Capítulo 1
AURA
★
—Eric.
Está agotado, no me escucha. Se durmió tarde tratando de reparar la falda de tul de Rachelle. Se pinchó tantas veces con la aguja que se preocupó por las molestias que sentiría al tocar la guitarra en la gira. Me ofrecí a ayudarlo, soy mejor costurera que él, pero insistió en que me enfoque en mi trabajo y le permita hacerlo.
Eric tiene una relación de amor y odio con las giras. Para nadie es un secreto que adora ser el centro de atención, nació para eso; ha aprendido a salir airoso de situaciones incómodas con mujeres y hombres que quieren estar cerca de él. Pero lo que quizá sí es un secreto para sus admiradores es que detesta marcharse y dejarnos en casa.
Suele recriminarse por dejarme la carga de los mellizos y que eso me atrase en mi trabajo. La maternidad ha frenado muchísimo mi escritura. No me incomoda, soñaba con ser madre y tener a mis pequeños es lo mejor que me pudo pasar. Sin embargo, Eric teme que en un futuro pueda reclamarle, eso no pasará. Si quisiera más tiempo para escribir, lo tendría.
Además, en el pasado era su música la que nos mantenía a flote económicamente. No podríamos costear la casa, los autos, seguridad o la ropa de lujo con mis ganancias como escritora; prácticamente todo sale de su dinero.
Pero eso está a punto de cambiar.
Eric duerme bocabajo, tardé algunos meses en descubrir que es cómo más le gusta dormir. Sus brazos cruzados sirven de almohada para su cabeza y me permite ver el espectáculo del tatuaje de alas de ángel que nacen en su espalda. Beso una de las plumas de tinta negra, balbucea algo entre sueños y continúa durmiendo.
Estoy segura de que muchas personas venderían a sus padres por presenciar el espectáculo de Eric dormido. Yo vendería a José Antonio, no me queda duda.
«Perdón, papá», pienso con una sonrisa.
Aparto los mechones negros de su cabello y deslizo el dedo sobre la nariz recta. En mi mente viven los ojos casi negros que se esconden detrás de sus párpados. Es inevitable, que en momentos como éste, recuerde cuando sólo éramos compañeros de trabajo y buscábamos cualquier excusa tonta para tocarnos, así fuera un simple roce de manos. Ignoré tanto tiempo mis sentimientos por él, lo creía fuera de mi alcance. A veces me arrepiento, pero creo que todo pasó de esa forma por algo.
Eric se queja entre sueños. Me pego un poco más a él y recargo la mejilla en su brazo. Sé que es una pesadilla, las tiene desde el atentado en el estadio que acabó con la vida de varios admiradores y lesionó a otros tantos; ha pasado casi un año desde aquello. Eric siempre ha sido sobreprotector con nosotros, después de eso mucho más. Irse en esta gira le está costando muchísimo, incluso habló de salirse de la banda o llevarnos con él durante el tiempo que dure, pero no podemos darles esa inestabilidad a los mellizos. Nuestro Henrik no lo toleraría, su introversión aumentaría.
Y tengo trabajo, mucho trabajo.
La serie de televisión sobre mis novelas ha empezado a producirse. Lo primero es el guión en el que trabajaré con ayuda de otros guionistas. Yo tendré que viajar algunos días a la capital y los mellizos se quedarán con mi hermana. Por supuesto que Eric está al borde del patatús, no quiere que viaje sola, pero sabe que tampoco puede detenerme. El plan original era que él se quedaría en casa con los niños, nada salió como esperábamos.
Eric se inquieta otra vez entre sueños. Abre los ojos y, la inmensidad del mar negro en sus irises, me absorben por unos interminables segundos. Es demasiado guapo para ser real, no puedo sacarme eso de la cabeza sin importar los años que tenemos juntos; él consigue que cada día me enamore más.
—Aura.
Sonrío. Mi nombre en sus labios suena diferente.
Y entonces el remolino Rachelle irrumpe en la habitación con un grito y salto incluido a la cama.
—¡Helado! ¡Helado! —grita con toda la fuerza de sus pequeños pulmones a punto de cumplir los cuatro años.
