Capítulo 6

III. Maldita sea Soobin, eres un omega (2ª parte)


Un nuevo golpe contra la pared y nada, nadie acudía. Llevaba tres días encerrado en aquella pequeña "habitación" y por mucho que arremetiese contra la puerta, las ventanas o los muebles, no pasaba nada. Ni podía escapar ni llamaba la atención de nadie. Estaba desesperado. No se arrepentía de haberle gritado a su padre para defender sus derechos ni de los puñetazos que logró darle a los guardaespaldas del líder de la manada para poder escaparse de sus garras. Si iba a caer, lo haría con su orgullo bien alto y consciente de que había hecho todo lo posible. Sin embargo, la estrechez de aquel lugar y la incertidumbre por lo que pudiese pasarle, hacían que sus niveles de ansiedad estuviesen por las nubes. Con los nudillos ensangrentados y el rugido de sus tripas pidiendo algo que llevarse a la boca, cayó en la cama derrotado, preguntándose si merecía la pena seguir luchando. Lleva tres días sin tener contacto con nadie y sin comer nada. Lo único con lo que calmaba el dolor que producía el hambre, era el agua que bebía del grifo. ¿De verdad creían que esto le volvería el omega que todos deseaban? Rio con amargura, si pensaban que acabaría siendo un pobre sumiso más por estar allí, estaban equivocados. Se ovilló en la cama, juntando sus piernas en el estómago y contando cada respiración para poder dormir. Lo mejor que podía hacer era descansar y reunir fuerzas para llevarse por delante a quien intentase llevarle a su nuevo destino. No quería emparejarse con el salvaje que lideraba la manada y no lo haría.

Con los ojos cerrados, recordó los sucesos ocurridos justo antes de su encarcelamiento. Al día siguiente de su charla con Sunghoon, encontró una nota en su escritorio que le avisaba que ya no volvería a verle: « No es un adiós, es un hasta pronto. Te esperaré durante dos semanas en el lago Yang y si no apareces, daré por hecho que no lo has conseguido. Como no salgas de esta, volveré a buscarte ». La quemó, esperando que nadie supiese donde estaba o tratase de perseguirle por ser un desertor. La manada no trataba bien a los traidores y no dudarían en defender su honor yendo tras el pobre alfa. Su marcha había causado un gran revuelo para todos y no dejaron de aparecer rumores sobre su poca "hombría" y lo "cobarde" que era por irse. Como era de esperar, su padre le culpó de haberle lavado el cerebro a su hijo y haberle dado unas ideas equivocadas. Lo atacó cuando creyó que estaba indefenso, pero las clases de lucha que había estado recibiendo en secreto fueron suficientes para dejarlo inconsciente y poder esconderse en su propia casa. Ni a su padre ni al líder de la manada les agradó su comportamiento y decidieron que lo mejor que podían hacer era enseñarle como debía comportarse un buen omega. Aún recordaba las palabras de su padre: « Maldita sea Soobin, eres un omega. Actúa como uno. Eres la vergüenza de esta familia. ¿No ves como estás dañando a tu madre? Ella no te educó para que fueses golpeando a tus superiores, debes mostrar respeto ». No se esperó que reaccionase de aquella manera, gritándole lo mal padre que era y todo lo que se merecía por el simple hecho de estar vivo. Le dijo que haría todo lo que estuviese en sus manos para no emparejarse y que deberían matarle si querían que lo hiciese. Cuando los guardaespaldas acudieron para llevarle a la habitación del castigo, puso tanta resistencia que no pudieron con él. Si no hubiese sido por el maldito somnífero que le inyectaron sin que se diese cuenta, ahora mismo estaría corriendo por el bosque para alcanzar a su amigo.

— Buenos días, mi princesa —La horrible voz de su alfa hizo que un escalofrío le recorriera todo el cuerpo. La habitación se había vuelto más fría de lo normal y el miedo era difícil de ocultar cuando lo único que quería era escapar de allí.

— No soy tú princesa —Le espetó, recuperando la compostura y sentándose en la cama para encararle—. Ni tuya ni de nadie, cabrón.

— Deberías aprender modales, una puta como tú no debería dirigirse así a un alfa —Elevó su voz mientras se acercaba a él.

— Me dirigiré a ti como me de la gana, hijo de puta —Apreté los puños para no golpearle. Estaba usando todo mi control para no dejar que mi rodilla importara contra su entrepierna—. No te debo respeto.

— Nadie va a quererte con esa boca, zorra. Deberías darme las gracias por salvarte de una vida de soledad. Me gustan los retos y voy a lograr domarte. En un par de días estarás gimiendo mi nombre mientras te follo, los omegas os morís por una buena polla y yo te daré la mía si te portas bien.

