los regalos. Tatiana corre por agua, Theo y Cesar corren a encender el aire acondicionado y Luca va por su medidor de la presión arterial mientras me dice que no sale de casa sin éste; en resumen, me mareo más con tantas acciones al mismo tiempo.

—Tranquila, tranquila, todo tiene solución —me susurra Milo en los breves segundos en que Luca se aleja y regresa.

—Dame tu mano —pide el guionista.

Obedezco con el inicio de unas horribles náuseas al tiempo en que Theo y César vuelven.

Luca enciende el aparato y en unos segundos descubrimos que efectivamente se me bajó la presión.

Tatiana regresa con un vaso de agua y Luca la manda de nuevo a la cocina por un refresco.

Yo sólo quiero que esto pare, volver a casa y encontrar a Eric. Volver a ser la familia de siempre.

—No llores, Aura, estas cosas son normales en los embarazos —me dice Theo—.¿Quieres ir a casa?

—Creo que sería lo me...

—No —interrumpo a Milo. Eric prometió llamarme hasta la noche, no puedo con la ansiedad hasta esa hora. Mis bebés no paran de preguntarme por su papá y me quedo sin respuestas creíbles; no son tontos, en el fondo creo que sospechan que algo pasó—. Quiero trabajar, en serio.

Luca y Milo comparten una mirada.

César dice:

—No hemos avanzado tanto como queríamos, Aura, en cada paso hemos dudado si te gustará lo que hacemos o no, así que vamos atrasados y si quieres podemos descansar un poco y...

—No, en serio no —insisto y acepto el refresco que me entrega Tatiana al volver—. Necesito trabajar.

Los presenten intercambian una mirada.

—Está bien —acepta Luca—. ¿Qué te parece si avanzamos un poco y luego abrimos tus regalos?

—Eso sería genial —reconozco con una sonrisa.

Milo me ayuda a levantarme y me acompaña hasta la mesa del comedor donde ya se encontraban trabajando. Ocupo el asiento a la cabeza de la mesa y en minutos me sumerjo en la monotonía.

Me siento miserable. El trabajo es lo único que me hace salir de mi realidad, vivir por unas horas en el universo que creé y no pensar en que mi vida está fuera de control.

La ausencia de Eric me está pesando más que cuando está de gira y es muy tonto. En sus giras puede estar haciendo cualquier cosa y, aunque confío en él, la sombra del miedo siempre se asoma por ahí. Ahora mismo debe estar en terapia, creo, o quizá sólo descansando o... hablando con esa mujer.

Esta ausencia de Eric no lleva consigo una sombra de miedo, es un gigante.

♥︎

Me han regalado ropa, mantas, peluches, biberones, en fin, ya tengo mi primer kit para las gemelas.

También me regalaron unos juguetes para Rachelle y Henrik, así no se sentirán apartados, aunque me ha hecho recordar que no podré esperar mucho más para decirles.

Nos despedimos con un abrazo. Incluso me escoltan hasta la camioneta y me hacen mil recomendaciones que han escuchado de sus madres y abuelitas; algunas son graciosas. También envían saludos para Sofía, omito decir que no hemos hablado. Su condición es un poco complicada, los médicos han pedido extrema tranquilidad y creo que es todo lo que no puedo darle por ahora. Todavía no saben cuándo regresará a casa, quieren esperar a que se encuentre más estable para el viaje largo.

Respiro con tranquilidad hasta que Milo enciende el motor de la camioneta y nos marchamos.

—¿Ves? No fue tan malo —dice él.

Niego.

—Si Luca va a casa y nota que Eric no está...

—Puedes decir que fue al gimnasio o con sus amigos, no sé, tampoco es que debas dar explicaciones a Luca.

—Tienes razón —suspiro y cierro los ojos—. Soy tan mala en esto de mentir.

Eric me creyó que sólo estaba subiendo de peso porque estaba tan intoxicado que apenas sabía qué día era.

—Todo saldrá bien, ya verás —sonríe Milo y me dirige una mirada rápida—. Pronto estarán juntos y estarás desvelada con unas ojeras enormes, no te preocupes.

Su comentario me hace reír.

Tiene razón. Me preocupo por nada.

