32: Juego de sombras escurridizas
—La buscarán, ¿no papá?
Estábamos sentados en la sala de Anita y Martina Dupin a hora de almuerzo y no había un solo ser bajo ese techo que tuviera ganas de comer algo. Anita estaba en su habitación, ya sin lágrimas, mirando una vela en un estado de enajenación prolongada. Daba miedo entrar ahí, la desesperanza, la soledad podían tocarse al entrar, y el filo de un terrible augurio cortaba con solo acercarse.
—¡Papá! —repetí al ver que el hombre no se movía. Levantó la cabeza de los lentes con los que jugueteaba entre sus manos y me miró como si recién reparara en mi presencia—. La van a buscar, ¿verdad?
—Lo siento…
—¡Tienen que hacerlo!
Habían pasado 12 horas. 12 horas sin rastros de mi mejor amiga desde que se le vio perderse tras el sendero que conducía al sitio más temido de Laremvestida con un abrigo negro y una boina que apenas se veía entre su maraña de cabello de fuego.
—Papá, dime que van a buscarla.
—Hijo, escapa de mis manos. Hay demasiada gente en las calles buscándola, se supone que Nunca Jamás es un sitio peligroso donde el que entra sale cambiado, muerto de alguna forma. Si el pueblo ve que la policía entra y sale sin cambios, sin problemas, dejarán de temerle a Nunca Jamás. Habrá una epidemia de Niños Perdidos, Larem se volvería un caos. Lo que hace que el pueblo siga siendo seguro es el miedo a su bosque. Hijo, no podemos dar marcha atrás. Además, no es una decisión que esté en manos del departamento de policía, el gobierno nos prohíbe rotundamente desmentir los mitos de Nunca Jamás, ya sea con hechos o con palabras. No está a discusión.
—¡Pero ustedes son la policía! Tienen que ir ahí y salvarla. Tú has trabajado toda tu vida con casos de Alerta Amber, papá, sabes que cada hora que pasa hay menos posibilidades de encontrar a…
—Esos datos aplican en caso de secuestros, Iván. Tu amiga huyó, nadie la arrastró a Nunca Jamás, entró ahí porque quiso. Nadie la sacó de esta casa, se escabulló por la ventana de la alacena debajo de la escalera, entró a nuestra casa y salió por la puerta sin que su madre ni yo sospecháramos siquiera que había salido de su habitación hasta que vinieron a avisarnos dónde la vieron desaparecer. Yo no me quise alarmar al momento porque creí que la habías sonsacado a que te acompañara a tu cita, y como tú tampoco volvías… Así como se fue, volverá, y sino, la policía solo puede buscarla dentro de los límites del pueblo hasta que la gente se disperse y podamos entrar al bosque sin ser vistos.
—Papá… es nuestra amiga, y corre peligro, ¿no lo entiendes? Se quedará en Nunca Jamás para siempre si no hacemos algo.
—Todos los Niños Perdidos vuelven, Iván. En el peor de los casos que ella se convierta en uno, volverá.
—¿Y si la asesinan?
—¡Por Dios, Iván! —Mi padre bajó la voz pero no disminuyó el tono de alarma. Se inclinó hacia adelante para hablarme en confidencia, viendo a los lados como si temiera que Anita pudiera escucharnos—. ¡¿Cómo se te ocurre una cosa así?!
—Para ver si reaccionas de una vez.
—¿A tus paranoias? Iván, en Larem no ha habido un cadáver desde hace décadas, no invoques una cosa tan espantosa, si Anita te escuchara…
—¡Hay un loco suelto que secuestra niños y les hace cosas terribles!
—Pero su modus operandi no incluye asesinatos, así que ya cálmate. Martina volverá, como una niña normal luego de una rabieta, o como una Niña Perdida, pero viva. Y estaremos ahí para ella como una familia, pero no puedes derrumbar a todos con tus miedos. Podrías quebrar a su madre si te oyera.
—¿Ella sabe que no harás nada?
—Sí, sabe que no hay nada qué hacer salvo esperar, y no quiere perder el tiempo buscando en el pueblo cuando es obvio el lugar al que fue Martina. Sabe que Nunca Jamás es peligroso y que nadie puede entrar y volver, ni siquiera la policía.
—¿Pero sabe la verdad? ¿Sabe que puedes hacer algo pero estás aquí sentado como un cobarde?
