8- Donde todo comenzó.
«Masakado fue quemando las casas (...) desde los grandes complejos de los ricos hasta las casitas de quienes los secundaban. Todos aquellos que salían corriendo para huir de las llamas eran sorprendidos por las flechas y tenían que volver de nuevo al incendio».
Crónica [1].
Han adornado la descomunal sala de la casa de Axel con una pequeña glorieta cubierta de girasoles, de flores de cerezo y de otras especies desconocidas para mí. La mezcla huele de maravilla, pues se nota que lo han hecho a sabiendas. ¡Será una boda espléndida!
Dirijo la mirada hacia mi anfitrión. Me basta con verlo para sentir que la paz me envuelve, nunca me ha sucedido antes. Y, encima, lo encuentro muy guapo y sensual con el traje negro y la corbata en el mismo tono. Reconozco que el Secret Intelligence Service tiene un gusto estupendo al elegir a los agentes de campo, siempre representan una tentación.
Desvío la mirada y me acomodo el vestido de fiesta rojo pasión de Stella McCartney. ¡Luce genial! Al ser «palabra de honor» me resalta el cuello y los hombros descubiertos. Llevo el pelo en un semi recogido elaborado con ocho palillos japoneses metálicos, también de color escarlata. No me he puesto sujetador, pues desmerecería la creación de la diseñadora.
Desde donde me hallo contemplo la habitación de al lado, en la que hay mesas occidentales para los convidados, un pequeño puñado de personas. Sobre ellas los arreglos de ikebana alegran la vista —cortesía de Axel, también—, quien se ha empeñado en dejar a mi amiga con la boca abierta. Todos nos recreamos con ellos mientras esperamos a Cleopatra, la novia. ¿U os habéis pensado que en un rapto de locura se me ha ocurrido casarme? ¡Como si no me conocieras!
El pastor anglicano —expectante— se frota la nariz. Mientras, Christopher se remueve inquieto. Antes lo hemos echado cuando ha intentado colarse para curiosear cómo le quedaba el traje a la novia. Se trata de un modelo costosísimo que yo le he regalado y que a ella le ha hecho lanzar grititos de alegría. Ahora Anthony la acompaña, imagino que le brinda consejos, y la escoltará hasta la sala para que Operaciones lo releve.
Smith me sujeta del brazo en su papel de padrino, al no existir familiares ambos ejercemos este papel. Resultaba impensable invitar a los padres de la agente Green, la dueña del cuerpo de Cleo.
Mi superior, sonriente, recalca:
—Cleopatra es igual que usted, Danielle, cuando se le mete una de sus brillantes ideas en la cabeza no hay quien se la quite.
—Peor, jefe, no se olvide de que ejerció como reina —le susurro y esbozo una sonrisa—. He intentado convencerla de que esperase unos días, solo hasta que yo volviera a Londres. ¡Pero ni caso! Y eso que le he explicado los riesgos. Desde que a Axel se le ocurrió decir que le prestaba la casa y ella lo escuchó a través de la línea, no ha atendido razones.
Cleo es terca como una mula. Se ha burlado de mis aprensiones y las ha descartado enseguida. Igual que cuando era un fantasma y se encaprichó con Chris, mi compañero del MI6. Fui a entrevistarla a Egipto y se quedó impactada por el que pronto sería su esposo. Y, como el espía y yo nos enrollamos, para acostarse con él intentaba meterse una y otra vez en mi cuerpo. Conmigo no funcionó, pero sí con Aline Green, otro de los ligues de su prometido. Pero esta también es otra historia...
—Me lo ha dicho —murmura Smith con un amago de sonrisa—. Que veintiocho días le parecía demasiado tiempo después de esperar más de dos mil años para encontrar a alguien. Y me temo, lady Danielle, que tengo que darle la razón. ¿Qué peligro puede correr si es un fantasma? Además, estaba deslumbrada por el ofrecimiento del agente Tokugawa de celebrar la boda en Japón, le hacía mucha ilusión. No nos vendrá mal que se queden aquí de luna de miel, por si usted llega a necesitar refuerzos paranormales.