Llegamos pronto a casa. Milo me ayuda a bajar y acompaña hasta la puerta, lo invito a cenar, pero me confiesa que igual espera una llamada de Henrik cuando termine el concierto.

Milo está al tanto de lo que ha pasado con Gray y MalaVentura. Yo he preferido no enterarme porque duele saber que es el sueño de Eric y no puede estar ahí.

Consulto mi reloj. Deben subir al escenario en escasos veinte minutos.

Veinte minutos para que Dimas cante las canciones de Eric.

—¿Por eso te hablará en la noche? —me pregunta Milo.

—No lo sé, no mencionamos nada de eso.

—Mejor.

Ya tuvieron algunas presentaciones así, mas no he visto los videos ni buscado nada sobre eso, siento que traiciono a Eric si lo hago. Sólo he leído algunos comentarios y todos son bastante favorecedores para Dimas; él tiene una voz privilegiada, no es el espectáculo que es Eric frente al micrófono, pero el talento en sus cuerdas vocales es innegable y a muchos les ha gustado escuchar esas letras cantadas por él.

Si Eric leyera eso...

—Hay mucha expectativa para el concierto —musito.

—Lo sé, Henrik dice que incluso se pensó en abrir otra fecha para Nueva York, pero la agenda de la gira ya no lo permitió.

—Vaya —Bajo la mirada—. Eric hubiera amado estar ahí.

—Todos lo sabemos... —Milo empuja con suavidad mi barbilla—. No te sientas mal, Aura, esto es por el bien de ustedes... Eric es Eric, lo sabes, y quizá no sea correcto que lo diga, pero sabes que es de los pocos que podrían armarse una carrera como solista y seguir llenando los mismos lugares que ahora con Gray y MalaVentura.

Odio admitir que me siento muy orgullosa de eso. No porque él sea más famoso que los demás, sino porque me encanta que el mundo reconozca su talento.

—Eric es increíble —resumo.

—Es increíble, demasiado, y es normal que no todas las personas sepan manejar eso, pero está aprendiendo, a la mala, pero lo está...

—¿Y si piensan que Dimas está mejor ahí? ¿Y si prefieren sacar a Eric?

—No lo creo —sonríe él—. Preguntan mucho por él...

—Y me odian un poquito más por apartarlo de la gira —suspiro—. Ya lo sé, he leído los comentarios.

—Sí, bueno, ya sabes cómo son los admiradores.

—Siempre tan amables —ironizo—. Nadie me preparó para manejar todo esto.

—¿A qué te refieres?

—Soy madre de mellizos, embarazada de gemelas, mi esposo es famoso, se encuentra en rehabilitación y tengo que trabajar en un guión que debe estar listo en semanas para no entorpecer la producción una serie de televisión inspirada en mis novelas.

Milo ríe, me contagia de esa alegría.

—Podrías escribir una novela sobre eso.

—Quizá, la continuación, lo que pasa después del «se casaron y tuvieron hijos».

—La leería, lo juro.

—No creo que nadie lea eso, todos prefieren quedarse con la felicidad eterna después del matrimonio, nadie desea saber que eso no existe y que mantener el amor requiere de mucho empeño por parte de los dos.

Milo me da un toque juguetón en la nariz.

—Pero no escribes lo que todos quieren leer, Aura, escribes lo que te dicta el corazón y por eso estás llegando tan lejos, no lo olvides.

Sus palabras llenan mis ojos de lágrimas, pero ni tiempo me da de llorar porque Rachelle casi me derriba de un abrazo que haría sentir orgulloso a un jugador de futbol americano profesional. Milo debe sostenerme de los hombros para que no caiga sobre mi vientre.

—¡Rachelle! —grita mi madre—. ¡Cuidado! ¡Vas a tirar a mamá!

—¡Perdón! —responde mi hija sin sentirlo ni un poquito. Ella es así, un poco brusca; cuando era más pequeña siempre me dejaba moretones por su amor tan efusivo—. ¡Te ves bonita, mami!

—Gracias, linda —sonrió y me recompongo con ayuda de mamá y Milo—. Los chicos les han mandado regalos.

Milo me entrega la bolsa de papel que sostiene y saco la muñeca de hada para Rachelle. La niña grita, como siempre, y la abraza con todo el amor del mundo; entonces saca el peluche de caballo que es de Henrik y corre a entregárselo. Mi hijo está jugando en su habitación con mi hermana, informa mi madre.

