19- La batalla de Trafalgar.

«Encontrarse es el comienzo de la separación».

Proverbio japonés.

—¿Se vuelve a negar a salir de la habitación? —le preguntó, preocupado, sir Nathan al mafioso.

Se encontraban en el bar del Kyoto Brighton Hotel. Desde hacía varios días se alternaban para ir a golpear a la puerta de Danielle y que comiese algo. Hasta el momento la técnica no había surtido efecto.

—No sé qué más hacer, nunca la he visto así. —Van de Walle frunció el ceño.

—Mientras no estabas ha venido mi hermana —le informó Rockwell y señaló la otra silla para que se acomodara—. Me ha comentado que tampoco quiere hablar con ellos. Ni siquiera con Anthony. Dice que se encuentra sobre la cama y que únicamente duerme y llora. Se ha puesto a hacer algunos dibujos, que luego ha roto. Liz ha podido rescatar este. —Y se lo entregó a Willem para que lo viera.

—Pues no podrá seguir así por mucho tiempo. —Al estudiar la imagen, bufó y se dejó caer sobre el asiento con brusquedad—. ¡¿Una niña?! ¡Te juro que a esta mujer no la entiendo! ¡¿Tanto despliegue por ese japonés al que conoce desde hace dos días?!

—Yo sí la entiendo porque me siento igual de culpable por la muerte de Tokugawa —le confesó el periodista y se pasó la mano por el cabello—. Te comenté que tenía una mala sensación en el cuerpo y estaba claro que no me equivocaba. Quizá si nosotros no hubiésemos intervenido todavía viviría.

—¡Tonterías, nos la hubiera robado! He matado a hombres por menos que eso —exclamó el mafioso sin compasión—. Ese hijo de puta se acostaba con ella, todo lo que hicimos estaba más que justificado. Si te soy sincero me da igual que esté vivo o muerto siempre que se mantenga alejado. Y si vuelve como fantasma lo mando de nuevo para el otro lado por el túnel de una patada y tan rápido que ni la luz blanca verá.

—No sé para qué te hablo de remordimientos si eres una piedra sin alma. —Y Nathan se llevó la mano a la cabeza—. A veces me olvido de quién eres. ¡Gracias por recordármelo!

—De nada, sir Galahad —se mofó Willem y efectuó media reverencia sin levantarse—. Y yo a veces me olvido de que eres uno de los caballeros de la Tabla Redonda.

—Aquí no pinto nada. —El periodista se puso de pie—. Estoy harto de escuchar tus tonterías y tus sarcasmos. Iré a la habitación de Dan.

—Lo intentas desde hace días igual que yo, no te dejará entrar tampoco. Lo único que conseguirás será desgastar la madera con los golpes —se burló el mafioso.

—Ya lo veremos. —Y caminó con decisión.

     Minutos después los dos se hallaban plantados en el pasillo frente a la puerta de la chica, que seguía cerrada a cal y canto y con el cartel de «No molestar» colgado.

—¿Y si la echamos abajo? —Van de Walle la señaló y enfatizó las palabras—. ¡La veo y me entran ganas de patearla!

—O pedimos en la recepción que la abran con una llave maestra. Se trata de un procedimiento menos salvaje y más civilizado —lo corrigió el dueño del periódico—. Yo a estas alturas me lo planteo. ¿Por qué cuánto tiempo más puede seguir encerrada sin comer? Y el peligro continúa, tengo miedo de que los samuráis la ataquen ahora al verla tan indefensa.

—¡Tenemos que hacer algo ya! —y luego Will, muy enfadado, agregó—: ¡Y todo por el idiota ese! Si me hubiese muerto yo no creo que estuviera tan deprimida. Me fastidiaba la forma en la que os escapasteis de mí, pero en cierta forma te entendía. ¡Pero este duelo por ese mindundi no me entra en la cabeza!... A propósito, ¿cómo conseguiste despistar a mi gente?

—Le pedí ayuda a Liz, por supuesto. —Sir Nathan esbozó una sonrisa triste—. ¡Ah, hay algo más! Sabe que le fuiste infiel, pero yo no le he dado los detalles porque he dejado que tú se los confieses. Si me vuelve a preguntar algo seré sincero, estás advertido.