Eric gira muy rápido, se le acaba la cama y cae sobre su trasero. Rachelle ríe y exclama:
»¡Buenos días!
Rachelle gatea sobre la cama y extiende su manita hacia su papá. Eric continúa espabilando, parece un zombie; no obstante, toma por sorpresa a su hija y tira de ella. Rachelle grita y ríe mientras Eric le hace cosquillas.
—¡Todo por el helado! —reprende entre risas Eric.
—¡Basta! ¡Basta! —chilla Rachelle sin parar de reír.
El pequeño Henrik está de pie en el umbral de la puerta.
—Ven, príncipe —pido y propino una palmadita al colchón.
El mellizo asiente y se acerca con pasitos rápidos, como si le diera pena, y brinca al colchón.
—¡Abuelita dijo que nos llevará por helado! —exclama Rachelle.
Eric pausa su guerra de cosquillas.
—¿A qué hora irán?
—¡Ahora!
Henrik hace otro asentimiento.
Eric y yo intercambiamos una mirada. Rik —como le decimos de cariño— es muy reservado, no se parece en nada a su tío, de quien heredó el nombre. Nuestro pequeño es callado y tímido, por el contrario, Rachelle habla por los dos.
Estos son los momentos que más le pesan a Eric, no quiere irse, puedo verlo en sus ojos mientras pregunta a los mellizos por sus planes para comer helado.
Eric siempre ha sido el extrovertido de la pareja, yo soy la reservada, como ahora que los contemplo en silencio y sonrío. Henrik es más parecido a mí, entiendo que es su personalidad, incluso la psicóloga lo ha dicho, pero Eric teme que sus ausencias prolongadas sean malas para nuestro hijo.
Dos golpecitos suaves, en la puerta abierta, interrumpen a Rachelle.
—¿Están presentables? —pregunta mi mamá desde el pasillo.
—Sí, madre.
Rosario se asoma. Viste de forma impecable, como si fuera camino a la presentación de un libro, pero lleva al hombro la enorme bolsa donde guardamos todo lo que pudieran necesitar los mellizos cuando salimos.
—Llevaré a los niños a comer helado —anuncia mamá—. Ustedes se despertaron demasiado tarde y están aburridos.
—Gracias, Chayo.
La ceja de mi madre tiembla con el apodo de Eric.
—Dime así una vez más y te divorcio de mi hija —sentencia la escritora galardonada mientras masajea el puente de su nariz—. ¿No puedes dormir con una playera?
Eric se muerde la lengua y niega. Mi rostro se sonroja en dos segundos y mi madre entorna los ojos; es obvio que lo he seducido en la madrugada y que sólo volvimos a vestirnos por si los mellizos entraban corriendo, justo como Rachelle ha hecho.
—Pasaré por las gemelas con tu hermana, Aura —agrega mamá—. ¿A qué hora regresarás a casa?
—Creo que por la tarde... ¿Y tú, Eric?
—Hasta la noche —suspira él.
Rosario se despide y se marcha. Los mellizos tiran de nosotros para que los vayamos a despedir hasta la puerta de la casa; ni tiempo nos dan de calzarnos las pantuflas, sino que corremos, tomados de sus manitas, por las escaleras hasta la puerta principal.
Eric los abraza muy fuerte antes de dejarlos marchar con mamá. Los días que preceden a sus viajes siempre son así, siente que debe saborear hasta el último segundo con ellos.
—¿En serio no pueden venir conmigo? —pregunta él cuando cierra la puerta de la casa.
Es una pregunta retórica, lo hemos hablado muchas veces, no es necesario que responda. En su lugar, coloco las manos sobre su abdomen firme, me paro en las puntas y beso esos labios que siempre me hacen perder el sentido del tiempo y el espacio.
Eric responde y sus besos son lo mejor del mundo. Me carga, mis piernas rodean su torso y camina hasta el sofá más cercano donde toma asiento conmigo arriba de él. Sólo lleva el pantalón azul marino del pijama, puedo acariciar sus músculos delineados, enredar los dedos en su cabello largo sin parar de embriagarme de sus labios que extrañaré cada minuto lejos de él.
