21: Un triángulo amistoso, amoroso y obsesivo

El doctor me dejó de examinar. Se suponía que debía permanecer sentado en el interior de la pequeña habitación donde se me hizo el chequeo, pero en cuanto lo vi levantarse para ir a comunicar su análisis a mi padre, me escabullí detrás de él. Lo seguí hasta la sala de su hogar donde mi padre debería haber esperado sentado, pero estaba dando vueltas por toda la estancia, acomodándose los lentes intactos, inspeccionando los adornos y volviéndose a sentar. Aproveché la distracción para sentarme tras el respaldo de un sillón, con las piernas recogidas y mis brazos alrededor de ellas.

-¿Cómo lo ve? -preguntó mi padre.

-No le tengo malas noticias, pero tampoco unas muy alentadoras -respondió el doctor-. No he podido examinar la mano. Se ve limpio, no hay signos de infección y el chico asegura no tener sensación de ningún tipo, pero no puedo mirar la herida. Está demasiado encajado el garfio, se aferra a la piel y amenaza con desgarrarse cuando lo fuerzo. No hay modo, mi única sugerencia es amputar hasta el codo y hacer un muñón limpio. Las desventajas son las obvias, tendrá mucho menos brazo y no estoy seguro de hasta qué punto le servirá una prótesis.

-Hasta ninguno -expresó mi padre con resignación-. Está claro que no volverá a usar su mano izquierda. Parece un chiste que ese garfio le sirva más que nada, pero confío en que quienes le hicieron eso, pese a su retorcido humor, se encargaron de hacer un trabajo limpio. Le dejaremos el garfio.

-Pero... -El doctor hablaba con cautela, pero se notaban sus ganas de expresar su preocupación-. Hay riesgo de infección, no sabemos cómo ha sido curada la herida antes de meterle esa... cosa. Y ese metal puede estar oxidado por dentro. No veo signos preocupantes, pero es mejor descartar...

-Me dice que no siente nada, ¿no?

-Pues no, pero...

-Esa me parece una buena señal. Si se le pone morado el brazo, lo llamaré, mientras tanto no le voy a poner a mi hijo para que usted se ponga a jugar a Operando hasta que se canse de cortar.

-Pero, Capitán... esa decisión no es suya. Hablamos de la vida de su hijo, corre el riesgo de una gangrena y si...

Detener aquella discusión estaba por completo en mis manos. Sabía bien lo que quería y lo que no, y si algo no me preocupaba llegados a ese punto de mi vida, era ese garfio. Un pequeño artefacto que no me provocaba dolor, que me hacía incluso más interesante, que me permitía muchas más acciones de las que un sucio muñón lo haría jamás, no sería un problema nunca.

Salí de mi escondite.

-Me quedo así -dije apático.

El cirujano parecía consternado, sin duda se preguntaba si estamos todos locos.

-Niño, no puedes...

-Sí puedo, usted lo ha dicho, esta es mi decisión. -Me encogí de hombros-. El garfio me gusta, y no quiero más cortes.

-No sabes lo que...

-¿Nos podemos ir, papá?

Mi padre asintió y desaparecimos de aquel lugar. Sería la última vez que visitara un doctor en mi vida.

Los días que siguieron fueron una guerra fría entre aquellos que esperaban una explicación, y mi padre, que me ocultaba tanto como le era posible para que yo pudiera evitar darlas. Sumados todos los regalos que recibí en mis cumpleaños y navidades no llegarían ni a la mitad de todos los que me llevaron luego de aparecer.

La conversación con mi padre fue un trago amargo que pronto fue sustituido por un delicioso plato caliente de complicidad. Éramos un equipo. No hubo una noche después de esa en que él no llegara del trabajo con un obsequio, una historia o su bitácora del día. Me respondía a todo lo que yo preguntaba, y con el tiempo yo también me abrí hacia él. Creo que nunca habíamos visto con más claridad los errores del pasado, y ninguno estaba dispuesto a repetirlo.

Como aquella noche que la puerta del barco se abrió luego de volver del doctor.

-¿Me odias? -pregunté con la garganta ardiendo de hambre, remordimiento y sed. No solo estaba sucio y andrajoso, lleno de rasguños y heridas que no se explicaban con un simple «me caí», sino que hasta entonces no había notado que en mis más de dos días desaparecido no había probado ni la tierra por la que me había arrastrado, ni el rocío de Larem me había tocado la lengua.

