21- Operación Swordfish.
«La suavidad puede controlar la dureza; la debilidad puede controlar la fuerza».
Proverbio japonés.
—¡Por favor, que alguien me ayude! —gritó Danielle desesperada.
Intentaba mantener la compostura, aunque con el paso de los segundos le resultaba más difícil. La voz le sonaba ronca a causa del humo y de los chillidos.
Agradecía haberse negado a que Nathan y Willem la acompañaran en esta aventura, como insistían una y otra vez. No había forma de convencerlos mediante la razón, así que le solicitó a Operaciones que los retuviese en el hotel.
—¿Cómo me haces esto, Dan? —le preguntó su jefe, perplejo—. ¿No te das cuenta de que necesitarás toda la ayuda de la que dispongas? Mr. Smith ha llamado a la mayoría de los agentes por este motivo.
Y le lanzó una mirada que le indicaba que recordase que él también trabajaba para el Secret Intelligence Service. La joven se hizo la tonta, no deseaba que el hombre corriera peligro y punto.
—Entiendo que a ese lo mantengas apartado, Danielle, es un flojo. —El mafioso contempló a sir Nathan de manera despectiva—. ¡¿Pero cómo puedes dejarme aquí y desaprovecharme?! A mí, justamente, que sabes de cuántos recursos dispongo. Además, podría llamar a mi gente y vendría en un santiamén a ayudarnos.
—Gracias, chicos. —Los observó con calma—. De verdad os lo agradezco, pero esta es una tarea que debo emprender sola y sin poner a nadie en peligro. Si tuviese que preocuparme por vuestra seguridad estaría igual de inquieta que en la otra ocasión. ¡O podríais moriros como Axel y jamás me lo perdonaría! ¡Estoy harta de luchar contra los Taira y de no avanzar ni un milímetro ni siquiera cuando ganamos! En esta oportunidad lo único que deseo es conversar con Masakado en paz y sin interrupciones. Y en sus dominios, para que él sienta que tiene el control.
—¡Y esto es lo que más me preocupa, Dan, es una locura! —Sir Nathan la acarició con la mirada, como si desease atraerla hacia sí e impedirle marchar—. ¡Porque estarás indefensa y en su terreno! ¡Te propones suicidarte! ¡Es una misión kamikaze!
—Sabes lo que puede suceder, cielo —insistió Danielle, convencida—. ¿Qué más da que muera si una Tercera Guerra Mundial acabaría con toda la humanidad?
—¡Pues yo iré contigo, Danielle, digas lo que digas! —afirmó, contundente, el mafioso.
Al notar la resolución sin matices en el rostro de ambos, la chica le solicitó a su jefe del MI6:
—Mr. Smith, necesito dos juegos de esposas. —Acto seguido saltó sobre el belga y lo inmovilizó.
—Aquí tiene unas, Danielle. —Operaciones se las dio sin poder controlar la risa.
—Estas otras también te harán falta. —Noah Stone, divertido, le entregó otro par.
—Yo, a diferencia de este capo de la mafia, soy una persona razonable. —Nathan, molesto, intentó explicarse—. ¿De verdad crees que es neces...
Pero no pudo continuar porque la chica se le tiró encima. Luego puso el otro grillete de cada esposa alrededor de un barrote de la cama.
Después los regañó:
—Así está mejor. Es una buena oportunidad para que vosotros también dialoguéis en lugar de estar lanzándoos pullas todo el tiempo. Recordad la amistad que sentíais cuando os hicisteis el tatuaje «Best friend forever»... Y no penséis mal ni busquéis una segunda intención: os quiero, por esto os dejo así.
Los agentes que estaban allí se rieron con ganas. Y los rostros de los dos hombres objeto de la pulla se ensombrecieron, las circunstancias les recordaban demasiado a cómo acabaron en el calabozo después de la riña en el Dorchester.
—¡Qué extraña parejita! —Mathew se desternillaba de la risa, tenía confianza con la chica y conocía a sus dos admiradores porque en otra época le cuidaba las espaldas.
