Capítulo II
Un grito hizo volar a los pájaros, que saltaron de los árboles graznando y resonó en el eco de la mansión.
—¿Elise? —Amy se levantó de la mesa, con el corazón palpitándole en la garganta—. ¡Elise!
Salió corriendo a por ella, pensando que habían entrado ladrones, o se había hecho daño, pero al llegar a la puerta la vio entrar.
Tropezó con los pies llenos de tierra, sin las zapatillas, y tuvo que sostenerse del mueble del recibidor.
—Elise, Elise, ¿qué te pasa? —Intentó hacerla entrar en razón, sosteniéndole la cara—.
Estaba temblando.
—Un-Un... ¡Un...! —Balbuceó—.
—¿Un qué? ¿Qué ha pasado?
—¡UN DEDO!
Amy se quedó a cuadros.
—¿Un dedo?
—Sí, sí. —Asintió varias veces, neurótica, sin color—. Ahí. Lo he abierto, ¡lo he tocado!
—¿Pero qué estás diciendo?
—¡Un dedo! —La zarandeó, chillando—. ¡Un dedo humano!
—¡Elise!
Su gritó hizo que se callara, soltándola.
—¿Pero qué te ocurre? ¿Estás volviendo a tomar esas pastillas?
—En el buzón.
Se abalanzó hacia el teléfono fijo, al lado de las llaves y bajo el cuadro que colgaba majestuoso, un retrato de la propia mansión en invierno.
—¿El buzón?
—¡Ve a mirarlo!
Le gritó con el teléfono en la oreja, señalándole la puerta abierta. Amy, escéptica, se fue a buscar lo que fuera que decía.
Bajó el camino que anunciaban los árboles perennés, dirigiéndose a la verja. Abrió el buzón y lo encontró vacío.
Nadie enviaba ya cartas, pensó, y quiso volver rápido por el frío que calaba los huesos, pero al girarse pateó un sobre blanco.
Se agachó, viendo que no llevaba nada escrito. Dentro solo había un papel medio arrancado, escrito a máquina:
" ¿Sabes quién será el siguiente?
Claro que lo sabes. "
Debajo del sobre, entre la tierra, descubrió algo más. Lo desenterró, pensando que sería una especie de USB, pero encontró una falange con la uña arrancada de cuajo.
Estaba frío, rígido.
Amy lo soltó todo, temblando.
Volvió a la mansión como un ente que la habitaba.
—¿Qué ha sido eso, Elise? —Tartamudeó—.
Elise continuaba en el recibidor, con las manos en la cabeza, yendo de aquí para allá.
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes? —Se acercó a ella—. ¿Has visto la nota? Se supone que sabes de qué va esto.
—¡Pues no lo sé! ¡No lo sé! —Le respondió, con la vena del cuello marcada—. ¡No me culpes en mi propia casa de que me hayan enviado un dedo amputado!
—Tenemos que llamar a Gideon.
Se acercó al teléfono, pero la paró.
—No. —Le soltó la muñeca—. Aún estará en rehabilitación.
—¿Y qué?
—No quiero preocuparlo, Amy. —La miró a los ojos, tomando bocanadas de aire—. Gideon intenta hacer ver que está bien, pero no lo está. ¿Cómo podrá con esto si ni siquiera puede bajar las escaleras solo?
—¿Y qué quieres? ¿Jugar a las espías? ¡Es una puta amenaza! ¡En vuestra casa!
—¡Lo sé!
Se tomó un momento para respirar. Había roto a sudar.
—Ese dedo es humano.
—Lo sé... —Repitió—.
—¿Qué hacemos? ¿Qué se hace en una situación así? —Preguntó, angustiada—. ¿Lo busco por Google?
—Ayer hablé con August. —Levantó una mano hacia ella, para calmarla—. Dijo que podría ayudarnos.
—¿Has recibido más cosas como estas?
Amy frunció el ceño.
—¿No nos has dicho nada?
—Sí. No. Bueno, no eran tan brutales como esto. Esto es...
Sacudió la cabeza, pálida, con los labios algo azules por el frío.
—Una pesadilla.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
—He llamado a August. Me dijo que lo hiciera si encontraba otra nota, y confío en él, Amy. Si es miembro del equipo, es porque es muy bueno en lo que hace.
—¿Y qué hace, Elise? ¿Lo sabes? ¿Crees que él podrá ayudarnos más que Gideon?
Ella asintió, tragando saliva.
