Capítulo 5
☆★☆
La brisa cálida, de las noches de marzo, revuelve mi cabello que olvidé atar presa de los nervios. Me demoré tanto como pude en la oficina corrigiendo textos que ni eran mi responsabilidad, pero tengo miedo.
Sofía insistió tanto que no logré decirle que no y, la vi tan decidida a despedirme si me negaba, que acepté venir al bar. No le ha importado que le dijera que Dimas tiene una novia que no es novia... ¡Mi amiga es implacable cuando quiere! Hoy no abren, pero So tomó la precaución de llamarle a Federico para saber si ensayaba la banda y así es.
Y aquí estoy, dudando frente al bar con un cigarro colgado entre los labios que ni estoy fumando y sólo uso como excusa para demorarme más. Esta vez me he arreglado, no he querido pensar mucho en las condiciones en las que Dimas me vio la otra noche y no deseo que se repita. Llevo un pantalón de mezclilla negro ajustado con mis botines del mismo color y una blusa azul cielo de tirantes. Mi cabello es largo y he luchado por cuidarlo sin tintes o cosas que lo dañen, sólo llevo un brillo labial rosa y algo de delineador en los ojos. Nunca he sido buena con el maquillaje y prefiero no experimentar, al menos que sea decisión de vida o muerte como cuando tengo resaca en un día de trabajo.
—¿Buscas a alguien?
Dejo caer el cigarro producto de la sorpresa y el chico que preguntó lo levanta, pero se ha apagado.
—No.
Me siento descubierta y miro al alrededor en busca de una salida... ¡Pero no sé qué hacer! El chico me mira con curiosidad, es simpático y no creo que pase la mayoría de edad. Tiene los pantalones de mezclilla rotos y una camiseta negra despintada con el logo de alguna banda que ya es imposible de descifrar, después de tantas lavadas. Es moreno y lleva el cabello negro en un copete que, lejos de ser gracioso, acentúa el rostro alargado y las facciones rectas.
—¿Tienes otro cigarro?
Asiento con torpeza y saco la cajetilla de mi bolso negro con estoperoles. Él me da las gracias y usa el encendedor que lleva en el pantalón. Me quedo quieta notando que se está riendo de mi nerviosismo y decido fumar otro cigarro que enciende con amabilidad.
—¿Vienes a las entrevistas de trabajo?
¡Bingo!
—Así es —contesto dando una larga calada—. ¿Y tú?
—Oh, no. Yo toco en la banda.
Enarco una ceja, ahora me siento más ridícula.
—¿Eres mayor de edad?
—Este año cumplo veinte.
No le creo.
—¿Qué instrumento tocas?
—Bajo eléctrico —me mira de nuevo con esa curiosidad aniñada que me provoca ternura—. ¿Y qué puesto quieres?
Medito un segundo debatiéndome si inventar algo o decir el nombre oficial del puesto que me ha vuelto a ofrecer Federico por varios mensajes de texto.
—Jefa de personal.
—Ni lo intentes —sonríe—. Ese puesto es para una amiga del dueño.
—¿Sí? ¿Y es seguro que lo acepte?
—No saben —contesta mirando hacia la entrada—. Dicen que no, pero tampoco están buscando a nadie por el momento.
—Vaya, no sabía.
Aliso mi cabello con la mano izquierda y miro el tráfico. Es reconfortante el silencio que se forma entre los fumadores; sé que debería dejar ese vicio, pero no puedo en esta etapa de mi vida donde cada decisión me parece una labor titánica.
El chico se gira a mirarme con descaro y retrocedo un paso.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta.
No entiendo, pero sigo su mirada hasta mi mano izquierda y descubro que ha visto mi tatuaje...
¡Comenzaré a cubrirlo con banditas!
Las puertas se abren a nuestras espaldas y nos giramos. Dimas está ahí, observándome con sorpresa, y tarda un par de segundos en recobrar la compostura.
—Nicolás, dijiste que sólo ibas por cigarros.
El chico sonríe divertido... ¡Adolescentes, me ha pedido un cigarro y tenía una cajetilla nueva! ¡Con lo caros que ya son!
—Me encontré a esta chica que viene por las entrevistas y le estaba explicando cómo funciona el lugar.
¡Y además mentiroso!
