3- El escarabajo.
«El hombre y la mujer han nacido para amarse, pero no para vivir juntos. Los amantes célebres de la historia vivieron siempre separados».
Noel Clarasó i Serrat
(1899-1985).
—Hola, Danielle, me complace encontrarte de nuevo. —El mafioso, cortés, se puso de pie enseguida; cada vez que la veía se sorprendía de que estuviera más hermosa, pese a que ahora conocía la razón mágica de tal milagro—. Y también es un gusto verte a ti, Cleopatra. ¡Bienvenidas a Melbourne!
Se encontraban en una de las cafeterías de moda del centro de la ciudad. Antes de llegar allí las dos chicas recorrieron los alrededores y disfrutaron con las construcciones victorianas de la época en la que se produjo la fiebre del oro en la zona.
—Muy bien, Will, y constato que tú también. —La médium, formal, se sentó en una de las cómodas sillas tapizadas en azul e intentó contener las palpitaciones del corazón, que se le había puesto a galopar.
—Hola, Willem. —La reina bajó y subió la cabeza en un gesto de reconocimiento.
—Antes que nada quería tranquilizarte personalmente —continuó Danielle y le propinó a su exnovio una palmadita en el brazo— porque, aunque me haya comprometido para esta misión, los trillizos están genial. Anthony, mi abuela y Nat se hacen cargo de ellos. Además, Chris —le echó un vistazo a Cleo para combatir el atractivo de su ex— se comprometió a pasar en casa todo el tiempo libre. Lo conocen desde que estuvieron con él en el yate y te aseguro que se le dan mejor que a mí a la hora de cambiarlos y de ponerles los biberones.
Efectuó una pausa, le sonrió, y, casi sin respirar con tanto monólogo, agregó:
—Se nota que te extrañan porque cuando te escuchan a través del teléfono están más felices y más risueños que nunca... Y quédate tranquilo, cuando regreses te los devolveremos al momento. Te juro que no tenemos intención de quedárnoslos —bromeó la joven, aunque se entreveía que en parte lo decía en serio para calmarlo—. Nuestra casa y nuestras vidas están patas para arriba. Y, si bien los queremos muchísimo, la custodia siempre la tendrás tú solo.
—¡Ay, Danielle, no me recuerdes mi conducta anterior! —le rogó él, avergonzado—. Ni todas las acusaciones que os hice, lo siento de nuevo —y para cambiar de tema, añadió—: Después de escuchar la noticia de la desaparición de los Rockrise estaba seguro de que te enviarían aquí. Lo que no imaginé es que también te vería. ¿Estáis solas o Anthony os acompaña?
—No se separa de los niños ni a sol ni a sombra. ¡Anthony! —lo llamó Danielle en voz alta y le explicó—: Olvidaba que me rogó que le avisase cuando nos reuniésemos para darte el último parte desde Londres.
Antes de que la muchacha finalizara de hablar, el fantasma se le materializó al lado.
—¿Todo bien, papá? —lo interrogó enseguida y le guiñó un ojo.
—Si llamas estar todo bien a que los tres bebés se encuentren prendidos del mostacho de Smith y que hagan gorgoritos al quitarle los pelos, pues sí, ¡está todo estupendo! —le notificó el espíritu y soltó una carcajada.
—¿Mr. Smith? ¡Vaya sorpresa! ¿Qué hace Operaciones en casa? —le preguntó Danielle, extrañada.
—¿Operaciones? —se asustó el delincuente—. ¿Ha pasado algo?
—Quería ayudarnos un poco, creo que se siente responsable por vuestra ausencia, y nos ha venido genial porque mientras le despluman el bigote los niños no se aburren. —El espectro lanzó otra carcajada, de la que Cleopatra también hizo eco—. Dile a Will que todo está genial, no me hago visible para evitarle el susto a los asistentes. ¡Uy, Operaciones ha lanzado un quejido, tengo que volver! ¡Se le han prendido como garrapatas!
Y así como llegó se desvaneció en el aire.
