Capítulo 33: Game over
Cruzar el bosque a Nunca Jamás fue como atravesar un campo de energía que separaba a Larem y su lluvia de un mundo tétrico de sombras y árboles.
Debajo de nuestros pies habían pequeños estallidos de hojas, ramas y frutos secos. Búhos fantasmas auguraban a nuestro alrededor sin que pudiéramos detectarlos, como el gato de Schrödinger, existiendo y a la vez no mientras la caja permanecía cerrada.
Es posible que los árboles también murmuraran entre ellos ante nuestra presencia, describiéndonos como intrusos, intentando ahuyentarnos. Pero esa noche, a pesar de las sombras y sus secretos, a pesar del aura mística de peligro que envolvía Nunca Jamás, a pesar de que no estaba tan mal acompañado, yo no tenía miedo. Esa noche no estaba menos que determinado. La encontraría. Tenía que hacerlo.
—No parece que estemos más cerca —comentó mi despreciable acompañante con desdén. Tenía las manos resguardadas en sus bolsillos de su abrigo desde que dimos el primer paso al otro lado del sendero, como si temiera que de tener sus dedos expuestos las libélulas y los cuervos se los pudieran arrancar.
—Si yo sigo avanzando es porque estamos más cerca. Sé lo que hago.
—No, no parece en lo absoluto que sepas lo que haces. Eres solo un niño, no sé por qué confío en ti.
—La chica a la que preñaste también era una niña, huevón.
—No empieces con...
Me di la vuelta en un arrebato de ira que no tuve tiempo de controlar, con una mano encerré su camisa en un puño y lo atraje hacia mí. Lo tenía muy cerca y respiraba con furia sobre su rostro. Acerqué mi garfio a su nariz y metí la punta en su fosa nasal conteniéndome para no clavárselo.
—Pierdo la paciencia contigo, Eliot, hace tiempo que me queda muy poca. Cierra la puta boca si no quieres tener mi garfio de piercing por el resto de tu vida.
Él ni siquiera se inmutó, por el contrario, se rió un poco hasta dejar en su rostro una amplia sonrisa que solo empeoraba mi genio. Me estaba provocando. Sus ojos decían «Hazlo, Garfio, échale bolas», pero de sus labios no salió ni una palabra.
Lo solté sin recurrir a la delicadeza, como a la escoria que era.
—Tu sonrisa me molesta —dije mientras lo veía acomodarse el cuello de la camisa—. Recuerdo perfectamente las historias que me contaste. Tienes problemas de ira, pero yo tengo problemas de Garfio. Si sigues sonriendo así te voy a coser la boca con mis manos.
Reanudamos nuestra marcha. La tensión era tan densa que se convirtió en una maso antropomórfica que nos acompañó todo el camino en silencio. No dejaba de apretar el puño por tener que estar con él como si nada, el chico que le desgració la vida a mi amiga para quitársela de encima, el mismo que se había besado con mi crush mientras fingía devoción por Marti.
Una rama crugió detrás de nosotros, ninguno de nuestros pies fue el causante, así que volteamos a la vez a ver qué había sucedido tras nuestras espaldas. La sensación angustiante solo se acrecentó cuando al voltear vimos una rama cargada de hojas catapultarse hacia arriba su posición natural, como si hasta entonces una mano la hubiese estado manteniendo baja para poder espiarnos.
No se escuchó ni un paso, ni un murmullo, pero ahí estaba ese hecho. Podía ser una nimiedad, coincidencia o fruto de nuestras mentes perturbadas por las horripilantes narraciones nacidas en las entrañas de ese bosque; o podía significarlo todo.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Eliot.
—Nooo, volteé como lo hice solo para batir mi cabellera, es que me encanta presumir.
—No seas pendejo, Iván. Algo se movió por ahí atrás.
—Decir "no seas pendejo, Iván" es como decir "no seas Iván, Iván".
—Te gusta joder en momentos serios, eh. ¿Es que eres enfermo de nacimiento o solo representas un papel?
—Lo segundo. Es que quería el papel de imbecil pero ya me lo habías robado tú.
Esta vez fue él quien dio un paso adelante y me colgó de la camisa con sus dos manos. Las venas le sobresalían en los brazos, y me miraba con la mandíbula apretada, pidiendo en silencio una razón más para partirme la cara.
—No me importa que seas menor de edad, esas cosas nunca me han detenido. Te juro que si te sigues metiendo conmigo te voy a partir la cara.
—Nadie te pide que te detengas, yo estoy esperando que me des un motivo para empezar con todo lo que deseo hacerte.
Eliot sonrió. Me invadió el desconcierto por lo distinta que era su sonrisa, como si disfrutara de un chiste interno.
—Eso sonó tan gay que me da pena. Al final tu amiga no mentía, eh. Eres marico hasta el culo.
Hoy me sorprendo a mí mismo por cómo afronté su provocación. Tenía muchas ganas de asesinarlo, y motivos me sobraban, pero yo no era como él, esclavo de impulsos de ira primitivos. Lo fui, sí, el día que le partí la cara al enterarme de lo que le había hecho a Marti, pero en ese momento fue distinto. Salirme del plan perjudicaría a mi mejor amiga, y aunque darle una paliza a Eliot era bastante tentador, no valía la pena.
