Capítulo 39

AURA

Eric está arrodillado frente a mí.

Por una milésima de segundo no entiendo qué ha pasado.

Intenta mantenerme despierta con golpecitos suaves en mis mejillas, pero el panorama se vuelve a oscurecer.

Reacciono.

Sofía está llorando, tiembla.

Los paramédicos hacen muchas preguntas mientras suben a So en una camilla. Cedric intenta responder, aunque por momentos se complica con el inglés y Mike lo ayuda como traductor.

So busca mi mirada, tiene una mano sobre su vientre y extiende la otra hacia mí cuando se la están llevando; intento acercarme, pero Cedric se interpone y niega.

—No, quédate —pide—, por favor.

—Pero Cedric, ella...

Cedric niega y, repentinamente, un torrente de lágrimas lo embarga.

—¡No! ¡Ya hiciste suficiente, Aura! ¡Quédate!

—Oye —se interpone Eric—. No.

—¡Ay, por favor! —Cedric aparta la mano de Eric de un golpe—. ¡Como si te importara Sofía! ¡Como si te importara alguno de nosotros! ¡Maldito jodido! ¡Quédate y deja de joder!

Eric retrocede.

—No es el momento —dice Mike—. Ve Cedric... Nosotros los alcanzamos.

—Ellos no —señala Cedric con la voz temblando por una ira que no comprendo—. No los quiero ver ahí.

¿Qué hicimos...?

—Ya, Cedric, vamos —interviene Berenice y lo empuja de los hombros—. La ambulancia no esperará por ti, muévete.

Eso lo hace reaccionar y se marcha corriendo.

El sonido de la sirena es lo único que se escucha. Eric me toma de la mano, luego me abraza y me besa en el cabello, pero es como si no fuera Eric.

Busco su mirada, parece ausente.

—¿Por qué te dijo eso? —musito.

Él niega.

—Está loco.

Berenice ríe.

—Bien, iré al hospital, ¿vienen?

—Cedric dijo que no los quiere ahí —responde Mike con un tono frío.

Sólo estamos nosotros en al habitación, pero escucho voces en el pasillo, ahí deben estar los demás.

—Aura es la mejor amiga de Sofía, tiene derecho a estar ahí sin importar nada de lo que Cedric diga —refuta Berenice—. Vamos.

La pelirroja me toma de la mano y camina conmigo fuera de la habitación. Eric viene atrás de nosotras como alma en pena; no puedo evitar mirarlo sobre el hombro, es como si no comprendiera lo que acabamos de presenciar o no le importara.

Como pensé, los demás están afuera; algunos sólo han ido por sus abrigos para dirigirse al hospital. Nos reunimos afuera de los elevadores y usamos ambos para bajar.

Eric me abraza, así que suelto la mano de Berenice y busco el refugio en el pecho de mi esposo.

—¿Qué está pasando? —pregunto y encuentro la mirada perdida de Eric, aunque parece mirarme, sé que no lo hace—. ¿Qué pasa, Eric?

En el mismo ascensor está Berenice, Gigi, Mike, Mailén y Nicolás; alguien suspira hondo, no sé quién.

—Creo que es bastante evidente —responde Berenice.

Eric lanza un manotazo al aire, ha estado tan cerca de darle en la cabeza a Berenice, pero ella adivinó que haría algo así y se pegó a la pared del ascensor.

—¡No hagas eso! —grito a Eric—. ¿Estás bien, Bere?

Ella ríe.

—Oh, sí, yo sí.

Eric también ríe por lo bajo, menea la cabeza y recarga la espalda en la pared metálica del ascensor; levanta la mirada y se queda anonadado mirando la lámpara del techo.

Y sí, es una criatura hermosa, así parece el personaje de una novela sobrenatural con esos ojos absolutamente negros, las ojeras pronunciadas, el cabello largo y negro, la ropa oscura; parece un vampiro que ha vivido muchísimas vidas y está agotado.

Sí, parece un muerto viviente.

Las puertas del ascensor se abren. No sé en qué encaminar mi mente. Es como si tuviera tuviera la respuesta en la nariz, pero cubierta por una espesa neblina.

