25: Garrrrfio.

Esperar noticias de mi madre era como cumplir una condena a espera de la pena de muerte, sin poder hacer nada para acelerar el tiempo o modificar el destino. Nos estaba cobrando su castigo con creces. Cada segundo que transcurría sin saber de ella era su venganza, la promesa de que lo que se venía era fuerte.

—¿Seguro que no has oído a nadie decir nada, Garfio?

Desayunábamos todos en la mesa de la sala de la casa de Anita antes de que mi padre se fuese a trabajar. Casi podíamos pasar por una familia, tal vez no feliz, pero sí unida y preocupada, de no ser por la odiosa distancia de Martina y el filo de su lengua. Si mi padre no supo de boca de Anita la noticia del embarazo, se había hecho a una idea bastante cercana por los comentarios que soltaba mi amiga en cada oportunidad.

—No, nada. Ni su sombra han visto. Claro, yo no pregunto nada para no levantar sospechas, pero en un pueblo tan pequeño ya es para que tengan carteles de «se busca» con mi cara o para que una horda de enfurecidos con antorchas me quemen la casa.

—¿Y qué piensas hacer? —indagó Anita preocupada—. Iván corre peligro, hay que sacarlo de aquí, por su propio bien.

—No sé, Anita, tal vez Wendy no se atreva a hacer nada. Por Iván. Es su hijo, ¿te imaginas lo que pasaría con él si ella hablara? Aunque solo me apresen a mí, su vida sería un infierno, nunca dejaría de ser el niño con el padre que secuestró a su mamá en el sótano.

—¿Dudas de que Wendy pueda hacer algo así? ¡Despierta, Garfio! Lo apuñaló. Pudo haberlo matado.

—Pero es que yo no quiero ir a ningún lado, yo me quedo en Larem —objeté de pronto. Aunque prefería dejarlos discutir solos no me pude contener mientras meditaban la posibilidad de alejarme del amor de mi vida, el pueblo.

—Pierdes tu tiempo, Iván. A mi mamá no se la da eso de dejar que las personas decidan sobre su vida y su futuro.

—Martina, esto es serio, no quieras...

—¿Lo que me pasa a mí no es serio?

—Lo que te pasa a ti es un tema zanjado y punto.

—No está zanjado porque yo no estoy de acuerdo —discutió mi amiga.

—Está zanjado porque dije que lo vas a tener y punto. El chico se va a hacer cargo, los padres están de acuerdo, yo te voy a ayudar. ¡Ya deja el drama!

—Ah, claro. Todo perfecto, solo se te olvida el pequeño detalle de que yo no lo quiero parir.

—No te hubieras embarazado en un principio.

—Dile eso a la mamá de Iván.

—MARTINA, BASTA.

Mi amiga se levantó.

—No me voy a callar, mamá. Y me vas a tener que llevar esposada a mi boda y a ver cómo me sacas el acepto, porque tampoco me pienso casar.

—¡Pero si fuiste tú la que se metió con ese muchacho! —Anita, quien era una mujer muy pacífica usualmente, reaccionó levantándose también, roja aunque sin llegar a ser hostil, como si solo estuviese frustrada y quisiera que su hija entrara en razón—. Puede ir preso si no se casan.

—Nadie lo va a denunciar, son ustedes los que deben dejar el drama y dejarme decidir sobre mí misma. Yo quería a Eliot, pero ustedes me hacen odiar hasta la idea de que exista. No quería casarme con él, a ver si te enteras que no todas nos casamos con el primer hombre que nos dice te quiero.

Su madre quedó petrificada, como si le hubiese caído un balde de hielo encima. Mi padre y yo intercambiamos una mirada fugaz, incómodos pero no exentos de la sorpresa.

—No te reconozco, Martina, en serio.

—Ni yo a ti —añadió mi amiga sin inmutarse—. Con tu experiencia deberías estar feliz de que me rehúse a dejar que un error, y más uno relacionado con un hombre, me desgracie la vida. Deberías estar orgullosa de que quiera hacer las cosas por mi cuenta.

