7- Pastillas para no soñar.


«La diversión consume al hombre».

Proverbio japonés.

—¿De qué marca es el labial, Sarah? —le preguntó la modelo pelirroja a su compañera de cama.

     La mirada verde le brillaba codiciosa. Para comprobarlo de cerca se acercó al lado del lecho donde la otra chica —sensual— se masturbaba.

     Le acarició la cara y se burló:

—¡Es increíble que todavía lo tengas puesto! —Y le analizó la figura con mirada provocativa—. ¡Como si no te hubieses revolcado aquí durante toda la noche! Con la marcha que hemos tenido es una proeza.

—Secreto profesional. ¡No te diré la marca del pintalabios, aunque me tortures! —Sarah largó una carcajada y movió la cabeza; la cabellera negra interminable formó una suave cortina y los ojos grises le chispeaban cuando le dio un beso sobre los labios a la otra muchacha y la atrajo hacia sí.

     Willem Van de Walle les dirigió una ojeada despectiva, en tanto se tapaba los oídos para no escuchar el parloteo. Se hallaban desnudas en su dormitorio de la mansión de Londres. Y hablaban de maquillaje y se enrollaban entre ellas. De él ni se acordaban, igual se creían que era parte del decorado.

—¡Qué emocionantes son los tríos! —bufó, molesto, pero las modelos continuaban a lo suyo y pasaban de él.

     Observó la esfera de cristal transparente que había en el medio de la habitación y que se multiplicaba en los espejos que rodeaban la estancia. También se reproducía la foto del medio, en la que abrazaba a Danielle mientras acariciaban los rorcuales. Los peces payaso que nadaban allí dentro parecían burlarse de él. Lo miraban directo, todos juntos. ¡Menudo festejo de regreso a la soltería!

     ¡¿Cómo se aburría tanto?! Lo embargaba la cólera hacia su pareja, así que decidió que era el final de la relación y el reinicio de una variada vida sexual. Primero ella se puso del lado del imbécil del jefe. Luego, encima, lo noqueó. Y, por último, huyó de Londres, y lo dejó tirado para que se las apañase solo con las autoridades. ¡Ni siquiera se quedó para escuchar sus disculpas por los destrozos causados en el restaurante!

     Al principio —en el momento justo en el que le daba la patada de grulla— creyó que tomaba partido por el payaso de Rockwell. Hasta que el furgón policial los llevó a ambos al calabozo en el que los dejaron —juntos—, pues al periodista también lo desmayó y lucía su misma cara de no entender dónde se hallaba el norte y en qué sitio el sur. Esto fue lo único positivo del incidente del Dorchester, el desconcierto y la detención del rival. No intercambiaron ni una sola palabra, solo se lanzaban miradas que pretendían mandar el mensaje «¡la culpa es tuya!».

     Movilizó a sus abogados —al igual que el dueño del periódico— para que lo soltaran a la mañana siguiente y para que lo liberasen de los cargos. Después de pagar una millonada por los desperfectos. Y con la finalidad de impedir posibles demandas o la publicación de las fotos en las revistas amarillistas o que subiesen los vídeos a internet.

     Pero esto no era lo que más lo irritaba. ¡Su ex se atrevió a mandarle un mensaje a Rockwell y a él —conjunto— cuando le pidió disculpas! Y los alejó de Japón como si fuesen sus perrillos de compañía. ¡¿Tan bajo había caído ahora cuando siempre fue él el centro sobre el que giraba lo demás?! ¡Al diablo con esa mujer! Danielle era demasiado autosuficiente, una tentación que dejaría pasar. ¡Cómo le gustaría que existieran pastillas para no soñar! Y que sirviesen, también, para el olvido selectivo.

     Aprovechó los contactos de los que disponía y asistió al desfile de lencería que levantaba pasión en la capital británica: el de Mysterious Dreams. Había otros hombres ricos y poderosos, pero las miradas de las modelos siempre se enfocaban en él. Por un momento se sintió igual que antes de conocer a Danielle: él elegía, él decidía y todos y todas se rendían a sus pies.

