Capítulo 12
Nobody ever told you that it was the wrong way
To trick a woman, make her feel she did it her way
And you'll be there if she ever feels blue
And you'll be there when she finds someone new
What to do?
Well you know
You've got her in your pocket — The White Stripes
☆★☆
El sitio designado para estacionar mi automóvil en la casona está ocupado por una minivan grisácea. Me estaciono detrás y al bajar noto que también está una motocicleta que no vi antes por ahí. No quiero incomodar a Sofía, pero presiento que no será tan agradable la visita y comienzo a elevar mis defensas mentales hasta que llegamos a la puerta.
—¡Aura! ¡Vino tu amiga la linda!
Eric se asoma por el pasillo; Sofía se tensa por completo y clava la mirada en el suelo.
—Hola Eric —saluda mi amiga.
—¿Qué haces aquí?
—Hola —saluda con cierta sonrisa encantadora a la cabizbaja Sofía y luego agrega—. Vine a defender tu territorio —contesta con una sonrisa burlona— y fui por cerveza —añade levantando una bolsa de compras—. Hay refresco también.
—¿En dónde? —pregunto sintiendo como la ceja empieza a temblarme.
—En tu refrigerador —contesta y señala mi departamento.
Toca la puerta con fuerza y al abrirse entiendo cómo debe ser el infierno... ¡Lo estoy viendo ahí frente a mí, en mi hogar! El infierno es mi departamento con Minerva sentada en mi sofá y abrazando a mi... Pongo los ojos en blanco ¡A mi nada!
Es Gabriel quien abre la puerta con su cómico gorrito y del estupor al verme pasa a la bobería al distinguir a Sofía. La verdad, me encanta el efecto que causa Sofía en los chicos con sus resplandecientes ojos aceitunados.
—¿Puedo pasar a mi casa? —pregunto luego de aclararme la garganta.
—¡Hola, sí! ¡Claro!
Gabriel se hace a un lado y entramos los tres. Dimas se levanta del sofá, pero Minerva me sonríe con autosuficiencia porque sabe que los he visto abrazados. El chiquillo y Cedric están sentados en el otro sofá siendo víctimas del efecto Sofía.
—¡Sofía! —exclama Dimas y se apresura hasta ella—. ¡Ha pasado muchísimo tiempo!
Por un momento creo que Sofía saldrá corriendo del departamento, pero al ver a Dimas se tranquiliza y acepta el abrazo con una amplia sonrisa...
¡Ja! ¡Minerva no tiene idea de lo que está pasando! Supongo que pensar en competir con alguien como Sofía le quita la alegría a cualquiera.
—¡Dimas! ¡Te ves genial! ¡Vaya! —Se separan, pero no rompen el contacto—. ¿Con barba?
—Se ve raro —bromeo—, pero bien.
Dimas me sonríe y le regreso el gesto con tanta naturalidad como puedo.
—Tu igual, So. Te presentaré a los demás.
Como sospecho, Nicolás también se ha acercado con cierto nerviosismo hasta Sofía y Cedric saluda desde el sofá, pero con los ojos muy fijos en la guapa rubia.
Me entero que han rentado una película y comprado comida chatarra para inaugurar el nuevo hogar de Dimas... ¡Que de nuevo no tiene nada porque la casa es viejísima y yo ya vivía aquí! Pero finjo que no me enoja... a diferencia de Minerva que parece escupir ranas y bichos por la boca al ver como Sofía y Dimas platican.
Resignada a perder mi tarde de sábado, en la que podía escribir un poco y estudiar la carpeta, comienzo a preparar los empaques de palomitas de maíz en el microondas mientras Nicolás pelea con el reproductor de DVD.
—Esa mirada —susurra Eric a mi oído haciendo que me sobresalte.
—¿Qué?
Ha estado bebiendo y hay un brillo malicioso en sus ojos negros capaz de provocar escalofríos. Miro a Sofía en busca de ayuda, pero la muy chulita me está ignorando... ¡Ignorando! ¡Si es a ella a la que le gusta!
—Tu amiga linda está enojando a Minerva...
Está demasiado cerca, pero confío un poco en él como para saber que no hará nada extraño... o eso creo...
—Pásame el otro empaque —pido y obedece después de terminarse otra cerveza—. Vas a tocar hoy por la noche, no deberías de beber tanto.
—¿Te preocupa?
Frunzo el entrecejo contrariada y meto el siguiente empaque al microondas.