—¡Pues debiste pensar en eso antes de quedarte embarazada!

—No lo pensé, soy una adolescente estúpida. Pero lo pienso ahora, y estoy a tiempo. Y te juro por Brillantina que si esta cosa pasa los tres meses y ya no puedo hacer nada preferiré matarme que tenerlo.

Y se marchó.

Anita estaba tan acalorada que mi padre le sirvió un vaso de jugo y la abanicó con una servilleta.

—Descuida, Garfio. Y perdón por otro espectáculo así, se te hace tarde para irte a trabajar.

—¿Cómo te puedes disculpar por algo así cuando conoces el desastre que es mi vida? Ya lo resolverán, tú tranquila.

—Es que... A veces no sé de dónde sacó ese carácter. Quiero pensar que no sería capaz de las cosas que promete, pero... ¿y si lo es?

—¡Por supuesto que lo es! —Me inmiscuí en la conversación, harto de la injusticia que tenía que vivir mi mejor amiga—. Martina habla muy en serio. No es que a ella no le agrade del todo la idea de tener un bebé ahorita, es que le repugna. Definitivamente NO quiere. Y perdóneme, usted ha sido muy buena conmigo, y me consta que es una excelente madre, pero no condene a su hija a vivir su peor pesadilla solo porque cometió un error y piense que tal vez lo cometió porque usted la preparó para todo, menos para eso que ella tarde o temprano haría.

Anita quedó estupefacta, intercalando su mirada de mí a mi padre, quien se notaba furioso por mi impertinencia. No iba a quedarme a escuchar un regaño por la primera cosa que hacía bien en mi vida, así que salí a la calle.

La masacre estaba tan cerca que no comprendo cómo no pude olerla a esa altura. La sangre, los gritos, el horror; estaban ahí, caminaban conmigo, yo iba directo hacia ellos con los ojos vendados creyendo que lo peor ya lo había vivido. Quisiera volver el tiempo atrás y haberme quedado encerrado con Martina en su alcoba y decirle que yo también la amaba como nunca había amado a una niña en mi vida y como nunca más lo haría; abrazar a mi padre y decirle que aunque tuviésemos ideas distintas prefería petrificar mi vida a su lado en momentos como en los que me contaba historias de su adolescencia, de las amistades que amó y las que jamás recuperaría; agradecer a Anita por tanto y decirle que si la familia pudiera escogerse, ella habría sido mi elección de madre.

Si pudiera volver atrás, nunca habría salido de la casa de al lado ni hubiera permitido a mi padre ir al trabajo.
Pero lo que pasó fue que seguí adelante en mi búsqueda de respuestas.

Mi madre atacaría tarde o temprano y yo no le temía tanto a su venganza como a irme de Larem sin conocer la verdad, así que retomé las grandes ligas y me embarqué en una nueva misión de detective serio.

Mi madre no me aclaró nada de lo ocurrido en Nunca Jamás hacía dieciséis años, pero todavía quedaban más involucrados a los que podía sonsacarles la verdad de una u otra forma. Alister, Tinker y Peter serían mis nuevos objetivos; en especial la chica Bell, esa por la que mi madre apostaba que era la única capaz de revelar el secreto.

No sabía dónde buscar a los Bell, pero sabía con quién podía aliarme.

—Otra misión —repitió Don Esteban mientras llenaba de grasa las piezas para el nuevo reloj que armaba.

—Sí, y esta es urgente.

—Todas son urgentes para ti.

—Pero si no cumplo con esta lo antes posible me van a matar. O peor.

—¿Quién podría querer matarte a ti, muchacho? Además, hijo del diablo nunca muere.

—Creo que era hierba mala...

—Sé lo que digo.

Me encogí de hombros.

—Está bien, señor, pero en serio necesito hacer esto. ¿Me ayudará?

