19- El extraño peregrino.
«¡No!, la gran victoria de Octavio Augusto, para siempre, es haber quemado los papeles de César: todos los papeles, no solo sus cartas personales dirigidas a Cleopatra, que esta torpemente le entregó para arrancar un poco de piedad para su hijo, sino sobre todo los papeles que estaban en poder de Antonio desde el día siguiente de los idus de marzo de 44 a. C., desde hacía catorce años. Victoria criminal, de censor de la Historia, que hace desaparecer las pruebas de todo lo que no se ajusta a la norma de verdad oficial».
Antoine et Cléopâtre,
P. M. Martin[1].
—¡Tenemos que decirles la verdad ahora mismo! —Cleo, desesperada, recorría la estancia con grandes pasos—. ¡La única razón de que Satanás esté aquí es para interferir y ponerse del lado de Octavio! ¡No podemos dejarlos a la deriva!
Cuando Willem y su novia les contaron a grandes rasgos qué ocurría, Cleo, el general y Cleopatra abandonaron la fiesta y los siguieron con premura.
—Hemos enviado a nuestros mejores guardias a buscarlo y pronto vendrán con él —el romano mantenía la calma, y, antes de que la médium lo interrumpiera, agregó—: Y no necesitáis repetírmelo, Danielle, vendrá como invitado hasta que habléis con él y descubráis sus intenciones.
—¡Te conozco, Marco Antonio, y estoy segura de que fastidiarás los planes de alguna manera! —Cleo lo apuntó con el dedo índice—. Cada vez que te dejaba organizar una estrategia te la ingeniabas para que terminase en desastre. ¡Esto es importantísimo y no hay lugar para el menor fallo!
—¡¿Desastre?! —El general se enfadó—. ¿Y qué podéis saber vos de mí si solo nos conocemos desde hace unos pocos meses? —Su otro yo se llevó la mano a la cabeza y efectuó un gesto en dirección a Danielle.
Luego se encogió de hombros, y, en esa especie de tira y afloje que ambas libraban, recalcó:
—Que conste que ha sido ella la bocazas que la ha liado, yo he mantenido un silencio total.
—¿Qué me ocultáis, Cleopatra? —la increpó Marco Antonio, la estudiaba como si fuese el plano de una ciudad que pronto conquistaría—. ¿Desde cuándo no somos sinceros el uno con el otro?
—Guarda relación con nosotros y con los acontecimientos que sucederán de aquí en adelante. —Habían jurado las tres que el general nunca sabría quién era Cleo en realidad porque significaría enredar la situación hasta el punto de resultar inverosímil—. ¡Lo siento, Dany! Sé que somos amigas y que las amigas no se defraudan, pero si consideramos las circunstancias he permanecido callada demasiado tiempo. ¡Llevo largos meses de ocultamiento! Y sabes que no estoy de acuerdo. Si Satanás se encuentra aquí para ayudar a Octavio, no los dejaré solos y les contaré el desgraciado destino que les espera a partir de ahora. Es más, procuraré remediarlo.
—¡¿Desgraciado destino?! —Se asombró la reina y la observó con rabia—. ¡¿Y pensabais guardaros esta información solo para vos?! ¡No me gustáis nada! ¡Es más, os odio! ¡Cómo es posible que seamos la misma...—Y la reina se detuvo para no ser ella quien revelara el secreto.