—Todo perfecto, Will, Smith también los ayuda —le informó Danielle con cara de regocijo—. Es probable que cuando lleguemos a Londres esté sin bigote, nuestros hijos le hacen de barberos.
—Entonces todo va de maravilla. —Él, aliviado, le clavó la vista—. Volviendo a nuestra conversación anterior, ¿qué sabes acerca de la desaparición de los Rockrise?
—No ignoras que esto es materia reservada, cielo —la médium por hacerse la misteriosa no se percató de que se le escapaba el apelativo cariñoso que de un tiempo a esta parte evitaba utilizar; luego soltó una carcajada y agregó—: Aunque en confianza te diré que sé lo mismo que tú, no tenemos ninguna pista.
—¿No los has visto mientras estaban en Australia, Willem? —indagó Cleopatra, intrigada—. Eres un empresario tan relevante como ellos, quizá tengáis algún negocio en común.
—Ninguno ahora mismo. —El mafioso efectuó un ademán como para cogerle la mano a Danielle, pero se detuvo a mitad de camino al comprender que era inapropiado—. En el pasado sí que tuvimos unos cuantos en común. Y en el futuro, cuando los encuentres, tal vez nos volvamos a asociar. Mi abuelo era miembro permanente del Club Bilderberg y se supone que me lo propondrán algún día... Pero mis ocupaciones principales ahora son otras.
Se refería a los bebés y a su participación en el Secret Intelligence Service, pues Willem Van de Walle no solo era un empresario de éxito y un marchante de arte, sino que también se dedicaba al tráfico de armas y de diamantes de sangre en el mercado negro. Danielle, mediante la combinación del sexo y de las amenazas, lo había reclutado para el MI6 en una de sus primeras misiones porque el hombre se había enamorado de ella hasta las trancas.
—Cuéntame, Will, ¿estas ocupaciones han permitido que conozcas a alguien, tal como te disponías a hacer? —La chica le dio otra palmadita, ahora en el fuerte hombro—. Deseo que tanto tú como los niños seáis felices.
—Ya lo somos, Danielle —y antes de que ella lo volviese a atosigar con un discurso, como en la última ocasión en la que hablaron, añadió—: Sí que he salido con una chica muy atractiva y fue un éxito. No se asustó por los pequeños, todo lo contrario. Seguiremos en contacto.
—¡Qué alegría, Will! —exclamó ella contenta, en tanto Cleopatra les lanzaba miradas escépticas a los dos—. Ahora me siento mejor y puedo continuar con la misión.
—¿Cuáles son vuestros planes? —les preguntó, curioso.
—En Sidney no encontramos nada nuevo y cogimos un avión hasta aquí. —En las últimas fechas la reina dirigía la vista de uno a otro y los analizaba como si fuesen cobayas de laboratorio—. Ahora alquilaremos un coche y haremos el mismo recorrido de los Rockrise hasta llegar a Jewel Cave.
—Pues me parece una pérdida de tiempo que no os podéis permitir si deseáis ser efectivas —repuso el mafioso, pensativo—. Desde Melbourne hasta Margaret River, que es cerca de donde se encuentra la cueva, son más de treinta y ocho horas en auto.
—Es cierto, Will, pero debemos reconstruir el itinerario de los Rockrise —le aclaró la joven, jugaba, inquieta, con la cabellera rubia porque su ex tenía razón.
—Si desaparecieron en Jewel Cave lo mejor es que vayáis primero allí. Y luego podéis ir hacia atrás —reflexionó el delincuente en voz alta—. Lo digo porque si dejaron alguna pista que sea importante para vosotras o para tus amigos sobrenaturales puede desvanecerse mientras perdéis un día y medio conduciendo.
—No niego que tienes razón —concordó Cleopatra y frunció la nariz.
—Es más, os puedo ayudar. —Se apresuró a proponerles—. Tengo negocios en Perth y esta noche iré hacia allí en mi avión privado. Puedo llevaros conmigo y desde ahí solo son alrededor de tres horas y media de conducción hasta la cueva.
