Capítulo 44
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XXI. Nadie, absolutamente nadie, toca a mi alfa (2ª parte)
POV. BANGCHAN
Caminaba sin rumbo fijo entre la niebla, buscando, sin resultado, al cachorro que le había llevado hasta allí. Estaba perdido, rodeado de una espesa bruma que le impedía ver más allá de sus manos y caminando por una superficie rocosa que le dificultaba avanzar. Gritó su nombre, esperando recibir alguna señal, pero encontrándose con su propia voz producto del eco. Se sentía nervioso, su lobo le gruñía inquieto, instándole a avanzar sin detenerse. Fue colocando un pie detrás de otro, procurando no caer, continuando en lo que a él le parecía línea recta. Sin embargo, no importó cuanto lo intentó, acabó resbalando y sintió como todo su cuerpo se precipitaba al vacío. Su estómago se revolvió a causa del vértigo y los ojos se le cerraron para evitar ver la caída que nunca llegó. Minutos, que le parecieron eternos, después, sintió la frialdad de la tierra bajo su cuerpo sin impacto alguno y fue entonces cuando se permitió observar lo que ocurría a su alrededor. Estaba tumbado sobre un jardín, rodeado de bosque y frente a una pequeña casa que le hacía temblar. Sentía miedo al observarla, un terror tan profundo que ni el sol que brillaba sobre su cabeza podía hacer desaparecer el frío que se había instalado en su cuerpo.
Cuando la puerta se abrió y escuchó la voz de un hombre que le hacía sentir protegido, se incorporó, sintiendo curiosidad. Le hablaba a un niño que era incapaz de ver, sonriendo tanto que el sol podría enviarle y prometiéndole que no importaba quien viniese, que el seguiría siendo importante en su vida aunque ahora tuviese que compartir su cariño. Fue entonces cuando una mujer, cargando a un pequeño cachorro en sus brazos, se acercó hasta la puerta y Bangchan sintió un poco de calidez, dejando de temblar ante la visión de aquel lugar. Estaba ante un hogar y aunque no entendía por qué, sentía que estaba viendo a esa familia que nunca tuvo o que nunca llegó a recordar.
— Bangchan —Habló el hombre que tanto amor le transmitía, agachándose ante el niño pequeño y provocando que él abriese los ojos, tanto que podrían salírsele de las órbitas. Aquel enano que se aferraba a la mano de su padre era él, lo sabía, lo sentía en lo más profundo de su ser—. A partir de hoy, mi fiero guerrero, tendrás un hermano pequeño. Deberás protegerle y amarle pase lo que pase como hacen las familias. Es una misión que solo pueden llevar acabo los más valientes. ¿Podrás hacerlo o quizás es mejor que le pida ayuda a algu...?
— No, no, yo lo haré —Chilló su "yo" del pasado, saltando de alegría y acercándose al pequeño bulto en brazos de la mujer—. Hola —Saludó, mirando al bebé con curiosidad y sonriendo ampliamente cuando se encontró con sus ojos—. Mira, papá, me está sonriendo, eso es que le gusto.
— Eso es, cachorro, le gustas —Susurró la mujer, la que había sido su madre, a la que no pudo proteger nunca, a la que había fallado incontables veces.
Las figuras de su pasado comenzaron a desvanecerse y por mucho que gritó, no consiguió alcanzarles. Sus padres se marchaban como habían hecho tiempo atrás. Pronto, se encontró sentado en la hierba, fría y húmeda por la lluvia de otoño, presenciando uno de los días que había llegado hasta él en sus ataques, uno de esos momentos que ahora sabía que se trataban de recuerdos.
— Minho, espera, para, por favor —Gritó su propia voz, mucho más joven desde algún lugar del camino de piedra que conducía a un pequeño pueblo—. No vayas tan rápido, detente.
