8- Las aguas del Nilo.

«¿Sería acaso pecado correr hacia la secreta morada de la muerte antes de que ella se atreva a visitarnos?»

Antonio y Cleopatra, William Shakespeare[1],

(Año 1564-1616).

—¡Remad, chicas, remad! —nos ordena Tutankamón, entusiasmado.

     Y contempla con una sonrisa satisfecha la indumentaria que nos ha ayudado a elegir entre la gran cantidad que amontonaba.

—Por tus bríos se nota a la legua que los milenios pasaron mientras estabas inmovilizado en tu tumba y que ahora tienes ganas de marcha —se burla Cleo—. ¿No crees que sería mejor que nos ayudases? ¡Así llegamos más rápido!

—¡¿Qué?! —chilla él, estupefacto—. No es una tarea adecuada para un faraón. Por algo llevo conmigo tantos shabtis, para que otros hagan el esfuerzo por mí.

—¿Y qué te piensas que soy yo, atontado? —le replica Cleopatra muy enfadada—. ¿Acaso no fui la última faraona de Egipto? Y aquí me ves, sudo como cualquiera.

—Sí, lo admito, pero eres mujer y yo voy por delante de ti —le explica el muchacho, convencido.

—¡De eso nada, so machista! —La reina pone los remos sobre el bote y lo señala con el índice—. Te enseñaré a remar ahora mismo. Y, como no empieces a trabajar prontito, te tiro dentro de las fauces de ese hipopótamo gigante que hay ahí. ¡De aquí no nos movemos hasta que aprendas!

     Y yo le creo, no se trata de una amenaza vana. Es capaz de retroceder hasta el Valle de los Reyes y de depositarlo de nuevo en su hipogeo de la montaña. Si no se olvida rápido del sexismo me temo que Tutankamón tiene poco recorrido con nosotras.

—¿Qué hago, Cleopatra? —Mueve la cabeza en dirección a los cocodrilos, que no nos despegan la vista de encima—. ¿Crees prudente que nos detengamos con ellos a punto de comernos?

—No hay problema, Dany puede controlarlos con solo mover el meñique. —La confianza de Cleo en mí es abrumadora—. Ningún animal se le resiste. ¡Ni siquiera el mafioso!

     Largo una carcajada. Intento no pensar en cómo el cuerpo de mi delincuente me llamaba a gritos mientras nos hallábamos en la playa. Y en cómo estuve a un tris de tirarlo sobre la arena y de hacerle el amor. Para distraerme me acomodo el pelo que la brisa cálida no se cansa de desacomodar.

     Después continúo con la conversación:

—¡Mucha fe tienes en mí, amiga! Nunca lo he intentado con estos bichejos.

—Pues esta es una excelente ocasión para probarlo, mi querida Dany. —Abre los brazos como para abarcar las dos márgenes del Nilo—. No se ve mucha gente por aquí a esta hora.

—Tienes razón, Cleo. —Me acomodo sobre la barca y cruzo las piernas en posición de loto—. Así les pido que nos abran una pasarela para no tener que zigzaguear entre ellos. Llegaríamos mucho más rápido a El Cairo y a Guiza. A Menfis, digo.

     Bajo los párpados y respiro pausada. Me concentro en el aroma sugerente del lino, en el de los lotos blancos y azules. En el armonioso perfume de los matorrales que componen las cañas de papiro y en el tacto de sus hojas largas y angostas. En la contundencia de la fragancia de las distintas variedades de acacias de la ribera que, mezcladas con la de la tierra negra de la crecida, son para mí sinónimos de vida. Me recreo en las pequeñas partículas olorosas de los lirios, de los iris, de los mirtos y de los juncos. Por un momento —ante tal variedad— intuyo que los dioses egipcios se han unido en alguna especie de ceremonial y mis fosas nasales se dilatan más para disfrutar al máximo con la variedad de la Naturaleza.

