Capítulo 25
AURA
★
Si hoy saliera en bikini todos sabrían que estoy embarazada... o que me comí cinco hamburguesas en el desayuno.
Me encanta mirarme en el espejo, así como ahora; presionar en la tela del vestido holgado por debajo de mi vientre y ver esa «pancita».
Mi primer embarazo no llegó tan lejos, ahora ya he pasado del primer trimestre; tengo dieciséis semanas.
Observarme así es... indescriptible. Soy escritora, mas no encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que siento porque en mi interior está creciendo una persona que tiene un poquito de Eric y de mí.
Suspiro hondo, muy hondo, acaricio mi vientre y aparto la mirada del espejo porque tengo una importante labor por delante: elegir la prenda con la que revelaré a Eric que estoy embarazada.
Lo pensé mucho. Primero no quería decirle hasta después del segundo trimestre, pero sería imposible esconder el embarazo de Luca y los demás; también podría encontrarme con alguien que me reconociera como la esposa de Eric. Decidí que no, no quiero que se entere de esa forma, sino por mí.
La cama está repleta de ropas para recién nacido en todos colores y formas porque todavía no sé si será niña o niño. En realidad, no sé muchas cosas porque... no he asistido a mis revisiones médicas. Y sé que soy una irresponsable, probablemente una madre de las peores que han existido, pero... tengo miedo.
Y es que este embarazo ha sido tan... tranquilo. Recuerdo que en mi primer embarazo me mareaba con levantarme rápido de las sillas, ahora no. Ni siquiera siento aversión por alguna comida, vómitos, insomnio, nada. No puedo evitar preguntarme... ¿Y si ya no estoy embarazada?
Me basta con volver a pegar la tela del vestido a mi vientre para calmarme. Estoy embarazada, mi vientre ha crecido más en las últimas semanas. Es sólo que... estoy asustada, creo que es normal.
Sofía casi se desvanece cuando se enteró de que he escondido mis preocupaciones del embarazo con toneladas de trabajo y responsabilidades. Ella sí tiene cada uno de los síntomas clásicos del embarazo; ahora hasta se agita al hablar.
—Tienes que ir mínimo una vez al mes durante los primeros dos trimestres, Aura —me reprendió mientras se abanicaba con las manos y yo corría por un vaso de agua porque pensé que se desmayaría sobre su preciosa alfombra rosa hueso—. Te desconozco. La Aura que conozco sería prudente y responsable.
No pude estar más de acuerdo con ella. La Aura que conozco habría hecho eso, pero no hubiera encontrado la fuerza en las viseras para defender a sus hijos y enfrentarse así a otra persona como sucedió con Tatiana en la playa.
Creo que esa Aura comienza a marcharse. Es el luto que vivimos las madres, cuando abandonamos a la persona que éramos y nos convertimos en otra más fuerte, una temible cuando se trata de defender a los que amamos, pero también frágil cuando sabemos lo incierto del destino, lo cruel que puede ser el universo.
Es un luto lento. Mis pequeños ya están por entrar al colegio y todavía me descubro diciendo «Adiós» a la Aura que pegaba fotos en Arabella con su diminuto short mientras bailaba y cantaba.
Esa Aura no tenía idea de todo lo que viviría.
Me aparto del espejo, coloco las manos sobre la cintura y suspiro mientras repaso con la mirada las ropas que he comprado.
Admito que me siento un poco culpable por fingir que todo es para el hijo de Sofía. Ella incluso ha publicado varias fotografías y videos donde estamos de compras. No hemos tenido que elegir rosa o azul porque ella tampoco sabe si será niña o niño, pero porque ambos decidieron que no quieren saber hasta el momento del parto.
Así que... hay decenas de ropas en muchos colores, pero a la cabeza de la cama se encuentran los peluches con las ropas de bebé que Eric y yo elegimos para nuestro primer hijo que nunca pudimos abrazar.
—Lunita, elijamos una ropa bonita —digo con la mirada en la ventana, hacia el cielo, donde espero que mi hija nos esté observando y sepa cuánto la amamos sin importar los años.
Una llamada interrumpe el momento decisivo. Tomo el celular, deslizo el dedo sobre la pantalla y contesto a Sofía:
—Ya sé, ya sé.
—Pero es que estoy yendo por ti, porque te atreves a no ir —reprende al otro lado de la línea—. No te permitiré poner un pie en ese avión sin que tengas una revisión con la ginecóloga, te lo advierto.
Suspiro.
—Ya estoy lista, So.
—Estoy llegando. ¿Tienes los resultados de todos los análisis que te pidieron?
—Sí, So —Masajeo el puente de mi nariz. Sofía habló con mi ginecóloga para estar al tanto de todo lo que no he hecho y me ha llevado puntual a hacerme análisis en ayunas—. Ahora nos vemos.
—Estoy a dos cuadras, Aura.
