14: Jaula humana

—¿Estás bien, Iván?

No estaba bien. Casi era capaz de sentir la fetidez de mi alma en descomposición. Los brazos de la señora Anita, la mamá de mi mejor amiga, solo empeoraban mi realidad. Ese era el abrazo de una madre, una mujer a la que se amaba no solo por haberte parido sino porque se lo merece. Habría matado por una madre así, y tal vez lo hice.

—¿Quieres chocolate o tomas café?

—¿Usted escuchó todo? —pregunté con la voz ronca, había gritado demasiado ese día.

Martina me veía desde el otro lado de su sala como se mira a un moribundo: cohibida, queriendo ser débil pero resistiendo para no quebrarme; impotente, con el deseo de hacer de todo cuando ella era nada al lado de mis problemas.

—Escuché algunas cosas, hijo —Ese día demostró su afinidad por llamarme como lo que yo quería ser—. Sobre todo las que se gritaron. No pienses mal de mí, no estaba haciendo de fisgona. Creí que tu padre te golpeaba y que habías escapado de él. Estaba alerta por si...

—Él jamás me ha puesto un dedo encima —corté antes de que siguiera.

Odiaba pensar en las ideas que podían hacerse de mi padre solo porque era un hombre, y además un miembro de alto rango en el cuerpo policial. Cumplía el estereotipo, sí, pero el monstruo era la otra.

Me acurruqué más entre los brazos de mi vecina, quien verificó que la manta me cubriera lo suficiente. Debajo solo estábamos yo y mis calzoncillos de Bob Esponja, ni siquiera había tenido espacio para la vergüenza de que mi amiga me viera así.

—Después de lo que escuché —dijo la señora Anita con un suspiro atribulado—. No me gusta la idea de que tengas que volver a esa casa.

—¡¿Tiene que hacerlo?!

Era la primera vez que Martina hablaba desde que entré.

—Me temo que yo no puedo hacer nada si su padre decide que es lo mejor. Quiero pensar que el Capitán Garfio es una persona honrada y que no permitiría...

—Lo hará —dije, ausente—. Ese es su mayor pecado. No hace daño, pero lo permite.

Mi padre no regresó en toda la noche, lo cual significó un alivio para todos. Cenamos puré de papas junto a una tortilla de huevos con salchichas, y mientras, Anita nos contaba de un supuesto tigre que tuvo de mascota cuando era una niña al que había llamado Purpurina. Según su versión, el felino escapó por celos cuando ella se metió a vivir con el padre de Martina.

Solo con ese relato entendí que la locura no era de Martina, sino de las Dupin. Una cuestión consanguínea, sin duda.

Sin embargo, no se parecían mucho en cuestión de físico. Mi amiga debió sacar lo pelirroja de su padre, igual que las pecas, y eso explicaría en parte por qué su madre lo prefirió a él antes que a Purpurina la tigresa. A quien sí se parecían ambas era a Ánica, el búho de grandes ojos negros que me observaba como si pudiera atravesarme con la mirada, invasivo en todo momento.

A la hora de dormir me mandaron al cuarto de Martina con una bata de baño a falta de ropa para mí. La niña dormiría en su espacio bajo las escaleras, del que su madre estaba bastante enterada y no ponía peros al respecto.

Me pregunté lo que se sentiría una confianza de ese tipo.

No pude quedarme dormido en ningún momento. Mis ojos no se despegaban de la silueta de los libros de las dos estanterías. Incluso con los ojos cerrados, veía las siluetas que creaban los suéteres colgados en ganchos por la habitación. Las paredes, pese a que ya no podía verlas porque la vela había sido apagada, las tenía claras en mi memoria: llenas de dibujos de Martina como detective con Brillantina en su hombro con un monóculo en vez de un parche. También escenas del crimen, laboratorios forenses, mansiones abandonadas; monstruos, cadáveres, Sherlock, Dupin, Poirot, Miss Marpple. Todos formaban una quimera de pesadilla que me acecha al comienzo de mis sueños.

No iba a pegar un ojo.

Entonces apareció Brillantina junto a mi almohada y casi me orino del susto. La risa de Martina me llegó desde debajo de la cama.