Nathan y Willem refunfuñaron, aunque no se desprendió de su convencimiento. Pero ahora que fallecía se arrepentía y nada le parecía divertido porque existía una indiscutible realidad: moría sin alcanzar el éxito en la misión. Ni siquiera sabía por qué la encerró la anciana ni los motivos que tenía para asesinarla, pues ignoraba su identidad. La esperanza se esfumaba, perdía la partida.
Veía con impotencia cómo cada una de las bolsas —que olían como si contuviesen turba y acelerantes para la combustión— se encendían una a una. El hedor insoportable y el humo que generaban le cerraban la garganta, por lo que aceptó la realidad de la muerte... Y acerca del periodista y del mafioso fueron sus últimos pensamientos antes de desmayarse.
Se hallaba inconsciente cuando la puerta metálica se abrió de golpe y Taira no Masakado contuvo la explosión por la entrada de oxígeno con un campo de fuerza. De inmediato sofocó el fuego con un movimiento de la mano.
—¡¿Quién ha sido?! —Cogió a la joven entre los brazos y flotó con ella hasta la cubierta del portahelicópteros.
Al igual que los demás vestía un kimono blanco y las gaviotas que abarrotaban la zona lo analizaron curiosas, porque creían que era un pájaro gigante. Enseguida le hicieron un hueco. Y, al apreciar que cargaba a Danielle, se apartaron más.
El samurái colocó a la muchacha sobre el suelo. Ni siquiera los rayos de sol conseguían despertarla. La porción de piel que dejaba ver el hollín se hallaba tan pálida como si un vampiro le hubiera extraído la totalidad de la sangre.
—¡¿Quién ha sido?! —Volvió a gritar para liberar la furia.
—He sido yo. —La abuela de Antoku se inclinó con humildad hasta rozar el piso con la frente.
—¡¿Cómo se le ha podido ocurrir asesinar a la guerrera?! —Perdió la paciencia y caminó alrededor de ella—. ¡¿Desde cuándo los samuráis recibimos con deshonor a los enviados que vienen a negociar la paz?! Además, ¡¿quién es usted para tomar decisiones por el clan?!
—¡Lo siento! —balbuceó la anciana; se inclinó hasta tocar la frente con las piernas, parecía un bicho bola—. Creía que pretendía que la joven muriese y por eso la he ayudado a subir a bordo y la he encerrado en esa estancia. En la batalla intentamos ahogarla y escapó, pensaba que cumplía con sus deseos.
—¡Usted no tiene que pensar, mujer, solamente obedecer! —Furibundo, observaba que Danielle no reaccionaba—. Aunque no es asunto suyo le diré que jamás di órdenes de matarla, sino todo lo contrario. Deseaba hacerle ver las bondades de trabajar para nosotros en lugar de para el monje. La quería viva y creía que un susto bajo el mar podría ayudar a que se decidiese por los Taira. ¡Su tontería lo único que ha conseguido es arruinarlo todo!
—¡¿No deseaba ahogarla?! —Se desconcertó la abuela de Antoku.
—¡Por supuesto que no! —Se encaró con la anciana, más molesto todavía—. Usted se olvida de que su nieto ya no es emperador, sino un miembro más. Y para mantener unos privilegios que caducaron hace mucho viola reiteradamente la cadena de mando. ¡Ahora vosotros dos os iréis de aquí! ¡Correréis el mismo destino que La Geisha Esqueleto! ¡Juntad vuestras cosas e idos! ¡Os quiero fuera de mi presencia ahora mismo!
—Y yo entiendo su disgusto, mi señor. —La vieja caminó hacia atrás, inclinada, para no darle la espalda—. Cumpliré las órdenes al momento y espero que algún día nos perdone y que nos permita regresar.
—¡Fuera! —y el samurái gritó a continuación—: ¡Hija!
De inmediato Takiyasha-Hime, la Bruja de los Yōkais, se materializó.
—¿Qué deseas, padre?
—¡Que salves a la guerrera, por favor! —le imploró el fantasma.
Ella se inclinó y pasó las manos alrededor del cuerpo de Danielle, sin rozarla, como si le acariciase el aura. Con un simple chasquido se materializaron en el barco varios árboles de cerezo y un par de casas típicas de las aldeas japonesas de antaño. Les proporcionaban privacidad por si desde el Justice o desde un satélite los espiaban.