     Para exorcizar el recuerdo de su exnovia se fue con dos de las modelos del top ten. En un primer instante pensó hacerlo con la que más le llamaba la atención, pero era rubia y tenía un acusado parecido con Danielle. Tal como estaba la situación, significaba tentar demasiado al destino. Así que puso la mira en estas dos. Le parecieron despampanantes, aunque no tanto como la otra. Y más guapas que el objeto de su furia. ¡Hasta le daban ganas de mandarle una de las fotos a su ex, para que se fastidiase al constatar que no pensaba para nada en ella! Pero se trataba de una niñería porque el mejor desquite era ignorar a la mujer que lo había ninguneado y fingir que no existía.

     Durante el cóctel posterior al desfile coqueteó con las dos. Se sintió un ganador, igual que en el pasado. Silenció el pensamiento de que lo hastiaba tanta superficialidad y de que prefería cambiarlas por otras modelos con más cerebro. O, ¡por qué no admitirlo!, estar en casa en compañía de la fuente de sus problemas y practicar con ella el gong fu shaolin. Le gustaba la vida de pareja, pero no se permitió rememorar los infinitos instantes felices. ¡Acabaron y punto! Se hartó de competir con otros hombres por su atención, ella no lo tomaba en serio.

     Bebió champagne con las top models  y el alcohol difuminó los recuerdos. Y les insinuó al principio —y más tarde les aclaró sin pelos en la lengua— que se iba con ambas o con ninguna.

—Somos amigas, honey —aceptó una de ellas, no recordaba cuál—. No nos importa divertirnos juntas.

—¡Claro, sweetheart! —agregó la otra y la palabra cariñosa lo molestó, puesto que se la regalaba a cualquiera igual que Danielle.

     Al terminar la fiesta abandonaron juntos el sitio. Pensó en ir a un hotel, pero prefirió acabar la madrugada en su casa para borrar los recuerdos de dicha extrema que lo perturbaban. ¡Maldita la hora, quería deshacerse de ellas rápido! Lo único que lo detenía era la cortesía. Porque el encuentro sexual había sido el más insatisfactorio de su vida.

     Y se hallaba disgustado al máximo porque para llegar al clímax cerró los ojos e imaginó que hacía el amor con Danielle. Desde que la conoció siempre se sentía vacío cuando no estaban juntos. ¡Vaya tontería, no tenía lógica! En lugar de aprovechar lo que se le ponía al alcance de las manos —como haría cualquier tío—, perdía el tiempo y la energía al pensar en ella. Danielle, enfadada, seguro que se divertía en la cama con cualquier hombre guapo que le llamase la atención y que ni siquiera pensaba en él. O igual ahora mismo se revolcaba en el lecho con Rockwell, que no la dejaba ni a sol ni a sombra con la excusa del trabajo.

     Ese desgraciado de Nathan era su mayor adversario en todos los sentidos. No solo porque pretendía robarle la novia, sino porque también husmeó en sus asuntos. Sospechaba que fue quien le dio el chivatazo al MI6. Por eso en el presente se veía obligado a colaborar con ellos para no perder la libertad y la fortuna. Y también porque era la única manera de que Danielle y él fuesen pareja.

     ¡Ay, Danielle, Danielle, Danielle! ¡Qué mujer desesperante! Era demasiado independiente. La única a la que le propuso matrimonio y con la que deseaba tener hijos. Ella se oponía una y otra vez a seguir sus deseos. ¡Y eso que lo quería! Willem no lo dudaba, tenía experiencia en estas lides.

     Cuando comprobó los poderes extraordinarios de la chica comprendió que lo amaba mucho más de lo que suponía. Porque la raptó en una ocasión y Danielle fingió ser su prisionera. No había forma de retenerla si ella no estaba de acuerdo. Nada rompió la relación, ni siquiera que se encontraran en bandos opuestos y que fuesen enemigos. Tampoco que mantuviera el secreto acerca de las operaciones de espionaje en las que participaba, toleraba su reserva en estos asuntos. Le molestaba el secretismo, pero lo comprendía.

—Amor —lo interrumpió la pelirroja al acostársele encima del cuerpo desnudo; mientras, la otra modelo la frotaba con la lengua—, tú conoces a gente importantísima. Te vi charlar en el desfile con la editora de Vogue Estados Unidos. ¿Le hablas de mí para que me den una portada? ¡No sé por qué siempre se me resiste!