—Chris ha intentado tranquilizarme con el argumento de que custodian la celebración muchísimos agentes. —Nerviosa, me toco el moño—. Pero usted no ha visto a Taira no Masakado. Por más que yo le haya explicado lo que ha acontecido, no se puede imaginar la amenaza que entraña nuestro enemigo. Quizá cerca de mí los pongo en riesgo.
—No creo que sea peor que Willem Van de Walle. —Y Operaciones me guiña el ojo derecho; la boda lo dulcifica tanto que me da la impresión de que lo han abducido los extraterrestres—. ¡Y mírelo ahora, es un novio celoso! Hemos intervenido para que no lo imputaran por la riña en el Dorchester.
—¡No me lo recuerde, jefe! —le ruego mientras me estremezco—. ¡Qué bochorno! Lamento haber colocado al servicio en este dilema.
—Ahí llega Cleopatra —me interrumpe Operaciones y se dirige hacia ella mientras yo me pongo al lado de Christopher.
Se escuchan las notas de la canción Angels, de Robbie Williams. Cleo hace su entrada triunfal del brazo de un enternecido Smith. ¡Quién lo diría de este cascarrabias! Si no fuese porque yo también me emociono largaría una carcajada. Pero las lágrimas se me deslizan por las mejillas al apreciar cuán enamorados están.
La de ellos es una unión que sobrepasa la barrera de la muerte. Y la del tiempo. Cuando escucho decir tonterías sobre la unión de personas del mismo sexo, me da ganas de promover la legalización del matrimonio de tríos, cuartetos, quintetos, vivos o muertos. ¿Por qué la gente mejor no se dedica a sus asuntos en lugar de entrometerse en los de los demás?
Chris me aprieta tanto el brazo —al contemplarla extasiado— que lo más probable es que me salga un moretón. Resulta comprensible, la novia luce hermosa e ilumina la estancia. El vestido es de corte egipcio, en seda blanco roto y de un largo que acaricia el suelo. Pedrería en tono plateado le adorna la parte delantera y simula ser un collar del antiguo Egipto. Deja al descubierto la espalda, sobre la que caen ocho cadenas plateadas que parten del bordado del frente. ¡Es una belleza!
Cuando mi amiga llega hasta el altar, que se encuentra en medio de las flores, Christopher le retira el velo de la cara, la coge por las manos y en voz muy alta, para que todos seamos testigos, declara:
—¡Te amo, Cleo! Por dentro eres la mujer más maravillosa que existe, te reconocería en cualquier cuerpo. —Ha sido una confesión improvisada, que le ha surgido directo desde el corazón.
Ella, conmovida, se le pone al lado y los demás aplaudimos emocionados.
Operaciones y yo nos retiramos hacia el costado donde se halla Axel. Mi anfitrión me coge del brazo y agradezco el gesto, me hace sentir acompañada. Él sonríe, comprensivo, y me lo acaricia. No quiero pensar en el amor que siento por Willem, prefiero silenciarlo, dejarlo en stand by. O en el cariño que siempre nos ha unido a Nathan y a mí. Lo echo mucho de menos porque nunca nos hemos enfadado con anterioridad.
El pastor bendice la unión y yo no dejo de pensar en Taira no Masakado. Me obsesiona, nunca un fantasma se ha enfrentado a mí, acostumbran a aceptar mi amistad enseguida. Además, ¿a qué se refería cuando dijo que nos encontraríamos donde todo comenzó? ¡Existen tantas posibilidades!
Axel y yo recorrimos Tokyo para buscar la respuesta a esta pregunta. Es muy curioso porque los días primero y quince de cada mes personas enviadas por las empresas de la zona de Otemachi —el distrito financiero de la ciudad— rezan en el mausoleo donde reposa la cabeza de Taira no Masakado para calmar su furia. Antes de que se le rindiese tal consideración numerosas catástrofes arrasaron el sitio[2].