—Esa chica es Aura, la amiga de Federico —informa y siento el calor subir hasta mis orejas—. Adentro, tenemos que ensayar.
Nicolás vuelve a mirarme como si de pronto me hubiera crecido una segunda cabeza, pero entra al bar apagando su cigarro frente a la puerta.
Y nos quedamos solos a pocos metros de distancia... ¡Está guapísimo! Sigue vistiendo de negro, era como un uniforme y creo que no ha perdido la costumbre. El contraste hace resaltar la piel blanca y los ojos celestes que me miran casi con frialdad.
Trago saliva y apago el cigarro.
—Hola, vine a ver a Fede.
Él masculla un hola también y abre la puerta para dejarme pasar. Quiero estar más tiempo con él a solas, pero es como si El Muro (1) que protege los Siete Reinos (1) se hubiera construido entre nosotros. Río por lo bajo al imaginar aquello y me pregunta el motivo de la risa.
—Pensé en El Muro.
Sonríe, no tengo que decir más porque ambos somos admiradores de la saga Una Canción de Hielo y Fuego (1).
—¿Todas las noches van a tocar?
—Era la idea —contesta metiendo las manos en los bolsos del pantalón—, pero creo que Fede ya sólo quiere música en vivo de jueves a domingo. Por lo pronto esta semana sí estaremos presentándonos.
Nos detenemos al lado de la barra mirando hacia el escenario donde están reunidos los chicos de la banda leyendo unas hojas, posiblemente partituras, y Minerva parece una maestra de música guiando a los demás con voz firme.
—Eso es malo, supongo.
—Quizá... Minerva atrae a mucha gente —explica—. No hay muchas chicas guapas que toquen el violín y ya tiene su grupo de admiradores.
—Me imagino.
La voz me sale más fría de lo que quise y Dimas me mira un instante antes de volver su atención al escenario.
—Le diré a Federico que estás aquí.
—¿Te cortaste el cabello? —pregunto para retenerlo más tiempo.
Él le da la espalda al escenario frente a mí y se pasa la mano entre la melena revuelta.
—Lo recortó un poco Mina.
Mina, Minerva, recuerdo...
¡No puede ser posible que esa mujer haga todo bien!
—Son buenos amigos.
Detesto levantar tanto la cabeza para verlo a los ojos.
—Es mi mejor amiga.
Touché.
Su intención es clara, puedo verlo en sus expresiones y sonrío con pesadez.
—Yo buscaré a Federico, gracias.
Él no dice nada, pero siento su mirada en mi espalda mientras camino hacia el pasillo que conduce a su oficina.
—¡Aura!
Es Eric, considero ignorarlo, pero sería la segunda vez que hago lo mismo y decido esperarlo. Él se deja caer con pesadez del escenario e intercambia una mirada con Dimas, Minerva nos observa con su violín eléctrico de color morado sostenido entre su barbilla y el hombro sin que sea necesario que lo agarre con las manos.
Es común que Eric despierte los celos de cualquiera, tiene esa forma de moverse como si el mundo le perteneciera y es muy atractivo. Soy inmune, sólo percibo su físico porque tengo dos ojos como cualquiera, pero con Mónica, por ejemplo, consigue volver a la chica un manojo de nervios con pies. Por si eso fuera poco, siempre va de negro como Dimas y, con la hebilla de plata y sus anillos, se convierte en un imán de miradas.
—¿Por qué la furia? —pregunta Eric acomodando un mechón de cabello detrás de mi oreja.
Levanto una ceja y en su sonrisa noto que intenta darle celos a Dimas. Es un gesto indiferente, pero visto desde otro ángulo de seguro parece algo íntimo.
—Es inútil —le digo encogiéndome de hombros—. Acaba de darme una de sus típicas indirectas.
—La directa es Minerva —comenta poniendo los ojos en blanco—. Quiero golpearla con algo... Me hace sentir en el kínder otra vez.
—¿Puedo ayudarte a golpearla?
Reímos y sólo nos callamos al notar que hay demasiada atención sobre nosotros.
—¿Vienes por el trabajo?
No, vine porque Sofía amenazó con despedirme si no intentaba convivir más con Dimas y, si no podíamos recuperar el hermoso noviazgo que teníamos, al menos fuéramos amigos...
Suspiro.
—Algo así.