—Obvio, eres mi amigo.
Le mantengo la mirada rogando que alguien interfiera porque sus ojos son absorbentes y todo el misterio que lo envuelve no ayuda, nada. Eric no me atrae, de eso estoy segura, pero no estoy ciega y es muy guapo...
—¿Qué pasa, Eric?
Sacude la cabeza y se enjuaga la cara.
—Creo que estoy bebiendo demasiado.
—Yo igual creo eso.
Eric me observa de soslayo y luego lanza una mirada a Dimas con Sofía y Minerva.
—¿Tres chicas preocupadas por él?
Dimas parece notar, por fin, que algo raro está pasando.
—Es un buen chico y Sofía lo conoció también en el colegio.
—Es bueno como todos los demás —espeta en voz baja—. Creo que no mereces eso, Aura.
—¿Qué cosa?
Me estoy perdiendo en el tema de la conversación, lanzo miradas de ayuda a Dimas.
—Mereces a alguien que sólo te vea a ti —dice irguiéndose y noto que es más alto que Dimas por unos cuantos centímetros, tengo que levantar mucho la cabeza para verlo a los ojos—. Eres la chica más linda e inteligente que he conocido y no deberías de sufrir por alguien que no valora eso.
¡¿Qué demonios?!
Bajo la vista hasta su pecho porque me he sonrojado. Demonios, me he sonrojado muchísimo y no sé qué debo contestar. Jamás ni en un millón de años me acercaría a él después de saber que Sofía lo encuentra agradable... ¡Lo besé en la mejilla porque estaba borracha y lo aprecio como un amigo! ¡Pero me arrepiento de hacerlo!
—¿Necesitas ayuda?
Dimas interfiere y cuando lo miro me sonrojo más. Soy una máquina de sonrojos y apenas alcanzo a negar con la cabeza. Sofía me observa con curiosidad y dirige una mirada hacia Eric, que simplemente se da la media vuelta y se va.
—¿Qué pasó? —pregunta mi amiga abriendo el microondas—. Parece que...
—Nada —interrumpo con un hilo de voz—. Ayúdenme a servir las palomitas ¿Sí?
Sofía entrecierra los ojos sin tragarse nada de lo que dije, pero obedece.
—¿Qué fue eso? —Quiere saber Dimas.
— Nada —repito—. Sólo hablábamos de algo.
—¿De qué?
—Cosas.
Él tampoco me cree y ayuda a Sofía con las palomitas mientras los observo hacerlo.
Dimas y los demás agarran otra cerveza del refrigerador, que parece alacena para borrachos por si sucede un Apocalipsis en las siguientes cinco horas. Sofía y yo optamos por tomar un refresco de soda y vamos a la sala donde está el único televisor del departamento.
Minerva y Dimas se han sentado en el sofá frente a la televisión, ella recuesta la cabeza en el pecho del chico. Al lado está Gabriel y el otro sofá lo han dejado libre para nosotras, es para tres personas y somos dos. No puedo sentarme al extremo porque Sofía no toleraría dos horas sentada al lado de un desconocido y, apenas nos sentamos, tiro de Nicolás para que se siente a mi lado con la excusa de acabar con sus cigarros.
—¿Vas a fumar? —pregunta con fastidio Sofía.
—Muchísimo.
—¿Por qué? ¿Estás nerviosa?
No contesto.
Cedric se sienta en el sofá individual y Eric en el suelo frente a la pequeña mesa del centro entre Nicolás y yo. Estoy muy quieta, no quiero rozarlo ni por error y me termino el primer cigarro cuando ni han acabado los cortos de la película.
Rentaron Annabelle... ¿En serio? Quería ver esa película, pero Sofía se asusta facilísimo y por eso jamás la vimos, luego fui demasiado miedosa para verla sola. Menos mal que puedo abrazarme de Sofía y gritar como niñas chiquitas. Ella me estruja el brazo ocultándose detrás de mi hombro cada dos por tres. Me da risa notar que los hombres están asustados, pero Nicolás es el único que grita por ratos y luego se disculpa diciendo que se le cayó algo.
—¡Corre! —chilla Minerva refugiada en los brazos de Dimas.
—¡No! ¡¿Cómo que corre?! ¡No hay luz! —grita Nicolás.
—¡O bueno no se puede quedar a vivir ahí! —contraataca Cedric.
Sofía está estrujando mi brazo y yo no puedo evitar sonreír, aunque si tengo un poco de miedo.