—No es momento de pelearnos entre nosotros, Cleopatra —intervino el mafioso—. Debemos ser una piña. Tutankamón también busca a Satanás para espiarlo y pronto los guardias lo traerán aquí. Y Cleo no es la única, todos conocemos al dedillo vuestra historia y si no hemos interferido se debía a que Da Mo, el maestro de Danielle, le avisó en reiteradas oportunidades que ningún hecho debía alterar el pasado. Lo siento, pero es así. —Le dio un toque compasivo a la reina en el brazo y ella se calmó de inmediato, todavía sentía debilidad por él—. Pero ahora las circunstancias han cambiado. Satanás al presentarse ha mandado al traste nuestros anteriores propósitos. Le haremos frente con la verdad, Cleo, estoy de acuerdo contigo. Os he cogido demasiado cariño como para permitir que Octavio os haga suicidar y que mande matar a Cesarión y a Antilo. Y me revuelve las tripas que después pasee a Alejandro Helios, a Cleopatra Selene y a Ptolomeo Filadelfo en su triunfo de Roma. Lo siento, mi amor, tendría que habértelo comentado antes de decir nada, pero...
—¡¿Pensabais permitir que estas aberraciones sucediesen?! —se enfadó Cleopatra antigua; luego se puso de pie y caminó hasta su otro yo para increparla—: ¡¿Y vos, justamente vos, ibais a consentir que este sufrimiento se repitiese?!
—Si yo pude superarlo, imaginé que vos también podríais. —Y le echó una mirada con doble sentido que la enmudeció—. Le ruego todo el tiempo a Dany que intervengamos. Es ella la que se resiste, su mentor le inculcó el miedo. Convencerla de que provocara la crecida del Nilo fue todo un triunfo.
—Me resistía —aclara la médium y todos se asombran ante estas palabras y por la tristeza del tono—, pero hace tiempo que cambié de opinión yo solita. Os diremos todo lo que debéis saber para evitar el horror que se avecina.
—Os he visto hacer maravillas, Danielle, es cierto, pero ¿cómo sé que lo que decís es la realidad? —preguntó Marco Antonio en voz alta, más para sí mismo que para ellos—. ¿Por qué tendría que haceros caso? Disculpad, es una cuestión de lógica. ¿Y si os equivocáis?
—No nos equivocamos. Conocemos el futuro y podemos ayudarte a cambiar las decisiones del pasado que desencadenaron la caída en picado. —Se sentía rara al hacer de abogada del Diablo y defender la posición contraria a la que había mantenido hasta ese día—. No ignoras que te aprecio, nos has ayudado muchísimo. Y estoy segura, general, de que odiarías saber que has pasado a la Historia como un payaso. Como un hombre débil y corrompido por el lujo. Un bobalicón que no le llegaba a Julio César ni a la suela de las sandalias. Y que, una vez que su mentor desapareció, terminó con lo que quedaba de la República Romana. ¿Deseas ayudar a Octavio a acabar con el Egipto que conoces y que tanto amas? Porque él no tuvo tantos reparos. Eliminó vuestras estatuas y hasta prohibió vuestros nombres. Quiso erradicaros de la Historia. Quemó las cartas que le enviaste y también las que guardabas de Julio César —enfocó la vista en la reina y agregó—: Y las que tú, Cleopatra, le mostraste del César. Su verdad fue la única que repitieron los historiadores a lo largo de los siglos. ¿Es esto lo que deseas, Antonio, que vuelva a suceder?
La joven efectuó una pausa para causar efecto. Mientras, jugaba con uno de sus bucles rubios. Y los ojos azules denotaban decisión y ningún arrepentimiento.
—Octavio se convirtió en el primer emperador romano con el nombre de Augusto. —Guardó silencio unos segundos mientras analizaba los rostros atónitos—. De ti dijeron, Cleopatra, que querías conquistar Roma y gobernar desde el Capitolio, excusa que emplearon para terminar con los dos. Tú, Marco Antonio, al principio contabas con numerosos valedores en la capital. Pero te abandonaron a medida que encadenabas las malas decisiones. Y más cuando Octavio les arrebató tu testamento a las vírgenes vestales y lo leyó en el Senado. Supieron que mencionabas que Cesarión era el auténtico heredero de César, qué territorios romanos legabas a tus hijos con Cleopatra y tu deseo de que al morir pasearan tu cuerpo por el Foro Romano y que luego lo trasladasen a Egipto para ser enterrado allí. Se sintieron insultados y te atacaron con más vigor. La intención era destruirte pronto.
