Capítulo 9

V. Estás despedido, Bangchan (1ª parte)


POV. BANGCHAN

— Eres imbécil, Bangchan ¿Querías hacerme daño contándome que ese impresentable si puede y nosotros no?

— Mina, no empecemos, por favor. Estoy cansado.

— Llevas meses cansado, Bangchan. A penas nos tocamos ¿Cómo quieres que me sienta si casi no pasas por casa? —Le gritó con los brazos cruzados y una mirada indescifrable en el rostro. ¿Enfado?¿Dolor?¿Pena?—. ¿Crees que eres el único que lo pasa mal porque no podemos tener un hijo?

Tenía la impresión de que si nadie la sostenía y continuaba así, acabaría abalanzándose sobre él, golpeándolo con toda la fuerza que consiguiese reunir. Lo sabía tan bien como el hecho de que estaba intentando mantener una relación sin futuro. Su matrimonio estaba acabado, llevaba años agonizando y ellos solo aguantaban porque estaban acostumbrados, porque era lo único que conocían. La miró, estaba tan cabreada como él comenzaba a sentirse. Pensó en sus palabras y trató de recordar la última noche en la que habían dormido abrazados y no dándose la espalda. Es cierto que era mejor dormir así que en el sofá tras una pelea terrible en la que ambos se dañaban con todas las palabras que podían. Era la forma perfecta de mantener la burbuja, de seguir creyendo que todo estaba bien y que no era más que una mala racha. ¿Cuándo había sido la última vez que habían tenido relaciones porque les apetecía y no porque el calendario dijese que era un buen día para hacerlo? Ya no había juegos, ni palabras bonitas que sonasen a verdad, ni si quiera eran capaces de estar en el mismo sitio sin discutir. Habían dejado de ser esos jóvenes que corrían bajo la lluvia tras una cita para acabar enredados en las sábanas de su casa. Ahora eran completamente adultos y nada de aquello seguía funcionado. Ella seguía gritando, echándole en cara todo lo que no había sabido hacer; pero la oía muy lejos. « Déjala de una vez, permite que tu pareja te encuentre ¡COBARDE! » le gritó de nuevo su consciencia. La voz de su mujer seguía insistiendo, estridente y aguda, enumerándole sus fracasos. Seguía hablándole esa voz desconocida de su interior. Le molestaba tanto que no era capaz de captar más allá de palabras sueltas: « Luna... Lobo... Manada... ». Le costaba respirar, el dolor había llegado a tal punto que creyó que miles de agujas se le clavaban en el cerebro. Necesitaba que parase. Quería que parase.

— ¡CÁLLATE! —Gritó levantándose de la cama con las manos sobre la cabeza y no supo si se lo decía a su mente o a ella.

Otro golpe en su mejilla le dejó claro que había empeorado la situación, pero no le importaba. Necesitaba silencio, poder dormir en su cama y dejar que su suerte mejorase al día siguiente. Quería seguir en su burbuja, llegando a la casa con la seguridad de que esa noche dormiría en la misma cama que su mujer y preparando el desayuno para dos. Le gustaba su vida, se había acostumbrado a ella. Ahora que había perdido el trabajo y que le estaba volviendo loco su propia mente, necesitaba que su lugar seguro permaneciese intacto.

— ¿QUIERES QUE ME CALLE? —Le espetó ella que se había acercado hasta apoyar un dedo en su pecho y golpearle con él con cada palabra—. Te di la vida que necesitabas, sin mi no serías nada. Conseguí tu trabajo, te di un hogar, una familia ¿Así es como quieres pagármelo? —Sus palabras se clavaron en su corazón como si le estuviese apuñalando con un cuchillo, una y otra vez—. SOLO ME TENÍAS A MI, GILIPOLLAS.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Bangchan no pudo controlar su ira más y le gritó, tanto que al final se quedó sin voz. Le recordó las veces que había tenido que esperarla porque ella estaba con sus ligues, las veces que en su juventud había hecho la vista gorda a su infidelidad y la cantidad de "te perdono" que había tenido que decir. Le recriminó cada grito, cada peleo y cada frustración pagada contra él. Era una mujer increíble y muy buena, pero la edad y su situación la había convertido en una completa desconocida. Ante todos seguían siendo la familia perfecta, Changbin solía envidiar como se llevaban y sus compañeros le repetían constantemente la suerte que había tenido. La realidad era distinta, con cada discusión, con cada fracaso, con cada desilusión, ella buscaba el consuelo en los brazos de otro y él esperaba pacientemente a que volviese, a que entrasen de nuevo en una de sus características burbujas y poder fingir que todo estaba bien. Le gritó todo lo que odiaba de ella y todas las veces que había deseado que no fuese su mujer. La culpó de haber perdido la calma, el trabajo y un futuro prometedor con alguien que le tuviese más aprecio.

— VETE A LA MIERDA —Le respondió ella, golpeándole en la mejilla una vez más—. VETE DE AQUÍ. NO QUIERO VERTE —Las lágrimas descendían por sus mejillas con la misma facilidad que las suyas—. TODO HUBIESE ESTADO MEJOR SI NO TE HUBIESE CONOCIDO.

Enfadado, frustrado y cansado, no quiso discutir mar. Salió de la habitación dando un portazo y volvió al garaje a por el coche. Podía oírla gritar, seguía insultándole, culpándole de todo, echándole en cara que todo lo que había hecho era porque él no era suficiente. No se molestó en coger sus cosas, simplemente arrancó y se alejó de allí al único lugar en el que podía estar tranquilo: la casa de Changbin. Le había dado las llaves para que la cuidase mientras no estaba, para que estuviese atento de cualquier problema y para pagarle al casero cuando fuese necesario. No podía pensar en un lugar mejor que allí, el sitio dónde había estado antes de que todo comenzase a desmoronarse. Golpeó el volante una vez más, la rabia le consumía y solo quería dejarse caer en el sofá para llorar por su trabajo perdido, por su matrimonio fallido, por su dolor, por no entender lo que le ocurría, por no tener a nadie a su lado...

Pensaba que todo se arreglaría, que ella llamaría pidiéndole perdón y él también le suplicaría que le dejase volver a su lado. Volverían a intentar continuar con su vida, seguir con la falsa en la que se estaba convirtiendo su matrimonió y juntos encontrarían una salida para su despido. Sin embargo, la única llamada que recibió fue la de su abogado hablándole de que pronto le harían llegar los papeles del divorcio y necesitarían la dirección de un lugar al que poder hacérselos llegar. Todo había terminado. Sin trabajo, sin matrimonio y sin más lágrimas que derramar, solo encontró consuelo en la cerveza. El líquido amargo y que tanto odiaba había conseguido aplacar el dolor de cabeza, la voz de su consciencia y el dolor por haber perdido una vida que parecía ajena, como si no fuese la suya.

— Seo, te has ido en el mejor momento —Le dijo mirando al techo, como si así fuesen a llegarle sus palabras—. ¿Ahora que haré?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top