—No te atreverías a…
—No, pero solo porque sé que no importa lo que intente tú no harás nada. Eres, antes que cualquier cosa, el Capitán Garfio. Te atienes a la ley, a un jefe, al gobierno, a los procedimientos. Esa es la diferencia entre tú y yo. Tú eres un policía, podrías hacer grandes cosas pero necesitas demasiados permisos para ser efectivo, y al final es posible que siempre llegues tarde. Yo soy detective, no necesito permiso de nadie, ni siquiera el tuyo, y menos cuando es por ayudar a la familia.
—No lo hagas, hijo. Espera. Es posible que no puedes ayudar en nada, y si entras ahí la policía no va a ayudarme.
—¿No entrarías ni siquiera por tu propio hijo?
—Lo haría. Solo. Sin placa. Arriesgando el trabajo de toda mi vida, mi seguridad, y la de todo un pueblo. Por ti. Pero no por tu amiga. De verdad… lo siento. Ahora que tu madre no está necesitarás un padre, un padre con un empleo. No puedo faltarte, Iván. Lo siento.
Me puse a llorar. Mi padre se levantó de su sofá y se vino al mío para abrazarme.
—Te prometo que esto se acabará, hijo. Fue mi error traerte aquí. Cuando tu amiga vuelva nos mudaremos. No volveremos a este pueblo maldito. —Me mecía como a un bebé mientras yo seguía derramando mi alma en lágrimas, siempre me sentía mejor cuando hacía eso, pero esa vez nada me consolaba—. Lo siento, Iván. Perdóname por habernos traído aquí. Lo siento, hijo. Lo siento…
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La nota hallada en el busto del cadáver se estuvo secando junto a una vela en la habitación de Marti. Su papel era de excelente calidad, pese a ello no me atreví a desdoblarla por toda el agua que había absorbido a pesar de estar oculta en un bolsillo de mi pantalón que a su vez estaba cubierto por la gabardina.
Tuve que tomar un viejo abrigo para salir, la antigua gabardina me quedaba chica y estaba mugrienta, y a la nueva se la tragaban el fango y la lluvia de Colinas. No iba a detenerme por una cuestión de vestuario, menos entonces, cuando mi misión era sin disputa la más urgente de todas, la que resumiría todas las demás en nada o les daría sentido de una vez por todas.
Su nota. Su nota no se me salía de la cabeza. Me estaba retando. Nos habíamos perseguido todo esos años en silencio, en un juego de sombras escurridizas que siempre que estaban cerca de la luz huían. Pero ya no. Era momento de un duelo cara a cara con él.
Terminemos esto como empezó. Repitamos la historia. Un Bell ya cayó. Nos queda un Pan y tú, que eres Barrie y Garfio a la vez. Veo que te gusta la medianoche, ¿qué tal la siguiente? Nos vemos en Nunca Jamás
~Tu amigo maldito, Peter.
Su letra era grotesca y amorfa, como la de un niño que recién aprende a escribir sin haber hecho caligrafía jamás. Leí su nota hasta que cada curva, cada línea temblorosa y su grosor se grabaron en mi retina. Era el único lenguaje directo suyo al que había tenido acceso hasta entonces, además de sus cuentos que parecían dedicados a la parte más primitiva de los miedos humanos.
Supe que me estaría observando desde su escondite en el ático mientras escalaba los muros de su mansión, pero no desistí, seguí hacia arriba. Necesitaba que me viera, que supiera que iba hacia él.
Si esa nota la dejó en el cadáver el día que lo encontré, entonces la siguiente medianoche sería la que estaba a punto de llegar ese día mientras irrumpía una vez más en la temible propiedad de los Pan. Obedecer sus indicaciones sería un error, Peter era un maestro del ajedrez con mucho tiempo y paciencia, tenía todas sus piezas puestas sobre el tablero con una jugada que había pulido durante años. Cada movimiento y su réplica estaba calculada, él no solo tendría todos sus pasos calculados sino también los míos, además de posibles segundas opciones en caso de desviaciones. Estudió su oponente, Peter era el mejor observador de Larem, podría hacerlo. Yo era un peón más en su juego que manipulaba a su antojo. Sabía que no me resistiría a mover las casillas que me pidiera ahora que tenía secuestrada a mi reina: Martina. El me conocía mejor que yo mismo, así que mi única posibilidad de ventaja era desconocerme, resistirme a mí mismo y evitar por completo mis impulsos dominantes.
Pero no podía evadir el juego. Sin no movía mis piezas jamás tendría una posibilidad de ganar, y perder en un duelo como el que habíamos tejido desde mi llegada a Larem implicaba tragedia.
No podía mover mis fichas con él habiendo anticipado todos mis movimientos y no podía resistirme a jugar sabiendo lo que implicaba perder la partida. Así que solo me quedaba una opción: destrozar su tablero.