—Temo por ti, muchacho. La última vez que viniste agonizabas y ahora tienes una herida cerca del cuello. No sé a qué juegas, pero ya no me parecen cosas de niños.

En ese instante su hijo Sebas, un joven de dieciocho larguirucho, muy flaco, de aspecto desaliñado con un cabello azabache que le cubría los ojos, irrumpió en la tienda. Al principio eran claras sus intenciones de seguir de largo sin siquiera saludar, pero al reparar en mi presencia se detuvo y dejó sobre el mostrador una barra de chocolate a medio comer.

—Hoy me hizo falta —dijo a su padre, ignorándome con ahínco, como si quisiera afirmar su territorio.

—¿Te volviste a marear? —preguntó su padre, más emocionado por la conversación que alarmado por la noticia.

—Sí, por eso he venido temprano. Quiero descansar. ¿Puedes prepararme algo?

—Lo que sea, hijo, claro. ¿Sopa?

—No, algo fuerte.

Me miró de reojo casi despidiéndome y luego agregó a su padre:

—Por favor. Ha sido un día fuerte.

—Ya mismo voy. —Don Estaban se puso de pie a toda prisa para cumplir la petición de su hijo, pero en último momento pareció recordar que yo estaba ahí y se volvió hacia mí—. ¿Te parece si hablamos de esto luego?

Me dispuse a irme sin siquiera responder pero él me detuvo con una mano en mi hombro y, contra todo presagio, me abrazó.

—Tú no necesitas resolver misterios, chico. Tú lo que necesitas es alguien que te abrace todos los días.

Odiaba a Don Esteban por recordarme las cadencias que me esforzaba en ignorar. Odiaba a mi madre por existir y darme una vida tan caótica. Odiaba a Larem porque era el mejor lugar del mundo pero yo era incapaz de disfrutarlo como se merecía porque su misterio me devoraba la mente como un parásito.

Me tocó volver a las andanzas detectivescas. Sabía exactamente a donde debía ir pero en el camino se me ocurrió pasar un rato por La locomotora para despejar mi mente. Se me hizo desagradable todo el trayecto de ida, ya me habían dicho que los niños podían ser muy crueles pero yo no había tenido tiempo de confirmarlo. Hasta entonces no había pensado en lo afortunado que había sido, de cierta forma, al recibir mi educación en casa al resguardo de los demonios más despiadados que habitan la tierra.

Recuerdo que cuatro pequeños que jugaban con una pelota se me acercaron muertos de risa, creí que iban hacia mí para invitarme a jugar, pero uno de ellos, el más bajito pero con cara de imprudencia eterna, de esos que no lo dudan a la hora de decirte en medio de todos que tienes un moco fuera de la nariz, me dijo:

—Hey, Garfio.

Así nada más, sin ninguna otra palabra añadida, pero fue suficiente.

Los otros tres niños se rieron a carcajadas como si acabara de contra el chiste más ingenioso jamás inventado, y luego empezaron a hacer gestos ridículos, como cerrar el puño dejando solo el dedo corazón curveado. Me imitaban de forma burlona.

Seguí caminando pretendiendo ignorar la existencia de los cuatro mocosos, pero siguieron cada uno de mis pasos sin dejar de reírse, de vez en cuando se atrevían a tirar de la tela de mi gabardina para asegurarse de no pasar desapercibidos en mi tortuoso paseo.

—Arrr —dijo uno de ellos imitando a un pirata. Era un gordito que a simple vista parecía más tierno que un pan dulce, pero imagino que cuando un niño bueno prueba el bullying por primera vez y no es hacia su persona, no puede dejarlo.

—¡Ahoi bucaneros! —se unió otro.

—¿Cómo haces para sacarte los mocos, Garrrfio? —preguntó el enano que se creía de lo más ingenioso, haciendo énfasis en mi apellido y alargando las erres como un pirata—. ¿Y cómo haces para rascarte el culo?

