1- Sin rastro.


«La verdad levanta tormentas que desparraman su semilla a los cuatro vientos».

Rabindranath Tagore

(1861-1941).

Mr. Smith, uno de los jefes de operaciones del Secret Intelligence Service[*], se encontraba muy preocupado. Durante dos días intentó localizar a Danielle Rockwell —la mejor agente de campo dentro del servicio—, pero no había ni rastro de ella. Sin embargo, todo indicaba que no había salido de la mansión que compartía con su esposo Nathan, lord Pembroke por matrimonio.

     Este motivo lo impulsó a ir hasta el barrio Belgravia a visitar a la pareja. Justificó la intromisión con la creencia de que al mismo tiempo daba un paseo y calmaba el estrés. Disfrutaba al caminar debajo de los álamos de Wilton Crescent Garden, lo hacían poner pie a tierra después de tantas misiones trepidantes como las últimas que le había tocado liderar. O, al menos, lo que él creía que eran álamos según los recuerdos lejanos, pues durante semanas se había encerrado en Vauxhall para desactivar todos los planes que pretendían extender el caos dentro y fuera de las fronteras de Gran Bretaña. Si bien era cierto que de modo coloquial el edificio del MI6  era conocido como Legoland  e imbuía a los viandantes de cierto ánimo festivo —parecía construido con piezas de lego— pocos al contemplarlo eran conscientes del trabajo titánico que se desarrollaba entre bambalinas para protegerlos. Por eso necesitaba oxigenarse, bajar el ritmo, poner pie a tierra.

     Operaciones consideraba que el secuestro de Duncan y de Samuel Rockrise se encuadraba en esta línea desestabilizadora. Ambos eran estadounidenses, de la misma familia —padre e hijo—, magnates de las finanzas y figuras imprescindibles de las páginas sociales. Personas de esta categoría no desaparecían sin ninguna justificación en un punto remoto de Australia cuando habían viajado a Sidney por una fusión de empresas multinacionales. Nada cuadraba y por esto necesitaba el toque mágico de lady Danielle. Gracias a su inteligencia, a sus conocimientos y a su influencia en el mundo de los muertos —contaba con la colaboración de millones de fantasmas, a los que llamaba «su ejército espectral»— serían capaces de iluminar esta surrealista incógnita.

     No ignoraba que resultaba un tanto prematuro hablar de secuestro, pero era imposible que personas de la talla de los Rockrise se esfumaran en la nada como si fuesen partículas de humo. Ni que dejasen a los guardaespaldas desconcertados por no haberlos notificado con anterioridad. Mientras, las autoridades colocaban en el foco de atención a los terroristas porque se trataba de la típica acción que, de trascender los pormenores, haría derrumbar las bolsas mundiales hasta el fondo del abismo.

     Aceleró el paso y pocos minutos después se hallaba frente a la lujosa mansión. Tocó el timbre y esperó.

—¡Jefe! —Danielle le abrió la puerta con uno de sus bebés entre los brazos: olía a colonia infantil y se notaba que le faltaba práctica, pues los movimientos eran en cámara lenta y muy meditados—. ¿Ha pasado algo?

—Usted no contestaba ninguna de sus líneas de teléfono y por ello me he dejado caer por aquí —se disculpó Operaciones—. No imaginaba que le tocaba cuidar a los niños.

     Lo de cuidar era un eufemismo. Porque cuando el hombre traspasó el umbral se percató de que el ambiente se parecía más a las horas previas a la revolución de Pancho Villa. Los trillizos —mucho más espabilados que la última ocasión en la que los vio— chillaban de alegría y le estiraban los bracillos a modo de invitación para que se uniera al bullicio. Una perra de tamaño descomunal corría alrededor de la sala y arrasaba el mobiliario para hacerse notar. Mientras, Nathan —como si fuese un comandante en medio de la batalla— daba instrucciones a diestro y siniestro sin que nadie las siguiera. Cleopatra —la última reina de Egipto y mejor amiga de la médium— intentaba acomodar el desorden que generaban, pero era imposible porque segundos después volvía a hallarse todo como antes. Por fortuna Smith no podía ver a sir Alban —el gato fantasma— que erizaba el pelaje cada vez que Ofelia, la mastín, se le acercaba. Y quien para sacarla de quicio saltaba provocativo por encima de los sofás, de las mesas y de los libreros.