—Tiene recursos, cosa que él no después de tantos meses sin trabajo.
—¿Qué...?
—Vamos, a nadie le dan una baja laboral tan larga. Pero no quiere admitirlo y nadie se lo recordamos. Qué más quisiera yo, que todo volviera a ser como antes.
—¡Volverá a serlo pronto! Tienes que tener fé, se recuperará.
—El dolor lo está convirtiendo en otra persona, Amy. —Negó suavemente con la cabeza, cerrando los ojos—.
—Podrás con esto.
La tomó de los hombros, buscando su mirada.
Elise apartó sus manos.
—Si todo va a peor, se lo contaré. —La miró—. Te lo prometo. Pero, por favor, hazme caso. Aún no.
Amy asintió, sin saber muy bien por qué accedía a eso.
Al menos, dentro de todo, no quería alterarla más. Tampoco serviría de mucho discutir con ella en ese estado.
—¿Llamamos a la policía, o algo?
—No. —Jadeó Elise, intentando respirar bien—. Esperemos.
—Joder, ¿y tardará mucho?
—Estaba de camino.
Asintió con la mirada ausente, aún procesándolo todo. El dedo continuaba ahí fuera, al raso, entre la tierra y los charcos.
Elise subió a cambiarse de ropa, y mientras caminaba por los pasillos de la mansión, no podía evitar sentir que alguien la vigilaba.
Las ventanas ofrecían una vista única al lago o al bosque, ¿pero qué podían ver desde fuera?
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Esperaron en el comedor, separadas y calladas más allá del ruido de sus cabezas.
Elise tenía una taza de café en las manos para tenerlas ocupadas, pero no había probado sorbo. Se sentía incapaz.
August hacía diez minutos que había llegado, y estaba sentado releyendo la nota escrita a máquina:
" ¿Sabes quién será el siguiente?
Claro que lo sabes. "
El hombre suspiró, entrelazando las manos sobre la mesa, y las miró a las dos.
—¿Cuántas personas más lo saben?
—Solo Amy. —Respondió Elise—. Estaba aquí cuando recibí el... La última nota.
—Esto. —Levantó el sobre, que había metido previamente en una bolsa hermética—. Esto es una escalada directa de la amenaza anterior.
—¿Crees que la próxima persona que dice, seremos Gideon o yo? ¿Mañana?
Le preguntó sin voz, volviendo a cruzarse la bata sobre el pecho.
August la miró a los ojos, y se irguió en la silla.
—Con lo enfadado que parece, si pudiera entrar aquí no dejaría sus mensajes en el buzón. No dejaría ningún aviso, directamente.
—Bueno, eso me consuela. —Dijo con ironía, levantando ambas cejas—. Hace mucho tiempo que siento como si me mirasen. Siempre. Algunos ojos en algún lado. Y si nos vigila, podría seguirme, o...
—¿Por qué piensas que las amenazas son para ti?
Elise se quedó callada, y Amy la miró.
El tiempo pareció congelarse y volverse denso, coagulándose en el aire.
—¿Qué?
—Vivís dos personas aquí. —Continuó August—. Y empezó hace cuatro meses, cosa que descarta a Amy. ¿Alguien más ha estado con vosotros?
Elise, todavía aturdida, intentó pensar.
—Am... No. No me gusta tener servicio, muchas habitaciones están cerradas. Pero cuando nos íbamos de vacaciones se quedaba sola, sin seguridad. ¿Te refieres a algo así?
—Puede ser. ¿Te ha llamado algo la atención estos meses? ¿Algún viejo amigo de Gideon intentó ponerse en contacto con él? ¿Un desconocido te ayudó con las bolsas de la compra?
—No. —Sacudió la cabeza—. Lo compro todo por internet.
—Deberíamos llamar a la policía. —Se metió Amy—.
—En...
—Si llamáis a la policía abrirán una investigación que durará años, y os mandarán a vivir a otro sitio. —La interrumpió—.
—Pero...
—Además de los interrogatorios, las patrullas en cada hectárea, y la falta de movimiento por parte del acosador si ve tanta seguridad.
—Si el acosador para...
—Parar de amenazar es pasar a actuar.
Amy reculó al instante.
Buscó la mirada de Elise por apoyo, pero ella miraba la mesa.
—¿Y qué hacemos con Gideon? Él no sabe nada de esto, y Elise dice que no debemos preocuparlo.