Me dieron ganas de clavarles el garfio en el cuello de la camisa a todos y pasearlos colgados por toda La locomotora hasta que llorando empezaran a llamar a sus mamis. Si no los toqué fue porque les doblaba en tamaño, me había estirado bastante pese a mi edad y a nadie le importaría cuánto pudieran estarme molestando esos diablillos, el perjudicado sería yo —que para colmo era hijo del Capitán—, y adiós reputación.

No, tenía que ignorarlos.

—Garfio, dinos... ¿Serás detective como tu papá o ahora vas estudiar derecho?

Cuando la carcajada más tomaba vuelo la presencia de un joven unos centímetros más alto que yo los detuvo con la eficacia de un cuchillo. Solo su porte, que gritaba a toda voz que estaba dispuesto a lanzarse contra quien sea, y sus ojos oscuros entornados que los desafiaba a seguir, fueron suficientes para hacer un silencio sepulcral. Se leía el miedo en la mirada de cada uno de los cuatro niños, se notaba que le temían a ese chico en particular, mientras para mí él solo era Eliot Marquina, portando con orgullo su nariz rota.

—Tomás, ¿de qué te ríes? —Su voz igualaba muy bien a la de un padre que pide explicaciones con una correa en la mano—. A mí también me gusta reírme de las personas. Por ejemplo me río todo el tiempo que te caes jugando a la pelota y lames el charco porque tus piernitas no te dan para correr como los demás. —Esto hizo reír a los otros tres niños, menos al que empezó toda la burla hacia mí, quien supuse que era el tal Tomás. Luego, Eliot miró al más gordo—. ¿A ti también te gusta reírte de las personas, eh? ¿Es divertido?

El niño gordito se calló de repente. No puedo estar seguro, pero creo haber oído como bajaba la saliva a empujones por su garganta.

—Eh... sí, sí. Es... a veces... a veces es divertido —respondió el niño con miedo.

—Claro, para mí lo es, porque estoy seguro de que no hay nada que nadie pueda decir de mí que me duela. Imagino que como tú también disfrutas de humillar a los demás... no te importará que me eche unos buenos chistes de tu barriga, ¿verdad? Tengo una lista larga y estaba buscando alguien como tú que casi tiene que avanzar rodando para descargarlos todos. ¿Te los echo?

—N-no...

—Eso pensé. No es tan divertido cuando el payaso somos nosotros mismos, ¿no? Y tú, Randy, ¿tienes los frenillos más sucios de todo Larem y te atreves a criticar el garfio de este chico? Te apuesto que él si se lo lava, y no lo tiene en la boca. —El cuarto niño se fue corriendo antes de que Eliot pudiera dirigirle siquiera una mirada—. Fuera de aquí todos, y si los vuelvo a ver molestando a otros niños los cuelgo por las orejas de las ventanas del caserón Pan.

Como ordenó, los tres restantes se marcharon a toda prisa, impacientes por alejarse de Eliot.

No supe si era prudente mirarlo a la cara después de lo que hizo, no quería ver la marca que causó mi ira ni descubrir en su semblante el cinismo que le hacía creer que podía acercarse a mí luego de lo que le hizo a Martina. Tampoco estaba seguro de qué era correcto decir luego de que me defendiera, en parte me sentía más humillado que agradecido, queriendo actuar con madurez quedé como un gallina que necesita de la ayuda del chico que más detesta. En gran parte quería volver a estampar mi puño en su rostro, pero por otro lado temía descubrir qué había en él que intimidaba con tanta facilidad a los niños.

Él lo simplificó todo hablando en mi lugar.

—En esta vida o eres el brabucón o al que arrinconan en las paredes mientras te agreden. Cuando eres ese, lo serás siempre. Y tienes que aceptar que hagan cancioncitas estúpidas de ti sin importar a dónde vayas o cuánto tiempo haya pasado del bullying.

—Eh... eso suena muy específico.

