15- El Oráculo de Siwa.
«No seré la primera mujer que domine sobre las ciudades del Nilo; sin discriminación de sexo (...), Faros sabe obedecer a una reina».
Lucano[*],
(39-65).
La caravana de camellos avanzaba con lentitud por la superficie desértica, que olía a tierra quemada. Desde lo alto los seres humanos que la guiaban parecían insectos agonizantes. Se perdían en la inmensidad de las dunas de arena, que daban la sensación de engullirlos como si fuesen ogros hambrientos.
Se dirigían al Oráculo de Amón, un oasis en el medio de la nada. Desde la Edad Media se lo había conocido con el nombre de Siwa y en la actualidad se hallaba en Egipto cerca de la frontera con Libia, a ocho horas de El Cairo en todoterreno. Cada tanto los torbellinos levantaban millones de partículas que estremecían a los viajeros, pues creían que el pérfido Seth demostraba el descontento ante la invasión de su morada.
Willem sabía por Danielle que este Oráculo de Amón/Zeus había sido famoso desde que habían instalado allí a una de las sacerdotisas de la Tebas egipcia. No había sido un cambio voluntario, pues la habían secuestrado y la habían vendido como esclava. Al principio habían ido a consultar los miembros de la colonia griega de Cirene, pero gracias a los aciertos se había hecho famoso en todo el mundo conocido. Uno de los más comentados hasta el presente era el relacionado con Cimón, quien en el año cuatrocientos cincuenta antes de Cristo había mandado a sus hombres al oráculo —sin proporcionarles ninguna indicación— para que le dijese la profecía secreta sobre un tema que solo él sabía. Cuando habían arribado el dios los había enviado de regreso porque, según sus palabras, «Cimón ya estaba junto a él». Al llegar a casa se habían enterado de que, en efecto, había fallecido justo el día de la predicción.
El mafioso era consciente de que la consulta de Alejandro Magno era la más famosa y la que le había proporcionado al oráculo el mayor de los prestigios. El dios lo había recibido en calidad de hijo y le había anticipado sus futuras conquistas. El macedonio había querido ser enterrado allí, pero sus restos habían terminado en la Alejandría de Ptolomeo.
—Creo que deberíamos alertar a Cleopatra —Cleo enfatizó las palabras y observó a sus amigos con la cara de los cachorros cuando pedían comida.
Los tres caminaban protegidos del sol con telas de lino, lo que les daba la apariencia de momias. Mientras, Tutankamón flotaba de uno a otro para escuchar la conversación al completo.
—Debe saber que Marco Antonio no le conviene y que solo le traerá problemas. Piensa, Dany, ¿cómo, al haber reencontrado a mis hijos, permitiré que sufran un destino deplorable a manos de Octavio? ¡Es mi obligación alertarla! Podríamos convencer al general de que vaya a luchar a Roma, y, de paso, nos lo sacamos de encima. Quizá de esta forma cambiásemos solo un poquito el destino.
—Y alteraríamos también el futuro —le recordó Danielle—, igual no tendríamos a dónde volver y jamás regresarías a los brazos de Chris. O tal vez pondríamos en peligro el destino de la humanidad. ¿Recuerdas el efecto mariposa? Cuando viajé al pasado con Da Mo intenté escabullirme para darle a algunos una lección, pero él me pilló. Estaba aterrado de que cualquier pequeño detalle produjese cambios en cadena que alteraran el presente. Es más, ni siquiera deberíamos estar aquí. Nuestra presencia en el Antiguo Egipto significa de por sí un riesgo extremo.
—Estoy de acuerdo con Danielle en que no deberíamos decirle nada a Cleopatra. —El mafioso movió de arriba abajo la cabeza—. ¿Os imagináis qué ocurriría si la convencierais de que Marco Antonio no le conviene? ¡Volvería a echarse en mis brazos! —Y puso tal expresión de horror que las dos chicas rieron a carcajadas—. Ahora se hace a la idea de que mi interés va en otra dirección. —Contempló a la médium con tanto amor que ella se le acercó y le dio un beso apasionado sobre los labios; Cleo reflexionó, preocupada, qué ocurriría con la pareja cuando regresasen al siglo XXI y qué lugar ocuparía Nathan en esta ecuación—. Aunque en mi opinión deberías demostrarle tus poderes con los animales así parecerías una diosa egipcia. Sería un sitial inalcanzable para cualquier mujer, aunque sea faraona. Y de este modo dejaría de entrometerse entre nosotros dos, el miedo la paralizaría. ¡La reina es un fastidio!
