13: Prisión es mi nuevo hogar

Rompí todo lazo de confianza con mi madre al desaparecer como lo hice. Anduvo buscándome con el corazón en la boca, las ideas que le pasaron por la cabeza la atormentaron tanto que gritó en todas direcciones preguntando si alguien sabía algo de mí. La mamá de Martina obligó a su hija a revelar mi paradero y un instante después mi madre corrió a la biblioteca.

Dijo que le rompí el corazón, que jamás le habría pasado por la cabeza la idea de que iba a escaparme, que la traicioné. Me miró con una mano en el pecho, la boca abierta y los ojos ahogados en dolor lo que me pareció una eternidad. Luego llegamos a la casa, y en silencio me mandó a mi cuarto para que el ardor de mi afrenta se le pasara.

La volví a ver al cabo de unas horas, cuando ya no podía más con la incertidumbre. Abrí mi puerta, vi a papá detrás de ella, apenas me dedicó una mirada de disculpa y se marchó.

Fue suficiente para saber que el castigo que me esperaba era de la completa autoría de mi madre.

—No puedo creer lo que me hiciste, Iván —expresó ella, quebrada.

Tenía muchas excusas en la cabeza, pero preferí callarlas todas. Estaba aterrado y lleno de vergüenza.

En ese momento esperaba cualquier cosa de ella, incluso que me dijera que iba a darme en adopción.

—Esto es imperdonable. Me acabas de demostrar que eres un niño problema, alguien que no va a cambiar solo porque sí. Un desconsiderado. Ya no puedo confiar en ti.

Bajé la cabeza, apenado, pero sentí como si me pasaran un interruptor en la cabeza, volviéndome a mi altanería habitual, al escuchar su siguiente comentario.

—De ahora en adelante se acabaron los privilegios y las libertades.

—Oh, ¿tenía de esos?

Una bofetada. Me lo merecía.

—Ya hablé con la mamá de tu amiguita, me contó de la ventana por la que hablaban —siguió ella mientras me sobaba la mejilla donde me golpeó—. Esta misma noche la van a clausurar. No volverás a ver a esa niña.

—¿Algo más?

Otra vez su mano contra mi rostro.

Puede que me excediera con el sarcasmo esa vez.

—Habrá nueva cerradura en tu puerta y solo yo tendré la llave. Por las noches la cerraré para que no puedas escaparte.

Me mordí la lengua para no hacer ningún comentario al respecto, pero vaya que tenía un par reprimidos.

Si quería evitar un arranque de cólera mucho peor de parte de mi madre, lo mejor era seguir en silencio, aparentando una sumisión muy difícil de alcanzar cuando me ardía la cara y el pecho por los golpes físicos y verbales que había recibido.

A pesar de que mis labios no dijeron ni una palabra más, en mis ojos ebullían todos esos sentimientos provocados por las restricciones que mi madre enumeraba. Por ello concentré la vista en otro punto, detrás de ella, porque si por error llegaba a chocar con su mirada la mía firmaría mi sentencia.

—Si antes te fastidiaba mi presencia ahora la vas a odiar, no te voy a quitar un ojo de encima y la puerta de entrada estará cerrada en todo momento.

—¿Puedo respirar?

Tal vez también me merecía la serie de golpes que siguió a eso.

♧♧●♧♧

Pasé los días siguientes encerrados en mi habitación con llave. Solo recibía visitas de mi madre para asegurarse de que no había logrado escapar.

En las noches, si me daban ganas de ir al baño debía aguantar hasta el otro día, porque nadie abriría la puerta por mucho que me desvelara golpeándola y jurando que me urgía orinar.

Mamá me daba más tareas que nunca, me hacía pasar los papeles debajo de mi puerta cuando no me quería ver, y me golpeaba en la cara cuando me pasaba de impertinente, que era a menudo.

Entiendo que yo me lo buscaba, que no debía contestarle de mala manera a mi madre, ni usar mi odioso sarcasmo con ella cuando estaba en una etapa tan volátil, herida y delicada. Mas, en mi defensa, era la única distracción que me quedaba: sucumbir a mis arrebatos, y la adrenalina expectante de lo que estos podrían acarrear.