Me apoyé mis pies en el alfeizar de la ventana de Nadie y con mi mano funcional me aferré al marco. La luz de la luna a contraluz proyectaba dentro de la habitación la sombra de aquel intruso detective con el garfio en alto a punto de saltar a su misión más importante.
Nadie estaba sentado en su cama con la espalda pegada al respaldo. Una camisa blanca manga larga desabotonada enmarcaba la piel pálida de su pecho salpicado de lunares, como un cielo en negativo.
Profería una imagen intrigante mientras sostenía libro de cubierta de cuero con una mano mientras la otra jugueteaba distraída en sus hebras de cabello platino. Aunque fuese inusual lo llevaba desordenado y con mechones cayendo sobre sus ojos, como si toda esa noche hubiese sido presa de un ataque de nervios que lo llevó a despeinarse de forma involuntaria.
Lo que iba a hacer a continuación no era parte de mi plan. Él nunca estaba en mis planes.
Salté al interior de la habitación como un felino, aterricé de cuclillas con una mano en el suelo para estabilizarme. Él se dio cuenta de mi presencia con un respingo y un grito ahogado, pero antes de que pudiera procesar lo que sucedía y accionar al respecto, ya me había subido a su cama, arranqué el libro de sus manos y lo arrojé lejos de su alcance como el estorbo que era.
Sus ojos me reconocieron ensanchándose, su boca se abrió, vacilante, buscando la mejor bienvenida en palabras, hasta que al final solo reaccionó con un estándar:
—Bueno... Hola.
Sonreí de adentro hacia afuera. Su voz, en solo unos días de soledad y desuso, se había tornado más ronca y en extremo deseable para mí. Tal vez si él no me hubiese hablado habría podido contenerme, o tal vez solo soy yo buscando una excusa decente para mi pausa laboral, un culpable para lo débil que era en su presencia.
—Sí, hola —respondí antes de sostener su rostro con mi mano y atraerlo hacia mí para asesinar mis ansias con un profundo beso.
Sus labios estaban helados, su sabor era el de todas aquellas cosas que quedaron por decirse. Sus manos se cerraron sobre mi cuello arrancándome escalofríos mientras su boca seguía robándose mi alma y mi respiración.
Lo había extraño. Fui un mentiroso, un masoquista, al tratar de convencerme de que no era así. Lo necesitaba, su ausencia siempre había sido dolorosa desde que era solo una figura sin nombre que me observaba desde el sendero mientras mi pequeña versión de doce años se sentaba a leer en la locomotora. ¿A quién había querido engañar diciendo que mi vida podía seguir tranquila sin mi mano recorriendo su pecho y su clavícula mientras su lengua transitaba mi boca? ¿A quién castigaba, sino a mí, al alejarme del perfume de su piel y la intensidad con la que sus labios demandaban los míos?
Yo habría seguido toda la noche, pero él fue quien me apartó, jadeando.
Mientras luchaba por recuperar su respiración volvió a mirarme. Su expresión era una mezcla dolorosa entre desconcierto y necesidad.
—¿Qué estás haciendo, Iván?
—Mentí. No quiero que me olvides.
—Estás... —Se tocó los labios. Los tenía enrojecidos por la intensidad de nuestro beso—. Estás muy loco —finalizó.
—Tú siempre has tenido razón. No puedo estar lejos de ti, pero eso lo supe hasta que te tuve cerca de nuevo.
—Me dijiste... —Sacudió la cabeza—. No, Iván. Me confundes. Mucho. No puedo dejarte que te quedes ahí y solo... Hablaremos en otro momento, cuando haya tenido tiempo de pensar.
—No hay tiempo. Me mudaré de Larem por la mañana. —Me pareció que no era tan grave utilizar aquella mentira ya que conservaba parte de una verdad. Además, me dije, era por un motivo de urgencia—. Solo tenemos esta noche, y hay algo que quiero pedirte.
—¿Vienes en medio de la noche, entras por mi ventana sin ser invitado, me besas después de dejarme llorando en un lago helado habiéndome dejado claro que querías que te olvidara, porque quieres pedirme algo?
Lo pensé un momento, puesto así sonaba espantoso.
—Sí, sí, sí, y no. Besarte no era parte del plan hasta...
Volví a fijarme en su imagen, en cómo subía y bajaba su pecho agitado, en la tela blanca de su camisa a medio brazo por la locura de nuestro beso, dejando su hombro desnudo y una satisfactoria visión de su clavícula. Vi su cabello, más desastroso que cuando llegué, el huracán más bello que había presenciado con mechones platinados surcando sus intensos ojos sin color. Si seguía estudiándolo así acabaría desenfocado de mi objetivo de nuevo.
