17- La máquina del tiempo.

«No es lo que no sabes lo que te mete en problemas. Es lo que crees saber con seguridad, pero no es así».

Mark Twain.

Anthony apenas se contuvo. Igual que en la ocasión anterior, no deseaba despertar a lady Helen de la pesadilla porque el resultado sería peor que dejarla correr. La anciana descansaba en su habitación de la mansión de Ketterley y los enemigos aprovechaban el sueño REM para utilizar la artillería pesada.

     Se encontraba sentado en el sofá. Desde allí veía cómo las luces cálidas de las lámparas de las mesillas de noche se mezclaban con el holograma del sueño. De improviso, el dulce aroma del regaliz le llegó hasta las fosas nasales.

Papi, no puedo dormir, los truenos me asustan. —Una Danielle de tres años intentaba colarse en la cama de sus padres en Pembroke Manor, donde pasaban unas breves vacaciones; el fantasma recordaba muy bien la escena así que contuvo el furor—. ¿Puedo acostarme con vosotros?

¡Niña, sal de aquí! —El progenitor, enfadado, se sentaba sobre el lecho—. ¡¿Te asustas por una simple tormenta?! ¡Una hija mía no puede ser tan débil!

—¡¿Qué hace la chiquilla en la habitación?! —preguntaba la madre, furiosa, al despertarse—. El servicio doméstico deja mucho que desear, ya no es lo que era. ¡Fuera, Danielle, ve a tu dormitorio y no nos molestes! Recuerda que somos duques antes que padres y trátanos con el debido respeto.

¡No aprende! —suspiraba el hombre con tono despreciativo—. Es hora de que vaya al internado. Necesita que le enseñen buenos modales o nos avergonzará en las reuniones con nuestros amigos.

Estoy de acuerdo, ya es grande. Tiene casi cuatro años. ¿O está por cumplir cinco? —Dudaba la mujer—. Pero mientras tanto, cariño, llama a una de las sirvientas. Llegamos muy tarde de la recepción del príncipe de Gales y debo dormir o me saldrán arrugas.

     Las imágenes se esfumaban y Anthony contemplaba a lady Helen junto a Antoku y a su abuela. Flotaban sobre una embarcación en las aguas calmas de Shimonoseki.

—¿Comprendes, Herbert no Helen? —le reclamaba la mujer y la señalaba—. Todo el sufrimiento de Danielle es culpa tuya. ¡Era tu casa! ¡Tú estabas allí y permitiste que trataran así a tu nieta! A diferencia de ti, yo morí por el bienestar del mío.

     Ahora Anthony veía que la pequeña de cuatro años comenzaba su andadura en el internado para señoritas. Prudence —la más rigurosa de las educadoras que había tenido allí— la apuntaba con la regla.

Mirad bien a vuestra compañera. ¡Jamás debéis comportaros como lady Danielle! Es un pésimo ejemplo. —Movía la cabeza de izquierda a derecha y los ojos le brillaban con sadismo contenido.

     Mientras recalcaba las palabras golpeaba el instrumento de medir contra el escritorio.

Una señorita bien educada siempre debe ser un ejemplo de buenos modales. ¿Otra vez habla sola con su amigo imaginario? A estas alturas debería saber, lady Danielle, que en esta institución se prohíben cualquier tipo de amigos imaginarios o de mascotas. Ahora levántese y a la dirección, a ver qué nuevo castigo le pone la directora Andrews.

Pero yo...

—¡Silencio! —la interrumpía la profesora—. Y le anticipo que mi castigo será que escriba durante el resto del día en la pizarra, y, cuando no quede más sitio en su cuaderno, las siguientes palabras: «Los amigos imaginarios no existen».

—¡No, mi nena, no! —Lloriqueó lady Helen, dormida.

—¡Me había olvidado de esa mujer! —Anthony, rabioso, se removió en el sofá—. Cuando acabemos con esto le haré una visita. Así podré mostrarle las aptitudes que he adquirido a lo largo de los años. Es hora de que sepa que los «amigos imaginarios» también evolucionamos.

     El escenario volvía a cambiar, y, una vez más, las dos ancianas y el niño emperador se hallaban sobre el barco antiguo en aguas tranquilas.