—¡Tú te sinceras cuando te conviene! —Willem, enfurecido, se contuvo con gran esfuerzo para no darle un puñetazo—. Siempre aparentas ser un dechado de virtudes. ¡Como si yo no supiera que le has ido con el cuento a las corridas! ¡Maldito el momento en el que se me ocurrió contártelo!... Y maldita esta puerta, también. ¿Quieres que la golpee y se lo diga ahora? Así te quedas satisfecho y ganas más puntos frente a ella. Te saliste con la tuya porque ni siquiera quiso que compartiéramos habitación en los hoteles. Que te quede muy claro que me la ganaste a traición, de lo contrario otro gallo cantaría.

—Te la gané porque no eres franco, por este motivo me he salido con la mía en esta ocasión —le explicó Nathan, afirmaba con la cabeza—. La falsedad se percibe enseguida.

—¡Vuelve a hablar Don Perfecto! —se mofó el belga—. ¡Finges que siempre entiendes lo que hace Danielle por más incomprensible que sea!

—No siempre, nunca he entendido qué ve en ti si eres un lastre para ella —argumentó el periodista, serio—. Las razones que esgrime Dan ahora para dejar de lado su vida personal y las complicaciones son completamente lógicas. No me molesta tener que ocupar otra habitación en los hoteles, esta misión no es como las demás y necesita centrarse en su cometido al cien por ciento.

—¡Normal que no te moleste! Al salir de Londres no erais nada y mira dónde habéis llegado ahora —y luego Willem le confesó, sin demasiadas ganas—: Me ha comunicado que cuando regresemos muchas cosas cambiarán.

—Algo obvio para cualquiera menos para ti. —Sir Nathan hacía sonar las uñas contra el marco de la puerta para distraerse—. No pretenderás que después de esta guerra, con todo lo que ha visto y lo que ha vivido, vuelva a ser la de antes.

—¿Por qué lo dices? —le preguntó, molesto al percibir que un dato sutil se le escapaba.

—Porque jamás había tenido que enfrentarse a los suyos. —Efectuó un gesto como si fuese evidente—. Nunca un fantasma la había traicionado de esta manera. Y porque no volverá a permitir que un simple hombre sea más importante que su objetivo vital.

La Geisha Esqueleto  no era de los suyos —Willem rebatió la hipótesis del adversario.

—Da igual que lo sea o no. Es la primera vez que un espíritu asesina a un vivo delante de ella —insistió Rockwell, mientras se apoyaba contra la pared del pasillo y clavaba la vista en la puerta como si su visión pudiese traspasarla—. Se siente culpable por haber bajado la guardia.

—No me explicas nada, yo sigo sin saber por qué le da tanta importancia a la muerte de ese japonés. —El mafioso efectuó una mueca de asco—. ¡Hace unas semanas ni siquiera conocía al muy hijo de puta!

     La puerta se abrió y por el asombro de los dos hombres bien podría haber sucedido por obra de la magia. Ambos contemplaron a Danielle como si hubiesen visto una aparición. Tenía el pelo enredado, se hallaba muy pálida y vestía solo un pijama y una bata. E, incluso así, la veían hermosa.

—¡¿Qué has dicho de Axel?! —Se acercó a Willem y le puso el índice sobre el pecho.

—¡Que me da igual que ese imbécil se haya muerto! —le gritó él, celoso—. ¿Se supone que debo fingir que me importa la muerte del cabrón con el que te has acostado?

—¡No entiendo cómo puedes ser así! —La chica se enfureció—. ¡Estaba de nuestro lado y es una baja muy importante! Eres cruel al insultar a una persona, a un ser humano que ha muerto solo por ayudarme. ¿Esto no cuenta para ti? Al parecer solo importas tú. ¡¿Es que no tienes ni una pizca de humanidad?!