Solo para cenas familiares y para una visita al baño por día tenía permitido salir, pero siempre bajo el escrutinio de mamá que acampaba detrás de todas las puertas que se me permitía cruzar.

Todavía me sorprende que no entrara al baño conmigo.

Las navidades fueron lo peor. Otro Niño Perdido conmocionó el pueblo, yo ni siquiera me habría enterado si no hubiese adquirido esa afinidad a espiar las conversaciones de mis padres detrás de las puertas.

Mamá sonreía más que nunca, como si sintiese victoria de que le pasara a otro y no a mí, como si pensara en sí misma como una heroína que me libraba del mal con sus métodos cuestionables.

Saboreaba su éxito tarareando, incluso besaba a papá en la mejilla de vez en cuando.

Mamá se quejaba de que el tocadiscos no era lo suficiente glorioso para el nivel de su felicidad, así que papá, más animado que nunca por el humor de ella, le regaló una rockola con la que bailaron abrazados como dos recién enamorados todos los días restantes de diciembre.

En noche buena ella cocinó como no lo hacía desde que éramos felices, le aplicó amor y júbilo a cada platillo, creó un banquete de múltiples opciones que maravillaría a los más implacables críticos culinarios. Adornaron la casa, decoraron juntos el árbol tomándose de las manos y cubiertos de risas. Cada uno colocó un regalo para mí bajo el arbolito, y entre ellos se intercambiaron paquetes cuyo contenido los hizo llorar abrazados.

Los odié a ambos con toda mi alma esos días.

En vísperas de año nuevo exploté.

—Ustedes sí que son buenos mintiendo, ¿eh?

—¿Cómo dices, tesoro?

Mamá apartó los ojos de papá —con el que había estado hipnotizada durante toda la cena— mientras él sostenía su mano, misma que esa noche adornó con anillos y pulseras brillantes.

—Ustedes, que dan miedo. O asco, no sé. Pero dan algo, y no bueno.

La expresión de mi padre cambió al instante, su gesto dando una reprimenda clara en mi dirección, aunque contenida. No se trataba de empezar una guerra, sino de prevenirla. Él hacía de mediador por la paz al decir:

—¿Se puede saber por qué le hablas así a tu madre?

Yo no tenía ganas de prevenir nada, quería detonar aquello que me obstruía el pecho, y enfrentarlo. Por eso reaccioné con una actitud que antaño habría contenido para evitarme una paliza.

—Te lo digo a ti si te duele tanto que se lo diga a ella —dije con una sonrisa insolente—: no les creo nada.

—¡Iván! —saltó mi madre con un desconcierto tan convincente que casi lo creí yo. Como si ella no lo esperara. Como si ella de verdad viviera en la burbuja que había construido para nosotros, incapaz de aceptar cualquier posibilidad que escapara de esta.

—Déjalo, Wendy, no ha hablado casi en meses —la tranquilizó mi padre interponiendo su mano frente a su cuerpo—. Que diga lo que tiene que decir.

Ambos me miraron, expectantes, uno más paciente que el otro.

—Llevan semanas actuando como tontos —empecé a desahogar—. Pero eso es todo lo que hacen: actuar. No les voy a creer nunca esto, y mucho menos me voy a unir a su farsa de la familia perfecta.

—Iván, no hables así, tu padre y yo pensamos mucho en ti, incluso consideramos dejarte que vuelvas a leer ficción y traerte libros de la biblioteca. Queremos que vuelvas a tener algo con qué distraerte ya que no has vuelto a meterte en problemas desde el incidente de la otra vez con... la niña esa.

—Oh, cuánto agradezco su generosidad. Libros, ¡wao! No se vayan a pasar de atrevidos, miren que tantas libertades...

—¡IVÁN ANDRES!

Mi madre le dio un puñetazo a la mesa. Eso, más que persuadirme, me satisfizo. Al oír los cubiertos temblar, sentí al fin  un indicio de lo que llevaba por dentro manifestándose.

Eso. Eso era real.

—No sé de dónde desarrollaste ese... sarcasmo tan desquiciante, pero deja ya de usarlo en este hogar de amor —reclamó mi madre.