—Un momento, jefe, tenga. —La chica le puso a Liz entre los brazos y luego se paró en el medio de la estancia.

     Durante unos segundos se dedicó a analizar el desbarajuste. La niña aprovechó para sujetarse de su mostacho y cada vez que le daba un tirón largaba una carcajada. Varios pelos se le quedaron atrapados entre las manitas en tanto él soportaba el dolor con estoicismo, pues estaba acostumbrado porque a diario solía quitarse el estrés de la misma manera.

     Estuvo a punto de taparse los oídos cuando Danielle gritó:

—¡Sir Alban, si vuelves a molestar a Ofelia te llevo de nuevo a la Torre de Londres! —El felino se clavó en el sitio como si entendiese la amenaza; después la chica se agachó y acarició la cabeza de la cachorra—. ¡Lo siento, cariño, es un gato muy, muy malo! —le echó una mirada divertida al marido y a continuación le pidió—: ¡Por favor, Nat, mi amor, déjalo ya, nadie te escucha en medio de este jaleo! —Él soltó una risa pronunciada, se sentó en el sofá con Daniel entre los brazos y palmeó el cojín para que hiciera lo mismo, lo que la joven efectuó enseguida—. Cleo, ven aquí, seguro que la misión de la que nos va a hablar Operaciones también te concierne. No te preocupes, limpiaremos cuando regrese el padre de mis hijos y ellos vuelvan a casa.

     La muchacha cogió de nuevo a la pequeña. Operaciones iba a corregirla y a aclararle que la reina no entraba en los planes, sino que había barajado el nombre del agente Stone como apoyo. Sin embargo, lo consideró mejor y no la contradijo. Creyó que era una buena idea y más oportuno que ambas trabajasen juntas dada la complejidad de la investigación. Eran muy efectivas y no existía de por medio la distracción del sexo. A Noah Stone —quien había reclutado a Danielle para el servicio activo y que luego se había convertido en su amante— al principio le resultaba difícil mantener las manos apartadas de la duquesa... E imposible desde que se había enterado de que el matrimonio de los Pembroke era abierto. No se centraba, se hallaba pendiente de cada suspiro de la joven y era más improductivo.

—¿Y dónde está Willem Van de Walle? —la interrogó, curioso—. Habló con uno de mis superiores, el que lleva su caso, pero olvidé preguntarle.

—Fue a Melbourne por negocios. —Danielle hizo saltar a Liz sobre las piernas y la niña hizo gorgoritos, feliz; Cleopatra caminó hasta el sofá y se sentó al lado de ella con Helen encima—. Nos pidió que cuidáramos a los niños porque Brad iba con él y no confiaba en nadie para dejarlos. Viajar con ellos en avión hasta Australia le parecía demasiado ajetreo. Me negué al inicio, jefe, usted ya sabe que como madre soy patética. Pero Nat se apuró a aceptar, se divierte muchísimo con las travesuras de los trillizos y me convenció de que así aprendería. ¡Y tenía razón, ahora me animo a cargarlos de uno en uno! No se me da nada bien, pero es un progreso.

—Pues sí, me encanta ver cómo crecen. —El esposo movió de arriba abajo la cabeza—. ¡Son unos pequeñuelos muy despiertos y tan parecidos a Dan! Además, son solo dos semanas y Will merecía unas vacaciones.

—Recuerda, cariño —gruñó la muchacha y lo señaló con el índice—, que si no me hubiera robado los óvulos que congelé y contratado a una madre de alquiler no se hubiera metido en este berenjenal. ¡Sarna con gusto no pica! ¡Él se lo buscó, ahora que se aguante!... Pero bueno, no me quejo porque son un amor, estoy orgullosa de mis bebés.