Estaba débil, daba vergüenza y lástima, me temblaban hasta las pupilas y sobre todo prefería tener esa conversación luego, o mejor nunca.

Mi padre, comprensivo en su silencio, no contestó mi súplica mientras me dirigía al cuarto de baño. Él mismo me desvistió y me dejó reposar en el agua caliente de la tina de piedra mientras se iba a buscar la comida que mi madre había preparado.

Comí, bebí, me aseé, y cuando estaba a punto de cantar victoria con mis ojos cerrados sobre mi cama, siendo arropado por mi progenitor, este abrió la boca.

-Me odio a mí. Lo que le hemos hecho a tu madre... es demasiado. Cuando supe que habías huido no te culpé. La culpa es mía, jamás debí meterte en esto, debí...

-No tiene nada que ver con eso, papá. Y no hui de nada, te lo juro. Es otra cosa.

Asintió sin estar convencido. Mis palabras no habían hecho más que acariciar su culpa disfrazadas de condescendencia, él no podía verlas desnudas como lo que eran: la verdad.

Con un beso en mi frente pretendió zanjar el asunto y escapar de lo que era para él el calvario merecido por sus fechorías, pero le atrapé la mano antes de dejarle marchar y me senté en la cama para afrontar con valentía el peso de mis actos. A cualquier otra persona le habría hecho pagar por mis imprudencias, pero no a la consciencia del único familiar que me quedaba realmente.

-Me escapé, pero no porque estuviese huyendo. Y lo que le hacemos a mamá es horrible depende de quién cuente la historia. La verdad, y esto es lo único que importa, es que no tenemos otra forma de defendernos, ¿okay?

Se me hacía raro ser yo el que le infundiera fuerzas, el que apretara su mano y represara las lágrimas de sus ojos, pero lo prefería así a verlo derrumbado.

-¿Por qué te irías entonces?

-Para robar -confesé-. El libro que encontraste dentro de mi gabardina es algo que me ha estado volviendo loco casi desde que llegamos, papá. Es una historia... Digamos que está basada en hechos reales.

-¿Estás diciendo que te pasó todo eso tratando de robarte un libro de la biblioteca? -inquirió sin tragarse ni la mitad del cuento.

-No, papá -me reí, le estaba contando la verdad pero era difícil convencerlo de ella por lo inverosímil que era-. Ese es el punto: yo no habría tenido que pasar por todo esto si este fuera un libro que se pudiese conseguir en la biblioteca.

-Bien. -Asintió. De pronto empezaba a ceder a mi historia, a mi verdad-. ¿A quién se lo robaste?

-A Pencil Pan.

-¡¿Pero qué...?! ¡¿Te volviste loco?!

De pronto se levantó, miró la alcoba como si meditara la opción de ponerse a caminar de un rincón a otro, pero enseguida se volvió a sentar. Fingió una actitud más serena, pero el hecho de que se quitara los lentes me reveló que sus nervios no estaban para nada controlados.

-Ese hombre, Iván. -Negó con la cabeza, preocupado-. Preferiría que me dijeras que intentaste robarle al diablo.

-Sí, papá, creo que me volví loco. -Respiré profundo, preparado para contar lo que jamás había dicho en voz alta-. Sé más de lo que crees, sé más que la mayoría en Larem, tal vez exceptuando a la policía. Fui un estúpido, podría haber ayudado en tu investigación pero no te dije nada porque sabía que intentarías detenerme.

-A ver, Iván, ¿qué tiene que ver ese libro con Pencil y la policía?

-Bueno, no mucho, pero me llevó a Alicia Carrol. -A medida que hablaba estudiaba su mirada, su reacción. Necesitaba confirmar en él que mis descubrimientos eran ciertos-. Por Motivo para matar conocí a Alicia y por ella a Alice Carrol y su historia con el señor Pan. Y de ahí, la historia de Peter. Solo quería leer el final del libro, saber qué crimen cometió a Alicia que maldijo a su hijo y a su nieto de esa forma. Y Nadie, o como se llame, me dijo que su papá tenía el libro en su biblioteca, así que me colé en el caserón. Esa es la versión resumida.

-¡No me jodas, Iván! -Era difícil discernir entre si él estaba muy horrorizado o muy orgulloso-. ¿Cómo entraste ahí?