     La abuela de Antoku señalaba a lady Helen con el dedo y le recriminaba:

Yo crie a mi nieto, Herbert no Helen. ¿Qué hacías tú mientras esta profesora torturaba a Danielle? Aquí no te veo. ¿Dónde estabas? Te lo recuerdo: escribías absurdos libros pornográficos, viajabas a lo largo y a lo ancho del mundo y vivías tu vida sin preocuparte por nadie. Permitías que la pequeña fuese desgraciada.

     La escena se reorganizaba y la fragancia de los perfumes caros con notas cítricas cada vez era más fuerte. Ahora se encontraban en la sala de fiestas de la mansión de los progenitores de Danielle.

     Anthony veía a Joseph Black, el peor enemigo de la joven, en tanto la amenazaba:

—¿Sabes que con solo chasquear los dedos ya estás muerta? Seguirás trabajando para mí desde ahora. ¡No más excusas! ¿Qué eliges? Decídelo pronto. ¿Prefieres vivir o morir?

     El fantasma saltó del sofá. Caminó de un lado a otro al escuchar el dolor contenido de la muchacha mientras la torturaban a distancia. Le retorcían cada músculo y cada órgano del cuerpo mediante tecnología militar con geolocalización de décadas atrás. A pesar de ello Danielle mantenía el tipo, e, incluso, le sonreía a Black.

—¡Mátame ya, deshecho humano! —se burlaba de él—. Porque jamás volveré a trabajar para ti. ¡No crecerás en política gracias a mí!

—¡No! —aullaba Lady Helen, anclada a la pesadilla y sin poder salir de ella.

     Anthony notaba que la potencia de la máquina se incrementaba. Y, aunque Danielle sonreía, los ojos azules no conseguían esconder el suplicio por el que la hacían pasar.

—¿La sientes en el corazón, perra? —le susurraba Black en el oído—. ¿Acaso crees que prometo algo que no cumpliré? ¡Claro que te mataré, puta! Pero antes te mandaré a la loca de tu abuela en un paquete por correo y cortada en trocitos.

¡Mándamela ya, basura! —La muchacha mordía las palabras—. Porque iré detrás de ti. ¡Viva o muerta! Así sabrás a quién has elegido para ser tu némesis. ¡Yo nunca estoy sola, tengo poderosos e invencibles amigos que me protegen!

     La imagen se esfumaba en el aire, y, una vez más, los dos Taira y lady Helen se hallaban sobre la embarcación. Ahora unas ondas ligeras la movían. El hedor a cangrejos podridos era insoportable.

—¿Ves? —Y la abuela de Antoku apuntaba a la anciana con el índice—. A tu nieta le dabas igual, no le importaba que te matasen. ¿Por qué iba a preocuparle si siempre la has dejado sola contra el mundo? Mientras la volvían a torturar tú no estabas allí. Se lo contó a los padres, pero para ellos era más importante mantener las relaciones con Black y fingir que no había pasado nada. Dime, Herbert no Helen: ¿en qué presentación de libros te hallabas en este momento? Porque siempre anteponías tus actividades al amor por tu nieta. ¿Recuerdas qué capítulo de qué novela escribías?

     Anthony recorría el dormitorio con enormes zancadas. Se repetía una y otra vez que si la despertaba corría el riesgo de quedar atrapada en el universo del sueño o en un bucle temporal. Pero le costaba un esfuerzo sobrehumano no intervenir. Se repetía como un mantra que esto era parte del pasado y así reprimía el deseo de cometer una tontería.

     De repente, el olor del humo de la pesadilla llenó la estancia. Era tan real como si se consumiese entre las llamas la mansión señorial.

—¡Auxilio, Anthony, Da Mo, por favor venid, me muero! —gritaba Danielle, la habían atrapado en un cuarto pequeño y golpeaba con los puños una y otra vez la puerta blindada.

     Esto sí inquietó al fantasma mucho más que el resto. Porque jamás había acontecido un accidente o un atentado de esta naturaleza. La chica se desesperaba y pateaba la puerta y la pared en el centro. El hierro se abollaba, pero no cedía. Y, al no poder aspirar el oxígeno que necesitaba, cada vez se debilitaba más. Veía cómo —poco a poco— las fuerzas la abandonaban y caía arrodillada sobre el suelo. Danielle tosía sin cesar y se asfixiaba. Y nadie la ayudaba, su ejército espectral no aparecía por ningún lado.