—Te amo tanto que duele —musita sobre mis labios.
Sus palabras me hacen sonreír por cada poro del cuerpo.
—Creo que el amor no debería doler...
—Ya sabes cómo soy con eso... —ronronea con esa media sonrisa capaz de hacer vibrar mi pecho como la primera vez que la vi.
Con Eric soy diferente. Nadie me conoce como él. Soy capaz de ser yo, sin pensar en mis palabras, sólo actuar y saber que todo quedará entre nosotros. Es mi mayor confidente, mi mejor amigo, mi esposo, mi amante, mi todo. No hay nadie en el mundo como él y, lo mejor, es que sé que siente lo mismo por mí.
—Tengo una ligera idea —digo con tono juguetón mientras empujo con suavidad su rostro hacia un lado.
—¿En serio...?
—Sí, una chiquitita.
Eric ríe y cierra los ojos cuando mis labios tocan la piel de su cuello. Su piel se siente tan suave bajo mi lengua y entre mis dientes al morderlo despacio. Él me sujeta con fuerza por la cadera, se resbala un poco y me permite sentir la erección latiendo contra mi sexo.
—Hazlo más fuerte —pide en medio de un suspiro.
—Te dejaré una marca y te regañarán...
—No me importa.
—No te dejaré una marca, hombre.
Él hace un mohín y gira el rostro hacia mí.
—Anda, mujer, márcame.
—No pidas esas cosas —suplico con tonito de ratón acorralado. Escuchar a Eric decir eso puede acabar con toda mi fuerza de voluntad y él lo sabe a la perfección—. Cuando termine la gira, ¿sí?
—Faltan meses, Aura. Yo quiero que me muerdas ahora.
Mi cuerpo está a punto de sufrir combustión espontánea. Apenas tuvimos sexo en la noche y ya muero por estar otra vez con él. Supongo que a esto se refieren cuando hablan de amor.
—No te morderé...
Eric hace otro mohín y, antes de que pueda preguntar, se mueve un poco debajo de mí. Su erección presiona justo en mi punto más sensible. Nos separa su pantalón y mi ropa interior por debajo de la enorme camiseta que uso para dormir.
—¿Y si te convenzo...?
—No, te van a regañar... —contesto ya no muy convencida.
—¿Y qué...?
—Eric... —rio—. No insistas.
—Anda, sabes que quieres marcarme... Te encanta que todos sepan que soy tuyo.
Y quiero lucir indignada, pero no me sale porque es verdad. No somos la pareja más saludable del mundo, eso lo sabemos.
—Eric...
Él vuelve a moverse y consigue que suelte un gemido. Su mirada oscura comienza a llenarse de deseo, apuesto que la mía igual.
—Aura, por favor...
Y sus labios no me dejan objetar, sino que buscan los míos. Sus besos pueden ser dominantes cuando quiere conseguir algo y reducirme a su víctima. Me encanta que lo haga. Es algo primitivo cómo me derrito entre sus labios y cedo a cualquiera de sus exigencias.
Mi boca se aparta de la suya y busco su cuello. Lamo la piel caliente y, cuando mis dientes están por enterrarse, el timbre nos interrumpe seguido por la inconfundible voz de la mujer que ha interrumpido más momentos íntimos que nadie en la historia de la humanidad.
—¡Aura! ¡Vamos!
Sofía.
Eric se queda muy quieto, se aparta para mirarme y dice:
—Algunas cosas nunca cambian...
Recargo la frente en la suya y suspiro.
—Ya debería estar lista... Prometí que iríamos por un café antes de que saliera de gira con ustedes.
Eric ríe y sostiene mi rostro.
—¿Nos vemos por la noche?
—Es una cita.
Y reímos porque esas citas planeadas jamás salen como queremos, dependemos del horario de los mellizos.
—En serio quiero un rato a solas contigo, Aura —pide Eric todavía con la sombra de la risa en sus labios—. No quiero marcharme.
—Lo sé...
—¿Y si conoces a alguien?
La carcajada que suelto rompe el momento. Eric enarca una ceja, pero mi risa también lo hace sonreír.