Oh... Eso si que no iba a permitirlo. Nadie le insultaba de esa manera y se libraba de su ira. Respiró profundamente para conseguir la serenidad suficiente y dejó que su puño impactara directamente en su rostro. No le hizo ni un rasguño. Volvió a intentarlo con más fuerza y nada, ni si quiera consiguió que se desplazara de su sitio. Siguió probando suerte, golpeándole en todas las partes que podía, pero era inútil. Era mucho más fuerte que él. Cuando se cansó de jugar, sostuvo las manos de Soobin con fuerza, haciéndole daño y sonrió con socarronería.

— Así que el lobito quiere jugar... Tranquilo, eso es lo que vamos hacer —Lo lanzó sin miramientos sobre la cama antes de saltar sobre él y mantenerlo aprisionado bajo su cuerpo—. Iba a esperar hasta la ceremonia, pero necesitas modales y yo estoy dispuesto a enseñarte.

Tendría que haber calculado que aunque era capaz de vencer a muchos alfas de su edad y era increíblemente fuerte, aquel hombre lo era mucho más. Pataleo, forcejeó y luchó como pudo para poder salir de allí. Lo que tuviese en mente para domarlo, no le iba agradar. Lo sabía por la forma en la que se movía sobre él, por su horrible aliento muy cerca de su cuello y la mirada lujuriosa de sus labios. No iba a llorar. No le iba a dar ese placer. Cerró los ojos dejando que hiciese lo que quería, haciéndole creer que tenía el control antes de dar su golpe maestro. Sería mucho más fuerte que él, pero nunca igualaría su inteligencia. Aguantó las ganas de apartarlo ante la horrible sensación de sus ásperos labios uniéndose a los suyos. Esperó pacientemente hasta que su lengua intentó abrirse camino por su boca y entonces... mordió. Hincó sus dientes en ella, clavándoselos lo más profundo que su fuerza le permitía. Otro movimiento sigiloso y su rodilla se clavo en su entrepierna. El alfa se apartó de un salto, gruñendo por el dolor. Podía ver el enfado en su mirada, pero no tenía miedo. Se limpio la sangre que había quedado en sus labios y le sonrió con suficiencia, sentándose en la cama para que viese su claro desafío. Nadie le tocaba sin permiso.

— Maldita perra —Escupió, acercándose a la cama de nuevo—. Vas a ser mío, quieras o no. Será mejor para ti si dejas de resistirse. Tu ridículo amigo huyó y nadie más podrá sacarte de...

— Yo no estaría tan seguro.

Oyó una voz tras el alfa justo antes del sonido de la madera quebrándose contra su cabeza. Lo siguiente que vio fue como se tambaleaba hacia delante y se derrumbaba sobre el colchón. Tras él, el hombre más atractivo que había visto nunca le observaba con una sonrisa que hacía ver sus ojos mucho más pequeños. Al respirar profundamente, pudo captar el agradable aroma del incienso y todo su cuerpo vibró. Contuvo el aliento un segundo, olvidándose de dónde estaba o del cuerpo inconsciente que había en la cama. El desconocido había avanzado hasta colocarse a su lado, tendiéndole una mano para que la sostuviese. ¿Cómo había llegado hasta allí sin que se diera cuenta? Necesitó un minuto más para entender la situación y se alejó de él, desconfiado. Vale, había derribado al asqueroso hombre que quería aprovecharse de él ¿Y qué? Era un maldito alfa. No podía fiarse de él. Seguía manteniendo un poco de cordura y no quería arriesgarse a caer en las garras de otro despreciable macho.

— Necesito que vengas conmigo, voy a sacarte de aquí y de esta mierda de manada —Habló con tranquilidad sin borrar la sonrisa a pesar de su claro rechazo—. Vamos, sé que no te fías de mi. Pero ahora mismo estamos en problemas. No tardará en despertarse y será mejor que estemos lo más lejos posible cuando lo haga ¿Quieres estar con él o ser libre?

Era imposible negar que tenía razón. Si veían lo que había pasado y él seguía allí, le echarían la culpa, tendría un castigo mucho peor que el que le habían impuesto. Si su salvador permanecía a su lado porque parecía no tener intención de irse, acabarían matándolo por atacar al líder de otra manada. Los problemas se multiplicarían. Quedarse no era una opción y... para que engañarse, quería ser libre, lo necesitaba. Era su oportunidad de salir de allí e ir con Sunghoon al lago Yang antes de que él creyese que no había sido capaz de escapar y volviese a por él, poniendo su vida en peligro. Observó al hombre ante él, volviendo a maravillarse con la vista y aspirando su agradable olor. Si hubiese querido hacerle algo, ya lo habría hecho y siempre podría escapar de su vista cuando saliesen de allí. Suspiró, tomando por fin su mano y saliendo de la cama. No sabía donde habían quedado sus zapatos y sabía que su ropa era un desastre, pero ahora mismo era lo que menos le importaba. Corrió arrastrado por el desconocido, esquivando las partes de la casa donde había gente y saliendo por fin al exterior. Las fuerzas le fallaron antes de llegar al límite, donde los árboles se agrupaban para formar un bosque y se derrumbó en el suelo. El hambre y el cansancio estaban haciendo mella en él. La adrenalina había sido suficiente para no notarlo, pero ahora volvían para impedirle seguir. Pensó que el joven le abandonaría allí, no querría continuar con alguien que estaba débil y podría entorpecer su huída. Después de todo, él seguía siendo un omega inútil y los alfas despreciaban a los de su clase.