Un pequeño niño con los rasgos de aquel que afirmaba ser su hermano, llegaba corriendo hasta allí, sin percatarse de su presencia. Intentó acercarse al pequeño, susurrarle que todo iría bien, porque le dolía ver las lágrimas en sus ojos, pero era imposible. Por mucho que hablase, él no le escuchaba, como si fuese invisible. Su sorpresa fue aún mayor cuando él, mucho más joven, aparecía por el mismo camino, corriendo hacia el niño y abrazándolo a pesar de lo mucho que se resistió. Podía escuchar como Minho decía entre sollozos que era un monstruo y sintió como si le arrancasen el corazón del pecho, convirtiéndolo en pedazos.
— Eres especial, Minho —Le susurró ese "yo" que no reconocía, acariciándole la espalda con una mano y limpiándole las lágrimas con la otra—. No dejes que ese hombre te haga creer lo contrario. Las visiones no te convierten en un monstruo, recuérdalo siempre, te vuelve un ser único, uno de los pocos que quedan desde esa vieja leyenda que suele contarnos los ancianos. Pase lo que pase, estaré a tu lado, eres mi chico especial.
— Quiero ser fuerte como tú, hermanito —El cachorro se abrazó aún más, refugiándose en su calor—. Quiero dejar de correr cuando vienen a por mi.
— No necesitas ser fuerte, pequeño —Sonrió con tristeza antes de besar su frente—. Siempre estaré ahí para protegerte.
Las figuras volvieron a desaparecer, dando paso a otras imágenes, desde las más entrañables hasta las que le perseguirían en sus peores pesadillas. Vio con horror como llegaba el hombre que lo cambió todo, que destruyó lo que más quería, que hizo añicos a su familia y consiguió que su hermano no recordase jamás quien era su verdadero padre, porque lazos de sangre o no, fue él quien de verdad se mereció ese nombre. Recordó el dolor y la impotencia que sintió cuando su madre se marchó para no volver nunca, muriendo de un cansancio que no debería haber existido. También tuvo que pasar por cada uno de los ataques verbales y físicos que ese ser despreciable le dirigió, colocándose siempre por delante de su hermano, protegiéndole como podía. No faltaron los buenos momentos, los juegos, las noches de conversaciones hasta conseguir que durmiese y la forma en la que sonreía como si no existiese nadie mejor que Bangchan. Podía sentir las lágrimas deslizándose por sus mejillas, incontrolables, consciente de que había dejado atrás a aquel a quien había prometido proteger a toda costa. Le había olvidado y aquella era la peor de las traiciones. Minho, su pequeño y dulce hermano, había estado solo en el mundo, sin él para ayudarle cuando sintiese miedo o dolor. Su lobo lloró con él, lamentando cada día que habían perdido juntos. Conforme las imágenes comenzaron a avanzar y la crueldad de su manada se hizo más visible, supo que lo peor de sus recuerdos aún no había llegado. Podía sentir como el animal que había en él aullaba y gruñía, asustado de algo que el no sabía. Cuando se encontró de pie en lo que había sido la habitación que compartía con Minho, tragó saliva, porque algo en lo más profundo de su ser, sabía que iba a comenzar a revivir los peores días de su vida.
— Enano, despierta —Susurró su "yo" de diecisiete años, zarandeando al chico que dormía hecho un ovillo bajo las mantas. A penas había pasado unos meses desde su primer cambio y como siempre, tendía a estar cansado—. Vamos, despierta, tenemos que irnos, Minnie, Minho, Renacuajo, Eh —Siguió llamándole, vigilando con atención la puerta y la ventana, asegurándose de que seguían estando solos—. No tenemos tiempo, tenemos que irnos. Vístete, la mochila ya está hecha —Besó su frente con cariño, sintiéndose ruin por tener que alejarlo de su sueño, pero no podía llevarlo y conseguir sus cosas. Vio como se levantaba a trompicones, poniéndose lo primero que sacó del armario y restregándose los ojos.