Era un detective, un profesional. Entonces solo tuve muchísimas ganas de reír, y eso hice. Solté una sonora carcajada que lo hizo soltarme y estudiarme con sus cejas alzadas.
—¿Más o menos? —preguntó confuso.
—¿Marico, yo? Si te refieres a que me gustan los hombres... bueno, sí, mi mamá me enseñó a comer de todo. Pero maricos son los cobardes... como los que besan niños cuando tienen una pequeña encerrada esperando un bebé.
—¿De qué...? —Sus pupilas se dilataron con horror al comprender mis palabras. No hacía falta otra confirmación—. ¿A quién me viste besar?
Bueno, eso no lo espera.
—A parte de infiel, puto.
—No es infidelidad si...
—Es infidelidad si hace llorar a mi amiga.
—¡¿Le contaste?! Tú... —Alzó las manos en mi dirección, moviendo sus dedos como si quisiera estrangularme—. ¿Para eso me citó a este lugar? ¿Para terminarme?
—Te lo dije, no sé para qué nos citó aquí. Por eso tenemos que seguir hasta toparnos con ella.
—Pues yo creo que estamos yendo demasiado lejos, esto no vale la pena. Ya hablaré yo con Marti en otro momento a so...
—Suenas demasiado asustado, Marquina. Casi me convences de que es la primera vez que vienes aquí.
—¿Qué mierda estás insinuando?
Si bien me habría encantado explotar en ese momento, destapar la caja de odio, escupirle todo lo que tenía en su contra, iba a ser imposible. Un arbusto a unos pocos metros de distancia comenzó a estremecerse. Ambos quedamos petrificados, hasta nuestras respiraciones cesaron. El flujo de aire en Nunca Jamás se inmutó y los segundos se congelaron mientras la presencia al otro lado del arbusto seguía siendo una incógnita.
Entonces un zorro diminuto salió despedido del arbusto cruzando entre nosotros hasta desaparecer tras las sombras de adelante.
—Creo que mejor avanzamos —señaló Eliot. Le hubiese respondido, pero temía que si abría la boca se notaran mis bolas asomando por mi garganta. Así que solo asentí y proseguimos.
Esperaba no haber olvidado la posición del sauce blanco. Confiaba en mi instinto de orientación, pero también había confiado en Eliot, en Nadie y en mi mamá. Y todos me habían fallado a su manera.
A medio camino nos topamos con un área del bosque plagada de hongos, no como aquellos hermosos de los dibujos animados, sino amorfas erupciones de un blanco sucio y opaco, como manchas de paño en la piel de los árboles y el suelo.
Vi el enorme árbol blanco relucir mucho antes de llegar a el. Fue un alivio, al comienzo, porque luego me fijé en que también había alguien sentado con la espalda pegada a su corteza. Una chica pálida de rizos rubios que caían a ambos lados de sus hombros, con un vestido verde escarchado que relucía tanto como las luciérnagas del bosque.
Pero mientras más nos acercábamos más se potenciaba el sonido del enjambre de moscas que cubrían su cuerpo y el ruido de los huesos triturados en la boca de los lobos que devoraban sus extremidades. Una ventisca repentina nos abofeteó con el nauseabundo olor de los gusanos que se alojaban en las heridas de mordiscos en la piel de la chica. Las arcadas no se hicieron extrañar.
—No puede ser, esa es...
Tinker Bell. Al parecer Don Esteban consideró que no hacía falta enterrarla.
—Iván... Mierda, mierda... Iván, vámonos de aquí.
Pero no podíamos. No podía echar para atrás mis planes. Teníamos que conseguir a Martina, habíamos avanzado suficiente y ella no aparecía. Ya eran pasadas las doce y los Pan tampoco se manifestaban. Si me iba no tendría otra oportunidad para conseguirla. Tendría que hacer como mi padre, esperarla sentado a pesar de que las estadísticas apuntaran a que jamás volvería, ni viva ni muerta.
El cadáver no cambiaba nada para mí, ya yo conocía su existencia, pero lo era todo para Eliot, quien cayó de rodillas en la tierra y vomitó hasta vaciar su estómago.
Imaginaba su miedo, la conmoción, el desconcierto, y lo sospechoso que sería que yo me mantuviera sereno. No me quedaba otra opción que fingir demencia.
—¿Pasa algo, Marquina?
—Iván... —Volvió a doblarse hacia el suelo a vomitar—. Vámonos.
—¿Por qué hay que irnos? Martina nos dijo que nos vería aquí, tenemos que esperarla.
—¿Qué? ¿Te quieres quedar? ¡Iván hay un puto cadáver ahí!
—¿Dónde?
Para ser sincero nunca hice algo tan complicado como fingir que no veía al cadáver medio devorado de esa chica en medio del bosque, cuando se notaba a leguas que como mínimo lo olía. Reprimir las ganas de unirme a Eliot a vomitar fue lo segundo más difícil.