—Nicolás llegó diciendo que vio a una chica afuera con un tatuaje igual al de Dimas —ríe por lo bajo—. La cara de Mina fue de King Kong.
Intento no alegrarme por hacerla sufrir, pero es inútil y esbozo una amplia sonrisa.
—Estoy considerando eliminarlo con láser.
—Mejor cúbrelo con otro tatuaje.
—Sí, supongo...
Levanto la mano y observo el bonito tatuaje con forma de medio corazón. Al mirar hacia el escenario descubro a Dimas observándome y desvío la mirada con nerviosismo.
—Eric.
Es Dimas, mi amigo no se gira porque está conteniendo una risa de satisfacción.
—Ya voy —dice en voz alta y luego me susurra—. Te digo que sé cómo provocar celos.
—Sí, bueno, con León no tenías que esforzarte.
—No, ese tipo está enfermo de celos.
Me enoja que hable así de él, pero no digo nada y se disculpa para regresar al escenario con los demás.
Minerva tiene un vestido negro corto y unas sandalias del mismo color; sostiene con maestría el violín y me ignora por completo. El chiquillo mentiroso, es decir Nicolás, sí que me observa, pero para ver si Dimas hace lo mismo. Mi ex novio, lo defrauda y decide ignorarme.
Me hierve la sangre y cruzo los brazos.
Empiezan a tocar Afterlife de Arcade Fire y veo a Eric con la guitarra. Dimas está de pie sin cantar y escuchándolos. Hay dos chicos más que no conozco, el baterista y otro chico en el teclado. Ambos están concentrados en lo que hacen a diferencia de sus compañeros que tienen un pie en el chisme y el otro en la música.
Dimas les pide que se detengan y vuelven a empezar. Conozco la canción y susurro la letra al mismo tiempo en que Dimas comienza a cantar. Me erizo, el corazón se me acelera con su voz ronca y dejo caer las manos a los lados. Minerva y Eric cantan los coros... ¡También canta la tipa esa! No importa, cada vez que intento observar a alguien más que no sea Dimas, no lo consigo. Tiene toda mi atención y un sudor frío impregna las palmas de mi mano.
—Sólo rock ¿Qué te parece?
Federico está a mi lado y quiero decirle que me deje escuchar toda la canción, no lo hago.
—¿Sí?
—Sí, no quiero tributos a Luis Miguel y esas cosas —dice sacudiéndose como si le hubiera provocado un desagradable escalofrío el decirlo—. No, nada de eso.
—Genial.
Me da igual Luis Miguel y cualquier artista en esos momentos. Toda mi atención está en cada movimiento de Dimas que parece incómodo sin la guitarra. Canta muy bien, pero sé que tampoco le gusta ser vocalista y que preferiría mil veces permanecer en la parte trasera concentrado en su guitarra.
—¿Es él?
—¿Uh?
—El del tatuaje.
¡El láser es la respuesta a todos mis problemas!
—Sí, es él.
—¡Vaya coincidencia!
O tortura, depende de cómo se vea.
—Ajá.
Terminan la canción y Minerva se concentra en explicarles todos los errores que detectó. No alcanzo a escucharlos, pero le está diciendo algo a Dimas y él asiente con molestia.
—Mina tiene un club de fans.
Miro hacia el techo en busca de ayuda divina.
—Eso me dijeron.
—Es de Guadalajara —continúa— y está detrás de Dimas desde que terminaron.
—Puedo vivir sin saber esa información.
Federico pasa un brazo sobre mis hombros mientras ríe.
—Pero él no quiere nada con ella y comienza a ser incómodo que vivan todos juntos.
Muerdo mis labios disimulando una sonrisa y me tomo mi tiempo para volver a hablar.
—Dimas es muy determinante en sus decisiones.
—Eso me han dicho...
—Pero es su mejor amiga —mascullo—. Cambiando el tema... ¿Qué tal vas con las contrataciones?
—Acabo de contratar a la última mesera que necesitaba y tu puesto sigue aguardando.
Niego con determinación, estoy convencida de que sería una pésima decisión.
—No creo que sea buena idea.
—Aura, inténtalo... Si es muy pesado lo dejas y no vuelvo a insistir.
—¡No tendría casi horas para dormir!
Federico se aparta y coloca ambas manos en la cintura consiguiendo que lo mire.