—¡Me has convencido! —Danielle palmeó igual que si fuese una niña pequeña, actitud que siempre despertaba la ternura en su expareja—. Extraño mucho a Aston, cuando no voy con él parece que me falta alguien. —Se refería a su coche de la marca Aston Martin, al que trataba como si fuese una persona—. ¿Y qué hacemos mientras tanto?
—Pues lo que planeaba hacer yo. —El delincuente lanzó una carcajada, que le confirió un mayor atractivo—. Os venís las dos conmigo a practicar kitesurf.
—¡No, gracias! —Se excusó Cleopatra y negó con la cabeza, lucía una cara de horror—. Siempre que Dany introduce un pie en el agua aparecen tiburones y otras especies que es mejor no nombrar. Y Australia está repleta de fauna marina mortal. ¡Paso de la experiencia, lo siento! Creo que con las emociones de la última vez he tenido suficiente por un tiempo. Además, no deseo saltar sobre una tabla atada a un globo o lo que sea. Pero id vosotros dos, no os preocupéis por mí. Entraré en Zoom y aprovecharé para divertirme mientras Chris cuida a los bebés. ¡Después os cuento, chicos!
—¿Segura, segura? —la interrogó la amiga, quedarse a solas con el malhechor no era una opción muy razonable.
—Segurísima, mi querida Dany, sabes que disfruto muchísimo viendo a los pequeños. —Y los rasgos se le dulcificaron.
Así que una hora más tarde Danielle y Willem arribaron a la playa para divertirse como cuando eran pareja. El sitio, St. Kilda, era punto de reunión para los amantes del kitesurf, pues la brisa resultaba propicia. Pese a esto no se hallaba masificada y había cierta distancia entre los deportistas, lo que permitía que se luciesen al hacer piruetas en el aire y al ir a toda velocidad. El agua era cristalina, despedía perfume a algas y a salitre y se veía la arena del fondo.
—Ahí está Brad. —El belga señaló a su jefe de seguridad.
Este los esperaba con los implementos preparados y se hallaba acompañado por otros dos guardaespaldas tan corpulentos que parecían armarios.
—¿Cómo te encuentras, amigo? —le preguntó la joven a Brad Hopkins, y, antes de que él le contestara, le efectuó un guiño y agregó—: ¿Willem te ha dado unos días de vacaciones como niñero?
Lo cierto era que después del nacimiento de los trillizos se había multiplicado en las funciones y los cuidaba como si fuese el tío carnal, pues era uno de los pocos en los que el mafioso confiaba.
—¡Claro que sí y no te imaginas cuánto los extraño! —le confesó, sincero—. Tengo ganas de decirle al jefe que me contrate como niñero a jornada completa.
—Imagino, entonces, que desearás volver a casa. —Ella se conmovió por el amor que Brad le demostraba a sus hijos y cuya veracidad la había probado en el pasado al protegerlos con su propia vida.
—No veo el momento de que volvamos —coincidió él y le efectuó al delincuente un saludo militar, antes de dejarlos solos.
—Creo que deberíamos hablar, primero, de un tema incómodo para dejarlo zanjado. —La joven le clavó la vista y se removió inquieta—. Cuando Satanás te... Cuando Satanás hizo lo que hizo —se rectificó para no recordarle aquellos tétricos momentos— me entregó El Corazón de Danielle. Debí devolvértelo antes, pero no sabía cómo sacar a colación el tema. Lo tengo en la caja de seguridad de la habitación del hotel y después te lo entregaré.
—Sabes, Danielle, que el collar lo mandé hacer para ti y que es tuyo. —El mafioso sintió que lo apuñalaban en el pecho—. Cada vez que discutimos me lo devuelves y luego te lo doy de nuevo. Deberíamos de acabar con tantas idas y venidas.
—¡Cuesta una fortuna, no debo quedármelo! Si llegas a formalizar con la chica a quien deberías dárselo es a ella. —La médium sintió que las entrañas se le removían por dentro, pero debía pensar en el bien de su exnovio.
