24: Madre e hijo

Esa noche leí el epílogo de Motivo para matar. Era hora de responder las interrogantes, acabar con los secretos y asesinar las mentiras. Comprendí que en la vida, y más en Larem, las personas estaban malditas pero ninguna era enteramente victima ni por completo verdugo. Alicia había asesinado a una niña con toda una vida por delante, arrancándola de los brazos de amigos y familiares que la llorarían hasta que su propia muerte llegara a salvarlos. Alicia ideó toda una conspiración, se inventó un asesino en serie para encubrir sus huellas y condenó a cadena perpetua y repudio social absoluto a un hombre que, si bien no era del todo inocente, no había cometido el crimen del que se le acusaba.

Entiendo por qué Patrick, o el señor Pan, se habría horrorizado al conocer las atrocidades que cometió la mujer que trajo al mundo a Alice, la chica con la que se casó; pero lo que él no entendió va más allá de que Alice fuese independiente de las abominables acciones de su creadora, lo que no entendió fue que Alicia no era un demonio.

Alicia merecía la cárcel como la mereció el hombre al que inculpó, pero había matices que desdibujaban la absoluta maldad con la que muchos la pintaron. Lo que hizo fue producto del cansancio. Alicia fue una mujer con un sueño, ser actriz, que se usó para destruirla. El único hombre que le ofreció una oportunidad guardó fotografías desnudas de ella para usarlas a cambio de sexo. Extorsionada, obligada a entregar su cuerpo sin objeciones, pasó el resto de su vida ideando el momento en que diría ese glorioso «ya basta, conmigo no juegas más».

Así que no era un demonio. Era una mujer que decidió que solo ella misma podría darse la justicia que necesitaba. Lo entendí porque, cuando se tiene a una madre presa en su propio sótano, se aprenden muchas cosas sobre la moral que no te enseñan en la biblia, se aprende a empatizar con los criminales, entiendes que, al igual que tu, solo son personas.

Por ella, por Alicia, decidí que mi madre también merecía una oportunidad para explicarse.

Así que al amanecer, cuando mi padre ya había entrado a mi cuarto a entregarme el desayuno que mamá preparó y luego se hubo marchado a trabajar como cualquier otro día, yo bajé a verla.

Solía evitarlo a toda costa. Estar cerca de sus ojos envenenados de odio y malicia tenía un efecto fulminante en mi estómago. Su cinismo me enfermaba, sus sonrisas me hacían querer borrarlas con el fuego de las velas con las que tanto jugaba. Cada mención a nuestro lazo de madre e hijo eran lo peor, un recordatorio de las cadencias de mi vida, de lo mucho que la odiaba por no poder haberme amado como alguien normal, porque ella no tendría mérito en mis logros venideros, solo en los traumas que se profetizaron desde sus extremos castigos y se rectificaron con la puñalada al costado de mi padre.

Pero esa mañana obvié todas mis reservas y le di la cara.

Solo la reja me salvaba de salir corriendo. Verla me provocaba temblores que me esforcé por disimular.

Su cabello castaño rojizo recogido en una despreocupada cola parecía una selva en sequía. Tenía todo su guardarropas a mano pero vestía únicamente con una bata sucia. Sus manos jugueteaban sobre las llamas del candelabro a su lado, y sobre su regazo reposaba un libro en tapa dura del que no alcancé a leer el título. Temí que pronto se transformara en el monstruo de cera, extendiera sus brazos y me asfixiara con el calor de su esencia.

—Ah, al fin vienes —dijo, tal vez consciente de que yo no sería el primero en abrir la boca. Su voz carecía del cinismo que había ido adquiriendo en el encierro, sonaba más bien desolada—. Deberías decir a tu padre que si no va a bajar más seguido voy a necesitar más que una cubeta para hacer mis necesidades.

—Bien, le diré.

—¿Quieres comer algo?

Apreté los puños, mi tolerancia a las formalidades era cada vez menor. Solté todo sin más rodeos.

—Yo tenía un tío.