—¡¿Cómo mierda que dónde?! ¡Ahí, mira! —Me agarró la cara y me volteó al lugar donde los animales se daban un festín.
—Asco, las manos te huelen a vómito. —Aproveché la oportunidad para zafarme de su agarre y taparme la nariz.
—No me jodas... ¿En serio no estás viendo?
—¿Estás loco o qué? Si esto es un juego no es gracioso, Eliot.
—¡Cómo mierda no lo vas a ver si está justo ahí! Está recostada del sauce blanco.
—¿Ah, sí? Si no es una broma entonces vamos y toquemos ese cadáver invisible del que hablas —tenté confiando en que nadie en su sano juicio haría algo parecido.
—¡No voy a tocar esa cosa! —En ese momento pareció notar lo cobarde que sonaba, así que se corrigió—. Podría dejar mis huellas.
Solo luego de esas palabras comprendí lo imperativo que era el no dejar a Eliot salir del bosque. Si se iba existía la posibilidad de que reportara el cuerpo, cuerpo que conservaba mis huellas gracias a una broma pesada de mi incógnito rival en ese enorme e incomprensible tablero. No, en definitiva Eliot no podía salir esa noche de Nunca Jamás, al menos no consciente.
—Si tanto te molesta tu cadáver imaginario rodeemos el árbol y sigamos hasta dar con Martina. No debe estar lejos.
—Iván... maldito idiota, no es el puto cadáver lo que importa, es el hecho de que si hay un cadáver en Nunca Jamás... ¡Es porque hay un puto asesino!
—¿A qué le tienes miedo? Después de todo... ¿No estás emparentado con los Pan?
—Ah, ya veo. Fue a él a quien me viste besar. —Bufó—. No es gran cosa, deja el drama. Ni siquiera pude llegar a Peter.
—Yo creo que ya estabas con Peter hace tiempo. Le contabas sus cuentos a Martina.
—Pero qué boca suelta es la Martina esa, no se le puede contar un secreto sin que...
Ya no me contenía ni Dios. Arrastré el garfio por su camisa hasta que la punta atravesó la tela y se convirtió en un buen punto de anclaje para atraerlo hacia mí. Por el rastro rojizo en el metal de mi arma supe que le había rasguñado el pecho, lo cual no hizo sino alborotar mi sed de hacerle mucho más daño.
Es posible que algo pasara en Eliot luego de ver la muerte en su más nauseabunda representación, porque al tenerlo cerca de mí esa vez ya no había coraza en sus ojos. Sus pupilas estaban dilatadas, su respiración alterada y sus labios temblaban de nervios. Me creía perfectamente capaz de hacerle daño, y hacía bien.
—Eliot... Me puedes llamar idiota, cobarde, marico... puedes besar a todos los chicos que me gusten en Larem, puedes golpearme y escupirme si quieres, y yo voy a seguir aguantando. Pero a Martina no la vuelves a lastimar, ¿entendiste? Si vuelves a hablar de mi amiga de esa forma vamos a ser un bonito dúo pirata. Yo con el garfio, y tú tuerto.
Eliot tragó en seco. Fue tanta mi satisfacción al verlo así de intimidado que lo solté con una sonrisa cínica en el rostro.
Entonces se escuchó un grito a lo lejos apenas amortiguado por las voces del bosque. Podría haber pasado como producto de mi imaginación, pero era demasiada casualidad que en ese preciso instante una bandada de cuervos se levantara como una nube negra que volaba salvaje en nuestra dirección.
Eliot echó a correr de inmediato en dirección contraria al rumbo que llevábamos. Me sentí acorralado. Alejarme del sauce significaba perder a el punto de encuentro con los Pan, pero dejar que Eliot saliera era sentenciarme.
Tuve que correr detrás de él, iba jadeando y con el pecho en llamas a pesar de la adrenalina, apartando ramas de manotazos, algunas llenas de espinas que me arañaban las manos y arrancaban largas tiras de tela de mi abrigo. Era como un videojuego, me agachaba para evitar las ramas bajas, y saltaba para no tropezar con las gruesas raíces.
La nube de cuervos dio la vuelta al vernos huir, comenzaron a perseguirnos batiendo sus alas con violencia y graznando una canción tenebrosa que me hacía imaginar ojos en cada sombra detrás de cada árbol.
—¡Eliot, para!
—¡Que pare! Sí, claro. ¡Es el asesino!
—¡Estúpido, podría ser Martina!
—¡Martina mis huevos, ese grito fue de hombre!
Mis pies se enredaron en una raíz gruesa y caí, rodando varios metros hacia adelante, mis brazos arrastrándose sobre piedras afiladas como hojillas que me abrieron largos canales en los brazos, hasta detenerme por golpear con una roca gigante.
—¡Martina que se joda, dile que terminamos!
Así, el muy cobarde apresuró su huida. La horda de pájaros pasó con un escándalo tormentoso sobre mi cabeza y siguió detrás del prófugo.
