Capítulo 37
You tell me it gets better,
it gets better in time
You say I'll pull myself together,
pull it together,
you'll be fine
Til It Happens to You — Lady Gaga
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No sé cómo he llegado hasta la sala y las luces están hiriéndome los ojos. Froto mi rostro y observo el vaso de agua que Nicolás ha dejado frente a mí, parece muy preocupado. Dimas está sentando a mi lado, pero bien podría estar a mil kilómetros...
—¿Sabes por qué reaccionó así? —me pregunta Gabriel.
No quiero responder nada... ¡No quiero hablar con ellos! Sólo necesito ver a Sofía.
—¿Aura? —insiste Dimas.
La brisa que se cuela por la puerta abierta apenas consigue apaciguar el calor.
—¿Aura, qué pasa?
—¿Están muy lejos? —pregunto.
Mi voz se escucha mucho más débil de lo que quiero.
—No, creo que no —responde Minerva.
Los demás continúan repitiendo lo poco que Cedric les ha dicho por teléfono y el estómago se me revuelve. Fueron a cenar a no sé dónde, pero está cerca y a la orilla del mar. Luego estuvieron en la arena platicando y él se acercó... y ella...
Me levanto y aparto a todos de mi camino hasta el exterior de la casa. Sólo necesito ver los faros del automóvil para calmar un poco los latidos de mi corazón...
Es difícil ver tantas estrellas desde la ciudad, pero aquí parece como si alguien hubiera regado diamantina sobre un manto negro.
Debí detenerla... ¡Sabía que esto podía pasar! ¿Por qué no insistí sobre la terrible idea de salir a solas con Cedric? ¿Por qué...? Claro, estaba muy ocupada pensando en Minerva y Dimas... Estaba muy ocupada para prestarle atención a la única persona que jamás me ha abandonado.
Sofía sufrió un ataque de pánico como los primeros que presencié, en los cuales también recibí unos cuantos arañazos o patadas. Son aterradores... ¡Nunca sabes cómo reaccionar frente algo así! La persona no te escucha o entiende de razones porque está reviviendo su peor terror y sólo puedes estar ahí; pero yo no estaba, sólo un chico que se deja intimidar por la situación económica de la familia de Sofía.
—Aura.
Es Dimas, pero no quiero hablar con él. Apenas si le dirijo una mirada de soslayo y le doy la espalda cruzándome de brazos.
—¿Qué está pasando?
—Nada.
No sé cuánto tiempo más se consiga guardar el secreto de Sofía, pero sí sé lo que le afectará que tantas personas se enteren. Para ella es algo vergonzoso, como si nunca hubiera logrado aceptar que nada fue su culpa, y el mismo motivo por el que nunca me permitió decirle a alguien más sobre lo sucedido.
Cumplo mi promesa.
Los faros del Mustang se asoman al doblar la esquina y siento como si el corazón me bajara a los pies para luego subir a toda velocidad hasta la garganta. Dimas está a mi lado, pero no me siento capaz de apoyarme en él... No puedo entender por qué, mi cerebro no está procesando bien las cosas y espero después meditar sobre ello... Ahora sólo quiero ver a Sofía, abrazarla y jurarle que todo está bien.
Cedric detiene el automóvil frente a mí y al bajar de éste, con las tenues luces del alumbrado público, puedo ver los arañazos que Sofía le ha hecho en la cara. La saliva se amarga y el aire pesa, mi mano tiembla cuando abro la puerta del automóvil.
Y todo está ahí de nuevo, el dolor.
Sofía está acurrucada al otro lado del asiento trasero con el rostro escondido entre las rodillas. No tiene uno de sus zapatos, está llorando y su cuerpo se agita con cada sollozo.
—¿Qué hiciste? —escucho a Dimas preguntarle a Cedric.