     Imagino que soy una diminuta burbuja y que me abro camino entre medio de las percas, de los siluros, de los lates, de las lisas. Y que paso cerca de las anguilas, que se enroscan y se desenroscan como si fueran serpientes. Veo —uno a uno— los cocodrilos del Nilo. Mueven los ciclópeos cuerpos dentro del agua con la gracia de las bailarinas de ballet. Mientras, los hipopótamos flotan y abren las fauces. Pese a ser vegetarianos son los responsables del mayor número de muertes humanas. Pero, aun así, no les temo. Me hallo convencida de que responderán a mi llamado igual que los tiburones blancos, que las orcas y que los delfines porque en este preciso instante soy el Nilo. Me siento caudalosa, larga y sinuosa como este río.

     Levanto los párpados. Todos los hipopótamos y los cocodrilos han emergido a la superficie y clavan en mí las miradas. ¡Parecen hipnotizados! No se mueven de los sitios, como si esperasen mis órdenes. Por el rabillo del ojo observo que Tutankamón ha abierto tanto la boca que corre peligro de que uno de los ibis despliegue las alas y aterrice allí para anidar.

     «Por favor, colegas», pienso en silencio y utilizo mi radiante energía, «hagan una ruta para nosotros y permitan que lleguemos más pronto a nuestro destino». Lo comprenden porque de inmediato se separan en dos grupos. Uno a izquierda y otro a derecha, como si hubiesen construido entre ellos una carretera.

—¡Gracias, amores! —Los saludo con ambas manos.

—Ahora viene la lección, pequeñín. —Cleo abre los brazos y contempla con firmeza a Tutankamón—. O aprendes o te vas al agua con ellos. ¡Te espabilaré sí o sí! ¡Y ya verás que más adelante me lo agradecerás!

     Es una suerte que el curso intensivo de mi compañera pronto dé frutos. Media hora después los tres avanzamos a la máxima velocidad en nuestra barca de madera ensamblada.

     Para seros sincera, no deseo ser dura con el joven faraón porque le estoy muy agradecida. Por su amabilidad vestimos de modo adecuado y calzamos unas sandalias de cuero muy cómodas, perfectas para este clima. De no ser por Tutankamón seguiríamos a la deriva y sin ninguna opción para regresar al presente. Porque cuando me desperté del sueño —en su tumba— me froté los ojos con fuerza y me disculpé.

—Lo siento, no he podido soñar ni contactar con mi abuela. —Me senté en el suelo abarrotado del hipogeo y bajé los hombros en gesto de derrota, me sentía culpable—. ¡Ha sido un fracaso total!

—¡Al contrario, ha resultado un éxito rotundo! —El faraón daba saltitos de un lado a otro de la cámara funeraria.

     Por fortuna era un fantasma y traspasaba los objetos, de lo contrario Cleo y yo hubiésemos quedado sepultadas entre los cachivaches.

—¿Es posible que haya soñado y que no recuerde nada? —pregunté en voz alta, más para mí misma que para ellos—. Sé que al dormirme visualizaba a mi abuela y que intentaba contactar con ella de la misma forma en la que me comunico con los animales. ¡Pero soy incapaz de recordar un simple sueño!

—No solo has soñado, sino que hemos quedado con tu abuela en encontrarnos dentro de diez días a las seis de la tarde en la cámara del faraón de la Pirámide de Keops. —Tutankamón efectuó una reverencia al estilo de los actores antes de que caiga el telón y Cleo y yo lo aplaudimos con ganas, felices—. Una señora muy maja lady Helen, me haría ilusión conocerla también en la realidad —y luego, con la mirada nublada, agregó—: ¡Lástima que no me pueda ver!

—¡Por supuesto que te verá, tú vendrás con nosotras! —y luego le expliqué—: Ella puede ver a los espíritus, podrás hablar y te responderá en la vida real. —Sin embargo, me entristecí al recordar nuestro principal problema.

—Cleo, ¿cómo podremos comunicarnos si nosotras estamos en el pasado y ellos en el futuro? —Jugué con mi cabellera, como siempre que las dudas me reconcomen—. ¡Dios mío, seguiremos atrapadas aquí!

—No te preocupes. —Tutankamón me acarició la cabeza y los pelos rompieron la ley de la gravedad, parecía que asistía a una convención punk—. Las pirámides son escaleras que nos conectan con los dioses y con otras dimensiones o planos de la existencia. ¡Estoy convencido de que hablarás con tu gente! Si hay un sitio mágico es justo ese.

