22- ¿Apofis, El Gran Balbuceador, o un dragón?
«Me he caído y me he alejado arrastrándome, porque soy el del cetro-was, el Gran Poder en el cuello de Geb. Oh, vosotros, séquito de Ra, de la mano derecha y la mano izquierda, consideradme como alguien completamente único, porque Ra me ha hablado, he alejado al rebelde, he hecho que Apofis quede impotente».
Texto de los ataúdes, recitación 414[1].
Reconozco que la estatuilla me impresiona, sobre todo al comprobar que parece esculpida en sangre. Tanto que me olvido de mirar en primer lugar el reverso, donde según Duncan se halla el dibujo del dragón.
Cuando después de unos minutos la giro y observo con detención, me decepciono al comprobar que —tal como el empresario consideró en un principio— solo se trata de una representación de Apofis que le agregaron a posteriori. El ídolo es muchísimo más antiguo, de los que la humanidad elaboró cuando se hallaba en la época de las cavernas. La rabia se agudiza cuando Satanás me interrumpe sin que haya advertido su presencia, y, sin ambages, insinúa sus macabros planes para mí.
Decido que, por este día, mi papel de damisela tonta e ingenua se ha acabado. Mi ser al completo desea reaccionar ante su amenaza implícita.
Así que sujeto con fuerza a Baal-zebub entre las manos y le pregunto:
—¿Qué dices, Σατανᾶς? —Paso al tuteo y no le demuestro ningún respeto—. Explícamelo con lentitud, por favor, que no tengo ni un poco de inteligencia. ¿Dices que debería cuidarme de ti?
Como es su costumbre, en lugar de responderme me interroga por segunda vez acerca de lo mismo:
—¿Cómo habéis hecho para dejar así a mis esclavas? ¡Increíble! ¿Las habéis envenenado? —y al apreciar que no le respondo, añade—: ¿Sois una espía de la reina, es eso? ¡Cómo no os vi venir! ¿Deseáis saber qué me traigo con Cleopatra? ¡Vamos, decidme algo que sea verdad! —Me da la impresión de que el silencio lo molesta más que si lo insultase y quizá por esto lo prolongo.
Ante esta última interpelación no puedo evitar bromear:
—No soy virgen, tú eres más crédulo que yo. —Y, con una sonrisa irónica, señalo el vestido blanco que él ha hecho preparar—. He tenido tantos amantes que me resulta imposible hacer la cuenta.
El rostro se le congestiona, pero para no darme la satisfacción y en la creencia de que aún tiene el control, me ordena:
—Vamos a la cubierta, no tiene sentido discutir aquí...
—Tú primero —le indico con un gesto—. No me fío como para darte la espalda en estos momentos. Igual te sientes tentado a cortarme el cuello, como a todas las mujeres que has asesinado.
—Sospecho, sin riesgo a equivocarme, que no os fiais de mí ni en estos ni en otros momentos. —Camina hasta la salida y sube uno a uno los escalones—. Podéis apreciar que yo no os temo a pesar de lo que le habéis hecho a mis esclavas... Decidme, ¿trabajáis para Cleopatra?
—En efecto, trabajo para la reina. Tu insistencia ha hecho que crea que eres espía del romano Octavio. —Hablo pausada para que el embuste cuele.
El hombre lanza una carcajada. Cuando al fin llegamos a la cubierta la luz del sol es tan potente que nos deslumbra. Me tapo los ojos con la palma izquierda y con la otra sostengo la estatuilla.
—¿Me devolvéis a Baal-zebub mientras departimos? —Estira el brazo hacia mí—. No lo veo muy seguro entre vuestras manos, no me gustaría que se cayera y que se rompiese.
—Tranquilo, no corre ningún peligro. —Lo guardo en el bolsillo oculto que hice coser en el vestido, justo debajo de los adornos en piedras preciosas.
—Preferiría que me lo devolvierais antes de que vayáis a aclararle a Cleopatra que no soy ningún espía. —Por la expresión del rostro comprendo que se cree un monarca o un dios al concederme tal permiso—. No es de mi interés que existan malentendidos.
