Capítulo 33

Kiss me now that I'm older

I won't try to control you

Friday nights have been lonely

Take it slow but don't warn me

12:51 — The Strokes

☆★☆

La noche cae sobre la ciudad mientras conduzco en piloto automático hasta Arabella. Estaciono el automóvil cerca, evito al valet parking porque no me creo capaz de hablar, y entro al bar donde varios empleados ya han llegado. Intento volcar todo mi ser en el itinerario de la noche e ignoro los mensajes de Dimas en el celular sin atreverme a leerlos.

Las palabras de mamá se repiten en mi cabeza sin que consiga apartarlas por más de unos segundos. Me coloco el uniforme, apenas reparando en que lo he hecho, y abandono la habitación con los casilleros. Escucho las voces del otro lado de la puerta donde los chicos suelen dejar sus instrumentos y apresuro el paso lejos de ese sitio.

Otra noche agitada en Arabella donde podré mezclarme con los clientes y usarlos para evitar a Dimas...

¿Por qué lo estoy evitando?

Ofrezco mesas, entrego cartas de menú, bromeo con esos desconocidos y finjo que nada podría marchar mejor. Evito la caja porque sé que es el primer sitio donde Dimas me buscará y, sin embargo, un rato después mis pies se dirigen hacia ahí adivinando que está cerca.

—¿Por qué te escondes?

Muerdo mi labio inferior observando lo atractivo que se ve Dimas con una playera negra ajustada y el cabello húmedo.

—¿Aura? ¿Qué pasa?

Niego con la cabeza y deshace el agarre, pero no se aparta. No sé cómo explicarle lo que ha pasado y lo mucho que también me está afectando a mí esta situación, no sólo a Minerva.

Se acerca y acaricia mi mejilla; mi cuerpo reacciona sin pensar acercándose más a su rostro. Cierro los ojos al sentir su aliento mezclándose con el mío y suelto un suspiro ansiando la caricia de sus labios, pero no llega.

Al abrir los ojos, descubro que ha retrocedido y mira por arriba de mí hacia la mesa de la banda, hacia Minerva.

—¿Qué haces?

—Nada —murmuro al fin—, ya nada.

Regreso hacia las mesas atestadas de personas y al girarme ya no está. Quiero mentirme y creer que no me importa, pero lo hace y el dolor en el pecho aumenta a cada segundo. Unos minutos después suben al escenario y escucho los comentarios sobre la guapísima violinista o el sexy vocalista; no obstante, me limito a atender a los clientes fingiendo una amable sonrisa.

—Disculpa.

Estoy atendiendo en una mesa donde hay un grupo de chicos, pero el que me habla está con su novia que no para de sonreír con picardía.

—¿Sí?

—Mi amigo es demasiado cobarde para preguntarte tu nombre...

—¡Cállate!

Miro al último que ha hablado y me parece conocido, creo que lo he visto antes en el bar. La chica empieza a reírse y pronto todos en la mesa nos están observando.

—Pero siempre menciona a la chica guapa del bar —continúa el chico bajo la mirada avergonzada de su amigo—. Así que... ¿Podrías decirle tu nombre?

La voz de Dimas está martillando en mi pecho y no sé qué hacer. Nunca he sido buena conociendo chicos y es casi un milagro que tuviera novios, soy muy tímida en esa área. Además, mi novio...

¿Es mi novio? No quiero mirarlo, se supone que no somos nada porque Minerva y él...

—Soy Aura —me presento extendiéndole la mano al chico—. ¿Y tú eres?

—Marco.

Está rojo por la vergüenza y creo que no me quedo atrás.

—Mucho gusto.

Me marcho luego de un apretón de manos y escucho a sus amigos explotar en chillidos avergonzándolo más si es eso posible. La música se entremezcla con los coros que cantan los clientes y me cuesta moverme entre las mesas con la bandeja; Federico se ha quedado en la caja porque hay mucho movimiento en el bar incluso para ser viernes.