August también miró a Elise, que rehuía la mirada de todos.
—Ella lo conoce mejor. Si mantenerlo al margen es lo mejor, lo mantendremos así.
—Opino lo mismo. —Aportó ella, en voz baja—.
—Por ahora, deberíamos reforzar la seguridad.
Elise tomó aire. Su mansión, su gran mansión, su casa, volvía a ser un lugar extraño. Volvía a ser una forastera incluso ahí dentro.
Si no había sitio para ella en la ciudad donde nació, ni donde emigró, ¿qué hogar le quedaba para volver?
—Gracias, August. —Se levantó de la mesa—. Voy a traer las demás notas, por si te sirven de algo. O sino quémalas.
—Me servirán. Gracias.
Elise se retiró, dejando el eco de sus pisadas donde estuvo su presencia.
—No creo que ocultarle esto a Gideon sea lo mejor. —Suspiró Amy, sosteniéndose la cabeza—. Él también vive aquí.
—Y toma bastantes pastillas, por lo que vi.
—Sí. —Se encogió de hombros, indignada—. Claro que sí, sobrevivió hace poco a un accidente de coche, ¿por qué lo tratáis todos como a un niño? Pone mucho empeño en recuperarse.
—No es de ayuda ahora mismo.
—Igual que lo que ha dicho Elise...
Volvió a suspirar, frotándose la cara.
—Oye, ahora que pienso... Ayer, después de cenar, vi a Sean en el despacho de Gideon.
—¿Y te llamó la atención por qué...?
—Buscaba algo. Subí para ir al baño y pasé por delante, lo pillé sentado en su escritorio. Me dijo que era para dejarle un regalo, pero se me hizo raro.
—¿Desconfías de él?
—Esta mañana no he encontrado ningún regalo.
El eco les dijo que Elise estaba bajando, y ambos volvieron a callarse.
—Toma. —Le dio un cofre de madera, donde reposaban las notas dobladas—.
—Las analizaré junto con el dedo.
—Por favor, no lo menciones...
—¿Tienes idea de quién puede ser? El acosador cree que sabes de lo que habla.
—O Gideon. —Respondió Elise—. Tienes razón, puede ser para él o para mi. Quizá para los dos. No sé a qué se refiere con sus notas, y definitivamente no sé de quién es ese dedo.
Levantó una mano, pidiendo dejar el tema con horror.
August dejó la bolsa hermética en el cofre, lo cerró y lo dejó a un lado, dando un poco de tregua antes de continuar la conversación.
—Con lo que tenemos, nos ha dado pruebas suficientes de que puede haceros daño. Pero aún no quiere. No sé cuándo lo hará, y se está volviendo cada vez peor. Con las amenazas escalando, Amy, no creo que sea seguro para ti quedarte.
—¿Qué? —Gritó, frunciendo el ceño—. ¿La situación no es adecuada para llamar a la policía, pero para echarme a mi? ¿De qué coño me estás hablando?
—Eh, Amy, cálmate.
—Y una mierda, Elise. No puedo dejaros ahora.
—Tu seguridad es una prioridad. —Intervino August, en su tono de trabajo—. Deberías considerar volver a Nueva York con Selena.
Ella negó una vez con la cabeza, pensando fugazmente en su mujer: sola, en un apartamento diminuto, haciendo guardias de veinticuatro horas en el hospital.
—No puedo. —Susurró, odiándose por tener que escoger—. Es mi hermano. Mi familia me necesita aquí.
—Estar aquí es exponerte a un riesgo innecesario.
—También soy parte de esto. No puedo simplemente irme y esperar a que todo se resuelva. Quiero ayudar.
—Podrás ayudar.
Levantó el cofre con las pruebas, que ambas miraron por acto reflejo.
—Tengo contactos en Queens. Podrían analizar esto a fondo en menos de una semana, y me enviarías los resultados por correo.
Amy, con los labios entreabiertos, intercaló su atención entre el cofre y sus ojos.
—¿Me estás pidiendo que cuele un dedo humano por aduanas?
—Te estoy pidiendo que te pongas a salvo.
Elise, con la voz temblorosa, interrumpió.
—Pero necesito a Amy aquí, conmigo. Por favor. No quiero quedarme sola, y Gideon aprecia tener a su hermana cerca.
Él asintió. Siempre parecía taimado, como si ya supiera qué iba a pasar, y eso la ayudaba a no entrar en pánico.
—Quedándose aquí solo la ponemos en peligro.