—¡No vendrás, papá! —gritaba la muchacha en un último esfuerzo—. ¡Te han inmovilizado de nuevo!

     Y se desmayaba. Desde donde se encontraba el fantasma contemplaba cómo se calcinaba hasta los huesos. Desviaba la mirada, pero no se sustraía del hedor. El fuego chisporroteaba y un humo gris casi negro lo inundaba todo. Mientras, le llegaba el olor a carne asada y se le removían las fibras más íntimas. Esto no podía pasar. ¡Debía evitarlo! Movilizaría a los suyos para prevenir la catástrofe. ¡Claro que sí, su nena no moriría!

—¡No! —rogaba lady Helen y despertaba a medias—. ¡Ayudadla, no le hagáis esto!

Pues entonces, Herbert no Helen, haz que Danielle abandone Japón —le ordenaban Antoku y la abuela al unísono, se hallaban otra vez sobre la barca, que ahora se movía al ritmo de unas olas furiosas de más de seis metros—. Si no la llamas su muerte será culpa tuya. ¡No la abandones a su suerte como siempre!

     Y repetían la escena en la que Danielle se consumía igual que trozos de leña arrojados a la chimenea.

—¡No! —En esta oportunidad la anciana se sentó en la cama y abrió los ojos.

     Lloraba sin parar, las lágrimas le bañaban las mejillas.

—¡Al fin! —exclamó Anthony, chocado—. ¡No soportaba más tu pesadilla! ¡Estaba a punto de despertarte sin pensar en las consecuencias!

—¡Ay, mi querido amigo! —A la mujer se le notaba la ansiedad en la voz—. ¡No te quedes aquí, ve con mi nieta!

—Sí, pero antes de irme quiero aclarar algo. —Y se sentó sobre el lecho al lado de ella—. Sabes que nada de esto es cierto, ¿verdad? Yo estaba ahí en cada momento porque tú me lo pediste, Danielle jamás estuvo sola. Intentan debilitarla a través de ti.

—¡Lo sé, amigo, lo sé! —reconoció ella—. Pero sé sincero, también. ¿Acaso puedes negar la verdad que encierran estas imágenes?

—¡No encierran ninguna verdad! —la contradijo el fantasma mientras le acomodaba la almohada—. ¡Recuerda! Danielle pasaba todos los fines de semana y las vacaciones contigo y con lady Henrietta. Era muy feliz con vosotras, con la servidumbre y conmigo. ¡Fuimos y somos su familia! Además, en el internado hizo muchas amistades que mantiene hasta el día de hoy. Si quitamos a Prudence, la profesora fanática del sueño, no lo pasaba tan mal. ¡Desde luego era mucho más feliz allí que con sus padres! ¡Por favor, nena, recuerda!

—¿Y lo de Black, Tony? —lo interrogó lady Helen al apreciar que el fantasma dejaba las explicaciones ahí—. ¿También ha sucedido?

—No pienses en ello ahora —le rogó, angustiado—. Ya lo hemos solucionado y te encantaría ver cómo nos hemos encargado de ese hijo de puta.

—¡Entonces sí que ha pasado! —La abuela de Danielle lloró con más fuerza—. Los japoneses tienen razón, Tony. ¡¿Dónde estaba yo en esos momentos?! ¡Ni siquiera lo recuerdo!

—Créeme, Black recibió su merecido, de nada sirve que tú te tortures ahora. —Y la abrazó, convincente—. Gracias a esa experiencia negativa mi pequeña se ha hecho de acero. Piensa en positivo. Tú siempre les pediste a los padres que la dejasen ir a vivir contigo y ellos se negaron una y otra vez. A lo largo de los años has hecho lo correcto por el profundo amor que sientes por tu nieta.

—No estoy tan segura, Tony. —Parecía un dique roto, no podía contener las lágrimas—. ¡Le he fallado!

—No le has fallado. Me has pedido que la cuide cuando, por el capricho de sus padres, se hallaba lejos de ti —le recordó Anthony, empleaba un tono dulce—. ¡Y la considero mi hija, sabes que la amo más que a nada! Bueno, nena, la quiero tanto como a ti.

—¡Lo sé, Tony, lo sé! —Y se calmaron un poco los sollozos.

     El fantasma efectuó un movimiento con la mano y el primer cajón de la cómoda se abrió. Volvió a moverla y un pañuelo blanco flotó por el aire hasta caer sobre la cama al alcance de lady Helen.