—¡¿Qué haces tú aquí?! ¿Sabes las cosas que podría pensar tu madre si nos encontrara solos y encerrados? —inquirí en serio indignado, mi voz baja aunque mi tono era grave, intentando no alertar a la señora Anita y que a la vez Marti entendiera mi punto—. No quiero traicionar su confianza.

Martina resopló con obstinación, como si no me entendiera en lo absoluto, y pensara que yo tampoco a ella.

—Relájate, gafo. Mi mamá me conoce, si me descubre aquí sabrá que vine a molestarte y nada más.

—¿Y a eso viniste?

—¿Sabías que todos hablan de ti en la escuela?

—¿Qué?

Solo porque el tema de conversación me interesaba no le reproché que ignorara mi pregunta.

—Sí —añadió con una inflexión que reservaba pata sus victorias, y se sentó al pie de la cama. Sabía que me tenía a merced de su relato—. Eres un enigma, así como para ti lo es Motivo para matar o Nunca Jamás.

—¿Por qué sería yo un enigma para ellos? Mi vida es aburrida, soy un niño aburrido.

—Exacto. —La oscuridad no me impidió que la imaginara sonriendo, sus mejillas sonrosadas a pesar de que en el tiempo que habíamos pasado sin vernos estas disminuyeron considerablemente su tamaño—. ¿No te has puesto a pensar que tal vez las preguntas que te obsesionan tenga una respuesta aburrida?

—Yo... —No, me negaba a creer algo así—. ¿Pero por qué les intereso?

—¿Cómo que por qué? —Sentí cómo se arrastraba más hacia mi lado de la cama—. Eres el hijo del afamado Capitán Garfio, tal vez el policía más importante que llega a resolver el caso más extraño del mundo. Entonces te mudas a la casa barco, que ha estado abandonada por décadas ya que, además, ocurrió en ella un crimen espeluznante que nadie recuerda. Eres solitario, no se te conoce ningún amigo, no sales nuuunca, vives encerrado en tu casa como si... —La voz de Martina se volvió más mística y sugerente—. Como si ocurrieran cosas extrañas, como si guardaran un oscuro secreto.

»No vas a la escuela, tu institutriz salió de ahí llorando sin dar explicaciones a nadie y nunca volvió. La única vez que se te vio con alguien fue con Claxon, y luego aparece como un Niño Perdido. Ah, y se rumora que te ves a escondidas con uno de los chicos Pan.

Sentí la intensidad de su mirada aunque no pudiera distinguirla del todo. Era como si ella esperara una explicación de mi parte. Ojalá yo la tuviera.

—Di que no es una historia fascinante y te golpearé —advirtió.

—Es una historia muy interesante —admití con cierto nerviosismo—. Qué lástima que todo es un invento de la gente y que mi vida es muuuy aburrida.

—¿Qué me ocultas, Iván?

—¡¿Yo?! ¿Qué te voy a ocultar yo a ti? Mi vida es súper aburrida, lo sabes. Eres mi mejor amiga.

Ella se lo pensó un rato.

—Bueno, eso les decía yo —agregó, y vi su difusa silueta encogerse de hombros—. Nadie me cree que somos amigos, que te conozco del hueco entre nuestras guaridas, que eres normal, aburrido y que yo te llevé a los libros salvándote de un abismo de ignorancia.

—¿Ves? Todo normal y...

—Pero yo ya no estoy tan segura —interrumpió—. No después de... Siento que hay cosas que no me cuentas.

—¿Que hay cosas que no te cuento? ¡Pues claro! Tú dices que eres mi mejor amiga pero en realidad no sabes nada de mí. Nada. Y eso no significa que yo tenga algo que ocultar, al menos no algo oscuro como Peter Pan.

—¿Qué sabes tú de Peter Pan? Puede ser tan aburrido y normal como tú.

—No es cierto —discutí con testarudez.

—Ay, Iván. La gente te tiene miedo, cosas extrañas pasan alrededor de ti y yo sigo aquí, dándote mi amistad a pesar de tus desapariciones misteriosas y de los escándalos. Y solo sabes hablarme mal. No te pido que me expliques nada porque los amigos no necesitan explicaciones, pero al menos compórtate como un amigo.

