1.- Día en el que mi tortura inicia.
Día en el que mi tortura inicia.
Básicamente aquel día no fue cuando todo inició. Aquel día fue como una advertencia previa de la vida que me decía en letras mayúsculas "GUSTAVE, TODO SE TE VA A JODER". Así que supongo que debería empezar desde aquí. Creo que tal vez desde un poco más atrás.
No empezaré a contar la historia desde que era un esperma ni la de mi niñez, lo único relevante de esta sería el abandono de papá (no lo digo para que sientan lástima, así que no lo hagan) y el hecho de que he vivido con dos mujeres toda mi vida. ¿En qué momento entra toda esa basura de los momentos gloriosos? Justamente por aquella época cuando tenía unos ocho años y Ágata doce.
Mamá le había dado un libro, como una libreta, forrada con una especie de cartón especial de color azul, era cosida a mano (por mamá), de varias hojas, hojas que aparentaban ser de buena calidad y excesivamente caras —luego me enteré que eran hojas de marfil— y en la tapa de éste había una especie de tela, o de cuero de no sé qué, pero era bellísimo, y en este estaba escrito el nombre de mi hermana.
Los niños, no importa en que momento de la vida, si es en 1962, 1999, 2017, o incluso cuando lleguemos a 2048 siempre siempre siempre los niños serán como chinches, chinches que corren, saltan, lloran y quieren cosas. Yo no fui la excepción. Era un enano de ocho años que preguntaba una y otra vez por qué no tenía ese libro, lo quería con todo mi ser.
Era similar a una paleta para los demás niños, mejor dicho, era similar a una paleta hecha por Dios, que se encontraba en una tienda súper cara, pero que aun así varios podían adquirirla menos yo. Sí, más o menos así me sentía con el libro de tela y hojas caras de marfil.
Hasta que cumplí 12 años, un cumpleaños cualquiera. Un pastel, mamá, Ágata, una llamada de papá, y mi regalo. Pero no era cualquier regalo no, era EL regalo, era una paleta exclusiva y única hecha por Dios y enviada por los ángeles —he exagerado, pero así me sentía—.
Un cuaderno azul con hojas de marfil, la especie de tela con mi nombre escrito. Lo tenía en mis manos, y era lo mejor de, podría decir, ¿toda mi vida?
Ahora, según lo que les dije están viendo en su mente a ese niño alzar su puño victoriosamente, detengan el momento y disfrútenlo, porque no durará.
Mamá me explicó que aquel libro era para escribir los mejores momentos de mi vida. ¿Qué clase de farsa era aquella? Yo pensaba en llenarlo de dibujos de dinosaurios —siempre fui fan de esas cosas— o alguna estupidez que me venga a la cabeza. Tenía doce que esperábamos de un niño como yo.
Lo que no sabía era que:
A. Ese libro de hojas caras sería la cruz de mi existencia.
B. El libro estaría vacío durante mucho tiempo lo que...
C. Hacía que mamá —ella no me lo dijo literalmente— me considere un idiota, al igual que Ágata —ella si me lo dijo literalmente—.
Hablando de Ágata, aparte de que sea mi hermana, fue ese elemento especial —que de especial no tiene nada— que desencadenó todo.
Y por todo, está vez, sí me refiero al día en el que la tortura inicia.
La alarma de mi celular me levantó del cálido sueño en el que estaba, aunque aún seguía medio dormido me di cuenta que jamás puse la alarma por el hecho de que era sábado.
¿Quién diablos va a poner una alarma en sábado?
Busqué mi celular entre los cojines de la sala de estar, que apenas y eran dos, no me doy el lujo de comprar cojines, vamos, que tonto sería gastar dinero en eso. Me había quedado dormido en el sofá —que carece de cojines— como siempre.
Al encontrar mi celular leí el identificador de llamadas.
"Ágata Lewis"
Era nadie más y nadie menos que el "elemento especial" o como prefiero llamarla, la ogra de mi hermana. Dejé mi celular a un lado y volví a hundir mi cabeza en la almohada.
La satisfacción de poder dormir no me dura más de un minuto gracias a que mi celular vuelve a sonar.
—¡Agh! —Me quejé resignado. Tomé el celular volviendo a leer el identificador y contesté la llamada.
Cada vez que Ágata me llamaba no era para nada bueno, empezando porque la mujer es más complicada que el álgebra de Baldor. Hablo en serio.