—Nunca fallan los representantes del edificio Mitsui Trading Company. —Axel lo señaló, estaba pegado a la tumba—. Son los más interesados en rendirle homenaje a la memoria de Masakado. Después de que su primo Sadamori mandara cortarle la cabeza por un inferior, para despreciarlo, la gente la veía flotando, los arrasaba la peste y los desastres naturales. Llegó a ser considerado el dios de esta zona. Incluso, Danielle, cuando construyeron aquí el Ministerio de Finanzas, murió el ministro, muchos funcionarios y obreros. El día en el que se cumplían mil años desde que asesinaron al samurái cayó un rayo en este lugar, por lo que decidieron trasladar el ministerio y reconstruir el mausoleo.
—No lo sabía, suena de lo más interesante —lo interrumpí, fascinada como siempre que la conversación versaba sobre espíritus; mientras, el espía me cogía por la mano y me acercaba a él.
—Los estadounidenses ocuparon la zona después de la Segunda Guerra Mundial y quisieron construir un aparcamiento aquí. —Axel escrutó los alrededores y detuvo la vista en las esculturas de las ranas—. Cuando las desgracias comenzaron, una vez más, prefirieron olvidarse del tema. ¿Conoces la leyenda de Masakado?
—Algo. —Le sonreí, fascinada por la conversación—. Pero seguro que no tanto como tú.
En realidad sabía bastante. Lo que más me impactaba era lo que se suponía que había acaecido después de que le cortaron la cabeza y de que la llevaron a la corte, en Kyoto, para que la examinaran. Porque, según decían, ella volvió a la vida y quiso saber dónde se encontraba el cuerpo. Y como no le respondían flotó y se fue a buscarlo. Así llegó a este lugar, donde la dejaron los lugareños, que a partir de ese momento adquirió el nombre de Kubizuka, Colina de la Cabeza.
Caminábamos por el mausoleo tomados de la mano. Nos besábamos cada tanto como cualquier pareja despreocupada. Ninguno de los dos deseábamos algo serio, solo olvidarnos de nuestros respectivos problemas. Él de su esposa muerta y yo de Willem y de Nathan. Aún no me hablaba de la mujer y respetaba su silencio. Me bastaba con verlo al salir de la ducha para adormecer los pensamientos prohibidos.
—Decían que la madre de Masakado era una serpiente —prosiguió, serio—. Se parece a la leyenda de Aquiles: Tetis lo sumergió en la laguna Estigia, pero se olvidó de mojar el talón. En el caso del samurái le pasó la lengua por todo el cuerpo y lo volvió indestructible, pero omitió por descuido la zona de la frente. Una amante del guerrero lo traicionó y le dijo al arquero que lo mató dónde debía acertar, cuál era su punto débil.
—Es de lo más interesante, cariño. —Y le palmeé la mano—. Pero creo que no se refería a este lugar, no lo veo por aquí. Aunque es raro, quizá está escondido, porque tengo la sensación de que nos observan. Espera un momento... ¡Anthony!
—¿Qué pasa, babe? —me preguntó mi padre adoptivo mientras aparecía.
—Investiga por aquí, creo que nos vigilan. Quizá sea Taira no Masakado —le pedí, molesta—. Es extraño que los fantasmas sean tan sigilosos conmigo...
—Iré a comprobar. No te lo tomes como un desprecio, nena, aún no te conoce bien.
Y desapareció. Mientras, Axel y yo esperamos sin movernos.
Al cabo de unos minutos se volvió a materializar y me comunicó:
—No hay nadie por los alrededores.
—Falsa alarma, entonces —acepté, desconcertada, y enfoqué la vista en Axel—. Hubiera jurado que alguien nos acompañaba.
—Sí, yo también tengo la extraña sensación de que nos espían. —Confundido, giró sobre sí y observó en todas las direcciones—. Debe de ser la protección del MI6.