—¿Recuerdas quién soy yo en realidad o lo has olvidado? —le soltó Van de Walle, cegado por la furia—. Antes sabías a la perfección que era el jefe de un grupo organizado, de una mafia, y no te interesaba demasiado este detalle. Dices que yo pretendo cambiarte, ¿pero qué haces tú conmigo? ¡Pretendes convertirme en algo así de repugnante! —Y señaló a Nathan con asco; él permanecía en silencio para permitir que se desahogaran—. ¡Quieres que sea un blando como este tío! Para que cuando muevas un dedo siempre esté disponible. Y para que no me inmute si te follas a otros hombres.

     Y Willem giró y se dirigió hacia el ascensor.

—¡Vete! —le gritó la chica, mientras las lágrimas se le deslizaban por las mejillas—. ¡Escapa!

—¡Escapo de la realidad igual que tú, Danielle! —Entró en el elevador—. ¡Llevas días encerrada para no aceptar lo que ha pasado!

     Sir Nathan, al percatarse de que los gritos despertaban la curiosidad de algunos, cogió a Danielle por el brazo y entró con ella en la habitación. La muchacha se dirigió hacia la cama, se acostó sobre ella y se tapó con el edredón.

     Pero su jefe le removió el nido que había formado, la destapó y la regañó:

—¡De eso nada! Hay que activarse, Dan, ya has pasado muchos días aquí y el peligro continúa. ¡No puedes esconder la cabeza en la arena como el avestruz! Es hora de que hablemos.

—¿Hablar? —Las lágrimas le surcaban las mejillas—. No puedo. Me siento vacía porque soy culpable de que Axel haya muerto. ¡He matado a uno de los míos!

—Y yo, Dan —Se le sentó al lado y la cogió de la mano—. También me siento muy culpable. Le hablé mal de ti a Tokugawa para que se alejara. Temía que te quedases a vivir con él en Japón.

—Esa minucia no se compara con mi negligencia. —Las palabras se le entrecortaban por los sollozos—. Acepté el desafío de la bruja mientras Axel esperaba ahí, sobre la arena e indefenso. Confié en que la geisha  se mantendría alejada, debí someterla a vigilancia. Y el resultado de mi falta de previsión está a la vista. No sé si debería seguir con las misiones, pongo en peligro a todo el que se me acerca.

     Las lágrimas le caían a chorros sin que las pudiese controlar. Nathan la abrazó y puso la cabeza de la chica contra el pecho. Ella, al escuchar el latido acompasado del corazón del hombre, poco a poco se tranquilizaba.

     Entre hipidos recordó:

—¡Pero tú si estás vivo!

—¡Sí, estoy vivo gracias a ti! —Y le dio un beso tierno en la mejilla—. ¿Sabes? Me alegro, Dan, de que empieces a pensar en algo positivo. No siempre se gana, ¿verdad? También debemos acostumbrarnos a perder alguna vez.

—Es difícil pensar con positividad, Nat, no te haces una idea de qué mal va la situación —le confesó, los ojos le brillaban; él no pensaba en sus fallos, sino en cuánto la quería—. ¡Mi vida está de cabeza!

—Entiendo que la muerte de Tokugawa te haya dejado tocada, es una desgracia sin igual —la apoyó él—. Pero recuerda que has perdido solo una batalla y no la guerra. No te rindas antes de tiempo.

—No te equivoques, Nat, hago todo al revés. —Y se abrazó al periodista con fuerza—. Hay algo que ignoras: Taira no Masakado me robó los óvulos que había congelado.

—¡¿Habías congelado óvulos?! —chilló su jefe, pasmado—. ¿Cómo es esto posible? ¡Si decías que jamás serías madre! ¡Ni siquiera te gustan los niños! Siempre los llamas «monstruos pequeños».

—Lo sé, pero Anthony me convenció —le aclaró Danielle—. No sé qué hará el samurái con mi hijo o con mis hijos varones. Lo peor de todo es que sugirió que los convertiría en polvo para curarse las heridas.

—¡¿Hijos varones?! —Se estremeció Nathan—. Te recuerdo, Dan, que son los espermatozoides los que determinan el sexo, ¿cómo puedes proyectarte tanto?

—El samurái es un fantasma y como todos ellos conoce el futuro —argumentó la muchacha—. Si habló de varón es por algo y no solo para asustarme. Situaciones más extrañas tú ya las has vivido, sabes que todo esto es probable.

