ÚLTIMO CAPÍTULO. 25- Daños colaterales.
«Después de alcanzar el océano, Zeus siguió volando cada vez más lejos del continente. En medio de las aguas negras y profundas, se extendía una gran isla de acantilados blancos».
Zeus conquista el Olimpo, de Marcos Jaén Sánchez[*].
Unas nubes esponjosas, blancas y límpidas —como ajuar de recién nacido— se apiñaban alrededor de Da Mo. Mientras las traspasaba a la máxima velocidad por momentos le recordaban al algodón de azúcar que los niños devoraban en las ferias, en los centros comerciales y en los parques, pues eran tan suaves y ligeras como esta golosina. Flotaba en dirección al punto de reunión que su superior había programado para la audiencia.
En esta ocasión lo citó en su morada de verano. Se trataba de un punto de la atmósfera que se hallaba resguardado de las rutas de los aviones comerciales. En otras oportunidades, en cambio, reclamaba su presencia en el Asgard —la región alta del cielo— y debía llegar hasta el centro del disco después de una larga caminata por encima del arcoíris. A veces solicitaba su ayuda desde la mansión de cristal que Hefesto le había construido en la cima del monte Olimpo, al que también conocían con el nombre de «El Luminoso» por estar repleto de brillantes palacios de oro y ser el más alto de Grecia.
Pero cuanto más disfrutaba el monje era cuando lo convocaba desde algún planeta o desde alguna estrella invisible para los terrícolas, pues hacía estos trayectos a velocidad mental —que era muy superior a la de la luz— y por el camino veía como la vida surgía a lo largo y a lo ancho del Universo. Lo alegraba porque esta eclosión hacía imprescindible que reclutara nuevos colaboradores para que se sumasen a la tarea. Y el nacimiento de ángeles siempre era un acontecimiento que celebrar.
Superó un espeso cumulonimbo que despedía fogonazos a diestro y siniestro. Y, detrás de él, lo recibió su jefe con gesto de preocupación. Aspiró hondo y con gran placer. Su aroma a regaliz siempre le incrementaba la intuición y le estimulaba la mente.
—¡Bienvenido, Da Mo! Te esperaba con impaciencia... Comprenderás, amigo mío, que este desaguisado hay que solucionarlo ahora mismo —decretó Dios sin perder ni un segundo en prolegómenos, detalle que evidenciaba la urgencia del tema en cuestión—. Es necesario reestablecer la línea temporal a la mayor brevedad.
—Sí, lo entiendo —coincidió el arcángel Da Mo, y, con humildad, se le postró a los pies—. A veces nuestra chica se deja llevar demasiado por el entusiasmo. Todavía es muy joven, ya aprenderá.
—¿Llamas a esto entusiasmo? —Y Dios señaló con el índice la isla rodeada de acantilados que parecían inexpugnables—. ¡Si se ha cargado Inglaterra, la Commonwealth, y, por qué no decirlo, oriente y occidente al completo! ¡Ahora todos se pasean desnudos como yo los traje al mundo! Y el alma de Tutankamón se ha quedado aprisionada en un agujero negro.
—Esta vez tú también te has dejado enredar, la ayudaste cuando fue al Oráculo de Siwa —le recordó con el reflejo de una sonrisa en la mirada en tanto se levantaba.
—¿Cómo no ayudarla? —Largó una carcajada y esta provocó que el fogonazo de una descarga eléctrica partiese hacia los terrícolas; poco después, un trueno retumbó como si fuese el eco de la conversación—. Si no la auxiliábamos la hubiéramos tenido varada en el pasado durante más de dos mil años. Y no podíamos prescindir de su ayuda en el presente, todas las manos hacen falta. Gerberga y el resto de las brujas hechizaron la moneda para traerla de regreso, sospechaban lo que programaba nuestro enemigo con Danielle, pero sus planes se torcieron a la hora de hacérsela llegar. No estaba previsto que el pérfido Octavio se la robase a la hechicera ni que se la entregara momentáneamente a la vestal para luego apropiársela. Había que orientar a nuestra chica hacia la moneda. Y a los hombres de Marco Antonio hacia Octavio para que se la quitasen. ¡Pero los planes se descontrolaron! Se suponía que el general y Cleopatra no debían hacerlo prisionero de por vida. Ni conquistar Roma. ¡Para que luego digan que yo lo decido todo y que mis criaturas no tienen libre albedrío!
Efectuó una pausa y meditó unos segundos. El monje tuvo reparos en responsabilizarlo también por este lío, así que se calló. Su jefe en ocasiones actuaba misterioso y no le permitía acceder a toda la información. Porque, ¿no hubiese sido más sencillo que él en persona hubiera ido a rescatar a su discípula y a sus acompañantes?