—Si ser tu amigo es hablarte de cosas que ni siquiera entiendo entonces ya no quiero. Yo... —Me señale de arriba a abajo—. ¿Ves? Yo soy normal, y no estás en peligro cerca de mí ni he hecho daño a otros niños. No sé qué pasó con Claxon y no está relacionado conmigo. Y no tengo ninguna clase de conexión con ningún Pan, apenas he oído hablar de Peter y muy, muy, por encima.

—Terminé de leer Motivo para matar.

El cambio de tema me dejó eufórico. Tuve el impulso de abrazarla solo por la alegría, pero me contuve.

—¿Y...?

—Tienes razón, le falta algo. Es decir... —Supe que se venía un largo monólogo por el tecnicismo ensimismado de su voz—. Tiene un final cerrado, hay un culpable al final y este va preso. ¡Aplausos! Justicia. Todos los personajes fueron evaluados y sus motivos expuestos y perdió el de la apuesta más alta. Me hubiera tragado el final, incluso el que resultó culpable era mi principal sospechoso...

—¿En serio? —interrumpí desconcertado.

—¿Qué? ¿Tú no lo viste venir?

—Pues no, yo creí que como la mejor amiga de Alicia, Liebre, la envidiaba y fumaba, tenía que ser ella. Porque una de las pistas era un cigarro. Además, ella misma lo dijo: «el Sombrerero le haría un favor al mundo si la matara».

—Esa es justo la razón por la que yo descarté que fuese ella. Fumaba abiertamente, era obvio, y luego de esa frase que mencionas fue como si el escritor gritara «¡tienes que sospechar de Liebre!».

—La obvia era Reina Rojas, la mamá de Liebre —discutí. No de mala manera, era un tipo de debate en el que podría pasar contento toda la vida—. Esa sí que tenía todas las de perder.

—Sí, era la segunda de la que estaba segura de su inocencia —convino mi amiga.

—¿Cómo descubriste al culpable entonces? —indagué—. Si era por falta de sospechas el señor Conejo no fumaba y era más bueno que el pan. Además, amaba a Alicia, el amor es sospechoso en toda historia de misterio. Cheshire sí fumaba, era una opción más obvia, pero preferiste sospechar de él que del señor Conejo de todos modos, y atinaste. ¿Por qué?

—Porque he leído mucho, obvio. —Hablaba como si fuera Sherlock y yo Watson—. Un escritor debe ser impredecible pero no puede, bajo ningún concepto, sacarse nada de la manga. Hay un recurso literario al que llaman "la pistola de Chèjov", que dice que si cuelgas una pistola en el acto uno de un relato, es una obligación que antes de que este acabe esa pistola debe ser disparada.

—No...

—No entiendes, lo sé, si me dejaras explicarte... —Rodé los ojos, pero la dejé hablar—. Significa que si yo como escritora empiezo el relato describiendo una mesa con manzanas, debo darle relevancia a esas manzanas aunque el lector le pasen desapercibidas. Tal vez resulte al final de mi historia que el dueño de las manzanas andaba envenenando niños por ahí. Pistola de Chèjov. J. K. Rowling usó tantas pistolas en sus libros... El espejo de Oesed que aparece al comienzo de Harry Potter y la piedra filosofal resulta ser una pieza clave al final del libro: pistola de Chèjov.

—Entiendo.

—Pues, más te vale, porque sino nunca le vas a coger el truco a Agatha Christie —añadió chasqueando los dedos para espabilarme—. A lo que iba: la mente detrás de Motivo para matar nos dio algo clave para identificar el problema entre Alicia y Cheshire al comienzo de la historia.

—¡¿Qué cosa?! Porque yo no me imaginaba ni por casualidad...

—Ella no se dejaba tocar por él.

—¿Y?

—Ay, Iván, no sabes nada de las mujeres. Al principio del relato el narrador nos deja adivinar lo que Cheshire siente por Alicia aunque está casado con Luna y ambos viven en Casa Uno junto a Alicia. ¿Por qué Alicia dejaría vivir en su casa a un tipo obsesionado con ella, que además se trae a su esposa, pero no deja que la toque? No son amantes, obviamente.

