Capítulo 24
ERIC
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Una fotografía de Aura comprando ropa para recién nacidos es todo lo que necesito para sentirme peor de lo que creí era posible. Ya sabía que esto sucedería, era obvio; su mejor amiga está embarazada, claro que saldría de compras con ella. Claro.
Claro que sí. Por supuesto que ella fingiría estar bien, feliz, pero apuesto que cada una de esas sonrisas le han costado más que ninguna otra en la vida.
Y odio pensar en que podría ser mi culpa que deba pasar por todo esto. Si tan solo no hubiera metido tanta basura en mi organismo... Si tan sólo pudiera dejar de hacerlo.
Inhalo hondo el humo del cigarro, hasta que siento que podría fusionarse con mis pulmones, y exhalo.
No puedo apartar la mirada del polvo blanco que yace en el lavabo del baño en el hotel de Nueva York. Está acomodado en una perfecta hilera y listo para mí, para calmar los nervios que agitan mis manos.
Propino otra onda calada al cigarro, eso también me ayuda un poco, así como el alcohol. Si mezclo los tres, es el puto paraíso donde no tengo que pensar en nada, sólo cantar y moverme; así subo al escenario, así estoy convirtiéndome en una leyenda, una muy intoxicada que ya no funciona de otra manera.
Mierda.
Me acomodo los anteojos de pasta negra. No he podido colocarme los lentes de contacto en todo el jodido día porque mi mano se niega a dejar de temblar. Y sé cómo calmarme, lo sé, está aquí, frente a mí en una línea blanca que aguarda con una tétrica paciencia a nublarme los sentidos.
Sofía ha publicado varias fotografías donde sale de compras con Aura.
Mi Aura luce hermosa. Feliz como no recordaba verla en mucho tiempo. Duele saber que no es verdad, que sólo aparenta por su mejor amiga.
Oh, carajo. Tengo que parar.
Sofía me ha avisado a escondidas de Aura; mi adicción la ha obligado a traicionar a su mejor amiga.
«Aura viajará a verte el fin de semana», decía su único mensaje de texto en el celular.
Es decir, tengo tres días para estar limpio.
Tres días para librarme de los sedantes, de la droga.
Tres putos días.
¿Cómo se supone que lo haré?
Mi intención era inventar algún compromiso al otro lado del mundo y tomarme unas semanas antes de volver a casa. Henrik iría conmigo, no le había preguntado, pero estoy seguro de que lo haría y me ayudará a limpiarme como la última vez.
Pero... ahora...
No puedo dejar todo en tres días.
Puedo disminuirlo... Creo.
O no.
Si subo al escenario con las manos temblorosas será un desastre. Todavía no puedo tocar la guitarra, pero si agarro el micrófono y todos lo notan...
Mailén me avisa por mensaje que es hora de bajar al lobby. Tenemos una presentación en un programa en vivo en cadena nacional.
Maldición.
No sé a quién pretendo engañar. Tendré que disimular cuando Aura esté aquí...
Y no puedo creer que piense en eso cuando sólo debería alegrarme porque podré verla.
Me recojo el cabello en una cola baja, me inclino sobre el lavado y acabo con mi puta indecisión y tormento.
El polvo me lastima la nariz, como siempre. Y siento una opresión fuerte en el tabique que no se calma ni cuando lo toco. La incomodidad dura unos segundos, luego todo está bien.
Maravillosamente bien.
Es una brisa suave corriendo por la sangre.
Es lenta.
Pero mis manos paran su sacudida eterna.
Me lavo las manos, me retiro los anteojos y me coloco los lentes de contacto al primer intento. Guardo los anteojos en su estuche negro que me regaló Aura, tiene una calavera metálica, y me echo una última mirada en el espejo.
Parezco un muerto.
Mis ojeras son descomunales. La palidez anormal.
Retiro la liga de mi cabello, lo peino como puedo con los dedos y... no existe forma de hacerme ver más presentable. Irónicamente, los admiradores aman esta «nueva faceta irreverente», como la han llamado; dicen que dejo una parte de mí en cada concierto y que verme cantar en vivo es algo que cualquier mortal debe hacer una vez en la vida.
Yo creo que cualquier mortal debe ir a un concierto de Rammstein, te gusten o no, o si tus oídos son más delicados, a uno de Coldplay... Pero definitivamente no me considero tan magnífico como para situarme al lado de grandes como ellos.
Mis admiradores discrepan.
Mailén llama. Respondo y, sin permitirme hablar, dice:
—Sólo faltas tú.
Cuelga.
¿Cómo bajaron todos tan rápido?
O... quizá... Mailén ha aprendido a coordinar el tiempo en que tarda en hacerme efecto la droga para que pueda presentarme sin caer dormido a mitad del programa de televisión.
Abandono la habitación y me sorprende encontrar a Henrik recargado al otro lado del pasillo.