—También enviaron regalos para las gemelas, pero no sé cómo explicarles los biberones porque ellos ya no usan —digo—, mientras Milo guardará las cosas en su casa.

Mamá suspira.

—Pronto tendrás que decirles, ¿lo sabes?

—Quería que Eric estuviera conmigo...

—Podría ser por videollamada.

—Hablaré con él —prometo.

Milo se despide de nosotras, quiere apresurarse porque debe pasar al supermercado y luego esperará obedientemente la llamada de su novio.

Me siento culpable mientras lo veo marcharse en la camioneta. Él debería estar con Henrik, pero está aquí cuidándome.

—En unos minutos empieza el concierto —nota mi madre al mirar el reloj de pared.

—Oh, maldición.

Deposito un beso en la mejilla de mamá y me apresuro al jardín con el celular en la mano.

Jamás había deseado tanto un cigarro y una copa de vino.

Mamá, como lo mágicas que son las madres, adivina mis pensamientos y sale al jardín con una botella de vino.

—Mamá, no puedo tomar alcohol.

—Este vino es especial, no tiene alcohol, nada, cero, mandé a pedir una botella porque sé que amas beber una copa de vino y, bueno, no es exactamente igual, pero...

La interrumpo con un abrazo que responde con el brazo que sostiene una copa.

»Lo necesitas, al menos para fingir que es el vino de siempre.

—Gracias.

Ella me sirve una copa y justo en ese momento recibo la llamada de Eric.

Son las nueve de la noche. El concierto debe estar iniciando.

Mamá, de nuevo leyendo mi mente, me deja su celular desbloqueado en la mesa y se marcha.

Respondo y lo primero que escucho es la respiración de Eric, mas no habla por unos segundos.

—Eric —musito.

Él suspira hondo.

—Hola.

—¿Cómo estás?

—¿Son las nueve en Nueva York? A veces me confundo un poco con la diferencia de horario.

—Son las nueve —confirmo.

—Oh, ya veo...

Calla por un rato. Yo no mencionaré nada del concierto si él no lo hace.

—¿Cómo te fue en tu terapia?

—Carajo, una mierda —espeta—. La odio, pero me dicen que debo tomarla quiera o no, aunque sólo me quede callado y odio perder el tiempo sin hablar, así que hablo y digo un montón de pendejadas que preferiría no decir.

—Es parte del proceso...

—Obviamente —dice de mala gana.

Callo, quiero llorar. No es normal que Eric me conteste de esa forma, pero igual sé que es parte del proceso. Tendrá muchos altibajos que no serán mi culpa.

»Aura, no, disculpa yo... —suspira—. Mierda, lo siento tanto, no...

—Entiendo —interrumpo—. Sólo evítalo un poco, ¿sí? Estoy muy sensible y... te extraño.

—Yo también te extraño, me gustaría que estuvieras aquí... Bueno, no aquí, en una clínica de rehabilitación, pero me gustaría que estuviéramos juntos en un sitio bonito en la playa...

—Vayamos, ¿sí? —pido sin disimular la ilusión—. Cuando regreses, escapemos unos días, ¿te parece?

—Volveré antes del parto —asegura—. ¿Y si no es seguro viajar?

—Podemos ir cerca, tenemos la playa a veinte minutos... diez si manejas tú.

Él ríe.

—Podemos ir —confirma—. Pero primero pasaré unos días con los mellizos.

—Claro, ellos te extrañan mucho.

—Y yo a ellos...

Y de nuevo permanece en silencio.

—Eric...

—No debería —me dic él—. Mi terapeuta dice que debo evitar las cosas que me hacen daño, no buscarlas, pero siento que si no escucho eso...

—¿Quieres escuchar el concierto?

—Sí.

—Está bien.

—Aura, ¿tú lo has escuchado?

—¿El concierto?

—No, a Dimas cantando mis canciones.

—No —admito—. No pude.

—Gracias...

Sonrío, aunque no puede verme. Sé que él igual está sonriendo.

—Fan de Eric Dogre por siempre y para siempre —bromeo.

—Eres la persona más leal que conozco, Aura, y entiendo que soy un hombre muy afortunado por llamarte «esposa»...

—Eric, no...