—Es imposible, Eric... No existe nadie mejor que tú, contigo tengo todo lo que podría desear.
Eric no parece convencido, es parte de esas inseguridades que casi no deja emerger. Prefiero romper el momento con una carcajada que dejarlo avanzar porque sus inseguridades pueden ser tan grandes como las mías, quizá hasta más, sólo ha aprendido a esconderlas mejor.
Mi celular comienza a sonar en la habitación, debe ser Sofía.
—Iré a abrirle —aviso mientras bajo de su regazo.
Eric se incorpora y, cuando lo veo toda su estatura y con mi rostro tatuado en su pecho, simplemente el amor que siento por él toma el control. Me arrodillo, tiro de su pantalón y libero su erección. En algunas ocasiones todavía recuerdo la primera vez que le hice sexo oral, lo perfecta que fue la escena porque él es así, «perfecto»; como ahora, con la mirada invadida por el deseo mientras deposito un beso tímido en el piercing en el glande.
Eric cierra los ojos, gime bajito y enreda la mano en mi cabello, sólo ejerce un poquito de presión mientras su erección se adueña de mi boca.
Soy una chica afortunada, este hombre perfecto es mío.
Sofía vuelve a tocar el timbre, así que sólo deposito un último beso en el piercing y me incorporo.
—Prometo terminar en la noche.
Eric asiente, podría hablarle en chino y también asentiría. Su expresión me hace reír.
En serio amo a este hombre.
Me apresuro a salir y abrirle la reja exterior a Sofía. Ella me mira de pies a cabeza y hace una negación.
—Estás tan roja que ya imagino qué estabas haciendo, ¡ni se te ocurra saludarme con un beso! —exclama la rubia.
Mi risa y rostro sonrojado lo confirman. Nuestros amigos siempre nos molestan porque tenemos mucho sexo, pero ¿y qué? Así somos felices, es nuestra preciosa burbuja que hemos defendido de todos.
Regreso al interior de la casa con Sofía. Mi maravilloso esposo ya no se encuentra por ningún sitio, probablemente está tomando una ducha fría en el cuarto de invitados para dejarme usar nuestra regadera sin interrupciones.
—Disculpa, So... Me dormí muy tarde, Eric también y....
Sofía mueve las manos frente a mí. Su perfecta manicura rosa captura mi atención unos segundos, combina con su vestido y la liga que sostiene su cabello rubio.
—Ya imagino, no necesito detalles...
—¡So! ¡Eric estaba de costurero reparando la falda de Rachelle!
—Ajá, hasta que se fueron a la cama y el resto es historia —suspira ella con aire teatral y se deja caer en el sofá—. Ve a alistarte, anda. Aquí esperaré tranquilamente.
—Eres lo máximo, So —digo con un guiño mientras corro hacia las escaleras.
—Ya lo sé, ya lo sé —ríe y enciende la televisión.
Apresuro el paso hasta la habitación. Nuestra casa anterior era más pequeña, pero el éxito de Eric con MalaVentura permitió que compremos una casa que parece mansión. Incluso contratamos a un decorador de interiores que supiera equilibrar los tonos oscuros que ama Eric y la frescura de colores claros; no quería paredes negras para los niños por mucho que Eric insistiera.
Tomo una ducha rápida, me coloco mi adorada playera con una fotografía de Eric y el logo de MalaVentura en la espalda, unos jeans de mezclilla, tenis deportivos y estoy lista. No hay tiempo para el maquillaje, sino que bajo corriendo y encuentro a Eric conversando con Sofía sobre la gira. Ni considero inmiscuirme, son cosas que no comprendo por completo, sino que comparten ellos por formar parte de la misma banda.
Eric igual se ha dado una ducha rápida y viste muy parecido a mí, sólo que su playera es de Metallica.
—Me uniré a ustedes cuando termine mi sesión de chisme obligatorio —anuncia Sofía y abandona el sofá—. Prometo cuidar a tu pequeña.
Eric me envuelve en un abrazo cariñoso y es natural que nuestros labios vuelvan a buscarse. A veces me pregunto qué hice en mi vida pasada para merecer la historia de amor perfecta.