—¡¿Cómo lo sabéis?! —chilló el general, perplejo—. ¿Mi testamento fue mi problema más grave?
—No es magia, lo sé porque vengo del futuro. Y allí soy historiadora —hablo con tono pausado—. ¡Hubo muchas malas decisiones, el testamento es tan solo una de ellas!
—Marco Antonio, deberías quemar tu última voluntad. E ir ahora mismo a Roma y conquistarla —la interrumpió Cleo—. Pensad: tenéis a todos vuestros aliados intactos, aún no habéis dado ningún paso que os aleje de ellos. Octavio es débil, todavía no le robó las riquezas a Cleopatra, y, por tanto, no puede comprar voluntades. Resulta imprescindible que lo ataquéis ahora en Roma porque así impediréis que se fortalezca y que luego vaya a vuestro encuentro, hasta hacer que Agripa os derrote en la batalla naval de Actio y que os quite todas las legiones. Él quedó como un héroe y tú como un cobarde que huyó en su embarcación detrás de Cleopatra. ¿Es esto lo que quieres? Os aconsejo que los dos reflexionéis. Porque nosotros os haremos una lista con todas las tonterías que os llevaron al fracaso para que no las reproduzcáis. —Y apuntó a la reina con su dedo acusador—. El principal problema fuiste tú, Cleopatra. ¡Tú y tu maldito carácter! Desde ahora respira hondo y empieza a tratar como reyes a todos los amigos del general. ¡Y en especial a los senadores romanos! Digan lo que digan acerca de ti, muérdete la lengua y sonríe. ¡Que no se te ocurra creer que puedes guiar a un ejército porque no tienes la menor idea acerca de estrategias! ¡Piensa en la vida de tus hijos y contrólate!
—¡¿Yo?!, ¡¿de qué me acusáis?! —se enfadó su álter ego—. ¡Si tengo un tacto exquisito con todos los enviados extranjeros! Hablo sus lenguas, me dirijo directamente a ellos. Creo que...
—No, no lo haces. Terminarás enemistándote con todos —la observó con doble intención y añadió—: ¿Sabes qué? Me he aprendido de memoria lo que han dicho de ti. ¿Quieres saber cómo te recordarán? ¡Como la puta del borracho! ¡Espabila, Cleopatra! ¡Aspirabas a la grandeza y fuiste deshonrada por un listillo de poca monta! ¿Es esto lo que pretendes, que Octavio vuelva a triunfar? ¡Se me revuelven las tripas! —Nerviosa, aspiró y expiró varias veces para calmarse—. ¿Quieres escuchar las palabras de Tito Flavio Josefo[2] acerca de ti?: «Esta ambiciosa y avara princesa, después de haber perseguido a los de su propia sangre con tanta crueldad que no dejó a uno solo con vida, dirigió su ira contra los extranjeros. Calumniaba ante Antonio a los más capaces y le animaba a hacerlos morir para apoderarse de sus riquezas». ¿Y deseas conocer las de Lucano[3]?: «Se casa la hermana impía con su hermano, pues ya estaba casada con el general latino, y, pasando de marido en marido, posee Roma y posee Egipto». Escucha, también, las que Dión Casio le hizo decir a Octavio en sus Historias[4]: «Que nosotros, que indudablemente somos romanos y que gobernamos sobre la mayor y mejor de las tierras habitadas, seamos despreciados y estemos rendidos a los pies de una mujer egipcia, es ciertamente algo indigno de nuestros padres». ¡Me las he aprendido de memoria! Eres inteligente y deduces el porqué. Y le hace decir más: «El propio Antonio se ha convertido en esclavo de esa mujer, se ha afeminado, actúa como una mujer». Sé que suena sexista, pero os da una idea de dónde fallasteis. Necesitáis aliados, ¿qué más da fingir que sois sumisa hasta obtener la victoria?