—Es la verdad. Y no he estado a la altura, perdón.

—No tienes que...

—Por favor.

Relamo mis labios y miro hacia el cielo.

Eric no es perfecto, por mucho que lo ame, tiene muchísimos defectos y he aprendido a amar cada uno de ellos sin importar si me han causado daño.

—Te perdono, Eric —musito—. Lo sabes.

—Pero necesitaba escucharlo...

—Te perdono y te amo, yo igual soy afortunada por llamarte «esposo».

—Yo igual te amo, aunque no estoy muy seguro de si eres afortunada, eh.

Reímos un momento que aminora la tensión.

—Lo soy... No sabes cuánto. Eres increíble, Eric.

—No es verdad, mira en dónde estoy...

—Todos tenemos derecho a tropezar y caer... No olvides eso.

—Gracias...

Tomo el celular de mamá. Las bandas ya no transmiten todos los conciertos, sólo algunos, y este claro que estará en la transmisión en vivo de la página oficial de la gira. El destino o la suerte ha hecho que se atrasen un poco en iniciar, así que se encuentran justo en el intro antes de empezar con la primera canción.

Y hay tantos gritos.

Subo el volumen y me siento en una de las sillas de jardín.

—¿Escuchas? —pregunto.

—Sí... Creo que tengo taquicardia.

—¿Necesitas ir con el médico?

—No, es por los nervios —admite—. Quiero que lo haga bien porque sería horrible hacerlo mal, pero tampoco quiero que lo haga tan bien como para que piensen que es mejor que yo.

—No creo que piensen que es mejor que tú, son muy diferentes, cada uno tiene su estilo.

—Odio su jodida voz perfecta.

—Sabes que no es verdad.

—En estos cinco minutos la odio, luego ya no la odiaré y la amaré de nuevo, pero ahora mismo la odio mucho.

Me enternece el Eric infantil.

—Podemos odiarla juntos si quieres.

—No, es infantil, no lo hagas, déjame ser infantil solo.

Y eso me hace reír.

Eric ríe un poquito.

Berenice hace una entrada triunfal con la batería. Todas las luces se detienen en ella mientras demuestra que una mujer puede ser tan buena en la batería como cualquier hombre y que no le envidia nada ni a los que pertenecen a una banda de metal. Incluso la batería que usa es muy grande, más que la de siempre, creo que es nueva... Quizá para adaptarse a ambas bandas.

No controlo la sonrisa. Me llena de orgullo saber que es mi amiga y que tiene a miles de personas gritando su nombre.

Pronto las luces revelan la presencia de los demás en el escenario, pero Dimas no está. Claro que no. De seguro lo han mandado a subir de último porque saben que todo recae en él.

Esta noche será la que cambiará su carrera musical. Un antes y un después; al terminar la gira se convertirá en una leyenda por esa voz y haber cargado sobre sus hombros la responsabilidad de dos bandas en el mismo concierto.

Y, como deduje, Dimas sale al final.

Los gritos son tan ensordecedores que no se escucha nada de la música.

Eric permanece callado al otro lado de la línea, escuchando. No ha dicho nada, yo tampoco. Sin embargo, cuando Dimas empieza a cantar una de las canciones de MalaVentura, habla:

—Carajo.

Bebo mi vino.

Dimas ocupa toda la pantalla. Sus ojos azules brillan más que nunca, está muy nervioso, lo conozco lo suficiente para saberlo. Busca constantemente a Cristal. Su esposa lo anima con una sonrisa y se mantiene muy cerca de él.

Limpio mis lágrimas, mezcla de tristeza y orgullo, y escucho a Eric al otro lado de la línea; él igual está llorando.

Si todo hubiera sido diferente, sería Eric el que estaría ahí cerrando las presentaciones en Nueva York. Yo igual estaría ahí llorando de la emoción, aplaudiendo y contándoles a las gemelas que ese hombre que causa una ovación es su padre.

Pero no es así.

Aquí estoy yo, en el jardín de nuestro hogar mientras bebo una copa de vino sin alcohol.

Ahí está él, mi esposo, en una clínica de rehabilitación en otro país.

No hablamos por algunas canciones. Ahora están mezcladas entre las de MalaVentura y Gray; incluso han hecho que algunas prácticamente parezcan fusionarse al finalizar e iniciar la siguiente. Son buenos, no tuvieron mucho tiempo para eso.