—¿Era lo que te tenía tan agobiada antes de lo de Axel? —Y le pasó la mano por el rostro.

—Sí, me agobia mucho —reconoció la chica—. El tiempo pasa y yo sigo sin saber qué ha ocurrido con mis óvulos... Willem no sabe nada y prefiero que siga así, en la ignorancia. No se lo cuentes. Scotland Yard, el MI6  y Operaciones están pendientes del caso. Y también me ha ayudado Noah Stone.

—Entiendo —y luego le prometió—: Quédate tranquila que utilizaré mis fuentes y algo averiguaré. Seguro que entre todos daremos con ellos, no te preocupes.

—Gracias, Nat. —Le apretó la mano—. Siempre estás ahí para apoyarme.

—Como debe ser, Dan —afirmó él, contundente—. Ante todo somos amigos.

—Agradezco nuestra amistad a diario. —La chica le dio un beso ligero sobre los labios—. No te haces una idea de lo culpable que me siento. Quizá si no me hubiese ido de la casa de Axel él todavía estaría vivo.

—Te recuerdo que fue Tokugawa quien sugirió que en el hotel «quizá estarías mejor» —aportó Nathan con énfasis y le acarició la larga cabellera rubia.

—Es verdad —asintió ella y le pasó la mano por la cara—. Estaba distante conmigo.

—Y ya te expliqué el porqué. Lo asusté con tu despliegue de poderes para que se mantuviese alejado de ti —insistió Rockwell y la contempló directo a los ojos—. Si tú eres culpable, yo más.

—Pero no solo me fui de la casa de él, también me acosté con Willem y contigo. —Ella parecía desconsolada—. Quizá me distraje tanto con el tema del sexo que permití que él muriera, debí estar más atenta. ¡No me concentré en el problema!

—El sexo siempre fue tu forma de liberación después de la tortura a la que te sometió Black y nunca permitiste que se interpusiera en las misiones. Estuviste pendiente del peligro en todo momento, no te menosprecies. Debes aceptar que el Mal a veces gana. —Y le frotó el rostro para borrar los surcos del llanto—. ¿Qué son tres? ¡Nada! Antes te acostabas con cinco o con seis al mismo tiempo.

—Es verdad. —Y efectuó una mueca—. Pero Cleo está sin marido y esto sí que es por mi culpa. Si no hubiese sido por mí se encontrarían en el Caribe y disfrutarían de la luna de miel.

—¡No puedes culparte también por esto, Dan! —Sir Nathan la sacudió con suavidad—. ¡Despierta! Tanto Chris como Cleopatra son grandecitos, sabían a lo que se exponían al venir a Japón. Son dos agentes del MI6, además, no dos niños ingenuos. Fueron ellos los que suplicaron viajar y tú te negabas.

—También es verdad —aceptó ella y esbozó una sonrisa triste—. Siempre me haces sentir mejor.

—¡Claro que es verdad! —Le dio un beso sobre los labios y degustó el sabor salado de las lágrimas—. Te lo repito, ¡no puedes echarte la culpa por todo!

—Pero sí que hay algo de lo que soy culpable. —Danielle se soltó y se puso de pie—. HSM Victory, mil ochocientos cinco.

—¿A qué te refieres? —Se paró y la abrazó con ganas.

—A la Batalla de Trafalgar y a la muerte de lord Nelson. Soy historiadora y debí darme cuenta.

     Sir Nathan la cogió del brazo y la llevó hasta el sillón. Se sentó en él y se la colocó sobre las piernas como si fuese una niña pequeña.

     La muchacha continuó:

—¡Era tan evidente! Pero yo estaba ciega y me ocupaba solo de mis asuntos. Horatio Nelson ganó la batalla, pero murió allí. ¡Noriko me lo decía de una manera tan clara! Y, por si fuese poco, también había escrito en las velas del navío unas palabras. ¡Podría haberlas traducido del kanji  antes de la muerte de Axel y haber evitado su deceso!

—¿Qué decía? —le preguntó, curioso.

