14- Perfectos.
«¡Oh, vos, luz del mundo, encadenaos a mi cuello cubierto de hierro; entrad de un salto en mi corazón, atravesando la coraza invulnerable y las telas, y una vez dentro, cabalgad sobre mi triunfante corazón desbocado».
Antonio y Cleopatra, William Shakespeare[*],
(año 1564-1616).
—¡¿De verdad Cleopatra se cree, aunque sea por un segundo, que me pondré este horror?! —grito en inglés enfurecida.
Me encuentro en mi habitación y me rodea un enjambre de sirvientas. Las mujeres me envuelven en varios atados de vendas y pretenden convertirme en una momia.
—Os quedará perfecto este disfraz. —Una de ellas estira las manos hacia mí como si fuesen garras afiladas.
—¡Fuera, fuera! —chillo enfadada, ahora en griego, porque no consigo librarme de las molestas atenciones.
Se hacen las desentendidas y me rodean las piernas y los brazos con las tiras. Mientras, tratan de distraerme al entonar una canción.
—¡He dicho que os vayáis! —Me suelto sin más trámite—. No deseo haceros daño, pero si no me dejáis otra opción seré implacable con vosotras. ¡Si tengo que heriros para que me dejéis en paz no me temblará el pulso!
—¡Pero la reina nos ha pedido que os vistamos de momia y que no estéis sin nuestra compañía! —la chica que habla se muestra asustada—. ¡Nos ha ordenado que no aceptemos una negativa!
—¡Pues me da igual, debéis temerme más a mí que a vuestra soberana! —Me pongo en posición de ataque—. La primera que se me acerque vuela por el aire. Y a la segunda que se atreva la mato. ¡No bromeo! He asesinado a mucha gente.
Se nota que el poder de persuasión de Cleopatra es exorbitante porque una infortunada se me aproxima e ignora el peligro que corre. Cuando pretende colocarme las cintas en contra de mi voluntad le efectuó un Ō-soto-gari. Recorre la mitad de la estancia como si fuese un cohete y se desparrama sobre el suelo.
—¿Cuál de vosotras es la que quiere morir? Con la próxima no seré tan cuidadosa y la mandaré rápido a visitar el Duat para que Osiris la juzgue. —Todas callan atemorizadas—. Si la reina os pide alguna explicación le respondéis que, en mi opinión, el de momia es el disfraz perfecto para ella porque su futuro inmediato será la muerte si me enfada. Le decís que generaré un huracán tan fuerte que Alejandría se quedará en los cimientos. ¿Entendido?
—Entendido. —Rozan las frentes contra las baldosas al hacerme la reverencia y se escapan con rapidez por la puerta.
Cuando se retiran aún continúo perpleja. ¿Por qué la reina pretende esconderme el cuerpo y el rostro de este modo? Hay mujeres hermosas en la corte y ella les regala joyas y vestidos para que lo parezcan aún más. ¿Será que el error es mío porque confundo a Cleo con Cleopatra antigua? ¡Cada vez me queda más claro lo diferentes que son!
Visualizo sus gestos al aproximarse a mi mafioso y a mí mientras nos besábamos en el salón. Y su afán por interrumpirnos y por separarnos. La velocidad de los pasos, las palabras alborotadas, cómo lo mandaba a él a vestirse y a mí me entretenía con detalles nimios acerca de la fiesta. ¿Será posible que se sienta tan atraída por mi exnovio? Me cuesta admitirlo porque Cleo jamás ha tenido ojos para alguien distinto de Christopher.
Pero su estrategia actual es similar a la que empleó conmigo cuando era un fantasma y conoció a mi colega del Secret Intelligence Service. Y fue tan efectiva que el rollo que iniciamos Chris y yo se detuvo ahí. Me resultaba imposible acostarme con él al saber que se hallaba delante y que se había enamorado del hombre hasta las trancas, mientras que para mí solo significaba una aventura sin ninguna trascendencia. Y luego lo siguió y poseyó a la traidora de la agente Green, que también era amante del espía. Fui testigo de cómo el amor florecía entre ambos y los ayudé.
Ahora, en cambio, la furia me ciega. Me percato de que no permitiré que me robe a la persona que me interesa y con la que mantengo una relación tan estrecha. ¡Es el padre de mis hijos, no renunciaré a su cercanía! Me da igual que seamos dependientes y que disfrutemos de su hospitalidad. Y silencio la vocecilla que me recuerda que estoy casada con Nathan y que mi actitud es de un redomado egoísmo.