Un silencio incrédulo cortaba el aire de la sala y Willem se sintió obligado a intervenir:
—No os olvidéis de que la Historia la escriben los vencedores, en este caso Octavio, así que no hay por qué asombrarse. —Le propinó a Marco Antonio un golpecito consolador en la espalda, pues el pobre estaba en shock—. Y recordad que este dilema no es el más grave ni el más inmediato. Lo que más me asusta es que Satanás se encuentre en Alejandría, Octavio está lejos y todavía tenemos tiempo de desactivarlo si actuamos con astucia. Ahora debemos averiguar qué pretende el engendro. Ya hemos elaborado un plan y hay que seguirlo. —Le dio un repaso tan exhaustivo a Danielle que a esta se le quedó en llamas el cuerpo—. No me gusta demasiado el plan, pero como no se me ocurre otro seguiremos adelante con este. ¿Estáis preparados?
—¡Lo estamos, corazón mío! —En la mirada de la médium se le leía el amor y el deseo que la embargaba por su delincuente y que eran un reflejo de los sentimientos de él.
La intervención de Willem resultó providencial. Alejó los resquemores, la desconfianza y los malos augurios. Y recordarles cuál era el próximo paso fue lo más acertado, ya que un cuarto de hora después unos legionarios se acercaron a Marco Antonio para informarle que Satanás había aceptado unirse a la fiesta. La celebración continuaba, ruidosa, en la sala principal del palacio.
—¿Empezamos con el teatro, entonces? —Danielle se analizó en el espejo para comprobar que lucía atractiva.
No era de la misma calidad que los cristales del siglo XXI, pues la imagen se deformaba. Pero, aun así, significaba un lujo para una época en la que las personas conocían sus apariencias al ver su reflejo en el agua o en un metal.
—¡Adelante! —El mafioso la abrazó y le depositó un beso sobre los labios—. En el fondo me alegro, a pesar de todas las dudas, de no ser hoy el destinatario de tu actuación. ¡Me recuerda viejas épocas, mi amor, cuando me espiabas para el MI6 y el teatro me lo hacías a mí! Y recuerda que no permitiré que llegues demasiado lejos y que te acuestes con ese engendro.
Era normal su preocupación porque el plan consistía en aprovechar la debilidad que había demostrado Satanás por la belleza de Danielle. La idea era extraer de él la confesión de cómo regresar al futuro.
La muchacha y sus amigos caminaron hasta la estancia donde se celebraba la fiesta. Los gritos, las carcajadas, el perfume penetrante de los ungüentos y de las alfombras de rosas y el repiquetear de los sistros los puso en situación e intentaron disimular sonrisas, que al contemplar la algarabía a los pocos minutos se transformaron en sinceras. Un gusanillo le recorría el vientre a Danielle, pues recordaba sus flaquezas en anteriores encuentros. Temía que el malvado ser utilizase los poderes en su contra y que la hiciera más frágil. O, lo peor, que volviera a poseer a su mafioso.
Pero no contaban con otra alternativa para conocer con exactitud a qué se enfrentaban y cuáles eran los planes del enemigo. Al menos sabían lo principal, contra quién combatían. Así que la joven respiró hondo y le dio un pequeño apretón en el brazo a su amante para calmarlo y para comunicarle que era su punto de apoyo. Y acto seguido se alejó.
Para su desconcierto, cuando estuvo al lado de Satanás él la estudió con interés, pero el hermoso rostro no mostraba la menor señal de reconocimiento. Recordó que el engendro era un maestro del engaño y que no se debía fiar de nada de lo que hiciese ni de nada de lo que dijera. Además, lo habían visto en el reflejo del fuego en el sesenta y nueve antes de Cristo —año del nacimiento de Cleopatra— gracias a la magia del Oráculo de Siwa, y, pese a las décadas transcurridas, todavía aparentaba veintinueve o treinta años. Resultaba evidente, por tanto, que fuerzas ocultas le habían concedido este privilegio.