— ¿Estás bien? —La preocupación en su voz parecía real cuando volvió hasta él y se inclinó a su lado—. ¿Cuánto tiempo te han tenido allí?¿No han dejado que comas? —Conforme preguntaba, podía oír como la ira aparecía—. Esos imbéciles pagarán por esto, pero no hoy. Necesito que te apoyes en mi, no te dejaré aquí. Cuando podamos escondernos, conseguiré algo de comida para ti. Todo saldrá bien, te lo aseguro. He hecho esto antes —Consiguió que Soobin se apoyase en él y lo sacó de allí como pudo. El chico no sabía adónde iban, pero el desconocido parecía conocer aquel lugar como la palma de su mano. Lo ultimo que fue capaz de ver antes de quedarse dormido, fue su mirada preocupada.

Abrió los ojos de nuevo, muy despacio. El olor a pan tostado y algún tipo de salsa agradable llegó hasta él, consiguiendo que sus tripas rugieran. Estaba completamente limpio y su ropa había sustituido por una sudadera que le quedaba grande y unos pantalones de chandal que olían de maravilla. Siempre había tenido predilección por el incienso, le transmitía paz. Lo mismo que lograban aquellas prendas. Se acercó el cuello de la sudadera a la nariz y aspiró, sintiendo como todo su cuerpo vibraba. No entendía que estaba pasando, pero no le importaba. Le gustaba. Una vez comprobado que estaba bien, echó un vistazo a la habitación. Era muy pequeña, tenía el espacio justo para la cama y un pequeño armario. Miró por la pequeña ventana y abrió la boca sorprendido. Estaba en una caravana. Ahora tenía sentido el espacio. Se levantó, sintiéndose con más fuerzas pero hambriento y abrió con cuidado la puerta corredera. No había nadie. La olla seguía en el fuego, pero nadie la vigilaba. Extrañado miró a su alrededor, observando cada pequeño detalle, desde la zona donde se colocaba el conductor hasta la pequeña mesa con asientos que había frente a la cocina.

— ¿Me buscabas, precioso? —La repentina voz a su espalda le hizo dar un salto, asustado.

— ¿Eres imbécil? Podrías haberme dado un infarto —Le gritó mientras se giraba para encarar al hombre que le había rescatado, porque aunque hiriese su orgullo admitirlo, sin él no lo habría logrado—. No te estaba buscando y no me llam... —Cayó al darse cuenta de que solo llevaba una toalla atada a la cintura y que el agua descendía de su pelo húmedo. Tragó saliva, intentando que no se notase el rubor de sus mejillas y apartó la mirada—. Tápate, imbécil ¿Cómo puedes pasearte así cuando tienes invitados?

— ¿Te incomoda? Por tu reacción, pensé que te gustaban las vistas —Le guiñó un ojo antes de comenzar a reír—. Deberías ver tu cara ahora, pareces un tomate.

— Me voy. No te aguanto —Alzó las manos en un intento de controlar su frustración y se dirigió a la puerta para salir. Sin embargo, él fue más rápido y se colocó entre el y la salida.

— Vamos, era solo una broma. No te vayas, tienes que comer algo y seguimos en el territorio de tu manada, podrían atraparte —Parecía realmente arrepentido por haberse metido con él y la verdad es que estaba hambriento, sin ganas de correr el riesgo de que ellos le encontrasen y sin ninguna pista de hacía donde debía ir—. Me vestiré, terminaré la cena y te llevaré al lago Yang —Ante la mirada recelosa de Soobin, se apresuró a terminar de hablar—. Te oí hablando en sueños, no dejabas de decir que tenías que ir allí. Ni si quiera se tu nombre, no te espiaba ni nada. No soy mal tipo, te lo as... ¿Estoy siendo un idiota ahora mismo?

— Lo estás siendo, ¿Normalmente te cuesta tanto hablar con la gente? —Esta vez fue el quien se rió del apuro en el que se encontraba el desconocido. Con un suspiro retrocedió y se sentó a mesa para esperarle—. Me quedaré, pero date prisa en ponerte algo porque tengo hambre.