—¡Lo siento, la tía también me cae fatal! —se disculpó Cleo, avergonzada—. No entiendo qué le ocurre contigo, esa atracción está fuera de mi comprensión. Si te soy sincera, me resulta vomitiva. Y hasta me parece incestuosa, te considero un cuñado.
—¡También está fuera de mi entendimiento! —exclamó Tutankamón.
—Lo que demuestra, por si teníamos dudas, que no deberíamos encontrarnos aquí porque lo cambiamos todo también a nivel personal —insistió Danielle, convencida—. Estoy segura de que el oráculo nos dará la solución. Es lo único que se me ocurre.
Desde el inicio del extenuante viaje la joven insistía con el mismo discurso, mientras los olivos, las higueras retorcidas y los rebaños de ovejas y de cabras quedaban atrás y se convertían en diminutos puntos en el horizonte.
—Creo que aquí es donde quedó enterrado el ejército del rey Cambises II. —Cleo cambió a un tema menos polémico, aunque en el rostro se le leía que más tarde volvería a la carga.
—¿Cambises II? —le preguntó el delincuente con curiosidad.
—Sí, el que se enfadó porque el oráculo le vaticinó que el dominio persa sobre Egipto sería efímero. —Estuvo a punto de volver a reírse al percatarse de que el hombre se atragantaba cuando Danielle, por sorpresa, le acomodó un mechón de pelo que le caía sobre los ojos—. Entró con cincuenta mil guerreros para destruir el Oráculo de Amón. Y el viento sopló y las arenas del desierto los engulleron.
—Es muy interesante. Y hay una costumbre de Siwa que también os sorprenderá —intervino la médium, mientras le acariciaba el rostro a Will, lo sobaba a la menor oportunidad—. No la veréis ahora, creo, porque los historiadores dicen que es posterior. La sociedad de Siwa se dividía entre los propietarios y los siervos. Por este motivo los hombres se unían en un matrimonio homosexual en el que el zaggala debía estar con su amo. y Recién se le permitía convivir con una mujer a los cuarenta años, que era cuando lo liberaban de la servidumbre. Y su antiguo esposo era quien corría con los gastos de la nueva boda.
—¿¡Qué!? —exclamó el mafioso, chocado—. ¡No me imagino una peor esclavitud! ¡Que te obliguen a estar de modo íntimo con quien no quieres!
Durante los diez días que duró la expedición continuaron con conversaciones similares e intercambiaron datos curiosos. Y no se atrevían a decirles nada a Marco Antonio y a Cleopatra del destino que les aguardaba, por más que Cleo insistía en el tema.
Al arribar se quedaron impactados por la belleza de las construcciones de adobe y por el exquisito aroma de las palmeras datileras, después de la agotadora caminata en el desierto les parecía el paraíso. Gebel al-Mawta —la Montaña de los Muertos— lucía con orgullo su forma de pirámide. Les recordó a los visitantes que la vida era efímera —apenas un ligero soplo— y que debían esforzarse por regresar al presente porque de lo contrario el tiempo transcurriría veloz y acabarían perdidos para siempre en el pasado. La reina insistió en que la visitasen debido a que había tumbas de la época ptolemaica que deseaba ver, aunque para ello debieran recorrer los pasadizos estrechos. Consideraba que los hermosos frescos que cobijaba hacían que valiese la pena el esfuerzo.
—¡Amo esta fuente! —Cleo, horas más tarde, formó un cuenco con las manos y chapoteó con ellas—. ¡Está helada, qué maravilla!
—Porque se calienta por la tarde y en la noche es cuando se disfruta mejor de la calidez del baño —le aclaró Danielle—. Deberías volver aquí y bañarte, pues en el presente se la conoce como la Fuente de Cleopatra. Se suponía que nunca habías estado en ella, pero ahora cambiamos hasta estos pequeños detalles.
—También me gustaría. —Tutankamón suspiró.
—¡Pues vente conmigo, chico! —Cleo le sonrió y luego añadió en dirección a su compañera—: No creo que el bien de la humanidad peligre porque me bañe en esta fuente, Dany. ¡A veces te pasas! —Puso los ojos en blanco—. Cierto es que antes he estado en Siwa, pero nunca me sumergí aquí. ¡Debería hacerlo!
