Capítulo XIII
Elise miraba su jarrón con flores en medio de la mesa.
Habían llegado hacía dos días, como cada lunes, con una tarjeta escrita a mano.
" Ratoncita. "
Llevaba al menos cinco minutos mirándolas sin parpadear.
—Elise. —Gideon entró, despertándola—. Por favor, deja de mirarlas. Tíralas ya.
Se giró hacia él, y volvió a mirarlas.
—¿Y si se enfada?
—Que le den. —Fue hacia ella, tomando su mano—. Vamos, están a punto de llegar.
—No sé si quiero verlos...
—Te animará. —Titubeó, pero se inclinó y le dio un beso en la mejilla, haciendo que se pusiera roja—.
La tarde caía ese miércoles de octubre, y el equipo no tardaría en aparecer por las puertas de la mansión.
Era casi una tradición que estaban volviendo a retomar después del accidente, reunirse y ver el partido comiendo solamente comida basura.
—Oye, cariño.
—¿Hm?
—No es que no estés preciosa, pero... ¿Qué haces vestida así? Pareces Mary Poppins.
Elise se miró la falda del vestido negro, acomodándose la bufanda.
—Nada, es una broma que tengo con August.
—¿Y de qué irá vestido él? ¿De gilipollas?
—No seas así.
Elise fue a abrir las puertas, y vio al primer coche aparcando al lado de la fuente de piedra. Estaban al caer. Previamente, le había pedido a August que fingiera llegar desde fuera, porque le daba vergüenza admitir ante sus amigos que tenía un acosador, y necesitaba protección en su propia casa.
Así que fueron recibiéndolos a todos.
—He traído la pizza. —Dijo Haze, cargando una caja enorme—.
—Como lleve piña te la meto por el culo. —Le contestó Gideon—.
—Ya te gustaría a ti verme el culo.
Elise jugó con su alianza de plata, deslizándola y haciéndola rodar mientras ignoraba a Anthony.
—¡Vamos al home cinema! —Él le ofreció una mano a su mujer, dándole una vuelta para que la falda se ondeara—. A ver si apagan las luces.
La hizo reír, yéndose con ella dentro de casa.
—Elise, ¿dónde tienes los platos? —Le gritó Nadine desde la cocina—.
—Los hondos en el armario, encima del fregadero.
—¡Vale!
El ruido sustituyó al silencio.
Tenía que centrarse en respirar, estaba sudando a pesar de que el tiempo anunciaba viento y lluvia.
La idea de la fiesta había sido una distracción bienvenida, pero sentía un ligero nerviosismo mientras esperaban a August.
Ahora sin él cerca se sentía rara, lo buscaba inconscientemente. Por suerte, le había cedido a Heimdall, y no paraba de acariciarle la cabeza.
—¿Tienes hambre? —Le dijo en voz baja, rascando al pastor belga entre las orejas—.
Finalmente, el sonido de un motor se detuvo frente a casa. El último que quedaba por llegar entró, y Gideon frunció el ceño al verlo, extrañado.
—¿Pero qué haces vestido así?
—Es una broma.
—Pues vaya broma de mierda.
Gideon frunció el ceño aún más, pero antes de que pudiera decir algo inapropiado, miró hacia dónde miraba August.
Allí, más alejada, vio a Elise de espaldas a la puerta, riéndose.
—¿Elise?
—Es que... Yo no le he dicho que venga así vestido. Pero es que... Bueno, es una broma tonta.
Gideon miró a su esposa, y la visión de ella riendo, feliz y despreocupada, lo desarmó por completo.
—No te voy a preguntar de dónde lo has sacado. —Se acercó a él, pero no antes de Heimdall—.
Llevaba un uniforme militar perfectamente ajustado, con insignias brillantes, abrigo largo de cuero y botas pulidas. Como si hubiera salido de la década de los cuarenta, y del bando equivocado.
—Mejor, porque no sabría qué responderte.
—Vaya, ahora quiero saberlo.
August hizo una mueca, quitándose la gorra. Elise esperó su respuesta, cruzándose de brazos.
—Digamos que lo vendía una mujer por internet... Con gustos por los juegos de rol.
Elise se quedó con la boca entreabierta.
—¿No has pensado en Winston Churchill?
—Era mi primera opción, pero no fumo puros. Y esperaba verte aquí con la bandera del orgullo. Te quedaría muy bien con el pin de las SS.