—Hasta que te vi.
—Y ahora vas a pedirme un favor esperando que tu beso no influya de ninguna forma en mi decisión, ¿no?
—En realidad... Cuento con que no quieras que me vaya.
—Yo —hizo énfasis en esa palabras— te pedí que te fueras.
—De Larem, a eso me refiero. Cuento con que no quieras que me vaya de Larem.
—¿O sea que si hago lo que me vas a pedir te quedarás en Larem?
—Existe esa posibilidad.
—Iván, yo...
—Te daría toda una vida para pensarlo, pero no la tenemos. Solo está noche. ¿Quieres que me vaya, Nadie?
Me miró con la mandíbula tan apretada que casi esperé el sonido de la fractura todo el tiempo que estuvo mirándome con esa intensidad. El desprecio que se leía en su mirada era lo mismo que sentía yo: odio al no poder odiarlo.
—No —confesó—. No quiero.
—Necesito que hagas algo por mí, y no te va a gustar nada.
—Iván...
—¿Estamos o no destinados a obsesionarnos el uno con el otro?
—Las obsesiones acaban en destrucción.
—Pero no se puede escapar de ellas.
Nadie asintió, comprendiendo el mensaje.
—Si te ayudo... no me dejarás. No, Iván, calla —dijo al verme abrir la boca—. No puedes hacerlo, no lo puedo aceptar. Nunca más, Iván.
Lo miré un segundo de más antes de decir preguntar:
—Define «no dejar».
Él se arrodilló en la cama y se arrastró hacia mí, tomándome por la nuca, susurrando contra mis labios.
—Sabes que me gustas, Iván. Pero no es algo ligero. Me encanta el chico que frunce el ceño y le tiemblan los labios cuando quiere disfrazar sus sentimientos. Me encanta lo testarudo que eres —sonrió, sus dientes mostrando un brillo reptiliano que me hacían querer lanzarme a besarlo, lo siguiente me lo susurró rozando mi boca—. Me encanta incluso lo agresivo que puedes llegar a ser.
Su mano viajó a mi cabello, sus dedos enredándose en mis mechones. Yo tenía la boca seca y el corazón en la garganta. No podía decir ni una palabra.
—Estoy loco por el chico del cabello desastroso, el del garfio en la mano, el que bufa para no ceder la razón, el de lentes cuadrados que vive acomodándolos cuando está nervioso. —Entonces ambas manos suyas se aferraron a mi cuello—. Iván, no quiero ser el chico al que besas de vez en cuando y le pides favores cuando los necesitas. Quiero que seas mi novio, quiero decirle a mi familia que lo eres y que puedas quedarte conmigo sin problemas.
Sonreí, mi rostro rojo y caliente hasta las orejas. Casi no podía respirar, aquella era la mejor propuesta que me harían nunca, y esas palabras las que necesitaba para seguir deseando estar vivo. Pero tenía que ser justo con él, así que le dije:
—Mejor escucha primero lo que tengo que decir antes de comprometerte.
—¿Tan grave es? —inquirió con una ceja arqueada.
—Peor.
—Maldita sea, Barrie. Vas a matarme —dijo con una sonrisa extasiada—. Debí obedecer a mis padres y nunca acercarme a ti.
—¿Entonces por qué lo hiciste?
—¿Qué cosa?
—Me espiabas desde el sendero. Yo leía en la locomotora mis cuentos de Edgar Allan Poe y tú solo estabas ahí... observando. A mí. Solo a mí. Desde el primer día que estuve ahí. ¿Por qué?
—Me intrigabas, Iván. Nunca has dejado de hacerlo. Mis padres armaron un gran revuelo cuando tú familia volvió a Larem, papá y mamá tuvieron una larga conversación sobre no dejarme salir más. No querían que me acercara a ti. Una noche escuché que papá le decía a mi madre «Sabes lo que pasa cuando un Barrie y un Pan se juntan, Morgan. Se obsesionan. Y sabes lo peligrosa que puede llegar a ser esa obsesión cuando hay un Garfio de por medio. Ese niño es el peor de todos, una maldición. Un Barrie y un Garfio a la vez. Por el bien de esta familia ni Penny ni nuestro hijo deben acercarse a él».
»Como ya adivinarás, eso solo me dio más ganas de conocerte. Me pareciste... bastante ordinario para causar tanto revuelo, pero a la vez tan enigmático con tus lentes cuadrados que se resbalaban de vez en cuando por el puente de tu nariz mientras leías... devorabas, más bien, los terribles cuentos de Allan Poe. Mirarte se convirtió en mi pasatiempo favorito, y estar cerca de ti mi único deseo. No encontraba una buena manera de acercarme y hablarte, ni siquiera algo qué decirte cuando lo hiciera.