—Gracias. —Sonrió entre medio del llanto—. Estoy mejor, de verdad. Ve a ver qué pasa y cómo está mi nieta.

—Si hubiese pasado algo o le fuera a pasar algo yo lo sabría —la tranquilizó él—. Vencimos a estos samuráis una vez y volveremos a hacerlo muy pronto.

—Son unos enemigos poderosos, Tony —le advirtió ella—. Engañan al espacio y al tiempo con tal de ganar.

—Voy ahora mismo, no te inquietes. —Y Anthony se puso de pie—. Pero antes, nena, prométeme que serás fuerte. ¡Y sobre todo júrame que no llamarás a Danielle! Es lo que estos fantasmas pretenden, porque si la preocupas por ti la harás más débil.

—¡Te lo juro, Tony! —Lady Helen se puso la mano a la altura del corazón—. ¡Ve ya! —Tranquilo por la promesa el fantasma desapareció.

     Mientras se hallaba en el vacío pronunció:

—¡Deseo que me mostréis todo lo que deba ver para ayudar con éxito a mi hija!

     El primer punto de parada le resultó conocido. Era el Hospital Británico de Tokyo, otra tapadera del MI6.

—¡Christopher, te deseo! —Ronroneaba la agente Green—. No lo controlo, es muy fuerte. No entiendo por qué no podemos hacer el amor. ¿No estamos casados, acaso? Esto es lo que me dijiste y yo te creo. ¿Por qué no usamos este lecho, entonces? ¡No comprendo qué tiene de malo! Aunque no recuerde cómo llegamos a ser marido y mujer, lo somos. Y nada altera la realidad.

—Te entiendo, cariño, yo estoy igual de impaciente. —Le mintió Chris—. Pero sabes que el médico lo ha prohibido precisamente por eso. Piensa que tu cerebro me rechaza y que esta es la razón por la que no recuerdas nuestra boda.

—Necesito que me acaricies, Christopher, y que me hagas el amor ya. —Se contoneó contra el pecho masculino y a duras penas el espía contuvo el asco, detestaba a Aline Green—. ¿No ves que estoy bien? No me he vuelto a desmayar.

—Te entiendo, dulzura, porque yo también me contengo. —Le quitó las manos de encima—. Pero debo ser responsable. Según el doctor Baker primero tienes que recordar nuestro noviazgo y la ceremonia. Hasta ese momento debemos ser cautos, él desaconseja cualquier tipo de intimidad. Mira, amor, está aquí mismo. Pregúntaselo.

—¿Que me pregunte qué, señor Kendrick? —Y el facultativo entró en la habitación.

—La razón de que debamos estar distanciados, doctor, no sé si me explico. —Aline fue al grano enseguida—. Siento que a nivel físico mi marido y yo somos muy cercanos, que hay química. ¿Por qué es necesario que esperemos para tener un contacto más íntimo?

—Me temo que tal acercamiento aún no es conveniente para su salud mental —le aconsejó el médico, movía la cabeza de derecha a izquierda—. Sería contraproducente. Su amnesia ha sido ocasionada por un rechazo inconsciente hacia su esposo o hacia el hecho de estar casada. Tenga presente que el colapso se produjo en la misma ceremonia y delante de todos los asistentes. Hasta que no recuerde por usted misma, mi respuesta siempre será negativa. No niego que hacemos progresos, pero precipitarnos solo llevaría a que la terapia naufragase. Entiendo la angustia, el proceso es lento, aunque no dude de que va por buen camino. Le daré la medicación para ayudarla. Póngase sobre la cama, por favor.

     Y le inyectó un somnífero directo a la vena que provocó que la agente Green se durmiera de inmediato.

—Gracias. —El alivio de Chris era evidente—. Ya no sabía qué excusas darle a esta traidora. ¡La odio con toda mi alma!

—De nada, colega —le contestó el médico—. Para esto estamos. Tenga la seguridad de que usted no está solo en este trance, el MI6  lo apoya.

—Gracias, de nuevo.

     Al irse el facultativo Christopher giró sobre sí mismo y admitió en voz alta:

—¡No te imaginas cuánto te extraño, Cleo, mi amor! Estar lejos de ti es lo peor que me ha pasado en la vida.