Lo hizo sonreír un poco, y lo imitó.
—¡Joder! —Se asomó Anthony desde el salón, asustándola de repente—. ¿Pero qué haces vestido así?
—¿Rememorando a tu abuelo?
Así llegaron los demás hombres, y entre bromas descaradas se lo llevaron.
La noche avanzó con el partido de fútbol, manteniendo a todos al borde de sus asientos en la sala de cine, menos a las mujeres.
En la oscuridad de la sala, hablaban entre ellas dos filas más arriba.
—¡Vamos, Salah! —Gritó Gideon—. Corre, joder, ¡pásala ya!
Sean cogió otro botellín de cerveza, aunque ya arrastraba las palabras.
—Ese árrbitro está ciegoo... ¡Fue penalti! Me cago en Dioss.
—Ese defensa es una muralla. No deja pasar ni una. —Dijo Haze, golpeándole la mano a Anthony cuando iba a coger el último trozo de pizza—.
Elise, más aburrida que preocupada, se consolaba pensando en que, con tanta gente en casa, nada malo podía pasar.
—...se ve que han abierto un club de noche cerca de donde vivimos.
—A disfrutar lo votado. —Contestó Flor, apurando su margarita—.
—Este alcalde solo va de mal en peor. —Continuó Olive—. No sabéis lo que ha aumentado el crimen en nuestro barrio.
—¿Qué es un club de noche? —Preguntó Elise—.
—¡Qué cosas preguntas, Lise! —Rió Nadine—.
—¿Pero qué es? ¿Un casino?
—Pues... Esos clubs donde los hombres suelen ir por las noches. Ya sabes. —Olive se encogió de hombros—.
—Ah, un puticlub.
—¡Elise! —Rió Nadine, que a pesar de no poder beber alcohol era la que más lo hacía—.
Justo en ese momento la pelota pasó entre los tres palos, y casi todos se levantaron, gritando.
—¡Gol! ¡Goool!
Elise los miró, viendo que incluso Gideon se levantó con Sean, abrazándose y saltando.
—¡GOOL!
—Claro, porque comprar árbitros es lo que mejor hace el Liverpool. —Dijo August, dando un trago a su cerveza—.
—¿Qué coño va a saber un alemán de nuestro equipo? Cierra la puta boca y ve a comer salchichas. —Contestó Haze—.
—Soy estadounidense, capullo.
—¿Pero comen salchichas o no? Pues ya está.
Elise dejó de mirarlos, levantándose. Quedaban demasiados minutos de partido, y las chicas ya habían acabado con los cócteles y los aperitivos.
—¿Dónde vas? —Le preguntó Nadine—.
—A la cocina, traeré más patatas.
—Te acompaño.
Ella también salió, siguiendo a Elise con su disfraz de Mary Poppins, alejándose de los gritos y los silbatos, aliviada por el repentino silencio.
—¿Quieres algo? —Le preguntó Elise, abriendo la nevera—. Desde que Amy se fue tenemos demasiado alcohol guardado...
—No, gracias. Necesitaba un respiro también. Estos partidos a veces me dan dolor de cabeza.
—Sí, los hombres pueden seguir una pelota con los ojos y ya son felices. ¿Me ayudas a prepararlo?
—Claro.
Se acercó al fregadero, lavando las zanahorias y los puerros que había sacado Elise.
La decoración prematura de Navidad engullía la sensación de vacío que creaba la mansión. En el gran salón principal había un abeto repleto de luces, calcetines navideños en la chimenea, luces, velas, y mil cosas más en cada rincón de la casa.
—A Flor le han encantado tus patatas saludables.
—Ya... —Elise se preparó otra copa, con brandy—. A veces me da la sensación de que se mata de hambre.
—Sí, yo también lo noto.
—¿Has visto cómo ha cambiado estas últimas semanas? —Se giró hacia Nadine—.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que se está quedando en los huesos. ¿Te acuerdas del vestido de tul que llevó en la cena? Se le marcaban demasiado los huesos. Deberíamos hablarle de esto, quizá solo necesita que la vean.
—No lo sé, Elise. Hablar del cuerpo de alguien...
—Ya. Tampoco quería sonar violenta. —Acercó una mano a su vientre—. ¿Puedo?
—Claro.