Jamás vi a mi madre palidecer como aquella mañana, nunca creí posible que las pupilas humanas se dilataran tanto ni que los lagrimales pudieran ser tan inmediatos a la hora de reaccionar. Nunca, ni siquiera el día que la confronté sobre el maltrato físico que había hecho pasar a mi padre durante todo el matrimonio, la vi tan cerca de la espada y la pared. La tenía sin armaduras, sin argumentos ensayados, la tenía tal cual me había sentido yo cada día de mi existencia en Larem.

No dijo nada, y no creí que estuviese dispuesta a hacerlo.

—¿Cómo se oculta algo así? —cuestioné en un hilo de voz tembloroso—. ¿Cómo puedes vivir sabiendo que le mientes a tu hijo tan descaradamente?

—No, no es posible. James… él sería capaz de cualquier cosa… Sí, sí… Menos de eso. —Con las lágrimas corriendo por su rostro, empezó a negar. Lo hizo tanto y tan seguido que parecía una escena de posesión paranormal—. No, él no contó nada. Esto no está pasando, no. Tuvo que ser Tinker Bell, ¿verdad, James? —preguntó a la nada con una sonrisa quebradiza y los ojos desenfocados—. James, dime que no dijiste nada. James, por favor. Dímelo, dime que no. James, por favor…. ¡JAMES, DÍMELO!

—¡¿Estás loca?! —Me pegué a la jaula, mis manos agitándola para llamar su atención—. Soy yo quien está aquí, tu hijo. ¡MAMÁ, MÍRAME!

Se detuvo para obedecerme. Sus brazos estaban invadidos por el recuerdo de sus uñas arrastrándose con fiera presión mientras gritaba a su esposo ausente como si fuese el único real en aquel sótano.

—No me importa de qué creas o no capaz a las personas, y mucho menos si te llevaste una decepción con esto, me alegra ser yo quien te dé la bienvenida al club —espeté para ella sin tacto ni empatía alguna, hablando cada vez más fuerte para que me escuchara a través de su trance—. Vine aquí porque quiero saber cómo pudiste, qué te pasaba por la mente cuando me encerrabas ocultándome que tengo más familia. O que la tuve. ¿Cómo pudiste no decirme nunca que tal vez mis abuelos no son los demonios que me pintaste?

—Tus abuelos son Satanás y Cancerbero, te hice un bien al alejarte de esas personas. —Comenzó a reír con amargura, aunque aún le temblaban las manos de la emoción tan fuerte que amenazaba con desbaratarla—. No valoras a tu propia madre y estás lloriqueando por un tío que ni conociste ni podrás conocer nunca.

—¡Mi propia madre! —Entonces era yo el que reía, cínico—. ¿La que me pegó con un candelabro encendido porque no la dejé ir tras mi papá para matarlo?

—No, la que tienes secuestrada en el sótano durmiendo al lado de una cubeta llena de mierda.

Escuchándolo de con tal crudeza y saliendo de los labios de la mujer a la que lastimaba, me sentí como la escoria más inmunda del universo. Pero no podía sentarme a pensar en lo que hacía o el mundo se me desplomaría sobre la espalda dejándome inválido y sin ganas de volver a levantarme.

—Sigues dando rodeos y nada que me das motivos. Dentro de poco descubriré que ni siquiera soy tu verdadero hijo. O tal vez tengo un hermano. ¿Es ese el otro secreto?

—Estás siendo ridículo, Iván Andrés, esas ideas que te meten los libros en la cabeza…

—¿Ridículo? ¿Libros? Si cada día que pasa descubro un secreto todavía más grande de mí, de mi familia o de mi pasado. Solo quiero saber por qué haces todo lo que haces, mamá.

—No te conté de John porque no estabas preparado. Te protegía, hijo.

—Ocultar información nunca va a ser una protección como puede ser un daño. —Me robé las palabras de Martina—. ¿Me protegías también cuando me hacías creer que papá te desgraciaba la vida haciéndote su muñequita, trabajando mucho, mientras tú lo maltratabas cada vez que te aburrías?

Ella bufó.

—Los matrimonios pueden ser complicados, no lo entenderías.

