9- La extraña pareja.
«Si se amontona, hasta el polvo puede acabar formando una montaña».
Proverbio japonés.
—¡Nunca me he sentido tan ridículo! —Van de Walle clavó la vista en sir Nathan con cara de fastidio—. Me escondo como un ladrón, y, encima, en tu compañía.
El otro hombre le echó una ojeada desde el asiento de al lado. Se encontraban montados en un Honda alquilado —de color gris para pasar desapercibidos— y habían aparcado frente a la casa de Tokugawa. Observaban cómo Danielle ayudaba al japonés a cuidar del jardín. La joven rociaba con mucho cuidado los cerezos que decoraban la entrada y parecía en trance al clavar la vista en el nipón. Tan cerca se hallaban que le veían el brillo en los ojos celestes y olían el perfume de las sakuras.
—Es necesario. —Y Rockwell se removió incómodo porque sentía lo mismo que su rival, pero jamás le daría la razón.
—¡Tendríamos que bajar y encarar a Danielle! ¡¿Cómo puede ser que se comporte como si formara un matrimonio con un tío que conoce desde hace nada?! —bramó Will, verde de celos—. ¡Me da asco verlos! ¡Si hubiera venido por mi cuenta esto estaría solucionado!
—¿Cómo? —le preguntó Nathan con tono irónico—. ¿Le meterías una bala en el medio de la frente al japonés? Ya sé que la violencia se te da muy bien. ¿O quizá se lo darías a los tiburones como cena? También eres experto en esta técnica de deshacerse de un cuerpo. ¡Pero, por si todavía no te has enterado, se trata de que nos acerquemos a Danielle, no de que la alejemos para siempre!
Pese a estas palabras se puso tenso cuando Axel dejó sobre el suelo la regadera y se acercó a la muchacha. Le dio, primero, un fuerte abrazo. Luego le acarició el rostro y la besó sobre los labios con delicadeza.
Willem abrió la puerta del conductor e iba a bajar, pero su acompañante lo detuvo al increparlo:
—¿Qué vas a hacer? Alejarla con tus celos, seguro. ¿Estás loco? ¡Contrólate!
—Para ti será sencillo, pero ¡mira al tipejo! —Y señaló al espía—. Danielle es mi mujer, ¡¿cómo dejar que la toque y que la besuquee?!
—También me molesta, pero no podemos presentarnos ahí —argumentó Nathan con fastidio—. Hay que dejarla a su aire mientras analizamos cuál será nuestro siguiente paso. No puedes aparecerte en plan neandertal ante nuestra chica, sería capaz de quedarse a vivir con el japonés para llevarnos la contraria. En estos momentos nos odia por el escándalo del Dorchester... Respira hondo e intenta controlarte.
—¡Tú tienes sangre de pato en el cuerpo, Rockwell! —El mafioso le hizo caso a duras penas.
—¡Tengo cerebro, lo que te falta a ti! —repuso ofendido.
Al día siguiente bajaron del vehículo al apreciar que los ocupantes de la casa no salían. Presumían lo peor. Esperaban una jornada de sexo duro, quizá. O un strip poker, al que la chica era muy aficionada. Se sorprendieron para bien al ver a Danielle —a través de la ventana— vestida con kimono, al igual que su anfitrión.
Se encontraban en la sala de té que había en la vivienda. Ella se entretenía al contemplar un pergamino que colgaba encima de la hornacina. Luego fueron testigos de cómo se arrodillaba sobre el tatami y saludaba a Axel con un simple gesto.
El japonés por respuesta puso carbón vegetal en el fuego. Sirvió unos alimentos, que los dos comieron en silencio.
—¡Esto es un aburrimiento total! —le susurró Van de Walle en el oído a su compañero de desventuras y luego bostezó.
—¡Un aburrimiento como para dormirse de pie! —Nathan frunció el entrecejo—. Pero es mucho mejor que verlos besarse o follar.
—En eso tienes razón —coincidió Willem—. ¡No soporto que el cabrón le ponga un dedo encima!
El dueño de casa limpió un tazón decorado con motivos samuráis y preparó el té. Efectuaba las acciones con movimientos lentos y sincronizados. Al terminar lo posó frente a Danielle. Ella lo puso delante de las rodillas y le hizo una reverencia a Tokugawa, antes de girarlo dos veces y beber un sorbo.
—No te olvides de que Dan es una maestra shaolin —le recordó muy bajito Nathan a su compañero—. Estas costumbres la apasionaban antes de que Da Mo se le metiera en el cuerpo, así que imagínate ahora.