—Sí, y muy personal, ¿no? Le pasó a mi hermano. Yo no sabía nada, él no hablaba con nadie a raíz de que una vez pidió auxilio a una profesora y ella le dijo que en su caso no se metería porque los niños no estaban diciendo de él algo que no fuese verdad.

—Ya.

—Sí, si los niños son malos los adultos que se niegan a aceptarlo son peores. Pero ya, como iba diciendo. Al final me enteré de lo que sufría mi hermano. Desde ahí empecé a vigilarlo en los recreos, incluso me asomaba por las ventanas del salón. Si uno de los niños se metía con él en lo más mínimo, aunque sea con sus medias, los hacía llorar. No a golpes, pero me buscaba mis métodos. Esto es así, a los débiles nos joden. Entonces, si lo eres, al menos finge que no. Como yo hago.

—Yo no le dije nada a esos niños porque no valía la pena.

—Por favor, los tenías guindando de tus piernas, tirando de tu ropa, escupiéndote los zapatos. Te vi cómo apretabas las manos... La mano, perdón. —Le lancé una mirada despectiva—. Estabas rojo de ira, y preferí actuar yo a que fueses a atornillarlos a la tierra con el garfio.

—Ya párale con los chistes del garfio, ¿quieres?

—Lo siento. —Rio—. Me salen solos, es inevitable.

—Y para que sepas yo no iba a pegarles.

—Tenía que prevenir. La última vez un niño me preguntó por mi hermano y él mismo se respondió «ah, está "perdido", cierto» y se desternilló de risa, te juro que me dieron unas ganas horribles de matarlo ahí mismo, pero lo amarré a una farola con tal nudo que en toda la noche ningún niño lo pudo soltar y tuvieron que venir sus padres con una cierra por la mañana. Dicen que tengo problemas de ira, pero yo creo que tengo problemas de "no soporto a nadie".

Me detuve y me crucé de brazos, cansado de su voz y de su cara. No podía olvidar lo que sufría mi amiga por su culpa con cada ridícula palabra que salía de su boca.

—Entonces —conjeturé, hostil—, tú me cuentas estas cosas de tu hermano y yo milagrosamente me olvido de lo que le hiciste a Martina y no te termino de partir los dientes. ¿Así funciona?

Él me miró con la condescendencia a la que se veía a un niño pequeño e incapaz de comprender nada. Eso me hizo arder el estómago. Mi amiga me llevaba apenas unos meses. ¿Me trataba a mí como a un inepto inmaduro pero a ella la creyó apta para embarazarla?

—Mira, yo no me ando con planes estúpidos por la vida ni maquinando movimientos. Yo actúo y ya. Si la cago, la cagué, como te pudiste dar cuenta. Si me acerqué a ti fue porque las ladillas esas te estaban molestando y yo actué, y te conté lo que te conté porque me dio la gana. A mí me vale medio pepino lo que tu pienses de mí, y si no te guardo rencor por lo que me hiciste es porque yo en tu lugar no te habría dejado con suficientes partes ilesas para seguir viviendo por tu cuenta. Pero estás mal. Yo no le hice nada a Martina, ni siquiera entiendo cómo si son tan amigos nunca te contó de mí. Pero, como te dije, me vale. Piensa lo que tú quieras, solo no te atrevas a volver a tocarme porque la siguiente vez no habrá nadie para que te cubra la espalda.

—No, las cosas no son así —escupí, cansado de su holgazanería, cansado de lo entero que él se veía mientras mi amiga estaba encerrada en pedazos—. Vas a tener que ir pensando más seguido lo que haces, porque metiste la pata con mi amiga y es ella la que tiene que pagar por el resto de su vida. Así que déjate de esa mierda de «si la cago, la cagué», porque habremos a los que nos valga verga tu cochina respuesta y tal vez no salgas tan ileso de tus cagadas.

—No hables sin saber —se burló—. Yo seré impulsivo, pero asumo. Estoy dispuesto para lo que ella decida, no la voy a dejar sola. Conozco a Martina desde mucho antes que tú, la imagino sufriendo y me parte.