»"Hola, niño. Me obsesionas. Te veo a diario pero ahora necesito hablarte. No me conoces, pero nuestras familias sí. Se amaron y odiaron a iguales medidas, y yo solo quiero descubrir qué es lo que nos tocará a nosotros. Sea lo que sea, lo asumo. Solo quiero hablarte, y tenerte cerca." ¿Qué habrías hecho?
Me reí. Las mejillas me ardían por el rubor que seguro estaba alumbrando en ellas.
—Te habría denunciado.
—¿Ves? Por eso no te hablé. Pero ahora no me importa decírtelo, porque si sigues aquí luego de lo que ha pasado entre nosotros... es que a ti te debe pasar algo igual.
Ya que nos estábamos confesando...
—Yo escribía de ti. No tenías nombre, ni historia, ni procedencia, pero yo te inventé todo eso porque necesitaba respuestas. Me volvías loco.
—¿En pasado?
—Sospecho que a futuro será peor.
—¿Crees que haya un futuro para no nosotros, Iván?
Dios, me estaba asfixiando su mirada.
—Hablas como si todo esto tuviera que terminar en masacre. No seas tan pesimista, claro que habrá un futuro. Si todo sale bien esta noche, claro.
—Me rehúso. No quiero que todo dependa de esta noche. Quiero... —Suspiró—. ¿Qué ibas a pedirme?
—Necesito que lleves a Peter a Nunca Jamás. Hoy a la medianoche.
Nadie se arrastró lejos de mí en la cama, mirándome como a un maniático.
—Tú no te volviste loco, tú ya lo estabas. ¿Qué demonios te pasa? ¿Cómo crees que voy a poder sacar al tío Peter de la mansión y por qué mierda crees que voy a querer hacerlo?
—Él irá de todos modos, Nadie, créeme. Me retó, me dijo que nos veríamos ahí y que me daría las respuestas que tanto busco. Pero si voy solo va a matarme. O peor... va a convertirme en un Niño Perdido. No puedo esperarlo allá como él me pidió, sería caer en su trampa. Pero si tú lo llevas, te aseguras que no lleve armas, lo mantienes dócil y yo escojo el punto de encuentro, entonces me habré adelantado a su jugada y...
—No sigas. No te ayudaré, eres un desconsiderado. Peter es un niño, Peter no dañaría a nadie ni idearía la mitad de las cosas de las que se le acusan. Vienes aquí, insultas a mi familia, acusas a mi tío de atrocidades, tratas de convencerme de ello y me pides que te ayude, faltando a todo lo que soy, apuñalando mi propia familia. No sigas porque no te voy a ayudar.
—Escúchame, por favor. —Con mi mano tomé una de las suyas y la apreté con fuerza para transmitirle mis palabras—. Alguien en Larem ha estado convirtiendo niños en zombies. Alguien en Larem mató a Tinker Bell. Esa misma persona secuestró a mi amiga y la llevó a Nunca Jamás. Y no se qué va a hacerle, pero tengo una oportunidad de averiguarlo. El culpable me citó, y usó el nombre de tu tío. Puedo ir y dejar que me mate sin recibir respuestas, sin ayudar a Martina; o puedo no esperarlo, sino llevarlo hasta allá y hacer las preguntas necesarias. Y si lo llevas tú no va a lastimarme. Solo... Si no es él, Nadie, escúchame bien... Si no es él, lo sabremos esta noche y no habrá nada de qué preocuparnos. Volverá a la mansión y tú con él, como si nada hubiese pasado.
—¿Y cómo sabrás si es o no? ¿Cuál es tu plan?
—Lo sabrás cuando estemos en Nunca Jamás. ¿Lo harás? ¿Llevarás a Peter?
—¿Por qué tengo que llevarlo? ¿Por qué no vamos los tres?
—Porque a mí todavía me falta otro paso que dar antes de la medianoche. Yo los espero allá, en el sauce blanco.
—Barrie, sacar a Peter de la mansión será como...
—Tienen pasadizos, ¿verdad? Es seguro que los tienen. Una casa tan amplia y misteriosa, donde rara vez se ve entrar o salir a nadie...
—Nadie soy yo.
—Tú me entendiste. ¿Los tienen o no?
—Es posible.
—Pues úsalos. ¿Lo harás? ¿Llevarás a Peter?
—Sí, Iván. No sé por qué confías en mí, pero lo haré. A la medianoche en el sauce blanco.
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