—¿Cómo? ¡No entiendo! ¿Ya no conoceré el poder de Baal-zebub? —Le recuerdo la bravata y lo imito en el tono—. Además, ¿de qué forma se supone que debo ir? No hay embarcaciones. ¿Pretendéis que regrese a nado?
—¡La idea de que mis sirvientes abandonasen la nave ha sido vuestra, no me culpéis! —Efectúa un gesto con la boca que él supone seductor.
—Dime, Σατανᾶς, ¿cómo justificarías ante Cleopatra mi sacrificio a Baal-zebub? —y al apreciar su gesto de perplejidad, agrego—: Es algo que me intriga, por favor, explícamelo. La reina me aprecia y solo confía en mí, jamás dejaría pasar por alto mi ausencia.
Mientras nos desafiamos retrocede hacia la popa. De improviso, da un salto y coge de entre los rollos de cuerdas una espada igual a la que utilizan los generales romanos. Me apunta desde la distancia en dirección a la garganta y la mueve como si me la cortase.
—Supongo que el esclavo que os presté ha hablado de más —escupe las palabras—. Una torpeza la mía, no debí apostar por su lealtad ni subestimaros... Pero ahora estáis a mi merced. ¿Qué tal si empezáis a suplicar por vuestra vida?
Y camina hacia mí. A medida que Satanás se me aproxima yo reculo para mantener las distancias.
—La tortura hace hablar a cualquier esclavo, da igual lo leal que sea. Y me temo que el tuyo ahora mismo le hace compañía a Osiris... ¿Qué le dirás a la reina, entonces, cuando me mates? —Intento que me proporcione más datos—. Soy muy valiosa para ella y te seguirá hasta el fin del mundo. No te olvides de que los alejandrinos han visto cómo te he visitado aquí.
—Todas eran muy valiosas para alguien. —Larga una carcajada—. Y ya veis, yo sigo aquí y vos ahora mismo estáis próxima al filo de mi espada.
—Sí, eres muy valiente, me das muchísimo miedo —susurro y pongo un tono sensual—. ¡Te ves tan poderoso! Quizá esto despierte más mi interés. Porque tienes razón en algo, tu esclavo me lo ha contado todo, y, aun así, he venido aquí. ¿No te das cuenta de que has encontrado a la horma de tus sandalias? Yo también amo el peligro, no esperes escuchar súplicas porque no las habrá. Y seguro que he matado a más personas que tú.
Percibo que el comentario lo descoloca. Analizo los rasgos de mi enemigo y aprecio que las diferencias entre el que conocí en el futuro y este hombre son abismales. Incluso así, me repito que no debo subestimarlo porque cometería el mismo error que él.
—Y esto me llama la atención —hace una pausa y luego añade—: ¡Daríais vuestra vida por Cleopatra! Admiro este tipo de entrega, aunque yo jamás haría esto por otra persona... Reconozco también, Pandora, que sois muy hermosa y vuestro carácter me intriga, incluso más que antes. ¿Qué tal si nos olvidamos de nuestras diferencias y permitimos que nuestros cuerpos hablen por nosotros encima del lecho?
—¡Tú también eres muy apuesto, peligroso y excitante! —le miento con desparpajo—. Sabes cómo seducir a una dama y creo que hallaríamos un sinfín de placer uno en el otro ahora que hablamos con sinceridad y que conocemos nuestras auténticas intenciones. Yo he tenido que matar a muchos al cumplir mi servicio con Cleopatra y sé cuán embriagante es la emoción que a uno lo embarga al quitar una vida.
—Y esta confesión os hace más interesante y más valiosa a mis ojos. —Satanás emite un murmullo ronco que pretende ser erótico y que a mí me suena a la risa de una hiena—. Pensad: me olvido de Cleopatra, despliego las velas y nos vamos, juntos, hasta mi próximo destino. No os veréis obligada a servirla ni a poneros en riesgo por su mero capricho. Conmigo os dedicaríais a hacerme el amor y a dejaros llevar por vuestras apetencias en total libertad. ¿No os parece una propuesta tentadora?... Pero primero dadme el ídolo de Baal-zebub, no permitiré que lo rompáis.
