Capítulo 34

No entiendo qué me sucede.

Eric siempre me ha atraído, desde que sólo era mi amigo. No podía evitar echar un vistazo más y preguntarme cosas que quizá no te preguntas sobre tu mejor amigo, pero con él lo hacía.

Cuando empezamos a salir, bueno, no podíamos quitarnos las manos de arriba y de buscar cualquier sitio para hacer el amor; como matrimonio aquello no cambio. La diferencia fue cuando nos convertimos en padres, no porque ya no buscáramos cualquier sitio para hacer el amor, sino que no teníamos tiempo.

Rachelle es una pequeña muy exigente, no le gusta jugar sola y le encanta conversar; Rik, por el contrario, busca más la soledad, pero no puedes permitir que se aísle por completo. Además tenemos nuestros trabajos que son demandantes, en especial el de Eric.

El tiempo se convirtió en un extraño tesoro. Por esa razón es que, aun ya con una casa propia y una habitación de ensueño, teníamos que recurrir a moteles o al asiento trasero del automóvil para pasar un rato juntos mientras mamá cuidaba a los niños.

Solamente en las giras es que contamos con tanto tiempo para nosotros, como ahora, y es normal hacer el amor muchas veces, como si quisiéramos compensar el tiempo que no podemos en casa; pero... creo que estoy a punto de volverme completamente adicta al cuerpo de Eric.

Él descansa a mi lado, me tiene cobijada en un abrazo con mi cabeza descansando en su pecho mientras conversa en el celular con Henrik. El vikingo ya está en el gimnasio con los demás, donde se supone que estaríamos, pero me ha caído el cansancio luego del viaje y el exceso de sexo. De hecho, acabamos de volver a hacer el amor luego de hacerlo en el baño y probablemente lo hagamos de nuevo antes de irnos a la prueba de sonido.

Culpo a las hormonas por el embarazo.

O tal vez sólo es que lo he extrañado demasiado y... que soy una niña insegura marcando territorio.

Como si el universo hiciera complot. Eric recibe un mensaje de Gigi. No lo esconde, sino que responde frente a mí. Gigi no encuentra su chaqueta favorita y quiere saber si Eric la vio anoche, él dice que no. No obstante, noto que tienen una conversación larga y sé que es normal, o sea, viajan juntos por meses, ¿qué quería? ¿Que se aplicaran la ley del hielo?

—Aura... —murmura él cuando nota mi incomodidad.

—No.

—Creo que debemos hablar.

—Yo creo que no —resuelvo y también quiero culpar a las hormonas, pero esto es sencillamente mi berrinche de esposa celosa—. No quiero hablar de algo que ya sabía.

—No entiendes...

—No, no lo hago.

Me aparto. He tenido la precaución de no mostrarme desnuda para Eric, siempre me dejo el vestido o la blusa para cubrir mi vientre; no es tan notorio y he dicho que subí de peso. Eric piensa que es por pena y no me presiona a nada, así que puedo ocultar un poco más el embarazo porque todavía no encuentro el momento indicado.

—Aura...

Me siento en la cama, dándole la espalda, y reviso mi celular.

Tengo mensajes de Luca saludándome y fotografías con su hijo. No me sorprende sentir la respiración de Eric en mi oído y un gruñido de disconformidad cuando le respondo los mensajes.

—Oh, ¿prefieres hablar con tu amigo el guionista?

—No, Eric, no es eso.

—¿Entonces?

Respiro hondo.

Me pido contar hasta tres millones y me recuerdo que amo a mi esposo con todo el corazón. Entonces giro despacio, entrecierro los ojos y sé, sin temor a equivocarme, que Eric puede ver la furia en mi mirada.

—¿Tanto quieres que hablemos de Giovanna? Ni sé en dónde está mi tanga y estás desnudo.

Eric traga duro. Su manzana de Adán sube y baja.

Este hombre es atractivo hasta con el cabello revuelto.

—No lo quise decir así, lo sabes.

—¿Lo sé? ¿Ahora sí tengo razón?

—Aura...

Me incorporo tan magistralmente que parezco una bailarina profesional. Encuentro mi tanga en el suelo, me la coloco de mala gana, me envuelvo en mi pesado abrigo y saludo con el dedo corazón a mi amado esposo porque la verdad estoy bastante molesta.

»Pequeña... No te pongas así.

—¡Pequeña mi paciencia! —exclamo, abro la puerta corrediza del balcón y salgo. Cierro detrás de mí, aunque sé que Eric saldrá apenas se coloque la ropa.