—También son nuestros, por supuesto, nos hemos encariñado con los críos. ¡Si hasta lady Helen, tu abuela, ahora trata a Willem con amabilidad! —Nathan analizó cómo Cleopatra jugaba con la otra niña y agregó—: Se nota que Cleo deseaba que tu ex nos pidiese este favor.

—¡Claro que sí! —Le besó la cabecita rubia a Helen—. Y te auguro que esta niña será una mandona. ¡Da órdenes como un general y todavía no sabe hablar!

—¡Qué curioso! —Operaciones se hallaba pensativo—. El trabajo que os traigo para vosotras dos tiene como punto de partida Australia.

—Sospecho que se referirá a la desaparición de los bilderbergs, ¿verdad, jefe? —lo interrogó Danielle al momento—. Creo que no ignora que de este tipo de personas prefiero mantenerme apartada.

—En efecto, se trata de determinar qué les ha ocurrido a Duncan y a Samuel Rockrise —asintió él, reacio al notar la oposición.

—Y, por su tono, deduzco que acaba de caer en la cuenta de que Willem Van de Walle podría ser un posible sospechoso. —Nathan observó a Operaciones con interés.

—No, no tendría sentido —declaró el caballero enseguida, aunque parecía que pensaba justo lo contrario.

—Pues esta vez, jefe, me tendrá que perdonar —se excusó la joven—. Detesto a las personas que se creen directores de orquesta y que gobiernan el mundo por encima de los estados, como si todos fuésemos insectos o peones a su servicio. El ciudadano común es incapaz de imaginar, siquiera, el tipo de conductas arbitrarias o de tropelías que ejecutan. No es consciente de hasta dónde puede llegar esta gente para ganar más dinero o más cuota de poder. Seguro que si alguien los secuestró o los asesinó será por algo que hayan hecho...

—Entiendo su postura, Danielle —Operaciones, flemático, asintió—. Sin embargo, es muy importante que entienda que el propio Gobierno Estadounidense y el Club Bilderberg solicitaron específicamente su ayuda y la del MI6.

—¿Mi ayuda? —Se asombró la muchacha.

—Sí, su ayuda —Mr. Smith consideraba un halago que gente de tanta relevancia los tomasen en cuenta por la excelencia del trabajo—. Aún recuerdan su participación en Nueva Jersey cuando desmanteló la mafia de la venta de armas en el mercado negro. Y, como comprenderá, para nuestro gobierno es de vital importancia que estos individuos nos deban favores.

—Además, Dan —agregó Nathan mientras le acariciaba la mejilla—, puedes aprovechar para encontrarte con Will y decirle que los niños se lo pasan genial. Llama por lo menos cien veces al día, está inquieto.

—¡¿Pero qué dices, corazón?! —gimió Danielle y se llevó la mano a la frente—. Lo he convencido de que aproveche el viaje y la ausencia de los bebés para conocer a alguna chica y no procede que me aparezca por allí a incordiar.

—No conozco Oceanía. —Cleopatra le enfocó la vista con cara ilusionada—. ¡Di que sí, Dany! Esta misión me resulta de lo más atractiva.

—En fin, ¡sois todos contra mí! —la médium suspiró resignada—. Prepararé el equipaje y llamaré a mi abuela para que me sustituya y que se instale aquí. Ganarán con el cambio, es mucho más resolutiva que yo con los bebés.

—Y yo le pediré a Chris que también ayude —le prometió Cleo, los ojos le brillaban por la emoción.


[*] Forma parte de la Inteligencia Británica.

Los bebés hacen de las suyas.


Y al final Danielle consigue poner un poco de orden en el jaleo.


https://youtu.be/yolZRhRusKE


Revista Muy Historia de noviembre de 2016, Guerras secretas. La cara oculta de la Historia Oficial, G+J, 2016, Madrid.    


  Revista Muy Historia Nº 75, mayo/2016. Masones y otras sociedades secretas. Historia de los poderes en la sombra. G+J, 2016, Madrid.    


https://youtu.be/SHhjsqgWmXs

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