—¡Me parece una propuesta genial! —Pongo cara de considerarlo—. ¡Amo viajar y ser libre! Sin duda tú me proporcionarías la libertad con la que sueño y satisfarías todas mis necesidades —me paso la lengua por los labios, seductora, y le pregunto—: ¿Y podríamos viajar de otro modo, de una manera más rápida?
—¿De otro modo? —se desconcierta, los ojos verdes le destellan y el pelo castaño le brilla con los rayos de sol—. ¿Cómo podríamos viajar de otra manera? Por tierra es más lento que por mar.
—Tu esclavo, antes de morir, dijo que sacrificas jóvenes vírgenes a tu estatua de Baal-zebub y que así no envejeces. —Se le nota que esto le causa furor, pero lo disimula—. Que tienes ciento cincuenta años y que no los aparentas. A la reina, como comprenderás, le interesó mucho esta información y por eso estoy aquí. En cambio, yo siento otra curiosidad: ¿tu estatuilla puede llevarte de un lado a otro? Si tan poderosa es, tal vez te permite viajar sin necesidad de un navío.
Satanás, por respuesta, larga una carcajada.
—¿Si no es para viajar, entonces, para qué tengo esta embarcación? —y, convencido, afirma—: Dicen que la reina se baña en leche de cabra y en el semen de los jóvenes más guapos para retrasar el envejecimiento. Sin duda los rumores acerca de mí han llegado y pretende hacerse con la fórmula secreta para ganarle la batalla al tiempo.
—Sí, no puedo mentirte, por eso debo llevarle a tu Baal-zebub —suspiro como si me pesase hacerlo.
—Dádmelo y os juro que os dejaré ir sin haceros daño si no deseáis acompañarme. —Mueve la espada y corta el aire como si me cercenara el cuello—. Soy de los mejores guerreros. Mis generales fueron los hombres más importantes de la época y me entrenaron bien.
—Aunque te creyera, que no es el caso, no puedo entregarte esta horrible figura. —Froto la tela del vestido por encima del sitio donde la guardo.
—¡Pues entonces muere! —Se tira hacia adelante con la máxima fuerza e intenta clavarme el arma.
Efectúo un salto de macaco —no me apoyo en nada— y la espada solo corta el aire. Después giro tres veces sobre mí misma. Reboto encima de las cuerdas y me elevo más alto aún y hago otras tres vueltas mortales. Satanás estudia los movimientos con semblante de incredulidad, es evidente que nunca ha sido testigo de algo análogo. Resulta normal porque la rueda fantasma la inventé yo misma al combinar distintas figuras del Gong-Fu Shaolin. Caigo detrás de él. Con rapidez le quito la espada de un tirón y la tiro al mar.
Rota en dirección a mí, con la boca abierta, y balbucea:
—¿Voláis? ¡No lo comprendo, parecéis una chica como tantas! ¿Qué tipo de magia empleáis?
—Una terriblemente negra y temible así que por favor, Σατανᾶς, dime ya mismo si tu estatua permite viajar y me iré sin hacerte daño. —Lo apunto con el dedo.
—¿Por qué os empeñáis en esa tontería? —ruge, irritado—. ¿Os parece poco, acaso, que prolongue la supervivencia hasta el infinito si efectúo sacrificios y la riego con sangre de vírgenes?
Y me da la sensación de que es sincero, lo que me corta de cuajo las expectativas. De repente, traigo a la memoria las palabras de nuestro primer encuentro.
—¿Quién te pidió que cuidaras del esclavo? —Me acerco y le acaricio el brazo.
—¿Vais a jugar de nuevo con la promesa de seducción? —se burla, y, luego, continúa—: No os olvidéis de que soy un maestro en estas lides... Pero os lo diré, no es algo que deba ocultar ya que da prueba de su inmenso poder: la propia estatua de Baal-zebub me habló y me pidió que lo hiciera.
—¿Y no os dijo algo más? —insisto y con el índice le recorro el rostro como antes él ha hecho conmigo—. Eres muy, muy apuesto. Y poderoso. Juntos haríamos una excelente sociedad, forastero.