La bruja frunció el entrecejo y auguró:
—Pronto morirá, padre, será complicado evitarlo. Debería pedirles ayuda a más yōkais, pues mis sapos no son suficientes. Y también a algún kami[1].
—¡Llama a quien haga falta, querida hija, y siempre te estaré agradecido! —le rogó Taira no Masakado—. ¡Pero que Danielle viva! —Takiyasha-Hime lo observó directo con sus ojos rasgados, parecían llegarle hasta el fondo del alma.
Tranquila, le preguntó al samurái:
—Sepa que jamás será una de sus concubinas... Lo sabe, padre, ¿verdad?
Él bajó la mirada y se agachó al lado de la médium. La contempló con detención y lanzó un suspiro.
—Lo sé, hija. —Levantó la vista hacia Takiyasha-Hime y se puso de pie—. Pero no debo dejarla morir, sería un desperdicio. La profecía es muy clara y nunca he conocido a alguien tan valiente como ella.
—¿Solo por la profecía, padre? —insistió la bruja.
—Tú sabes la respuesta, así que no perdamos el tiempo. —La conminó, se notaba angustiado—. ¡Sálvala! —Ella efectuó una mueca que en su cara seria significaba diversión.
Solo le solicitó:
—Mire por la borda, padre, y dígame si hay alguna ningyo[2].
Taira no Masakado voló hasta el borde enseguida y se asustó por la multitud de ningyos que bailaban, cantaban y saltaban en el agua.
Anonadado, le anunció:
—¡Veo muchísimas! ¿Qué sucede? Y también delfines, tiburones, ballenas, peces espada...
—Ya sabe lo que esto significa. —Dejó de contemplar a Danielle y lo enfocó a él—. Si las ningyos están aquí es porque pronto nos arrasará un tsunami o un tifón o algo similar... Por favor, padre, pida que atrapen a una.
—No sé si es apropiado pescarla, amada hija. —Dudó el samurái—. Creo que a la guerrera no le gustaría...
Pero la Bruja de los Yōkais lo interrumpió:
—¿Desea que Danielle viva o que muera, padre?
—Que viva, por supuesto —respondió Masakado de inmediato.
—Entonces es imprescindible, no existe otra opción. —Levantó el brazo de la muchacha que, inerte, cayó—. Se marchita muy rápido, pronto morirá. Podemos traerla de regreso, pero para que no vuelva a cruzar el río muy pronto es necesario que coma carne de sirena japonesa.
—¡O todo o nada! —reflexionó él, confuso—. ¡O vive para siempre o muere!
—Decídalo rápido —lo apuró ella—. El tiempo apremia, padre, en este caso no hay otra opción.
—¡Ya habéis escuchado a mi hija, traed a una ningyo! —ordenó el samurái a los suyos.
Varios guerreros se lanzaron al mar y cogieron a una. Volvieron a subir con ella, que se revolvía e intentaba soltarse. El atractivo rostro de chica lucía aterrorizado.
—¡Dejadme, dejadme, dejadme! —Cantaba con una voz hermosa capaz de conmover a cualquiera menos a los samuráis.
—Tapadle la boca y la nariz con fuerza, compañeros —les indicó la bruja, que seguía con la mirada clavada en Danielle.
Y así los movimientos de la sirena se hicieron cada vez más lentos, hasta que se quedó inmóvil para siempre.
Takiyasha-Hime se puso de pie y fue hacia la ningyo. La observó sin parpadear. Aprobó la cresta color fuego del torso —lucía brillante, señal de que era una sirena poderosa— y se congratuló por la excelente elección. A partir de la cabeza el resto del cuerpo era de pez, sin brazos ni piernas. Comprobó que las partes estuviesen en su sitio y que las escamas lanzaran los destellos que indicaban una salud de hierro. La olfateó. Olía a salitre, a algas y a coral sin estresar.
—No podíais haber elegido mejor, samuráis —Les sonrió a pesar de la tensión del momento—. Llevadla a la cocina. Luego mezclaré su carne con hierbas y la sazonaré con especias, no habrá forma de que Danielle sepa qué está comiendo.