Sonriendo, la acarició, pero el bebé estaba muy tranquilo dentro suyo. Nadine llevaba un vestido de color rosa suave, que resaltaba el moreno de su piel, que parecía caramelo.
—Estás preciosa. —Le sonrió—. El embarazo te está sentando muy bien.
—Gracias. —Le devolvió la sonrisa, tomando su mano—.
Elise la apartó y, dando un trago a su copa, la dejó sobre la isla de la cocina para sentarse en un taburete.
Heimdall entró, rascando sus patas contra la madera del suelo, y le lanzó un ladrido feliz a Elise al encontrarla.
—Hola. —Lo acarició—.
—Oye, Lise... —Nadine se giró, secándose las manos con un trapo limpio—. Sé que ya tienes suficiente cuidando de Gideon y... Bueno, de ti misma. ¿Pero puedo hablar contigo de algo?
—Por supuesto, dime.
La invitó a sentarse, y Nadine lo hizo con algo de dificultad al ser asientos altos.
—Es que... —Carraspeó—. Desde que Sean perdió el dedo está muy inquieto, y sale cada noche, con Haze y Anthony. Todos echan de menos a Gideon.
—Yo también. —Le sonrió, dando otro trago largo a su copa—.
—Pues, anoche... —Jugó con sus pulseras, inquieta—. Me contó algo sobre Olive y Haze. Está preocupado por ellos.
—¿Por qué?
Ella suspiró.
—No quiero meterme donde no me llaman, pero ya has visto el comentario que ha hecho Olive sobre "el club de noche".
—Sí, ¿y?
—Pues que quizá Haze...
A Elise se le escapó una risa, de la cual se arrepintió al instante.
—Lo siento. —Se rellenó la copa—.
—Pues Sean dice que Haze está... Diferente.
—¿Lo ha visto entrando en el puticlub?
—No. —Bajó la voz, inclinándose hacia ella—. Pero ha estado saliendo mucho, "trabajando hasta tarde". El lunes volvió super tarde, borracho, y le habían robado la cartera. Yo digo, el único lugar donde podía pasarle eso sería en la carretera del club, ¿no? Ahí hay de todo.
—Supongo que Olive no te ha contado nada.
—He intentado hablar con ella, pero siempre lo minimiza. Dice que solo está estresado, que el trabajo lo tiene así. Pero no sé...
—¿Por qué te preocupa tanto Haze?
Un par de tacones se acercaron donde estaban, y Flor no tardó en entrar.
—¡Ah, estáis aquí! Nosotras también necesitamos un descanso de tanto griterío.
Se acercaron a ellas, cogiendo de la bandeja con aperitivos que había preparado Nadine.
—Qué bien te sienta ese vestido. —Olive se sentó con ellas—. ¿De dónde es?
Ella sonrió, acariciándose el vientre.
—Lo compré por internet. Estoy muy emocionada, pero ver a los maniquíes con esa tripa enorme me da mucho miedo.
—Con el primer hijo es normal. Cuéntale cómo te fue a ti, Flor.
Elise jugó con su copa.
—Yo estaba horrorizada con el primer embarazo, ¡y encima prematuro! Pero al final todo salió bien. Ya verás, querrás tener otro en cuanto ya pueda gatear.
—Hablando de las niñas, ¿cuándo las traerás? —Elise se giró hacia Flor—. Las echo de menos.
Ella miró los aperitivos, escogiendo uno.
—Cuando pueda, Lise.
—Piensa en lo bonito que será tener a este bebé en tus brazos. —Continuó Olive con Nadine—. ¡Va a ser adorable! ¿Cómo lo vas a llamar?
—Todavía no lo sé.
—Sus piececitos serán muy pequeños. ¿Por qué venderán zapatos para alguien que no camina? —Sonrió más, mordiéndose el labio inferior—. Dios, tengo muchas ganas de tener un bebé...
—¿Lo estás intentando?
—Sí. —Se sentó a su lado—.
—Ah. —Respondió Nadine—.
—Pero es difícil, ya soy mayor.
Elise clavó la mirada en ella.
—Anda, cállate, solo tienes treinta años. ¡Quién los tuviera! —Flor se acercó—. Te puedo enviar ropa de mis niñas, Nadine, aún la guardo en el garaje. La aprovecharías.
—Gracias, pero mi madre no deja de mandarme ropa hecha a mano.
—¿Le vas a dar el pecho?