     Pero yo no tenía la misma seguridad que él, a pesar de que en mis anteriores viajes a Egipto había sentido que la energía de la construcción me hacía vibrar cada poro de la piel. Más sencillo que mis dudas fue robar una embarcación de tamaño mediano y emprender el rumbo hacia el norte por el Nilo.

     Tardaríamos días en llegar hasta Menfis. Así que aprovechamos para rumiar qué mensaje habían querido comunicarnos al dejarnos el collar del escarabajo y la barca ceremonial. Con respecto al primero los tres coincidíamos en nuestra primera conclusión, que se trataba de una referencia clara a la muerte y a la resurrección de Cleopatra y tal vez también a la mía. En relación con el segundo, nuestras interpretaciones discurrían por caminos dispares.

     Yo creía que tal vez quisieran llamarnos la atención sobre los primeros días del reinado de mi amiga, pues ella aprovechó que el toro Bujis[2] había muerto poco antes para navegar desde Alejandría hasta Tebas y llevar uno nuevo para su consagración.

—¡Qué hermoso fue participar en la ceremonia! Ver al toro ahí, magnífico, engalanado con lapislázuli y con oro —se emocionó Cleo cuando se lo participé—. Era la primera de la Dinastía Ptolemaica que se había tomado la molestia de seguir las costumbres egipcias y no solo las griegas. Mi padre había fallecido hacía muy poco y con los funcionarios y con los sacerdotes allí en el templo me sentí protegida por los humanos y por los dioses. En Tebas, mientras me rendían homenaje, fue la primera ocasión en la que interioricé que era la reina del Alto y del Bajo Egipto. Había ido sola, sin mi molesto marido y hermano. Se suponía que compartía el trono conmigo, pero sabía que no podía confiar en ningún miembro de mi familia. ¡Y luego sus actos demostraron que yo tenía toda la razón del mundo!

     Pensativa, efectuó una pausa y después añadió:

—Pero si me tengo que inclinar por algún significado oculto, creo que la barca se refiere al viaje que hice con Julio César por el Nilo cuando me devolvió al trono, después de la traición de mi hermano Ptolomeo.

     Dejó de hablar y se concentró en infundirle la fuerza precisa a los remos. Quizá porque reflexionar hacía que su alma se desgarrase. ¿O tal vez porque las elecciones no habían sido las más acertadas? O puede que porque ahora estábamos más cerca en el tiempo.

—Pese a lo negativo que dijeron los escritores y los historiadores romanos acerca de Julio César y de mí, él fue mi amor de juventud. Admiraba su valentía, su energía, su caballerosidad —nos confesó con la mirada puesta en la distancia, como si el general estuviese al final del brazo del río—. Después de que Ptolomeo le entregó la cabeza de Pompeyo, su rival, comprendió que jamás podría confiar en mi hermano ni en los hombres que tan mal lo aconsejaban. Por eso Julio César ordenó que Ptolomeo y yo nos reuniésemos donde él se había instalado, en la zona de los Palacios y cerca de los astilleros.

     Volvió a interrumpirse y aproveché para comentarle:

—Lo sé por los libros de Historia, pero desearía escuchar la verdad de tus labios. ¡Es extraño que nunca te lo haya preguntado!

—Normal, mi querida Dany, nuestras vidas en el presente están repletas de aventuras. —Sonrió con amplitud—. Julio César se tomó muy en serio la tarea de resolver el conflicto. Egipto tenía una enorme deuda con Roma gracias a que los romanos devolvieron a mi padre al poder. Al principio era lo único que lo acercaba a mí, el dinero y mantener la paz, aunque después de la traición a Pompeyo se inclinaba más porque fuese una provincia romana. La convocatoria, si no ponía el máximo cuidado, significaba para mí una condena de muerte. El ejército fiel a mi hermano y la guardia de la frontera y de palacio no dudaría en asesinarme de tener la oportunidad. Para eludir este peligro y las marismas fui por el Nilo con mis hombres hasta Menfis desde el Sinaí, donde me encontraba acampada con mi propio ejército. Era una guerra civil en toda regla, Dany.