Sofía me necesita.

Las camionetas esperan por nosotros afuera del hotel. Estoy por correr a la primera para subir, cuando Mike me detiene por la muñeca.

—Eric y yo nos quedaremos —me dice el ex manager de los chicos con voz cansada—. Cedric no lo quiere ahí y yo tampoco lo considero apropiado.

—¿Por qué?

Eric, al lado de Mike, sólo ríe y niega mientras mete las manos en los bolsillos del pantalón.

—Cedric es un imbécil —masculla mi esposo—. Ni es tan bueno como dicen y...

—Es bueno y no te quiere ahí, punto —interrumpe Mike—. Te quedarás y tendremos una conversación.

Eric desvía la mirada, encoge los hombros y así parece un adolescente regañado.

¿Qué le sucede? Antes de entrar al baño estaba bien, un poco cansado, pero no así...

No sé cómo explicarlo.

—Sí, está bien —musito—. Los mantendremos informados.

Eric se inclina un poco para despedirnos con un beso que resulta frío, porque se aparta y se marcha hacia el bar sin decir más.

Mike me dedica una mirada significativa y me pide que le llame apenas sepa algo de Sofía, entonces lo sigue.

Berenice vuelve a sujetarme de la mano, me lleva hasta la camioneta como si fuera una niña pequeña y me ayuda a subir; para mi mala suerte, quedo al lado de Giovanna.

Supongo que sería muy malo que vuelva a vomitar.

Gigi me da una palmada en la mano y la aparta. No es una disculpa y no quita el hecho de que todavía debemos hablar, pero lo acepto con cariño porque no entiendo qué sucede.

Mis manos tiemblan.

Esto no puede estar pasando. Nuestros hijos jugarán juntos mientras crecen, ese es el plan, no puede cambiar. El destino no puede ser tan cruel para hacerle eso a Sofía... ¿No tuvo suficiente conmigo? ¿Cuántos brazos vacíos necesita para estar satisfecho?


Cedric no disimula su expresión de disgusto cuando me descubre en la sala de espera. Su atención va del médico a mí; su mirada es tan intensa que consigue hacerme bajar la mirada.

Me duele mucho la espalda baja. Mis pies hinchados se encuentran atrapados adentro de mis tenis que empiezan a resultarme pequeños. Tengo un poco de náuseas y algunos mareos cuando me muevo rápido. Nunca me había sentido así, «tan embarazada». Quizá es la impresión, quizá...

—Deberías ir a descansar —me dice Dimas, sentado a mi lado, y sus ojos azules se quedan en mi vientre—. ¿Es seguro viajar? ¿Es seguro hacer... todo lo que has estado haciendo?

El sonrojo en sus mejillas indica que habla del sexo.

—Sí, posiblemente en unas semanas ya no, pero por ahora lo es.

Él asiente. Cristal está a su lado concentrada en el celular.

—Aura, no sé... siento que estás tomando todo esto muy a la ligera.

—¿Piensas que no estoy cuidándome? —inquiero sin controlar el enojo que últimamente burbujea a la mínima provocación.

Dimas duda, suspira y asiente.

»¿Qué...?

—No debiste venir —interrumpe con seriedad. Minerva se aclara la garganta al otro lado de la sala de espera, nos ha escuchado—. Fue un viaje largo, es cansado, deberías estar en casa hasta que te alivies.

—¿Aliviarme? No estoy enferma.

—No quise decir eso, es que...

—Entendí muy bien lo que quisiste decir, Dimas, pero no soy una figura frágil de porcelana y ¿sabes qué? La última vez me cuidé muchísimo y de todas formas lo perdí, ¿entonces?

El tema tabú. Todos se incomodan, puedo sentirlo en la energía que circula en la sala de espera.

—Lo que quiero decir es que...

—Ya, Dimas, gracias, pero mejor déjalo así —Es mi turno de interrumpir—. Eric y yo sabemos lo que hacemos.

—Claro que sí —silba Nicolás con la cabeza recargada en la pared y el cuerpo relajado en la incómoda silla de plástico.