—Pero me doy cuenta de que vos jamás abandonaríais a Cleopatra para seguirme —me suelta con rabia—. Y no voy a deciros nada más acerca de mi dios...
—¿Ni siquiera si está en riesgo tu vida? —le pregunto, y, luego, con un movimiento rápido que Satanás no puede seguir con la vista, le coloco los dedos sobre la yugular y se la aprieto—. A tus esclavas me he conformado con desmayarlas, pero tú has intentado clavarme la espada. ¿Y si utilizo mis uñas como garras y permito que sea tu sangre la que riegue a Baal-zebub?
El hombre me empuja con energía y me da un golpe en la mano para provocar que lo suelte. Así que ejecuto el asalto Lilibeth[2]. Me lanzo por encima de él —lo rozo apenas— y caigo del otro lado por debajo de su cuerpo. Vuelvo a sujetarlo con la potencia de una leona y sin que le sea posible evadirse.
—¡Matadme con vuestra magia, no me importa, no os diré nada más! —Frenético, me enfoca con las esmeraldas que tiene por ojos—. ¡Amo a Baal-zebub, jamás lo traicionaría! ¡Daría todo lo que tengo y hasta mi vida centenaria por él!
Lo suelto e intento razonar.
—¿Por qué no me lo dices todo, Σατανᾶς, y hacemos borrón y cuenta nueva? —insisto, convincente.
Pero Satanás aprovecha mi gesto y se tira por la borda del barco. Bufo, fastidiada. Casi en cámara lenta veo cómo hace un clavado de cabeza en el agua y se sumerge durante varios minutos. Después sale a respirar y nada veloz.
—¡No puedes escapar de mí! —le grito a todo pulmón—. ¡Cleopatra te espera en la ciudad y pronto mis amigos te comerán!
No responde, corta las ondas con perfectas brazadas. Por suerte la corriente se empeña en impedirle que llegue rápido a la costa. Me gustaría generar vientos huracanados para vengarme y traerlo hasta mí, pero no me atrevo porque para ello debo permitir que el odio me consuma. Y, además, todavía soy inexperta en estas lides. Así que me pongo en posición de loto sobre la madera de la cubierta y medito.
Visualizo una a una las gotas que rodean a Satanás. Percibo —con la mente— cómo se secan al sol y dejan un rastro de sal. Ha entrado en el Mediterráneo, que es parte de mis dominios. El medio acuático siempre responde a mis ruegos y me apoya, tanto en el presente como en el pasado. ¡Hoy no será una excepción!
—Por favor, compañeros, venid a mí y rodead a Satanás. —Confío en el resultado positivo.
Me paro y me acodo sobre la borda. De inmediato contemplo cómo se le acercan cientos y cientos de aletas, que corresponden a distintas especies de escualos. Creo que hay tiburones zorros, azules, peregrinos, makos, mielgas, cobrizos, toros, cerdos marinos y hasta areneros. Y, por supuesto, mis amigos inseparables: los grandes blancos. Al apreciar esta multitud comprendo hasta qué punto la especie humana ha esquilmado los mares y los océanos y los ha despojado de vida.
Mi enemigo, cegado por la necesidad imperiosa de escaparse, al principio nada sin percatarse de la presencia de mis aliados y de la atención que despierta en ellos. Pero el tiburón blanco más grande le corta el paso y lo empuja con la parte gris oscura del enorme cuerpo. Satanás se sumerge por el susto y observo cómo cientos de burbujas de aire estallan sobre la superficie y se mezclan con la espuma amarronada de las algas. Luego, expectante, flota anonadado por haberse convertido en el centro de un círculo alrededor del cual giran —formando una circunferencia— los mayores depredadores de la zona.