—¡Por favor, mamá! He leído de más matrimonios de los que podría tener una persona en toda su vida, creo que puedo procesar la información. Más si me la das con suavidad y no la recibo de golpe como todo lo que he descubierto.

En ese momento mi mamá se levantó y caminó hasta la reja. Contuve la respiración al tenerla tan cerca, y aunque en parte puede ser porque fui capaz de saborear el olor rancio que brotaba de su piel y la fetidez de su aliento en nubes nauseabundas, también lo hice por el nerviosismo que me provocaba ver sin ningún distanciamiento sus ojos en conexión con su decadente alma.

—Me arrepiento de muchas cosas en mi vida, hijo. —Hizo un gesto afirmativo—. Pero creo que no me arrepiento de ninguna como lo hago de haberte enseñado a leer.

—¿Qué?

—Esa niña de al lado podrá haberte pasado libros y esos libros pudieron haberte puesto a pensar más de la cuenta, a hacer preguntas que deberían estar enterradas; pero la verdadera culpable soy yo, que te enseñé a interpretar lo que hay en esas páginas. ¿Te imaginas cómo hubiese sido todo si esa niña te hubiese pasado un libro y tú no pudieras ver más que un montón de letras revueltas sin ningún significado para ti…? Nuestra vida habría sido hermosa… tan hermosa…

—¡ESTÁS LOCA! —Me agarré a la reja y comencé a estremecerla como un gorila atrapado en un zoológico—. ¡Nuestra vida no habría sido hermosa, habría sido una vulgar mentira! ¡Qué feliz habrías sido tú jugando a la familia feliz con un hijo analfabeta y un esposo que se aguanta tu maltrato solo porque tiene la esperanza de que algún día lo ames a él como amaste al monstruo que no puede crecer!

—PETER ES MEJOR HOMBRE DE LO QUE VAS A SER TÚ CRIADO POR TU PADRE.

Esas palabras me dolieron tanto que no me detuve a asimilarlas antes de contraatacar con todo.

—¡Peter no será un hombre nunca! ¡No vendrá por ti a sacarte de esta torre para llevarte a su castillo! ¡No puede retroceder el tiempo y hacer que no te hayas embarazado de mí! ¡Ni siquiera puede probar su propia inocencia!

Lo siguiente que sentí fueron las sucias y largas garras de mi madre, unas rodeando mi cuello y las otras atrapando la mano que todavía tenía sujeta a la reja. Sus ojos le brillaban con codicia mientras me estrangulaba presionando con fuerza contra mi manzana de Adán.

—Dame la llave —exigió con su aliento hediondo chocando contra mi nariz.

—No la…

Traté de negar pero la presión sobre mi tráquea le cerraba el paso a mis palabras. Encajé el garfio en su muñeca y halé hacia abajo para arrancarme su mano del cuello, pero mientras más fuerzas aplicaba a este intento más me retorcía ella mi muñeca presa como si fuese de plastilina.

Me mordí la lengua para concentrarme en un dolor distinto y no en cómo estaba seguro que de un momento a otro escucharía mis huesos fracturarse, hasta que de la boca me empezó a chorrear lo que supuse que era una mezcla de saliva y de sangre por el sabor metálico.

Sus uñas se hundían como navajas en la delicadeza de mi piel hasta hacer brincar lágrimas, me concentré tanto en ellas y en seguir respirando que cuando me soltó la mano no fui tan rápido como ella, que en un ágil movimiento llevó sus dedos a un pliegue de su bata y subió a mi cuello, acorralándome con un pedazo de espejo roto.

—Dame la llave, no estoy jugando.

—Yo nunca bajaría hasta aquí con la llave —respondí con dificultad—, me vas a matar y aun así no podrás salir.

—Mentiroso. —La seguridad en sí misma la hizo presionar con más fuerza el filo del vidrio contra mi piel. Tal era la presión que creí que si respiraba con demasiada fuerza mi carne cedería a una cascada de sangre—. Siempre has sido tan mentiroso… pero yo te parí, no puedes engañarme.