-Como he conseguido todo lo que sé. Vigilando, inmiscuyéndome, preguntando.

Con una confesión tan temeraria como esa yo habría esperado una bofetada, pero lo que recibí me dejó de verdad estupefacto: mi padre se reía. Una risa clara y espontánea, imposible de fingir.

-¿Papá...?

-Sé... -Le faltaba el aire de tanto reír-. Sé que no debería reírme, que esto es serio, pero es que eres tan Garfio que tu mamá te mataría.

-Lo sé. -Logré sonreír, cómplice en su broma.

-Entonces te metiste al caserón Pan y ese malnacido de Pencil te cortó la mano para enseñarte a no robar sus cosas -aventuró mi padre.

-Ehh... es una idea muy cercana a lo que pasó, sí.

Mi padre asintió, serio de pronto.

-Les voy a caer con todo. Ya tengo las razones que me faltaban para meterme en esa mansión diabólica.

-No, papá -me sobresalté en la cama, negando frenético para hacerle desistir de su idea-. Yo me metí a su casa. Él puede decir que se estaba defendiendo o denunciarme por allanamiento o algo así. Papá, evitemos el escándalo, lo que sea que quieras hacer no me va devolver la mano y de verdad no vale la pena. Por favor.

-Espera, si te descubrió robándole... ¿cómo es que saliste con el libro? ¡No me jodas, Iván! ¿Preferiste el cochino libro que a tu mano?

-¡No! Al menos no tuve elección.

Me mordí los labios, pensando si debía decir lo que estaba a punto, pero sabía que no iba contenerme. Una vez has empezado a decir la verdad se vuelve más adictiva que una mentira.

-El hijo de Pencil me llevó el libro a Nunca Jamás. ¡No, no te alteres! No pasa nada ahí, no hay nada, en realidad. Es solo un bosque.

-¡Yo sé que es solo un bosque! ¿Crees que la policía no entra a investigar cuando desaparece un niño? Conocemos cada árbol, rama y madriguera de ese lugar, pero eso no quita el hecho de que cosas verdaderamente macabras pasen ahí.

-Sí, pero no todo el tiempo.

-No, no todo el tiempo, pero cada vez que un niño pone un pie ahí es un disparo más en esta ruleta rusa.

Tragué en seco. Tenía tanta razón que de pronto temí por Nadie y sus excursiones esporádicas.

Y sin embargo, no fue por él por quién ahogué. No entiendo por qué lo hice.

-Peter no es culpable, papá -dije en un hilo de voz.

-No conoces a Peter, hijo -zanjó mi padre-. Aléjate de esa familia.

-Es cierto, yo no lo conozco, pero tú sí -le acusé, más esperanzado que molesto-. Abre el libro, dentro encontrarás una foto de mamá con él. No puedes negarlo, ya lo sé.

-No sigas -pidió con los ojos cerrados con fuerza-. Y tampoco le recuerdes a tu madre sobre eso, Iván. No puede ni siquiera cruzarte por la cabeza ese pensamiento.

-¿Qué más da lo que le recuerde? Está más encerrada que gallina en un corral.

Mi padre no participó de mi chiste, mirándome con ceño y hablando con una ligera reprimenda al agregar:

-No por eso vamos a desmoronar la poca estabilidad que le queda. Hablarle a tu madre de esos días, y en especial de Peter, sería como quitarle el seguro a una granada y metérsela en la boca.

-¿Y tú? -pregunté-. ¿Tú tampoco puedes hablar de eso?

-Yo a ti te puedo hablar de lo que quieras, menos de los secretos que le corresponde a ella decidir a quién confía. Pero te puedo contar mi historia, si eso quisieras.

Me removí en la cama, inquieto y ansioso. No podía creer lo que estaba escuchando.

-¿Hablas en serio?

-¿Por qué te cuesta tanto creerlo? Compartimos secretos más oscuros de los que estoy a punto de contarte.

-¿Por qué me los ocultaste entonces?

-Por tu mamá, porque están ligados a un pasado que los dos quisiéramos prender en candela. Me habría gustado no tener que revivirlo, pero a estas alturas prefiero decírtelo yo a que vayas a preguntarle a Peter en persona y te haga quién sabe qué.

-¿Él es peligroso?