Respiro hondo y lleno los pulmones con el aroma de la brisa salada y de la vida marina. El sol me acaricia y me siento en casa. Por todos los poros me entra y me sale el placer convertido en vapor. Anhelo regodearme con el tacto de las gotas, pasar las manos por las pieles aterciopeladas y rugosas de la fauna que en estos instantes aguarda mis órdenes. Escucho cada uno de los pequeños chillidos, de los murmullos, de los gorgoteos y el sonido de los dientes al chocar las mandíbulas una contra la otra. ¡Qué felicidad! Poneos en mi lugar. ¿Podéis entender cuán privilegiada soy al no perder mi don pese a haber viajado en el tiempo? En estos minutos me permito creer que nada ha cambiado. Pero, por desgracia, Satanás reclama mi presencia sobre el líquido. Y, sin ganas, giro para prestarle atención.
—¡Ni se te ocurra moverte, Σατανᾶς! —No es necesario porque se mantiene inmóvil, pero sí resulta intimidante recalcárselo; estoy segura de que dejaría de patalear y de manotear para no alertar a mis chicos si fuese posible flotar sin hundirse—. ¡Volved al barco! ¡A una orden mía ellos te devorarán, no te hagas el héroe! —El hombre está tan aterrado que no atina a moverse.
Solo grita:
—¡Baal-zebub es mi amo y por él doy la vida! ¡No volveré con vos, hechicera! ¡Me entrego a lo que Baal-zebub decida para mí! ¡Si es la muerte, que así sea!
En el fondo se lo agradezco porque me obliga a hacer una de las cosas que más amo, a arrojarme desde la borda. Siento sobre la piel la frescura del mar, que me libera del calor agobiante del día. ¡Qué dicha me embarga! Suspiro, feliz, al estar en mi salsa.
—Por favor, ven a buscarme, compañero —le pido al escualo que ha interceptado a Satanás.
Él, contento, se impulsa fuera del agua. Su enorme estructura ceniza y blanca vuela varios metros sobre la superficie, igual que si tuviera alas. Me percato de que mi adversario cierra los ojos. Al ser navegante habrá visto en numerosas oportunidades que estos especímenes lo hacen para atrapar alguna foca u otro desventurado animal. Por esta razón percibo que se sorprende cuando, en lugar de devorarlo, viene hacia mí.
—¡Es mejor que me despida de vos ahora! —Ríe como si le diera un ataque de locura.
El gigantón se detiene al lado de mí con una delicadeza extrema. Me le subo sobre el cuerpo —al principio me resbalo— y luego le cojo la aleta. La estatuilla de Baal-zebub, que todavía se halla en el bolsillo, representa una molestia.
—Vamos hacia él, pero no le hagas daño —pienso con energía.
Montada encima del tiburón blanco y bajo los rayos del sol implacable me siento una sirena, pues el cuerpo de mi aliado es una prolongación del mío. Aspiro con fuerza el perfume a pez, para mí la fragancia más refinada.
—¡¿Qué hacéis?! —chilla Satanás, horrorizado, cuando arribamos hasta él—. ¿Pretendéis que me devore?
Las diferencias con mi rival del futuro —al que jamás he visto rendirse ni lucir impotente— son mayúsculas, tanto que me distraen de la fascinación por el Mediterráneo y por la vida marina y vuelvo a prestarle atención.
—Dímelo todo acerca de Baal-zebub y de la estatuilla o terminarás dividido en pedacitos. Y en el estómago de cada uno de ellos. —Abro los brazos como para abarcar a la totalidad de los escualos—. Tú decides, forastero.
—¡Pues que me coman, Pandora, vos ya sabéis demasiado! —Cierra los ojos con fuerza y este gesto me indica que se encuentra preparado para morir—. ¡Estoy dispuesto a ofrendar mi vida por la gloria de Baal-zebub! ¡De mi boca no saldrá ni una frase más!
—¡Maldición, Σατανᾶς! —exclamo, enfadada—. ¿Así deseas acabar tu existencia? ¡No me lo creo! ¿Morirás sin pena ni gloria como si fueses simple comida? ¡Pues entonces que así sea, engendro! ¡Porque si no me dices lo único que deseo saber, si el ídolo permite viajar en el tiempo, no me importa nada más! Última oportunidad para confesarse y te lo advierto, mis colegas te engullirán con ganas. Dime: ¿es posible que la estatuilla de Baal-zebub me devuelva a mi época?