—¿Deberíais hacer qué? —le preguntó su álter ego mientras se aproximaba a ella—. ¿Deberíais hablarme de mi futuro? Sé que todos estos días rumiáis sobre ello y cuando me acerco cambiáis de tema.
—¡Dejadlo, Cleopatra! —la reprendió Marco Antonio y lanzó una carcajada—. Sois como un clan de hienas, no soltáis el botín. ¡Ya nos dirán si vos no los presionáis! No seáis impaciente.
Ella dejó de insistir y Willem pensó que el general sabía cómo contenerla. Dudaba que Danielle le confesase algún dato, se veía muy segura respecto a no revelarle detalles.
—Enviaré a alguien al oráculo para que les anuncie nuestra próxima visita. —El tono de la reina era autoritario, lo que indicaba su frustración—. Imagino que no deseáis dilatar más el momento.
—Gracias, eres muy amable. —Danielle le sonrió—. ¡Es curioso, me siento rara! En nuestro mundo rechazamos las costumbres del pasado relacionadas con lo paranormal y con los oráculos. Pero creo que nuestro escepticismo nos aleja de nuestras verdaderas capacidades. Inclusive me atrevo a asegurar que la predicción de hoy nos servirá de puerta de acceso al futuro.
—¡Estoy convencida de ello! —Cleopatra antigua la tranquilizó y luego enfocó la vista en dirección al mafioso—. Pero tened por seguro que os extrañaré, aunque reconozco que este no es vuestro sitio.
—¡Y yo te creo, Cleopatra, sé que nos extrañarás! —le replicó Cleo con ironía al apreciar cómo la otra mujer devoraba a Willem con la vista.
Pronto les llegó la invitación para que acudiesen por la tarde a escuchar la profecía del dios Amón... Y las horas se les hicieron eternas. Llegado el momento subieron todos hasta el templo. Parecía extraído de uno de los cuentos de Las mil y una noches. Coronaba la elevación —imponente— y lo rodeaban decenas de palmerales que extendían su inigualable fragancia.
Después de entrar recorrieron las distintas estancias en silencio. Y con reverencia pasaban las manos por las decoraciones en bajorrelieves y por las columnas. Sentían que el efluvio mágico que emanaba les acariciaba el alma. No era la misma sensación que a uno lo embargaba cuando se hallaba al lado de Da Mo, pero sí similar.
—¡Bienvenido, Nebjeprure! —El sacerdote más anciano los desconcertó al saludar al fantasma con una genuflexión en su honor—. ¿Sois vos la consultante, Magnífica Soberana?
—¿Me veis? —lo interrogó Tutankamón a su vez, pasmado.
Pero no tuvo oportunidad de que el hombre le contestase, pues Cleopatra se repuso del asombro y señaló a la joven.
—No, la consultante es Danielle. Pero tratadla como si yo misma os pidiese el oráculo.
El delincuente agradeció el gesto desinteresado de Cleopatra con una sonrisa, pues reconocía que se comportaba de manera generosa e iba en contra de sus intereses. Ella dirigió la mirada hacia Marco Antonio y exhaló el aire contenido. Se le aproximó y lo cogió de la mano, señal de que comprendía que la obsesión por el visitante se hallaba fuera de toda lógica. No solo por la distancia temporal entre ambos, sino también porque los sentimientos no se encontraban en la misma frecuencia de onda.
—Lo normal es que Amón os responda sí o no por medio de una estatua de madera que veréis sobre los hombros de mis hermanos —le explicó el religioso a la médium—. Así que antes de iniciar la ceremonia, pensad muy bien vuestras preguntas.
—Las tengo más que meditadas. —La chica se inclinó con respeto—. Estoy lista.
—Lo que deduzco es que estáis impaciente, como todos los consultantes que arriban aquí —le replicó él, comprensivo—. Y después muchos de ellos enmudecen ante la grandiosidad de la experiencia.
Al mafioso no le pareció una exageración, el aura del templo imponía reverencia. Si bien antes dudaba, al encontrarse allí y ver cómo el sacerdote saludaba a Tutankamón se convenció de que obtendrían las respuestas en pocos minutos. Y las utilizarían como si fueran puentes para conectar con su época y salir del laberinto en el que se hallaban.