Elise se cruzó de piernas, bebiendo de su copa.
Heimdall le lamió la mano, como si hubiese olido que le costaba respirar otra vez. Era un buen perro. Siempre lo notaba.
—Ah... ¿Y tú qué piensas, Lise? —Lise repuso su copa—. Si tuvieses, ¿le darías el pecho o fórmula?
—¿Sabes qué pienso?
Dio un trago, y se llevó la copa al pecho, relamiéndose el brandy de los labios.
Rompió la copa contra el borde de la isla. Se levantó y fue hacia Olive para apuñalarla en la cara, hasta que la sangre y el alcohol eran lo mismo.
—Lise.
Se despertó de su fantasía.
—¿Qué preferirías?
Pestañeó y la vio, sonriéndole.
Prefirió levantarse, dejando la copa, y todas se callaron al verla hacerlo.
—¿Dónde vas? —Le dijo Nadine—.
—A fumar.
—Pero si tu no...
Se fue hacia la galería, dejando el ruido al otro lado de la pared, y abrió la puerta corrediza para que el perro saliese un rato.
Le tiró la pelota que había comprado para él y, corrió detrás de ella como un cachorro.
Se apoyó en el marco para verlo, disfrutando del aire fresco que le erizó la piel de los brazos.
La quietud del bosque a lo lejos le ofreció un respiro.
Escuchó a alguien acercándose, pensando que sería Nadine, pero vio a August. Se estremeció al verlo con ese uniforme ir hacia ella.
Él, en silencio, sacó un paquete de tabaco del bolsillo y le ofreció un cigarrillo.
Ella lo rechazó y August empezó a fumar solo, sentándose.
Elise continuó de pie un rato más, viendo las ramas de los árboles moverse a lo lejos.
No sabía por qué, pero ya no sentía que la mirasen.
Estaba tranquila, o al menos todo lo en paz que podía estar mientras el alcohol perdurase en sangre.
—Qué bonita está la luna. —Se giró, tomando asiento en el taburete de su lado—.
Él asintió, echando el humo por la nariz, y dejó caer la ceniza en el cenicero con forma de corazón humano.
—Espero que encuentre la pelota y no se pierda por ahí.
Heimdall entró por la puerta abierta, con la pelota naranja chorreando saliva.
—¡Muy bien! —Elise lo acarició, pero él se giró hacia su dueño—.
—Hola.
Heimdall subió las patas a su regazo.
—Qué listo.
—Es un perro de intervención. Sabe hacer más cosas que sentarse y buscar una pelota.
—¿Ah, si? ¿Despedaza terroristas, o algo así?
August se rió.
—Bah. —Elise le acarició el lomo, haciendo que moviese la cola—. Si es un perrito muy consentido y gordo, ¿a que sí? ¿A quién vas a hacer daño tú?
Heimdall se tumbó boca arriba, y ella se inclinó para rascarle la tripa. Ambos se habían adentrado en un silencio pegajoso, como la capa que se formaba encima de la sopa esperando que alguien la removiese.
Elise lo miró a su lado, y él seguía fumando mirando el bosque. El humo se retorcía y bailaba con ellos.
—Ya han pasado tres días. —Tuvo que empezar ella, mirándose las manos en el regazo—. ¿No vas a preguntarme por qué estuve ingresada en una clínica psiquiátrica?
—Si no me lo has querido contar, ¿por qué iba a preguntar?
Elise estiró una sonrisa, formando dos hoyuelos en las mejillas. Deslizó los pies de los tacones para quitárselos, y detrás de sus medias negras tenía las uñas pintadas de rojo.
—A veces me gusta que seas tan reservado. Es cómodo.
—Tampoco lo soy tanto.
—Si no te hablo yo primero, nunca empiezas una conversación.
—No puedo leer mentes, no sé si te apetece hablar conmigo o no.
—¿Por qué no me debería apetecer?
Él se miró las manos.
—Pues no lo sé.
—Es muy realista. —Le quitó la gorra del uniforme—.
—El nazi maricón, yo ya no sé qué esperar de ti. —Suspiró profundamente, dando otra calada—.
—Podrías demostrarlo.
—No voy a preguntar a qué te refieres.
Elise se rió.
—Cobarde. —Se la tiró, y él la cogió en el aire—.
—Vale, Mary Poppins, ¿a qué coño te refieres? —La miró—.