—¡Este tipejo es un peligro para nosotros, tenías razón! —reconoció el belga como si algo hiciese clic dentro de él y luego escupió las palabras—: ¡Lo odio con toda el alma!
—¡Y yo! Hay que separarlos pronto o nos la roba —concordó el inglés y dejó de lado su habitual caballerosidad.
—Me da rabia porque ella me enseña lo que sabe hacer sobre el tatami y yo absorbo todo como una esponja —reflexionó el mafioso, cortante—. Soy de mente abierta y aprendo rápido. ¿Qué puede tener ese que no tengamos nosotros?
—Que es él quien le enseña —musitó Nathan, miraba al japonés como si tuviese puñales en vez de ojos—. Se nota que también es un maestro al estilo de Da Mo y esto la atrae.
—¿Por qué no se conforma solo conmigo? —se lamentó Van de Walle—. ¡A veces desearía que fuese una mujer más tradicional!
—¡Que se conforme con nosotros, dirás, yo no tengo ninguna intención de hacerme a un lado! —le aclaró Rockwell con sinceridad—. Solo me mantenía apartado para que ella se percatara de cuánta falta le hacía.
—No, si no necesitas explicarme nada, yo sabía desde el principio que tú eras mi grano en el culo. —El belga efectuó un gesto de molestia—. Solo Danielle se tragaba tu cuento. A veces es muy ingenua.
—¡Y tú eres un coñazo, tío! —le replicó Nathan y torció los labios—. ¡Con lo bien que estábamos los dos antes de que te cruzases con ella!
—¡Fue ella la que se cruzó conmigo y la que me puso la vida patas arriba! —Van de Walle se pasó la mano por el pelo y se despeinó—. Pero no me quejo, hace que cada día sea mucho más emocionante.
Axel le añadió más carbón al fuego. Sirvió dulces secos y preparó otro té. El aroma exótico de la mezcla que utilizaba les llegó a los guardianes a través de una rendija de la ventana. La gran taza en esta ocasión rebosaba espuma. Se la pasó a Danielle, que volvió a colocarla frente a las rodillas antes de inclinarse, girarla dos veces y beber otro sorbo.
—Imagino que el silbido del fuego te ha traído paz, igual que a mí. —Tokugawa rompió con esta oración el mutismo que mantenían hasta ese momento.
El sonido de las voces llegó apenas amortiguado hasta el otro lado de las pantallas shoji, donde se situaban los intrusos.
—El silbido del fuego y el de las gotas de agua al caer sobre los cerezos —le aclaró ella con su tono voluptuoso, que les puso la piel de gallina a los espías porque era similar a los ronroneos que emitía cuando hacía el amor—. Tuve que concentrarme en la brisa que llegaba desde afuera para tapar el sonido de las conversaciones de los vecinos. Así me sustraje de las voces humanas.
—Es importante silenciar todo lo que proviene de afuera e impregnarse solo de la música de la Naturaleza, utsukushīdesu —continuó Axel, pausado—. Concentrarse en el murmullo de las plantas cuando crecen. ¡La voz de los cerezos es incomparable! Vive el momento para oírlas.
—¡Adoro la poesía de la Naturaleza! —se emocionó Danielle mientras el mafioso y Rockwell la observaban a través de la ventana, tan incrédulos como si le hubiesen salido cuernos en la frente—. Los rayos, al retumbar, nos cuentan batallas de cientos de años atrás. Y la lluvia suave, cuando cae, miles de historias de amor.
—Solo he podido escuchar la de una geisha y un samurái, tú has avanzado más que yo —la halagó Tokugawa y a los otros dos hombres les parecía una conversación de locos—. El viento fuerte del mar rememora las hazañas de mi clan. Cuando vayamos a Shimonoseki oirás, también, las voces de los míos.
El mafioso le efectuó un ademán a Nathan y señaló en dirección al vehículo. Corrieron hacia él —agachados— y cuando se acomodaron en los asientos ambos lanzaron sonoras e interminables carcajadas.
Willem le comentó, hiriente:
—¡El japonés está como una puta cabra!
—¡Sin duda se le ha ido la pinza! —y después le recordó—: Pero aquí el problema radica en que se han juntado el hambre con las ganas de comer. ¡Es un rival muy peligroso! Se hace el exótico y el comprensivo para conquistarla, se ha dado cuenta enseguida de qué pie cojea nuestra chica.