—¿Disfrutáis de la celebración? —le susurró en el oído con voz sugerente para que la escuchase por encima del bullicio y enredó el brazo alrededor del de él—. ¿Nos conocemos? Creo que os he visto antes en algún sitio...
—Creedme que si os hubiese visto antes os habría secuestrado y todavía seguiríais conmigo. —Seductor, la atrajo más hacia sí—. ¿Sois de Alejandría? Os noto un acento distinto.
Ahora fue el turno de que Danielle se sorprendiera. En lo físico era el mismo, pero su intuición le decía que no era la misma persona. Y que por primera vez lo escuchaba pronunciar la verdad: que nunca se había encontrado con ella.
—Soy de muchas ciudades, forastero, pero no os diré de cuáles para no perder el misterio y vuestro interés. —La joven batió las pestañas, coqueta, se sentía como si estuviese en otra misión del Secret Intelligence Service—. ¿Y vos de dónde venís?
—También de muchos lados, hermosa —y, al apreciar que la chica le hacía morritos coquetos como si estuviese enfadada, añadió—: Pero si lo que deseáis saber es dónde nací, os diré que fue en Atenas.
La médium volvió a tener la impresión de que el engendro era sincero en la respuesta. Entonces, ¿no era el verdadero Satanás, el mismísimo Diablo? Comparaba a este personaje fanfarrón con el maestro del Mal que ella conocía, y, aunque por fuera parecía el mismo individuo, no percibía la misma negrura del alma. De improviso, se le ocurrió una estrategia para comprobarlo.
—Desde que entrasteis sentí curiosidad por saberlo todo acerca de vos, sois el invitado de honor. —La muchacha le cogió la mano derecha y le pasó la uña por la palma, sensual, de modo que lo hizo estremecer.
—Todo no os lo diré, reina de la belleza, yo también pretendo mantener el misterio —le musitó en el oído y aprovechó para rozarle el cuello con la lengua—. Trataré de ser silencioso, también, cuando os haga el amor durante toda la noche. No deseo incomodar a Cleopatra, mi anfitriona.
—¡Lo dudo! —Danielle le acarició el pelo castaño; le echó un vistazo a su mafioso y se hallaba pendiente de ellos a juzgar por cómo apretaba los puños—. Si pasarais la noche conmigo gemiríais y gritaríais tanto que todos los sistros que hay aquí no conseguirían tapar vuestra voz.
En un acto premeditado se puso frente a él y lo abrazó. Luego le colocó la cabeza sobre el pecho. Olía a sangre y a flores de loto. Y escuchó que el corazón le bombeaba con fuerza y muy rápido mientras anticipaba los instantes de lujuria que la joven le sugería. ¡Tenía razón al suponer que no era el mismo! El Satanás que conocían había perdido todo rastro de humanidad y nada latía en su interior. ¿Significaría esto que el Mal Supremo todavía no lo había poseído ni elegido a modo de receptáculo? Quizá solo era un individuo con ciertos poderes, entre ellos el de no envejecer. Cada vez la médium tenía más claro que no disimulaba y que aún faltaban más de dos mil años para que se conocieran y que se enfrentasen.
—¿Me esperáis un momento mientras me arreglo un poco? —Lo besó en la mejilla y Satanás aprovechó para buscarle los labios, pero apenas pudo rozarlos porque la chica se apartó con rapidez—. ¡Esperadme, por favor, vuelvo enseguida!
Pasó cerca de sus amigos, anhelaba que alguno la siguiese. Se dirigió a las habitaciones y escuchó unos pasos pesados detrás. Esperaba que no fuese Satanás, pues se vería obligada a noquearlo. Demasiado se había abusado de ella en los anteriores encuentros, al hipnotizarla con sus ojos verde esmeralda y eclipsar su voluntad. Y al recordar esto encontró otra diferencia, ahora su mirada era normal.