—Por favor, considéralo. Nos cuidaremos.
August captó ese vestigio de miedo en sus ojos. ¿De qué la salvaba Amy exactamente estando presente? ¿De cuidar de Gideon, o de algo más?
Amy miró a su cuñada con un tinte de responsabilidad sobre sus hombros, y le tomó la mano.
—No voy a dejarte sola.
August suspiró, retorciéndose en la silla.
—Honestamente, he empezado hablando como un amigo. Quería hacer esto fácil. Pero os han enviado un dedo en un sobre, y no seré tan amable si es necesario para poneros a salvo.
Elise se estremeció al ver cómo cambió el tono, se le erizó el pelo de la nuca como si una araña se le metiera entre el pelo.
Verlo poniéndose serio era una alarma, las cosas de verdad eran peligrosas. Podía palparlas con las manos si se lo proponía.
Podían hacerle daño mientras dormía, vigilarla a través de las cortinas, envenenar su comida.
—Elise. —La llamó Amy—.
¿Por qué?
¿Por qué ella?
Le había costado diez años sentirse en casa en esa lúgubre mansión de techos altos y espejos cubiertos con sábanas. Había aprendido gaelico, estudiado su historia, remodelado las dos plantas habitación por habitación, diseñado la decoración, nadado en su lago y limpiado las telarañas del anterior propietario.
No iba a irse de su casa.
La mitad de su corazón estaba en la Mansión Mansfield. Esa mitad que pudrió el tiempo.
—Elise. —August se levantó—.
Demasiado tarde.
A Elise se le pusieron los ojos en blanco, y se desmayó en su comedor, cayendo de la silla.
—¡Madre mía! —Amy se arrodilló a su lado, viendo las pequeñas gotas de sangre que había dejado sobre el parqué—. ¡Elise! Elise, ¿me oyes?
Palmeó su mejilla, pero se encontraba totalmente laxa, sin saber qué ocurría a su alrededor.
—Está inconsciente.
—Se ha golpeado con el borde de la mesa.
August también se puso a su lado para tomarle el pulso, anormalmente bajo.
—Hace unos años estuvo ingresada por esto. —Amy hiperventiló, limpiándole la sangre—. Pensaba que ya lo tenía controlado... Joder. Y yo discutiendo con ella.
—Trae una gasa.
Amy asintió varias veces. Cuando fue hacia la cocina, donde había un botiquín, August la levantó del suelo, abandonando las gotas de sangre ahí donde estuvo su cabeza.
Cruzó el arco que anunciaba el salón, viendo de lejos el majestuoso sofá de estilo victoriano frente a la chimenea. Al otro lado del ventanal, la lluvia golpeaba el campo.
La dejó tendida, colocándole un cojín bajo la cabeza, y le apartó un mechón de la frente para ver si el corte era profundo, pero no lo era.
Como la noche anterior, estaba pálida. Ni rastro de un rubor en las mejillas, o de vida en su piel.
Un camino de lunares subía desde su cuello hasta su mejilla, guiando la atención hacia sus ojos, enmarcados por dos bolsas oscuras.
Sus labios cortados estaban entreabiertos para respirar, mostrando ligeramente los incisivos. Parecía enferma, anémica.
¿Habría sido, acaso, una mujer como ella la que empujó a Bram Stroker a escribir?
Presionó suavemente los dedos sobre su carótida, notando en las yemas los golpes de su pulso, ahora más constantes.
No pudo evitar fijarse en ese momento en una marca en su pecho, pues el escote del camisón, desprovisto de la bata a la que Elise llevaba toda la mañana aferrándose, dejaba entrever el final de una cicatriz.
El suelo crujió delante de él.
Levantó la cabeza, y vio a Gideon de pie frente al sofá.
—¿Qué haces?
August se levantó.
—¿Qué le ha pasado? —Casi gritó—.
—Solo se ha desmayado.
—¿Se ha desmayado? —Frunció el ceño, acercándose—. ¿Qué le has hecho?
—Nada.
—Soy cojo, no gilipollas.
—Has vuelto.
En ese momento, Amy entró con gasas, alcohol y tijeras, y las dejó en la mesa de café.
—¿Tú también estabas aquí? —Se sentó al lado de su mujer, rozándole el corte de la sien—. ¿Por qué no la has cogido cuando veías que se desmayaba?
—Teníamos...