—¡Hay momentos en los que deseo mandarla al carajo por infiel! —le confesó el capo de la mafia—. ¡Nunca he soportado una conducta así! Es un signo de debilidad aguantar esto, de falta de hombría.
—Es lo más sensato que te he escuchado decir, ¡déjala! —Nathan le palmeó la espalda—. Tú no te mereces esto. Y como jefe de un grupo organizado te ves obligado a demostrar fortaleza frente a tu gente.
—Entonces tú también te retiras. —Will emitió un suspiro de alivio.
—¡De ninguna manera! Vete tú solo. —Lo observó perplejo—. A mí me van las parejas abiertas. Odio que me controlen las veinticuatro horas del día. Es la primera mujer que no me agobia porque en ese sentido es igual que yo. Al lado de Danielle siempre suceden cosas, es imposible caer en la rutina. ¡Nunca me aburro con ella! Para mí es la novia ideal.
—¡Ya te gustaría que me fuese, Rockwell! —El delincuente le echó una mirada furiosa.
—Debo reconocer que sería una buena noticia que tú desistieras —admitió Nathan con desparpajo—. Aunque todavía me quedaría el japonés, ese tipejo me da más miedo que tú. ¡Sé que es un enemigo muy fuerte!
—¡No entiendo cómo soportas que se acueste con otros si estás enamorado de ella! —se escandalizó Willem.
—¡Claro que la amo! Pero ojo, admito rollos de una noche o intercambios de pareja. Son iniciativas que evitan caer en la rutina y que le dan chispa a la relación, pero nunca dejaría que entrara una persona absorbente como tú o ese nipón que la alejaría para siempre de mí —reconoció el inglés—. ¡Ese tipejo es un rival casi imbatible! Contra él debemos ser muy astutos.
Lo comprobaron al otro día cuando los vieron en el invernadero. Axel se paró detrás de Danielle y la rozaba apenas con el cuerpo como modo de seducción. Mientras, le guiaba las manos para que rematara su adorno de ikebana.
—¡Esto es magnífico! —La chica se apoyó sobre él y los intrusos constataron que el japonés se excitaba, pero al mismo tiempo se controlaba—. ¡Cómo necesitaba esta paz!
—Sí, se nota que no te han tratado bien —concordó con ella Tokugawa—. Yo, en cambio, necesitaba que alguien me acompañase en mi paz.
Besó a la muchacha en el cuello, antes de girarla y abrazarla con delicadeza. Luego le empezó a desabrochar la blusa. Nathan cogió al mafioso del brazo —que se hallaba a punto de explotar— y se lo llevó a rastras hasta el Honda.
—¡¿Por qué soportamos esto?! ¡Lo que me exiges es inhumano! ¿No es mejor que golpeemos a la puerta y que los interrumpamos para que no tengan sexo? ¡Es lo lógico, además! ¿Por qué permitimos que se comporten como si estuviesen en una de las escenas románticas de la película Ghost? —estalló el belga y para desahogarse golpeó un par de veces el volante del vehículo—. ¡La he visto decenas de veces con ella! La competencia de este japonés es desleal.
—Sí, yo también he tenido que padecer cientos de veces esa película de los años noventa. ¡La vuelve loca! —coincidió el inglés: también le propinó un golpe al volante y a punto estuvo de darle a la bocina—. ¡Ese tío es un peligro!
—¿Para qué dejarlo crecer, entonces? —insistió Willem con decisión—. Entramos y le decimos: estamos aquí. Incluso le pedimos explicaciones. ¡Lo que hace Danielle no es normal, nos insulta y nos ningunea! Primero nos desmayó y nos dejó tirados para que nos las apañáramos solos. Y ahora se enrolla con un tío al que acaba de conocer, sin acordarse de que existimos. ¡No sé por qué te he hecho caso! Si ella te dejó por mí será por algo. ¡Seguiré con mis planes y punto, al carajo tus consejos!
—Escucha de una buena vez, Van de Walle, a ver si te entra en esta cabeza dura como piedra que tienes: ese tipejo le proporciona la tranquilidad que nosotros le robamos con nuestros rifirrafes. ¿Es que no eres capaz de verlo? —Lo señaló con el índice, enfadado—. No sé tú, pero yo sí quiero a Dan en mi vida. La extraño y no soporto que estemos separados. ¡Teníamos una relación perfecta hasta que tú apareciste para fastidiarla!
—Tan perfecta no sería, ¿verdad? —se burló Willem—. Te dejó por mí.