—¡A mí también, honey! —exclamó la otra mujer; dejó a su compañera y lo besó por interés—. ¡Yo primero, estabas conmigo antes que con ella! Creo que tengo razones suficientes, ¿no te parece?

     Y se paró encima del lecho. Se contoneaba como una cortesana y exhibía la figura escultural como si desfilara por la pasarela de Nueva York en la Fashion Week.

—¡Fuera! —gritó el belga, asqueado, detestaba el aroma de sus pieles y los perfumes que usaban, pues no eran Danielle—. ¡Estoy aburrido de vosotras dos! Recién ahora, cuando os interesa, recordáis que también estoy aquí. ¡Me tenéis harto, fuera de mi casa!

     Se levantó —en pelota picada—, las cogió por los brazos, las obligó a saltar de la cama y a caminar. Ellas juntaban la ropa sin detenerse, se hallaban tan asustadas como si las persiguiera con un cuchillo. ¡Qué cobardes, ni comparación con Danielle! Cuando llegó a la puerta principal la abrió y las arrojó fuera de la mansión. Se vistieron en la calle Gosvenor Crescent del barrio Belgravia y le dio igual si algún vecino las veía.

—¿Algún problema, Willem? —le preguntó Brad Hopkins, el jefe de seguridad, quien no efectuó ningún gesto extraño a pesar de ser testigo de la escena.

—Muchos, amigo, pero no sabría por dónde empezar a contártelos. —Y aunque se hallaba desvestido le dio una palmada en el hombro—. Haz que preparen el avión, nos vamos a Japón.

—¿Lo más cerca posible de Kyoto? —El otro hombre intentaba mantenerse serio, pero no lo conseguía.

—Por supuesto, ¿a dónde si no? —se burló de sí mismo—. Esa mujer hace que me doblegue demasiado.

—Haré los arreglos. —A Brad los ojos le brillaban a causa de la risa contenida—. Solo te diré una cosa, jefe: si ella fuese mía iría a buscarla al Infierno o hasta donde termina el universo.

     Will se sintió reconfortado y se fue a dar una ducha. Mientras se bañaba para quitarse el hedor insoportable de las modelos aprovechó para reflexionar. Siempre pensó que con el paso del tiempo la convencería de que fuese su esposa. Cuando descubrió sus poderes empezó a dudar, aunque creía que ella se asentaría en su compañía. Sin embargo, ahora sospechaba que a Danielle la moldearon de otra pasta y que era indomable, la familia tradicional no se había inventado para ella.

     No le costaba ningún esfuerzo prescindir de encuentros como los de esta noche. ¿Por qué a ella sí? ¡Vaya estupidez! ¿Lo convertiría en un ser débil, en un cornudo que agradecería los escasos minutos que pasaba a su lado? O, peor aún: ¿se transformaría en un imbécil como su jefe, al dejar que hiciera lo que quisiese siempre que volviera a él? Y otra pregunta que no le permitía el descanso: ¿estaría enamorada de Rockwell también? Aunque le repateara reconocerlo, guapo sí que era... E inteligente, pues había sido el único que había descubierto su tapadera.

     El tipejo se burló de la diferencia de edad entre los dos, pero quizá no erraba tanto y se trataba de un problema de mentalidades opuestas. Como jefe de una mafia creció con la idea de que las esposas y las amantes eran satélites de los maridos que las mantenían y las rodeaban de lujos. Pero Danielle era casi tan rica como él y no dependía de su voluntad. Por eso ahora, pese a ser el líder del más poderoso grupo organizado del planeta, temblaba por los deseos de una simple mujer. Primero le pidió que se mantuviese lejos para no ponerlo en peligro. Y después a causa de la riña.

     Mientras se secaba, escuchó la voz de Brad a través del intercomunicador:

—Me dice el piloto que no pueden salir con el avión privado. Es un vuelo muy largo hasta el aeropuerto de Osaka y necesita seis horas para hacer una revisión rutinaria. ¿Qué hacemos?

—Ir de todas formas, amigo. Reserva el primer vuelo de línea que salga. Y en primera clase... Brad, además gestiona la seguridad con nuestra gente de allí. Desde aquí poca compañía, que no parezca que vienen conmigo.