     Danielle se recostó contra él, escondió la cabeza sobre el hombro de Nathan, y, cansada, se lamentó:

—No dejo de repetírmelas... Tarde, porque ahora Axel está muerto. —La muchacha sacó del bolsillo de la bata un papel arrugado y se lo entregó.

     En él Danielle había escrito con su puño y letra:

«La senda del samurái se halla en la muerte. Regresa a casa ahora mismo y encontrarás la salvación.

¡Aléjate ya de Shimonoseki!

Te amo,

 Noriko».

—Te lo repito, Dan, si eres culpable yo lo soy tanto como tú o más. —Nathan la ciñó con fuerza.

—Algunos somos responsables, y, al mismo tiempo, no lo somos. —Noriko apareció y la consoló mediante una palmadita comprensiva en el hombro—. La bruja se enteró de mi participación en la batalla y también me inmovilizó, por eso no pude llegar a tiempo para salvar a mi esposo. Es algo que ya sabía, aunque intentaba cambiarlo. Takiyasha-Hime también es en parte culpable. Pero la única verdadera culpable es la asesina. —La muchacha se soltó de los brazos de Rockwell y se acercó a la mujer fantasma.

     Le preguntó enseguida:

—¿Cómo está Axel?

     Ella caminó, pausada, de un extremo al otro de la habitación mientras Danielle la observaba sin perder detalle.

     Al final se detuvo y le contestó:

—Me encantaría responderte esta pregunta de manera minuciosa, pero sabes que lo tengo prohibido. Lo que sí puedo decirte es que él ahora ha conseguido la paz que buscaba.

—Con esto me basta, gracias. —La chica esbozó una sonrisa melancólica y se sintió aliviada por primera vez desde hacía semanas.

     Sir Nathan escuchaba a la médium e intentaba descifrar quién era el interlocutor y cuál era el contenido de la conversación.

—Pero no te mentiré, Danielle —continuó la muerta—. Axel y tú hubieseis sido infinitamente felices y hubierais vivido juntos una vida larga y tranquila. Si otros no hubieran intervenido, claro, porque también te quieren.

—¿Sí? —le preguntó ella, conmovida, se le asomaban las lágrimas y le costaba contenerlas.

—Sí. —Movió de arriba abajo la cabeza—. Sin embargo, nada es perfecto. De seguir juntos te hubieses apartado de tu destino.

—¿De mi destino? —la interrogó la muchacha al momento.

     Noriko le lanzó una mirada extraña, pero no le respondió.

—Debo irme, Danielle. —Y se desmaterializó tan rápido como había aparecido.

     En ese instante golpearon a la puerta.

—Abre tú, Nat, por favor, tengo que digerir la conversación que he mantenido con Noriko. —Su cerebro no estaba muy lúcido después de días sin comer.

—¿Noriko? —Se sorprendió Nathan.

—Sí —y le rogó—: Abre, por favor.

     Escuchó que su jefe abría la puerta y que el mafioso lo apremiaba:

—Necesito hablar urgente con Danielle. Por favor, Rockwell, déjanos a solas.

     La muchacha percibió que sir Nathan parecía reacio a permitirlo.

—Nat, hazle caso —y luego le prometió—: No nos demoraremos porque iremos a hablar con los hijos de Hashimoto Kaito. Vuelvo a la acción.

—Te espero en mi habitación, Dan. —Y señaló a la derecha: los tres ocupaban cuartos consecutivos y el de la chica se encontraba en el medio, para que ambos rivales se controlasen—. Si me necesitas, llámame.

—No será necesario. —Van de Walle lo miró con ironía.

     Cuando Nathan abandonó la estancia, el capo de la mafia se aproximó a ella.

     Se le sentó al lado y se disculpó:

—Lamento lo que te he dicho antes, Danielle. Reconozco que he sido demasiado insensible, me he dejado arrastrar por los celos. Parece que siempre me equivoco contigo...

—Lo sé, Will. —El belga notó que ella dudaba—. Pero me pregunto si lo piensas de verdad o soy yo la que se engaña cuando percibo en ti algo más.

—¡Por supuesto que no te engañas! —La cogió de la mano—. Solo...