—¡Y a ti por el japonés, vaya logro del que vanagloriarse! —le replicó Rockwell con sarcasmo—. Así que mejor deja de burlarte, de darme lecciones y hagamos planes.
Pero Nathan también tuvo oportunidad para enfurecerse al punto de perder los estribos. Ocurrió otro día, cuando los seguían por la zona de Otemachi, en Tokyo. Soportaron con relativo estoicismo que Axel cogiera a Danielle por la mano, que la acercase a él y que la besara cuando caminaban alrededor de la tumba de un samurái. Incluso que ella le coquetease, situación que los indignaba más.
Sin embargo, Rockwell estalló cuando el japonés efectuó un comentario que parecía inocente:
—Decían que la madre de Masakado era una serpiente. Se parece a la leyenda de Aquiles: Tetis lo sumergió en la laguna Estigia, pero se olvidó de mojar el talón. En el caso del samurái le pasó la lengua por todo el cuerpo y lo volvió indestructible, pero omitió por descuido la zona de la frente. Una amante del guerrero lo traicionó y le dijo al arquero que lo mató dónde debía acertar, cuál era su punto débil.
—¡No soporto a ese tipejo! —Se descontroló Nat, mientras el mafioso lo sujetaba para que no saliera del escondite—. ¡A ese imbécil hoy le parto la cara! ¡Te juro que se la parto!
—¡Cálmate, nos dejarás en evidencia! —le advirtió el belga, mientras se le revolvía entre los brazos como una anguila.
—¡A ti te van los peces así que en esto no aprecias ninguna amenaza! —Y señaló con el puño a Axel—. Pero ese japonés ahora me sabotea en mi terreno, el de las leyendas y el de la Historia. ¿¡No te enteras de que me invade justo en lo mío?!
—Disculpa, Rockwell, pero a mí además de los peces también me va la Historia, por algo soy marchante de arte —le recordó sin soltarlo—. ¿Cómo puede ser que te enfade esta minucia y no que la sobe a toda hora o que se revuelque en la cama con ella? ¡Te juro que no te entiendo!
Se asustaron al escuchar que Danielle decía:
—Aunque es raro, quizá está escondido, porque tengo la sensación de que nos observan. Espera un momento... ¡Anthony!
—¡Estamos jodidos! —se lamentó Nathan y se llevó las manos a la cabeza—. ¡Es mi culpa, lo siento, me debe de haber oído! Anthony enseguida le irá con el cuento. ¡Ahora sí que Dan nos odiará!
—Ni que yo fuera un loro, chicos. —El padre adoptivo de Danielle largó una carcajada pronunciada—. Tampoco creo que mi nena me creyese al ver qué buenas migas habéis hecho. ¿Sois novios? ¡Seguro que es eso, estáis abrazados!
—Por favor, Tony, no los delates —le pidió lady Elizabeth Davenport, la hermana muerta de Nathan mientras aparecía.
—Liz, ¿tú aquí? —le preguntó el inglés, emocionado, en tanto el mafioso lo examinaba con extrañeza, pues él no veía a nadie.
—Si me lo pides así, encanto, te haré caso. —Y Anthony efectuó un gesto caballeroso en dirección a la mujer.
—Quizá no nos delate —Willem, esperanzado, solicitó en dirección al vacío—: Por favor, Anthony, no le digas que estamos aquí para cuidarla.
—¡¿Para cuidarla?! —Y enfocó la vista en la chica fantasma—. ¡Menudo ataque de celos tiene este par! En fin, por esta vez os guardo el secreto.
—Gracias, amigo. —Elizabeth saludó a Nathan con la mano y lo tranquilizó—: Siempre estoy contigo, hermanito. ¡Cuídate mucho! Quédate tranquilo que el padre de Danielle no os delatará.
—¡Te quiero, Liz, y te extraño, gracias por ayudarnos! —le confesó él mientras se desmaterializaba.
—¡¿Con quién coño hablas?! —Se asombró Van de Walle—. Creo que toda esta locura te hace mella. Pierdes a pasos agigantados el poco seso que tenías.
—Hablo con mi hermana muerta, cuando nos conocimos Dan me ayudó a conectar con ella. —Todavía sonreía por el encuentro—. Anthony nos guardará el secreto. ¿Cómo crees que me he enterado de que este japonés es un peligro para nosotros dos? ¡Espabila, tío!
—¡¿Te lo dijo tu hermana?! —titubeó el belga.