—Ya hablaremos después, ahora disfrutemos —la cortó, no deseaba entristecerse.
Un par de minutos después —mientras Danielle se quitaba el pantalón corto y la camiseta, ambos en tonos azules de la misma gama que los suyos—, él la comía con los ojos. El bikini y el sujetador de baño no eran tan diminutos como los de hilo dental que solía usar cuando nadaba en su piscina, pero poco dejaban a la imaginación. Al contemplarla anhelaba acariciar las curvas tentadoras, como si hiciese siglos que no las tocara. Precisaba besarla porque se hallaba sediento, hacía demasiado tiempo que los labios femeninos no calmaban la sed de los suyos. Necesitaba sentir cómo el peso de los pechos abundantes le rellenaban el cuenco de las manos y cómo ella se excitaba mientras le acariciaba y le lamía los pezones. En definitiva, extrañaba penetrar en su cálida dulzura hasta el fondo, como en tantas ocasiones del pasado.
Pero Willem no ignoraba que Danielle era terreno vedado, por el bien de la salud mental de ambos. Y había hecho una promesa que no incumpliría, pues era bastante supersticioso con este tema. Pensaba que si volvía a perseguirla la muerte podría intentar recuperarla. En la isla de Rodas había jurado que si Dios le devolvía la vida, se comprometería a dejarla en paz. Desear morir con ella lo había cambiado para siempre.
Reconocía, incluso, que había arruinado la relación al robarle los óvulos y al obligarla a ser madre sin su consentimiento. Para cerrarle las puertas ella se había casado con Nathan, un buen hombre y un amigo leal. Parecían felices, aunque no entendiese que ambos mantuvieran un matrimonio abierto porque jamás la compartiría con otra persona ni desearía acostarse con nadie más. La amaba más que a sus tres hijos juntos, pero después de muchos golpes y de numerosos errores había aprendido la lección.
—¿Recuerdas cuánto disfrutábamos de los juegos en el agua en las islas Seychelles? —la interrogó y lo inundó un calor incómodo en la entrepierna al rememorar todas las oportunidades en las que habían hecho el amor dentro del mar.
—¡Claro que lo recuerdo! Adoré el kitesurf desde el primer instante —la médium le tocó el brazo cariñosa, y, luego, asombrada, le preguntó—: ¿Te has machacado en el gimnasio? Te noto muchísimo más musculado.
—La musculatura extra es la única ventaja de una posesión demoníaca. —El mafioso se rio, aunque detrás de la risa se advertía el horror que lo embargaba al evocar aquellos sucesos—. No se va si te falta tiempo para entrenarte.
Y no hablaron más. Se introdujeron en medio de las suaves ondas, que los ciñeron con dulzura y removieron añoranzas. El perfume del salitre era incomparable para despertar las anécdotas que guardaban en la zona más profunda de la mente. Se subieron en las tablas y dejaron que las horas transcurriesen mientras efectuaban acrobacias. También jugaron con los delfines, que curiosos se acercaban a la médium para saludarla, en tanto ella los trataba como si fuesen sus amigos más apreciados. Y más tarde, cuando caminaban cerca del muelle, la compartió con los pingüinos azules que salieron en tropel para seguirla como si fuera Blancanieves.
Lo que Danielle no sospechaba era que a la noche el delincuente siguió las indicaciones de su instinto. Y que, después de llevarlas hasta Perth y de despedirse con un abrazo de ellas, se subió en el helicóptero con su guardia pretoriana para llegar antes a Jewel Cave. Una vez allí los hombres se escondieron cada uno detrás de un eucalipto, a fin de observar el arribo de las chicas en el Mercedes alquilado. No se cansó de esperarlas, pues se recreó en las imágenes de su exnovia semidesnuda mientras competía con él y le ganaba —gracias a su entrenamiento shaolin— al dar los saltos con la tabla. Cualquiera que los hubiera visto diría que se preparaban para el mundial de kitesurf. La memoria era tan fiel que volvía a sentir la sensación placentera y cálida que lo recorría desde los pies a la cabeza, como cuando la joven lo acariciaba. Quizá fue por ello por lo que se sorprendió al verlas bajar del coche. Las dos portaban mochilas que contenían, entre múltiples objetos, faroles de mano Rolson de los que no necesitaban electricidad.