Cierro la puerta del automóvil y permanezco un poco lejos de mi amiga. No sé qué hacer, nunca lo sé, y creo que puedo empeorar las cosas si no pienso bien cada uno de mis movimientos. A través de la ventanilla veo a Cedric entrar a la casa seguido por Dimas, éste último parece molesto.
—Lo intenté —dice Sofía asomando los ojos sobre sus brazos—. Sabes que lo intenté.
—Lo sé.
—Todo iba bien, pero yo... —más lágrimas caen por sus mejillas— no pude...
—Está bien, So.
Ella vuelve a hundir el rostro entre sus brazos y me acerco un poco más.
—Perdiste un zapato.
Sofía levanta la cabeza con cara de sorpresa y mira sus pies.
—Una lástima porque quería pedírtelos prestados.
—¿Ibas a usar tacones? —inquiere en voz baja.
—Sí, son lindos.
Una débil sonrisa se dibuja en sus labios y la tomo como una invitación para acortar la distancia entre nosotras.
—Nunca podré ser como tú o cualquier otra chica...
—No digas eso, So. Sabes que sí... Sólo...
—¿Más terapias? —interrumpe—. ¿Más psicólogos? ¿Pastillas? ¿Qué?
Enmudezco, no conozco las respuestas. En realidad, no sé si ella alguna vez se recupere, pero necesito creer que es así; no soporto la idea de un mundo donde mi mejor amiga sólo puede encontrar dolor.
—Todo estará bien, So. Yo sé lo estúpido que suena, pero no estás sola. Vamos a salir adelante.
—¿Y? ¿Nos volveremos monjas o viviremos con cuarenta gatos?
—No voy a convertirme en monja —respondo dándole un ligero empujoncito— y no vamos a tener cuarenta gatos, si quieres dos o tres...
Sofía ríe muy bajito, pero dura un segundo y se hunde en un llanto mucho más intenso que antes. Su bonito cabello rubio está revuelto, sé que debe de haber tirado de éste intentando sobrellevar el dolor que sentía en el pecho, y temo encontrar arañazos en sus brazos al día siguiente.
Mis manos siguen temblando al rodearla y estrecharla con fuerza. Por un momento se tensa y queda helada, pero poco a poco se relaja sin interrumpir uno de esos llantos que todavía tienen el poder de erizarme.
Nunca comprenderé por qué existen personas con deseos de provocar tanto daño...
Sofía... Dejo un beso en su nuca y siento la arena, que se ha mezclado en las hebras de su cabello, pegarse a mis labios.
—Ya no sé qué hacer... —solloza—. Estoy rota.
—No es cierto, no lo es.
La abrazo con más fuerza y siento mis lágrimas resbalar por las mejillas. Siempre intento ser fuerte y siempre fallo, termino por llorar. No sé lo que ella siente, nadie más que alguien que ha pasado por lo mismo puede saberlo, pero la admiro cada día que la veo sonriendo o simplemente tonteando en su iPad.
Quiero arrancar ese dolor de su pecho o retroceder el tiempo, muchos años. No me importaría volver a vivir lo mismo si con eso puedo evitar que a ella le arrebaten la alegría de esa forma...
Recuerdo a la perfección el timbre alegre de Sofía mientras hablaba conmigo por el celular y corría en el parque; su mayor preocupación era cómo manejaría sus días libres de la universidad para visitarnos en la capital. También recuerdo lo tonta que me sentía pensando en que a la mañana siguiente despertaría al lado de Dimas y tendríamos un futuro por delante.
El parque donde solía correr Sofía estaba al medio de una residencial, que en ese entonces apenas iba creciendo, por lo que muchas casas estaban desocupadas. So sabe un poco defensa personal y siempre la tuvo sin cuidado los asaltantes, nada de lo que no pudiera ocuparse en su opinión. Era muy vanidosa, terriblemente vanidosa, y ese día no logró ir al parque más temprano por acompañarme de compras antes del viaje; pero al llegar a casa decidió que debía salir a hacer ejercicio para bajar las hamburguesas que nos comimos.