—Sí, por eso me vine aquí a la carrera —le reveló y se mostraba ansioso—. Me escogió el vuelo, también, supongo que deseaba que nos encontráramos. ¡Qué fastidio, por la sorpresa me he olvidado de preguntarle más detalles que nos ayuden! —Y se dio con la palma de la mano en la frente.
—Pues yo no veo a mi abuelo, es raro, nos encontrábamos muy unidos —afirmó Willem, apenado.
—Si era el capo de una mafia igual ahora mismo está en el Infierno y no lo dejan visitarte. —Nathan lo decía muy en serio.
—Será por eso. ¿Estás más calmado? Creo que tu hermana ha obrado el milagro. Entonces, ¿te puedo soltar? ¡Prométeme que no los increparás!
—Prometido. Suéltame, no seré yo quien meta hoy la pata —aceptó el otro hombre.
Una vez en Kyoto, surgieron nuevos motivos de preocupación.
—¿Para qué serán estos camiones? —Se desconcertó Van de Walle.
—Bajan mesas, resulta muy extraño —reflexionó Nathan, pensativo—. Parece como si fueran a celebrar algo.
—¿No se le habrá dado a Danielle por casarse con ese imbécil? —se alarmó el belga.
—Antes te hubiese contestado con un no rotundo —meditó Rockwell y continuó—: Ahora no sé qué pensar.
—Bajo a preguntar a qué se debe este despliegue. —Y Willem salió del vehículo.
Nathan observó cómo gesticulaba al lado de las personas que descargaban los muebles. Cinco minutos después regresó con cara de estupor.
Se trepó en el coche, muy rápido, y, horrorizado, le comunicó:
—¡Danielle se casa, me lo han dicho! ¡Las mesas son para el festejo que tendrá lugar aquí! ¡Esta tía se ha vuelto loca de remate! Ya me lo veía venir, con tanta cultura japonesa se le ha atrofiado el cerebro. ¡O el tarado ese la ha confundido, qué se yo! ¡No hay otra opción, tenemos que raptarla! Además, no entiendo qué le ve. ¿Será por el sexo?
Y no podía evitar que las lágrimas se le deslizaran por las mejillas.
—Por falta de sexo no nos ha dejado —lo cortó Nat, nervioso—. ¡No lo entiendo, resulta inexplicable!
—Sí, porque ni siquiera es guapo —añadió Will, perplejo—. Hacen a los orientales en serie, son todos iguales. Reconozco que tiene un buen cuerpo, pero del aprobado raspado no pasa.
—¡Si se casa con ese es culpa tuya, Van de Walle! —le advirtió Rockwell y lo señaló con el dedo—. ¡Si hubieses mantenido el tipo como yo aquella noche en el Dorchester, todo seguiría igual que antes! ¡Te juro que...
Y bajó del vehículo, se acercó a una construcción abandonada y empezó a patear la madera para desahogarse.
Cuando regresó, Willem le habló como si la interrupción no hubiera tenido lugar:
—¡Menudo tipo mantuviste aquel día! ¡Me hiciste destrozar la cristalería al tirarme por el aire! Pero no nos enfoquemos en el pasado cuando tenemos un problema urgente ahora. ¡Hay que arruinar la boda!
—¡Tienes razón, Willem, nos cargamos la celebración! Pero llevamos demasiado encerrados en este coche y ya no pensamos con lógica, así que debemos tomarnos unos segundos para meditar. —Y el dueño del periódico le palmeó la espalda—. Te diré lo que haremos antes de detener la ceremonia: hoy no dormiremos en el Honda. Vamos al hotel, que por algo pagamos dos habitaciones, y tú te comunicas con tu gente y yo con la mía. Después repasamos notas y decidimos qué pasos seguir.
—Es lo más sensato, Nathan —coincidió Will—. Corroboramos la información antes de proceder. ¡Porque yo te juro que esa boda me la cargo y que me llevo a Danielle a rastras delante de todos!
—¡Te creo porque yo también la arruino y te ayudo a secuestrarla con tal de impedirla!
—Pero antes vayamos a beber algo, me puede la tensión —sugirió Will, agobiado.
—Vamos a ese bar de ahí. —Sir Nathan se lo señaló—. Beberé sake hasta que se me pegue algo de la cultura japonesa y pueda decir tantas tonterías como el imbécil con el que se da el lote.
—¡Y yo! No me puedo creer que me rechazase tantas veces para ahora ir y casarse con un mindundi que escucha crecer la hierba.