—Es en serio, mamá, te lo juro.

—La escuché. ¡La escuché! Dámela o te voy a matar y te revisaré pedacito por pedacito hasta que la consiga.

—¿Matarías a tu propio hijo? ¿Eso le hiciste a mi tío John?

Debí hacerle caso a mi padre sobre lo volátil de pegarle el pasado a la cara a mamá. Tal vez, si la hubiese mantenido en el presente, bajo la ilusión de una familia feliz, y hubiese hecho las preguntas a Tinker Bell  o a mi padre, no habría sido apuñalado con la punta de aquel vidrio oxidado con odio y tormento.

Me lo clavó en el hombro. Hoy soy capaz de pensar y de llamarme estúpido por no reponerme al instante, arrancarme el cristal y detener la huida de mi madre luego de que me quitara la llave del bolsillo de la gabardina. Pero en ese momento solo fui capaz de pegarme contra la pared con los ojos fuera de órbita, llorando sin lágrimas, rezando sin fe, herido por fuera pero sintiendo que lo que se desangraba era mi alma.

Porque el lazo de madre e hijo es el único eterno; nadie despierta un día con el poder de borrar quién lo parió, y ninguna mujer puede amanecer de pronto divorciada de su hijo.

Uno espera que lo único en esta vida que es inamovible, si bien no puede ser perfecto, sea genuino. Queremos creernos inmune a cualquier mal con el escudo del único amor verdadero; nos aferramos con garras de acero a la esperanza de que nos podemos presentar desnudos y desarmados, seguros de cerrar los ojos y dejarnos llevar, ante quien nos cargó en su vientre por nueve meses y sufrió el parto solo por darlos la vida. Confiamos en que en una relación así no hay posibilidad de traiciones; yo creía en eso. La única fe que profesé en mi vida fue hacia el amor materno, y desperté ateo sobre un charco de mi propia sangre con un cristal de ruptura clavado en el hombro como la certeza de que acababa de quedarme huérfano.

♧♧●♧♧

Nunca supe cuánto tiempo estuve desmayado, solo que cuando desperté ella, y todas las velas del sótano, habían desaparecido.

Subí las escaleras entre mareado y tambaleante. No me atreví a arrancarme el trozo de espejo del hombro por la paranoica idea que se aferró a mi cabeza de que me desangraría si lo quitaba.

Cada rincón de la casa reposaba en una oscuridad fúnebre, ni una sola de las velas de los tantos candelabros estaba encendida, como si el aliento de la muerte hubiese pasado soplando cada una de ellas en su paseo por la casa.

No fue hasta que llegué a la sala que descubrí que las velas no habían sido apagadas sino derretidas, a excepción de una de ellas. Esta que había sido dejada en el centro con su llama consumiendo su cuerpo y los restos de lo que alguna vez fue esparcidos a su alrededor, aferrándola con más firmeza a la madera del suelo. Estaba ahí para iluminar, aunque fuese de forma vaga y espectral con sus sombras cobrizas, las paredes que habían sido convertidas en murales de la última gran obra de mi mamá.

Fantasmas de cera acechaban mi hogar. No había un lugar al que pudiera voltear sin ver sus bocas monstruosas donde mi cuerpo completo cabría sin dificultad, o esos hoyos negros que personificaban sus ojos.

Mi madre no se podía ir sin dejar un precedente antes de la catástrofe que debía estar ideando, o ejecutando, en ese preciso momento en donde quiera que estuviese.

Mi padre abrió la puerta y franqueó con sus ojos las sombras hasta alcanzar mi mirada. Lo supo entonces, antes de que yo le dijera:

—Se acabó.

Entonces se percató del pedazo alarmante de vidrio que me sobresalía tan cerca del cuello, y de los litros de sangre seca que con toda seguridad decoraban mi cuerpo como tatuajes de la tragedia.

Me cargó como a un bebé y yo me rendí en sus brazos, como un títere cansado de la función que se entrega a manos de su fabricante con la fe puesta en que recibirá el descanso ansiado, o se transformará en un niño de verdad.