Me puse de pie como me fue posible, esquivé la roca y continué mi persecución, pero ya no veía a Eliot. Mi andar era cojo, me había lastimado la rodilla al caer y los canales en mis brazos sangraban a chorros alarmantes. Estaba en un punto ciego del bosque, todos los árboles me parecían iguales, y luego de girar en derredor para escoger el posible camino que había tomado Eliot, quedé tan desorientado que no tuve idea de hacia dónde era atrás o adelante.
Un aullido lejano perforó mis tímpanos. Había sido un animal, ¿no? Tenía que haber sido un animal.
Decidí que correría, no dejaría de moverme aunque eso me llevara de vuelta al sendero de La Locomotora o me internara tanto en el bosque a un punto en el que ni Peter Pan había incursionado.
Escuchaba pasos detrás de mí, ramas quebrarse, jadeos; como en una persecución de película. Mi único plan era no dejar de moverme. Algo me decía que parar implicaría mi muerte.
Sin embargo, al final ni mi propia vida tenía importancia. No cuando me topé con ella.
Una gata de botas púrpura y un parche en el ojo.
—¿Brillantina?
La gata maullaba con dolor restegrándose contra la sucia pernera de mi pantalón. Clavó sus garras en mis zapatos, me mordió. Trataba de moverme. Hasta que al fin la seguí. Me llevó a un sitio en el que preferiría nunca haber estado.
Dos árboles, siameses, curvos, como si se ladearan para tocarse pues sus ramas se extendían y se unían como si fuesen una sola, con un hermoso estanque debajo alfombrado por nenúfares. El lugar más hermoso en Nunca Jamás, pero qué horrible era lo que reflejaban sus aguas.
Zapatos. Los zapatos diminutos de una pequeña niña. Su abrigo estaba abierto, se le notaban los pechos hinchados por el embarazo, y en la camiseta ajustada se notaba el bulto indeseado del vientre. La melena rojiza fluía con el viento como la llama de una fogata, y toda ella se mecía como una muñeca de trapo. En eso se había convertido, en una muñeca vacía que colgaba del cuello por una soga en medio de la rama que unía ambos árboles.
Caí de rodillas. Mi cerebro todavía no pocresaba lo que veía. Brillantina no dejaba de maullar, era el llanto más lastimero que había escuchado hasta entonces. La gata no dejaba de volver a mí y restregarse en mis piernas por mucho que la apartaba con manotazos nada amistosos.
«Hola, soy tu nueva mejor amiga».
La vi, una pequeña pelusa roja en el hueco que conectaba nuestras casas, una pelusa roja con una pelusa más pequeña sobre su melena, con botitas púrpuras y un parche. Ese fue el día en que mi vida cambió, el día en que irrevocablemente fui condenado a amar a Martina más que a mí mismo. Y ya no estaba.
«—¿Nunca has leído un libro?
—No, mis padres me aman, no me obligarían a algo así.
—¿Obligarte? Mis padres me obligan a dejar de leer.»
Ella salvó mi vida.
«Somos perfectos para ser mejores amigos, tú no sabes nada y yo sé muchas cosas».
Veía su rostro sonrojado, sus pecas esparcidas como chispas en una galleta, su mirada de sabelotodo, su sonrisa que iluminó mi vida y me hizo creer en la magia.
«¿Te arde? —Me había dicho luego de que nos diéramos la mano la primera vez—. ¿O todavía no ha hecho efecto el veneno?».
«—Te queda muy bien el rojo en los cachetes.
—¡Déjame!
—Y las gafas también te lucen, te ves como un detective misterioso.»
Brillantina no dejaba de chillar y de restregarse contra mi pierna, esa vez me cansé.
—¡COÑO, YA! QUE ME DEJES SOLO, DÉJAME EN PAZ.
Le metí una patada tan fuerte a la gata que mientras rodaba dos de sus botas quedaron atrapadas en una rama y sus patitas libres.
Me sentí la peor mierda del mundo luego de eso, el ojo de Brillantina se veía enorme y desolado. Martina era todo para ella como lo había sido para mí, y al comprender eso agarré a la bola de pelos, la encerré entre mis brazos y me quedé de rodillas sollozando como un bebé.
—Yo lo sé... —le dije a la gata mientras acariciaba su pelaje—. Yo sé que duele, sé que arde... —Las lágrimas y los mocos salían a chorros. La gata había hecho silencio una vez estuvo en mis brazos, y ronroneaba para reconfortarme, como sí supiera que yo lo necesitaba más que nadie en el mundo—. Ay, Dios, cómo duele... Marti, Marti, Martina... Era mi hermanita. Era mi mejor amiga. —De pronto elevé mis ojos al cielo y comencé a gritar—. ¡Marti fuiste mi mejor amiga! Siempre fuiste tú, Martina. Si te dije otra cosa mentí, soy un mentiro...
No puede decir ni una palabras más. Un ataque de tos me dejó sin aire, los mocos me caían en la boca a chorros, las lágrimas me empapaban el cuello, los sollozos me tenían sin respiración. Pero tenía a Brillantina, que con su lengua rasposa secaba las lágrimas que caían a su alcance.