—Siempre distingo la vigilancia de los nuestros, esto es algo diferente... Sigamos, mejor, pero no se me ocurre otro lugar de Tokyo. —Alcé los hombros, fastidiada—. Habrá que volver al Templo Byōdō-in, tal vez lo encuentre allí. Si tampoco anda por ahí quizá deberíamos ir a Shimonoseki, aunque el final de los Taira sea de una época bastante posterior a la de Masakado.
—Quizá —reflexionó Axel, pensativo—. ¿Y si «dónde todo comenzó» es un eufemismo referido a Hiroshima y a Nagasaki? Los bombardeos con armas nucleares fueron las peores ofensas cometidas contra Japón.
—¡Tienes razón! —No comprendía cómo no se me había ocurrido antes algo tan obvio—. O por lo que dijo acerca de la falta de honor y sobre la ambición podría estar hablando de Fukushima. Pero por las radiaciones no nos dejarían acercar demasiado.
—Iremos a estos lugares, pero después de la boda. ¿Qué te parece, Danielle? —me preguntó él—. Nos concentraremos en el templo al llegar a Kyoto, mientras nos ocupamos de la celebración del casamiento de tu amiga.
—¡Es una idea genial! —Y aleteé las pestañas con coquetería, a lo que él me respondió con un beso tierno.
Significaba una gran suerte contar con Axel porque sola hubiera dejado pasar puntos importantes que era menester considerar. El guerrero se había referido al bushidō, un código de conducta samurái elaborado a fines del siglo XVII. Y, también, a la falta de honor actuales, que hacía que primara el interés. ¿Qué afrentas más grandes podían existir que tirar dos bombas atómicas sobre dos poblaciones indefensas o propiciar una catástrofe nuclear para ganar más dinero?
—¿Sabes cómo empezó el problema de Masakado? —me interrogó el espía, y, sin esperar respuesta, continuó—: Arregló el matrimonio con una prima suya del clan Taira. El padre de la novia, Taira no Yoshikane, entendió que como él era hijo de un príncipe se encontraba por encima de Masakado, y, por tanto, este debía mudarse a su casa. Para el samurái era una ofensa hacerlo y para el suegro que no lo hiciera. Así comenzaron a luchar uno contra el otro y se sumaron al conflicto los partidarios de ambos. Por eso cuando murió el suegro la pugna continuó contra un primo suyo, Sadamori, que lo había traicionado al ponerse del lado de Yoshikane. Involucraron a la corte, incluso. Esta humilló a Masakado nombrando a Sadamori, su enemigo, para el puesto de general de la frontera, que antes había sido de su padre, Taira no Yoshimasa.
—Era increíble cómo empezaban las guerras en aquellos tiempos, cielo —intervine y luego bromeé—: Hoy con no ir a cenar en Navidad alcanza.
Vuelven a escucharse las notas de Angels y yo dejo de recordar. La ceremonia ha finalizado y apenas he oído alguna palabra que otra. Me da risa porque Christopher, ansioso, se abalanza sobre su esposa para besarla y la hace trastabillar. Cleopatra lo abraza mientras los invitados aplaudimos de manera informal.
—Lindo festejo, ¿verdad, guerrera? —me masculla alguien en el oído, en el lado contrario al de mi acompañante: casi me caigo de espalda al constatar que se trata de nuestro enemigo.
Suelto a Axel enseguida y me pongo frente al samurái para alejarlo de los novios.
—¿Qué haces aquí, Taira no Masakado? —le pregunto, seca, y la gente me observa extrañada—. ¿No dijiste, acaso, que nos encontraríamos en donde todo comenzó? Que yo sepa en la casa de mi amigo Axel no ha pasado nada.
—Es solo una visita de cortesía. —Esboza una sonrisa fría—. Me he enterado de que tus amigos celebraban su boda y no he querido perdérmela. Solo pretendía saludarlos.
El samurái se encamina hacia donde se encuentran Chris y Cleo. Pasa a través de mi cuerpo y mientras está en mí me impregno con el hedor de la pólvora, con la furia que lo embarga, con el odio que siente contra los gobernantes de Japón —anteriores y actuales— a los que culpa de todas las desgracias. ¡Qué diferente de la paz que significaba tener a Da Mo dentro! Es algo momentáneo, por supuesto, no era esta su intención.