     Respiró hondo y enfocó la vista en Tutankamón y en mí. Él, fascinado, no se animaba a pronunciar palabra para que Cleo continuara con el relato. Y eso a pesar de que en su familia también existían historias apasionantes, no en vano a su padre la siguiente dinastía lo había borrado de la genealogía y muchos egiptólogos lo llamaban El faraón hereje.

      Hice lo mismo que Tutankamón. Me concentré solo en Cleo. Al escucharla el mundo se detenía y no pensábamos en el esfuerzo que realizábamos al remar.

—Mientras yo me dirigía hacia Julio César, a él no se lo ponían fácil en el palacio. Potinos, que se suponía servía de enlace entre Ptolomeo y los romanos, al mismo tiempo socavaba su poder. —Inhaló y exhaló el aire como si con ello se liberase de la carga de los acontecimientos históricos—. Les daba grano putrefacto a los romanos como comida mientras a los alejandrinos cercanos a mi hermano les hacía servir los alimentos en cerámica de mala calidad y les explicaba que Julio César y los suyos lo habían robado todo. Mentía a unos y a otros, los enfrentaba, hacía que se odiasen. Mientras esto sucedía en Alejandría mis hombres y yo llegamos a la caída de la noche, en un pequeño bote, al puerto oriental. Apolodoro, mi criado siciliano, me introdujo en un fardo de cuero, en medio de envoltorios de ropa. Era una de las pocas personas en las que confiaba, antes que traicionarme dejaría que lo matasen de la peor manera. Me cargó al hombro y entró en el palacio, justo en las habitaciones de Julio César. Al escuchar que estaba ahí salí de mi escondrijo y me presenté ante él. Solo vestía mi túnica blanca transparente y la diadema, también blanca, que señalaba mi rango. ¡Fue un flechazo para los dos! Y eso que la diferencia de edad entre ambos era enorme, él tenía cincuenta y dos años. Era mi sugar daddy... Pero al lado de lo que siento por Christopher nada de mi pasado se compara. Mi marido es el amor total, único en su especie.

—Y desde ahí hasta que él se vio obligado a partir fuiste uña y carne, ¿verdad? —La apuré con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Vaya pataleta tuvo al día siguiente tu hermano! Después de esa noche te le habías adelantado para siempre.

—¡Sí, así fue! —Largó una carcajada—. Salió a la calle, se arrancó la diadema de la cabeza delante de los alejandrinos y saltó sobre ella. Les dijo que yo los había traicionado con el romano e hizo que la turba fuese contra nosotros.

—Y luego Julio César lo detuvo y Ptolomeo fingió que se reconciliaban, mientras ponía en movimiento su ejército contra todos vosotros. —Dejé los remos y le propiné una palmadita en el brazo; Tutankamón me imitó y la cabellera de mi amiga se elevó—. ¡Vaya familia! No entiendo cómo no recordaban lo que le sucedió a Auletes[3], tu padre. O estabas con Roma o contra Roma, no había término medio. Las legiones eran imparables, Egipto jamás hubiera podido hacerles frente.

—Sí, ¡vaya familia! —Movió de arriba abajo la cabeza y volvió a poner en funcionamiento los remos—. Tenía que cuidarme más de ellos que de los enemigos. Julio César podría haberme hecho prisionera, pero Ptolomeo me hubiese matado. Arsinoe, mi hermana, se escapó y aprovechó para hacerse coronar reina de Egipto por el pueblo de Alejandría. No fue tan negativo porque empezaron los rifirrafes entre ella y Ptolomeo por el poder... Y gracias a Julio César finalmente volví a reinar.

—Y Julio César también estuvo en peligro. Aquilas, el comandante de Ptolomeo, y Potino mandaron que lo envenenaran, ¿no es cierto? —le pregunté, sentía que vivía con ella el pasado.