Anita nos recibió con espanto, y si bien se repuso para limpiar mi herida y suturar con la mente fría y el pulso quieto, tardó mucho más en borrar la alarma de sus ojos que la vez que atendió la puñalada de mi padre. Puede que fuese porque en esa ocasión me atendía a mí, o porque la vez anterior no acababa de enterarse de que su niña estaba embarazada.

—No te voy a creer jamás lo que sea que vayas a inventarme sobre esto —dijo a mi padre, con calma pero con una cruel determinación, mientras se aseguraba de que la anestesia me dejó la piel insensible antes de comenzar a suturarla.

—Tampoco me vas a creer la verdad.

Anita se tomó un momento para mirar a mi padre, yo la imité para no perderme de lo que pudiera leer en su mirada. Nunca lo había visto con tanta culpa sobre las pupilas.

—¿Cómo permitiste que le pasara algo así a tu hijo?

Con eso mi padre se echó a llorar y Anita no dijo ni una palabra más hasta que el último punto estuvo en su sitio.

—Al final no era gran cosa, la sangre puede ser escandalosa, pero no se rompió nada importante. Eso sí, era una perforación muy profunda que pudo haber terminado mal. Muy mal, Garfio. Lo pudo haber matado.

—Lo sé, lo sé.

Mi padre todavía tenía los surcos de las lágrimas marcando su cara.

—Si piensas que te voy a dejar que te lleves a Iván de esta casa… —espetó Anita señalando a mi papá, furiosa—. Es que no llamo a la policía porque tengo esperanza de que haya una buena explicación para todo esto. Pero de aquí no te lo llevas, y hablo muy en serio.

—¿Podemos hablar en otra parte? —preguntó mi padre, sorbiendo por la nariz.

—Ivancito, cariño… ¿Te parece si vas a ver a Tina a su cuarto? Seguro le haces una falta tremenda.

Asentí y me levanté, pero antes de marcharme abracé a mi padre y dije unas honestas palabras que no recordaba cuándo fue la última vez que dejé salir de mi boca.

—Te amo, papá.

Y lo dejé llorando.

♧♧●♧♧

—Por Dios, Martina, te ves horrible.

Mi amiga me miraba con cara de asesino serial acorralado, con la nariz enrojecida de tanto estrujarla y sus ojos, que ya de por sí eran enormes, agigantados por la hinchazón del llanto. Vestía solo un largo suéter peludo con el cual cubría también sus piernas recogidas.

—¿Mi mamá no te contó? —preguntó con la voz congestionada.

Entonces no sabían que yo sabía. Mejor aún, no sabían que yo había sido el causante de que los padres de Eliot Marquina se enteraran y probablemente hablaran de inmediato con la señora Anita.

No tenía ganas de escuchar la historia de nuevo, así que le dije una verdad a medias.

—Ya lo sé, pero no fue tu mamá la que me contó.

—Maldita sea —Se pegó con las manos en el rostro. De alguna forma me desconcertó más oírla maldecir que enterarme de su embarazo—. Así que ya todo el pueblo sabe, justo lo que me temía.

—Bueno, Marti… algún día se iban a enterar, no es como si te pudieras tragar la barriga.

Me miró con odio plausible, capaz de silenciar todas las bromas que se me ocurrieran al respecto.

—No tendrían que haberse enterado nunca.

—No pensarás… —Su silencio fue suficiente respuesta—. No, Martina, ¿cómo se te ocurre?

—¿Y a ti qué te importa?

—¡Claro que me importa!

—Pues párelo tú.

—Pero no fui yo quien…

Lo habría dicho, en serio, pero una almohada me cayó sobre la cabeza como una piedra. Martina, hecha una energúmena e insatisfecha al ver que no me disloqué el cuello con eso, me lanzó a Brillantina no sin antes gritarme que me odiaba con toda su alma.

El felino mimado no tenía puestas sus botas así que se me clavó en la piel como una más fiel representación del daño que quería hacerme mi amiga por mis palabras.

—Tú no sabes nada. Las personas que no saben nada no deberían opinar.