Entró en los aposentos y esperó detrás de la puerta. Willem apareció segundos después y traspasó el acceso.
—¿Qué has averiguado? —Impaciente, la cogió por las manos y la acercó a él.
—Muy poco, pero muy relevante: no estamos frente al mismo Satanás —le explicó, contenta—. No me reconoció y el corazón le late en el pecho. Todavía no obtuvo los poderes que lo harán tan temible.
—¡Aleluya! —El delincuente sonrió—. Aunque esto también tiene un lado negativo, no podremos utilizarlo para regresar.
—No sé. —Dudó Danielle y aprovechó para ceñirlo con fuerza—. Es muy extraño que nos encontremos con él justo aquí en Alejandría. Quien nos envió al pasado conocía todo acerca de Cleo y de Cleopatra. No puede ser una casualidad. ¡Juega con nosotros como si fuese una partida de ajedrez!
—¡Uy, odio que te le acerques tanto! —se enfadó Willem—. Sé que lo aborreces y que para ti significa una dura prueba. Por eso cada vez que veo cómo te toca me cuesta un esfuerzo sobrehumano contenerme y no ir a darle un puñetazo. ¡Cómo puedo observarlo en lugar de vengarme por lo que te hizo y por haberme poseído! ¿Y si mejor le enviamos a una criada de Cleopatra para que lo sonsaque?
—Te entiendo, mi vida, sé cuánto te hizo sufrir. —La joven le acarició el pecho con la cara—. Pero no sabemos qué es capaz de hacer. Podría hacerle daño a la chica o matarla. Y ella no tendría medios para defenderse de él. ¡Lo vencí cuando era más fuerte, verás que ahora es pan comido!
Se calló su sospecha de que el Mal lo protegía o lo vigilaba, pero no se hallaba dispuesta a que una persona inocente muriera en su lugar.
—Vale, mi amor, te entiendo, pero no le permitas que se acerque demasiado. —La miró directo a los ojos y con doble sentido.
—¡Te juro, corazón, que no me acostaré con él! —Lo besó con pasión—. Y tú, mientras, recuerda que te amo con toda mi alma y que solo es un teatro... Volvamos, se preguntará qué ha sido de mí.
—Volvamos, entonces.
Danielle salió primero y se deslizó sobre la lujosa cerámica del suelo. Sentía como si la realidad fuese una pesadilla o el producto de la imaginación de un ser muy perverso. Al arribar a la sala de fiesta comprobó que la celebración continuaba en pleno apogeo y que Satanás la esperaba clavado en el mismo lugar.
Pero sí había algo diferente: Duncan Rockrise se hallaba a su lado y llevaba puesto el collar de metal que solían usar los esclavos. ¿Acaso el anciano era el as en la manga que este pérfido personaje utilizaría contra todos?
[1] Citado en la página 118 de libro Cleopatra, el mito y la realidad, de Edith, antes mencionado.
[2] Historiador judío que vivió del año 37 al 100 después de Cristo.
[3] Poeta romano que vivió desde el año 39 al 65 después de Cristo.
[4] Político, militar e historiador que vivió desde el año 155 después de Cristo al 235 después de Cristo.
https://youtu.be/lp-EO5I60KA
A Satanás se le hace agua la boca cuando ve a Danielle.
Y mafioso se contiene para no utilizarlo como saco de boxeo.
1) Revista Historia National Geographic, Nº170, 4/2018, Apoteosis del César. El Divino Augusto, Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona.
2) Revista Historia National Geographic, Edición Especial, 9/2016, La Roma Imperial. Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2016, Barcelona.
3) Revista Historia National Geographic, Edición Especial, 11/2014, Roma. Las edades de una ciudad. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2014, Barcelona.
https://youtu.be/2ANuLzq1VYo
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