Una vida bastante común de un par de chicas que pasan las vacaciones antes de ingresar a la universidad. Bueno, aunque yo perdería un año, en lo que me preparaba para el examen de admisión a la UNAM, y eso no le gustaba para nada a Sofía.
—Qué extraño... —dijo esa noche y la llamada se cortó.
Creí que se acabó la batería de su celular, pues al llamarle ya estaba apagado. Continué con lo que estaba haciendo, terminé la maleta, comí un sándwich, discutí una vez con mi madre y me pasé un rato platicando por mensajes cursis con Dimas. Mi vida prosiguió sin que supiera que, mientras yo hacía todo eso, Sofía estaba pasando uno de los peores momentos en la vida de cualquier persona...
No supe toda la historia hasta un año después y jamás la presioné para que me contara. Sofía quiso hacerlo, pero fue frente a su psicóloga y así descubrí por qué se cortó la llamada. Un grupo de tres hombres la estaba esperando en una parte del parque donde el alumbrado público no funcionaba y que colindaba con el jardín de una casa desocupada. Sofía vio a uno asomarse, por eso dijo aquello, pero cuando quiso retroceder los otros dos la detuvieron por la espalda. Fue cosa de segundos, lanzaron el teléfono y éste se rompió. Abusaron de ella, la habían observado varios días y planearon una emboscada; ese día ella tardó en aparecer y fue como si eso les diera motivos para lastimarla mucho más. Sofía intento librarse de ellos, pero no pudo con los tres y se burlaron de los intentos de una muñeca como ella por intentarlo. Por eso no soporta que la comparen con una muñeca, pues es como la llamó cada uno de ellos mientras la destruían entre bromas y risas. Disfrutaron con su dolor, no estaban alcoholizados o drogados, fue algo que planearon con mucha anticipación. Antes de marcharse, uno de ellos le dijo que ya no servía para nada y, riéndose de ellos mismos, desaparecieron en medio de la noche.
Un vecino, que salió a pasear a su perro, la encontró y llamó a sus padres, no pudo acercarse a ella porque comenzaba a gritar. La llevaron al hospital que fue desde donde me llamaron. Acababa de terminar de hablar con Dimas y habíamos decidido que él pasaría a buscarme en taxi para ir al aeropuerto. Sin embargo, cuando escuché la voz destrozada del papá de Sofía, y la desesperación pidiéndome discreción, decidí decirle a Dimas que lo vería en el aeropuerto.
Sofía estaba pidiendo por mí porque no podría ir a despedirse y no sabía cuando me volvería a ver. Después de lo que pasó ella estaba pensando en eso y yo no entendía por qué estaba así de alterada y sin parar de llorar. Salí de la habitación cuando la sedaron y el médico, en compañía de los padres, me revelaron lo que sucedió. No puedo describir lo que sentí porque no lo sé, fue como si el mundo cayera sobre mis hombros y me derrumbé. Lloré mucho rato en la sala de espera sin terminar de entender lo que acababa de escuchar. Era imposible, unas horas antes estábamos riéndonos en el centro comercial.
Su madre me rogó que no dijera nada porque Sofía todavía no sabía qué iba a hacer. Acepté, pero supe que no podía marcharme a medio país de distancia. Así que fui al aeropuerto para decirle a Dimas que no lo acompañaría y no le revelé el motivo...
Esa noche me quedé ahí llorando mientras veía el avión alejarse; no sólo porque Dimas se iba creyendo que no lo amaba lo suficiente, sino que también por Sofía y por todo. La vida se puso de cabeza en el transcurso de unas horas.
No levantó una denuncia, su familia se encargó de mantener todo en secreto pagando a los que fueran necesarios y a los pocos días se mudaron a donde viven hasta ahora. Nunca quiso que nadie se enterara y sufría constantes ataques de pánico. Jamás hemos pasado por ese fraccionamiento porque ella tiene terror de encontrarse con sus agresores... Sin embargo, a veces dice que no los reconocería y en otras ocasiones que recuerda cada detalle de sus caras, es algo que sólo ella sabe.