—Las circunstancias son excepcionales. —Me siento sobre el lecho de oro, luce vistosas incrustaciones en concha de tortuga—. Tal vez debamos pasar en el Antiguo Egipto durante años y no veré cómo esa pérfida mujer se acuesta con mi mafioso.
Así que vuelvo a organizar mi idea original, la de presentarme en la celebración ataviada como la diosa Afrodita. Sé que es una contradicción si tengo presente cuánto odiaba que Ryan O'Donell —mi primer fotógrafo en The Voice of London— me llamase Venus. Pero el disfraz me favorecerá y es necesario que me apañe con lo que dispongo.
De un tirón quito la seda blanca y transparente del dosel que rodea la cama. Me la ato alrededor del cuerpo como si fuese un vestido, tal como vi en algunos vídeos de YouTube hace unos meses. Permito que forme un escote delante y otro detrás. Y luego superpongo una capa con otra. Después le añado en los hombros y en la cintura algunas de las joyas de Tutankamón y las entrelazo. Camino hasta el primitivo espejo que hay en la estancia y me examino. Amo las flores de loto y la clásica sencillez de mi atavío.
—¡Perfecto! —Me alegro de haber dado con esta alternativa al disfraz de momia.
Y no haré el ridículo, lo que sucedería si bajase cubierta de vendas y con solo los ojos, la nariz y la boca al descubierto.
Vuelvo a la sala y me acerco a Cleo y a Will, que charlan de forma amigable.
—¡Qué guapa estás, mi querida Dany! —A mi ex le brillan los ojos al verme y solo por eso ha valido la pena espantar a las sirvientas que pretendían momificarme—. ¡No puedo creer que mi otro yo te obsequiase un vestido deslumbrante como este!
—¡Qué va, solo me dio vendas para transformarme en una momia! —le murmuro en el oído también, las voces de los asistentes son estruendosas—. Parece que Will le gusta.
—¡Al fin lo has notado! —Le echa un vistazo a mi delincuente, que se distrae al observar alrededor como si pretendiese evitar dirigirme la mirada—. ¡De verdad, lo siento!
—No te preocupes. —La tranquilizo porque después de todo, ¿qué culpa tiene ella de que la otra mujer se haya vuelto loca como una cabra?
Cuando vuelvo a enfocar la vista en Will, ya no pienso en nada más. Sonríe y le efectúa un gesto a Marco Antonio que no comprendo. ¡Qué arrebatador está disfrazado de Alejandro Magno! Siempre lo encuentro guapísimo, pero hoy se halla irresistible vestido con la túnica griega blanca, que le deja al descubierto los fuertes músculos de los brazos y de las piernas. Las grebas que le rozan las rodillas apenas se los disimulan. Y la coraza de bronce lustroso con los flecos de cuero lo hacen parecer todavía más corpulento de lo que es, sensación que se acentúa al utilizar el casco macedonio de cresta tan elevada.
No sé qué me sucede en las últimas fechas porque pese a mis poderes vuelvo a sentirme una niña protegida al lado de él. Y deseo que me acaricie, que me abrace, que me permita esconderle la cabeza en el pecho. Para evitar la tontería que me invade, cojo una copa de vino y ya no me desprendo de ella, pues la servidumbre se encarga de mantenerla llena. Es una excelente decisión porque me inunda la alegría que hay alrededor de mí y no dejo de reír ante las bromas. Las parejas se mezclan y se intercambian. El sonido de las flautas y de los sistros me hace sentir sensual. Y el aroma de la menta, del eneldo, de los perfumes de los asistentes, de las rosas, de los lirios y de los alhelíes se elevan desde el suelo y desde los objetos y me acarician y me llenan los sentidos de deseo y de ganas de abrazar a mi mafioso... Y de perderme en su recio y deslumbrante cuerpo.
Pero sus gestos son cada vez más y más adustos. Y, después de que Cleo nos abandona para ir a descansar, luce alarmado. Me da mucha risa porque no me entero de nada, hace años que no siento esta despreocupación que me produce el alcohol. Tantas exposiciones, tanto periodismo y tantas misiones de espionaje han hecho que madurara y que evitase dejarme llevar por la diversión despreocupada. No sabía que el alcohol me haría tocar el cielo de tanta felicidad.
Contemplo a mi Alejandro Magno particular y le doy otro sorbo al mágico vino de Jonia. Me evade de los problemas y de la reflexión profunda. Lanzo una carcajada cuando los asistentes se despojan de las ropas como si esto fuese una continuación de mis pensamientos. La vestimenta reprime la libertad, oculta las preocupaciones y nos muestra el deber ser. Aplaudo alborozada y brindo con mi copa. Mi ex parece chocado, continúa vestido y no se ha quitado ni siquiera la coraza, como si temiese que alguien lo apuñale por la espalda.