Mis piernas me ponen en pie antes de procesarlo. Henrik se inclina hacia adelante, como si quisiera detenerme si me propongo a abofetear a Nicolás —cosa que me encantaría hacer—, pero en lugar de eso me dirijo hacia Cedric.

El baterista pone los ojos en blanco cuando me acerco. Para su mala suerte, el médico se marcha en ese momento.

—¿Cómo está? —inquiero.

Cedric intenta marcharse sin responderme, pero me interpongo y repito la pregunta. Él respira hondo antes de responder.

—Bien —La expresión de Cedric cambia a preocupación—. Bueno, algo así...

—¿Qué quieres decir? —Mi corazón se acelera.

—Tuvo un desprendimiento de placenta, necesitará reposo absoluto por lo que queda del embarazo o podría...

Calla. No tiene que decirlo. Entiendo a la perfección.

—¿Puedo verla?

—Su presión estaba muy alta, Aura —contesta con la mirada baja—, ha estado bajo mucho estrés y...

—Estaba muy preocupada por su cuerpo, la banda y...

—No, nada de eso le importa —Me detiene y entonces levanta el rostro para mirarme a los ojos—. Todo el tema de Eric y tú la tienen mal, por favor, ya no la inmiscuyan en sus problemas. Son adultos, tienen un matrimonio, solucionen sus cosas o busquen ayuda profesional, pero dejen de llevarse a los demás entre las patas.

Me quedo boquiabierta. Cedric evita los problemas, no es una persona que busque la confrontación y... ese tono tan cansando en el que lo ha dicho me duele más que escucharlo gritar o insultarme.

—Eric y yo no tenemos problemas, no sé de...

—Ya, Aura, no hay peor ciego que el que no quiere ver —suspira Cedric y esboza una sonrisa triste—. Entiendo que eres la mejor amiga de Sofía y sé que por eso mismo me comprenderás, ¿verdad?

—Sí, claro, pero...

—Entonces, por favor, déjala descansar... Ella...

—¿Aura? —me llama Sofía desde el interior de la habitación.

Cedric y yo compartimos una mirada. Finalmente, asiente y abre la puerta de la habitación.

Nada en el mundo me preparó para esto.

Sofía está en la camilla del hospital y por un horripilante segundo no es una mujer de mi edad, sino la chica joven que acababa de sufrir un agresión sexual.

Mis lágrimas caen antes de que pueda procesar que estoy llorando. Sofía igual llora, extiende sus manos hacia mí y me apresuro a tomarlas, aunque tenemos precaución con el catéter que tiene en una.

—Están bien —digo y ejerzo un poco de presión en su hombro porque parecía dispuesta a sentarse—. Sólo debes hacer reposo, ¿sí?

Sofía asiente sin parar de llorar.

—¿No te pasa que te sientes cansada de todo? —solloza—. Así me siento ahora, tan cansada, siento que no voy a poder, Aura, creo que me voy a ir antes y...

—No digas eso —interrumpo y aprieto sus manos—. Probablemente seamos consuegras, ¿recuerdas? Nos odiaremos y todo lo clásico de las consuegras.

Mi comentario la hace sonreír entre las lágrimas.

—Es que me siento tan triste...

—Lo sé, pero ahora sólo necesitas hacer reposo y...

—Y Cedric dejará la gira para cuidarme, ¿qué estamos haciendo?

—Eso es sólo trabajo, Sofía, nunca será más importante que el amor y la familia.

Ella hace un asentimiento.

—Tengo miedo —musita So—. Tal vez es el karma por ser una mala amiga...

—No, So, no pienses en esas cosas, además no eres una mala amiga —sonrió y acarició su cabello.

—Pero es que no he sido sincera contigo y...

—¿Sincera en qué?

Sofía relame sus labios, desvía un momento la mirada hacia el techo y, cuando vuelve a centrarse en mi rostro, contesta:

—Sobre Eric.

Niego despacio, pero el recuerdo de ese Eric ausente regresa a mí.

—¿Qué pasa con Eric...?

—Necesita ayuda... Nosotros le fallamos, yo te fallé y...

El monitor de sus signos vitales comienza a mostrar cómo los números incrementan.