Y ahí estaba, mi odiosa mejor amiga impuesta demostrando la superioridad de su diabólica mentecita en un par de argumentos. Me dejaba como todo un gafo en comparación, pero tenía que existir una sustancia desconocida, segregada cada vez que era humillado por ella, que provocara algún tipo de placer culposo, porque cómo me costaba alejarme.

—No puede ser... —musité mientras en mi cabeza repasa la historia a toda velocidad, comprobando que ella tenía razón—. Nunca lo vi de ese modo, Marti. Eres una genio.

—Gracias, pero solo soy una lectora que conoce de escritores. —Me dio un puñetazo amistoso en el hombro—. Pero sí, así fue como descubrí que la tenía amenazada con algo, y que con el asco que ella sentía muy probablemente le cobraba con favores...

No dijo la palabra. Me di cuenta que se le hacía más fácil leerlo que decirlo. Definitivamente me hacía falta conocer mucho con respecto a las mujeres.

—Bueno, pero de todas formas ese no es el final —añadí al no soportar el silencio—. No del todo. Cheshire no puede ser el Sombrerero porque queda una pieza clave que no encaja en su historia de culpabilidad.

—El pedazo de tela amarillo —convino Martina—. Pero para eso tienes una mejor amiga todopoderosa que descubrió algo.

—No puede ser.... ¡¿Qué cosa?!

—Solo es otro punto dónde buscar. —Bajó la voz de repente, acercándose más hacia mí con aire confidencial—. En la historia hay un par de policías, ¿los recuerdas?

—Tweedledee y Tweedledum. Los gemelos —respondí extasiado.

—Esos mismos. No sé si reencarnaron o si es que los congelaron en el tiempo pero mi madre dice...

—¡¿Le contaste a tu madre?!

—Dice —continuó, alzando la voz sobre mis réplicas—. Que en la comisaría junto a tu padre trabajan un par de hermanos con los mismos nombres.

—No puede...

—Y tal vez no puedan decirnos nada del caso de Nunca Jamás ya que está en investigación, pero, ¿quién les dice que no pueden hablar con nosotros de un caso cerrado hace cien años?

—Martina... —Me llevé el puño a la boca para no gritar de emoción—. Te amo, me vas a arrastrar al infierno, pero te amo.

♧♧●♧♧

Por lo mañana tampoco hubo rastros de mi padre, lo que no me extrañó, raro habría sido que dejara el trabajo por pasar a recogerme.

Pasé un día idílico bajo el cobijo de una familia sana y armoniosa. En ningún momento sentí que extrañaran lo que les hacía falta para ser una estructura de hogar común: un padre. Ellas se bastaban la una a la otra.

Por las tardes comentaban sus lecturas favoritas como si fuesen mejores amigas, se escogían la ropa después de un baño, cocinaban, se decían te amo a cada momento y en medio de frases que no venían al caso como si temieran olvidarlo. Eran tan felices que hacían ver a mi definición de felicidad como un cadáver raquítico que deambulaba por no saber cómo terminar de morirse.

—Tu padre te ama —dijo de la nada Anita al descubrirme espiando uno de sus eternos abrazos intercalados con cosquillas. Yo solo pude callar, avergonzado y sin saber si creía o no sus palabras—. Su único delito es no tener el tiempo suficiente para demostrarlo. Pero de que te ama, te ama. Lo veo en sus ojos: él mataría por ti.

Le sonreí con incomodidad, aunque esperaba que no lo notara.

—Yo tengo la suerte de trabajar en casa —prosiguió— y trato de solo confeccionar a las horas que Tina esté en la escuela para dedicarle tiempo cuando llega. Cuando estoy en todo mi auge creativo y no me puedo contener, la hago partícipe del proceso con mis diseños. Pero hay personas que no tienen la suerte de ganarse la vida desde su hogar, tienen que salir para luchar por el. Tu padre es uno, no le recrimines nunca lo que hace por ti y solo para ti, ni lo hagas sentir miserable por no poder estar todo el día poniendo en palabras lo que te demuestra con acciones, ¿está bien?

En ese momento Anita me pareció la mujer más sabia del universo.