Al separarnos, Sofía ya ni está en la sala. Probablemente tardamos bastante besándonos, ya ni tiene sentido disculparse, todos se han acostumbrado a nuestra forma de ser.
—Diviértete —me pide Eric.
—Tu también... Regresaré temprano y estaré con los mellizos, te esperaremos con la cena.
Eric enarca una ceja.
—¿Cocinarás?
—No quiero que te vayas con indigestión a la gira, así que pediré la cena.
Eric menea la cabeza. Suele decirme que no cocino mal, al menos no como antes, pero creo que lo dice por compromiso.
Nos despedimos con un último beso breve y salgo de la casa.
Sofía ya espera por mí adentro de su camioneta nueva.
—Ustedes son otro nivel de cursilería —opina cuando ocupo el asiento del copiloto.
—Perdón.
—¿Por qué? —sonríe y pone en marcha el vehículo—. Me encantan, a todos nos encantan, aunque los molestemos. Conocemos la versión de Eric cuando estamos en la gira y es otro, sólo es realmente él cuando está con ustedes.
Sus palabras inflan mi corazón. Podría salirme flotando por la ventanilla sino tuviera el cinturón de seguridad.
Sofía elige una cafetería poco concurrida, no a la que siempre vamos. Me parece una elección extraña, pero la verdad es que no soy tan famosa como ellos. Sofía, Eric y los demás son reconocidos hasta en la farmacia; yo paso desapercibida al menos que alguien me identifique como la esposa de Eric. Me ha costado adaptarme a eso. Al principio incomodaba, pero luego de estar a punto de divorciarnos, entendí muchas cosas, como que eso no es su culpa. De todas formas, es probable que el nombre «Aura Reyes» comience a obtener notoriedad por sí solo cuando la serie salga al aire.
—Esa sonrisa no te la conocía —comenta Sofía mientras apaga el motor de la camioneta—. ¿Es por Eric?
—No —confieso con un poquito de culpa.
Me he acostumbrado a que la mayoría de mis alegrías son por él, mi trabajo me ha traído pocas. No sólo es conseguir llegar a una editorial, como solía creer, sino que los libros se vendan. Ya ni siquiera es que los lectores te lean, sino que compren. La piratería puede frustrar el sueño de cualquier escritor novato que no logra vender un número redituable de libros para su editorial
»Pensaba en cuando la serie saliera al aire.
—Y vuelvan a hacer ediciones de los libros con nuevas portadas referentes a la serie de televisión —agrega Sofía con tono ilusionado—. Esto es grande, Aura, ¿lo notas?
—Sí, ya sé... Tendré que pedirte consejos para manejar la fama.
—¿A mí? —ríe ella y baja de un saltito de la camioneta—. Tienes al mejor de nosotros para manejar la fama como esposo.
—Tienes razón.
Imito a mi amiga y entramos a la cafetería. Es un sitio pequeño y acogedor con mullidos sofás. Ella elige la mesa más apartada, desde donde sólo se puede ver el estacionamiento. De inmediato ordenamos un par de cafés helados y nos envolvemos en una de esas conversaciones eternas que solemos tener. Somos mejores amigas desde la primaria y nunca nos faltan temas para platicar; no siempre somos correctas y maduras, en la confidencialidad de nuestras pláticas criticamos y chismeamos sobre cosas que no deberían importarnos, pero que sabemos que están a salvo. Nunca traicionaría a Sofía, ni ella a mí; como diría Cristina Yang de «Grey's Anatomy», ella es mi persona.
—Y yo te juro que no entiendo el motivo por el que Cedric la sigue apoyando, ¡si es el diablo encarnado!
Su descripción sobre Lucy me hace reír, pero no está muy lejos de la verdad. Esa chica sólo nos trajo desgracias y desde hace algunos años ya no tenemos el «placer» de verla. Espero que siga así eternamente.
—Es su prima —recuerdo y propino un sorbito por la pajilla a mi café—. Familia y esas cosas.
—Incluso con la familia debes ser selectivo, pero Cedric no lo entiende.
—Es un chico bueno.
—Lo sé, lo sé —suspira So—. Es el mejor...