—¡No estamos lejos, cariño, me encuentro aquí, contigo! —Cleopatra lo acarició y los vellos de los brazos se le pusieron en punta a medida que le pasaba las manos por la piel—. ¡Nunca te dejaré! Siempre estaré a tu lado, ¡te lo juro por Osiris!

—Me tranquiliza saber que me acompañas en esta habitación. —Y algunas lágrimas de emoción le regaban los ojos verdes y las mejillas—. ¡Desearía verte, olerte, tocarte, escucharte, hacerte el amor otra vez! Te amo, Cleo.

—Y yo no entiendo por qué no complaces al chico, parece que te quiere de verdad. — Anthony hizo que Cleopatra reparara en su presencia.

—¡Lo he intentado todo, pero el cuerpo de Green me repele! —se lamentó ella—. ¡Por Osiris que no consigo que me vea ni que me escuche! ¿Está Da Mo contigo para ayudarme?

—No, no está. —Señaló la pared que separaba la habitación de la de al lado—. Ahí tienes la solución... Excepto por lo de hacer el amor, me temo que esto no será posible hoy.

—¡Claro, qué tonta! —exclamó Cleopatra y fue hacia donde el otro espíritu le indicaba.

     Antes de traspasar la pared frenó la carrera, clavó la vista en Anthony y le confesó:

—¡Por Osiris que te estaré eternamente agradecida, amigo! ¡Eres genial!

—No es nada. Y deja de hablar de Osiris que ya nos costó un triunfo quitarte esta costumbre, ¡como para que recaigas de nuevo en ella!

     La reina sonrió. Del otro lado del muro se hallaba la habitación cuatrocientos cinco. Allí se detuvo al lado de la cama de hospital en la que un anciano dormía conectado a una bolsa de suero.

—Lamento molestarlo, pero no cuento con otra opción. —Sabía que no la escuchaba e incluso así necesitaba disculparse—. Le prometo que solo estaré un ratillo. ¡Por Osiris se lo juro! Y luego se sentirá mejor. Lo inundará un desborde de energía como hacía años que no disfrutaba.

     Comenzó a introducirse en el cuerpo del enfermo poco a poco. Empezó por los pies. Le siguieron las piernas, el vientre, el abdomen, y, por último, la cabeza. A pesar de la vía con calmante que conectaba al paciente a la bolsa de la medicación, sintió una fuerte punzada a la altura del apéndice.

—¡Vaya dolor! —Enfocó la vista en Anthony, que se había materializado y la contemplaba en silencio—. ¡Por Osiris que no sé yo si esto ha sido una idea tan buena!

—¡Ha sido una idea excelente, mi querida reina, como la mayoría de mis ideas! —la contradijo el fantasma, bromista igual que siempre—. Este era el enfermo menos grave y la tuya será una buena obra porque se recuperará más rápido de su dolencia gracias a ti. ¡Arriba, chica! No hagas esperar a tu esposo.

     Cleopatra empezó a levantarse del lecho con extrema lentitud. Le costaba un esfuerzo sobrehumano sentarse. Los huesos y los músculos se asemejaban a los engranajes de los coches antiguos cuando hacía falta engrasarlos. Y el fuerte olor a antiséptico la mareaba.

—Nunca pensé que fuese tan complicado acumular años estando vivo. —E intentó ponerse de pie en cámara lenta—. ¡Por Osiris que no sé si yo sola podré con esto!

—¡Deja a Osiris en paz! El anciano acaba de ser operado, es normal que esté así —le explicó Anthony—. Tranquila, yo te ayudo. —Y con un movimiento de la mano provocó que Cleopatra abandonase la cama—. ¡Coge el suero y ve con tu marido! —la apremió, emocionado.

     Ella caminó con pasos pesados hasta la puerta. Daba la impresión de que tenía un ancla en cada pie por la forma en la que los arrastraba. Le llevó quince minutos llegar allí y otros tantos hasta la habitación en la que Christopher miraba al vacío con tristeza.

     Al escuchar que alguien se aproximaba el agente levantó la vista, y, al reparar en el anciano que lo observaba, le preguntó:

—¿Puedo hacer algo por usted, señor? Creo que necesita ayuda.

—¡Sí! ¡Por Osiris que lo que más necesito es uno de tus abrazos! —le respondió Cleopatra con voz rasposa mientras lo contemplaba con amor—. Aunque ocupe este cuerpo prestado.