Ya había pasado un año cuando me contó todo y la herida seguía abierta. Recuerdo su voz y siento más deseos de llorar, era como si fuera otra persona.
—Ni si quiera tuvieron la decencia de matarme —dijo al finalizar.
Esa vez fui yo la que se alteró y tuvieron que llamar a unas enfermeras para estabilizarme. Desde eso Sofía no lo ha repetido, pero a veces, cuando está pensativa y mirando hacia la nada, puedo ver esa determinación en sus ojos y siento que el corazón se me detiene una vez más. En momentos como estos creo que vuelve a desearlo y yo sólo quiero ser lo suficientemente importante para que se aferre a mí.
—Él no hizo nada —dice con el rostro escondido entre mis brazos.
—Puedes contarme si quieres...
Ella se remueve un poco y asiente.
—Fuimos a cenar, creo que se gastó todo su dinero en la langosta que ordenó... Pero fue muy lindo y caballeroso, todo iba bien. Terminamos de cenar y salimos a caminar a la orilla del mar que está frente al restaurante. Me quité los zapatos...
—Por eso perdiste uno.
—Sí... Soy un poco despistada cuando estoy nerviosa y sabía que algo iba a pasar.
Vuelve a quedarse en silencio. En estos cinco años he aprendido a esperarla hasta que encuentra las palabras que quiere usar.
Sofía no perdió ni un año de la universidad, no porque quisiera superarse en cuestión de meses, si no por su temor a que los demás se enteraran y convertirse en una burla. No entiendo quién podría burlarse de algo así, pero si alguien lo hiciera yo terminaría en prisión por asesinato.
Fue... aterrador.
Nuestros primeros días en la universidad, cuando la veía temblar del principio al final de cada clase, por estar tan cerca de otras personas o cómo se asustaba cuando alguien la llamaba. Solía sostener su mano bajo la mesa intentando no contagiarme del miedo y transmitirle un poco de tranquilidad, no siempre funcionaba. Algunas veces me encerré en el cubículo del baño, al lado de donde ella estaba, para llorar en silencio y creo que So hacía lo mismo. En algunas ocasiones la escuchaba vomitar y luego fingir que nada pasó.
—Nos sentamos cerca de la orilla hasta donde el mar podía tocar nuestros pies... —continúa regresándome al presente—. Estábamos platicando sobre la banda, el trabajo y tonterías... De pronto nos quedamos callados y me besó...
Sus lágrimas caen sobre mi vestido y respiro profundo para contener las propias.
—Te juro que lo intenté... —solloza—, pero siguió y ya no pude. Todo comenzó a repetirse y ya no pude...
La abrazo con fuerza, cuando su cuerpo vuelve a agitarse presa del llanto, y termino por soltar las lágrimas también. Estoy llorando sin conseguir ser fuerte para ella y la estrujo entre mis brazos. Llevaba días intentándolo, lo veía y no hice nada por averiguar si estaba lista para ello. Iba al bar, se sentaba con los chicos de la banda y parecía poco a poco recobrar la vida que dejó atrás, pero no estaba lista. Le fallé, ella nunca lo aceptará, pero sé que es así.
—Todos deben de pensar que estoy loca...
—Al demonio lo que piensen, So. Yo soy la que tiene un tatuaje de medio corazón.
Sofía ríe en medio del llanto.
—No tienes idea de lo mucho que te admiro —murmuro—, pero ni te imaginas. Eres la persona más fuerte que conozco y la más valiente. Cuando te preguntes qué dirán los demás recuerda lo que digo yo, que te conozco, y repite lo maravillosa que eres.
Ella vuelve a abrazarme y musita un gracias en medio del llanto. Me encantaría poder meter en una esfera de cristal a todos mis seres queridos y que ningún mal jamás pueda tocarlos...