-Peor. Es una máscara. -Exhaló con fuerza, como preparándose para lo que venía, y yo temblaba en anticipación-. Yo llegué a Larem en cuarto grado. A tu abuela le habían hablado maravillas del pueblo y quería enseñarme a ser un niño de verdad, no de esos que hay ahora en las ciudades. Como tú, me enamoré, de más de una cosa. Me hice amigo de Peter al salvarlo de unos brabucones, y por consecuencia conocí a Alister. Ese sí que era todo un personaje.

Mi padre sonrió. No importa lo que dijeran sus labios, sus ojos me hablaban de una nostalgia y una añoranza que él jamás me confesó.

-Alister era el hijo de los alquimistas Bell -siguió mi padre, sentándose al borde de la cama junto a mí-. A esa familia todos los llamaban «las hadas» diciendo estupideces como que lo que hacían era magia. Suena bien cuando lo cuento así, pero si hubieses visto cómo lo decían los demás niños, habrías llorado. A veces... -Mi padre negó, como ahuyentando esos recuerdos-. Los niños pueden ser crueles. Una vez acorralaron a Alister contra un paredón entre varios chicos para obligarlo a hacer magia. Una vez lo subieron al techo del colegio para que volara. La mitad del tiempo quería matar a todos con mis propias manos.

»Por suerte Alister era un duro y Peter un sádico, a ninguno le molestaban realmente los demás, le daban igual, solo a mí me afectaba que se metieran con mis amigos y por eso los defendí a los golpes. Yo era popular, ¿sabes? Pude haber sido quien quisiera ser, pero preferí lo que para mí era el bando correcto.

-Iban al bosque a escribir, ¿no?

-Íbamos al bosque por cualquier cosa -respondió con una ligera y traviesa sonrisa reprimida en la comisura de sus labios-. Escribíamos solo cuando no había nadie mirando, pero discutíamos sobre escribir siempre que estábamos juntos. Alister no, por supuesto, pero él y sus inventos siempre contribuyeron en nuestras tramas más de lo que admitíamos.

»Lo que siempre se hacía en el bosque sin falta era llevar a los niños para que Peter le leyera nuestras historias. Antes de mí solo le contaba cuentos de su autoría, pero con mi incorporación en su vida él no iba a dejarme fuera de algo que era tan especial para mí. Yo lo amaba, me he encaprichado con muchas personas pero nunca amé a nadie como a Peter, el niño que me mostró un mundo de pesadillas y lo convirtió en la historia más fascinante de mi vida, ese al que veía todos los días siendo el mismo mientras yo crecía irrevocablemente, cada vez más lejos de él y con más ganas de poder aferrarme a mi niñez como él lo hacía. Yo era su refugio, su guardaespaldas, y él la puerta a un mundo de sombras que más que asustarme me fascinaba, el secreto protagonista de todos mis relatos.

»Y aunque algunos lo notaban y pensaban que Alister podía estar celoso, no era así. Peter en su inocencia que nunca acababa, era imparcial. Pasaba tiempo con ambos, se quedaba a dormir tanto con los Bell como conmigo y mamá; cualquier cosa para alejarlo de los fantasmas de su casa, aunque a él como que no le importaban mucho. Y yo quería a Alister con todo mi ser, me caía muy bien y su compañía era garantía de diversión, aprendizaje y carcajadas. Solo que no era Peter, claro. Peter era especial.

Lo miré como en medio de una ensoñación, pero ese efecto sufrió una fractura cuando mi padre me miró a los ojos, sombrío, y añadió:

-Yo lo traicioné. A Peter. A mi mejor amigo. Y solo Allister sabía de mi secreto.

Tragué en seco.

-¿Qué hiciste?

-Me gustaría creer que no fue del todo mi culpa. -Movió la cabeza de un lado a otro de forma dubitativa-. Yo llegué en cuarto, nadie me dijo que ella ya vivía dentro de un corazón, y no era el mío.

-Oh. -Abrí los ojos en sorpresa y comprensión-. Hablas de mamá.