—¡Cleo! —gritó él, feliz.

     Se acercó a la reina con presteza y la ciñó muy fuerte. Visto desde afuera podrían ser abuelo y nieto, excepto por el hecho de que se observaban como dos enamorados. Al menos esto era lo que pensaba Anthony, quien se sentía orgulloso de haber ideado el plan.

—Siempre estoy contigo, mi amor. —Y ella lo besó en la mejilla con cariño—. Nunca debes olvidarlo. Puedes decirme lo que quieras porque siempre estoy a tu lado para escucharte. ¡Y siempre lo estaré!

—Me voy, Cleopatra, aquí no pinto nada. —Y el fantasma empezó a esfumarse—. Si precisas algo ya sabes cómo encontrarme —y cuando lo rodeaba el vacío en voz muy alta clamó—: ¡Llevadme urgente donde haya algo que deba ver!

     Este día el espíritu se sentía el Fantasma de las Navidades Pasadas, el de las Presentes y el de las Futuras[*]. En especial al observar a sir Nathan y a Willem mientras discutían en la habitación del Hotel Nishi-nagato Resort.

—¿Dónde está Danielle? —le gritó el mafioso al periodista.

—Con Tokugawa —Se acomodó en el mullido sillón y lo enfocó con la mirada.

—¡¿Has permitido que se quedara a solas con ese imbécil?! —Aulló Van de Walle mientras recorría la estancia de un lado al otro, a punto de perder del todo los estribos—. ¿Es que tú, Rockwell, no tienes cerebro? Porque no te basta con engañarme para que fuese al monte Fuji y así robármela en mis narices para acostarte con ella. ¡Ahora, encima, se la tiras en los brazos a ese tipejo, con todo el trabajo que nos ha costado librarnos de él!

—Es preciso, Willem, que tú y yo mantengamos de nuevo una seria conversación. —Y el inglés lo señaló—. Por favor, ¡siéntate! —Su rival lo ignoró, caminaba como si fuera un pez que nadaba en el mar y que carecía de vejiga natatoria; necesitaba estar en movimiento todo el tiempo, igual que los tiburones, para no hundirse en el fondo y perder la vida.

     Al final le echó una mirada de las que mataban, se acomodó en el otro sillón y le advirtió:

—Me siento, tío. ¡Pero tendrás que darme muchas explicaciones!

—¡Y te las daré, Willem, claro que te las daré! —La ironía no solo era evidente en la voz, pues los ojos se le ponían cada vez más grises, del color de las tormentas de verano—. Después de que tú me expliques cómo has podido dejarme al margen de la fiesta de los Shinode. ¡Sabes cuánto nos necesita Danielle a los dos en estos días! Estuviste presente en la batalla contra los samuráis. Y, aun así, ¡has tenido el egoísmo de poner tus deseos por encima de la seguridad de ella! —Por toda respuesta Van de Walle expulsó el aire por la boca con fuerza y permaneció callado unos minutos—. ¿Y si en ese momento la atacaban? No estaría yo para ayudarla.

     El mafioso se pasó la mano por la cabeza y le replicó:

—¡No me puedes recriminar por esto, es mi mujer! Solo deseaba tener un tiempo para nosotros dos. Y tú no nos dejabas ni a sol ni a sombra, nos perseguías sin descanso. Imaginé que en lo de los Shinode estaría a salvo porque cuentan con un sistema de seguridad que rivaliza con el de la CIA. Y que disfrutaríamos de un poco de paz.

—¡Pues has imaginado muy mal! ¡Y eso que has visto de lo que son capaces estos fantasmas! —lo regañó Rockwell con el mismo tono de un profesor a su alumno más díscolo—. Y, encima, te olvidas de un detalle crucial: Dan ya no es tu novia. Has tenido tu oportunidad, y, una vez más, la has cagado por lo mismo, por tu afán de adueñarte de ella. ¿Eres incapaz de darte cuenta de que si no somos una piña ahora el mundo tal como lo conocemos se destruirá?

—¡Eres un alarmista! —lo contradijo el belga y levantó la ceja como si el inglés hubiese perdido el norte.

—No, ¡tú eres un irresponsable! —Y lo apuntó con el índice—. ¡Solo piensas en ti!