—La van a matar —sentencia Gabriel—. Ya valió.
Un sonido sordo nos hace gritar y Dimas coloca pausa a la película.
—¿Qué fue eso? —pregunta Sofía pálida del miedo.
— Algo se cayó —la tranquilizo—. Iré a ver.
—¡No me dejes sola!
Abrazo a mi amiga y le encargo a Nicolás platicarle tonterías. Los demás aprovechan para servirse más palomitas y voy al cuarto de lavado donde, al encender la luz, descubro las escobas tiradas. Con las prisas debí dejarlas de lado, nada grave. Las levanto y vuelvo a apagar la luz, pero en eso siento a alguien a mi costado.
—¿Todo bien?
Es Eric y los nervios se apoderan de mí... ¡Habría preferido que fuera un fantasma!
—Sólo eran las escobas.
Permanece en silencio y Minerva nos grita que quitarán la pausa. Ninguno responde y la película continúa.
—Tengo que ir con Sofía —murmuro, pero tampoco me muevo.
Los sonidos de la película llegan hasta el pequeño cuarto casi en penumbras.
—Lo que dijiste... —empiezo, es una estupidez lo que preguntaré—: ¿Fue... una declaración?
—¿Cómo?
Eric comienza a reírse con suavidad y termina en sonoras carcajadas hasta que le piden desde la sala que se calle. Me siento como una tonta y paso de largo a su lado con la barbilla en alto. Eric me detiene un poco antes de llegar a la sala, justo frente a la puerta de mi habitación, y todavía tiene esa inconfundible media sonrisa en los labios que suele desarmar a casi todas las chicas.
—Aura, para... —susurra porque estamos cerca de los demás—. Lo que dije es lo que pienso, pero no fue una declaración de amor.
Respiro aliviada, pero me siento ofendida por su risa.
—Bien, gracias por el cumplido y no por la risita.
—Vamos... —sonríe—. Tienes que admitir que fue gracioso.
Entorno los ojos y suspiro.
—Un poco, pero me asustaste.
—Sonó extraño porque bebí, pero de verdad pienso que deberías valorarte más y no pelear por un chico que ahora abraza a otra.
Me hace un guiño y regresa a la sala dejándome perpleja. Tardo un segundo en sentir la vista de alguien más sobre mí y descubro a Dimas desviando rápido la mirada hacia la película.
Malditos borrachos sinceros.
☆★☆
—Ni dio tanto miedo —opina Nicolás al terminar la película.
Reímos y no entiende el motivo, pero no importa porque sigue regalándome cigarros.
Recogemos rápido las cosas, para llegar a tiempo al bar, y recuerdo que ni revisé la gruesa carpeta. Sofía me ignora cuándo le comento mis nervios por mi primer día en el bar, está embelesada mirando las plumas en tinta negra que bajan por los brazos de Eric. No le digo lo que haré, sólo sostengo su mano y tiro de ella hacia Eric. Su sorpresa va en aumento, percibo la tensión en su mano, cuando me escucha preguntarle al guitarrista por su tatuaje.
—¿Nunca has visto mi tatuaje? —me pregunta contrariado.
—Estoy muy segura de que no te he visto sin camisa —respondo.
Sofía sonríe con timidez, Eric parece debatirse algo muy seriamente.
—¿Quieren verlo?
—¡Comenzará a lucirse! —exclama Gabriel.
—¿Por...?
Callo, maldición, callo, enmudezco, olvido que alguna vez aprendí a hablar.
Como dije, no estoy ciega, Sofía tampoco y Minerva menos. Eric se saca la playera negra y luce un abdomen marcado en el punto exacto en que meditas sobre lo bien que luce uno de tus mejores amigos. Su pantalón de mezclilla resbala sobre la cadera y deja ver el borde de su ropa interior también en color negro; no debería estar fijándome en esos detalles, no, no, no.
Mi cerebro empieza a funcionar, el ratón decide girar la ruedita, y recuerdo como pronunciar algunas palabras.
—Ajá, el tatuaje está en la espalda. —El ratón acepta prestarme su voz debilucha.
Eric deja la playera sobre el sofá, enciende otro cigarro y se gira; no sé si nota las miradas bobaliconas que tenemos.
El ratón volvió a entrar en huelga... ¡Su tatuaje es una obra de arte! Las alas nacen en los omoplatos, bajan por sus antebrazos y las puntas de un par de plumas casi rozan los codos. El detalle de cada pluma es asombroso, son miles de líneas que hacen parecer ese par de alas reales; me hacen creer que podría emprender el vuelo en cualquier momento.