Dimas y Eric están de pie en el umbral de la puerta mirando hacia el automóvil. Ambos la conocieron, uno antes y otro después. Agradezco que no se acerquen porque aquello complicaría las cosas y decido pedirles que salgan a la playa mientras la convenzo de subir a tomar una ducha. Agarro el celular que tiene Sofía en el regazo y me parece diferente al que sé que es suyo.
—¿Cambiaste de celular?
—¿Uh? —ella me arrebata el aparato—. Este es el mío.
Me entrega otro que es de color blanco y que saca de su bolso.
—¿Y el otro?
—Creo que es de Eric.
—Ah, sí. Es de él. ¿Lo olvidó en el automóvil?
—Sí, luego se lo entrego.
Iba a preguntar si no quería que lo hiciera yo, pero que ella quiera hablar con una persona que la intimida, luego de un ataque de pánico, es algo que no sé manejar. Mejor me mantengo callada y envío un mensaje a Dimas.
Ambos chicos lanzan una mirada al automóvil cuando el vocalista lee el mensaje en voz alta y entran a la casa. Aguardo unos minutos antes de preguntarle a Sofía si quiere subir a tomar una ducha.
—Me tomé unos calmantes —murmura—. Prefiero dormir un poco.
Reviso la bolsa y encuentro la pequeña botella blanca con los tranquilizantes que suele tomar.
—No muchos ¿Verdad?
—No, sólo dos. Son suaves, no como los que tomaba antes.
—Bien... ¿Vamos?
—No quiero que me vean, yo...
Vuelve a sentir vergüenza y aquello me oprime el corazón
—Creo que iban a salir a la playa o eso me dijo...
Eliminé el mensaje que le enviara a Dimas así que prefiero decir esa sencilla mentira.
—¿Segura?
—Eso creo... —respondo con cautela—. O podemos dormir en el automóvil de Eric, pero esa idea no me gusta mucho.
Salimos del vehículo y se quita su único zapato. Me asomo con temor al interior de la casa, pero no hay nadie y escucho voces que vienen de la zona de la piscina. Tomo la mano de Sofía mientras subimos las escaleras y, de nuevo, verifico primero que la habitación de Dimas esté vacía antes de entrar. No apruebo la vergüenza que siente, pero no es el mejor momento para presionar.
La ayudo a acomodarse en la cama, luego de que se ha cambiado de ropa, y me siento a su lado. No tengo nada de sueño y creo que terminaré tomando un calmante también, pero lo haré cuando ella se duerma.
—Aura...
—¿Sí? —sonrío pasando una mano sobre su frente para quitarle los mechones de cabello rubio del rostro.
—Puedes decirle a Dimas.
Me quedo muy quieta y esta vez las lágrimas vuelven a escapar. Me duele el corazón, mucho. No es sólo porque por fin conocerá la verdad, sino porque esa demostración de confianza es el detalle más desinteresado que alguien ha tenido conmigo.
—No todo, por favor —añade—. Sólo, bueno...
—Entiendo —la tranquilizo—. Gracias, Sofía.
—No tienes que agradecerme nada...
Sus ojos se cierran poco a poco cuando el efecto de los calmantes llega y unos segundos después está durmiendo. No me muevo mucho rato, miro por la ventana desde donde estoy y apenas percibo las voces de los demás en el exterior. Creo que ya pasa de la medianoche y un rato después todo está en silencio.
Me muevo con sigilo al bajar de la cama y salgo de la habitación a un pasillo envuelto en oscuridad. Bajo a la cocina a tomar un vaso de agua, pero no es suficiente y voy al mini bar por un vaso de whisky. No quiero tomar calmantes porque no sé si conduciré por la mañana, aunque de pronto tomar alcohol tampoco sea una excelente idea.
—¿Ya está mejor?