—¿Qué pasa? —le preguntó Danielle a Cleopatra, la amplia falda azul marino ondeaba con la brisa.
—Mira ahí. —La reina le señaló detrás de la pequeña reja, justo al costado izquierdo—. Hay algo.
El delincuente escuchó el sonido del corazón latirle en la garganta con fuerza, pues en esa misma dirección —detrás del primer árbol— se situaba él. Temió que no les hubiese pasado desapercibido. Pero escuchó que las dos saltaban la reja y caminaban sobre la gravilla que había encima de la tierra marrón oscuro. Se detuvieron casi a su lado con la atención enfocada solo en la pista.
—¿Y esto, Dany? —Cleopatra parecía casi en trance—. ¿Es lo que creo?
El mafioso, intrigado, sacó la cabeza y les echó un vistazo. Se percató de que algo dorado brillaba a la luz artificial. Si estiraba el brazo hasta lo podía tocar.
—¿Quién dejaría una barca ceremonial egipcia y un collar? —Se sorprendió Danielle—. ¿Qué querrá decir esto?
—Un collar con un escarabajo —insistió Cleo como hipnotizada.
—¿Un escarabajo? ¡Seguro que guarda relación con la desaparición de los Rockrise! —La médium se hallaba feliz de que la resolución del caso resultase tan sencilla—. Nadie deja dos objetos tan valiosos tirados, salvo que pretenda darle un mensaje a alguien. A mí no me dice nada. ¿Y a ti?
Cleopatra caminó hasta las joyas y se agachó. Cogió el collar entre las manos.
—¡Es él, no hay duda! —Lo analizaba con emoción.
—Pues tendrás que decirme de qué se trata porq...
Pero la joven se detuvo, incrédula, al reparar en que su amiga comenzaba a esfumarse.
—¡Cleo, estás desapareciendo! —chilló, alarmada, y saltó encima de la reina y la abrazó con la máxima fuerza para retenerla—. ¡No te perderé de nuevo! ¡Maldita sea, ahora lo recuerdo! ¡Nostradamus me alertó de que me mantuviese alejada de los escarabajos! ¡A buena hora me acuerdo!
El delincuente entró en pánico, pues ambas se convertían en partículas de niebla. Así que no se lo pensó dos veces, y, sin importarle revelar su presencia, se abalanzó sobre Danielle y pilló el vuelo de su falda acampanada.
—¡Mierda! —gritó, consternado—. ¡Esta ropa es demasiado ligera!
Porque le resultaba imposible cogerle una parte más sólida, su figura había desaparecido y lo único que aún conservaba la consistencia era la falda. La sujetó con desesperación, como si siguieran en la isla de Rodas y ella todavía estuviese sobre la arena regada con su sangre y con el cuerpo repleto de balas. Aun en medio de la confusión, se preguntó si se trataba de una nueva jugarreta de Satanás.
Y de este modo, Willem —un amor del pasado— se aferró con fuerza a Danielle, la mujer a la que jamás podría olvidar.
La playa St. Kilda donde Danielle y el mafioso hicieron kitesurf.
Saltaban tanto que parecía que se entrenaban para los mundiales.
Los pingüinos azules fueron detrás de la médium como si esta fuese Blancanieves.
La entrada a Jewel Cave, donde las chicas se esfumaron.
https://youtu.be/lPsFr0svG_w
La maldición de Tutankamón. La historia de un rey egipcio, de Joyce Tyldesley. Editorial Planeta, S.A, Barcelona, 2012.
https://youtu.be/-cyMqBJXdgo
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