Los dedos me hormiguean, me gustaría seguir esas líneas negras sobre la piel pálida, pero aquello sería sumamente incómodo y extraño. Además, su cuerpo es gran responsable de que el tatuaje luzca tan bien... Me pregunto si irá al gimnasio o practicará algún deporte, es imposible que posea ese cuerpo sólo así.
—¡Cúbrete! —dice Nicolás—. Enojarás a alguien.
—Silencio, Nico.
La voz de Dimas capta mi atención y noto que, en efecto, está enojado.
—Sí, así es fácil olvidar que eres un tarado —recuerda su voz Minerva y le arroja la playera.
—Ella tiene razón —admito—. Aprovechado.
Eric ríe y vuelve a colocarse la playera lanzándonos una sonrisa mortal. Afecta a Minerva y Sofía, respondo entornando los ojos. Es odioso cómo sabe lo atractivo que es y el efecto que causa.
—¿Cómo nos iremos? —pregunta Eric.
—No sé ustedes, yo en mi moto nueva —contesta Nicolás.
—¿Es tuya?
—Sí... Una belleza ¿No?
Casi no me fijé, pero asiento porque parece muy orgulloso.
Para enojo de Minerva, Dimas decide esperar con nosotras por el chofer de Sofía; los demás se van en el minivan de Cedric. Mi ex novio no parece muy feliz mientras aguardamos recargados en mi viejo Tsuru, Sofía no suaviza las cosas...
—¿Y qué te dijo Eric?
—Nada.
—¡Vamos! ¡Tienes que contarnos!
—¡Sofía! —mascullo notando que Dimas finge ignorarnos con la vista en el suelo—. No me dijo nada, cosas del trabajo.
—No me pareció eso...
¡Esta chica me escuchará mañana!
—Sí... ¿Qué te dijo? —pregunta Dimas.
Abro la boca y la cierro de inmediato. Me molesta el tono de su voz, no tiene derecho a reclamarme cuando pasó toda la película abrazando a Minerva.
—Dijo que merezco a un chico que sólo me vea a mí.
Sofía sonríe fascinada por la expresión de Dimas, se recompone con rapidez.
—Es lo que siempre te he dicho.
—¿Alguien como él? —presiona Dimas.
—No, no como él —contesto sosteniéndole la mirada—. Fue muy específico.
La camioneta de lujo de Sofía se detiene en la entrada y la chica se despide de nosotros con tiernos abrazos. Le insistimos para que nos acompañe, pero se niega diciendo que está agotada y tiene trabajo atrasado por irse temprano de la oficina. La miramos marchar en silencio y ninguno se mueve por largo rato.
Finalmente, Dimas habla con las manos dentro de los bolsillos del pantalón.
—Llegaremos tarde.
—¿Estás celoso?
Consigo sorprenderlo, puedo notarlo en su expresión desconcertada. Permanecemos en silencio en medio del jardín con las tenues luces que apenas nos iluminan.
—No lo sé.
Mi corazón da un brinco y asiento con precaución.
—No tienes por qué sentir celos de Eric.
No sé por qué le digo algo así, pero es la verdad. En este punto no sé si debería sentir celos de alguien más.
Nos metemos en el automóvil, él conducirá. Ya es tarde así que comenzamos a platicar sobre el bar y lo que aparentemente incluye mi trabajo; por fortuna sabe que por su reunión no pude repasar nada de la carpeta y comienza a explicarme lo poco que ha visto que la tal Karina hace en el bar, es mi suplente. Voy leyendo algunas hojas con la luz encendida y, en el alto de un semáforo, entrelaza su mano con la mía, el tatuaje parece brillar en nuestras pieles.
Un día lograré deshacerme de ese anillo, su carga es más pesada que la del tatuaje.
—Lo siento —murmura.
Disfruto de la calidez de su piel y la manera casi protectora en que me sujeta la mano sobre su pierna. Dimas es increíblemente apuesto, cuando éramos niños sólo me fijaba en sus peculiares ojos, pero con los años se convirtió en un chico atractivo.
—¿Qué? —pregunta con una sonrisa al descubrirme mirándolo.
—Nada, sólo recordaba...
Ejerce un poco de presión en mi mano y suspira.
—Sí, yo también...
Debemos ser los amigos más confusos del planeta.
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