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Me quedé dormido, no sé cómo ni en qué momento, pero al despertar tenía los ojos hinchados y ardiendo, a Brillantina hecha un bulto en el espacio entre mi cuello y mi hombro y la cara pegaba de la tierra.
No pude haber dormido mucho rato, pues el cielo seguía tan negro como lo recordaba, incluso más. Me estiré para recoger las botas de Brillantina de la raíz en la que se habían atorado, y noté que dentro de una de ellas había un papel doblado hasta hacerlo diminuto.
Lo tomé y lo desdoblé. Era su letra.
«Si estás leyendo esto, estoy orgullosa de ti, eres un detective de verdad. Sino, igual lo estoy. Eres mi mejor amigo.
»Cuando una persona se suicida el resto del mundo lo ve como una decisión impulsiva. No fue así en mi caso. Créeme que he tenido suficiente tiempo a solas para pensar en esto. Me he estado opacando en ese habitación hasta que ya no quedó nada de mí salvo esta decisión.
»Incluso aunque consiga abortar me veré condenada a vivir una vida acusada por la sociedad. Como Peter, seré un monstruo.
»No quiero eso.
»Amo a mi mamá a pesar de todo, ella no sabía lo que hacía, así la criaron, es lo que la sociedad le ha enseñado.
»Adoro a Brillantina y me duele mucho hacerle esto, pero ella entenderá. Ya hablamos.
»Y a ti... te amo también, mi Iván. Sabes que yo no quería ser la mujer de nadie, pero habría estado feliz de pasar mi vida contigo. Porque somos almas gemelas. Yo salvé la tuya y tú la mía. Pero nuestro tiempo juntos acabó.
»Decidí que esto ocurriera en Nunca Jamás porque no quiero que nadie consiga mi cuerpo, porque todos lamentarán más lo que se perdió dentro de mi vientre que mi propia muerte.
»Este mundo no está listo para una mujer que no quiere ser madre, este no es un mundo en el que yo quiera vivir.»
—Yo escribí esta escena. —La carta me temblaba en la mano, las lágrimas rodaban por mis mejillas. Y esa voz. Jamás la había oído—. Hace tiempo, cuando te vi por primera vez. Larem me susurró esto, y lo escribí. Un gato con un garfio y un parche en el ojo que hacía un riachuelo con sus lágrimas, y en esas aguas se reflejaba el cadáver del amor de su vida.
Tenía que ser él. Su voz me era del todo desconocida, pero sus palabras eran muy familiares. Hablaba con el tono pausado y profundo de los Pan, como si sus palabras vinieran envueltas en sombras, y contaba una historia protagonizada por un animal, como las de los cuentos que él escribía.
No me di la vuelta, he de confesar que tuve mucho miedo. Hablé sin despegar los ojos del papel. Lo único que me quedaba de Martina y que mis lágrimas estaban estropeando.
—¿Por qué estás solo? ¿Dónde está Nadie?
—¿Quién? Ah... Aiden. Mi sobrino. Entró conmigo, pero nos perdimos y no nos volvimos a encontrar. Yo llegué hasta ti por tus gritos.
Nadie. Un anagrama de su propio nombre: Aiden. Muy astuto. ¿Por qué no me habría dicho su nombre desde un comienzo? Era hermoso.
—¿Fue por eso que me encontraste, Peter? ¿Por mis gritos? ¿O fue porque tú mismo me trajiste hasta aquí? Conoces este lugar mejor que nadie, eso lo sabes tú y lo sé yo. Terminemos con esto, Peter.
Esta vez si me volteé para mirarlo, armándome de un valor que no sentía.
En circunstancias normales aquel sería un adulto con rizos rubios, pantalón marrón y una larga camiseta verde que le quedaba tan grande que casi le tapaba las rodillas. Pero él era diferente. Mirarlo era doloroso. Era un monstruo, un monstruo que sonreía con amabilidad a pesar de todo.
Su ojo izquierdo estaba casi cerrado, como si los músculos de su alrededor fueran demasiado grandes como para darle espacio. Sus labios estaban resecos y una de las comisuras de su boca tiraba hacia arriba en una larga cicatriz de sutura que llegaba hasta la mitad de su mejilla. Su nariz mostraba una desviación dolorosa, su ceja estaba atravesada por un surco grueso y su frente estaba llena de arañazos. ¿Qué clase de paliza le había dado Alister Bell?
—¿Por qué sonríes? —No pude evitar preguntar.
—Porque Wendy y Garfio fueron mis mejores amigos del mundo. Y tú eres su hijo. Al fin pude conocerte.
No. No, no, no. No podía ser. Esa era la voz esperanzada e inocente de un niño. Peter Pan no podía ser un niño, porque si él era un niño entonces yo... me había equivocado.
—Tú no eres amigo de mis padres —escupí, mi voz dañada de tanto llorar—. Mi papá te odia y tú eres mucho más que un amigo para mi mamá, los amigos no viven juntos en un ático.
—Wendy no está conmigo. Estuvo ahí, pero solo un momento. Luego se fue.
—No te creo nada.