Los guiaron hasta una gigantesca habitación donde había un cuenco para que la médium se refrescara y se purificase, lo que realizó enseguida. A continuación los condujeron a la sala principal del templo, donde varios sacerdotes jóvenes —se enfundaban en túnicas blancas— cargaban un tronco de laurel que pendía del techo atado a una cuerda.
—Preguntad —le ordenó el religioso—, os permitiremos consultar sobre todo lo que necesitéis.
—Muchísimas gracias, pero solo preciso saber una cosa: si mis amigos y yo regresaremos a nuestra época —precisó Danielle al instante—. Y, además, cómo hacer para lograrlo... Entiendo que esto último no es algo que se pueda responder solo con un sí o con un no. Pero quizá Amón me conceda el privilegio de desvelar la luz entre mis tinieblas.
Los sacerdotes caminaron en círculos, como si el enorme árbol no pesase nada. Luego —con los ojos cerrados— lo dejaron libre. Oscilaba de un lado a otro de dos esculturas en lugares antagónicos, que representaban el «sí» y el «no».
—Resulta confuso. —El sacerdote se frotó el mentón—. No se inclina hacia una respuesta concreta como es lo habitual —y luego se agachó e imploró—: ¡Oh, Amón, honradnos con vuestra sabiduría! ¡Vuestra respuesta es crucial para Danielle, quien hoy os consulta!
De inmediato, un espasmo recorrió por entero los cuerpos de los hombres que antes cargaban el tronco. Se movieron como si tuvieran los huesos soldados o como si fuesen robots de acero. La chica sintió que un escalofrío la recorría y el aroma a laurel apareció de la nada y se hizo cada vez más intenso.
—Deseo lo mejor para mis amigos y para mis hijos. —Se desmoronó sobre el suelo y efectuó una humilde reverencia—. ¡No nos condenéis a mantenernos a distancia! ¡Si no puedo volver yo, al menos permite que ellos regresen y que ayuden a Nathan y a mi abuela a criar a los pequeños!
—¡No, me opongo del todo! —El mafioso los desconcertó con su ímpetu—. ¡O regresamos ambos o no regresa ninguno de los dos! —Y los jóvenes sacerdotes soltaron la misma carcajada, pues sonó como si fuese una sola.
Después, uno de ellos lo elogió:
—¡Esto sí que es devoción! No nos queda la menor duda, Willem Van de Walle, de que amáis a Danielle.
Los asistentes se quedaron en shock. La médium, en cambio, avanzó hasta donde se hallaba el joven que hablaba.
—¿Quién eres? —le preguntó en inglés para probarlo.
—Llámame Amón, Zeus o simplemente Dios —le respondió el sacerdote con perfecto acento británico.
Al anciano que los había recibido se le salían los ojos de las órbitas. Jamás en su larga vida había sido testigo de una demostración de poder semejante. Y no era de extrañar porque, además del mensaje del dios que comunicaba, el muchacho tenía los ojos en blanco y el cuerpo le oscilaba como si una fuerza invisible lo guiara.
A continuación giró igual que un trompo y cantó:
—Nieta de la que ha visitado el otro reino y del habitante Danielle será,
la Magia Más Insondable hablar con los muertos le permitirá, primero,
y luego unirlos a todos ellos
y la vida le devolverá.
La espada de los dioses protegerá
y a otros del fuego
y al escarabajo y a la reina traerán de regreso,
mientras las agujas del reloj van hacia adelante y hacia atrás.
Vive, vive y vive
que el mundo continuará girando
y tú con él irás rodando.
—¡¿La conoces!? —chilló Danielle, y, después, en trance lo interrogó—: ¿Conoces mi profecía?
Si los asistentes antes se hallaban asombrados, ahora alucinaban. No solo porque le respondían en un idioma que en estos tiempos no existía, sino porque ese ser, dios o lo que fuese, le demostraba que dominaba la profecía que se refería a ella y cuyo conocimiento había obtenido a través de sus hermanas las brujas.
—Yo lo sé todo. —Los sacerdotes pronunciaron estas palabras al unísono; después se le acercaron y la rodearon mientras bailaban una especie de danza que a la chica le recordaba a las dionisíacas.
—¿Puedo preguntarte, entonces, quién o quiénes nos trajeron hasta aquí? —inquirió la muchacha a continuación.