Mi carcajada no hubiese podido salir con más fuerza ni porque hubiese escalado desde mis pies.

—No quiero escuchar una palabra más, Iván —sentenció mi padre—. A tu cuarto.

—¿Hoy? ¿En año nuevo? No me parece eso digno de un hogar de amor.

Los ojos de mi padre, severos a través de sus lentes, me hicieron saber que no estaba jugando.

—Me voy. Pero ya dije que no me creo nada. Cuando se cansen de fingir y quieran hablar como personas honestas con su hijo preadolescente que los necesita, saben dónde encontrarme, después de todo me tienen encerrado ahí.

~°•°~

Enero llegó y con el cayeron las máscaras.

Mamá ya no toleraba los intentos de papá por acercarse. No le escuchaba más de dos palabras, lo empujaba cuando iba a besarla, incluso lo hizo devolver la rockola con el argumento de que era un desperdicio de dinero ya que el tocadiscos funcionaba más que bien.

Pronto papá volvió a sus guardias intensivas, lo que me hizo pensar que estas eran una decisión más que un compromiso. De estar obligado a ellas se habrían intensificado en diciembre, cuando el nuevo Niño Perdido apareció.

Dejó de venir a las cenas y almuerzos, incluso desayunaba demasiado temprano por lo que yo no lograba verlo. Los días se convirtieron en semanas y estas en meses, y yo seguía tan castigado como aquel veinte de octubre en que me escapé.

Mi soledad no la mataba ni con libros. Me había leído al menos veinte historias de Sherlock Holmes y diez escritas por Agatha Christie. Mis favoritas fueron aquellas protagonizadas por el detective Hercules Poirot, pero aunque las disfrutara un momento no significaban nada si no podía vivir las mías propias.

Un día de julio durante una clase de matemáticas impartida por mamá, vi a mi héroe cruzar la sala para irse al trabajo. No puedo explicar cómo me sentí entonces, cuando su mirada me comunicó su pesar, cuando desvió sus ojos avergonzados y meneó la cabeza tratando de convencerse de que hacía lo correcto y de que algún día se los iba a perdonar.

Solo eso bastó para impulsarme, no seguiría sentado jugando a la familia feliz, me dolía el alma, pesada al cargar con tanta soledad.

Así que busqué desesperado una forma de expresarlo.

Corrí tras de él y me escabullí por la rendija de la puerta antes de que se cerrara, saltando prófugo la calle.

El frío de Larem me recibió con los brazos abiertos, doloroso como un puñal pero necesario para mi renacer. Con sus nubes de vapor acarició mis mejillas y abrazó mi cuerpo mientras los charcos saludaban mis pies descalzos, la lluvia regia y ensordecedora me bañaba casi sin dejar que abriera los ojos.

Jamás me sentí tan libre en medio de una tormenta.

—¡IVÁN! —escuché el grito desgarrado de la garganta de mi madre—. ¡VUELVE!

Mi padre estaba justo delante de ella, mirando a uno y luego al otro, sopesando si debía correr tras de mí o sostener los pedazos de mi madre.

—¡Si ella viene me voy a Nunca Jamás!

Mi mamá, desafiante como cualquier madre que cree que su autoridad y derecho materno está por encima de todo, dio unos pasos furiosos hacia adelante, pero mi padre la detuvo con un gesto de su mano.

—¡No te muevas, Wendy! Esto es serio.

Él se quitó los lentes, el cristal empañado por la tormenta, para verme a los ojos. Sabía, tal vez por mi pecho desatado gracias a mi feroz respirar, o por cómo mis puños cerrados hacían que mis venas brotaran, pero él lo sabía. Sabía que no estaba jugando, que era muy capaz y estaba bastante dispuesto a hacer lo que juraba.

—Wendy, vuelve a la casa.

—No voy a ir a...

—¡QUE ENTRES!

Ella vaciló un segundo, incluso la vi dar un paso hacia mí antes de darse por vencida y regresar.

Mi padre esperó hasta que la puerta de la casa barco se cerró tras el cuerpo de mi madre, entonces adoptó una posición cauta que esperaba no me alarmase, y me miró diciendo:

—Aquí estamos, hijo, hablemos...