—Si sus hijos salen con una mezcla de sus personalidades... ¡Dios mío! No sólo serán unas bellezas, sino que podrían convertirlos en santos...
Sofía se incomoda con mi comentario y eso es raro, ¡rarísimo! Siempre bromeamos así, bueno, desde que acepté el hecho de que no puedo ser madre biológica y que jamás cargaré a un bebé parecido a Eric y a mí.
Oh, mierda.
El pensamiento me genera un nudito molesto en la garganta que trago con otro sorbito de mi café.
A veces la vida es así, no queda de otra que aceptarlo.
—¿Quieres compartir un postre conmigo? —pregunta la rubia mientras revisa el menú.
—Quiero un postre todito para mí —especifico y ella asiente con una sonrisa, de nuevo es la Sofía de siempre—. ¿Estás a dieta?
—No, no... —niega de forma atropellada.
Sofía está rara.
La mesera se acerca y anota los postres que queremos. Espero a que se marche para tratar de averiguar por qué mi mejor amiga de pronto se ha quedado pálida.
—¿Sucede algo, Sofía?
—¿Suceder algo...? —titubea y encoge los hombros—. ¿Por qué sucedería algo? O sea, ¿qué te hace pensar eso?
—Porque estás nerviosa...
—¿Yo nerviosa? ¡Claro que no! —exclama muy nerviosa, realmente nerviosa.
Puedo comenzar a preocuparme, claro que sí. Sofía se ha presentado en recintos repletos de gente, ha tenido a miles de personas coreando su nombre y llorando sólo por poder tocarla... ¿Qué puede poner nerviosa a una persona que ha pasado por situaciones así?
—¿Por qué venimos a esta cafetería? Sabes que somos unas víctimas del capitalismo y que nuestros cafés de la sirenita son irremplazables.
Sofía esboza una sonrisa sincera que dura unos segundos para ser sustituida por una sonrisa nerviosa... ¡Todo en ella grita que muere de nervios!
»¿Está todo bien con Cedric?
—¡Sí, claro que sí! No es eso...
—Entonces sí es algo...
Sofía inhala hondo, parece necesitar encontrar el valor para hablar, así que aguardo con paciencia. La mesera regresa con nuestros postres y comienzo a comer mi pastel de chocolate mientras mi amiga se limita a contemplar el estacionamiento. No sé cuánto tardamos así, quizá bastante porque estoy por terminar con mi pastel cuando ella habla.
—¿Recuerdas lo que te decía sobre mi boda cuando éramos niñas?
Asiento con entusiasmo.
—Que te casarías en una enorme iglesia, ni sabías en cuál, y que tu vestido tendría una cola de diez metros... ¡Querías que fuera como la boda de una princesa!
—Sí...
Los recuerdos se interrumpen por la sorpresa, ¡no puede ser!
—¡¿Cedric te propuso matrimonio?!
Sofía ríe con dulzura y niega.
—Ya hemos hablado de eso... Él se quiere casar, soy yo la que siempre quiso esperar...
—Es lo que sé... Quieres casarte, mudarse juntos, tener a tus hijos y entonces dejarás la banda para enfocarte en tu familia, los restaurantes que poseen y el periódico de tu familia —recito su plan de vida que conozco de memoria.
—Sí...
—Es un plan bonito, So.
—Lo es, sí...
Y vuelve a quedarse abstraída en sus pensamientos con la vista sobre su pastel de fresas.
No interrumpo. Los años me han enseñado a esperar, así que me distraigo revisando el celular. Eric ha publicado algunas fotografías en sus redes sociales, está en la disquera con los demás alistando los últimos detalles para la gira. Mañana saldrán de viaje y no sé cuándo volveré a verlo; es probable que escape un día o dos a vernos sin importar que Mailén, su manager, amenace con regresarlo de las greñas.
—Tiene fresas —advierte Sofía con tono brusco.
Aparto la mirada de mi celular y contemplo su pastel que es una pequeña obra de arte, se ve delicioso.
—Sí, lo pediste de fresa.
—¿Por qué lo pedí de fresa? —murmura más para ella que para mí.