—¡Nos vamos! —Mi mafioso pretende escapar y no comparte mi alegría, estoy demasiado mareada como para meditar con seriedad, pero ¿no fue él quien pronunció primero aquello de carpem diem?
Protesto, pero me suelta una parrafada que mi cerebro no registra. Y luego me carga sobre el hombro y se encamina conmigo a la salida. Noto que Marco Antonio se ríe a carcajadas. El miembro viril se le columpia, es muy divertido.
Le efectúa una señal con la mano y luego bromea:
—Necesitabais un poco de ayuda para abandonar la fiesta y continuar la vuestra. —Cleopatra, en cambio, parece desencantada, como si descartase algún proyecto importante.
Mi ex, más aliviado, también sonríe ahora y sus pasos son más rápidos.
—¿Adónde vamos? —le pregunto, todo me da vueltas.
Porque no se dirige hacia las habitaciones del palacio, sino que sale al jardín.
—Ya lo verás. —Se comporta enigmático—. El general me ha prestado su llave.
Me siento una pluma mientras zigzaguea entre las estatuas de dioses griegos y de egipcios. Y alrededor de las fuentes con peces carpa que nadan entre las enredaderas exuberantes. Mientras, la brisa cálida me refresca la piel.
Las emociones se me remueven por dentro al sentir el cuerpo ardiente de mi mafioso. Mis pechos se aprisionan contra la coraza. Una mano me toca la cintura y la otra el trasero. Siento vértigo al desplazarme casi ingrávida por el aire montada en su espalda y los recuerdos felices de nuestra vida juntos me surcan el cerebro. ¡Su cuello está tan cerca! Desde donde ahora nos hallamos no se escuchan los sonidos de la celebración, solo los latidos de nuestros corazones y el susurro del mar.
Permito que la tentación me venza y le acaricio con la lengua el lóbulo de la oreja. Y —no se cómo— pronto lo beso en la boca. Siento el grosor y el sabor de sus labios, perfumados con el aroma a rosas, a lirios y a alhelíes. ¡Cuánto lo deseo! El faro de Alejandría —justo frente a nosotros— me recuerda que debo exprimir el momento y dejarme llevar por los sentimientos. ¡Mi piel no los contiene y no puedo ocultarlos!
—¡Te amo, mafioso mío! —le confieso con un suspiro.
Estiro el brazo y le acaricio la nuca. Le acerco la cara a la mía, como si quisiese succionarlo e incorporarlo dentro de mí. Él me baja y mi cuerpo se desliza a lo largo del suyo. La luz es tenue, solo nos alumbran la luna llena, las estrellas y el faro. Nos hallamos en un sitio donde no hay fogatas ni antorchas ni la iluminación que Cleopatra pone con forma de cuadrados y de círculos.
—Yo también te amo, Danielle —me susurra contra el cuello y juega con el lóbulo de mi oreja, lo humedece con la lengua—. Pero no sé si creerte, has bebido demasiado.
—He bebido para no echarme encima de ti.
Y me besa como si de verdad me creyese. Me invade la boca con pasión y me pone las manos sobre los senos. Me acaricia las aureolas y provoca que respire más y más rápido, como si me faltase el aire. Frenética, le demuestro cuánto lo anhelo. Intento soltarle las tiras de la coraza y del casco, pero están demasiado ajustadas. Así que protesto.
Mi delincuente me acaricia la cintura y el trasero y luego vuelve a los pechos, por lo visto lo fascinan todavía. Siento que me encuentro en desventaja. El vestido es de seda fina y él, en cambio, parece un buque acorazado. Me contento con frotarle los músculos de los brazos y de las piernas, pero no me alcanza. Necesito fundirme contra su piel igual que antes.
—Te deseo, Danielle —Me da un mordisquito en el cuello—. Vayamos al refugio. ¡Rápido!
Me coge de la mano y corremos en una dirección que desconozco, pero se nota que él sí sabe muy bien dónde es. Volvemos a zigzaguear entre columnas, estatuas y fuentes. Y nos reímos como niños revoltosos. Al final del camino —sobre las rocas— hay un palacio en miniatura. La espuma del mar llega a unos diez metros de él. Me siento una sirena. O quizá Afrodita cuando sale de la concha gigantesca y se abre de nuevo a la vida, al placer, al amor.