—No voy a volver —exclamé tan alto como pude para que mi voz atravesara los truenos.

Mi padre entró en su versión de Capitán Garfio, lo que hizo que me preguntara cuántas veces en su laburo estuvo en una situación similar, con un sospechoso atentando contra la vida de un inocente, un atracador amenazando a un rehén para salvarse, situaciones en las que se viera obligado a dialogar con la víctima o victimario, a crear una conexión con él para evitar una tragedia.

—Iván, tendrás que volver a casa. No estás a salvo aquí afuera, no puedes vivir del aire y la lluvia, necesitas...

—Ella me enferma —mi voz desentonó al final de mi confesión, sentí que iba a echarme a llorar por al fin haberlo dicho en voz alta—. Tiene... tiene que haber un nombre psiquiátrico para... para ella, para su condición. ¿Cómo la dejas cuidarme así? ¡Tú trabajas con expertos!

—Iván, me voy a acercar —anunció papá mientras se movía con extremo cuidado. Di un paso atrás por instinto—. Es solo un poco, no te asustes.

—¡No!

—No te escucho bien con esta lluvia, hijo, tengo que acercarme... confía en mí, voy a respetar...

—¡Confié en ti para que me cuidaras cuando me trajiste al mundo, pero me dejaste en los brazos de ella!

Lloraba como un desamparado bebé, y estaba tan mal que no me avergonzaba.

Mi padre dio otro paso con los brazos extendidos como si así pudiera transmitirme sus buenas intenciones. El suelo salpicaba bajo sus pies, le mojaba hasta las rodillas mientras el diluvio se encargaba de emborronarle la cara.

—¡No te acerques más! —chillé histérico.

—Está bien, Iván, hasta aquí. De aquí te escucho mejor.

—No voy a volver, después de esto va matarme.

—¿A matarte para impedir que te pase algo malo? Eso no tiene mucho sentido, hijo, piensa con la cabeza fría.

—Con cabeza fría me ha hecho todo esto. Me vuelvo loco... ¡Preferiría estar muerto!

—No sabes lo que dices.

—Sí lo sé. Tú trabajas todo el día, vives un misterio tras otro; acción, arrestos, criminales, los malos tras las rejas, pistas, sospechosos, salvar víctimas... ¡Imagínate encerrado! Por meses, sin ver a nadie más que a la persona que te mantiene cautivo. Piensa que no puedes ni ir al baño sin supervisión, o ir a la escuela. Piensa que te encierran en la noche junto a las sombras de tus pesadillas proyectadas por una vela... TÚ TAMBIÉN PREFERIRÍAS MORIR.

Lo hice callar por un segundo, solo un segundo fue suficiente para que notara la duda en el experto y que no le creyera lo que vino a continuación.

—Tu madre te ama, Iván. Hace todo esto por ti.

—Me cansé de su amor, me cansé de ti y de que la dejes hacerme esto sin hacer nada. ¡Y de sus secretos! ¿Qué hay de eso de que los Barrie y los Pan están destinados a obsesionarse unos con otros?

—¿Quién te ha dicho eso?

De pronto se tornó serio, supe que mis palabras no le eran algo desconocido, y que si en algún sitio podía encontrar su significado era dentro de él.

—No sé quién te ha dicho eso, Iván, pero es mentira, lo único que surge de la unión de un Barrie y un Pan es tragedia.

—¿Qué?

—Que vuelvas a casa, hijo, por favor, le romperás el corazón a...

—No —corté con frenéticas negaciones de cabeza—. ¿Tú volverías?

—Hijo...

—¡¿Tú volverías?! ¿Sabiendo lo que te espera? ¿Qué no tendrás amigos o novia por el resto de tu vida, y que se te pasa la adolescencia mientras no lees más que libros de cálculos? ¡Voy a cumplir catorce años, papá!

—Lo sé, lo sé... ¿Es por esa niña? ¿Te gusta?

—¡¿Qué?! No, qué asco. Martina es solo mi amiga. Mi mejor amiga, y ustedes... ¡Ahhh! De acuerdo —cedí, sabiendo que no tenía caso vivir bajo la lluvia. Pero no me vencerían sin que negociara al menos una libertad condicional—. Volveré, pero si me permiten salir y tener amigos. Y si la calmas antes. No quiero morir.