-Si yo amaba a Peter no te puedes ni imaginar lo que tu mamá sentía por él. -Mi padre se acomodó los lentes, lucía incómodo al narrar esa parte-. Ella nació en Larem. Su historia con Peter comenzó inmediatamente empezaron a estudiar juntos. Tuvieron el amor más empalagoso e infantil posible, y yo tenía que soportar sus encontrones, sus agarradas de mano secretas, las carticas de amor y las historias escalofriantes que él le dedicaba e incluso que lo ayudara a contar cuentos a los niños. Según sé, era algo que hacían desde su primer encuentro. Ella fue a la primera persona a la que Peter le contó su historia con pelos y señales. Peter lloró por tanto tiempo que tu madre todavía se levanta en las noches escuchando su llanto. A veces pienso que la maldijo, contándole a una pobre niña desgracias tan diabólicas.

-Peter pasó por mucho, papá -dije con cautela-. Tal vez solo necesitaba desahogarse.

-Lo sé, pero no así, no con ella. La condenó a la infelicidad, ¿entiendes? En su mente ella todavía se debe a Peter, se castiga a diario porque cree que solo es una más en la lista de males que le tocó a él.

-¿Pero qué le hizo? ¿Y por qué está contigo y no...?

Me callé de súbito. Aunque mi padre no me miró ni dio indicios de ofenderse, sé que en ese momento toqué una llaga sin sanar.

Él lo disimuló con facilidad, siguiendo tranquilo su relato.

-Como te decía, yo llegué en cuarto grado. Ellos ya tenían tres años en su romance empalagoso pero era tan secreto que en todo el primer año de mi amistad con Peter él no me confesó nada. Un largo año que bastó para que yo me enamorara de la dulce, tímida y hermosa Wendy. La mejor en clase pero sin ser pretenciosa, siempre manteniendo un bajo perfil; no salía de la biblioteca hasta que su madre la iba a buscar arrastrándola por los pelos muy entrada la noche. Cuidaba de los animales como de sí misma. Se sentaba a observar las flores del jardín por horas. Entablaba una conversación con cualquiera con tal armonía y educación que era imposible no admirarla y querer seguir escuchando su voz por horas eternas. Me dormía pensando en sus manos suaves, soñaba con su sonrisa de ángel y despertaba con la melodía de su voz clavada en los oídos.

»Eventualmente se lo confesé a Alister. Quería que me ayudara a conquistar a Wendy, estaba ilusionadísimo. Y entonces me contó lo de ella con Peter.

Mi padre exhaló, fuerte, como si arrastrara un largo cansancio.

-Mi mundo se vino abajo. Yo no podía creer que las dos personas que más amaba estuvieran enamoradas, eso me dejaba en la difícil decisión de tener que perder a una. Si escogía mi amistad con Peter debía decirle adiós a mi ilusión con Wendy. O podía escogerla a ella, y perder mi amistad.

-Pero si ella lo amaba a él... ¿qué te hizo pensar que tú tenías una oportunidad?

-Alister. -Sonrió-. Él me dijo lo que nadie quería decir en voz alta. Peter no iba a crecer, nunca, y tarde o temprano las cosas con Wendy se tendrían que acabar porque ella sí crecería. Y ahí estaría yo. Pero no iba a esperar tanto.

»Ella lo amaba, sí, pero comprendía que las circunstancias terminarían por separarlos y no se iba a sentar a esperar a que el tiempo se le pasara y perder las demás oportunidades que le daba la vida. Como yo.

-Y tú fuiste lo que Peter nunca podría ser.

-Sí, yo fui el que hacía más que tomarle la mano, y crecimos así, en mentiras, en secretos y en deseo. Pero nada más. Ella nunca me amó y nunca me amaría como a Peter. Lloraba cuando me besaba y yo lo aceptaba porque no tenía nada más, era la única forma de tenerla. Te estoy hablando de una historia que perduró hasta el último año del liceo, o secundaria como lo llaman ahora, cuando teníamos dieciséis.

-¿Y Alister, Peter y tú seguían siendo amigos?

-Más que nunca.

-No tiene sentido -negué para mí mismo-. Alguien me dijo que Alister y Peter ya no se hablaban de adolescentes.

-Y te informaste bien -dijo mi padre con una risita cómplice-. Pero la pelea fue después.

-¿Después de qué?

-Ya conociste a la hermana menor de Alister, la señorita Bell. ¿La recuerdas? -Asentí-. Pero no has conocido a su hermana, Tinker. Tinker era dos años menor que Alister, su diamante frágil, la pequeña intocable, su adoración.

-¿Y Peter y ella...?

-Sí, mucho después, pero sí. Es que Peter tenía dieciocho, y eso fue demasiado para Alister. Como si no entendiera que Tinker era al menos cuatro años mayor que Peter psicológicamente.