—Sofía, puedo hacerme cargo, ¿entiendes? No tienes por qué llevar contigo responsabilidades nuestras, sólo concéntrate en estar bien para tu familia.

—Pero...

—Eric y yo resolveremos lo que sea que sucede...

Ella duda, pero finalmente asiente.

—Creo que es hora de que hablen —dice ella—. Nunca existirá el momento perfecto, Aura, no ahora... y creo que Eric necesita saberlo ya.

—Lo haré —decido y beso su frente—. Iré al hotel a hablar con él.

Sofía me sujeta con fuerza.

—Es lo mejor.

Cedric entra en ese momento para recordarme que Sofía debe hacer reposo. Ella y yo nos despedimos con un abrazo y abandono la habitación en silencio; antes de atravesar la puerta encuentro a Cedric contemplando a Sofía con tanto amor que me oprime el pecho.

Me siento culpable sin saber por qué.

En la sala de espera encuentro a todos de pie, hablan en voz baja hasta que llego y entonces callan de forma brusca; sin embargo, no disimulan.

—Iré a hablar con Eric —digo.

Cristal da un paso al frente y me entrega la llave de su habitación. No tengo que preguntar el motivo, en el fondo creo que lo sé.

Y quiero equivocarme, nunca he anhelado tanto no tener la razón.

—Nos quedaremos un rato más para coordinar el traslado de Sofía a casa —explica Mailén—. Estaremos ahí más tarde, ¿estarás bien?

—Sí, claro.

Guardo la llave y dirijo una sonrisa falsa a todos. Milo es el único que se acerca a abrazarme antes de dejarme partir.


La camioneta se detiene frente al hotel. En su interior, todavía soy una chica vulnerable que tiene muchas inseguridades y complejos, pero cuando pongo un pie en la calle, recuerdo las batallas a las que me he enfrentado.

Si mis cicatrices fueran visibles, probablemente tendría la piel llena de arañazos y moretones.

Mike me dijo por mensaje que se encontraban en el bar del hotel, pero al entrar sólo está él frente a la barra.

—¿Y Eric?

Mike mira sobre el hombro, me sonríe y señala la puerta.

—Se enojó y se fue.

—¿Por qué?

—Porque las verdades no duelen, pero incomodan.

Ocupo el asiento libre donde tal vez estuvo Eric.

—¿Por qué estás aquí?

—Mailén me llamó —responde con tono agotado y bebe de su whisky—. Preferiría estar con mi hija y no aquí cuidando a ancianos.

—¿Por qué te llamó?

—Porque no puede ella sola —suspira Mike—. Hizo todo mal, lo sabe, y ahora se salió de control...

Mike me da un toque suave con su dedo índice de la mano que sostiene su vaso.

»Eric se salió de control.

—¿Eric?

—Y tú.

—¿Yo?

Mike señala mi vientre, vuelve a beber de su whisky y responde:

—¿Por qué no le dijiste que estabas embarazada desde que supiste?

—No iba a hacer eso por teléfono, y luego tenía trabajo, no pude venir antes y...

—Pretextos —interrumpe y su tono acusador es un balde de agua fría—. ¿Por qué tenías tanto miedo? Debiste decirle desde que obtuviste el resultado.

Titubeo.

No sé.

O sí.

—Quería que fuera especial, yo...

Mike niega.

—Temías perder al bebé, Aura, es normal y no tiene nada de malo que quisieras esperar, pero... ¿y si eso hubiera pasado? ¿Atravesarías por ese duelo completamente sola?

Odio sus palabras.

—No quiero hablar de eso.

Él sonríe y vuelca su atención en el interior de su whisky.

—En la actualidad muchas mujeres pasan por abortos espontáneos, en especial en el primer embarazo, ¿será la comida? ¿El uso excesivo de celulares? No lo sé, pero sigue siendo un tema prohibido, nadie quiere hablar de eso.

—No es bonito hablar de nuestros bebés muertos —suelto con frialdad.

Mike me mira de soslayo, asiente.

—Disculpa, Aura.

—Está bien —suspiro—. Tengo miedo de decirle porque eso lo hará totalmente real y... ¿qué pasa si los pierdo, Mike?