—Mailén dijo que sólo faltaba yo.
—Porque yo estaba abajo y me enviaron de niñero —suspira él—. ¿Estás bien?
—Mucho mejor que hace cinco minutos.
Increíble en un momento más, cuando esa brisa termine de recorrer mi sangre.
Abordamos el ascensor. Henrik presiona el botón y, cuando el aparato se mueve, un ligero mareo me invade.
El espacio es muy pequeño.
Mi respiración se acelera.
Retrocedo y choco con la pared del fondo. Henrik me toma por la muñeca, dice algo, pero sólo veo sus labios moverse sin poder escucharlo.
Todo es silencio.
Henrik me señala. No entiendo. Saca un pañuelo de su chamarra y me ataca con el pedazo de tela en la cara. Intento empujarlo, pero no tengo fuerzas y pronto todo se termina. Las puertas se abren y puedo volver a respirar con tranquilidad.
—Dije que estás sangrando —repite mientras presiona el pañuelo en mi nariz—. Menos mal que siempre vistes de negro, así no se ve que en cualquier momento te mueres de una hemorragia nasal incontrolable por destrozarte el cartílago con esa porquería.
Pongo los ojos en blanco y digo:
—Por eso los vampiros visten de negro, para disimular la sangre.
—Deja de decir pendejadas, ¿cuándo has hablado con un vampiro?
Me empuja fuera del ascensor, trastabillo y me salva al tirar de mi camiseta. Nuestra entrada triunfal capta la atención de los demás chicos.
—Probablemente tenemos un admirador vampiro, ¿nunca lo has pensado?
Henrik pone cara de... algo. Juraría que le esta temblando la ceja derecha.
—Chicos, ya está quedando pendejo —anuncia Henrik a los demás que aguardan en la cómoda sala a un costado del lobby—. El daño es irreparable, deberíamos considerar amaestrar a Vic y ponerlo de vocalista, es lo mismo, pero más barato.
Vic aparta la mirada de su celular y menea la cabeza con una sonrisa divertida.
—Tus nalgas son baratas —replica el bajista suplente.
—Para ti, no —señala Henrik al tiempo en que hace un guiño—. Para Dimas, quizá.
Dimas también ríe.
Sus ojos son tan azules, parecen brillar.
O es la puta droga empezando a hacer efecto.
Ya mejor ni miro el cabello de Cristal o me quedaré anonadado.
—¿Recuerdas como hablar inglés? —me cuestiona Mailén con su inseparable tableta electrónica en las manos—. No nos hagas quedar en ridículo, ¿entendido?
—No sé cuál pregunta responder —murmuro.
—Está medio pendejo, sí —dice Berenice—, pero es su encanto. Ya ven, sus admiradores son casi una secta.
—Yo igual te quiero, Bere —La saludo con el dedo corazón.
—Es con cariño, Eric... Estoy empezando a aceptar que quieres morir joven y que no podemos hacer nada para evitarlo.
Y tras esas contundentes palabras, recoge su mochila y abandona el hotel.
El silencio se apodera de nosotros. Alrededor, todos continúan con su rutina sin saber que una de mis mejores amigas me acaba de clavar una daga invisible en el pecho.
—Bueno, en marcha —suspira Mailén y señala la entrada principal por donde ha salido Berenice—. Ya nos esperan las camionetas.
Todos obedecen a Mailén, menos yo. Me tomo unos segundos más para inspeccionar el lujoso hotel con el enorme candelabro dorado en el techo; estamos a escasas dos cuadras del Central Park y los boletos para nuestros dos conciertos se agotaron en minutos.
Probablemente Aura esté aquí para el segundo concierto y quiero llenarme de alegría, pero sólo siento miedo.
Estoy aterrado.
Si ella descubre en qué estoy metido, me dejará. No tengo ninguna duda y eso me hace amarla más. Ya sé que es una estupidez, pero sé que hará lo correcto por nuestros hijos y tener cerca a un padre adicto es cualquier cosa menos correcto.
Aura amará este lugar.
Puedo visualizarla girando sobre sus pies y con sus enormes ojos soñadores contemplando el techo.
Aura.
—Eric —me llama Mailén a unos metros de distancia—. ¿Ya dejaste de sangrar?
—Sí.
Guardo el pañuelo y me acerco.
Ella me regala una sonrisa triste.
—Vamos... Después tenemos...
—Una fiesta, lo sé.
—Puedes evitarla si quieres...
Eso es nuevo.
—¿En serio...?
—Sí... Necesitas descansar.
—Gracias.
Ella vuelve a dibujar esa sonrisa apagada y se encamina fuera del hotel.
La sigo hasta el exterior. El cielo luce encapotado y el anochecer pronto caerá; no obstante, esa brisa se está terminando de propagar y estoy listo para ceder el control al Eric que el público ama con devoción.
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