—Te daré dos semanas como máximo para decidirte y luego buscaré a alguien más.
—Puedes ofrecerle el puesto a Minerva ya que parece hacer todo bien —suelto y me arrepiento cubriéndome la boca con vergüenza—. ¡Lo siento!
Pero Federico ha estallado en risas y la banda completa nos mira con curiosidad.
—¡Ay, ya! ¡No es para tanto! —exclamo.
—¡Ay, ay! ¡No puedo respirar!
—¡Ya! ¡Madura!
Y aquello sólo provoca otra ola de risas.
—¡Me voy!
—¡No, no, no! —dice conteniendo la risa y se aclara la voz—. Te invito una cerveza y platicamos ¿De acuerdo?
Acepto sólo porque es demasiado vergonzoso caminar hasta la puerta y me siento frente a la barra. Federico sigue riéndose mientras camina al otro lado de donde estoy y saca dos cervezas de alguna nevera que hay debajo. No es cerveza oscura, pero peor es nada.
—Mi hermana me dijo que te vieron en la iglesia —suelta así como así y me atraganto con la cerveza.
—¿Qué? —pregunto.
A mis espaldas la banda está haciendo algunos ajustes y repiten la canción, la voz de Dimas es desconcertante.
—Lentes oscuros, llorando... ¿Eras tú? Creí que te quedaste afuera...
No, mi gemela estúpida.
Resignada, le cuento lo que pasó y entiendo que fue una tontería ir a la boda de León. Federico vio gran parte de nuestra relación y siempre dijo que era cuestión de tiempo para que termináramos. No entiendo por qué dijo eso, no fuimos el noviazgo perfecto, pero... ¿Cuál lo es?
Lo triste es que sólo mi psicóloga sabe sobre los encuentros violentos que tuvimos y no pienso confesarle eso a nadie más. Nunca me golpeó así que me costó mucho aceptar que fue violencia, se limitaba a jaloneos, pellizcos o a sostenerme con fuerza la muñeca hasta hacerme soltar lo sostuviera. Si alguien más supiera de todo eso, me creería una completa loca por continuar queriéndolo.
Cambiamos el tema a la última novia de Federico, una pianista francesa que estuvo en la sinfónica del estado, pero regresó a su país y el noviazgo terminó. Federico no quiere admitir que continúa sufriendo por su ausencia. He tomado tantas terapias que me es fácil aconsejarlo así yo no pueda seguir mis propios consejos.
La banda deja de ensayar cerca de la media noche y comienzan a desarmar. Federico les sugiere dejar las cosas ya que al día siguiente de todas formas volverán a ensayar, pero se rehúsan a dejar sus instrumentos. Sólo la batería se queda.
Deciden pedir pizza y descubro que no pueden platicar muy a gusto porque sigo ahí con Federico. Me despido, pero insiste en que me quede.
—Vamos, Aura —dice en voz baja Fede—. Te haces del rogar.
Enarco las cejas y susurro.
—No es la intención.
—Siéntate con ellos —vuelve a murmurar—. Yo invito, pidan algo de comer.
Federico me deja en la barra y desaparece dentro de su oficina. Me quedo de pie sin atreverme a ir con ellos que están recargados en el escenario. Eric me llama con una media sonrisa y accedo, sin mucha convicción, aferrando con fuerza el mango de mi bolso.
—¿Conoces a Gabriel y Cedric? —pregunta Eric—. Él toca cualquier instrumento que se te ocurra, pero por lo general el teclado —dice refiriéndose al primero—. Y él es el baterista. Ella es la famosa Aura.
Ambos me estrechan la mano con curiosidad... ¡Todos sienten una jodida curiosidad por la inmadura que aceptó hacerse un tatuaje de amor!
—No veo por qué famosa —digo con timidez.
—Eres la ex novia de Dimas ¿No? —pregunta Nicolás.
El ambiente es tenso. Minerva se aclara la garganta, Dimas decide concentrarse en su celular y yo me quedo estupefacta por demasiado tiempo antes de volver a hablar.
—Sí, hace algunos años.
—Muchos años —especifica él.
Pongo los ojos en blanco y el enojo llega.
—Una vida —agrego.
Dimas y yo intercambiamos una mirada molesta.