Me arranqué a Brillantina del cuerpo y con ella se fueron largos retazos de mi ropa.

—Es que no entiendo, Martina. Si no querías tener un hijo para qué… para qué… Ya sabes, eso. ¿O él te obligó?

—Iván, ¿qué dices? Eliot no me obligó a nada. Las personas que se gustan se besan, Iván, y los besos siempre te hacen querer más. Y más. Y puedes aguantarte unos días, pero otros no y tiene que ser el otro el que pare. Hasta que llega el momento en que ninguno quiere detenerse. Tú también lo harás, y espero que no tengas la mala suerte que tuve yo.

—Yo no lo haría a esta edad, nunca. Tú apenas tienes quince años, Martina.

—Cumplí dieciséis ayer. ¿Verdad que no cambia nada?

Enrojecí, avergonzado por no acordarme de la fecha.

—Lo siento, Marti, ha pasado tanto estos días que me olvidé de que ya estamos en septiembre.

—¿Te parece que eso tiene relevancia ahora?

—¿Prefieres escucharme decir eso que no quieres que diga aunque tengo razón?

—Iván, te quiero, pero no te voy a permitir que me juzgues si nunca has estado en mi posición.

—Pero… ese no es el punto —discutí, ya que ella me estaba dando alas—. Lo que importa es que lo hiciste, y es tu error, no el de… lo que está en tu barriga.

—“Lo que está en mi barriga” es asunto mío. No lo vas a parir tú, ni Eliot, ni mi madre. Tengo demasiados sueños en mi cabeza, Iván. Ninguno incluye ser mamá. Ninguno es posible con un bebé en mi vida.

—¡Claro que sí!

—¡¿Y tú qué coño sabes?!

—Solo sé que no puedo creer que tu mamá esté de acuerdo con esto.

—¡Cállate, Iván! Mi mamá no sabe.

—¿Qué?

—Se lo dije —musitó. Nunca la había visto tan frágil, tan rota—. Pero me lo prohibió.

—¿Y piensas terminar el embarazo de todas formas?

—Por supuesto, para ella tengo la misma respuesta que para ti: que lo para ella.

—Martina, pero si tu mamá y tú se cuentan todo… ¿Cómo puedes no querer ser madre teniendo una mamá así? ¿Cómo puedes querer desobedecerla?

—Porque es mi vida, mi futuro. Me acuesto pensando en que algún día amaneceré siendo ella… y me despierto llorando. Las madres siempre dicen que aman a sus hijos, ¿pero te has puesto a pensar en la cantidad de cosas de las que se arrepienten? ¿La cantidad de cosas que dicen que quisieron hacer o ser y nunca pudieron? No quiero la vida de una madre, y me rehúso a casarme con Eliot porque tampoco quiero la vida de una esposa. No quiero vivir por y para nadie más que para mí. Y si un día soy, y hago, todo lo que quiero y me doy cuenta de que me hace falta alguien a mi lado, que sea entonces que decida y no ahora cuando voy a pasar el resto de mi vida pensando en lo que pudo ser.

»Porque no es como si en cinco años pueda decidir que ya no me gusta ser mamá y dar marcha atrás, o entregar al niño y empezar con mi vida de nuevo. Si tengo este bebé será para siempre, y no sabes lo que me enerva eso.

—Pero, Martina, escúchate... —la señalé de arriba a abajo, mis ojos desorbitados de espanto—. ¿Cómo puedes hablar así de...?

—No sabes lo que odio que personas como tú —interrumpió—, que no tienen que sufrir el desgarro de una noticia como esta, atravesar un embarazo, el parto… renunciar a su autonomía, sus sueños y empezar a vivir solo como el puente para otra persona… me juzgue, me condene y me diga lo que tengo que decidir en mi vida.

—Perdón, Marti. No lo hago por mal, es que me cuesta imaginarme que una madre pueda pensar así como tú… ¿Qué madre no ama a sus hijos una vez los pare? Hablas como si después de tener al bebé no se vaya a convertir en la cosa más importante de tu vida, como si pensaras que seguirá siendo un desconocido.