—¿Qué quieres? —le pregunta Cleopatra y se coloca delante de Masakado para proteger a su esposo.
Debo reconocer que es un gesto valiente porque el samurái impresiona con su vestimenta de guerra, la armadura y el casco atemorizan a cualquiera.
Me acerco a Cleo, le doy la mano y le grito al guerrero:
—¡Aquí no tienes nada que hacer, no eres bienvenido! Te entrometes en esta boda para fastidiarla, pero salvo nosotras dos nadie te ve.
—¡Como tú, guerrera, que te entrometes en los asuntos de mi gente! —Y parece un toro cuando resopla, justo antes de atacar—. Tienes razón en algo, no hay necesidad de que seamos enemigos. Sé que también te duele lo que han hecho otros aquí. Vete de Japón y déjalo en mis manos, sigue con tu vida.
—Esto no es posible, amigo. —Me suavizo para intentar llegar a un acuerdo: ha sido positivo que estuviera en mi interior, he advertido que solo lo mueve el deseo de Justicia—. Lo que tú pretendes nos pone a todos en riesgo, pero si te unes a mis amigos podremos arreglarlo de otra manera. ¡Te lo prometo!
—¿Qué pasa, Danielle? —me interroga Operaciones sin poder contenerse—. ¿Quién está aquí? Yo no veo a nadie...
Al escuchar las palabras de Smith, Taira no Masakado logra lo que pocas veces han contemplado mis ojos y que solo fantasmas poderosos consiguen: hacerse visibles a cualquier humano como cuando estaban vivos. Se escuchan suspiros y exclamaciones en la sala. Algunas personas cambian de posición y se alejan, mientras Operaciones, Axel y Chris se ponen al lado de Cleo y de mí.
—¡Quiero que se vayan y que nos dejen en paz! —La voz del samurái retumba en la estancia—. Nada puedes hacer, Danielle. ¡Y tus amigos menos aún!
—Mr. Masakado, entiendo que esté molesto. —Flemático como siempre Operaciones camina hasta él; a pesar de la relevancia del momento yo me pregunto si usa el bóxer con dibujitos de Batman con el que lo sorprendí en el pasado—. Pero debe usted saber que lo que se propone es retornar a unos tiempos que, por fortuna, hemos dejado atrás. Lo invito a que venga con nosotros a Londres, a la sede del Secret Intelligence Service. Allí podremos dialogar largo y tendido. Como usted sabe la novia del agente Christopher Kendrick es la última reina de Egipto, de una época muy anterior a la suya. ¡Y aquí la ve, casándose con uno de nuestros espías y ocupando un puesto al lado de nosotros! Seguro que encontramos un sitio de vital importancia para usted y hasta un cuerpo que pueda ocupar durante su estancia en el Planeta Tierra.
—¡Silencio! —Aúlla Masakado en dirección a mi jefe del MI6, harto de él.
Genera un viento con olor a humedad que levanta a Operaciones por el aire y que lo hace salir despedido hasta caer justo encima de la glorieta de flores. No solo la rompe, sino que también destroza el altar.
—¡Menudo aterrizaje, por Osiris que sí! —se enfada Cleopatra y se acerca más al fantasma para gritarle al rostro, mientras le clava el dedo índice en la armadura a la altura del pecho—. ¡Jovencito, me has hartado! Eres un maleducado. ¡Muéstrales más respeto a tus mayores! ¿Por qué tiras a los asistentes? Si querías que te invitara solo debías pedírmelo.
Como respuesta Masakado sonríe. Esboza una sonrisa que no le llega a los ojos y que por este motivo atemoriza a los que no pierden de vista sus movimientos. De improviso, hace aparecer una espada. Aprovecho la distracción, me quito los tacones y doy un salto de tigre en dirección a Cleo. Mi vestido cruje y se hace añicos, pero me da igual. Me saco los palillos japoneses del pelo, y, desde el aire, se los lanzo al samurái para darle tiempo a mi amiga a escapar.