—Es mejor que pidamos las pizzas porque a la medianoche ya no las van a enviar —interrumpe Cedric con una sonrisa nerviosa—. ¿Lo de siempre? —Todos asienten, pero no sé a qué se refiere—. ¿Qué ingrediente no te gusta?
—Champiñones —contestamos Dimas y yo a coro.
Minerva se aparta para ir por su violín.
—Eso —digo acomodándome el cabello sólo para ocupar las manos—. Pero si tiene champiñones no importa.
Cedric me sonríe condescendiente y se marcha para pedir las pizzas. No es muy alto y tenemos el mismo tono de piel. Tiene el cabello castaño claro e incluso parece que algunos mechones son rubios, lo lleva corto y se ha dejado la barba de un día o dos.
—¿Y cómo les va? —pregunto.
—Nos hemos conectado bien —contesta Minerva a mis espaldas y giro hacia ella—. La mayoría toca más de un instrumento y podemos interpretar varias canciones sin que suenen huecas.
—¿Tocas más de un instrumento?
¿Toca más de un instrumento? ¡Ya sólo falta que también sea piloto aviador!
—Piano y Dimas me está enseñando a tocar guitarra.
Quiero borrarle la sonrisa de borrego a medio morir de un puñetazo, pero consigo hablar sin matarla.
—Vaya, eso es genial.
—¿Y tú tocas algún instrumento?
Momento de vergüenza rodeada de músicos.
—No, una vez intenté aprender guitarra, pero... —terminamos, Dimas se fue y perdí los deseos de aprender— lo dejé.
—Es que la música requiere mucha disciplina.
—Lo sé —contesto sintiendo que esto no va a nada bueno—. Lo mío es la literatura.
—Ahora ya todos se sienten escritores.
¡La apuñalaré con el arco de su violín!
Aprieto los puños y trago saliva, pero Nicolás consigue hablar antes que yo.
—¿Bromeas? ¿No sabes quienes son sus padres?
¡Eso Nicolás! ¡Dile porque si yo hablo le voy a decir de lo que morirán sus bisnietos!
—No.
—Rosario y José Antonio Reyes —contesta con cara de incredulidad—. ¿Ya sabes? Su papá es el que escribió La noche sin Luna.
Deseo fotografiar el rostro de desconcierto de Minerva como no he deseado nada en mucho tiempo.
¡Es lo máximo!
—Los profesores de preparatoria suelen pedir que lo lean como parte del programa —añado inflada de orgullo.
—¡Y su papá conoció a Borges! (2)
En realidad, creo que intercambiaron como tres palabras, pero no importa. En esos momentos podría mentir diciendo que mi padre ganó el Premio Nobel de Literatura sólo para ver la expresión confusa de la violinista.
—¡Y los nombres de Aura y su hermana Úrsula son porque...!
—Sí, ya entendimos que eres un admirador del padre de Aura —interrumpe Dimas, abochornado.
Nicolás lo mira con rencor.
—Pues, eso —digo—. Soy escritora.
Es la primera vez que digo aquello con tanta convicción y se siente bien... ¡Muy bien!
—¿Y si nos sentamos?
Eric debe de sentir las ondas de energía fulminante que escapan entre Minerva y yo, así que nos obliga a dirigirnos hacia un par de mesas. Eric parece que se sentará al lado de Dimas, pero en el último momento me empuja y se sienta en donde lo haría yo, así que sólo queda el asiento al lado de mi ex novio. Minerva está sentada al otro lado y juro que Nicolás está a punto de desternillarse de risa.
—En media hora...
Cedric me mira de pie al lado de Dimas y ríe. Él agarra una silla de otra mesa y se sienta en un extremo. Sin otra opción, tomo asiento con las manos apretadas sobre mi regazo y Eric me susurra al oído.
—Tienes muchas cosas que agradecerme últimamente.
La primera vez que se me acercó tanto me provocó una taquicardia, pero ya es normal su proximidad. Sin embargo, su respiración me provoca un cosquilleo sobre la piel que alcanza.
—Lo haré dándole tu número de celular a Mónica —sentencio.
Eric se aparta con expresión herida y dice.
—¡No harías eso!
Dimas nos mira de reojo mientras Minerva le dice algo.
—Oh, sí. Mañana mismo en la oficina.