—Pero sí me crees capaz de hacerle a Tinker Bell lo que... lo que vi.
—Entonces, estuviste en el sauce, eh. ¿Te generó placer ver tu obra de arte...?
—¡No, no, no, no! —Peter se llevó las manos a los oídos y por eternos segundos no dejó de repetir "no, no" mientras negaba con la cabeza—. Yo no le haría daño a Tink, Tink era mi amiga especial. Nos dábamos la mano en la escuela.
—¿Por eso Alister te hizo eso en la cara, no? Y ahora la mataste para vengarte de mí y de mi familia, y de Alister.
—Matar es malo. Yo nunca lo haría. Ni siquiera puedo mentir sin que Pencil se dé cuenta, yo jamás... jamás... Yo quería mucho a Tink, como tú la querías a ella.
Señaló el cuerpo colgante de Martina. De pronto me dieron ganas de clavarle el garfio en la tráquea.
—¡NO HABLES DE ELLA! Todo lo que le pasó es por tu culpa. Todo lo que me ha pasado a mí es por tu maldita culpa.
—¿Qué le he hecho a todo el mundo para que ya no quieran ser mis amigos? James, Alister, Wendy...
—Le hiciste daño a John. A mi tío. Eso hiciste.
Él frunció su ceño amorfo, confundido.
—¿Yo? Yo jamás toqué a John. Wendy le hizo probar esa cosa... Nadie sabía lo que iba a pasarle... No es culpa de nadie.
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué le hizo que probara? ¿A qué venían a este bosque, Peter? ¡Dime!
—Él nos vio, no tenía que vernos. Alister, James y yo éramos los mejores amigos, y teníamos un secreto que nos haría ganar todos los premios de ciencia del mundo.
—Los Bell son alquimistas, ¿no? ¿Se trataba de algo de alquimia?
Asintió.
—Era una poción. Trabajamos en ella todos los días, y los días que no trabajábamos estábamos pensando en sus efectos, en la gloria que vendría después.
—¿Qué hacía la poción?
—Querrás decir qué queríamos que hiciera.
Asentí, frenético.
—Eso, ¿qué se supone que haría la poción?
—Suponíamos que nos haría capaces de borrar recuerdos de una mente a nuestro antojo dependiendo de la dosis y la concentración de la poción.
—Pero no funcionó.
—No estaba lista para ser probada en humanos. ¡Alister y yo lo dijimos! ¡Yo se los dije! James tampoco quería, pero Wendy quería y si Wendy quería algo James siempre decía que sí. La usábamos en animales pero no podíamos saber qué tan bien funcionaba porque ellos no hablan, solo sabíamos que luego de dárselas a beber... podíamos implantar órdenes en su cerebro. Decirles que eran un ave y hacerlos caminar en dos patas aleteando en vano el resto de sus vidas. Al final los sacrificábamos porque el efecto era irreversible y...
—Crearon un arma de control mental... —susurré, mi cerebro trabajando a toda marcha como la maquinaria de una locomotora. Miré a Peter, ansioso y demandante—. ¿Se la dieron de beber a mi tío?
—Wendy no quería que sus padres supieran, y ella estaba segura... muy segura, de que esos efectos raros solo ocurrían con animales porque no podíamos saber lo que pensaban. Ella estaba segura de que la poción sí borraba recuerdos sin dañar lo que nos hace humanos y capaces, como el habla, el ir al baño, sumar y... esas cosas.
—Pero...
—Ninguno de nosotros queríamos probar algo tan riesgoso en un humano, y menos en un niño.
—Pero mi mamá sí.
Peter desvió la mirada, como un niño nervioso que teme al verse descubierto en una travesura.
Ese hombre casi doblaba mi tamaño, pero se sonrojaba como un niño, hablaba como una, reaccionaba como uno.
—John nos encontró en el bosque y ella hizo que bebiera esa cosa —respondió al fin con la cabeza gacha—, le dijo que era un ritual de iniciación al grupo. Pero parece que la poción no era tan fuerte en humanos, porque la dosis que usábamos en perros a John no le hizo ni cosquillas.
—¿Y entonces cómo mierda...?
—¡No me interrumpas! —refunfuñó como un chico malcriado—. Nunca he contado esto, nunca me dejan hablar. Cuando trato de acercarme a las personas gritan «¡Corran, es un monstruo!» Ya ni mi familia me deja salir. No quieren que hable con nadie de esto porque piensan que me podría traumar. ¡Ya estoy traumado! He pasado quince años en el caserón, mis sobrinos son los únicos que quieren escuchar mis historias. La gente no me puede ver la cara sin tener arcadas, y las señoras le tapan los ojos a sus hijos para que no tengan pesadillas conmigo. Dicen que le hago daño a los niños... cosas... cosas terribles que no sé por qué alguien haría. Dicen que le hice daño a Tink, pero yo la quería mucho, y ahora está muerta y me van a culpar de todas formas. ¡Tu mamá me hizo daño! Y luego volvió, pero se fue porque yo no quería hacer... hacer las cosas que ella quería. Y ahora que le puedo contar la verdad al hijo del que fue mi mejor amigo, me interrumpe a cada rato. ¡Cállate, Garfio! ¡Cállate y déjame que hable!