—Eh, esto no va así, ¿no vas a insultarme en alemán?
—¿Quieres que lo haga?
—Hm... Sería lo suyo, ¿no?
—En realidad, no. No es lo mismo si no me entiendes.
—Oye, que entiendo un poco. —Frunció el ceño—.
—Seguro.
—Versteht ihr mich?
August levantó una ceja.
—Fühlt ihr mich? —Continuó, con una voz mucho más grave—. Hört ihr mich? ¿Tu vocabulario mediocre se basa en canciones de Rammstein?
Se rió como respuesta, sorprendida.
—¿Cómo sabes que era...?
—Las pones a todo volumen todo el día. Ahora me sé todo su puto album. Y el de Slipknot. Y el de Judas Priest.
Dio otra calada, y Elise se humedeció los labios, sonriendo.
—Tienes una voz bonita.
Él apagó la colilla en el cenicero, echando el humo por la nariz. Carraspeó, acomodándose en la silla.
—Tuve que practicar mucho el acento. —Dijo, cruzándose de brazos—. Me centré en hablar en inglés, y poco a poco dejé de pensar en alemán. Lo olvidé. Tuve que estudiar con treinta y dos años el idioma del país donde nací.
—Demasiado extranjero para vivir donde vivieron tus padres, y siempre serás un inmigrante si vives fuera de él. Más o menos sé lo que se siente.
August no le contestó, pero asintió. No dejaba de sorprenderla. Por fuera, era un hombre de casi metro noventa, que había sido militar y ahora policía, y solo hablaba de fútbol o trabajo con sus compañeros, si es que abría la boca.
Pero a Elise le hablaba de literatura porque sabía que le gustaba, se reía cuando lo llamaba gay, y ahora le explicaba cómo se sentía.
—Gracias. —Le dijo, de la nada, después de tomar un buen trago de silencio—.
Él la miró.
—¿Por qué?
—Por haberte vestido así. —Le sonrió—.
—Tú también estás horrible. —Giró la cara—.
—Dijiste que se reían de ti de pequeño, y hoy se han vuelto a reír.
August suspiró, apretando los dientes.
—Que estos capullos se rían me da igual.
—Yo también me he reído. Y hacía bastante que no lo hacía. Lo aprecio, August.
Él no se giró para mirarla.
—Gracias. —Repitió, sonriéndole suavemente. Le miró el pecho, donde descansaban las insignias falsas, y luego a los ojos—. Y no estás tan horrible, creo que Sean te estaba poniendo ojitos.
—Me descojono.
—Vamos. —Se rió, dándole un golpe en el hombro—. Es solo un beso.
Se relamió los labios, sacudiendo la cabeza.
—¿O es que no tienes huevos?
—Sin huevos acabaré si lo hago.
—¡Ah, así que lo has pensado!
—¿Por qué piensas tú en mí besando a otros hombres?
Elise ladeó la cabeza mientras lo miraba, sonriéndole con las mejillas encendidas. Estaba algo despeinada, el khol negro solo enfatizaba la forma de sus ojos castaños y el carmín que llevaba parecía sangre.
August empezó a asustarse.
—Elise estás... Estás borracha.
—Lise, ¿dónde están las botellas que le has dicho a Nadine?
Los tacones de Olive entraron en la galería, asomándose. Los dos giraron la cabeza de repente.
—Oh... Lo siento. Estaba buscando el....
—En el armario, debajo del fuego. —Le respondió, arrastrando un poco las palabras—.
—Gracias.
Volvió a acercarse a la salida.
—Haré margaritas.
—¡Eh! Yo también quiero uno. —Se levantó, sonriente—.
—No deb-.
—¿Has bebido? —Gideon también se asomó, parándola en el sitio—. Con las pastillas que tomas...
—Lo siento. Solo un poco. —Hizo un ademán—.
—¿Y tú la has dejado?
—A mí no me mires. —Respondió August, despreocupado—.
Olive levantó las manos, y sin aportar nada más a la conversación, se fue silenciosamente.
—He bebido solo un poco, Gideon. Necesitaba relajarme, no es para hacer un drama.
—¿Ah, no? A ver, pónte a la pata coja y tócate la nariz.
Elise se rió, sacudiendo los hombros.
—Vaya, ¿me vas a poner una multa?
Él frunció el ceño, moviéndose hacia el lado para que no se fuera.