Eric sale apenas segundos después. Lleva consigo un café frío embotellado y su cajetilla de cigarros.

Yo no debería beber cafeína.

—Es descafeinado —dice él cuando me nota a punto de rechazar la bebida—. Anoche me comentaste que ya sólo tomas descafeinado y muy poco.

—Sí, gracias.

Acepto la bebida.

Eric mira hacia el cielo, está despejado, pero hace frío. Estoy tan acostumbrada al calor infernal de nuestro hogar que es inevitable que tirite de frío, ¡pero no quiero estar en la habitación donde acabamos de hacer el amor para hablar de Giovanna!

Oh, por Yoda.

No me reconozco. Qué inmadura soy.

—¿Te molesta si fumo aquí? —inquiere él al otro lado del balcón. No es un sitio grande, pero por la brisa el humo no llegará a donde estoy.

—Como quieras, ¿tienes problemas con el cigarro?

Eric cubre el encendedor cuando lo acerca a su cigarro, levanta sólo la mirada hacia mí y me siento de nuevo como la misma empleada del periódico que se ponía nerviosa con el «freelance» que siempre me molestaba.

—Eso me temo —admite él tras dar una calada que me hace desear empujarlo de nuevo a la cama.

«Contrólate, Aura. Lo vas a matar», me repito mientras aprieto las piernas y desvío la mirada al paisaje de la ciudad.

Mi corazón sufre un pequeñísimo corto circuito. Estos paisajes los he visto miles de veces en series de televisión y películas, nunca en persona.

—¿No es malo para tu voz? —pregunto y vuelvo a mirarlo.

Eric parece un modelo a punto de iniciar una sesión fotográfica. Viste una playera negra deslavada de Interpol, un pantalón de mezclilla negro y las pantuflas del hotel; aun así es increíblemente guapo.

—Sí, pero... he estado muy estresado.

—Eso me dijo Sofía, por eso quería que te diera un mes más, ¿hice bien al venir?

—Claro que sí.

—Sofía no parecía muy convencida, aunque me dijo que sí y me pidió disculpas por darle más importancia a la banda que a mí —continúo.

—Entiendo...

Y ahí está. Esos ojos obsidiana son diferentes, no son «mis» ojos obsidiana.

Sofía me dijo eso, literalmente, era como si lo estuviera recitando de memoria. Tengo años de conocerla, me ofende un poco que creyera que me podía engañar tan fácilmente. Sin embargo, no estoy molesta con ella porque sé que nunca sería cómplice de algo que pudiera hacerme daño.

—Entonces, Eric, ¿me estás engañando con Gigi?

Eric tose, no me acerco a darle palmadas en la espalda porque no quiero respirar el humo.

—¿Qué...? ¿De dónde sacas eso? —pregunta con la voz ronca.

—No sé, todo es muy raro, y ahora quieres hablar de ella, ¿es eso?

Eric enarca una ceja y se queda mudo.

»¿Es como en «Daisy Jones & The Six»? ¿Te enamoraste de la mujer con la que compones música?

—¿Quién es Daisy? —Su cara de confusión es un poema que casi me hace reír—. No conozco a ninguna Daisy.

Su ingenuidad por fin consigue hacerme sonreír.

—Nunca me dijiste que componías canciones con Giovanna.

—Es algo bastante obvio —se defiende—. Y casi no sucede, no pensé que...

—Pues sí, debías contarme. No para pedirme permiso ni nada, es tu trabajo, pero tenía derecho de saber después de todos los problemas que tuvimos y de que... sabes que ella me incomoda.

—Disculpa...

—Ella me incomoda —repito—. Y tú sales de viaje con ella por meses en los que debo soportar los rumores que asoman en internet sobre ustedes, las fotografías juntos, sus interacciones exageradas en el escenario y sus intercambios de comentarios en redes sociales...

—Aura...

—Y yo, mientras tanto —interrumpo—. En casa cuidado de los mellizos, a veces sin tiempo de cambiarme el pijama hasta después del almuerzo o sin peinarme en el día entero. Y agradezco enormemente que tu trabajo pueda permitirme estar en casa cuidando de nuestros hijos y que mi trabajo lo pueda tener casi como un pasatiempo, pero ¿sabes? A veces era difícil verte al lado de esa mujer increíblemente guapa y talentosa cuando yo tenía un nudo en el cabello que no podía desenredar.

El calor de mi lágrima en la mejilla contrasta con el frío que ha gobernado mi piel.