Segundos más tarde la puerta era golpeada con una urgencia escandalizadora. Mis huesos se helaron y el sudor congelado de estos paralizó mi débil corazón.

Martina tomó mi mano, encerrándola con fuerza en un puño. Cuando volteé a verla su mirada era la que tendría un soldado dispuesto a interponerse en el campo de tiro por ti, sea cual sea la guerra.

Lo que atravesó la puerta de mi vecina aquella tarde púrpura de gotas livianas no fue más que mi padre, o el despojo de su cuerpo, que se arrastraba con una mano contra su abdomen y la otra estirada en busca de auxilio.

Ni siquiera me moví, la conmoción de tan surrealista imagen me impidió hacerlo.

Anita se lanzó a socorrerlo de inmediato, gritándole a su hija una orden de la que solo pude distinguir el movimiento de sus labios en cámara lenta. En lo que a mí respecta, ella no estaba emitiendo sonido alguno.

Lo que sí distinguí sin retraso fue la sangre que empapaba la mano de mi padre al separarla de su herida, y el charco espeso y oscuro que comenzaba a crearse debajo de él.

Anita se apresuró a usar las gasas que su hija le entregó para aplicar presión sobre la abertura y detener la hemorragia. Todavía a gritos, Anita pidió a su hija que encendiera la cocina y calentara un cuchillo mientras su mano libre hurgaba en el botiquín en busca de los antisépticos.

Cuando Martina llegó con el cuchillo caliente, su madre se lo arrancó de las manos y dijo a mi padre:

—Capitán, no se mueva, debo cauterizar la herida.

No quería ver, tampoco quería apartar los ojos.

Cuando el cuchillo caliente hizo contacto en la piel de mi padre, recibí su bramido ahogado con un sobresalto, sintiendo que había salido de dentro de mí.

No procesé ni una de las palabras que intercambiaron entre ellos a partir de ahí, pero me había vuelto más intuitivo de lo que cualquiera suponía. Si Anita se disponía a suturar sin siquiera revisar la existencia de una bala dentro de la herida, entonces no le habían disparado.

—¿Te apuñalaron? —pregunté con un hilo de voz, lo único que fue capaz de explotar la burbuja de sorda ensoñación en que me encontraba.

Mi padre jadeaba con la mano suspendida y temblorosa sobre la herida mientras Anita le inyectaba la anestesia.

Cuando mi padre abrió la boca para responderme, fue interrumpido por un quejido de dolor repentino y una maldición que escaparon de sus labios.

—Lo siento —Se disculpó Anita sin mostrar misericordia en su rostro, solo había espacio para la concentración.

Mi padre hizo algunas respiraciones para controlarse antes de al fin darme una respuesta.

—Sí, hijo... Lo hicieron.

—¿Quiénes? ¿Cómo pasó?

—Estaba en un caso, siguiendo... —Suspiró de dolor y apretó los ojos. Tuvo que quitarse los lentes y masajear sus párpados—. Estaba de encubierto y... me descubrí, fue una emboscada.

—Ese trabajo suyo, Capitán Garfio, es todo un peligro. Juega usted con el mismísimo diablo con cada pie que pone en esa oficina y fuera de ella. —Anita hablaba sin dejar de mover las manos con una agilidad y frialdad insólita—. Mucho ha durado si tienta a la muerte todos los días.

—¿Es mortal? —pregunté con un nudo en la garganta mientras observaba la herida a medio suturar.

—No, hijo.

—¿Cómo lo sabes?

Mi papá hizo amago de sonreírme, pero le salió una mueca muy lastimera.

—Estoy vivo, ¿no?

—¿Por qué estás aquí?

Solo entonces vi a Anita inmutarse, apenas por un segundo detuvo su tarea y elevó la vista hacia mí pero luego desviarla en dirección a mi padre. Enseguida reanudó, pero no me quedó ninguna duda de que nos oía con mucha atención.

—¿Cómo que por qué? ¿De qué hablas, Iván?

—Si te hirieron en el trabajo... ¿por qué estás aquí y no en el hospital? ¿Por qué tus compañeros no...?

—Hijo. —Su voz, si bien siguió lastimada, se tornó más seria—. Ve a casa.