—Ágata —saludé sentándome en el sofá donde estaba dormido y pasando una mano por mi cara como para despertarme aunque si vamos a ser realistas eso no te despertaba.
—Gustave, te he estado llamando —avisó como si no lo supiera. En serio para mí mi hermana era un total fastidio.
—¿Por qué llamas tan pronto? —Me puse de pie y empecé a caminar esquivando una que otra cosa que estaba tirada en el piso de mi departamento.
—¿Sabes qué hora es? Son las once de la mañana...
—Lo sé, es pronto aún.
—¿Pronto? —Suelta una carcajada—. Pronto es a las siete a.m. —Claro pues esta chica aprovecha la luz del sol al máximo—. Casi es medio día y tú sigues en la cama.
—Me has llamado para hablarme de la hora, te lo agradezco en serio.
—Te he llamado porque quiero que me abras la puerta.
—Ágata, no vivimos juntos, no tengo las llaves de tu casa. No mo-les-tes.
—Realmente eres tonto ¿no? Abre la puerta de tu departamento, estoy a fuera —Corté la llamada.
Maldije dentro de mí, caminé hasta la puerta de mi departamento, le quité los seguros y la abrí. Ágata estaba de pie frente a mí, vestida como siempre con sus tacones puntiagudos y sus faldas de anciana. Tenía un maldito problema con usar camisas blancas con faldas negras, cosa que la hacía parecer mesera, y cosa que ella no ha cambiado desde que fue a su primera entrevista de trabajo.
—No crees que es exagerado que me hayas llamado siete veces —Le dije mostrándole mi celular en donde estaba registrado todas las llamadas que no contesté.
—Me tienes en tus contactos como Ágata Lewis —gruñó mirando mi celular.
La miré con los ojos entrecerrados, se queja de absolutamente todo sin excepción.
—¿Cómo quieres que te guarde en mis contactos? ¿Cómo Kim Kardashian? ¿O Meghan Fox? —ironicé y ella hizo una mueca mirándome mal.
—Yo te tengo como Gus no como Gustave Lewis —confesó—. ¿Notas la diferencia?
—No, no lo hago —Me giré y caminé por la sala de estar, Ágata se quedó de pie en la puerta examinándolo todo—. ¿Vas a entrar o te vas a quedar plantada ahí?
Ágata entró con una cara de horror, sus tacones resuenan contra el piso, se giró y cerró la puerta, esquivó un par de zapatos de los tantos que estaban en el piso, pateó una camiseta y me mira molesta. Ahí va la cuenta regresiva, 5. 4. 3. 2. 1.
—¿No has pensado arreglar esta pocilga? —¡Bum! Soltó la primera bomba contra mí y mi casa.
—Está arreglada —Le dije, quité la caja de pizza que estaba en el sofá—. Siéntate, ve algo de TV y deja de mirarme así —pedí, ella tomó asiento en el pequeño lugar que había en el sofá, prendí la TV y en la pantalla apareció alguna serie que luego reconocí, era Modern Family.
Fui a la cocina, tenía un poco de sed así que saqué el jugo que estaba en la nevera, volví a la sala de estar rápido sino Ágata se enojaría. Abrí el jugo y tomé un sorbo.
—¿Acaso no tienes vasos? —indagó molesta. ¡Bum! Segunda bomba. Lo hacía tan seguido que al paso que íbamos se iniciaría una tercera guerra mundial.
Pongo los ojos en blanco y cierro la botella de jugo.
—¡Deja de juzgar todo lo que hago! —grité volviendo a la cocina, ella vino tras de mí—. ¿Has venido solo para criticar? Pues tu trabajo está hecho.
—Te quería visitar y desayunar contigo, Gustave —dice ella abriendo mi nevera donde obviamente no iba a encontrar nada útil.
—Hay pizza ¿La quieres? —pregunté. Ella asiente resignada. Voy por la caja, saqué los pedazos que sobraban y los metí al horno microondas.
Un par de minutos después estábamos en mi mesa comiendo la pizza calentada.
Ágata tiene una obsesión con la comida saludable, por ende es muy extraño que haya aceptado. Claro está, se la paso con servilletas absorbiendo la grasa de la pizza.
—Si te la pasas poniendo servilletas no vas a terminar nunca —Le digo dando un mordisco a la rebanada.
—Si no hago esto no podré comerla porque...
—Te inflara como Big Mamma. Ya lo sé.