—Si tuviese opción de elegir no sé si yo querría la inmortalidad —murmuró Taira no Masakado con voz melancólica—. Vivir para siempre apareja mucho sufrimiento porque eres testigo de cómo se mueren los tuyos. Y nada puedes hacer al luchar contra el implacable enemigo que es el tiempo.
—Aún podemos detener esto, padre —le recordó la bruja—. Piénselo bien.
—¡De ninguna manera, hija, ya está más que pensado! —Y borró todo rastro de inseguridad—. Vivirá para siempre, entonces... ¿Ella se dará cuenta? Es un acontecimiento futuro que no consigo ver.
—Tardará años en advertirlo, es probable que cuando note que no envejece. —Lo miró con cariño—. No se preocupe, no sabrá que hemos sido nosotros. Aunque sí debo señalarle, padre, que el futuro está confuso. Hemos abierto demasiados caminos y veo a Danielle en todos menos en uno.
—¿Y el monje sí lo sabrá? —Volvió a interrogarla, preocupado.
—Al principio no, padre, no se inquiete. Me he ocupado de que no puedan ver nada de lo que hacemos aquí —y luego pidió—: Tráiganme un bonsái de un seiyoumi sakura[3] en flor. —Al momento dejaron uno al lado de ella.
La bruja les aclaró:
—Será necesario que emplee magia budista y sintoísta al mismo tiempo. Devolverla con nosotros es una proeza.
Cuando terminó de hablar hizo que el cuerpo de Danielle flotase —ingrávido— y la colocó con la cabeza hacia el norte. Una vez que la situó a su conveniencia la bajó con delicadeza. Puso el diminuto árbol de manera que las ramas rozaran el rostro de la chica, que apenas respiraba.
La Bruja de los Yōkais se sentó a los pies de la joven —sobre las rodillas—, la tocó con los brazos extendidos e imploró:
—¡Oh, Gran Kami Kitsune[4], Dios y Guardián de los otros dioses, ayúdanos a que nuestros ruegos y a que nuestras acciones hoy den frutos! Deja tu santuario y únete al clan. ¡Devuélvele la vida a esta guerrera de nombre Danielle!
La bruja enfocó la vista en el suelo y recitó un mantra que hablaba de vida eterna. Mientras, los demás observaban el bonsái sin perder detalle. Lanzaron un suspiro colectivo cuando las flores blancas —de largos estambres que terminaban en bolitas amarillas— se transformaron en cerezas verdes.
En el instante en el que los frutos maduraron hasta llegar al color rojo oscuro —pasaron por todos los estadios en cuestión de segundos— un zorro gigante empezó a materializarse. Lo curioso era que las partes que lo componían se hallaban desordenadas.
—Levántate, Takiyasha-Hime —le pidió el cánido, después de que las piezas de su cuerpo se colocaron igual que un puzzle completo—. Es un placer ayudarte, he oído hablar mucho de esta muchacha.
—Gracias, Gran Kitsune.
—Ahora llama a Tanuki[5] —le ordenó el dios—. Necesitamos de su música durante la sesión. Será generoso con ella porque se disponía a dar la vida por los demás... Pero antes, Taira no Masakado, debo hacerte un pedido para poder continuar con el ritual.
—¿Un pedido? —Se sorprendió el samurái.
—Sí —le respondió enseguida—. Si no obtengo de ti primero esta promesa, no proseguiré y la chica morirá.
—Habla rápido, entonces, Gran Kitsune —lo apremió el guerrero.
El zorro continuó:
—Mi pedido es simple. Solo quiero que cuando Danielle reviva escuches sus palabras y que le hagas caso sin protestar.
—Lo intentaré, Gran Kitsune —respondió el fantasma muy serio.
—Intentar no me basta. —El kami negó con la cabeza—. Si deseas que la ayude para que viva debes jurarlo ahora.
—Lo juro, entonces. —Masakado se inclinó—. Sabes que la negligencia en cumplir la palabra empeñada es la ofensa más extrema que puede cometer un samurái. Los dioses me darían la espalda porque repudiarían mi impureza. Un juramento hecho por mí es ley, así que sálvala, ¡rápido! Eres uno de los kami de los Taira, te obedeceré gustoso.
—Lo sé y me satisface escucharlo de tu boca. —El animal efectuó un gesto irónico al mover la nariz puntiaguda—. Aprecio el respeto que me demuestras... Takiyasha-Hime, ahora continúa con el rito.