—¡Bien! —exclamé alterado—. Di lo que ibas a decir, coño.
—Tu mamá se volvió loca cuando vio que nada pasaba con John. Empezó a maldecir, a tirar piedras a los pájaros, a llorar de histeria. "¡Tenía que funcionar, tenía que funcionar!" Gritaba muy fuerte, y palabrotas horribles que no puedo repetir. John le dijo "¡Estás loca, hablaré con mamá!" Pero entonces Wendy lo alcanzó corriendo y lo hizo que se tragara el resto de la poción que había en el frasco. Yo... Todos lo vimos. El niño cayó de rodillas y comenzó a toser sangre. Se murió vomitando sus propias entrañas. Tuvimos que enterrarlo, jurar que dejaríamos de vernos, de intentar con la poción, que nadie diría nada de esa noche. Siento que enterramos a Wendy junto a su hermano, porque ella no volvió a decir otra palabra hasta que naciste tú. La habíamos perdido para siempre, pero tú la trajiste de vuelta.
Mi tío estaba muerto.
Mi madre era una asesina.
Mi madre asesinó a mi tío.
Todos lo vieron, esa noche en Nunca Jamás. Aunque alegaran no recordar nada, todos mentían. Sabían lo que pasó dentro de ese bosque maldito, enterraron el cuerpo del pequeño de diez años al que acababan de ver vomitar sus entrañas, y junto a él enterraron su amistad, su proyecto y sus secretos.
Vivían todos en Nunca Jamás.
Y entonces, una década después, alguien empezó a recrear ese crimen.
—Alguien no cumplió esa promesa —alegué a Peter—, alguien siguió probando la poción con los niños del pueblo. Les borra la memoria y les implanta recuerdos de un mundo mágico en donde tú eres su rey. ¿Lo has hecho tú?
Peter negó con vehemencia.
—Te prometo que yo jamás haría eso. La gente dice que nunca voy a madurar pero tampoco soy estúpido, si estuviera haciéndoles cosas terribles a los niños dentro del bosque no haría que recordaran mi nombre. Al contrario, culparía a alguien más.
—¡Puta mierda, Peter!
—¿Por qué dices...?
—¡Te están incriminando! —Me llevé las manos a la cabeza—. Y el que lo hizo me citó a este bosque, y estamos aquí: desprotegidos.
—¿Por qué viniste? —preguntó con el ceño fruncido—. Eso no tiene mucho sentido.
—¡Porque creí que eras tú! Tú, o que Eliot podría estar implicado, pero si Eliot tiene algo que ver perdí la ventaja que tenía porque el muy maldito se me escapó. O sea que...
Un grito de sorpresa y dolor nos alcanzó, luego un gorgoteo que terminó en silencio, como si alguien acabara de ser alcanzado por una flecha, su boca se llenará de sangre impidiendo su respiración, y al final cayera muerto al suelo como un saco sin vida.
—Peter, eso fue aquí cerca...
Antes de que pudiera decir una palabra más Peter salió corriendo en la dirección de la que provino el grito. Al comienzo me pareció ilógico, incluso sospechoso que quisiera huir del asesino yendo directo al lugar en donde suponemos que está; pero luego se me ocurrió otra posibilidad, una tan horrible que me paralizó por valiosos segundos. Es posible que Peter corriera hacia el lugar del grito con tanta urgencia porque es posible que la persona que gritó haya sido su sobrino. Aiden.
Salí disparado en la misma dirección que Peter. Solo pensaba en cuánto me pude haber equivocado todo ese tiempo. Peter era inocente a menos que fuera tan buen actor como Alicia Carrol en Motivo para matar, y si era inocente eso implicaba que había otro culpable, alguien a quien no había considerado.
Eliot sabía todo sobre Peter, incluso había conseguido colarse en la mansión Pan y robar sus historias al igual que había hecho yo. Tenía todas las de perder, sabía que era capaz de cualquier cosa para eliminar sus obstáculos y acercarse a Peter, pero quedaba un cabo suelto. La poción alquímica que solo deberían conocer los involucrados en el primer incidente de Nunca Jamás.
Alister tenía todas en su contra, ¿pero mataría a su propia hermana por vengarse de Peter? No tenía sentido.
Perry era pariente de Alister y Tink, ella podía saber más de lo que aparentaba, y me constaba por nuestros primeros encuentros que odiaba la profesión de su familia y que no quería ser relacionada con ellos. ¿Habría un motivo más profundo capaz de impulsarla a crear Niños Perdidos y a matar a en un arranque de ira a su hermana y tratar de inculparme por su desliz?