—Lo está haciendo bien —dice Eric con la voz rota—. Debí ser yo.

—Eric...

—Pero me merezco esto, Aura, porque pude joderlo todo. Es mi castigo.

—No es un castigo, Eric, regresarás al escenario con MalaVentura, sólo te estás recuperando... Dimas es bueno, pero no eres tú... y sabes que él tampoco quería hacer esto.

—Tienes razón, lo sé, es sólo que... carajo, estoy tan frustrado, me siento tan imbécil.

—No lo eres... Tú...

—¡Buenas noches, Nueva York! —saluda Dimas al terminar una canción, ya ni sé cuántas han tocado.

—Al menos no confundió la ciudad —ríe Eric y me contagia; Dimas es muy despistado en eso.

—¡¿Cómo están?! —continúa Dimas frente a la ovación de miles de personas. Su esposa sigue a su lado, toma su mano con fuerza y comparten una mirada. Entiendo a la perfección como se siente Cristal, es un orgullo abrumador—. ¡Nosotros somos Gray y MalaVentura!

—Necesito tanto meterme una puta línea de cocaína ahora mismo, Aura, te lo juro.

—Eric —murmuro—. No...

Él nunca se expresa así de sus adicciones, es una muestra de lo mucho que le afecta todo esto.

—Y no lo haré, carajo, claro que no, pero eso no quita que lo necesito y que estoy luchando mucho, muchísimo, en este jodido instante y siento que si lo supero, todo será más fácil después.

—Entiendo...

—Mierda.

Sin verlo, sé que se ha sentado en el suelo y que tiene la espalda recargada en la pared; así conozco a mi esposo y no pude ver lo que pasaba.

Yo igual me siento culpable.

—Estamos muy felices de estar aquí —sigue Dimas—, aunque ha sido difícil porque no es lo mismo sin nuestros compañeros. Sin embargo, sabemos que se han ausentado por situaciones importantes y cuentan con todo nuestro apoyo.

Todos aplauden, hasta los chicos de las bandas.

Henrik mira hacia una de las cámaras, siento que esa mirada es para Eric, aunque sabe que no podrá verlo.

»Yo más que nadie estoy agradecido con Eric por darme la oportunidad de sustituirlo, entiendo que es alguien irremplazable y que difícilmente puedo ocupar su lugar, pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo porque lo admiro y quiero demasiado...

—Ojitos —murmura Eric.

Yo limpio las lágrimas que vuelven a caer.

El público cesa los aplausos porque se nota que Dimas quiere decir más y que le cuesta, quizá también quiere llorar.

Cristal levanta la unión de sus manos y deposita un beso en sus nudillos.

»Eric y yo tuvimos un inicio complicado... Yo, sinceramente, lo detestaba porque siempre tenía esas «humildes opiniones» que nadie le pidió y yo odiaba admitir que tenía razón porque su carrera musical llevaba algunos años más que la mía, yo sólo era un novato que cantaba en bares, él ya se había presentado en un escenario con canciones propias.

Dimas se aclara la garganta y mira a Cristal, ella asiente.

»Para nadie es un secreto que mi amiga de la infancia y ex novia es ahora su esposa y que al principio todo eso fue muy... jodido —Muchos ríen, hasta yo—. Yo era joven, bastante patán, y le causé mucho daño a una mujer como Aura que sólo merecía amor y comprensión...

Él toma aire. Yo también, creo que el mundo entero lo hace.

»Aura, no sé si estás viendo esto, probablemente no, pero si estás ahí quiero decirte que lamento mucho todo el daño que te hice alguna vez, no lo merecías porque siempre fuiste buena conmigo... y que me hace muy feliz saber que encontraste a alguien que sí te supo valorar y amar como la mujer tan maravillosa que eres. Estoy muy feliz de que pronto, Eric y tú, volverán a ser padres... Me hacen el tío más feliz del mundo...

Él se limpia una lágrima. Cristal a su lado no suelta su mano.

Algunas chicas en el público también están llorando.

»Eric... Perdón por todas las cosas que en algún momento hice... No sé si es tarde para admitir que tienes razón, eres mejor guitarrista que yo y siempre te admiré, hasta cuando dije cosas para herirte... Es difícil admirar tanto a alguien con quien no tienes la mejor amistad, pero con los años creo que mejoramos en eso y...