— Normalmente no, pero tú eres distinto —Le volvió a guiñar un ojos, dejándole sin la posibilidad de contraatacar con un comentario ingenioso. Sus mejillas volvieron a tomar ese tono rojizo que tanto le molestaba y se odió por ello—. Saldremos en cuanto ponga en orden unas cosas, con suerte estaremos allí muy pronto.

Se dio media vuelta, dejándole una mejor vista de su espalda mientras iba a la habitación. ¿Eso que le cruzaba desde el hombro izquierdo hasta la parte baja de la espalda era una cicatriz de garras? Reprimió el impulso de acercarse y recorrerla con el dedo encerró en la habitación, aliviar con sus manos cualquier clase de dolor que pudiese sentir por su culpa. ¿Qué le estaba pasando? Era un completo extraño, uno bastante atractivo y que le había salvado; pero un desconocido al fin y al cabo. ¿Cómo podía estar preocupado por él y una marca que seguramente se habría hecho en el pasado? Intentó dejar la mente en blanco pero podía escuchar el ruido que hacía al sacar ropa del armario y el roce de la tela contra su piel al ponérsela. Maldijo a su libido al sentir como crecía el bulto en sus pantalones y ocultó el rostro en la sudadera, tratando de tapar el dichoso rubor que tantos problemas le daría. El peor error de su vida. El intenso olor a incienso no solo no sirvió para calmarle, sino que le activó más.

— Mierda, joder, sé que está bueno, pero podrías calmarte. Acabo de salir de una situación traumática, no deberías estar tan activo —Le regaño en voz alta a su traicionara entrepierna, un torpe intento de conseguir que bajara.

— ¿Estoy bueno? —La risa del desconocido le puso en tensión. Por favor, que no le haya escuchado hablando con su pene, que no haya...—. Me encanta que tengas conversaciones con tu amiguito, pero sería más fácil si dejases que te ayude con el problema.

— Gilipollas, no te necesito para ningún problema —Quería que la tierra le tragase—. ¿Podemos comer de una vez? Llevo tres días sin probar boca.... —La expresión enfurecida de su rostro le dio miedo, logrando que dejase la frase sin acabar.

— Perdón, no quería asustarte —Su mirada se suavizo al darse cuenta de su reacción—. Me cabrea saber que te han tratado tan mal, pero no te preocupes, se acabó. No volverás a pasar por eso —Un extraño sentimiento de calidez inundó su pecho al escucharle hablar, sintiéndose protegido y cómodo.

— No estaba asustado —Se puso automáticamente a la defensiva, protegiendo su propio orgullo y escondiendo cualquier tipo de emoción de la que pudiese ser acusado.

El desconocido volvió a reírse mientras terminaba lo que estaba cocinando y siguió haciéndolo después de servir los platos. Furioso por ser el objeto de su burla, le dio una patada bajo la mesa, directa a la espinilla y consiguió que diera un salto por el dolor. Sonrió con satisfacción viendo su expresión desconcertada y comenzó a comer. Lo necesitaba tanto... Su cuerpo se sintió tan aliviado y relajado, que cuando acabó, no pudo evitar apoyar la cabeza contra la ventana de la caravana y cerrar los ojos. Si permanecía así por mucho tiempo, se quedaría durmiendo.

— Te dolerán los músculos si duermes ahí, ve a la cama mejor —Su voz consiguió que abriese los ojos de nuevo, incapaz de contestar o preocuparse por dónde dormiría él, se levantó directo a la habitación—. Descansa, voy a hablar con mi jefe. Volveré pronto, si me necesitas y no estoy, grita. Te oiré —Lo detuvo en el momento que apoyaba la mano en la puerta corredera—. Por cierto, precioso, me llamo Yeonjun.

Quiso contestarle, seguir el protocolo de educación y darle su nombre; pero seguía desconfiando de él y estaba demasiado cansado como para articular palabra. Levantó la mano para que supiese que le había entendido y se tiró en la cama de cualquier manera, suspirando de alivio al sentir la comodidad de las sabanas. De haber sido un gato, estaba seguro de que hubiese empezado a ronronear. Podría permitirse bajar la guardia por unos segundos y descansar, se lo había ganado por todos los años en los que había tenido que aguantar a su manada, las dichosas leyendas y los insultos por su fuerte carácter. Ahora era libre y podía dormir sin miedo a que quisiesen aprovecharse de él ni a las pesadillas que solían asaltarle cada noche. Por fin había conseguido lo que deseaba. Disfrutó de una noche en la que su único visitante fue el chico de sonrisa contagiosa y cuerpo de infarto, dejándose arropar por el olor de su ropa y la calidez de su voz. Soñó que le cantaba mientras le acariciaba el pelo, con sus labios en su frente y sus promesas de protección.

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