La reina lo advierte enseguida, y, rápida, se aleja. Vuelve a ponerse delante de Chris, que también desea protegerla y la entorpece para colocarse él al frente.
—¡Ay! —grita Masakado, enfadado, y se gira hacia mí al sentir el filo de los palillos sobre la piel del rostro, lo único que lleva descubierto.
No le sale sangre, pero resulta evidente que le provoca dolor.
Después me amenaza:
—Tienes suerte, guerrera, de que hoy no sea el día de la batalla, ya me cobraré lo que me acabas de hacer. Solo venía a entretenerme un poco. Y a esto...
Rápido como la luz, se acerca a Cleopatra. La toca, apenas, con el canto de la espada y sin causarle daño.
—¿Por qué no entiendes, Masakado, que tú y yo estamos del mismo lado y que queremos lo mismo? —le grito, furiosa, mientras escudo a mi amiga—. ¿Por qué tienes que hacer esto? ¡No lo comprendo! ¿Por qué arruinas un momento único? Era una boda hermosa hasta que apareciste para fastidiarla. ¡Que te entre en la cabeza, samurái terco, estamos del mismo lado! ¡También para mí lo de Hiroshima, Nagasaki y Fukushima son catástrofes provocadas por el hombre y que jamás debieron suceder! Lo único que cuestiono es tu manera de conseguirlo, nada más. ¡El fin no justifica los medios, que te quede claro!
—La boda será más divertida así. —Lanza una risa indescifrable—. Puedes unirte a mis planes, pero no quieres, rechazas el honor que te concedo a pesar de que eres mujer. Estás conmigo o contra mí, y, si eres mi enemiga, mejor que tengas otras ocupaciones que te distraigan... Estas heridas me duelen, guerrera, necesito polvo de fetos varones para curarme.
Y me vuelve a observar con maldad. Yo efectúo un salto de macaco en el aire y le tiro las pinzas del pelo que me quedan. Caigo donde él se hallaba, pero llego tarde, pues ha desaparecido con una explosión de pólvora que ciega a la concurrencia por unos segundos.
Me deja pensativa. Reflexiono en su advertencia, pues un feto surge de la unión de un óvulo con un espermatozoide. De inmediato recuerdo a mis óvulos congelados y tiemblo. ¿Será capaz de robármelos con la finalidad de que me aleje de Japón? Tal vez pretende dejarlos como rehenes. Sé que suena surrealista, pero con el paso de los segundos cada vez tengo más claro que por ahí van los tiros.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta Cleo, se tambalea—. ¿Qué es todo esto? No entiendo nada. ¿Dónde estoy? —Mira hacia el costado y ve a Chris.
Se sujeta a él y exclama aliviada:
—¡Ay, agente Kendrick! ¿Qué sucede? No sé dónde estoy, no recuerdo nada.
—¡¿Aline?! —Christopher luce horrorizado.
—Sí, no entiendo qué pasa. Me encuentro mal, ¿por qué me lo preguntas? —Y la mujer se desvanece.
Las lágrimas se deslizan por el rostro de Christopher. Su pesadilla recurrente —que la agente Aline Green regrese a su cuerpo— se ha hecho realidad. Pero lo peor no es esto, aunque él no lo sepa. La gran tragedia es que yo no veo al espíritu de Cleopatra por ningún sitio.
¿La habrá matado esa espada maldita? Si es que se puede matar a una muerta ...
[1] Página 61 de la obra citada.
[2] Leed la página 66 del libro de Clements y la entrada de Andrea Guillem en su blog Tallon 4. Son interesantísimas.
Los de la boda son unos momentos muy emotivos.
¿Verdad que Chris, el novio, es un hombre muy interesante?
Cleo está enamorada de su marido hasta las trancas.
¿Y qué te parece el vestido de Danielle? Aunque poco le duró...
La tumba de Taira no Masakado en Tokyo.
Danielle aprovecha para conocer Japón, una cultura muy diferente.
https://youtu.be/luwAMFcc2f8
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top