—No iré toda la semana, mujer cruel —bromea—. Ojalá sufras de nuevo con Katy Perry.
—Mañana es mi turno de elegir la música.
—¡Demonios! Entonces tendré que ir... —dice con una mano sobre el corazón como si le doliera.
—Admite que tengo un excelente gusto musical.
De pronto me quedo callada porque noto que nadie más habla y, en su lugar, nos observan. Eric se aclara la garganta y comienza a explicar sobre su trabajo como freelance. De paso, habla un poco sobre el mío y cómo nos conocimos en la empresa.
—Así que él redactó sobre la inauguración —comenta Gabriel—. Debió tomar más fotografías de Minerva porque se está convirtiendo en la característica principal de la banda.
Entrecierro los ojos escrutando a ese chico con acento de la capital que está sentado frente a mí. Su cabello ondulado es marrón, así como sus ojos, y está un poco largo. Usa un gorrito, pero lo que llama la atención es el bonito hoyuelo que tiene en la barbilla. No obstante, así como Eric es mi cómplice descubro que ese chico es el de Minerva.
Espero que se derrita con ese gorrito en uno de esos días de cuarenta grados centígrados de temperatura.
—Eso me han dicho —sonrío.
—Tengo un club de fans.
¡Ya! ¡Que alguien imprima una puta manta gigante y la cuelgue frente al bar diciendo que Minerva tiene un club de fans! ¡Por favor!
—Eso escuché —vuelvo a forzar una sonrisa.
Cedric vuelve a rescatar el momento hablando sobre algo de su batería que no entiendo, es vergonzoso, pero prefiero ser sincera y no pasar otra de las vergüenzas que abundan en mis días.
—¿Qué quieren tomar? —pregunto.
Todos quieren cerveza, así que voy a la oficina de Federico para pedirle siete cervezas: tres oscuras y cuatro claras. Él va a buscarlas a una nevera que está en otra de las habitaciones, sin cortar la llamada que está haciendo en el celular, y me las entrega. Las dejo al medio de la mesa y cada quien agarra la que quiere, pero Minerva tiene que agregar su comentario agradable.
—¿Estás practicando como mesera?
Eric me pisa bajo la mesa cuando nota que mi cuerpo se tensa y es Dimas quien responde por mí.
—Federico quiere que sea ella el vínculo entre sus empleados y él.
—Eso es ser un mesero más ¿No?
—No —respondo, pero no tengo idea.
Minerva sonríe y comienza a hablar de una canción en particular que le gustaría que tocaran mañana. Estoy tan enojada que la ignoro y peleo con la tapa de mi cerveza que no se abre.
—¿Te ayudo? —pregunta Dimas.
Asiento, me siento muy tonta. Él gira la tapa y cede sin contratiempos.
—Nunca puedo abrirlas —digo con un hilo de voz—. Gracias.
—¿Te gustó el ensayo?
Su cuerpo irradia calor y me enderezo sobre el asiento para evitar tocarlo.
—Sí ¿Son las canciones que tocarán mañana?
—Así es —sonríe y bebe de su cerveza oscura—. Nosotros queríamos enfocarnos en un grupo por noche porque es más fácil, pero Federico quiere que sea variado.
Está tan guapo que es difícil estar cerca sin tocarlo, lo peor es que sé del buen corazón que tiene. Es una combinación peligrosa y perfecta, difícil de encontrar.
—Me sorprendió verte como vocalista.
—Sabes que no me gusta, pero Alan se fue.
—Cantas muy bien —murmuro sonrojándome con lentitud sin lograr controlar la ola de recuerdos.
—Gracias...
Sus ojos me capturan y siento su mano descansando al lado de mi muslo. El calor de su piel traspasa la tela y me muerdo los labios.
—Deberías venir a escucharnos.
—Me gustaría.
—Entonces, ven.
El horrible pitido anunciando la pizza me sobresalta y rompe el momento. Cedric se levanta, Federico le ha dado el dinero, y va en busca de las dos pizzas grandes que pidieron. Las deja al medio y usamos servilletas como platos. Las manos parecen voraces revoloteando arriba de las dos cajas abiertas y en un momento noto que la mano derecha de Dimas está arriba de la mía, se puede unir el tatuaje.
—¿En qué estábamos pensando? —río.