Cuando se sentaron a la mesa y pidieron las consumiciones, Nathan le confesó:
—¡No puedo perderla! Jamás encontraría otra como ella. Es como tener un colega hombre por su carácter, pero que al mismo tiempo es una mujer despampanante. ¡Si hasta me salvó la vida cuando me mandaste secuestrar!
—También me la salvó a mí. —A medida que el calor del sake junmai le convertía en fuego la garganta, perdía la contención emocional de la que solía hacer gala ante otros hombres—. Tienes razón, es como un tío. Recuerdo cuando en Tailandia me hizo montar en elefante durante cientos y cientos de kilómetros para rescatar a una manada. ¡¿Qué mujer hace eso?! ¡Ninguna! —Y las lágrimas se le deslizaban sin control.
—Creo que el sake me hace demasiado efecto porque hasta me compadezco de ti cuando lloras. —Se había bebido tres tazas y la lengua se le enredaba en la boca—. Incluso me dan ganas de llorar también.
—Aprovecha y desahógate, nuestra chica se nos casará con un imbécil. Y poco control tenemos sobre ello. —Will le llevaba ventaja, se había zampado cinco casi sin respirar.
—¡Sí que lo tengo, lo romperé todo otra vez! —Sir Nathan ahora hablaba con el tono rasposo de los borrachos.
—¡Y yo romperé más que en el Dorchester!
Y siguieron bebiendo sake durante horas y horas.
Se despertaron enredados en el sofá del hotel, con las ropas arrugadas.
—¿Recuerdas cómo llegamos hasta aquí? —susurró Nathan, anonadado, la jaqueca era monumental.
—¡No tengo ni idea! Ni siquiera sé qué hemos hecho. —Se rascó el bíceps, todavía medio dormido—. ¿Por qué me pica tanto el brazo?
Se levantó la camiseta y tenía un tatuaje reciente que decía «BFF».
—¡¿Qué cojones es esto?! —chilló Will y se estremeció por el dolor de cabeza que le causó su propia voz.
—¿Best friend forever? —El dueño del periódico soltó una carcajada—. ¿Pero cuántas tazas de sake te bebiste?
—¡Tantas como tú! —el mafioso soltó un suspiro resignado—. Y, por si todavía no te has enterado, te frotas el brazo en el mismo lugar que yo.
—¡Mierda! ¡No me lo puedo creer! —El periodista se subió la manga de la camisa y lucía un tatuaje idéntico al de su rival—. ¡¿Qué hemos hecho?!
—Lo último que recuerdo es que llorábamos porque Danielle se casaba con el japonés y después de ahí mi cerebro se apaga. —Efectuó una mueca irónica—. Imagino que terminamos en una tienda de tatuajes para consolarnos mutuamente.
—Yo recuerdo lo mismo, Will, nunca debimos atiborrarnos con tanta bebida alcohólica. —Enfocaba la vista en el tatoo sin convencerse de que estaba allí—. Podría hacer que lo eliminen con láser, pero creo que me lo dejaré como recordatorio.
—Yo igual, Nathan. Así siempre recordaré cómo, por una estupidez, alejé a la única mujer que amé. —Y parecía a punto de echarse a llorar otra vez.
—Hablemos con los nuestros y averigüemos los detalles sobre la boda. ¡Hay que impedirla sí o sí! Podríamos llevar dardos tranquilizantes y dormirlos a todos. ¿Tú tienes algunos?
—No ahora conmigo, no acostumbro a dormir a la gente. —El mafioso se masajeó las doloridas sienes—. Pero hago una llamada y consigo una tonelada.
Pero no fue necesario utilizarlos, pues se quedaron aliviados cuando se enteraron por diversas fuentes de que los que se casaban eran Christopher Kendrick y Cleo, los amigos de Danielle. Ambos lamentaron la resaca insoportable que padecían a consecuencia del malentendido.
—¡Menos mal que se trataba de una falsa alarma! —Van de Walle comentó por enésima vez, aliviado, en tanto montaban guardia con el coche delante de la casa de Tokugawa—. Temía que nuestras conjeturas fueran ciertas y daba por hecho lo de la boda.
—¡Y yo, Willem, y yo! —Nathan le dio una palmadita en el hombro—. ¿Sabes por qué? Porque a Dan la conmueven los animalillos extraviados. Se llevó a sir Alban de la Torre de Londres, le daba mucha pena. Y ahora el gato fantasma maúlla por su mansión. Por fortuna yo no lo escuchaba. ¡El japonés es igual que ese gato!