—¡Ya sabes que le pasa! —La calló—. Podía haberse hecho mucho daño. ¿Dónde estabas?
—A su lado, pero he visto que se toma las pastillas, no pensaba que le fuera a pasar otra...
—Menos pensar, que no se te da bien. ¿Tú qué haces aquí? ¿Qué le has dicho a Elise?
August, más apartado, le respondió mientras Amy le limpiaba el corte.
—Ha estado preocupada desde el accidente. Quería asegurarse de que todo estuviera bien con la alarma y las cámaras, y me pidió que lo comprobara.
Gideon pareció crisparse por lo que dijo. Tensó la mandíbula.
—Es verdad. —Asintió Amy—.
—¿Y por qué no me lo ha dicho a mi?
—Porque no queríamos preocuparte, Gideon. —Esa vez respondió su hermana—. Has pasado por mucho y necesitamos que te concentres en tu recuperación. Esto es solo una precaución, ya sabes cómo es Elise.
Él la miró, todavía inconsciente en el sofá. Su melena oscura caía en ondas encrespadas por el borde.
Le acarició la cabeza.
—Sí, suena a algo que Elise te pediría. —Se apiadó de él mismo. Ya no era la persona a quien su mujer acudía cuando necesitaba ayuda. Ni siquiera habría podido llevarla hasta el sofá—. ¿Y por eso se ha desmayado? ¿Por preocuparse por la seguridad?
—Sí. —Respondió August—. Ha estado llevando mucha carga sola, intentando manejarlo todo y fingir que estaba bien, por ti.
Gideon lo miró cuando dijo eso. Tomó la mano de Elise, rozando la alianza de plata en su anular.
—¿Cuánto lleva inconsciente? —Demandó—.
—Un minuto, como mucho.
—¿Amy? —Murmuró Elise—.
Levantó una mano, tocándole la cara.
—No, no soy Amy. Llama al médico. —Miró a su hermana—.
—Voy.
Se levantó de un salto, dejándolos.
—¿Dónde estoy? —Preguntó Elise—.
—En el sofá, en casa.
—Gideon. —Frunció el ceño, con los ojos aún nublados—.
—Voy a traerte tus pastillas.
—No, puedo... —Intentó incorporarse—.
—Elise. —Soltó su mano—. Por favor.
Lo miró a los ojos, y desistió. Gideon, apoyándose en su bastón, volvió a levantarse mientras Elise intentaba sentarse sin que nada le diese vueltas, aferrándose a los cojines.
Notó que había otra persona ahí con ella, y al girar la cabeza vio a August.
—¿Cuándo ha vuelto?
Se palpó la herida, cerrando los ojos con fuerza.
—Hace poco.
—¿Le has contado algo? —Bajó la voz para hablar—.
—Le he dicho que estabas paranoica y querías revisar la alarma.
—Gracias.
Suspiró, apoyándose completamente en el respaldo del sofá, con la cabeza sobre el borde.
—Supongo que ya instalaré yo el nuevo sistema de seguridad.
—Lo siento, tampoco quería causarte tantas molestias. —Dijo, cansada—.
—No, es mi culpa. Quería que entraras en razón y me he pasado, lo siento.
—¿Lo dices por el desmayo? —Le sonrió con suficiencia, haciendo aparecer unos hoyuelos—. Siempre me ocurre cuando me pongo nerviosa. No tiene que ver contigo, es solo que esto me supera, y pienso que ese dedo mañana quizá será el mío.
—Lo sé, Elise, lo entiendo, y ahora entiéndeme tú a mi. —Se acercó—. Mi trabajo es que eso no pase.
Hablaron a susurros.
—Te pagaré mañana.
—No, no lo hagas.
—¿Cómo no voy a hacerlo? Te estoy metiendo en un compromiso, y pue...
Calló al oír que Gideon se acercaba.
Entró con un vaso de agua y dos pastillas rosas. Se sentó a su lado en el sofá.
—Toma.
—Gracias.
Las aceptó, bebiéndolas de un trago.
—Qué asco de agua. —Hizo una mueca, mirando el vaso—.
—Sí, tenemos que cambiar la instalación.
—Mañana a las diez pasaré para revisar la alarma. —Dijo August, con las manos tras la espalda—.
—De acuerdo.
Se dirigió a la salida, pisando una alfombra persa que cubría casi todo el salón.
—August.
Cuando lo llamó se giró hacia ella, viéndola todavía con la mancha de sangre en la frente.
—Gracias.
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