Él intenta acercarse, pero señalo el cigarro y lo apaga antes de caminar hacia mí.

—No sabía...

—Claro que sabías —Vuelvo a interrumpir y lo aparto cuando intenta abrazarme—. Por supuesto que lo sabías, pero era más sencillo ignorarlo porque, de todas formas, yo no me quejaba, ¿o sí?

Él no me sostiene la mirada, sino que la desvía hacia el paisaje de la ciudad.

Eric no es perfecto y nuestro matrimonio tampoco lo es. A veces me gustaría que lo fuera, que el amor fuera suficiente para hacer que nunca tuviéramos problemas, pero somos seres humanos y a veces es más sencillo ignorar las cosas porque ni tiempo tienes para dedicarles atención.

—¿Me vas a dejar? —pregunta tan bajito que casi es imposible de escuchar.

Suspiro hondo.

Ese niño abandonado continúa viviendo en su pecho.

Sujeto su rostro con ambas manos, lo giro hacia mí con suavidad y niego.

—Claro que no te voy a abandonar, Eric, al menos que me seas infiel, entonces sí.

—Nunca te he sido infiel con nadie.

—Lo sé.

Y por eso he sobrellevado esos viajes eternos de las bandas, porque sé que Eric es leal y me respeta. Puedo agonizar de celos en casa porque soy una persona, pero sé que no pasará más, son sólo fantasmas de viejas inseguridades que puedo controlar.

—Entonces, ¿por qué preguntaste si te engañé con Giovanna?

—Porque siento que algo extraño está sucediendo y no se me ocurrió otra cosa, disculpa.

Eric baja la mirada y niega.

—No sucede nada extraño, Aura, es sólo que todos son ahora un poco «divos».

Asiento.

—Sí, eso he notado.

Él vuelve a mirarme y esboza una sonrisa débil.

—¿Puedo contarte algo sobre Giovanna?

Cierro los ojos y hago otro asentimiento. Al abrirlos encuentro a un Eric nervioso de mi reacción. Quiero decirle que no me enojaré, pero mis hormonas son una cosa seria.

»En algún momento estuvo enamorada de mí.

Suspiro hondo, muy hondo. Me aparto de él, coloco las manos sobre el barandal e inhalo el aire frío de Nueva York. Exhalo, giro hacia Eric y lo encuentro con un cigarro entre las manos; en serio está teniendo problemas con el tabaco.

—Creo que sigue enamorada de ti, muy en el fondo, eres su amor platónico —explico porque una mujer entiende a otra mujer y en estos momentos odio entender hasta el idioma español—. Por algo buscó a Nicolás, ¿no? Siempre lo sospeché, pero... no sé, intentaba pensar que no.

—Eso no lo sé, habló en pasado y...

—Eric.

Él suspira y encoge los hombros.

—Y me escribió una canción...

Golpe bajo.

Yo no sé escribir canciones. Eric ha escrito las de mi novela porque soy realmente mala en ello.

—Oh... ¿y es bonita?

—No sé, no la he leído.

—¿Te la entregó?

Eric parece reflexionar sus opciones: saltar por el balcón o responder.

—Sí...

Masajeo mis sienes.

—¿La puedo leer?

—Mejor no... Yo... sólo quería contarte y dejarlo en el olvido.

—¿O sea que yo debo olvidar esta conversación y no sentirme incómoda cuando me marche y ustedes sigan viajando por el mundo?

Si sonaba un poquito más irónica, se congelaba la ciudad.

—¿Quieres que deje la gira...?

—Claro que no —espeto—. Supongo que yo tendré que soportar a Giovanna cerca de ti y tú a Luca cerca de mí.

Culpo a las hormonas y apelo a mi inocencia.

Me marcho al interior de la habitación, pero sólo tengo tiempo de depositar mi bebida en la mesa cuando Eric me toma por el cuello y de un tirón me «obliga» a besarlo.

Entre Eric y yo jamás hay imposiciones porque tenemos la certeza de que todo el tiempo queremos estar juntos, no es sólo por cursilería, sino porque sabemos que podemos pasar meses separados y extrañaremos cada beso.

Su beso es dominante. Él es mucho más alto que yo, debo caminar de puntas para mantener el contacto mientras me empuja hacia la cama donde me arroja sin consideraciones; si supiera que estoy embarazada, probablemente no sería así conmigo, también eso influye en que aun no le cuente.

—¿Celoso? —pregunto recargada en los codos y con la cabeza ladeada en mi mejor tono inocente.