—En serio, gracias nena —me dice al pasar cerca—. Te daré un aumento de salario, lo juro.

—No olvidaré eso —sonrío haciéndole un guiño.

Tengo un momento para observar a la banda y encuentro a Dimas mirándome fijamente. No creo que nadie más lo note o sólo Minerva, pero la veo luciéndose sobre el escenario así que creo que tampoco se ha percatado.

Algo me dice que no está feliz, pero dudo que fuera por el breve saludo en la mesa ya que con la cantidad de personas que hay es casi imposible que me viera. No tengo tiempo para deducir qué le pasa y continúo atendiendo a los clientes que siguen llegando.

El cabello me apesta a humo de cigarro y apenas si siento los pies dentro de los zapatos de tacón altos. Me he convertido en una contorsionista profesional evitando rozar demasiado a los chicos que están de pie a los lados de las mesas como si las sillas fueran muy incómodas para sentarse...

—Esta canción nos la pidieron muchísimo —dice Minerva y una ola de silbidos responde—. ¿Verdad, chicos?

—Es cierto —responde Gabriel—. Espero que cumplamos sus expectativas.

Creo que esperan a que Dimas diga algo, pero sólo me mira en medio de la marea de personas y comienzo a sospechar que en realidad sí vio aquel saludo. Él le hace una señal a Cedric y empiezan la inconfundible melodía de 12:51.

¡Si era difícil moverme entre las mesas ahora es imposible! Hay personas saltando al ritmo de la canción y otros gritando desde sus asientos. Casi pierdo el equilibrio con la bandeja un par de veces, pero consigo llegar a mi destino y dejo los vasos frente a los clientes embobados con la interpretación de la banda.

Una chica de la mesa donde está Marco me llama y me lleva lo que me parecen horas lograr llegar hasta ahí para encenderle el cigarro... En definitiva, le exigiré ese aumento a Federico. De pronto, estoy con el encendedor al medio esperando que todos enciendan sus cigarros y terminen de asfixiarme o morir aplastada en medio de los saltos que están dando las personas a mis espaldas.

—¡Marco! —exclama el mismo chico que me habló primero—. Pídele su número y ya... ¡Lo peor que puede pasar es que diga que no!

—¡Idiota, te escuchó!

Me sonrojo, no estoy acostumbrada a nada de eso y Marco está apenas a unos metros de mí. Él me mira y sonríe, es un chico simpático de cabello castaño claro.

—¿Quieres mi número de celular?

El chico asiente y me arroja lo que creo es una de esas sonrisas irresistibles, pero luego de ver las de Dimas soy inmune a cualquier otra.

El vocalista ya no me mira porque está cantando con Minerva que lleva una pandereta... ¿En serio? ¡Hasta eso fue mi idea! Minerva se sostiene de su brazo y luego él la rodea por la cintura mientras ambos cantan en el micrófono...

—Dame tu celular —le ordeno a Marco.

El chico obedece y tecleo mi número con los dedos algo temblorosos presa del enojo. No puedo creer que Dimas actúe tan bien, sino que comienzo a considerar que tal vez le gusta tener al atención de la violinista.

La canción termina al mismo tiempo en que miro de nuevo a mi compañero de departamento y parece molesto... ¡Vaya que lo está! Ni presta atención a los aplausos.

Pero, bueno, él no quiso besarme y debo fingir que no somos nada... ¿Qué mejor manera de fingir que mostrando interés en cualquier otra persona?

Intercambio una sonrisa con Marco y regreso hasta la caja con Federico. Me tranquiliza que nadie más se ha enterado de la guerra fría entre el vocalista y yo.

☆★☆

—¿Qué fue eso?

Dimas susurra a mi oído y sus manos me sostienen de la cintura por la espalda. Es el receso de la banda y me he mantenido en medio de las mesas para evitarlo, pero no resultó.