—Ay, Iván. No sabes nada. Por supuesto que se convertirá en la cosa más importante en mi vida, en la única cosa que importe en mi vida. Y no quiero eso. ¿Por qué crees que tantos padres presionan a sus hijos para que sigan sus sueños frustrados? Es el único desahogo que les queda porque sienten que para ellos no hay oportunidad, así que viven a través de sus hijos. Odio que me digan que lo voy a terminar amando, no sabes cuántas veces me lo ha repetido mamá. «Cuando nazca, lo amarás». «Espérate a que siga creciendo y se convertirá en el amor de tu vida…»

»¿Sabes que siento a medida que crece? Rabia. —Temblaba de ira con lágrimas derramándose de sus ojos mientras hablaba—. Siento tanta impotencia a medida que el tiempo pasa sin yo poder hacer nada. Cada día bajan mis posibilidades de acabar con esto, cada día siento cómo se fortalece su vida mientras succiona la mía. Y lo odio. Lo odio con toda mi alma. Y odio a mi mamá, y los padres de Eliot, y te odio a ti por hablar sin saber. Y odio a Eliot porque no escapó cuando se lo pedí para ayudarme a acabar con esto. Los odio a todos, pero sobre todo a eso en mi vientre que ni siquiera tiene forma todavía.

»Anoche tuve otra pesadilla. Yo estaba pálida. Pero no un pálido blanco sino más grisáceo. Y estaba demacrada. Cada vez me iba haciendo más débil, puro hueso, mientras él se fortalecía. Y yo gritaba y gritaba y pedía a todos que me ayudaran y que por favor me lo sacaran, que me comía por dentro. Y nadie me ayudó. Todos me decían que era por mi propio bien. Por mi propio bien, y me estaba muriendo. «Lo vas a adorar», me decían. Y yo solo lloraba y lloraba porque sabía que nunca podría amar a nadie capaz de hacerme tanto daño, alguien que iba a matarme a mí para vivir él…

—Para —le pedí secándome los lagrimales—. Para, Martina. Duele escucharte hablar así. Me imagino a mi mamá y… —Negué—. Incluso ella fue más valiente que tú. Ella sí me permitió vivir e incluso así...

—Si crees que porque tu mamá decidió tenerte a los dieciséis tienes la verdad absoluta, estás mal. ¿Crees que no se imagina una vida sin ti cada vez que se queda sola en la casa limpiando, cocinando, cada vez que soporta tu desobediencia, cada vez que tu padre llega tarde, cada vez que le levantas la voz, cada vez que haces algo por tu cuenta, cada vez que le ocultas algo? Creerás que no, pero mi madre, que parece la perfección hecha humano, cada vez que la hago enojar me saca en cara llorando todo lo que abandonó y todo lo que ha tenido que soportar por mí. Y no me tuvo adolescente.

—Mi mamá me apuñaló.

Martina quedó helada, silenciada en seco. Abrió la boca como para decir algo, pero me adelanté.

—Y antes ya había hecho otras cosas que me dolieron más. Si vas a traer a ese niño a este mundo para tener una vida como la mía… hazle un favor y no lo traigas.

—No sé cómo. —Se echó a llorar. Me subí a la cama a su lado y la abracé con toda la fuerza que le quedaba a mi yo moribundo—. Es ilegal. Eliot y yo íbamos a escaparnos a un sitio donde lo hacen clandestino, pero ahora mamá no me deja salir ni a la puerta. Sabe muy bien cuáles son mis intenciones.

—Qué horror, Marti. ¿Así, nada más? ¿Estás obligada a dejarlo crecer? —Mi amiga asintió llorando, luego recostó su cabeza en mi hombro. Me gustó acariciar su melena enredada, y Brillantina se nos unió para secar con su pelaje las lágrimas de su dueña—. No imagino tu impotencia.

—Es una película de terror, Iván.

—Pero me tienes a mí… Bueno, no es como si fuese un consuelo ni nada para todo lo que estás pasando… me refiero a que aquí estoy para apoyarte si se te ocurre un plan, o si quieres que te ayude a pensar en uno.