—Sabes que no deberías beber. Podría pasarte algo.
—¿A mí o a ti? —Bajó la voz, arqueando una ceja—.
—No sé a qué te refieres, pero, por favor, no bebas más.
—Te lo prometo. —Alargó la palabra, divertida—. ¿Dedo-promesa?
—Déjame.
Se giró, entrando en la cocina.
—¡Vamos! Hagamos una dedo promesa. Gideon... —Lo siguió—.
—Deberías irte a dormir. No aguantarás mucho de pie con el cóctel de brandy y pastillas que te has metido.
Se la llevó por el pasillo, subiendo a su lado las escaleras para fiarse de que no volvía a la bodega.
—Te acompaño a la cama.
—Ah, ¿me acompañas? ¿Esta noche sí?
Murmuró, con una sonrisa maliciosa. Se giró hacia él al llegar al segundo piso, envolviendo su cuello con los brazos mientras lo besaba con desespero. Gideon se tambaleó hacia atrás, y apoyó un brazo en la pared, soltando el bastón.
—Elise, para.
—¿Es por el vestido? —Susurró en sus labios, volviendo a besarlo mientras le acariciaba la mandíbula y el cuello—. ¿Quieres ver lo que llevo debajo? Yo no me acuerdo.
—Elise...
—Llevas toda la noche sonriéndome, y con... —Cerró los ojos, deslizando las manos por su pecho—. Con esa camisa.
Él titubeó.
—Vam...
—Me estás poniendo muy cachonda... —Bajó aún más la voz, negando suavemente—.
—¡Elise! Podría pasar alguien y vernos. Para, por favor.
—Es nuestra casa, ¿no? —Se desabrochó el primer botón del cuello—. No se darán cuenta de que no estamos, vamos a mi habitación.
Siguió susurrando, riendo después de decir eso.
—Madre mía, parece que tenemos veinte años. —Se cubrió la boca—.
—¡Gideon!
Elise saltó en el sitio, ahogando un grito al ver aparecer a Anthony. Se giró y él se acercó.
—¿No vuelves al partido?
—Sí. —Asintió con la cabeza—. Trae la comida, y dile a Sean que ahora vuelvo.
Anthony asintió silbando, adentrándose escaleras abajo. ¿Por qué había subido?
—¡No empecéis sin mi! —Le gritó Gideon—.
Cuando desapareció, volvió hacia su mujer, que estaba apoyada en la pared porque todo le daba vueltas.
—¿Estás bien? —Le tocó el brazo—.
—Si vienes conmigo —Susurró ella, pasando los brazos sobre sus hombros de nuevo—.
—Vamos a tu habitación, pero para que te quedes.
Le apartó las manos.
—Yo despediré a los demás.
—No... Será rápido, por favor. —Se zafó, volviendo a acariciarle la cara—. Tócame, Gideon, quiero que nos vea.
—¿Que nos vea? ¿Quién?
—El acosador. —Susurró, frunciendo el ceño—. Que vea que solo te quiero a ti, para dejárselo claro.
—Estás perdiendo la cabeza.
—Por ti. —Gimió en sus labios, dándole otro beso—. Me estás matando, deja de ignorarme.
—No te ignoro, intento cuidar de ti.
—Pues cuídame, Gideon, ya no sé cómo más pedírtelo.
Él se apartó, sudando.
—Pues deja de pedírmelo. —Dijo, mirando a todos sitios menos a los ojos de Elise—.
—Pero...
—No estoy preparado.
Recogió su bastón del suelo.
—Gideon. —Hizo un puchero, viendo cómo se iba—.
—Pensaba que lo ibas a respetar, no a presionarme. —Le habló de espaldas—.
—¡Lo siento! —Volvió con él—. Lo siento, no quería ser tan violenta. Yo nunca te obligaría a hacer algo que no quisieras...
—Pues estás sonando a todo lo contrario.
—Gideon, no te vayas, habla conmigo. —Se recogió la falda del vestido, siguiéndolo hasta las escaleras—.
—¿Para qué? ¿Para que te desnudes en medio del pasillo y me llames maricón por no poder tocarte?
—¡Nunca te he llamado eso!
—¡Baja la puta voz! —Gritó él—. Todos se van a enterar. Vete a dormir de una vez, Elise.
Gideon se giró, volviendo a irse escaleras abajo, y ella se quedó arriba.