Ella enseguida se sentó en posición de loto y clamó:
—¡Oh, Tanuki, ven a mi ruego y únete a mis yōkais!
Un perro mapache apareció al instante. Se parecía a los domésticos, pues su figura era la de un tejón gigante y tenía unos descomunales testículos.
Le hizo una reverencia y recalcó:
—¡Será un privilegio ayudarte, Bruja de los Yōkais!
—El privilegio es mío, Tanuki. —Le agradeció ella, se sentía honrada de verdad.
De inmediato el can se colocó con la espalda pegada al suelo y se golpeó la panza con las patas delanteras como si fuese un tambor. Producía un sonido similar al de los instrumentos de percusión utilizados por las murgas y por las chirigotas. Y despedía el aroma dulzón de la vainilla.
De improviso, se transformó en la abuela de Antoku. Todos largaron una carcajada al ver a la anciana tirada sobre la cubierta del portahelicópteros en tanto se batía la barriga. Vestía un kimono blanco que se le abría y exponía sin recato las piernas arrugadas. Pero el yōkai, de improviso, recordó la gravedad del momento. Con gran esfuerzo contuvo su naturaleza bromista y pronto volvió a su estado original.
Sin embargo, los samuráis se rieron ahora con más fuerza. La carcajada general era incontrolable porque, al estar transformado, en lugar de aporrearse la tripa se había golpeado los testículos. Ahora le lucían el doble de su tamaño normal y ocupaban más de la mitad del cuerpo.
—Llama a Nekomata[6] en este instante, Takiyasha-Hime. —El dios zorro la apremió, muy avergonzado por la actitud desenfadada y poco profesional del yōkai—. Y tú, Tanuki, haz magia con tu música, pero procura que no te veamos.
—Te haré caso enseguida, Gran Kami Kitsune —le respondió ella en el acto y le efectuó una reverencia.
—¡Oh, Nekomata! —imploró en esta oportunidad, se había acomodado en posición de loto y cerraba los ojos—. ¡Ven a mí! ¡Te necesitamos! ¡Tú protegiste los documentos de los templos antiguos cuando estabas vivo, antes de tener dos colas! ¡Ven pronto desde Kagawa[7] y resucita a esta guerrera!
Se escuchó una explosión muy fuerte y un gran gato hizo acto de aparición.
—Nada me hace más feliz que ayudarte, Takiyasha-Hime. —El felino realizó una reverencia de gran respeto.
A continuación caminó erguido sobre sus patas traseras en dirección a Danielle. Tenía el tamaño de una persona y era tan blanco como la nieve. Con excepción de las dos colas, que remataban en pompones negros. Jugaba con ellas mientras, ensimismado, analizaba la dura tarea que se le encomendaba.
Se acercó a la joven y le olfateó el cuerpo desde la cabeza a los pies. Luego sacó las zarpas, y, como si fuesen alas de mariposa, la rozó por las zonas a las que antes le dedicó atención con el hocico.
Enseguida exclamó:
—¡Hay que hacerlo ahora mismo, se muere! ¡Con un solo tratamiento no alcanza!
Y comenzó a saltar por encima de Danielle. Cuando llevaba ocho veces en esta tarea la chica abrió los ojos, pero Nekomata no se detuvo hasta que brincó sobre ella en nueve oportunidades más.
—¿Qué sucede? —preguntó la médium, confusa, apenas le salía un débil hilo de voz.
El felino se alegró, y, con una gran sonrisa, la saludó:
—¡Bienvenida, guerrera! Te ayudamos a volver del desmayo.
—Te pareces al gato de Cheshire —reflexionó ella, temblorosa, y luego enfocó la vista en el zorro y agregó—: Tú también.
—Ahora que te encuentras mejor, Danielle, iré a la cocina a buscar una poción revitalizante y regreso enseguida. —La puso al tanto la bruja.
—Gracias, Takiyasha-Hime. —Sonaba tan frágil como un cristal a punto de romperse, pero incluso así hizo el intento de levantarse.
Taira no Masakado —al apreciar que se esforzaba demasiado— se acercó a ella y le puso la mano sobre el hombro para impedírselo.