—Pero...

El miedo volvió a mis ojos y él lo leyó.

—Nada va a pasarte, lo prometo. Ya... ¡Ah, mierda! —se quejó al doblarse de dolor—. Ya tomamos una decisión, todo está en orden. Ve y espérame allá.

~•°•~

Hallé la casa barco consumida por la oscuridad y apuñalada por el silencio.

Encendí una vela con la esperanza de iluminar mi camino, mas lo único que logré fue arañar apenas un pedazo del manto negro. Esto me permitió ver un poco de la pared más cercana, dejándome paralizado por el monstruo con el que me conseguí.

Sus largos dedos de cera que se escurrían por las paredes hasta fusionarse con su cuerpo derretido en el suelo. Avancé con la flama y poco a poco fui desvistiendo un desastre de inquietante naturaleza en mi sala. Habría preferido encontrarme con todas cosas patas arriba, hubiese sido menos perturbador que la nada con la que me tropecé. La desnudez del lugar era tan absoluta como su negrura.

De repente empecé a sentir que la cera derramada se reunía y regeneraba, moldeándose como mis primeros muñecos de plastilina: amorfos e indefinidos, pero capaces de sostenerse sin mi ayuda.

Lo sentí susurrar detrás de mí. Vergüenza me da admitir que la sola idea de girarme a confirmar o negar su existencia me tuvo temblando como una rama liviana en una tormenta recia. Quise llamar a alguien pero la voz se me congeló en la garganta.

Fue entonces cuando tuve la impresión de que una alta figura pasó por mi lado como una sombra, y ya fuera cierto o no, esta alucinación sopló y apagó mi vela. No solo fui arrojado a un cielo negro, estaba encerrado en el. La puerta también se cerró, de golpe, como si el viento la hubiese azotado.

Ya no pude contenerme y los gritos escaparon de mi garganta para compensar el encierro en ese averno. Chillé, pedí auxilio y puede que haya emitido sonidos de llanto aunque en mi mente no hay recuerdos de lágrimas. Me encontraba demasiado muerto para ejecutar cualquier acción de alivio, en especial una tan poderosa como llorar.

De pronto mi inutilidad tuvo respuesta, la madera bajo mis pies tembló en sismos breves y de poco alcance, tan insignificante como el golpe a un tambor. Después del quinto se hizo evidente que no era invento de mi imaginación perturbada.

Al principio pensé que era un preámbulo a la apertura del infierno dispuesto a digerirme, mas al cabo de un silencio recordé que debajo de mi suelo no se encontraba el reino de las tinieblas, sino el sótano.

No me pregunten qué me dio valor para franquear la oscuridad y correr a ciegas hacia el punto más bajo de Casa Uno, quiero pensar que fue la casa, que me transmitió, sin necesidad de usar palabras, la promesa de que nada iba a pasarme. También quiero creer que mi instinto de orientación no era propio, que las paredes latían en un pulso solo perceptible por mi inconsciente y que ambos me guiaron en mi ceguera entre pasillos, puertas y escalones sin hacerme tropezar ni una vez.

Llegado a la boca del sótano, sordo por mis jadeos, tanteé el marco de la puerta donde un candelabro y un mechero aguardaban a algún desamparado como yo para terminar con la venda de sus ojos. Una chispa, un diminuto incendio, una bola de fuego sobre la primera mecha y en segundos tuve tres velas iluminando la pesadilla frente a mis ojos.

Aún hoy me gustaría haberlo soñado, he perdido muchas cosas pero daría todo por borrar al menos esa primera imagen. De pronto ya sabía a dónde fueron a parar todas las cosas de la sala: estaban ahí, al igual que una gran reja que represaba a la mujer que entre llanto, súplicas gritadas, forcejeos y arañazos luchaba por escapar de esa jaula humana.

🧚‍♂️🧚‍♂️💫🧚‍♂️🧚‍♂️


Nota de autora:

Estaba esperando ansiosamente que llegara este momento, que vieran esta escena. ¿Qué les ha parecido? ¿Qué teorías tienen de lo que pasó y cuál creen que será el curso de la historia a partir de aquí?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top