—Sí, tuvo suerte de que su barbero se enterase del plan y que le advirtiera —aportó mi amiga—. Solo después de muchas traiciones y de inconvenientes variados vencimos a mi hermano, que se ahogó al luchar contra nosotros. Y mi otro hermano Ptolomeo[4], de doce años, ocupó su lugar como cónyuge mío. —Permaneció callada durante un par de minutos sin que nadie dijese nada—. Por eso creo que la barca se refiere a mi viaje con Julio César por el Nilo. —Mi amiga puso énfasis en las palabras—. El collar del escarabajo llama la atención sobre mi muerte y mi renacimiento, mientras que la barca recuerda mi primer momento de felicidad, cuando Julio César y yo remontábamos el río Nilo. La dicha me embargaba porque sabía que en mi vientre anidaba nuestro hijo, que fue luego conocido por su apodo, Cesarión... Era un viaje de placer, y, al mismo tiempo, les mostraba a mis súbditos que a partir de ahí quien se enfrentara a mí también se enfrentaría a Roma. Significaba un orgullo, además, mostrarle a mi amante la magnificencia de mi tierra, la belleza que ocultaba hasta en el más pequeño escondrijo.

—No sé si estoy de acuerdo con vosotras, chicas —nos interrumpe Tutankamón—. Creo que la barca se refiere a la travesía que ahora hacemos. El fin, la muerte; el principio de algo nuevo, el viaje. ¿No os parece que la persona que os hizo venir aquí, también os decía cómo debíais moveros a lo largo y a lo ancho de Egipto?

     Las dos lo contemplamos anonadadas y yo, sin importarme quedar a lo punk, lo abracé mientras pronunciaba:

—¡Lo mejor que hemos hecho ha sido traerte, nos proporcionas una nueva visión del problema! Porque si tienes razón, además de estar frente a alguien que puede manejar a voluntad la línea del tiempo, se trata de un ser que espera algo en concreto de nosotras. Sería una relación más personal con Cleo y conmigo y no tan centrada en el secuestro de los Rockrise. La desaparición de ellos, entonces, sería el primer acto de una obra de teatro. Da Mo tiene este tipo de poder, pero está de nuestro lado, somos sus colaboradoras y nos quiere. ¿Quién más podría hacer algo así?

—Solo se me ocurre un enemigo con un poder de esta índole. —Cleopatra volvió a dejar de remar y se puso muy seria—. ¡Satanás!

—El poder sí que lo tiene, estoy de acuerdo contigo. Y está enfadado porque lo vencimos —Dudaba un poco, se suponía que no podía hacerme daño porque le había ganado el combate—. ¿Pero qué sentido podría tener para el fantasma que se cree Satanás traernos al Antiguo Egipto?

—Di mejor Satanás a secas, yo no tengo ninguna duda de que es el Señor del Mal, el mismísimo Diablo. —Ella se estremeció—. Y lo que pretende de tan obvio es hasta simple: ¡dejarnos varadas en el pasado y que no podamos regresar para hacer el bien en el presente! No puede matarnos, pero sí fastidiarnos la vida.

—Estoy segura de que al final Da Mo y Anthony, junto con todos los miembros de nuestro ejército espectral, encontrarán la salida a este entuerto —y titubeo al preguntarle—: ¿Verdad que volveremos?

—¡Claro que sí, mi querida Dany! —Cleopatra disimuló las mismas dudas que me embargaban; había días, inclusive, en los que me resignaba a esta existencia anodina, privada de las comodidades de la modernidad—. Y nos llevaremos a Tutankamón con nosotras. ¡Te garantizo, jovencito, que jamás volverás a aburrirte!

—Os aseguro que mi ka  y mi mente trabajan a toda velocidad desde que os conocí. —Soltó una risa pronunciada—. Me anquilosaba en esa tumba, ¡poco faltaba para que me convirtiese en una estatua más!

     Entre los tres proseguimos con la tarea de reflexión mientras remábamos y nos alimentábamos de peces crudos. Y el día en el que arribamos a Menfis llega.

     Tutankamón se halla a los pies de la esfinge y nos comenta:

—Ra se le apareció en un sueño a mi bisabuelo paterno, Tutmosis, y le pidió que la desenterrara. Me alegro de que siga así y que sobresalga en el paisaje. Está tan hermosa como cuando él le quitó toda la arena que había alrededor. Creía que lo eligió porque sabía que su hermano mayor moriría y que terminaría siendo faraón. Y también porque pensaba que Ra era su verdadero padre.