Y cuelga.
Arrojo el celular sobre la cama, cruzo los brazos y vuelvo a mirar las ropas. Entonces noto que el celular ha caído justo arriba de un enterizo con el logo de «Metallica», Eric es un gran fan y yo amé escucharlo tocar «Whisky in the jar». Tal vez no es la ropa más tierna, pero es como nosotros.
—Ropa elegida —digo al tomar mi celular y doblar la prenda para colocarla arriba de mi maleta abierta que está en el sofá individual que tenemos en la habitación.
A veces pienso que nuestra habitación es demasiado grande para nosotros dos; ahora se verá bien con una cuna. Con ese pensamiento abandono el cuarto y bajo las escaleras donde mamá ve una película con los mellizos.
—No tenía idea de que estabas siendo tan irresponsable —reprende mi madre apenas me ve—. Gracias a Dios que tienes una amiga terca como Sofía.
Mis pequeños ignoran la conversación porque están anonadados con las caricaturas que se reproducen en la pantalla de la sala. Me detengo atrás del sofá donde están, deposito un beso en cada una de sus coronillas y respondo a mamá:
—No quiero pensar en eso.
Mi madre asiente.
—Obviamente estás... —señala mi vientre que se esconde por debajo del vestido azul celeste—, pero siempre es bueno llevar un control, Aura.
—Lo sé, ya me dijeron eso como un millón de veces en estos días... Perdón.
Ella menea la cabeza.
—O sea, te entiendo, sólo... no repitas algo así.
—Lo prometo.
Deposito un beso en su mejilla y Sofía me envía un mensaje, ya espera por mí. Me despido de los tres, Rik me da un abrazo rápido y salgo de la casa.
Sofía espera por mí en su camioneta con su chofer. El hombre baja, abre la puerta trasera y me ayuda a subir. Mi amiga, obviamente, tiene expresión molesta.
—En serio, Aura —dice y niega despacio—. Eres increíble y esta vez no lo digo como halago.
—Ya, entendí el punto.
Sofía vuelve a preguntarme si tengo los resultados de los análisis, respondo que sí y señalo mi bolso. En el trayecto recibo otra reprimenda por ser irresponsable, pero no olvida repetir cada poco tiempo que me adora y quiere verme feliz.
Y yo entiendo, en serio. Comprendo lo peligroso de lo que he hecho, pero tenía miedo y era más fácil esconderme en el trabajo. No siempre soy valiente.
Nos detenemos en la clínica privada donde se encuentra mi ginecóloga. El chofer nos ayuda a bajar en la entrada principal y se marcha.
Sofía se ve mucho más embarazada que yo cuando sólo tenemos un par de semanas de diferencia. Intento sostenerla del brazo por seguridad, pero ella quiere sostenerme y al final nos reímos porque ambas podemos caminar sin problemas, sólo queremos prevenir.
El consultorio de mi ginecóloga está en el último nivel. Abordamos el ascensor en total silencio, el cual agradezco, porque los nervios comienzan a manifestarse.
¿Y si me dicen algo malo?
No quiero.
Estrujo la tela del vestido al tiempo en que me invade un ligero temblor. Sofía lo nota, se acerca y toma una de mis manos con fuerza.
—Todo estará bien —me dice con firmeza, aunque también encuentro temor en sus ojos cuando miro su reflejo en la pared metálica—. Ese bebé nacerá.
Asiento y con la mano libre aparto la lágrima que se escapó sin aviso.
—Sí, lo sé.
Ella sonríe, me suelta la mano y en su lugar pasa el brazo sobre mi hombro.
—Nuestros hijos tendrán la misma edad, ¿no es maravilloso?
—Es una coincidencia afortunada —admito con una risa baja y un nudo molesto en la garganta—. Pueden ser mejores amigos.
—O pareja —agrega ella con una sonrisa pícara—. ¿Te imaginas? ¿Consuegras?
—Oh, Dios, nos vamos a odiar —suelto la carcajada.
Sofía me imita y, cuando la puerta se abre, los que aguardan afuera nos miran contrariados.
Abandonamos el ascensor tomadas de la mano y caminamos por el largo pasillo blanco hasta el consultorio en el fondo donde llegamos puntual a la cita. Ni siquiera aguardamos en la sala de espera, sino que la secretaria nos permite pasar y somos recibidas por mi ginecóloga que, obviamente, también me regaña.
—Tenía la esperanza de que estuvieras yendo con otro médico, Aura —dice ella mientras me conduce a la parte trasera del consultorio y me entrega la bata—. Primero me urge revisarte, luego checaré tus estudios.
—Está bien.
Me meto en el reducido baño a cambiarme la ropa mientras Sofía le cuenta a la ginecóloga cómo mi madre y ella me han regañado hasta el cansancio. La médica está de acuerdo, he hecho algo peligroso, especialmente después de un aborto espontáneo.