-¿Pero qué pasó? ¿No estaba Peter con mamá?

-Sí, claro. Hasta que no pudimos ocultar lo obvio. De no ser así, tal vez tu madre habría seguido hasta la adultez, tomándolo de la mano y acostándose conmigo.

-¿Qué no pudieron ocultar? ¿Su romance?

Mi padre dejó salir una bocanada de aire.

-No, a ti. Cuando se embarazó... Dios -Se llevó las manos a la cara-. Todavía recuerdo la mirada de Peter cuando se enteró. Era como si toda su vida de dolor y engaños no fuesen nada al lado de lo que yo le hice. Tinker Bell, que siempre admiró en secreto al maldito Peter, no perdió tiempo para ir a consolarlo y él la dejó entrar (aunque dudo mucho que por amor, sí por cariño). La quería, era la hermanita de su mejor amigo. ¿Sabes? Peter no tenía maldad, ni malas intenciones. Era un niño, y cuando quería, quería de verdad. Y cuando perdonaba, lo hacía de corazón y con toda facilidad. Y cuando lloraba, lo hacía en serio. Y cuando mentía, lo sabías. No era como yo, ni como tu madre. Ni como Alister, ni como Tink. Era una buena persona.

-Pero se metió con la persona equivocada al aceptar el consuelo de la protegida de los Bell. -Asentí, entendiendo todo, incluso obviando la triste revelación de mi concepción-. ¿Cómo se enteró Alister?

-Tu mamá. Se supone que ya estábamos juntos, nuestras familias nos obligaron a comprometernos y decidimos seguir adelante con el embarazo, pero ella no soportó la idea de que el amor de su vida se fuese con una niña rica y mimada. Aunque, pensándolo bien, me parece que lo mismo hubiese dado si Peter se hubiese quedado con una niña pobre y maltratada, a tu madre lo que le dolía es que no era ella. Entonces le contó a Alister que su mejor amigo se aprovechaba de su hermanita y este le dio tal paliza a Peter que le desfiguró la cara de por vida. De ahí comenzaron a llamarlo monstruo, cosa que comenzó el mismo Alister. Y a Tink la encerraron casi de por vida, la dieron el resto de su educación en casa y jamás la dejaron volver a acercarse a ningún Pan. Es que... Peter nos llevaba dos años legalmente, tenía dieciocho y nosotros dieciséis, y Tink dos años menos, catorce. Los Bell vieron eso como una locura, pero su amor era tan infantil como lo fue el de él y Wendy en la primaria.

»Él no crecía, pero lo castigaron por no comprenderlo. Y a tu madre no le dolió en lo más mínimo porque él no volvería a ver a otra chica en su vida. Ella se arrepiente del daño que le hizo lo nuestro, no del que ocasionó que ella le contara a Alister lo de Tinker.

-Wow.

Mi padre rio.

-Wow, sí. Pero aquí estás y eso es lo que importa.

-Pero si parece que eso es lo que menos importa ahora -bufé. Mi nacimiento era lo de menos-. Ni siquiera me has dicho por qué Peter es peligroso, me has contado la historia de una víctima, no de un monstruo.

-Es verdad, pero está lo otro, algo que pasó justo después cuando a tu madre ni siquiera se le notaba la barriga.

-¿Qué?

-Te dije, es algo de ella, no puedo contarte.

-¡Pero, papá, no jodas!

-Hey, la palabrita -exhortó con el entrecejo fruncido.

-La has dicho como diez veces esta noche, es normal que la repita -me quejé señalándolo con un dedo acusador-. ¡Termina la historia!

-Que no, que de eso no puedo hablar. Descansa.

-Pero...

-A dormir.

Un beso en la frente y asunto zanjado. No me enteraría ese día, pero al menos había ganado un aliado y mejor amigo.

🧚‍♂️🧚‍♂️💫🧚‍♂️🧚‍♂️

Nota:

En serio tengo muchas ganas de saber qué piensan del pasado de nuestros personajes. A todos les he trabajado hasta el último detalle de su vida y creo que me tienen obsesionada, así que es un alivio que poco a poco vayan sabiendo más de ellos. ¿Qué les parecen Peter, Alister, Tink, Wendy, Garfio y toda la historia que los envuelve?

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