Calla un momento porque su voz se rompe.

»Te quiero, hermano, y gracias por permitirme estar aquí.

La siguiente canción empieza sin dar tiempo a más. Cristal así lo pide a Berenice con una simple mirada.

Dimas se marcha un momento del escenario en lo que inician sus versos.

Mis lágrimas caen a raudales, ya ni las limpio porque no tiene caso, y Eric solloza, aunque trata de hacerlo en silencio.

—¿Aura? —me llama Eric.

—¿Sí?

—¿Puedes escribirle? Ya sabes qué.

Sonrío.

—Sí, Eric, dame un momento.

Sin terminar la llamada escribo un mensaje a Dimas.

«Dice Eric que: yo también te quiero, hermano».

»Listo.

—Gracias...

Dimas lee el mensaje, responde rápido.

«Estarán bien».

Unos segundos después regresa al escenario.

Eric y yo permanecemos en la línea escuchando el concierto, todo. Él no habla por un momento, pero cuando empieza a hacerlo me dice miles de sugerencias que debo ir anotando en el celular rápido y que quiere que le diga a Dimas; en algunas partes hasta se enoja por los cambios. Ni siquiera entiendo de qué notas me habla cuando me dice que las escriba, también sobre la voz de Dimas que por muy buena que sea, comete errores —según Eric, yo no los noto— y me pide también que anote esos consejos.

Pasamos cuatro horas en la línea. El concierto cierra con una canción de Gray y, cuando se detiene la transmisión en vivo, Eric suelta un suspiro muy profundo.

—Bueno, está hecho...

—No sé si ha sido buena idea que lo escuches —comento—. ¿Qué te ha dicho tu terapeuta?

—Que debería enfocarme en mí.

—Y ahora me siento muy mal por ayudarte en esto.

—No, Aura, lo necesitaba. —Se apresura a agregar—. Gracias... Te he quitado muchas horas de tu tiempo.

—Fue perfecto.

Fue casi como tenerlo aquí, casi. Los niños se asomaron un momento, pero mamá les dijo que estaba en una cita romántica con su papá y aceptaron irse en medio de risitas cómplices. Eric me ha dicho que necesita más tiempo para hablar con ellos, que ahora mismo siente que romperá en llanto con tan solo escucharlos y que se asustarán.

—¿Y los mellizos ya duermen? —me pregunta.

—No creo, deben estar arriba... ¿Quieres intentarlo?

Él duda.

—Es tarde... Temo que en serio empiece a llorar como idiota y los asuste...

—Ellos te extrañan mucho —musito—. Rachelle te pide, eres su ídolo.

—Ella es mi princesa —dice con una sonrisa, la puedo adivinar—. Sólo necesito dejar de llorar por todo, es como si todo el llanto que no solté en mi vida se estuviera escapando a raudales de mi cuerpo.

—Tiene sentido, contuviste muchas emociones, Eric.

—Sí, es verdad... Pensé que era fuerte.

—Eres fuerte.

—No parece, ¿no crees?

—No, eres una de las personas más fuertes que conozco y ser tu esposa me llena de orgullo.

Eric ríe bajito.

—Gracias, pequeña.

—No tienes que...

—Oh, hola, Eric, pensé que no había nadie —dice una voz femenina en inglés al otro lado de la línea.

Una bonita voz femenina.

En menos de dos segundos regreso a ser la Aura que trabajó en Arabella, llena de inseguridades y miedos porque algo me dice que esa voz no pertenece a cualquier chica, sino a «la mujer».

—Perdón, demoré demasiado, estoy hablando con Aura —responde él.

—Tu esposa —añado con tono mordaz.

—Mi esposa —repite obedientemente porque sabe que soy capaz de tomar un avión e ir a recordarle eso.

—Bueno, iré a otro teléfono, ¿todo bien? —continúa ella.

«¿Todo bien de qué? ¡Chismosa!».

—Sí, todo bien —responde él. Entonces recuerdo que ha llorado y debe tener los ojos hinchados.