—¿Te he dicho que te amo? —preguntó antes de plantarme un beso en la mejilla.

—Yo lo dije una vez. Dije que me llevarías al infierno pero que de todas formas te amo.

La hice reír por lo bajo. Nunca sentí una victoria más grande.

—Ay, Iván. No sabrás muchas cosas pero eres un buen mejor amigo.

Entonces fui yo quien la besó, en su frente y luego en su maraña de cabello.

—Oye… ¿por qué nunca me contaste lo de Eliot? ¿Creíste que me pondría celoso o algo?

Ella se sentó de sopetón, alejándose de mis brazos y me miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo iba a creer que te pondrías celoso? ¿Estás loco? Yo sé que te gustan los hombres.

—¿Que me gusta qué cosa? —pregunté con un bufido nervioso.

—Ay, no te hagas, Iván, nunca se me olvida cómo hablabas de Claxon luego de que desapareció. Estabas enamorado hasta de cómo movía las cejas.

—Pero… —Al principio pensé en considerar sus palabras, luego lo descarté y me lancé a negarlas de inmediato—. No, estás mal. ¿Cómo podría haberme enamorado de Claxon? Es un hombre. ¿Dónde has visto una familia con dos papás? Se supone…

—Se supone que nada. Tú supones porque no es con lo que creciste y porque los libros que lees no tienen mucha visibilidad homosexual por la época en que fueron escritos y el amor entre hombres lo camuflaban con una buena amistad. Pero no te alarmes, es de lo más normal del mundo. ¿En serio no lo habías pensado? Pff, si yo me di cuenta enseguida que Claxon te movía el piso. Te gustan raritos, al parecer.

—¿Me estás hablando en serio?

—Piénsalo bien, la respuesta está dentro de ti, pero eso percibí yo. Lástima en serio lo que le pasó, me habría gustado verte amando.

Me mordí el labio. Estaba tan nervioso que me temblaba todo el cuerpo.

No sabía si debía contarle porque ni siquiera yo mismo entendía si había algo que contar, pero de todos modos me arriesgué a decir:

—¿Y si me gustara otra… persona?

A Martina se le iluminó el rostro desde las mejillas hasta la frente.

—¡Cuéntame!

—No, Marti, no lo sé. Pero creo… creo que es posible. Pienso mucho en él.

—¡Sí es hombre! —exclamó triunfal y se lanzó a dar vueltas de emoción en la cama.

Yo sonreí, cabizbajo para ocultar mi iluso sonrojo.


—Sí, lo es —susurré, todavía ensimismado en la timidez de aquel sentimiento—. Pero creo que también me gustan las mujeres, estoy seguro de que me gustó una en algún momento. Debo estar mal.

—No lo estás, tontito. —Se acercó a mí y me dio otro beso en la mejilla—. Solo eres bisexual. Ahora… ¿te parece si me explicas toda esa sangre, la venda y lo que dijiste de tu madre?

—No, en serio, Marti. ¿Y si dormimos? Te prometo que mañana te explico todo, si es que no viene la policía a buscarme en un rato.

—¿La policía?

—Tenía a mi mamá secuestrada en el sótano… —Levanté las manos para callarla—. Sé que suena horrible, pero es peor. La cosa es que ahora se escapó y si no viene a matarnos es probable que vaya con la policía y les cuente... no sé ni qué les va a contar.

—¿Sabes qué? Tienes razón, es mucho con demasiado. Acepto tu oferta de dormir. Más tarde pensaremos en algo.

🧚‍♂️🧚‍♂️💫🧚‍♂️🧚‍♂️

Nota:

Este es uno de los capítulos más dolorosos que he escrito. Espero que me cuenten qué les parece, qué piensan de lo que dijo Martina, qué creen que pasó con John, qué creen que está planeando Wendy, qué piensan de la confesión de Iván, ¿creen que sí es bisexual, y que le gustaba Claxon? ¿O solo está sugestionado por las palabras de Martina y le gustan las mujeres únicamente?


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