Él me imita y toma mi mano uniendo el tatuaje ante la sorpresa de todos.
—No lo sé, pero el diseño es lindo ¿No?
—Bastante.
Me encanta sentirlo y un hormigueo me consume al notar que guía mi mano unida a la suya bajo la mesa. Intento parecer normal, reírme de las cosas que dicen y que veo que hace reír a los demás, pero mi corazón corre un maratón dentro del pecho. Extraño tanto su contacto que siento que no es suficiente y ejerzo presión sobre su agarre que me contesta de la misma forma. No quiero mirarlo, no sé si él me mira, pero las emociones están a flor de piel y temo cometer un error.
Lo que sentí por él fue tan fuerte y aún queda algo de ese sentimiento. No sé lo que siente, siempre fue reservado sobre esas cosas y sus actitudes suelen ser frías. Me sorprende que decidiera tomarme de la mano, puede no significar nada o puede serlo todo...
No deseo que termine, necesito sentirlo más tiempo y refugiarme en sus brazos donde nada puede dañarme...
Necesito...
Mi celular recibe una llamada y observo la larguísima fila de números en la pantalla. Frunzo el ceño, es larga distancia y Eric se asoma para ver por qué no contesto.
—Ese es un número largo...
Nicolás agarra el celular cuando ve que no contesto y no me quejo, lo único que tengo en la mente es el contacto con la piel de Dimas. Lo extrañé tanto, lo hago. Es casi irreal que esté aquí a mi lado y temo que sea un sueño.
Dimas... Solíamos tener guerras de almohadas en la cama que terminaban en caricias y besos, nos embriagábamos del calor del otro, del amor que compartíamos.
—¿Larga distancia internacional?
Los engranes en mi cabeza comienzan a funcionar y me sobresalto, deshago el agarre para arrebatarle el celular, pero se ha terminado la llamada.
—Es...
Otra llamada del mismo número me interrumpe y echo hacia atrás la silla para levantarme. Eric me imita, hay cierto nerviosismo en el ambiente, y Dimas nos sigue hasta la barra donde al fin contesto.
Todo sucede muy rápido, Eric me quita el celular y, cuando intento reclamarle, veo que Dimas se lo ha quitado siendo él quien logra contestar.
—Hey... No... Aura está ocupada ¿Quieres dejarle un mensaje?
El corazón se congela en mi pecho por una milésima de segundo, puedo jurarlo. Un sudor frío me recorre la columna y me abrazó. Sé lo que sigue, León estará furioso y gritará y... Sacudo la cabeza, eso ya pasó...
No tiene que volver a pasar... Él ya no me controla.
—Un amigo —dice y me mira con preocupación—. Dimas.
Abro mucho los ojos y Eric me detiene, creo que estuve a punto de caerme.
—Yo le digo, adiós.
Dimas cuelga y me extiende el celular que acepto con las manos temblorosas.
—Sólo llamó para saludar —me informa y se regresa a la mesa donde una plática entre susurros tiene lugar.
Observo el celular y lo apago, la melodía resuena en el casi silencioso bar. Eric me tiene sujeta por los hombros y me sacude un poco, creo que estaba hablando.
—¿Qué?
—Estás pálida... —dice con sus ojos oscuros cubiertos por una genuina preocupación.
—¿En serio?
Parezco una tonta, lo sé. Pero estoy asimilando que León llamó desde Venecia en medio de su luna de miel y fue Dimas quien contestó...
Demonios... ¿Cómo supo mi número nuevo?
—Tengo que irme —murmuro—. Lo siento...
—¿A dónde vas?
—Con Sofía —contesto sin pensar, pero sé que es a quién necesito.
Eric me regala un breve abrazo y me deja ir con una sonrisa falsa; si no fuera tan reservado con su vida privada podríamos ser mejores amigos.
Me marcho sin mirar hacia atrás porque no soporto ver la lástima de los demás por la pobre niña insegura que no consigue poner fin a aquello.
Enciendo primero el estéreo a todo volumen y luego pongo en marcha el automóvil. No quiero llorar porque sé que cuando empiece no terminaré y así no puedo conducir. La canción la sé, pero mi mente no consigue recordar el nombre y me concentro en cantarla a gritos.