De repente, escucharon el estallido. Una hoguera surgió por combustión espontánea en el medio de la sala. Y creció y creció hasta casi rozar los relieves próximos al techo, de tal modo que parecía una columna construida en fuego y de aspecto similar a las que sostenían el templo.
—¡Por Amón! —El anciano se prosternó sobre el suelo—. ¡¿Qué ocurre?! ¡No lo comprendo! ¿Quién sois vos en realidad, Danielle, una diosa?
Los jóvenes sacerdotes bailaban y lo ignoraron. La médium, fascinada, solo tenía ojos para el increíble espectáculo que contemplaba, así que tampoco le respondió.
El hermano que hablaba por el dios le comunicó:
—Él la buscaba para alcanzar el máximo poder
y acercarse al Mal Supremo.
Pero eran dos,
una nació cerca de la arena del desierto,
donde el león rugía y la hiena cantaba;
la menor, la hermana de distinta sangre,
cerca de otro río, en una isla,
cientos de años después.
—¿Te refieres a Cleo y a mí? ¡Seguro que sí, somos como hermanas! ¿Nos buscaban a nosotras? —Se acercó a él y analizó sus ojos sin pupilas—. ¿Quién nos buscaba?
Por respuesta el sacerdote de Zeus/Amón las señaló con el índice y pronunció:
—Sí, os buscaba cuando nació la mayor.
—¡Así que estaba en lo cierto! —Los demás contemplaban la escena sin parpadear, como si no se convenciesen de lo que ocurría—. ¡Por favor, dime el nombre del que nos buscaba!
—Σατανᾶς —proclamó en griego y en inglés con perfecto acento londinense lo repitió—: Satanás.
Danielle escuchó cómo Willem, a pocos metros de ella, gemía y daba un respingo.
—¡¿Satanás?! —repitió, desconcertada—. ¡¿Desde cuándo nos buscaba?!
Por respuesta el sacerdote movió la mano en dirección a la columna de fuego. El olor a laurel se volvió tan fuerte que era el único que se identificaba, tapaba a todos los demás. Las llamas crecieron y dentro de ellas se formaron imágenes. Vieron cómo una mujer mayor vestida de pitonisa o de vestal se retorcía delante de un caldero, igual que si estuviese en medio de una danza ceremonial similar a la que ellos testimoniaban. Ante ella seguía extasiado cada uno de los movimientos un hombre de belleza extrema, con piel canela, cabello castaño, ojos de tono esmeralda y que se enfundaba en una capa blanca. Pero la frialdad de la mirada hacía pensar en alguien dispuesto a cualquier aberración para conseguir lo que se proponía.
—Sí, buscaba el máximo poder y os necesitaba —admitió el sacerdote que hablaba por Amón.
Y los demás —como sonámbulos— repitieron:
—Os necesitaba, os necesitaba, os necesitaba.
—Primero fue hombre —prosiguió con las explicaciones—. Luego el Mal conquistó su cuerpo y os buscó. Lo vencisteis, y, como venganza, os hizo venir aquí. Las reglas entre el Bien y el Mal son claras, no podía acercarse después de la batalla y de la posesión.
—¿Y cómo volvemos ahora? —le preguntó la chica, horrorizada—. ¿O es que él no nos permitirá regresar nunca?
—Ahora no podéis volver. —El hombre giraba sobre sí mismo igual que una peonza y le traía a la memoria otra situación relacionada con Satanás.
—¡¿Nunca conseguiremos regresar, eso es lo que me dices?! —se asustó la médium—. ¡¿Deberemos terminar nuestros días en el pasado?! ¡¿Incluso morir aquí?!
—Tú eres inmortal, no puedes morir. —El tono burlón que empleaba no combinaba con los ojos en blanco—. No he dicho que debas permanecer aquí para siempre. Recuerda tu profecía, habla de este viaje.
Efectuó una pausa y cantó:
Para volver ten en cuenta esto:
el escarabajo os trajo,
el dragón os devolverá,
Ra en la barca realiza a diario su trabajo,
y el lord, con su espada, os protegerá.
Y, del mismo modo brusco en el que había empezado, este despliegue de poder concluyó. El joven sacerdote se detuvo y levantó los párpados.
—¿Qué sucede? —preguntó, mareado.
—Que el dios Amón se ha manifestado a través de vosotros —le explicó el anciano con reverencia—. Hoy ha venido a consultarnos alguien muy especial para él: Danielle. Es una protegida de los dioses, me siento honrado de que nos visitéis.