—No.

Él abre mis piernas, se coloca en medio y, tras forcejear segundos con su ropa, libera su erección y me penetra.

Mi gemido es involuntario. Me recuesto en la cama y Eric rodea mi cuello con su enorme mano; siempre me ha gustado el roce de la piel endurecida de sus manos por las cuerdas de la guitarra.

—¿Seguro que no estás celoso? —ronroneo en medio de sus embestidas.

Eric me penetra tan fuerte que la cama se mueve y mi gemido es más grito que nada.

—No.

—Yo creo que sí —jadeo con una sonrisa—. Estás celoso de que otro hombre pueda estar interesado en mí, cuando yo tolero eso desde hace muchos años, Eric.

Él sale de mi cuerpo. Pienso que tal vez me excedí, pero la idea queda pendiendo de un hilo cuando gira mi cuerpo y me posiciona sobre las rodillas y brazos. Ni me ha quitado la ropa interior, sólo la hace a un lado para volver a penetrarme y está dispuesto a que todo el piso del hotel se entere de lo bueno que es en el sexo porque mis gemidos no pueden ser bajos ni controlados.

Clavo las uñas en las sábanas mientras soy consciente de cada centímetro de Eric entrando en mí una y otra vez al ritmo de sus embestidas. Me lastima en el fondo del vientre donde la presión baila entre el dolor y el placer.

—No estoy celoso —jadea y se inclina sobre mi espalda hasta que su aliento húmedo golpea en mi hombro—. Eres mía, Aura, siempre lo serás.

Sus palabras me erizan y, de improviso, un dolor punzante estalla en la carne donde me acarició con sus palabras segundos antes.

Grito y trato de girarme, pero me mantiene en la misma posición y quisiera horrorizarme por lo que acaba de hacer, mas sucede lo contrario. Mis rodillas se debilitan y él me sujeta más por la cadera para ayudarme a mantenerme sin que pare de embestirme.

»Perdón —susurra y lame la piel maltrecha que acaba de morder—. Disculpa, yo...

Consigo girar y apartarlo despacio.

Él reacciona, su expresión de miedo sólo se disipa cuando me incorporo tan rápido como puedo y capturo sus labios. El beso no es apasionado ni dominante como el suyo, sino tierno y lento.

Ya sé que me preguntará si lo abandonaré, no quiero que lo haga. No importa lo que haga, siempre estaré a su lado y es algo que no sé si en algún momento comprenderá por completo.

Mis besos bajan por su barbilla, su cuello y, como todavía lleva la playera, sólo desciendo más hasta su cadera donde deslizo el cinturón hasta quitárselo.

El piercing en el glande está tibio cuando lo meto en mi boca, tiene mi sabor. Eric gime, enreda la mano en mi cabello y me guía despacio hasta que redescubro el ritmo que le gusta; hacía tantos meses que no compartíamos algo así.

—Extrañé tu boca —musita.

Y me encargo de que igual recuerde lo mucho que extrañó mi lengua.

Él gime mi nombre y parece perdido cuando me aparto. Entonces es mi turno de empujarlo en la cama y subirme en su regazo; vuelve a penetrarme sin problemas porque estoy demasiado mojada.

—Soy tuya —confirmo dictando el ritmo de las embestidas—, y tú eres mío.

Eric esboza esa media sonrisa que consiguió robarme el corazón incluso antes de que fuera consciente de ello. Sabe lo que haré.

Tomo el cinturón y lo enredo en sus manos. Esta cama no tiene barrotes como la nuestra, así que sólo coloco sus manos por arriba de su cabeza. Él me enseñó a no lastimarlo con el amarre y la hebilla; aunque cuando está así de excitado le gusta sentir un poco de dolor.

Mis manos son pequeñas, debo usar las dos para rodear su cuello y ejercer un poco de presión. Él cierra los ojos y levanta un poco la cadera, las embestidas son tan profundas que duelen.

Ya mi cuerpo está adolorido por tanto sexo, pero encuentro fuerzas de no sé dónde para aumentar el ritmo de las embestidas y pronto mi orgasmo comienza a acercarse.

Él intenta quitarse el cinturón, lo ayudo, y así me sostiene por la cadera para ayudarme a seguir el ritmo sin perder la intensidad.

Sus ojos obsidianas se quedan fijos en los míos mientras mi orgasmo llega. Mi sexo lo aprieta y los espasmos me invaden. Estoy por desfallecer arriba de él cuando su propio orgasmo lo embarga y se derrama en mi interior.