     Y lo curioso es que gracias a otro sueño estamos aquí, pues esperamos cerca de la Gran Pirámide a que sean las seis de la tarde. Rezo para que nadie ni nada se interponga en nuestro camino. No hay tanta gente ahora como la habrá en el futuro. Por suerte tampoco vemos a la guardia.

     Cuando creo que todo saldrá genial desde mi espalda Cleo me toca el brazo y me advierte:

—¡Mira, Dany!

—¡No puede ser! —grita Tutankamón.

     Giro de inmediato. A lo lejos varios batallones se aproximan hacia el punto en el que nos hallamos.

—Es el ejército egipcio —me aclara Cleopatra—. Lo reconocería hasta con los ojos cerrados. Creo que nos han pillado.

—¡No puede ser, qué mala suerte! —me enfado y doy un golpe con el pie sobre el suelo, como los niños enfurruñados—. ¡Quiero saber de mis hijos y de mi familia! ¡¿Por qué tienen que interponerse?!

     Pronuncio estas palabras con rabia, y, ante nuestra sorpresa, el cielo se pone negro. Unos nubarrones oscuros como la noche aparecen de la nada y descargan con fuerza lluvia helada, al tiempo que el viento aúlla y nos enreda la ropa en el cuerpo.

—Aquí no llueve así, Dany, y menos en esta época del año. —Cleo se halla atónita—. Solo conozco a un ser que puede convocar a los fenómenos naturales y no es otro que Satanás.

—Y yo creo que acabamos de descubrir cuál es el nuevo poder al que se refería Nostradamus. —Mi voz tiene un matiz irónico porque al utilizarlo pretendo soslayar la extrañeza.

     Me he dado de bruces con las consecuencias de poseer al Enemigo de Dios. Pero no permito que la mente se distraiga con las reflexiones habituales sobre si es o no el Diablo. Creo que vosotros me comprenderéis si os confieso que esta nueva facultad me será muy útil en esta etapa, provenga de dónde provenga. Me queda por analizar cómo funciona, si bien parece que la ira la desencadena.

     De algo sí estoy segura. Contactaré hoy con los míos sí o sí, como que me llamo Danielle. Y, si es preciso, haré volar al ejército por el aire como si fuese partículas de arena o simples shabtis.


[1] Acto Cuarto, Escena Décimo Quinta. Página 108 de la edición de EDIMAT LIBROS, S.A, Ediciones y Distribuciones Mateos, año 2000, España.

[2] Animal sagrado que representaba a los dioses Montu y Ra. Era elegido por su genealogía entre toros blancos con cabeza negra. Tanto él como la madre vivían a cuerpo de rey, y, cuando morían, los momificaban.

[3] A Ptolomeo XII lo llamaban así, flautista. Le gustaba tocar este instrumento y hacía certámenes en palacio. Participaba en ellos, y, como era el faraón, siempre salía vencedor.

[4] Ptolomeo XIV fue más una tapadera que marido, pues Cleopatra era la amante de Julio César y con él compartía el lecho.


Danielle se comunica con los hipopótamos y con los cocodrilos.



Y Cleo intenta comunicarse con Tutankamón, pero su machismo le resulta insufrible.



Recuerdan la ceremonia del toro Bujis.



Y cómo Cleo se encontró por primera vez con Julio César. Su historia difiere de la clásica que nos contaron y que te muestro aquí.



Gracias al general consigue ser reina del Alto y del Bajo Egipto.


También nos hemos enterado del sueño del abuelo de Tutankamón relacionado con la esfinge.

https://youtu.be/0KSOMA3QBU0

1- Julio César: la grandeza del héroe, de Hans Oppermann. Ediciones Folio, S.A, 2004, España. 


2- Vidas paralelas. Alejandro-Julio César, de Plutarco. Espasa-Calpe Argentina S.A, Colección Austral, 1950, Argentina.



3- Cleopatra, de Elizabeth Benchley.Ediciones Folio, S.A, Biblioteca Egipto, 2006, Barcelona. 


https://youtu.be/8cTOsjISETg

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