Mi delincuente abre la puerta con una llave que extrae de la greba de la pierna derecha. Me levanta entre los brazos y traspasa el acceso, como si fuese nuestra noche de bodas y yo una tierna y virginal novia. Hay una cama similar a la mía del palacio, pero en oro y nácar. Alguien ha encendido los farolillos de aceite y numerosas velas. Y el hermoso rostro de Will se difumina en claros y en sombras como en las películas de época. La escena es tan romántica que me encoje el corazón. Porque recuerdo cómo desperdiciamos el tiempo al permanecer separados. Pero el lecho nos llama a gritos y nuestros cuerpos arden.
Todavía en brazos me lleva hasta allí y me deposita sobre el colchón de plumas de ganso. Se quita la coraza de bronce, el casco, las grebas, y, solo con la túnica, se recuesta sobre mí. Se apoya en los codos para no aplastarme con su peso. La tela es delgada y siento su pulsante miembro, pero él no se conforma con esos milímetros de distancia entre los dos y me quita las joyas y la cortina. Las lanza sobre el suelo, lejos de nosotros. Y, en un gesto tan adorable que me conmueve, me coloca El Corazón de Danielle.
—Ha venido conmigo y es una señal. ¡Nunca me lo devolverás! El collar te busca, es tuyo.
—Prometo que me lo quedaré para siempre. —Y conmigo «siempre» significa hasta el fin de los tiempos.
Muevo la cabeza de arriba abajo para reafirmar las palabras. Cierro los ojos cuando comienza a recorrerme el cuerpo, sin dejar ningún pequeño recoveco por el camino. Gimo mientras me lame la piel del vientre y la entrepierna, el placer es insoportable. Y su miembro se eleva tanto que rivaliza en altura con el faro de Alejandría. Le rasgo el último vestigio de ropa y su lengua atrevida me lame por entero mi húmedo calor.
—¿Te gusta? —Alza la cabeza, los labios le brillan.
—¡Me encanta! —Lo beso en la boca y siento mi sabor—. ¡Te amo, Will!
Compartirle mis emociones rompe su dique de contención. Nos hallamos ansiosos, hemos esperado demasiado. Por eso me penetra hasta el fondo y nos fusionamos como si fuésemos una sola persona. No se sabe dónde comienza él y dónde termino yo. Constituye una danza sincronizada y más antigua que las pirámides. Genera música con nuestras respiraciones, con el vaivén de las olas contra las rocas, con nuestros gemidos. Y con el chapoteo de nuestros sexos al chocar, que suena como los aplausos. El ritmo es rápido, no podemos ni queremos reprimirnos. La pasión nos arrasa como si se hubiese acumulado durante nuestra ruptura. Ignoro cuánto dura —si horas o minutos—, pero sí sé que es el primer momento de muchos, pues me propongo que nuestra noche sea larga y variada.
—¿Te das cuenta de que es la primera vez que hacemos el amor sin que haya secretos entre los dos? Siempre hubo algún ocultamiento de por medio. O bien tuyo o mío. —Apasionado, se pega más a mí y continúa en mi interior a pesar de haber llegado al clímax—. Te amo, Danielle.
Sí existe un secreto de por medio. Mi mafioso aún ignora qué ocurrió entre ambos cuando lo poseyó Satanás.
—Todavía hay algo que debes saber, pero no deseo romper la perfección de esta noche. —Las mentiras se han acabado—. Te prometo que pronto te lo diré. —Y no me siento culpable por haber hecho el amor con él mientras mi esposo cuida a nuestros bebés.
Me le trepo por el cuerpo y me le siento encima. Le rozo el pecho con los senos y lo tiento.
—¡Te amo, Will, y quiero repetir esta maravilla! —le susurro, seductora.
Y las palabras se esfuman. Solo hay sitio para el placer.
[*] Obra antes citada, Acto Cuarto, Escena Octava, página 94.
Así quería ver Cleopatra antigua a Danielle. ¡Escondida del todo detrás de las vendas!
Pero nuestra chica se las apaña para hacerse un vestido con la seda blanca del dosel y con las joyas de Tutankamón.
Y el mafioso luce guapísimo vestido de general macedonio.
La médium se siente igual que Afrodita al salir de su concha.
Y vive unos momentos tan románticos que la llevan a pensar que desperdició el tiempo al estar separados.
https://youtu.be/2Vv-BfVoq4g
Pasiones. Amores y desamores que han cambiado la Historia, Rosa Montero. Grupo Santillana de Ediciones, S.A, 1999, Madrid.
https://youtu.be/87f-xZVqMU4
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