Mi padre suspiró, fatalista, como si le estuviera pidiendo la luna a cambio de soltar a un rehén.

—Sabes que eso no es posible, Iván. ¿Qué quieres que haga con tu mamá mientras tú sales? ¿Sedarla?

Al ver que no contestaba se llevó las manos a la cabeza y volvió a ponerse sus lentes. El cabello mojado se le pegaba al rostro, algunos mechones le rozaban el marco del cristal, otros se escurrían hasta sus ojos e incluso le llegaban a la punta de la nariz. Yo sabía, sin tener que confirmarlo con mi tacto, que el mío estaba igual. Nos urgía un corte.

—Tú puedes convencerla —añadí—. Solo... amenázala.

—¡¿Con qué?! ¿Con reducirle su ración de besos?

—El divorcio. —Mi padre se deshizo en una carcajada perturbadora mientras chorros de lluvia le caían a la boca—. Puedes hacerlo —continué pese a su arrebato—. Ella... tú lo dijiste, es dependiente. No tiene trabajo o amigos, y está aquí por ti. No tiene casa, nunca habla de su familia y yo soy todo lo que tiene. Si le dices que la vas a dejar...

—¡Aceptará encantada! —Todavía se adivinaba un eco de su carcajada entre sus labios—. Esas cosas que mencionaste antes son exactamente las razones por las que ella no me deja a mí. Si le pongo el divorcio en bandeja de plata lo tomará como a la palabra de Jesucristo. Hijo...

Hizo un intento por mirarme a los ojos aunque la lluvia no nos dejaba mantenerlos abiertos por mucho.

—Hay muchas cosas que tienes que aprender de los adultos y de las personas como... como tu madre. Ella no tiene la fuerza, o cree que le faltan motivos, para tomar la iniciativa, pero si yo la empujo... Se irá, Iván. Hablo en serio.

—Pero... ustedes... han pasado juntos tantos años, y yo...

—Tu mamá y yo ni siquiera estaríamos juntos si tú no hubieses salido de aquella primera vez.

—¿Qué?

Sentí que me faltaba el aliento al escuchar eso. Acababa de confirmar, molesto y bajo una tormenta, amenazando con huir de casa, que fui un accidente. Mi familia feliz terminó de desmoronarse en ese instante.

—Fui un accidente.

—El mejor de nues...

—¡No me vengas con eso!

Pero él ya me había agarrado.

Debí haber previsto que no soltaría una bomba así de no estar seguro de que con mi conmoción conseguiría atraparme.

Usó sus brazos de hierro como esposas a todo mi cuerpo mientras el cielo sangraba junto a mis ojos y mi corazón. El luto más grande de toda mi vida se instalaba en mis huesos con el frío de Larem mientras mi padre me arrastraba a casa.

Pataleaba fuerte, pero veía todo en cámara lenta: los charcos levantarse y cubrirnos como olas, el rostro enrojecido de mi padre por el esfuerzo, incluso salí de mi cuerpo para verme llorar a mares con los ojos cerrados. Mis lentes cayeron, los oí quebrarse junto a mi alma, y entonces unos brazos de madre me recibieron en la puerta.

No era la mía.

—Por favor... —imploró mi padre con la respiración agitada.

—Sí, Capitán, descuide. Yo se lo cuido hasta que vuelva del trabajo y arregle sus... cosas de familia.

—Se lo agradezco con el alma y le aseguro que yo...

A mi padre se le quebró la voz y tuvo que taparse la boca con la mano mientras sus ojos disimulaban el llanto con la lluvia que le corría por el rostro.

—¿Le pasa algo a Iván, mamá?

—Espera dentro, Martina, en un rato podrás jugar con él.

—Me... me tengo que ir, hijo —Mi padre se agachó y me dio un beso largo y profundo en la frente que pareció transferirme todas las palabras que no tenía tiempo de decir—. Volveré a buscarte cuando estés a salvo.

🧚‍♂️🧚‍♂️💫🧚‍♂️🧚‍♂️

Nota:
Este es uno de los capítulos con más carga emocional, ¿qué les ha parecido?


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