Asiente con la cabeza llevándose por fin la rebanada a la boca. Recuerdo cuando vivíamos con mamá, ella tenía dieciocho y yo catorce, Ágata se la pasaba en huelgas contra el consumo de carne, también armó una revolución contra KFC, con el único argumento de que KFC tortura a los pollos para comerlos. Mamá se sentía orgullosa de mi hermana porque ella también era una revolucionaria así que era fantástico que su hija siga los mismos pasos.
Odiaba cuando ella cocinaba porque comíamos basura baja en grasa y sin carne, solo lechuga y tomate, comíamos la comida que come mi comida. Ágata era vegetariana, como dije ¡era! La tentación le ganó, ya que un día la encontramos devorando un bote entero de presas de KFC.
—Te he estado llamando, durante la semana a tu trabajo ¿No has ido? —preguntó rompiendo el silencio.
—Claro que he ido, solo que he ignorado todas tus llamadas —Ella me miró molesta y yo solté una carcajada.
—Me puedo estar muriendo y tú nunca me coges el teléfono.
—¿Te estás muriendo? —pregunté y ella negó con la cabeza—. Entonces no te quejes.
—Es una suposición —dijo poniendo los ojos en blanco—. En fin, irás este sábado al cumpleaños de Gus ¿verdad?
—Mi cumpleaños no es este sábado —contesté sin mirarla solo concentrado en mi plato.
—Sabes bien de quien hablo.
Claro que lo sabía, Gustave es el hijo de mi papá con otra mujer. El mocoso infeliz era una de las personas que encabezaba la lista de cosas que más odio, era tan cretino e idiota con a penas diez años, y lo peor de todo es que mi padre se atrevió a llamarlo igual que a mí.
—¿Tú irás? —pregunté restándole importancia.
—Claro que sí, es nuestro hermano —respondió cosa que en serio me hizo reír.
—No, tú eres mi hermana, yo soy tu hermano, él es un simple enano que no hace más que joder la vida —dije molesto—. ¿Sabes? tampoco quiero ver a papá y a su zorra.
Ella me golpea fuerte haciéndome gemir y llevarme una mano a la cabeza.
—¡No seas grosero! —grita—. Gustave no tiene la culpa de nada, y Paola no es ninguna zorra. Ellos no son malas personas a diferencia de que tú siempre pasas a la ofensiva.
—Di lo que quieras, no iré —Me alcé de hombros, Ágata empezó a hablar diciéndome que soy un idiota por no ir, que Gus no tiene la culpa, otra vez, y cosas así—. Ya dejemos ese tema, y a ti ¿cómo te ha ido?
—De lo peor —confesó ella llevándose un pedazo a la boca.
—¿De lo peor? Siempre dices eso y todo está espectacular.
—Hace una semana una mocosa universitaria fue a hacer una especie de investigación al bufé de abogados en donde trabajo —Me empezó a contar—. La desgraciada empezó a llevarme la contraria en todo, me avergonzó frente a todos. Me sentí tan humillada.
—¡Wow Ágata! Parece cuento de terror.
Me levanté llevando mi plato al lavador, Ágata terminó de comer y se paró junto a mí depositando su plato en el lavador.
—Oye, ¿No he visto a Camille? Me agrada esa chica. Ha sido una de tus únicas novias que me ha caído bien.
—La dejé —dije como si nada.
—¿Terminaste con ella? —Asentí con la cabeza—. ¿Por qué? —No respondí solo me alcé de hombros—. No te creo.
La miré mal y ella negó con la cabeza.
—¿Por qué no la he visto últimamente? Quiero la verdad.
—No terminamos, solo hay problemas nada más.
—Ya es normal que lo eches a perder —dice.
¿Lo notan? En ese momento, con solo esas palabras, ella insinúa lo mal que voy siempre, cosa de lo que estoy consciente y en si me molesta que me lo recuerde.
—Quiero que me digas que fue lo que pasó —asentí desinteresadamente, ni siquiera se me venía alguna idea de lo que podía decirle sobre eso, porque la verdad no me convenía en lo absoluto y con lo que conozco a mi hermana sé que terminará haciendo un gran escándalo.
—Antes que nada hay algo importante que quería decirte —avisa sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué quieres? Te aviso que no tengo dinero.
—No, Gus, es algo serio —dice un poco triste cosa que sí o sí me preocupó—. Es mamá.
—¿Qué sucedió? ¿Está bien?
—Eso espero.
N/A
Yeiii primer capítulo. Espero que les guste y sigan leyendo ❤❤
-C.B.
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