—No entiendo cuál es la relación entre el gato y ese idiota. —Se desconcertó Will—. Además, ¿por qué te dijo tu hermana que es tan peligroso para nosotros?
—Por el contexto que lo rodea. La esposa de Tokugawa se ahogó el día del tsunami y Danielle es muy sensible a esa tragedia. —Se acomodó en el asiento para verlo de frente—. La mujer había ido a pasar unos días cerca de Fukushima y nunca pudieron encontrar su cuerpo. Supón que la chica se presenta ante Danielle y la anima a que se quede con el fulano. Le dice, por ejemplo, que con él sería feliz y con nosotros dos no. ¿Sabes qué pasaría?
—No, ilústrame tú.
—Lo que sucedería, Willem, es que se quedaría con ese tipejo y a nosotros dos que nos parta un rayo.
—¿No te parece que es rizar demasiado el rizo? —El mafioso efectuó una mueca.
—¡Para nada! —Nathan frunció el entrecejo—. No sería la primera vez que le comentan algo parecido. Creo que de mí le hablaron bien porque seguimos juntos después de eso, pero a otros tíos los mandó al carajo. Debes comprender que Danielle siempre les hace caso a los fantasmas. ¡En todo!
—Si se quedara con ese no sé cómo podría hacer yo para olvidarla —le confesó Will—. ¡Te juro, Nathan, que traté muchas veces! Antes de que viviésemos juntos y ahora. Intenté distraerme con un par de tías impresionantes el otro día, pero ni así. ¡No sé qué me ha dado esta mujer! ¿De la piel le emana alguna droga que te hace adicto a ella?
—¡Ojalá fuese solo eso! Yo también me quedé machacado cuando formalizasteis lo vuestro —le reveló Nathan y suspiró—. ¡No hay otra como ella, que le guste tanto la aventura! Para lo bueno y también para lo malo. ¡A una chica así es imposible echarle el lazo y pretender ser el único!
—Es verdad, estás en un sitio y al minuto siguiente vuelas a otro punto del planeta. ¡Nunca se queda quieta! —Y Will suspiró, emocionado.
—¡Siempre hay fantasmas excitantes, experiencias únicas! —prosiguió el inglés—. ¡Nunca te aburres! Hay secretos, enigmas, debes aprender a que tu cerebro funcione con rapidez.
—¡O hazañas arriba de elefantes! —Y soltó el aire con fuerza al recordar—. Creo que la culpa de que se nos escabulla es de esa abuela rara que tiene —gruñó Van de Walle—. He leído algunos de sus libros y son pornográficos, no es de extrañar que haya salido tan liberal. En el último, incluso, creo que tú eres el protagonista. ¿No será que la mujer tiene fantasías contigo? —Y lanzó una carcajada.
—¡Lady Helen es una anciana encantadora, Willem! —lo contradijo el inglés—. ¡Admiro a esa señora! La ha educado para que no fuese el satélite de nadie. Para que sea luchadora, única, amante de las emociones fuertes, viajera.
—Yo también estoy enamorado de Danielle por lo mismo y es lo que más me cabrea. —Se molestó el mafioso—. Porque justamente lo que amo más de ella es también lo que la aparta de mí.
—¡Ay, ay, estos dos críos me enternecen! —Anthony, acomodado en el asiento de atrás, llevaba largo rato de escuchas, pero al llegar a este punto no se contuvo e intervino, aunque daba igual porque no lo oían.
Echó un vistazo alrededor y luego agregó:
—Ven, Elizabeth, yo te ayudo a que tu hermanito no se entere de que lo espías.
La muchacha se materializó en la butaca de atrás, pegada al otro espíritu.
—¡Nathan siempre es un amor! —exclamó con orgullo.
—Imagino que por este motivo, el amor hacia tu hermano, has intervenido. —La sonrisa era tan grande que daba la impresión de que las comisuras de los labios se le juntaban por detrás de la cabeza.
—Sí, no me pareció justo que tuviera que sufrir otra vez —le aclaró, pensativa—. Mi muerte fue un shock para él. ¿No es lo mismo que haces tú, proteger a Danielle?
—Sí y me alegro de que tengas una visión tan amplia. —Y señaló a los dos hombres.
—¡Como debe ser! —Ella bajó la cabeza en gesto de reconocimiento—. ¿Y si nos vamos? Me siento una fisgona al escuchar sus conversaciones mientras ignoran que nos encontramos aquí.