Con una emoción que no conseguía disimular, le indicó:
—Aún desfalleces, guerrera, quédate tendida sobre el suelo hasta que regrese mi hija.
—No debo esperar, samurái —lo contradijo e intentó sentarse—. Necesito hablar contigo urgentemente. ¿Puedes escucharme, y, así, parar la destrucción del planeta?
Él recordó la promesa que le había efectuado al dios. Y también comprendió que la joven no le haría ningún caso porque se empeñaba en cumplir con su cometido.
Así que hizo aparecer su espada, le tocó el pecho con ella y la amenazó:
—De ninguna manera, Danielle, ahora descansarás. Si intentas ponerte de pie deberás antes luchar contra mí.
—Vale, he entendido el mensaje. No sería capaz de combatir ni contra un ratón. —Se dejó caer, agotada—. Pero tengo que hablar pronto contigo, antes de que la catástrofe sea inevitable.
—Y hablaremos, guerrera, después de que venga mi hija y de que se ocupe de ti —le prometió el fantasma—. Aleja cualquier inquietud, desde ahora establecemos una tregua.
—¿Es esta la espada imperial? —le preguntó la chica y pasó un dedo por ella.
—Sí —respondió él, escueto.
—Es extraño que la dejes cerca de mí. —Se asombró la joven—. ¿Por qué antes la mantenías alejada?
—Por la profecía, me di cuenta de que se refería a ti —le contestó él, sincero.
—¿Qué profecía? —lo interrogó, curiosa.
—No puedes hablar, Danielle, debes descansar. —Masakado cambió de tema—. No te responderé esta pregunta. Algún día sabrás la respuesta, pero yo no soy la persona indicada para contártela. Aquí está mi hija...
—Bebe este preparado y te pondrás bien —le ordenó la bruja y la ayudó a sentarse.
Después le entregó una copa. La muchacha observó el líquido verde que contenía.
—Son algas aderezadas con hierbas, no temas —Takiyasha-Hime se hallaba calmada, aunque pronunciaba una mentira tan grande como una casa—. Te encuentras muy débil, Danielle, necesitas una poción que te fortalezca.
—De acuerdo —aceptó la muchacha.
Auxiliada por la bruja —y mientras todos la observaban con expectación— se bebió el contenido sin desperdiciar ni una sola gota.
—¡Sabe genial! —Se relamió.
Y se quedó dormida al instante.
[1] Para el sintoísmo son los dioses o los espíritus que viven dentro de los árboles. O, también, las fuerzas de la naturaleza.
[2] Para saber sobre las diferencias con las sirenas de nuestra tradición leed las páginas 87 y 88 de la obra de Pérez Riobó y la página 248 de la de Sekien Toriyama.
[3] Árbol de cerezo que da frutos comestibles.
[4] Acerca de kitsune como kami y como yōkai leer las páginas 63 y 64 del libro de Pérez Riobó antes citado.
[5] Para saber de este yōkai con forma de perro mapache leed las páginas 111 y 112 del libro de Pérez Riobó y la página 126 del de Sekien Toriyama.
[6] Para saber más sobre este yōkai id a las páginas 79 y 80 del libro de Pérez Riobó y a la 19 del de Sekien Toriyama.
[7] Leed la página 80 del libro de Pérez Riobó. Es muy curioso porque cuenta que en la Prefectura de Kagawa, cuando los gatos cumplían dos años, se les decía «ya eres libre» para que abandonaran la casa y no se convirtieran en yōkais.
A Nathan le parece un suicidio que la médium vaya sola a parlamentar con Taira no Masakado.
Y el mafioso odia que lo deje de lado.
El último pensamiento de Danielle fue acerca de Nathan y de Willem.
La bruja hace aparecer un par de casas tradicionales sobre la cubierta del barco.
Y demuestra ser decidida e implacable cuando se ocupa de la ningyo. El hermoso dibujo es un fanart de MacaronPolifacetica
En este gift tienes el proceso que empleó la Bruja de los Yōkais para traer de regreso a Danielle.
Danielle consideró que Kami Kitsune y Nekomata se parecían al Gato de Cheshire: ¿tú qué opinas?
https://youtu.be/m8AXUq5uA0Y
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top