—¡Nunca he escuchado tal disparate! —Y el asombro parece real—. ¿Acaso insinuáis que venís del pasado o del futuro?
—Eso ya no importa. —Desesperanzada, me convenzo de que Cleo jamás volverá al lado de Chris y espero que no me culpe de ello porque yo sí formaré mi hogar aquí con Willem; la sangre fluye con ímpetu devastador y el cerebro me va a mil mientras medito cómo elaborar próximos planes para enfrentar y para vencer a Octavio, pues no me hallo dispuesta a resignarme, sin más, al devenir de la Historia—. Despídete, Σατανᾶς, si no puedes ayudarme tu larga vida ha concluido. ¡Me vendrás de maravilla para desahogar la frustración!
—¡Me da igual, Pandora, haced conmigo lo que queráis! —chilla y convencido añade—: ¡Soy siervo de Baal-zebub, y, al morir, me reencontraré con él! ¡Su poder me da la fuerza!
De improviso, la estatua que se encuentra en el bolsillo de mi vestido se calienta. La quito con rapidez de allí. Brilla de un rojo intenso, igual que los neones publicitarios de la Gran Manzana. Me quema tanto que —con ímpetu— la arrojo al mar lo más lejos posible. Para que os hagáis una idea, la tiro como si estuviese en las olimpíadas y participara en el lanzamiento de jabalina.
—¡No, torpe mujer! —Satanás se olvida de los tiburones que lo amenazan y chapotea en el agua para expresar con el mayor de los énfasis su disconformidad—. ¡¿Qué habéis hecho?! ¡Sois estúpida! ¿No sabéis lo antigua que es? ¡No me lo creo! ¡¿Cómo osáis faltarle el respeto a mi dios?!
Pero no continúa porque, justo desde la zona en la que se ha hundido el ídolo, surge la enorme y escamosa cabeza achatada de una serpiente descomunal. Es idéntica a la imagen que hay en el reverso, y, también, a las representaciones pictóricas de Apofis como encarnación del caos y de la maldad.
Luego de echarme una mirada triunfal, se lanza fuera del agua y flota alrededor de nosotros como si fuese un fantasma. El hedor a pescado podrido, a azufre y a papiros me inunda. Nos tantea y pretende infundirnos temor con la mera presencia, pero mis amigos y yo permanecemos tranquilos. Cuando un par de nubarrones oscuros se arremolinan por encima de mi cabeza, me pregunto si la calma es solo aparente y soy yo quien las provoca. Porque el odio y la rabia me desbordan el corazón al comprender que el rival ya no se encuentra solo a mi merced.
—Eres tú, Danielle, quien las causa —me aclara Apofis, Baal-zebub o como se llame—. Parte de mí está en ti, de lo contrario no podrías hacerlo. ¿Te gusta el regalito que obtuviste después de nuestro último encuentro?
—¡¿Danielle?! —se desconcierta Satanás—. ¿No os llamáis Pandora?
Ninguno de los dos le contesta, pues nos dedicamos a medirnos uno al otro.
—Imagino que ahora soy yo la que debe despedirse. —Es curioso que no me invada el miedo, supongo que la explicación radica en que confío en Da Mo y en Dios, ellos me proporcionan la fortaleza imprescindible para luchar por cambiar lo que considero injusto.
La serpiente larga una carcajada pronunciada. Ondula el cuerpo hacia la izquierda y hacia la derecha y el olor a azufre se hace más fuerte. Luego se enrolla y se desenrolla sin que la afecte la ley de la gravedad. Y saca la lengua bífida como si formara parte de una sonrisa. Me hace gracia porque Satanás la observa con los ojos a punto de salírsele de las órbitas por la impresión.
La bestia se burla:
—Eres inmortal, Danielle, deberías convencerte de esto. Pero entiendo tus dudas porque el poder te lo ha dado el incompetente de tu falso Dios. Además, después de nuestro último enfrentamiento me venciste y las reglas entre el Bien y el Mal son claras. No puedo siquiera tocarte ni hacerle daño, tampoco, a tus aliados. ... Claro que si desearas volver a acostarte conmigo te aceptaría sin rencores.