—¡Tonterías! —se burló Will—. Lo que creo es que tú ves demasiadas películas. Reconozco que los fantasmas japoneses son duros de pelar, pero veo todo lo contrario que tú: compruebo a diario lo extraordinaria que es mi mujer cuando actúa en compañía de sus amigos espectrales. ¿O niegas que a esos samuráis los hizo morder la arena el otro día en la playa?

—¡Yo no lo daría por seguro! —Sir Nathan se mordió el labio inferior y negó con la cabeza—. Tengo una mala sensación en el cuerpo. Algo terrible sucederá.

—Será la culpabilidad, tío —gruñó Willem, molesto—. ¡Por haber tenido el descaro de encamarte con mi novia!

—El descaro de enfutonarnos, dirás, y de esto no hay remordimiento alguno, me siento orgulloso. —Efectuó una mueca burlona—. Y no es tu novia, así que deja de banalizar todo lo que yo digo o todo lo que yo hago. Danielle es una persona libre, jamás se atará a quien la pretenda aferrar con cadenas. Cada uno jugará sus bazas y luego ella elegirá lo que más le conviene.

—No recuerdo haber acordado tal estupidez. —El mafioso clavó en sir Nathan los ojos azules como si fuesen katanas—. ¡Y menos aceptaría que te la tires!

—Y yo vuelvo a recordarte que ya no eres quien para aceptar o para dejar de aceptar algo en relación con Dan. —Lo señaló con el índice, furioso—. Pero volvamos a lo fundamental que intento comunicarte: tengo una sensación horrible. Como si nos hubiésemos confiado después de ganar la batalla el otro día. Mi intuición me indica que deberemos estar mucho más alertas.

—¡Exageras para hacerte el importante! —Willem movió la mano y le restó importancia—. El samurái de los cuernos se rindió y si no fuese por la intervención de la hija ya era nuestro... ¿Te comentó algo tu hermana?

—No, no me comentó nada.

—¿Entonces? —Will levantó una ceja—. Ves fantasmas donde no los hay.

—Si Danielle está cerca siempre hay fantasmas —repuso sir Nathan y se pasó, nervioso, la mano por el pelo.

—¿Sabes qué es lo que yo creo? —bufó el mafioso.

—No, ilústrame —le pidió el dueño del periódico.

—Que intentas cambiar de tema para que no hablemos de vosotros dos revolcándoos ahí. —Will, colérico, señaló el futón—. Por eso me confundes con humo, como si fueses un chamán o un brujo sabelotodo que efectúa una predicción. ¡Pero solo es eso, humo! Tú careces del más mínimo poder.

—Tú te revolcaste con dos modelos, conmigo Danielle también ha sumado dos y estáis en pie de igualdad. Y te equivocas en algo, mi intuición me ha protegido a lo largo de la vida. —Rockwell negó con la cabeza—. Y no intento confundirte, un caballero jamás comenta qué ha hecho con una dama.

—Yo no soy ningún caballero. —Willem soltó una carcajada.

—¡Eso salta a la vista, no necesitas aclararlo! —se burló Nathan—. Me refería a mí.

—Ni creo que tú tampoco seas un caballero, Rockwell, lo único que tienes son ínfulas. ¡Amas darte esos aires! Me atrevo a asegurar que solo quieres a Danielle porque es duquesa, sería el complemento perfecto de tu título nobiliario.

     Anthony llegó a la conclusión de que los dos hombres seguirían enrocados en la misma discusión durante horas. Así que, como disponía de los datos más relevantes, decidió ir a hablar con su nena.

—¡Deseo ir donde esté Danielle! —exclamó en voz alta.

     Y enseguida la vio. Se hallaba sentada en la playa de Shimonoseki con Tokugawa al lado.

—¿No me dirás cuál es el mensaje que te ha transmitido Noriko? —le preguntaba ella a Axel.

     Él la observaba con detenimiento y le respondía:

—Gracias por darme el barco.

—De nada. —Ella le devolvió la mirada y frunció el entrecejo, pero luego sonrió—. Supongo que tu respuesta se traduce como un no rotundo.

     Axel la contempló deslumbrado —una vez más— por su sonrisa. Anthony se adentró en los pensamientos más profundos y descubrió que el japonés no deseaba sentirse tan atraído por ella, pues sus caminos discurrían de manera paralela. Pese a haber tomado conciencia el día de la pelea de que la joven era territorio prohibido, significaba una gran tentación. Y, encima, para bien o para mal acababa de tomar una decisión que lo cambiaría todo. Noriko se lo había dejado muy claro y para un hombre de honor como él no había escapatoria. Tenía la sangre de los Minamoto, se sentía un samurái moderno.