—¿Son dos?

—Gemelas.

Mike esboza una sonrisa amplia y me da una palmada suave en el hombro.

—Felicidades, Aura.

—Gracias, pero...

—Ellas estarán bien.

—No puedes saberlo.

—Es verdad, pero en serio creo que estarán bien.

Su sonrisa prevalece. Me hace creer que es una realidad. A veces es todo lo que se necesita, unas bonitas palabras de ánimo que no pueden ordenar al destino, pero calman el corazón.

—Te agradezco —musito y miro hacia la puerta—. Iré a hablar con Eric.

—¿Ahora? —reacciona y mira su reloj—. Eric se fue hace unos minutos, no sé si sea oportuno...

—¿Por qué...?

Mike calla y me mira. Son esos silencios donde las palabras flotan porque comienzo a comprender muchas cosas; la neblina se va disipando conforma avanzan los minutos.

»Pediré a los chicos que vengan, al menos algunos.

Mis manos vuelven a sacudirse.

—Tengo que ser fuerte, ¿verdad? —sollozo. Ni sé cuándo he vuelto a llorar—. Debo ser fuerte por nuestros hijos.

Mike me toma las manos con fuerza.

—Eres fuerte, Aura, eres muy fuerte...

—Pero no sé si puedo con esto —confieso con la voz rota y niego—. No voy a poder.

—Sí puedes, tienes que hacerlo, porque hay dos personitas aquí en tu interior y dos más en casa que dependen totalmente de tu fortaleza y tienes el deber de protegerlos —me dice con voz autoritaria, como si estuviera dándoles órdenes a los chicos, eso me hace sonreír—. Y siempre debes elegir lo que es mejor para tus hijos y para ti, mas no necesariamente para Eric, ¿entiendes eso?

—Sí.

Y es lo peor, que lo entiendo.

—Entonces, hazlo...

Mike me suelta y no sé qué hacer con esa libertad.

Demoro unos segundos en incorporarme y un par más en poner en marcha mis pies hacia la habitación. Soy un alma en pena vagando por el hotel, deslizándome en el ascensor y andando por el pasillo hacia la puerta de nuestra habitación.

«Soy fuerte», me recuerdo.

Pero también recuerdo el sonido que creí que ocasionó la cuerda cuando mi madre se ahorcó sin importarle dejarme sola.

Yo nunca podría hacer algo así. Jamás abandonaría a mis hijos. Puedo con todo con tal de protegerlos, en eso... no soy como mamá.

Temí tanto convertirme en ella y no, no lo soy.

Mi mano vuelve a temblar sobre el picaporte cuando introduzco la llave, pero consigo hacerlo girar y entrar.

La habitación está a oscuras, menos por la luz que escapa del baño a través de la puerta entreabierta.

Eric está ahí. En el espejo diviso su reflejo; está cantando en voz baja la canción que escapa de su celular. No entiendo qué hace, su cabello está despeinado, se recarga en la pared, mira hacia el techo y sonríe, pero es una sonrisa vacía.

Tengo miedo. Es una sensación física que repta sobre mi piel.

Nunca tuve tanto miedo en la vida.

Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Empujo la puerta, la música opaca el sonido de las bisagras y la escena completa se muestra frente a mí.

¿Cuándo me metí en una escena de «Requiem for a dream»?

No recuerdo haber llorado tanto en mi vida. Creo que sólo cuando perdí a mi bebé, pero ahora es diferente porque siento que pierdo a Eric aun estando con vida.

Eric es ajeno a mí, a todo. Está sumergido en un mundo al que no puedo acceder. Ni nota mi presencia destrozada en la puerta.

Él se aparta de la pared, se tambalea un poco hasta el lavabo, se inclina y, con una precisión escalofriante, inhala la hilera de polvo blanco que se encuentra arriba del mármol de la impecable decoración.

Retrocede, cierra los ojos y vuelve a recargarse en la pared.

Y miles de cosas toman sentido, todo.

La neblina se disipa.

Mi miedo se transforma en algo, mas no sé en qué.