—Entendido, Will —aceptó sin cuestionarlo.

     Y así partió hacia Japón, con Danielle como dueña de su corazón y de sus pensamientos. Dormitaba y soñaba con ella. Recordaba su exquisito perfume y este le traía a la memoria la fragancia del océano. Al menos en esta oportunidad no le devolvió El Corazón de Danielle, el costoso collar con un gigantesco brillante azul que le había regalado al comienzo de su cortejo, pero tampoco era para vanagloriarse porque igual fue por falta de tiempo. Temía que se enojase al verlo, que lo mandara al diablo y que le tirara la magnífica joya por la cabeza.

     Contempló por la ventanilla cómo las nubes se arremolinaban afuera y formaban copos de algodón. Y continuó inmerso en sus meditaciones acerca de su pareja con la tenacidad de un fanático religioso. No reparaba, siquiera, en las auxiliares de vuelo que revoloteaban alrededor del asiento e intentaban conquistarlo.

     Reflexionó que cualquier otro hombre temería que su novia se enterara de la aventura —o desventura— nocturna, pero él no. Siempre lo animaba a que disfrutasen de alguna experiencia extra, además de la vida de pareja. Pero ella se refería a algún trío que incluyera chicos, no le iban las mujeres. Se negaba porque ya tenía bastante con Rockwell y compañía, como para añadir más tíos a sus preocupaciones. Igual se enamoraba de alguno y lo dejaba tirado. «¡Si ya me ha dejado tirado!» suspiró con ganas de llorar, pero los hombres de su condición no lagrimeaban como bebés por una mujer.

     Durante el viaje —a medida que se acercaba a ella—, traía al presente cómo lo impactó desde el primer segundo. Cuando se presentó en su galería de arte de la ciudad de Brujas la acompañaba un supuesto amante, lo más probable un agente encubierto del MI6.

     Danielle lo tentó con palabras similares a estas:

En Londres he intentado todo, pero no he podido hacerme con un original de la Escuela Flamenca de Pintura, siempre se me adelantan... Pagaría lo que fuera.

     Le insinuó, así, que se acostaría con él si le facilitaba una de estas obras... Y recibió la proposición como un puñetazo directo al rostro. Lo descolocaron porque no la conocía y nada lo preparaba para su magnetismo, aunque era famosa. Fue un flechazo en toda regla, enseguida percibió que era el amor de su vida. Admiraba su belleza, el aura de misterio y su vivacidad. Bueno, también llevaba un corsé que dejaba expuestos los senos increíbles, parecían las frutas exóticas de los cestos que ponen de regalo en los hoteles exclusivos. ¡Y olían de maravilla! La muy bruja se los había rociado con su mágico perfume, cuyo dejo salado rememoraba la contundencia de las olas de las playas hawaianas.

     Lo invitó a beber algo y desde ahí estuvo perdido. Tan encandilado se quedó con Danielle que, aunque empezaron a surgir inconvenientes dentro de su organización, todo lo que no guardara relación con ella pasó a un segundo plano. Además, era la única de las amantes que había tenido que compartía su pasión: el océano.

     Se comportaba con temeridad en el agua, nada le daba miedo. En su primera inmersión con los grandes tiburones blancos se le dio por abrir la jaula y salir a bucear. Los escualos parecían caballitos de mar, tranquilos, iban de un lado a otro pegados a ella. Por aquella época ignoraba que los animales le iban detrás, como si fuese Ariel, Blancanieves o Cenicienta.

     Este fue el momento en el que supo que se había enamorado a primera vista de Danielle, porque se llevó un susto de muerte. Y, luego, cuando se le ocurrió surfear una ola de las más grandes en la playa Banzai Pipeline de la isla hawaiana de Oahu, se percató de que era mucho más que un simple enamoramiento. Mientras la buscaba y nadaba, angustiado, al suponer que se ahogaba. Peor todavía cuando se quedó con la incertidumbre en las Seychelles, después de que leyó la carta en la que se despedía y sin saber cómo había logrado escapar y si se encontraba bien. Pero claro, siempre aparecía el entrometido de Rockwell para fastidiarlo de una manera o de otra.