Dios enfocó la vista en el lado opuesto al arcángel y prosiguió:
—Satanás no puede poseerlos ni causarles daño después de que Danielle lo poseyó a él. Las reglas entre el Bien y el Mal son muy claras en este sentido. Pero el maligno encontró la manera de causarles problemas al enviarlos a la antigüedad. Se valió de Isfet y de Apofis. Se mezcló con esa gentuza para ir contra Maat y contra nuestra protegida y los suyos. Todas las fuerzas oscuras que habitan en el Duat y en las tinieblas estuvieron dispuestas a seguirlo... Disculpa, querido amigo Da Mo, por eso no te envié, debía intervenir directamente. —Sin duda le había leído los pensamientos—. En fin, es lo mismo de siempre. Nos hace cosquillas, luego se las hacemos nosotros y así seguimos hasta el infinito.
Permaneció callado un par de minutos —cavilaba a toda potencia— y a continuación rompió el silencio para ordenarle:
—Deshazte de la hoja de los errores que le entregó Cleo a Marco Antonio, no sea que se nos cuele de nuevo y que tengamos que trabajar en el mismo asunto por partida triple —rumió en sus reflexiones durante un minúsculo lapso y luego agregó—: Y bórrales a todos la memoria, es necesario que la humanidad se olvide de este fallo.
—¿A todos? —lo interrogó el shaolin, extrañado—. ¿A ellos también?
—No, mi querido amigo, a ellos no —negó con la cabeza y generó una fuerte brisa; Da Mo se afirmó con todas las fuerzas sobre la nube para no salir disparado hacia las antípodas—. No podemos mantenerlos en la ignorancia, es una lección que deben aprender para madurar. Y bastante dejan de lado al volver a la realidad. No te olvides de que el combate contra Satanás no ha terminado y le daríamos más armas a nuestro enemigo.
Movió la mano con cuidado para no causar un huracán a los humanos. Y un holograma gigantesco surgió de la nada.
—Por favor, amigo, acomódate aquí. —Le hizo un sitio en el trono gaseoso y el monje lo obedeció enseguida.
—Antes de seguir te advierto que esta información es materia reservada. Y, por tanto, estrictamente confidencial. Solo entre tú y yo, nada de mencionárselo a Anthony. —Volvió a mover el brazo: como si fuese una cinta de película las imágenes pasaron una detrás de la otra sin interrupción—. Esta vida estuvo a un tris de ser la definitiva. De hecho, hubo dos vidas en un instante. Y, luego, nuestra chica se decidió por la actual... Quiero que veamos ahora, juntos, la que quedó atrás.
—¡Lo siento, hijo, pero yo me quedo aquí! Este es mi lugar. ¡Soy viejo y no puedo abandonar a mi amada Cleopatra! —Los ojos del empresario Duncan Rockrise brillaban igual que los diamantes a la luz del sol—. ¿Cómo ser capaz de dejarla llorar desconsolada? ¡Si me quedo le proporcionaré alegría y esta será la finalidad de lo que me queda de vida!
Fueron testigos de cómo Danielle primero soltaba la mano derecha de la moneda en la que la figura de San Jorge —en el anverso— y la del dragón —en el reverso— los guiaban hacia el futuro. Ambos supieron, aunque no le leyesen el pensamiento porque para ellos era evidente, que Willem se disponía a hacer lo mismo que la chica, fuera cual fuese su decisión.
—¡Lo siento yo también, amigos! —gritaba la médium con el alma en un puño—. ¡Decidle a los trillizos y a mi abuela que nunca los olvidaré! ¡Por favor, decidles a todos que los quiero, pero que me quedo aquí con Will! ¡Los volveré a ver dentro de dos milenios si todo sale bien! ¡Recordadles que soy inmortal!
Y, como si estuviesen sincronizados, soltaban el translador en la misma fracción de segundo.
—¡Qué emotivo! —Dios, conmovido, puso stop en el holograma y se secó las lágrimas; sin que lo advirtiera se le escurrieron un par de gotas que, al caer, se convirtieron en fina lluvia que abajo regó los rosales, las acacias, los pinos, los eucaliptos y el resto de la vegetación.
—¡Cuánto sentimiento! —concordó Da Mo, también estremecido—. ¡Nunca he visto un amor tan incondicional!
Pese a que su entrenamiento le permitía liberarse de las emociones con facilidad, en esta ocasión le resultaba complicado quitarse el nudo que se le había formado en la garganta porque quería mucho a su discípula.
—Lo pasaré más rápido —le explicó el superior.