Todo se reducía a los motivos, no conseguía dar con una coherente que encajara con las posibilidades. La verdad es que le daba bastantes vueltas al asunto para no tener que admitir que solo conocía a una persona que odiara a Tink tanto como para matarla. Que quisiera su silencio más que nada porque si la mayor de los Bell decidía hablar arruinaría su vida para siempre. Solo conocía una persona que se beneficiaba con los Niños Perdidos y con Peter encerrado. Si era cierto lo que dijo Peter, mi nacimiento fue la resurrección de mi madre; entonces tiene sentido que de pronto ella sintiera una patológica necesidad de tenerme siempre cerca y protegido. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que manteniéndome encerrado y muerto de miedo por un criminal en serie que petrifica el pueblo en el que vivimos? Si Peter decía la verdad, entonces mi madre se beneficiaba de tenerlo a él encerrado y a mi padre ocupado en la policía, así podría seguir visitando al chico que nunca creció sin que nadie sospechara, y seguirse acostando con mi padre, ya que es lo único que Peter jamás le podría dar.
Si todo eso era cierto entonces tendría que tener mucho, muchísimo, miedo. No me quedaban dudas de que mi madre estaba enferma y de que era capaz de matar incluso a sus seres queridos en sus lapsos de locura.
Cuando llegamos al lugar de origen de aquel grito de terror ya era demasiado tarde. Él yacía en el suelo con la garganta abierta al igual que Tink, solo que la herida no estaba limpia, todavía lloraba sangre de ella. Estaba muerto. Lo confirmaban su piel pálida, la pesadez con la que caían sus brazos al soltarlos y sus ojos abiertos y fuera de órbita como si todavía vieran a la cara al asesino.
Ojalá su boca entreabierta y ensangrentada hablara, podría decirme quién lo mató.
—Entonces... No fue él —dijo Peter en cuclillas frente al cadáver, acariciando sus dedos. Lo imaginaba ideando una próxima historia a raíz de esa experiencia. Estaba viendo a la muerte a la cara, pero sus ojos no perdían la enamorada ensoñación.
—A menos que Eliot sea tan listo y estúpido como para asesinarse a sí mismo para librarse de toda sospecha... pues no, no fue él. Peter. —El aludido apenas levantó la cabeza para mirarme, pero no soltó el cuerpo—. Hay que irnos, todavía hay que encontrar a Nadie. No estamos a salvo si...
Pero no hubo necesidad de movernos. Una mano salió del nido de sombras que se creaba entre los cuerpo de los árboles. Escuché las hojas crujir mientras se arrastraba hacia la claridad de la luna. Su mano pálida estaba manchada de rojo. No podía ser otra persona, tenía que ser él.
Peter y yo lo ayudamos y lo recostamos de un tronco grueso para revisarlo bien. Nadie tenía la camisa blanca cubierta casi por completo de su sangre, y con su mano se taponaba con fuerza una herida sobre el hombro.
De inmediato me quité el abrigo y lo usé para presionar sobre la herida rogando que la fuerza con la que lo apretaba no fuera contraproducente. Me maldije por no saber más de primeros auxilios. Me maldije por no saber cómo salvarlo.
Sus ojos estaban lechosos, perdidos. Su cuerpo estaba ahí pero su mente vagaba muy lejos. Acababa de perder a Martina, no podía dejar que él se desangrara en mis brazos. No, prefería morir yo.
Le acaricié el cabello, era tan claro que había adquirido una tonalidad rosada al ensuciarse con su sangre. Las lágrimas se me escaparon de los ojos, pero su mano se cerró alrededor de la mía y sus labios me sonrieron con el gesto más lamentable que había visto jamás. Podía escuchar mi alma fragmentarse a través de esa sonrisa.
«Te amo», articularon sus labios.
—No... no me ames, ódiame, pero dime quién te hizo esto... —La voz se me quebró en la garganta y mis lágrimas se desbordaron—. Dime quién...
Pero él ya no me veía a mí, había extendido la mano hacia su tío y le sonreía. «Te amo, tío Peter», le dijo a él. Su voz salió herida y entrecortada, pero pudo hablar. Me dio esperanza de que no tuviera la garganta dañada.
—¡Dime quién, Nadie! ¡Dime quién!
—No puede —dijo la voz de Peter a mi lado—. Ya está alucinando por la pérdida de sangre, su consciencia lo abandonará en breve y probablemente muera después si no hacemos algo.
—¡No, no lo podemos dejar morir!
—Lo cargaré, soy más fuerte que tú, pero no dejes de taponar la herida.
En ese momento alguien me tapó los ojos. Estábamos tan concentrados en Aiden que le dimos la espalda al culpable de toda aquella masacre. Luego sentí el filo de un cuchillo en mi garganta. No me moví. Primero me llegó el grito de Peter y el sonido de su sangre al salpicar. Acababan de degollarlo, y no fue quien me tenía a mí. Eran dos.
Sentí cómo la persona que me tenía trataba de tirar de mí para separarme de Nadie, pero no iba a permitírselo. Su olor, eso le delató. Usábamos el mismo jabón, me conocía todas las fragancias de sus perfumes, incluso el aroma de su sudor. Su mano sobre mis ojos me dijo más que Larem en todos los años que llevaba investigando.
—Déjame salvarlo. —La voz me temblaba—. Haré lo que tú quieras luego de esto, papá, pero déjame salvarlo.
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Me gustaría saber sus opiniones antes del epílogo.
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