     Sus rifirrafes con este hombre eran anteriores a Danielle. Sin embargo, recién cuando se encontraron en Sudáfrica en el bar del Cape Grace Hotel, entendió que ambos eran cazadores que competían por la misma leona. Will pensaba que su novia era ingenua, no se daba cuenta de que Rockwell la quería para sí.

     Ella lo presentó como su jefe, pero ese desgraciado lo midió y dejó en evidencia cuál era su sitio real.

     Le aclaró enseguida:

Soy el jefe y «amigo» de Danielle.

     Puso énfasis en la palabra amigo, para que no dudase de que también se revolcaban en la cama y de que seguirían siendo amantes, aunque se entretuviera con otros tíos.

     Veía todo rojo. Significó un esfuerzo sobrehumano contenerse, pues el otro hombre le acariciaba la muñeca. Estuvo a punto de convertirse en un cavernícola y de cogerla y de arrastrarla a la fuerza fuera del sitio. Danielle se negaba a vivir con él y solo por eso se contuvo para no dar mala imagen.

Señores pasajeros, bienvenidos al Kansai International Airport de Osaka —anunció la azafata por el altoparlante—. Por favor, permanezcan sentados y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado por completo los motores. Los teléfonos móviles deberán permanecer desconectados hasta la apertura de las puertas. Muchas gracias y buenos días.

     Will seguía distraído, apenas notaba que el aparato aterrizaba. Resultaba evidente que aquel día Rockwell tenía intenciones de llevarla a su suite. ¡¿Por qué no se deshizo de ese incordio cuando tuvo oportunidad?!

     Le costó seguir en el bar sudafricano en compañía de sus abogados. Fingía que no se hallaba celoso y hablaba con normalidad, pero el corazón le palpitaba acelerado por la furia. La cita de negocios le sirvió de excusa para interponerse entre la joven y su competidor. Sabía de la reunión por ella, pero no cuál era el punto de encuentro. Puso a sus hombres a trabajar y lo averiguaron al instante.

     Cuando salieron de allí se puso en plan serio. Le recalcó que si estaba con él no debía acostarse con otros amantes. Ella se rio con tanto desparpajo que se sintió ridículo. Y cuando le preguntó qué sentía por Rockwell —casi se arrastraba para que fuese suya— le respondió con sinceridad.

     Sintió que se le estrujaban las entrañas mientras Danielle analizaba sus sentimientos y le respondía con estas o con palabras similares:

Compartimos algunos gustos, nos apreciamos y venimos del mismo medio. Es un excelente amigo con derecho a roce y un jefe increíble. No creo que me case nunca, pero si alguna vez me tentase la idea le propondría matrimonio. Y tendríamos una unión abierta en la que podríamos divertirnos con otras personas.

     ¡Este tío era su grano en el culo! ¿¡Por qué cojones no se lo entregó a los tiburones blancos como comida, igual que había hecho con tantos enemigos!? Ahora se hallaba atado de pies y manos, no podía mandarlo para el otro mundo. Se libró del peor enemigo de Danielle y sus fantasmas no lo delataron, pero como le pusiera un dedo encima al periodista le irían corriendo con el cuento. El desgraciado les caía bien y hasta le mandaban saludos.

     Casi en trance pasó los controles del aeropuerto. Era demasiado temprano para caerse por donde se alojaba Danielle, la casa de un funcionario de Kyoto. Su gente era muy efectiva para dar con alguien, aunque a ella les costaba seguirles los pasos porque era un culo inquieto.

     Por este motivo decidió ir a la cafetería que había en el complejo. ¡Pésima idea! No se lo podía creer cuando vio a Rockwell. El desgraciado tecleaba como un poseso en el ordenador y se hallaba acomodado en una de las mesas. Una taza de café reposaba al lado. Le dio la impresión de que se materializaba desde sus pensamientos para torturarlo.

     Furioso, se acercó a él y con voz estridente lo increpó:

—¡¿Me estás siguiendo, payaso?! ¿Qué haces aquí?

     El dueño de The Voice of London  levantó la vista y lo miró tan sorprendido que entendió que se trataba de una casualidad.

—Imagino que lo mismo que tú. —Efectuó un gesto con la mano para que se sentara—. Arrastrarme hasta que arregle las cosas con Dan. Vengo dispuesto a humillarme todo lo que haga falta para lograrlo.