—¡Olvídate, listillo! Entonces, ¿para qué este despliegue? —Me alzo de hombros—. ¿Intentas impresionarme de nuevo con tus numeritos?
—Sí, porque quiero que veas de primera mano que tú fuiste quien nos convirtió en lo que somos en la actualidad. De la misma manera en la que tú buscaste el amparo de tu vulgar Dios al poseerme, él me ha demostrado su fe inquebrantable y por eso será parte de mí. —Se tira al mar, coge al hombre con extremo cuidado y se lo coloca sobre el lomo—. Te buscamos para ser socios y nos elegiste como rivales. ¡Volveremos a encontrarnos, tenlo por seguro!
—Pues para eso tendrás que ayudarme a regresar al futuro. Si me trajiste hasta aquí era porque me querías lejos. —Me hallo impresionada a mi pesar—. Y si me extrañas, creo que para ti sería una incomodidad caerte por el Antiguo Egipto solo para verme.
—Para mí nada es complicado. Me da igual estar allí o aquí. Y más desde que las brujas me abandonaron por tu culpa, ahora tengo demasiado tiempo libre. —Se ríe con la misma voz ronca que empleaba cuando estábamos en la cima de la colina de Lindos y tenía la forma de coloso y de cabra—. No te brindaré ninguna ayuda, Danielle, apáñate como puedas. Sé que eres muy inteligente y muy creativa, alguna solución encontrarás. Y si te quedas en la antigüedad lo consideraremos una dulce venganza. ¡No te imaginas cómo nos divertimos en Londres al no estar tú ni los ángeles! —Y así como ha aparecido se esfuma en el aire junto a Satanás, sin tocarme un pelo siquiera.
Horas después, en el palacio real me reúno con el resto en la sala que utilizamos para juntas. Hay un gran alboroto. Mi mafioso camina hacia mí y me da un abrazo de amante apasionado, sin importarle que parezca un pato mojado ni que le deje perdida la ropa.
Pero me sorprenden ellos a mí. Porque sobre el suelo —amordazado y maniatado— hay un hombre escuálido, desabrido y de cabellera rubia. Le noto un parecido con alguien que conozco y por más que me estrujo el cerebro no recuerdo de dónde me suena.
—¿Y este? —Me separo del pecho del amor de mi vida, aunque le dejo el brazo alrededor de la cintura.
—Ya que Octavio planea hacernos daño —Marco Antonio esboza una sonrisa de oreja a oreja—, nos hemos adelantado y mis legionarios lo han hecho prisionero. Siento no haberos explicado antes el plan. Ni que contaba con la participación de Tutankamón.
—¡Me extrañaba que el faraón no se apareciera a curiosear en la nave! —Lo cierto es que estoy anonadada.
Más que nada porque constato que el gran Augusto fue un mentiroso en todos los aspectos que rodeaban su existencia. En las estatuas se veía más guapo, más elegante y más robusto. ¡Vaya decepción que me llevo con este diminuto gusano!
[1] Citado en la página 93 del libro de Joyce Tyldesley Mitos y leyendas del Antiguo Egipto ya mencionado.
[2] Danielle lo inventó al ver a la leona alfa del Kruger National Park, a quien le puso como nombre Lilibeth en honor a la reina Elizabeth II.
Danielle se muestra implacable con Satanás humano.
No hay duda de que poco se asemeja al enemigo contra el que combatió en la isla de Rodas.
Y la diferencia le queda más clara cuando él se aparece en su forma de Apofis...
https://youtu.be/qpgTC9MDx1o
1) Revista Muy Historia Nº 62, abril/2015. Mitos y leyendas de todos los tiempos. G+J, 2015, Madrid.
2) Revista Historia y vida, Nº 594, 9/2017, Dossier. Los egipcios y sus dioses. Cómo entendían lo terrenal a través de lo divino. Prisma Publicaciones 2002, 2017, Barcelona.
3)Revista Historia National Geographic, Nº 173, 7/2018, Los dioses animales de Egipto. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona.
https://youtu.be/tdqzGwO2FO8
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