Y vieron cómo Marco Antonio y Cleopatra recibían a la pareja, felices de contar con ellos en Egipto. Luego fueron testigos de cómo convivían del mismo modo que cualquier matrimonio alejandrino más. Se relacionaban con las fieles amistades que habían hecho durante los meses previos. Tiempo después el vientre de Danielle se hinchaba y con la ayuda de Willem y de una comadrona daba a luz a una niña de pelusa rubia.
—¿Cómo la llamamos, mi vida? —le preguntaba el hombre, pletórico, aunque se notaba que recordaba con nostalgia a los trillizos.
—¿Qué te parece Ágape? —lo consultaba ella, agotada, pero feliz—. En griego significa amor incondicional, que es el que sentimos nosotros el uno por el otro. Por eso nos hemos quedado aquí. ¡Y esta hermosura es el resultado!
Al monje lo sorprendió la calma con la que la pareja asumía su destino. Se notaba que estaban en paz con la vida y con las decisiones tomadas, nada chirriaba. Cuando la crecida del Nilo no era la adecuada veían que Danielle quitaba o ponía nubes, con lo que el pueblo egipcio jamás pasaba hambre. La adoraban y habían llegado a confundirla con la diosa Isis. Y los embarazos se sucedían uno detrás del otro. Los hijos de ambos —todos rubios y de ojos azules— se amontonaban como las uvas dentro de un racimo. Y, lo más importante, crecían amparados por el profundo amor de los padres.
Pero el tiempo era implacable. La progenie se convertía en hombres y en mujeres adultos, Willem envejecía, la espalda se le encovaba y la piel se le arrugaba más y más. Mientras, Danielle continuaba igual —joven y bella— y parecía la hija y la nieta de ellos.
—Hemos tenido una buena vida, mi amor. —El belga se despedía de la muchacha en su lecho de muerte; ella, desconsolada, intentaba controlar el llanto para no aumentar su pesar.
—Te amo, Will, con todo mi corazón. ¡Mucho más que antes, incluso! —Danielle besaba al anciano, que en esas fechas contaba con noventa años, como si para ella fuese el mismo joven fornido, musculoso y lozano que con una sola mirada ponía su mundo de cabeza—. ¿No puedes hacer fuerza y esperar unos años más?
Él se reía, a pesar del cansancio, y le pedía:
—Prométeme que te harás fuerte frente a las pérdidas, mi amor. —Y no mencionaba en voz alta que también los hijos tenían fecha de caducidad—. No estés triste, en el futuro volveremos a encontrarnos después de que nazca. Ten paciencia y no vayas antes. El momento perfecto fue cuando nos conocimos. Entraste en mi galería de arte de Brujas en misión para el MI6 y ya no tuve escapatoria.
El extremo cansancio no le permitió continuar. Y la médium le relató la historia de ambos como si le leyese un cuento —detalle a detalle— hasta que al alba el exmafioso expiró.
A estas alturas tanto Da Mo como Dios lloraban a lágrima viva. Ni siquiera se percataban del revuelo que les originaban a los mortales que residían abajo, quienes creían que la gota fría se había adelantado ese año.
—Jefe, no podemos hacerle esto a Danielle. —Da Mo puso palabras a lo que ambos pensaban—. Por ayudarnos con Taira no Masakado es inmortal y no debemos condenarla a una vida vacía y sin felicidad. ¿Por qué mejor no buscamos una solución que le alargue la vida a su familia también?
—Suena interesante —murmuró Él, pensativo—. Los trillizos tienen poderes, seguirán sus pasos. Además Will... Pero Willem la dejó con Nathan y se fue... No sé...
—Pero se comportó así por un gesto de generosidad. Pensó primero en el bien de los demás —alegó el monje—. Creo que podríamos...
—No sigas, sé lo que dirás. Ya reflexionaré si es conveniente hacerlos inmortales a todos —lo cortó con tono firme—. Primero arreglemos el lío histórico y luego analizaremos cómo se las apañan en el presente.
El shaolin no protestó. Ni le señaló a su jefe que el embrollo también había sido —en parte— obra suya.
—¿Y no podemos echar una mirada, así adelantamos acontecimientos? —le preguntó Da Mo con ansiedad.
—¡Ay, amigo mío, qué impaciente te me pones a veces! —Dios soltó una carcajada—. ¡Te prometo que los cuidaré! Y que ayudaré a Tutankamón para que viaje al verdadero futuro y que le haga compañía a nuestra chica.
[*] Página 52 de la obra ya mencionada.
En la vida alternativa Danielle es feliz en el Antiguo Egipto y pronto tiene una hija, Ágape.
https://youtu.be/FN22X8gsD1g
Zeus conquista el Olimpo, de Marcos Jaén Sánchez.RBA Coleccionables, S.A.U, 2017, España.
https://youtu.be/IGlAyHsfp2I
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