Las manos me tiemblan e ignoro el alto en un semáforo por accidente, pero nada sucede. Sólo quiero llegar a tierra segura o me romperé de nuevo, puedo escuchar las grietas abriéndose con lentitud.
Es Sofía quien abre la puerta con un sonoro bostezo, pero al ver mi expresión se queda quieta.
—¿Qué pasó?
Me derrumbo en sus brazos sumergida en el llanto que contuve. No es la primera vez que irrumpo así en su casa durante la madrugada y me conduce hasta su habitación.
Le cuento todo lo que pasó, desde que llegué al bar y escucha con atención. Me recuesta en la cama y acaricia mi cabello sin interrumpir, noto su sorpresa por la reacción de Dimas.
Su habitación tiene las paredes de color rosa pastel y el ropero ocupa una pared completa en color blanco. La cama es enorme y en la pared del frente hay una gran pantalla de televisión. Ha pegado algunas estrellas que brillan en la oscuridad, que le regalé tiempo atrás, y sonrío al mirarlas a media luz.
—¿Puedo ver el número?
Asiento y ella revisa mi bolso hasta hallar el celular, lo enciende.
—No sé por qué lo hizo —respondo—. Él creía que lo dejé por León.
—Eso es absurdo.
—Pues eso pensó —murmuro—. Es posible que piernas largas lo convenciera.
—¿Piernas largas?
—Minerva. La novia que no es novia.
Sofía ríe.
Estoy acurrucada abrazando su almohada y la veo tecleando algo en la pantalla. Le pregunto qué hace, pero no me responde hasta la tercera vez.
—Hablo con Dimas.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Para agradecerle lo que hizo —contesta como si fuera lo más obvio del mundo.
—¿De mi parte? —exclamoa punto de esconderme detrás de la almohada por toda la eternidad—. ¡Yo no dije nada!
—No, tranquila. Le dije que soy yo.
Me enseña la conversación y vuelvo a revivir el contacto de su piel... No quiero admitirlo, pero sé que necesito sentirlo de nuevo más que nunca.
Aura: Soy Sofía. Sólo quería agradecerte lo que hiciste por Aura.
Dimas: Tú habrías hecho lo mismo.
Aura: Pero era necesario que fueras tú. Me alegra que quieran ser amigos.
Dimas: Cuídala.
Aura: No te preocupes.
—Ahora moriré de vergüenza cuando lo vea —musito.
—No moriste de vergüenza tomándole la mano.
Me muerdo los labios y sonrío.
—¿Debería ir a verlos tocar?
—¡Obvio! ¡O te despediré!
—Debería quejarme con tu jefe por extorsión.
Sofía se recuesta a mi lado mirando hacia el techo y luego se gira hacia mí.
—Tienes que ir.
—¿Y si vienes conmigo?
—No puedo... —contesta—. Pronto, pero no ahora... ¿Me entiendes?
Asiento y tomo su mano.
—Pero mañana tenemos una cita con mi guardarropa para elegirte el atuendo indicado —anuncia—. ¿De acuerdo?
Vuelvo a hacer un gesto afirmativo y río. Me llena de esperanzas el saber que está considerando recuperar la vida que le arrebataron, me obligo a no presionarla. Poco a poco lograré convencerla de forma sutil y sin que se sienta obligada, estoy segura.
—Me pregunto... —murmuro en voz muy baja—. ¿Cómo consiguió mi número?
Sofía suelta un sonoro bufido.
—No lo sé... Este número lo tienen pocas personas ¿No?
Hago un gesto afirmativo.
—¿Debería volver a cambiarlo?
—No, deberías aprender a desviar sus llamadas o a marcarle un alto. Es un hombre casado y su esposa está embarazada —me recuerda apuñalándome el corazón con cada palabra—. ¿Es lo que quieres?
—No...
—Entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
Es tan fácil decirlo.
Muy fácil.
☆★☆
Notas:
(1) Una Canción de Hielo y Fuego: Es una multipremiada serie de novelas de fantasía épica escritas por el novelista y guionista estadounidense George R. R. Martin. Es probable que la conozcan como Juego de Tronos (Game Of Thrones). El Muro y los Siete Reinos también forman parte del universo de esta saga literaria.
(2) Jorge Luis Borges: Fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Galardonado con numerosos premios, Borges fue un personaje polémico, con posturas políticas que se estima fueron óbice para ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top