     Con independencia del mensaje de su esposa, se hubiese alejado de la médium. La vida de Danielle estaba repleta de emociones y él necesitaba una existencia reposada y tranquila, más hacia adentro que hacia afuera. Cada tanto hacía algún trabajo extra para el Secret Intelligence Service, que lo sacaba de la rutina y le generaba emociones fuertes. El espíritu de aventura de la muchacha era adictivo y Axel no deseaba este tipo de drogas otra vez. Le había costado desembarazarse de las emociones fuertes y por eso no había regresado a Honk Kong, algo de lo que nunca se arrepentía.

—Supongo que sí —musitó Tokugawa después de reflexionar—. No te lo diré, es algo muy personal, pero espero que te lo tomes a bien. No es por ti, solo quiero que sepas que yo he elegido seguir aquí en la misión. Y ahora iremos a buscar a los hijos de Hashimoto Kaito. La decisión es mía y siempre haría lo mismo.

     Se inquietó al percibir que el cuerpo de Danielle se crispaba y que se ponía de pie. Con las manos en las caderas miraba hacia el vacío.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la chica.

     Cuando Anthony reparó en que se dirigía a la Bruja de los Yōkais —quien sostenía una espada samurái en la mano derecha— quiso ponerse al lado de su nena. Pero por más que lo intentaba estaba pegado al suelo.

—Hoy lucharé yo sola contra ella. —Takiyasha-Hime apuntó a Danielle con el dedo en tanto miraba a su padre adoptivo—. El Minamoto tampoco intervendrá, aunque sí me gustaría que nos viese.

     Y se materializó. El japonés lanzó un suspiro e intentó pararse, pero no pudo hacerlo, también lo había inmovilizado.

—¿Aceptas el reto, guerrera? —le preguntó la bruja a Danielle.

—Acepto con mucho gusto. —Y le echó un vistazo a su padre, que permanecía inmóvil.

     Por respuesta Takiyasha-Hime hizo aparecer otra espada y se la entregó a la chica. Danielle la analizó. Se hallaba repleta de joyas y la calidad del acero templado era excelente. Anthony intentó hablar, explicarle por qué era una tontería aceptar el desafío, pero las palabras no le salían de la boca. Tampoco podía concentrarse y enviarle un mensaje a Da Mo o a los demás con el pensamiento. ¡No tenía idea de qué le ocurría!

—Lo que ocurre es que lucharemos una contra la otra, Anthony, por eso mis amigos os detienen a ti y al Minamoto. —La Bruja de los Yōkais efectuó un chasquido con los dedos y decenas de sapos se hicieron visibles—. Y la que gane lo hará para los suyos. Si gano yo, vosotros dejaréis de entrometeros en nuestros asuntos. Si ganas tú, los Taira te entregaremos la espada mágica y ya no sabrás más de nosotros. Será una pelea justa y honorable.

     Danielle asintió con la cabeza y su padre se desesperó. La emoción fue tan fuerte como cuando Black la torturaba, situación que creía borrada para siempre. De manera solapada, los enemigos los vencían en todos los frentes. Hacían que estuvieran separados, que se pelearan entre ellos y que se concentrasen en minucias mientras los Taira los atacaban.

     Pero para Anthony había algo peor que admitir esta realidad. No podía advertirle a su nena que alguien se aproximaba por la espalda para actuar a traición. ¡Estaba atado de pies, de boca y de manos!

[*] De la obra de Charles Dickens Un cuento de Navidad.

Danielle a los cuatro años no era tan dócil como la maestra Prudence quería...



Christopher desearía volver a casa con Cleo.



Porque la agente Aline Green intenta seducirlo para acostarse con él.



Mientras, Cleopatra encuentra una vía para mantener una conversación.



El mafioso ha vuelto y le recrimina a Nathan que se haya acostado con Danielle.



El dueño de The Voice of London  intenta que comprenda sus argumentos, pero el capo de la mafia se ha cerrado en banda a cualquier explicación.



Y, así, Willem vuelve a ignorar que Danielle y su jefe se quieren.



https://youtu.be/ecL6XCuO3Fw




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