—Sí, mejor, ya he averiguado suficiente. —Anthony movió la mano, como invitándola a partir—. Necesitaba espiarlos para relajarme, aún faltan unos días hasta el encuentro crucial. ¡Debemos estar preparados para cubrirle las espaldas a nuestra chica!
—¡Ni que lo digas! —asintió ella—. Todos la apoyaremos.
Y dejaron a los dos hombres solos dentro del Honda alquilado.
El día del casamiento la extraña pareja aún hablaba de lo mismo. Medio dormidos, eso sí.
—Estoy de acuerdo contigo, Willem. —A través de la ventana seguían la ceremonia—. Después de invertir nuestro tiempo en Dan llega este tío y pretende levantárnosla. Se toma unas libertades que no son normales en un período tan corto. Le organiza la boda a la amiga, ¡y míralo ahí!, ejerce de novio como si llevaran años juntos.
—¡Y lo que más rabia me da, Nathan, es que está Smith, el jefe de Operaciones de Danielle en el MI6! —El mafioso mordía las palabras—. ¡Se comporta como si el japonés fuese parte de la familia! Mientras, aquí estamos nosotros dos, excluidos. Tú ya sabes que colaboro con el servicio y que les proporciono información. ¡Me siento traicionado por todos!
—Bueno, si te sirve de consuelo yo estoy de tu lado, Willem, y comparto tus sentimientos. Y sabes que mantendré tu secreto como si fueses mi fuente. —Trató de animarlo, lo veía demasiado deprimido—. ¡Aunamos esfuerzos!
—¡Y esto también me fastidia, Nathan, porque es una verdad como un templo! —le confesó Van de Walle—. Siempre hemos sido enemigos y estos últimos tiempos hasta he llegado a apreciarte porque te has comportado casi como un hermano. Eres lo más parecido a un amigo y yo nunca he tenido amigos, solo empleados, socios, colaboradores. No decidí ser delincuente, mi familia me incluyó en sus negocios desde que era niño. Es más, me educaron para un trabajo que te aparta de la gente porque no puedes confiar en nadie.
—También me asombra que hayamos congeniado porque te conozco muy bien y no me gusta lo que haces. —Y le palmeó la espalda—. Aunque no deberías preocuparte, continuaremos siendo enemigos cuando volvamos a Londres.
—Lo veo imposible, nuestra relación ha cambiado para siempre, no te olvides de los tatuajes... Ahí sigue hablando el pastor y el japonés amarrado a Danielle —comentó el belga para cambiar de tema.
—Sí, está todo tranquilo... Espera un momento, algo sucede. —Y Nathan se tensó.
—Pasa algo raro, parece que Danielle discute con alguien. —Willem se removió, nervioso—. Será mejor que nos acerquemos.
Cuando se percataron de que un guerrero samurái aparecía frente a los asistentes y que amenazaba a la muchacha, se quedaron petrificados.
—¡Vamos, Nathan, tenemos que ayudarla! —El mafioso obligó a su compañero a reaccionar.
Entraron en el instante justo en el que Danielle volaba y hacía piruetas en el aire, mientras le lanzaba las pinzas japonesas del moño al fantasma, que cada vez tenía un aspecto más fiero. Ambos se estremecieron porque su chica era demasiado temeraria.
Y los dos se distrajeron en el momento en el que el vestido rojo se hizo añicos y expuso el hermoso trasero frente a la concurrencia. Lo veían ahí, erguido, pues solo llevaba una tanga roja.
Al caer sobre el suelo, cuando el guerrero se desmaterializaba, el atuendo palabra de honor se le bajó por la parte delantera y dejó libres los maravillosos senos. Nathan y Willem recordaron qué suaves y cuán grandes se les hacían cuando se les perdían entre las manos. Y el sabor dulce a canela que tenían al saborearlos.
El mafioso estuvo a punto de atizarle un puñetazo a Operaciones, que clavaba la mirada en ellos desde el suelo, ya que se hallaba despatarrado encima de los girasoles. Agradeció que Nathan se quitase la chaqueta para cubrirla.
—¡¿Vosotros aquí?! —Y Danielle se desmoronó semi desnuda sobre una pequeña mesa ratona.
Por fortuna para ellos, muchos acontecimientos requerían la atención inmediata de la médium.
Los amores de Danielle y el vestido de Cleo.
Willem, peligroso y atractivo.
Nathan, el amigo y jefe sexy.
Axel, la novedad.
Y las emociones se descontrolaron al creer que Danielle se casaba.
https://youtu.be/uPOUgobWTT0
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