—Ok, luego hablamos... —La puerta se cierra y se vuelve a abrir de inmediato—. Por cierto, trajeron la guitarra que pediste, me la entregaron mientras porque pasaba por ahí, la tengo en casa, ¿pasas al rato a recogerla?

Tenemos diferencia horaria, pero aun así... ¡Ya tarde para estar solos!

El suspiro de Eric me indica que entiende a la perfección que soy una olla exprés a punto de explotar.

—No, paso mañana —responde él—. Gracias.

—¡Genial! Así me enseñas un poco.

Estoy a punto de arrojar la copa de cristal al suelo por el simple enojo.

Al demonio la madurez, no soy un aguacate.

—No puedo —dice Eric—. Sólo enseño a una mujer y esa es Aura, lo lamento.

«¡Toma!», grito para mis adentros.

Me incorporo y hago un baile de la victoria.

—Oh, ya veo... Eres un buen esposo, Eric.

—Gracias.

—Entonces nos vemos mañana. —Se despide la mujer.

La puerta vuelve a cerrarse.

—Aura...

—¿Es ella? —inquiero, aunque ya sé la respuesta—. ¿Te pidió clases de guitarra o algo así?

—Sí... Sí a las dos preguntas, perdón.

Callo. No es su culpa que le pidan esas cosas, es bastante lógico considerando que ya debe saber quién es.

—No, está bien, tiene sentido... Gracias por negarte.

—No tienes que agradecerme esas cosas.

—Aun así, gracias —insisto—. Es complicado saber que pasan todo el día juntos.

—No pasamos todo el día juntos, Aura, esto no funciona así. Yo tengo mis actividades, ella las suyas, a veces coincidimos en alguna parte, pero es todo.

Froto mi rostro.

No quiero volver a ser la Aura insegura. Es tan cotidiano que las mujeres lo busquen que la mayor parte del tiempo ya no me incomoda, pero cuando hay una en especial que podría tener un vínculo con él, bueno, ese es otro tema. Eso sucedió con Gigi y ahora con esta mujer de la cual ni sé su nombre.

—Gracias por explicarme...

—Eres la única mujer que me interesa, Aura, y si esto te causa daño, puedo dejarlo.

—No, tienes que recuperarte...

—Pero...

—Quiero que hablemos juntos con nuestros hijos sobre sus hermanitas y que estés aquí durante el parto, ¿recuerdas? Te necesito en esto, no puedo hacerlo sola.

No soy tan fuerte.

Eric calla un momento.

—Estaré ahí, lo prometo.

Nuestros últimos minutos en la llamada se van hablando de lo mucho que nos amamos. Ya no es por cursilería, es por la distancia, por lo que hemos atravesado juntos, lo que significa este amor.

Ninguno de sus admiradores sabe lo cariñoso que es Eric conmigo. Quizá sospechan por el tatuaje que tiene en su pecho, pero muchos músicos han hecho cosas similares sólo por aparentar. Eric es diferente.

Cuando corto la llamada siento que un pedacito de mí se ha ido con él. Todavía permanezco otro rato en el jardín bajo la calurosa noche y pensando en Eric, en cuánto me gustaría que estuviera aquí.

Cada día es uno menos para estar juntos de nuevo, pero no tenemos una fecha. Tal vez necesite más tiempo ahí, quizá ni logre estar conmigo para el parto. Todos esos pensamientos me abruman...

La presencia de esa misteriosa mujer me abruma.

Claro que creo en lo que me ha dicho Eric, no mentiría ni haría algo que pudiera incomodarme, pero no soy tonta. Esa mujer le ha hablado con familiaridad y conmigo en la línea, no fue una conversación inocente.

—Mierda —mascullo.

El sonido de mi celular me sobresalta, es Gustavo. Por supuesto que respondo rápido.

—Tengo el nombre —me dice él—. ¿Puedes venir mañana?

—Después del trabajo, sí.

—Perfecto. Era activa en redes sociales, así que hay mucho material, ¿quieres saber el nombre?

—No o me pasaré la noche revisando —suspiro—. Debo dormir.

O intentarlo.

—Bien... Quizá... No, nada.

—¿Qué?

—Nada, mañana hablamos.

Y cuelga.

Pero me deja con un maremoto de emociones que no me dejarán dormir.

♥︎

Nota:

Recuerden que pueden seguirme en redes sociales para estar informados de todo n,n

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