     Casi lo coge de la solapa, pero recordó cómo terminaron en la última ocasión: esposados y en el calabozo. Se figuró prisionero en una cárcel japonesa mientras Danielle se negaba a visitarlo. Las imágenes eran tan nítidas que se lo pensó mejor, y, resignado, aceptó el ofrecimiento.

     Respiró hondo y el costoso perfume de Nathan —con notas almizcladas— le dio dolor de cabeza. Y con extrema parsimonia se sentó frente a su enemigo.

—¡Estoy harto de ti! —le susurró con rabia.

—El sentimiento es mutuo. —Nathan se quitó la máscara de cortesía y lo perforó con la mirada—. Yo estaba primero y luego apareces tú, de improviso, y te crees que tienes derecho a encerrarla bajo siete llaves en un armario.

—¿Por qué no te enteras de que Danielle es mi novia  y la dejas en paz? —le preguntó en un ataque de celos—. Si la quisieras de verdad no la molestarías y le permitirías que fuese feliz conmigo.

—Este es el punto central que determina que insista, no creo que tú seas una persona capaz de darle felicidad a alguien, sé perfectamente cómo eres. —Se notaba que intentaba controlarse—. Pero no sé por qué hablas de un nosotros cuando ambos sabemos que Dan cortó contigo.

     Se enfadó aún más porque su enemigo tenía razón, pero Rockwell no le dio tiempo a responder y le comunicó:

—A estas alturas te aseguro que ya está liada con un japonés.

—¿Te lo imaginas o me lo cuentas? —Y soltó el aire con energía.

     Nathan lo analizó con aires de superioridad, y, condescendiente, le replicó:

—¿A ti qué te parece?

     Desencajado, Willem efectuó un gesto de extrañeza.

—¿Y por qué me lo comentas, entonces?

     Sir Nathan le respondió con otro ademán y lo señaló como si fuese obvio.

—Porque creo que deberíamos unirnos para combatir a nuestro rival —afirmó, molesto al admitirlo—. Tengo la sensación de que tu llegada es providencial, pues no desearía que Dan se quedara a vivir en el Lejano Oriente.

—¿Tan difícil te parece nuestro contrincante? —le preguntó, preocupado.

     Rockwell casi se echa a reír al escuchar el «nuestro», pero lo dejó pasar.

—Mucho, de lo contrario no te pediría ayuda. —Nathan esbozó una sonrisa cínica y leyó el papel que tenía entre las manos—. Contigo es muy sencillo porque basta que un día despierte para que se dé cuenta de cómo eres. Pero con este no resulta tan fácil, es una buena persona.

     El mafioso casi lo vuelve a coger por el cuello. Se controló con gran esfuerzo al recordar que tomó medidas —meses atrás— para asegurarse de ser único en la vida de Danielle.

     Así que le advirtió:

—Supongo que entenderás que esta especie de asociación es momentánea, solo hasta llevarla a rastras a Londres.

—Ni falta hace que lo digas, también lo considero una tregua —repuso su antagonista—. No bien mi chica y periodista favorita regrese a casa seguiremos como antes. Estoy convencido de que Dan y yo terminaremos juntos.

—Cuando mi mujer —lo contradijo en tanto resaltaba las palabras— recobre el sentido común, hagamos las paces y volvamos a nuestra mansión, este pacto queda sin efecto.

—Es una promesa. —Rockwell estiró el brazo por encima de la mesa y le dio la mano a su peor enemigo.


Will fue a un desfile de modas para olvidarse de Danielle.






Pero no le funcionó, descubrió que estar libre de nuevo no le proporcionaba ningún placer.



El mafioso no dejaba de pensar en la relación entre Danielle y su jefe.



Y le dio la impresión de que lo convocaba con el pensamiento, pues se encontró con él en Japón.



A Nathan no se le escapa ningún detalle acerca de Will, y, aún así, hacen una tregua.



¿Te parece que las diferencias entre Willem y Danielle representan lo mismo que tapar la luna con el dedo pulgar?



Un recorrido por Kyoto con drone.



https://youtu.be/nMO5Ko_77Hk







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