—¿Qué? —pregunto con inocencia girándome hacia él.

—¿Le diste tu número?

—Claro —contesto—. No tengo novio y es un chico muy agradable.

Él se pasa una mano entre el cabello.

—Aura, estás complicando las cosas.

—¿En serio? No soy yo la que quiere llevar a cabo todo este teatro —digo moviendo el dedo en índice en círculo al medio de nosotros.

—Es sólo hasta que hable con Mina...

—No pareces muy desesperado por hacerlo.

—No entiendes cómo son las cosas con ella —murmura—. No puedo sólo decirlo y esperar que...

—¿Y por qué tengo que soportarlo? —interrumpo—. Tal vez Marco no tenga inconveniente en besarme aquí frente a todos.

Dimas abre la boca y la cierra. Aprieta los puños y busca a Marco entre la multitud, él nos observa al igual que sus amigos.

—¿Vas a besarlo?

—¿Y qué si lo hago? —es obvio que no le diré que ese chico es demasiado tímido hasta para presentarse y mucho menos besarme—. No le importaría a nadie y así Minerva estaría más tranquila ¿No crees?

—No lo hagas.

—¿Por qué?

Dimas se acerca hasta mi rostro y susurra a mi oído.

—Porque dijiste que eres mía...

Su voz está cargada de los recuerdos de aquella noche en la playa y trago saliva al tiempo que un calor abrasador nos envuelve.

—Y tú también dijiste muchas cosas, pero nada sobre...

—¡Dimas!

La voz de Minerva me hace entornar los ojos y nos separamos.

—Sobre eso... —termino.

—¡Voy! —exclama él apenas lanzándole una mirada rápida—. Aura, no...

—No puedes pedirme nada —espeto con las manos en la cintura—. Dimas, esto también me afecta a mí y no sólo a ella.

Me atrae hasta su cuerpo envolviéndome en su calor y aroma que se filtran hasta mi sangre.

El latido de su corazón a la par del mío y mis manos enredándose en su cabello, puedo estar así toda la vida.

—No tienes idea de todo lo que quiero hacerte ahora mismo... —me susurra con un hilo de voz que consigue estremecerme—. Te deseo, ahora.

Muerdo mis labios y escondo el rostro en su pecho.

—Te esperaré para ir a casa... —añade.

Me aparto y paso la mano sobre mi coleta alta intentando parecer indiferente.

—Tal vez no vaya a casa contigo.

Dimas entrecierra los ojos y masculla.

—No...

—No, es mentira —interrumpo—. Pero ya sabes lo que se siente ver a alguien cerca de la persona que...

Callo, no quiero decirlo en voz alta y mostrarme más vulnerable.

—No permitiré que se me acerque tanto...

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —toca mi nariz con un dedo y luego deja un suave beso en mi frente—. Y tú no permitas que nadie más te bese.

—Promesa —sonrío—. ¿Y qué inventarás para todo este pequeño encuentro?

Dimas cruza los brazos y finge pensar algo.

—Que se murió tu pez Marco y estás muy triste.

Río mientras le veo marchar de regreso a la mesa con la banda donde, en efecto, Minerva está aguardando y parece preguntarle mil cosas.

Los clientes siguen moviéndose a mi alrededor sin ser capaces de sentarse por un mísero segundo y cada vez es más difícil ver a la pareja hablando...

La pareja, ahí está de nuevo la voz de mamá y lamento no haber reunido el valor para decirle a Dimas sin rodeos todo lo que me preocupa. Me cuesta terminar de abrir el corazón y sólo mostrarle lo mucho que significa para mí.

Minerva parece confundida y me mira un par de veces moviendo con exageración sus largas pestañas; Dimas debe de haberle contado esa tonta historia. No debería alegrarme, pero no me resisto y me giro sobre mis talones para continuar trabajando sin borrar la sonrisa de mis labios.

Espero que Minerva no recuerde que en el departamento no hay ni una sola pecera.

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