—Con «imaginarla» sufriendo no basta. Soy yo el que lo vive con ella. Y vaya que asumes, ¿no? Pero bien que huiste cuando te pidió que la llevaras a abortar.

—¿Te contó de eso?

—Puede que no te hayas enterado, pero es mi mejor amiga. Tardamos en decirnos las cosas a veces, pero siempre llega un momento en el que hablamos. Por tu culpa ahora ella tiene que cruzarse de manos mientras la condena le crece en la barriga.

—¡Yo necesitaba procesar! Tarde o temprano íbamos a hacerlo, pero llegaste tú a delatarnos. ¿Le contaste de eso? ¿Lo sabe siquiera?

—No me quieras echar la culpa por algo que hiciste tú, imbécil —espeté con el febril impulso de empujarlo—. ¿Qué tenías que procesar si ella estaba decidida a acabar con eso?

—Coño, mira... —Se llevó una mano a la cara y se masajeó las cejas entre suspiros como si eso le disipara la mente de cualquier impulso—. Ve, embaraza tú a alguien, y luego vienes y me dices cómo se procede, ¿va? ¡Que entré en pánico! Nunca en mi vida había oído de una mujer dispuesta a...

—Entonces no conocías a Martina. A veces dice unas cosas tan fuertes que lleva aferradas a su cabeza que me hace darme cuenta que me falta mucho para conocerla. Pero la escucho, y abro mi mente a lo que me dice. Usualmente siempre tiene razón.

—Eso es cierto —concedió él a regañadientes—. Soy mayor que ella pero en todas nuestras discusiones salgo perdiendo yo.

—Pues bienvenido al club.

Él suspiró, abatido.

—¿Puedo verla? ¿Cómo está? —preguntó mordiéndose los labios.

—Con ganas de morirse y de matar gente. No sé si Anita la esté dejando recibir otras visitas, así que no es a mí a quien deberías preguntar si puedes verla.

«Cobarde», añadí para mis adentros.

—No he podido hablar con ella, ni siquiera con su mamá, solo mis padres. Todo lo que ha oído de mí son recados. No puedo hablarle a su madre, no sé qué decirle, sé qué me preguntará por la idea del aborto y no sé cómo responder, no quiero que piense que soy yo que le mete la idea a su hija por no querer hacerme cargo, y no quiero joder más a Marti... —Suspiró atribulado—. Sé que te dije que yo actúo y no maquino, y es verdad, no es mi fuerte, y cuando pienso en algo y me toca ejecutar el plan termino haciendo todo menos lo que tenía coordinado; pero en este caso necesito maquinar hasta el último detalle para ayudarla y ser capaz de cumplirlo. No sé cómo podré.

—Yo sí —repuse, tal vez con más severidad de la que era justa—. Soy un experto en planes y podría ayudarte si...

—Já —se mofó—, hablas de mí que hago las cosas con un motivo detrás y mírate a ti poniendo un pero a una ayuda altruista.

—Pff, por favor, el altruismo me lo reservo para personas que no embarazan a mis amigas. Lo tuyo tiene un costo, y la parte que hago gratis es por ella, no por ti. Además no quiero dinero.

—Tampoco pensaba darte ni un resorte.

Alcé los ojos al cielo y exhalé con fuerza, misma que necesitaría para no estrangularlo.

—Lo que quiero es esto —dije sin rodeos—: Tu hermano es un Niño Perdido, sabes cómo tratar con ellos y cualquier persona que esté en una situación similar a la tuya sentiría empatía y confiaría en ti.

—Mierda, ¿qué demonios se te ocurrió ahora?

—Necesito que me ayudes a entrar a la casa de Claxon. Más concretamente, quiero que hagas que su madre confíe en mí.

🧚‍♂️🧚‍♂️💫🧚‍♂️🧚‍♂️


Nota:

Hice una encuesta reciente y resultó esto:

El shipp de Iván y Nadie es #Nivan 👀

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