La chica no le permitió reclinarse, sino que en lugar de ello se prosternó ante él y recalcó:
—¡Honrada me siento yo! Y, aunque todavía no sé qué debemos hacer para regresar al futuro ni entiendo el mensaje, os agradezco la ayuda que nos habéis brindado. ¡Nos habéis dado esperanza!
Más tarde, después de comentar los acontecimientos durante largo rato, los peregrinos se despidieron y regresaron al oasis.
—¿Y ahora qué? —le preguntó el mafioso a Danielle; la abrazaba por detrás mientras estaban sumergidos en la Fuente de Cleopatra—. ¿Has entendido algo de lo que te han dicho?
—No, solo que debo buscar a un dragón. —Se recostó sobre él y ante este contacto ambos ardieron por dentro—. O sea, algo imposible, los dragones no existen y menos en el Antiguo Egipto. ¡Aquí ni siquiera encontraremos un dibujo de un dragón!
—Pero después del paso por el oráculo tienes la certeza de que eres inmortal. —Intentó tranquilizarla su amante mientras ponía cara de «te lo dije»; era obvio que se trataba de un tema que la muchacha no deseaba tocar—. En caso de no regresar, con el paso del tiempo seguirás viva y volverás a ver a nuestros hijos y a los demás.
—No tengo tan claro que sea inmortal, digan lo que digan. —Se revolvió, nerviosa, contra su cuerpo—. Y recuerda que nosotros no deberíamos estar aquí, así que tal vez este viaje haya dado origen a un futuro alternativo. Es probable que la línea temporal cambie y que no sea el mismo desde donde vinimos. Igual nuestros hijos jamás nacen.
—Si es cierto lo que dices, entonces no deberíamos tomarnos tantas molestias para no alterar nada. —Le mordió el lóbulo de la oreja y deslizó la mano derecha por el muslo de la muchacha—. Nos comportemos como nos comportemos ya la hemos fastidiado.
—No sé —gimió Danielle y se retorció de placer.
Notaba que la sangre le circulaba más rápido. Y, cuando los dedos de Willem llegaron al monte de Venus y se le deslizaron entre las piernas, creyó que el agua entraba en ebullición.
—Da Mo fue muy específico al mencionar que no debíamos modificar nada en absoluto en mi viaje anterior. Te lo he repetido hasta el cansancio, amor mío. —Le pasó la lengua por el cuello y le daba mordisquitos que lo hacían suspirar—. No dices nada de Satanás. Ahora sabemos que teníamos razón, él está detrás de nuestros problemas.
—Es que no me ha quedado claro este asunto. —Puso cara de confusión—. No he entendido si Satanás poseyó al individuo del fuego o si él se dejó poseer.
—Más bien lo segundo —y al apreciar que Will se separaba de ella, le preguntó—: ¿Qué pasa?
—Que ahí, justo al lado de los camellos, está Samuel Rockrise. —Señaló en esa dirección—. Se ve mayor que en nuestro último encuentro, pero sin duda es Rockrise hijo.
Y los dos se quedaron con las bocas abiertas por la sorpresa.
[*] Citado en la página 55 del libro Cleopatra, el mito y la realidad, de Edith Flamarion, anteriormente reseñado.
Gebel al-Mawta, la Montaña de los Muertos.
Y, después de un recorrido agotador por el desierto, llegan al oasis.
La Fuente de Cleopatra.
Lo que queda del Oráculo de Siwa en el presente.
Esta magnífica vista la podéis disfrutar hoy si lo visitáis.
He visto este vídeo decenas de veces y siempre me conmueve. Aquí el recorrido se hace en cuatro por cuatro. ¿Te imaginas cómo sería llegar hasta El Oráculo de Amón en camellos?
https://youtu.be/DNwtwIzwQpk
https://youtu.be/1ZkBdoROXr0
1- Cleopatra, de Emil Ludwig. Ediciones Folio, S.A, 2004, España.
2- Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare. Edimat Libros, 2000, España.
1) Revista Muy Historia Extra, Brujas y magos. Agentes de lo sobrenatural. G+J, 2018, Madrid.
2) Revista Muy Historia Extra, Adivinos y profetas. El enigma del futuro a través de los siglos. G+J, 2017, Madrid.
https://youtu.be/8KjxJ2rOIsA
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