—Porque amas las fresas —contesto con el ceño fruncido, Sofía está más que rara—. ¿Estás bien?
Sofía relame sus labios y se lleva mano a la boca del estómago.
—Odio las fresas...
—Eh... —Mis cejas se enarcan involuntariamente—. Eso no es verdad, te encantan... Puedes comerte un paquete entero de fresas en...
—¡No digas más! —exclama mientras se incorpora y su otra mano viaja hasta su boca—. Perdón...
Y corre despavorida hacia el baño.
¿Sofía odiando las fresas hasta provocarle náuseas...?
La única vez que me pasó algo así fue con la sopa de verduras cuando me embaracé; durante esas pocas semanas en que albergué en mi vientre al hijo de Eric, no podía ni ver la imagen de la sopa porque sentía deseos de vomitar.
¿Podría ser que ella...?
La sigo hasta el baño y, cuando entro, la encuentro con las manos recargadas sobre el lavabo y el cuerpo encorvado. Respira hondo y... ¿está llorando?
—So, ¿estás bien...?
Por alguna extraña razón percibo mi voz muy débil. O tal vez sí conozco esa «razón», pero mi parte inmadura no quiere aceptarla. No puedo cargar mis frustraciones en los sueños de los demás.
Ella asiente, se gira, inhala hondo y levanta la mirada hacia mí.
Sofía es hermosa. Físicamente parece una muñeca, aunque odia que la comparen porque así la llamaron cuando aquellos bastardos abusaron de ella. Es el cliché de chica preciosa con su melena blonda en tono rubio claro, enormes ojos verdes, largas pestañas, silueta de guitarra y tez clara; una belleza. Todavía puedo quedarme embelesada con lo bonita que es mi amiga, como ahora, pero hay algo más... Ahí, en esos ojos verdes, existe un brillo que es nuevo, uno que yo igual tuve por algunos meses.
—No llores —me pide cuando ella misma ha comenzado a llorar.
—Es de alegría —confieso y aparto las lágrimas—. ¿Estás...?
Sofía relame sus labios y permanece en silencio unos segundos.
—Quería casarme con mi vestido blanco de princesa, elegir nuestra casa... y los planes no saldrán así... —De pronto, suelta un respingo—. ¡Y me siento tan tonta por lamentarme por eso cuando...!
Calla, pero entiendo lo que quiere decir.
«Cuando tú no puedes embarazarte».
—No debes sentirte culpable por esas cosas, So... Estás en tu derecho... ¡Y podemos organizar una boda hermosa!
—¡Mierda! —exclama y se cubre el rostro—. ¡Lo siento tanto! No debí decir nada de esto... Soy una tonta, soy...
Corro para abrazarla, busco su mirada y sonrío. Lágrimas caen por los rostros de ambas, porque sé que Sofía será una madre increíble, siempre lo supe.
—¡Confírmame que estoy pensando en lo correcto porque soy bien despistada! —exclamo con una amplia sonrisa—. ¿Estás embarazada...?
Sofía asiente y su sonrisa se amplía.
—Sí, lo estoy.
La abrazo más fuerte y deposito un sonoro beso en su frente.
—¡Felicidades, So! ¡Esta es la mejor noticia del mundo!
Brincamos juntas, como cuando éramos niñas y celebrábamos que uno de nuestros artistas favoritos acababa de ganar un premio. Gritamos, reímos y bailamos en el baño; incluso una chica entra y se sale al vernos en medio de un ataque de euforia. Su irrupción nos hace detenernos, pero volvemos a reír a carcajadas.
—Aura... —murmura y su semblante alegre cambia por uno de preocupación—. ¿Estás bien?
No entiendo por qué lo pregunta... o sí...
Sofía sostiene mi rostro mientras trato de mantener la sonrisa, pero esta falla hasta que se dibuja un mohín y las lágrimas de alegría se convierten en llanto de tristeza.
»Aurita...
Escondo el rostro en su abrazo. Sofía me estruja con desesperación, sé que trata de hacerme sentir mejor, pero no se existe algo en la vida que pueda apaciguar este dolor que algunas veces emerge y se transforma en culpa, vergüenza y frustración.
*
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