Nuestras sonrisas son lo más cursis y placenteras que existen en el planeta. Compartimos una mirada en medio de los jadeos y, entonces, una de sus manos se queda en mi vientre.

Mi vientre abultado.

Eric frunce el entrecejo y yo siento que se me baja la presión.

No es el momento. No sé por qué, pero no es el momento.

Algo en mi interior me dice que no lo haga todavía.

—He subido de peso —miento—. Mucho, varios kilos.

—No es cierto —miente también porque es obvio que sí, pero sólo me hace amarlo más—. Yo sí he bajado demasiado...

—Claro que no —Otra mentira.

Entonces reímos por lo bajo y me ayuda a recostarme a su lado.

—A este paso me convertiré en un esqueleto cantante, harán disfraces de mí para Halloween.

Lo dice con tal convicción que me hace reír, aunque en su mirada encuentro algo de tristeza.

—Siempre te ha costado subir de peso, Eric —le recuerdo—. Si no te gusta seguir bajando de peso, ¿por qué no tratas de llevar tu dieta y la rutina de ejercicio como indica tu coach?

—Con la gira es complicado.

Los demás pueden hacerlo, pero no creo que recordárselo sea de ayuda.

—Podrías intentarlo.

Él asiente y entrelaza su mano con la mía.

—No debes sentir celos de nadie, Aura, no quiero estar con otra mujer, no me interesa nadie, sólo quiero estar contigo y con nuestros hijos. Esa época ya pasó para mí, no tengo deseos de regresar a ello.

Inhalo el aroma de su colonia, cierro los ojos y me acurruco a su lado.

—Lo sé, Eric... Y tú tampoco debes temer de otro hombre, aunque nunca he vivido lo que tú, mas no tengo deseos de hacerlo porque soy feliz así, con nuestra familia y lo que hemos formado.

Abro los ojos y levanto la mirada hacia él.

»Ustedes me hacen feliz.

—Pero en serio detesto a ese tipo —dice con desprecio hacia Luca que probablemente ahora debe escuchar un zumbido—. Odio cómo te mira.

—¿Cómo me mira?

Él niega.

—Como sólo yo debería de mirarte.

Sus palabras me hacen sonrojar. Sé a lo que se refiere, porque así lo miran un montón de mujeres, me he acostumbrado.

—Yo sólo te miro a ti, Eric, siempre, ¿recuerdas?

Eric asiente.

—Sí, lo sé, es sólo que...

Se revuelve el cabello y noto que su mano tiembla.

—¿Estás bien?

—Eh, sí, es la muñeca, me sigue molestando.

—Anoche no parecía eso.

—El show debe continuar —dice con una sonrisa y deposita un beso en mi frente—. Debo ir a hablar unas cosas con Vic, no tardo.

—¿Ahora mismo?

Eric sale de la cama y se recompone la ropa.

—Sí, me comentó que quería hacer unos cambios en una canción y no creo que sea buena idea.

Me desinflo en la cama. Hubiera preferido que nos quedáramos aquí hasta que tuviéramos que alistarnos para la prueba de sonido.

»Debemos estar en la recepción en treinta minutos, ¿está bien?

—Sí, claro...

Eric me sonríe, se mete al baño y, un par de minutos después, sale con el rostro humedecido. Sólo vuelve a besarme en la frente y sale de la habitación.

Él recibe un mensaje. La pantalla de su tableta electrónica enciende unos segundos, podría revisarla...

Niego. No me convertiré en la novia que desconfía y revisa, en verdad sé que Eric es fiel, pero... ¿por qué siento que no me está diciendo toda la verdad?

Sacudo la cabeza e intento que con eso se marchen aquellas dudas. Mejor aprovecharé el tiempo para alistarme para la prueba de sonido y el concierto.

No sé si el exceso de sexo, el clima o la tranquilidad de estar con Eric me han disminuido los achaques del embarazo. No he tenido tantos mareos ni náuseas, aunque mis pies se siguen hinchando y cada vez son más las urgencias por ir al baño.

Todavía tendrán otro concierto el próximo fin de semana, tengo esta semana para contarle. Así, cuando suba al último concierto en Nueva York, podrá contarles a todos la buena noticia.

La mejor noticia del mundo.

Acaricio mi vientre y suspiro hondo.

No existe mejor lugar que la cama de Eric, no importa que sea en un hotel, entre las sábanas que tienen su aroma siempre me siento como en mi hogar.

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