Y reacciono. Despierto de mi propio letargo.

Extiendo la mano, presiono «pausa» en el celular y la música se detiene. Eric abre los ojos, mira la pantalla, pero cae en mi mano y lentamente sigue el camino de mi brazo hasta mi rostro.

Y en un segundo entiende que lo he descubierto drogándose.

—Aura, no...

Retrocedo cuando intenta tocarme, sé que lo lastima, pero me duele más notar que ni tiene control completo de su cuerpo para tratar de intentarlo otra vez.

—No, Eric, no.

Abandono el baño. Eric sale detrás de mí y es el espectáculo más triste que he presenciado. Se tambalea, se golpea con la mesa y parece ni siquiera comprender qué hace una cama a mitad de la habitación.

Lloro tanto que las lágrimas me impiden ver con claridad, pero encuentro la maleta donde he guardado la «gran sorpresa».

—Aura, por favor, déjame explicarte —pide con la lengua entumecida y las manos juntas como si me suplicara—. Por favor, puedo controlar esto, no es tan grave como parece y lo dejaré apenas termine la gira, en serio, lo juro, yo...

—En este momento ni eres Eric —interrumpo mientras forcejeo con la cremallera de la maleta—. ¡No sé quién eres, pero no eres él!

—Aura...

—¡No eres mi Eric! —espeto y abro la maleta. Los peluches me hacen sollozar—. ¡Y yo quiero a mi Eric de vuelta...!

—Aura, yo...

—¡Yo quiero a mi Eric de vuelta! —grito con tal fuerza que probablemente todo el piso se ha enterado—. ¡Tráemelo!

—¡Soy yo! —grita también, desesperado—. ¡Aura, soy yo! ¡Esto es una tontería! ¡Yo!

—¡No! ¡No! —Él parece recobrarse un poco, intenta acercarse, pero le arrojo la maleta para evitarlo y escapo por un costado—. ¡Tú no eres Eric porque él nunca nos haría algo así!

—¡Soy yo, Aura! ¡Soy yo!

—¡¿Está todo bien?! —grita Mike al otro lado de la puerta—. Abre, Aura.

Eric y yo nos miramos en silencio.

—Aura, por favor —pide Eric.

Niego y cubro mi vientre.

—Revisa esa maleta, Eric.

Él no entiende, pero lo hace. Creo que en estos momentos haría todo lo que le ordene con tal de que lo escuche. Sin embargo, su expresión desconcertada se llena de dolor al reconocer las ropas de los peluches.

—Son...

—Sí... lo son.

Eric está por preguntar algo, pero enmudece al encontrar las imágenes del ultrasonido.

—¿Esto es...? —Eric levanta la mirada y, por primera vez, repara en mi vientre—. ¿Estás...?

Hago un asentimiento, el más difícil de mi vida.

—Estoy embarazada, son gemelas.

Eric cae sobre sus rodillas y rompe en llanto. Se encorva arriba de la maleta y grita con tal desesperación que me provoca un escalofrío en la columna.

Retrocedo hasta la puerta, abro y encuentro la expresión asustada de Mike por los gritos de Eric.

No puedo verlo así. No ahora...

Mi rostro está cubierto de lágrimas. Eric levanta la mirada hacia mí y entiende lo que pasará; se desespera por incorporarse y correr hacia mí, pero tropieza con la maleta.

—¡No! ¡No te vayas, Aura! ¡Por favor!

Abandono la habitación.

Mike lo detiene.

Y no paro de correr.

Continuará...

Nota:

¡Y pronto ya estará disponible la segunda parte!

Recuerden que pueden encontrar el link a los avances en mis redes sociales.

¿Qué creen que hará Aura? :o

Mi pobre Eric ;0; Y si se fijan, o sea aquí nomas les comento, MalaVentura está re mal... Sofía se va, no tienen bajista oficial y el que tienen igual es medio raro jaja, y pues Eric está pasando por las adicciones. Llueve sobre mojado ;w;

Nos vemos en unos días n,n Por lo pronto pueden revisar mis otras novelas en el perfil para ver si encuentran algo que sea de su agrado y así sea más amena la espera ;)

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