—¿Solo? —lo apremió la chica.

—Que solo siento que nunca me tomas en serio —añadió el mafioso con sinceridad—. Creo que me lo merezco, desde el principio he apostado por nuestra relación. Estábamos genial, y, de un momento a otro y a la primera diferencia, tiras lo nuestro por la borda. Tú me dejaste, Danielle, no puedes culparme porque intentara olvidarte con otras personas... Que es justo lo que tú has hecho.

—No es así. —Intentó frenar los reproches.

—Sí, es así —la interrumpió él—. Reconócelo: aquí el único que desea casarse y formar una familia soy yo. Tú pretendes seguir con tu vida de aventuras sin límites, en todos los sentidos. Necesitas esta adrenalina. Cuando ves que entre nosotros la relación se pone más seria, buscas una excusa y te escapas. Al fin y al cabo, Rockwell siempre está ahí para recibirte con los brazos abiertos. O cualquier otro, sabes que eres muy atractiva.

—No eres justo, Will. —Movió la cabeza en señal de negativa—. Olvidas el espectáculo que diste en el Hotel Dorchester en un ataque de celos. Tú me lo pones todo más difícil. Ten en cuenta que no soy una mujer que se quede encerrada en la casa y que espere a que el marido le traiga el dinero. No digo que esto esté mal, pero yo tengo mi carrera y no la dejaré por ti. Y tampoco perderé mi identidad para que seamos pareja.

—Y respeto que seas autosuficiente, Danielle. —El mafioso la abrazó y le acarició el hombro—. Pero tú siempre me apartas cuando percibes que nuestra relación progresa y se hace más sólida. Sé que me ocultas muchos secretos y que confías en otros antes que en mí.

—Quizá porque también percibo que intentas encerrarme en una burbuja de tu propiedad. —Aflojó el abrazo y lo miró a los ojos: los azules de Will siempre la conmovían al punto de que casi se preguntaba si de verdad había escuchado que él festejaba la muerte de Axel—. Como si fuera uno de tus cuadros robados, esos que solo tú tienes derecho a ver.

     El hombre la besó en los labios. Danielle sintió que se derretía.

—Tal vez lo qu...

     Van de Walle no pudo continuar porque golpeaban con impaciencia.

—Voy a ver quién es. —La muchacha se levantó.

—Seguro que es el imbécil de Nathan para interrumpirnos como siempre. —El mafioso fue detrás de ella, apretaba los puños con fuerza—. ¡No abras!

     Pero se asombraron al ver a Operaciones y a Noah Stone del otro lado de la puerta.

—Lo siento, jefe. —Danielle bajó la vista, avergonzada, y les permitió el acceso—. Sé que es imperdonable y poco profesional que me haya deprimido tanto. Lo siento, la muerte de Tokugawa ha sido por mi culpa.

     Van de Walle contemplaba a Stone con una sonrisa irónica. Contenía las ganas de preguntarle a la joven —y a los gritos— si otro de sus amantes se sumaba a la fiesta. Decidió controlarse, pues acababan de hacer las paces y no deseaba fastidiarla de nuevo.

—Nos conocemos —solo pronunció mientras el agente efectuaba un gesto como forma de saludo.

—Ya hemos hablado de este tema en el velorio, lady Danielle. —Operaciones movió negativamente la cabeza—. No debe culparse, el agente Tokugawa era consciente del peligro al que se exponía.

—En estos momentos pensaba salir para ir a hablar con los herederos del primer dueño de la espada —prosiguió ella y se acomodó la rubia cabellera.

—Me temo que esto ahora ya no importa, duquesa. —El jefe de Operaciones del MI6 se hallaba pálido—. Por desgracia lo peor que podía pasar ha pasado. Nuestra peor pesadilla se hace realidad. 

Danielle está muy triste, se siente culpable por la muerte de Axel.


El mafioso con sus recriminaciones solo la hace sentir peor.



Aunque luego admita que se ha equivocado.



Nathan, en cambio, siempre la consuela.



Algunas imágenes del hotel de Kyoto.



https://youtu.be/BBxjC9w_Cj0

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