Odio ese término, pero he aprendido a no romper en llanto cuando lo escucho. Es la realidad de muchas mujeres, a veces más de una vez, es una verdad con la que debemos aprender a vivir por mucho que duela.
Salgo del baño con mi bata y encuentro a la ginecóloga revisando mis estudios al lado de la camilla.
Tiene el ceño fruncido y expresión de preocupación.
En automático siento náuseas, las primeras, pero creo que no es por el embarazo.
Sofía está en una silla pegada a la pared, pero se tensa al mirar la reacción de la médica.
—¿Está todo en orden? —inquiero.
Mis manos comienza a temblar, las escondo en los dobleces de la bata.
—Eh, necesito revisarte —evade la pregunta la médica y señala la camilla—. Recuéstate.
Sofía se incorpora para ayudarme y sujetar mi mano con fuerza; descubro que está temblando como yo.
—No llores, Aurita —me dice So y aparta las lágrimas de mi rostro—. No llores, ¿sí?
Ni sabía que estaba llorando, pero asiento y trato de tranquilizarme para el procedimiento de la ecografía. El gel frío en mi abdomen me causa un pequeño estremecimiento que no sé si se debe al líquido en mi piel o al miedo.
La médica no habla por un momento. Nosotras tampoco, sino que miramos la pantalla donde es difícil de entender lo que se observa.
Entonces, cierro los ojos.
Aprieto la mano de Sofía y trato de no llorar para no entorpecer el trabajo de la médica.
—Aura... —musita So.
Niego.
—No quiero ver.
—Yo creo que sí —insiste mi amiga—. En serio quieres ver porque...
—Señora Reyes —dice la médica cuando mi amiga se queda sin palabras—. Escuche.
Y ahora quisiera taparme los oídos.
—Ajá —digo.
Y lo escucho, fuerte y claro. El latido rápido de un corazoncito que me conmueve de nuevo hasta las lágrimas.
—Su bebé está bien —me dice la mujer y consigue que abra los ojos. Encuentro su sonrisa reconfortante—. Sus latidos están bien y, revisándolo, es un bebé fuerte y... podría decirle una probabilidad del sexo del bebé... ¿Quiere saberlo?
Aparto la mirada de la médica hacia la pantalla y... ahí hay algo raro. No tengo los estudios que ella, pero...
—Yo, eso... ¿qué? —titubeo.
Sofía aprieta más mi mano, al observarla noto que está llorando y sonriendo al mismo tiempo.
—Y aquí tenemos el otro latido —dice la médica sin esperar mi respuesta.
Y sí, ahí está, el otro latido.
El otro latido.
—Son... —balbuceo—. ¿Son...?
La médica vuelve a sonreírme y responde:
—Tiene un embarazo gemelar, señora Reyes.
Sofía me suelta para cubrirse el rostro y llorar.
Yo estoy... en shock.
Gemelos.
Dos.
Oh, por Dios.
Abro la boca sin saber qué decir y... no digo nada.
Sólo puedo pensar en Eric, en mis mellizos y en las dos pequeñas que perdimos; Luna y Angelita, la hija de Ángela. Y, por alguna razón, recuerdo los videos tristes que miraba en internet cuando perdí a Lunita, cómo los usuarios consolaban en los comentarios a las madres diciéndoles que sus bebés querían estar tanto con ellas que se adelantaron y por eso no lograban nacer en el tiempo acordado, pero que lo lograrían; se esforzarían más por llegar a nuestros brazos.
No sé si es verdad. Nunca lo cuestioné, tampoco lo acepté, sólo lo leí y pensé en mi Lunita, en su primer cumpleaños que nunca pudimos festejarle.
—¿Son niñas? —pregunto.
La médica mira la pantalla, luego a mí y sonríe:
—Hay una probabilidad muy alta de que sean niñas.
—¿Aura? ¿Estás bien? —inquiere Sofía mientras me sujeta por los hombros.
Intento responder, pero mi cuerpo tiembla tanto que no logro concentrarme en mover los labios para decir que «sí».
Y el llanto que me embarga es el más desgarrador que he soltado en la vida.
★
Nota:
¡Sorpresa! 😭
Estoy bien emocionada y feliz por compartir ya esta parte de la historia con ustedes. Este capítulo es muy significativo porque Aura se recuerda de joven, cuando todavía sufría por Dimas e ignoraba por completo los sentimientos de Eric, nuestra Aurita ha crecido y madurado un montón 🥺. Es una chica que sufrió mucho, desde niña con el fallecimiento de su padre y el rechazo de su madre, pero que es muy fuerte y, aunque a veces tomó malas decisiones, logró salir adelante y ahora, por fin, está cumpliendo todos sus sueños ❤️🩹
Recuerden que tenemos un canal y grupo de lectores en Telegram, por si quieren chismear de la historia. Pueden buscarlo como "Lena Mossy [Autora]".
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