Levantó los brazos una vez que estuvo sola, encogiéndose de brazos.
—Joder, Elise, no haces bien nada. —Se susurró—.
Rendida, se giró para ir a su dormitorio.
Mientras caminaba hacia el interior, se encontró con Haze en el pasillo a oscuras, saliendo del baño. Se tambaleaba ligeramente, casi se chocó contra ella.
—Oops. —Se apartó, sonriendo al verla—. Vaya, mira quién tenemos aquí.
—No es el momento, Haze. Déjame pasar.
—¿Por qué tanta prisa? —Se acercó un poco—.
Ella dio un paso atrás.
—Estás borracho. Déjame.
—Eso es lo que te ha dicho Gideon, ¿no?
Se rió, pero su risa no tenía nada de amigable.
—¿Estabas espiándonos? —Preguntó, en un tono entre la indignación y el asco—.
—No. —Frunció mucho el ceño—. Pero te he escuchado rogando para que te follaran... Qué puta pena.
La cara de Elise se volvió roja.
—¿Me estás insultando por hablar de eso con mi marido? El que estaba escuchando eras tú.
—Por accidente. —Balbuceó, encogiéndose de hombros—.
—Olvídalo, déjame en paz.
—¿Y qué vas a hacer si no lo hago? —Soltó una risa—. ¿Correr a esconderte?
Esa frase desencadenó un escalofrío por toda su espalda.
Retrocedió de nuevo.
—¿Qué quieres decir?
—Que sois todas unas putas, hagáis lo que hagáis. —Arrastró las palabras, haciendo un ademán como si las barriera en el aire—. Y mi mujer la primera.
—Ve a arreglar tus problemas con Olive. A mí déjame.
Elise pasó por su lado, pero Haze la cogió de la muñeca, devolviéndola a su sitio frente a él.
—¿Y si no lo hago? —Agachó la cabeza hacia ella—. Soy el único que te hace caso, ¿y te vas?
Elise giró la cabeza. Dio un paso atrás para escabullirse, pero se quedó anclada en el sitio cuando vio un vendaje que le cubría el pecho, y los botones abiertos de la camisa dejaban ver.
—¿Cómo te has hecho eso? —Abrió mucho los ojos, mirando la herida y luego a él—.
Haze agachó el mentón, mirándose el vendaje. Se lo palpó sobre la ropa.
—Agh, no es nada... Un tío me robó en la calle, a mí. ¿Te lo puedes creer?
Elise continuó retrocediendo, y se chocó con alguien.
—¿Qué haces, Haze?
Saltó hacia otro lado al ver a August detrás de ella, apareciendo de la nada. Se puso aún más roja, si cabía, y miró de nuevo al frente. ¿Él también habría escuchado su conversación con Gideon? Qué puta pena daba.
—¡Nada!
—Apártate.
—Solo estábamos hablando... —Arrastró las letras—.
—Ve a sentarte, Haze.
—Pero bueno, ¿y tú quién eres para decirme qué hacer? Vete tú a sentarte. No soy un perro.
August rodeó a Elise, saliendo de su espalda para acercarse a él, con su uniforme de un alto rango de las SS que lo hacía ver treinta centímetros más alto. Pero la terquedad del borracho hizo que Haze no se moviera de donde estaba.
—Vete.
Elise observó la escena con una pesadez en el vientre, prefirió irse y pasó por su lado.
—¡Eh! Que estábamos hablando...
Alargó un brazo hacia Elise, pero August lo cogió del pecho, hurgando en su herida para que se estuviera quieto. Haze se retorció contra la pared.
—¿Te duele? —Le dijo, sin dejar de hacerlo—.
El vendaje empezó a mancharse de sangre, y Haze, borracho, no pudo apartarlo como debería.
—Si vuelves a hablarle de esa manera, no lo haré con la mano. Te abriré los puntos. ¿Me has escuchado?
Haze lo miró con desprecio, gruñendo con los dientes apretados.
—Que si me has escuchado. —Apretó más—.
—¡Ah! ¡Ah, joder, sí! ¡Suéltame! ¡Estábamos de broma!
August lo cogió del pecho y lo empujó lejos, hacia el final del pasillo, haciendo que casi tropezase.
Lo vio acariciarse el hombro y el pecho, murmurándole algo de mala manera, y se quedó ahí de pie hasta que lo vio irse escaleras abajo.
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