Casi escupo el whisky y termino por atragantarme. Dimas me da unas palmaditas en la espalda y enciende la luz del mini bar.
—No sé desde cuando tomaste esa manía de asustarme, pero no me gusta —digo con la voz rasposa—. Atragantarse con whisky es asqueroso...
Él sonríe, pero noto algo extraño en su comportamiento.
—Sofía está mejor —contesto—. Está durmiendo porque se tomó un par de calmantes.
—¿Siempre lleva calmantes con ella?
Supongo que Cedric los vio...
—Sí, siempre —murmuro—. Antes yo también por si a ella se le olvidaban...
Dimas parece reflexionar mis palabras y aprieta un puño sobre el mini bar.
—Cedric me juró que no le hizo nada, pero si él...
—No hizo nada —interrumpo conmovida por ese comportamiento protector que siempre lo ha caracterizado—. Está diciendo la verdad.
—¿Entonces...?
Revelar un secreto que no me corresponde es mucho peor a revelar uno propio porque no encuentras la forma de hacerlo... ¡Todas parecen ridículas! Permanezco demasiado rato callada con la mirada baja y sosteniendo el vaso de whisky con una mano.
—¿Fue la persona que me contaste antes? —pregunta—. Con la que tuvo una relación complicada... ¿Le hizo algo?
Estoy a punto de preguntarle sobre qué habla cuando recuerdo mi historia falsa sobre el comportamiento de Sofía.
—No existe esa persona —confieso—. Eso es mentira, lo siento...
Tomo aire y añado.
—A Sofía la lastimaron —comienzo notando como un nudo se forma en mi garganta— la misma noche en que nos iríamos a la Ciudad de México.
—¿Lastimaron? —repite y entonces entiende sobre qué hablo—. ¿Qué...?
Vuelvo a llorar, no sé de dónde siguen saliendo lágrimas, pero revivir eso me está acabando y no sé si tenga fuerzas para volver a subir las escaleras. Dimas me abraza, rodeo su torso con las manos y afianzo todo mi ser a él para no romperme una vez más.
—Por eso no te fuiste —murmura— y no me dijiste nada...
—Ella no quiso que nadie se enterara y yo sólo quería que estuviera mejor...
—Aura...
Besa mi cabello y me abraza con más fuerza. A él también le duele, puedo sentirlo y sé que debe estar recordando la alegría de aquella Sofía.
—Cedric no sabía nada —digo apartándome un poco—. Y creo que todavía no debe enterarse.
—Ya sospechan —musita—. No he comentado nada de lo que me dijiste antes, pero todos sospechan.
Asiento, es obvio.
—No fui contigo no porque no te amara... Te amo y te amaba con todas mis fuerzas, pero no quise dejarla sola. Sofía es la hermana que debí tener y no podía permitir que se quedara aquí mientras yo me iba lejos.
Él vuelve a abrazarme y susurra que me entiende. Me arrulla entre sus brazos donde vuelvo a sentirme segura y en casa. Nos quedamos así un largo rato, pero no quiero dejar a Sofía sola porque sé que si se despierta tardará en ubicarse. Así que me ayuda a regresar hasta la habitación. Apenas hablamos en susurros o dejamos tímidos besos en los labios del otro, por fin todo está expuesto.
Sólo un día más y estaremos juntos sin impedimentos.
—Regresé por ti —me dice antes de marcharse.
—Lo sé...
Nos despedimos con un beso y cierro la puerta, poseo tanta tristeza y felicidad en mi cuerpo que siento que colapsaré en cualquier momento.
Tomo un baño rápido y me meto a la cama evitando tocar el cuerpo de Sofía. La observo dormir sin conseguir que mis pensamientos caminen en un mismo rumbo, van de un lado a otro y remueven diferentes partes de mi memoria. Al final, el whisky consigue relajarme y termino por dormirme contemplando el perfil de Sofía, como tantas noches hice después de que la maldad dañara a una de las personas más admirables que conozco.
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