— ¿A dónde vamos? —Preguntó, agarrándose a la mano que le tendía y siguiéndole al exterior. Él los acompañó, como una sombra silenciosa, observando lo que estaba pasando como un espectador a pesar de haber sido uno de los protagonistas—. ¿Por qué nos vamos de noche?
— Baja la voz, por favor —Pidió, volviendo a mirar para asegurarse de que no le habían oído—. ¿Te acuerdas que te dije que no dejaría que nada te pasase después de que soñases con esa reunión de los alfas? —Solo continuó cuando consiguió que asintiese—. Eso es lo que estoy haciendo. Han hablado, van a ir a por ti y yo voy a sacarte de aquí porque no voy a permitir que pierdas tu futuro por un grupo de cobardes atemorizados de lo que puedes ver —Acarició su mejilla antes de besar su frente una vez más—. Vámonos, no necesitamos una manada, me haré cargo de todo.
Lo último que vio fue la mirada asustada de Minho mientras era arrastrado al exterior de lo único que había conocido, a pesar de que no podían llamarlo hogar. Bangchan se encontró viendo como huían, como se escondían de cualquier otro lobo que apareciese por su lado y escondían su olor tanto como podían. Cansados y exhaustos, llegaron a una pequeña habitación de hotel que consiguió pagar con sus pocos ahorros. Se sintió mal por ver lo precarios que fueron aquellos momentos de su vida, incapaz de conseguir que su hermano tuviese un buen lugar para descansar y observando sobre su hombro por si había algún peligro. Si hubiese aprendido lo que sabía ahora, después de su trabajo en la policía, hubiese sido mucho más fácil y quizás entonces, sus caminos no se habrían separado. Se sentó al lado de su yo del pasado, viendo como Minho dormía con tranquilidad, sin saber que todo empeoraría. ¿Quién en su sano juicio creía que podía ser peligroso? No haría daño ni a una mosca, ¿Por qué habían querido eliminar del mundo una de las sonrisas más bonitas que existían?
— Vas a conseguir todo con lo que has soñado —Susurró, a pesar de que nadie podía escucharlo, uniéndose a la voz de su "yo" de diecisiete años, sabiendo exactamente lo que iba a decir y consciente de que al final, a pesar de todo lo malo, estaba en lo cierto—. Serás profesor y los niños te adorarán, vivirás en una manada llena de amor y encontrarás a tu compañero, un hombre con la voz de los ángeles.
Su lobo arañaba en su interior, queriendo salir. Los vellos se le pusieron de punta y tuvo la sensación de que todo iba a terminar. Quiso advertirles, pero no podía interferir en sus recuerdos, no podía cambiarlos porque ya había pasado. Lo último que supo antes de que todo se desvaneciese fue que los aullidos que resonaban en la noche, sonaban igual que los cánticos fúnebres de la antigüedad.
Despertó de nuevo en medio de la lucha, esta vez no veía la historia desde fuera, estaba dentro de su "yo" del pasado. A pesar de las heridas, se levantó de nuevo. Las patas le temblaban y la sangre se escurría por su pelaje, pero no podía rendirse, tenía que protegerlo a toda costa. Con cada golpe, siguió incorporándose, mostrando sus colmillos y escondiendo a Minho tras él. El dolor no era nada comparable al pensamiento de lo que podrían hacer con su hermano si él fracasaba, por eso no le importó nada y continuó luchando con todas sus fuerzas. Incluso cuando sus huesos se quebraron y Minho tuvo que ayudarle con los otros lobos, intentó arrastrarse, acercarse a su hermano y mantenerlo lo más lejos posible del peligro. Cuando el pequeño alfa fue derribado, el aulló lastimeramente, haciendo todo lo que estaba en sus manos para acercarse a él. Sin embargo, fue imposible. La impotencia, el dolor y la rabia lo invadieron, consiguiendo que se incorporara una vez más y se acercara al montón irreconocible en el que se había convertido su hermano. Cuando no escuchó su corazón, ni sintió su respiración, el lobo aulló con fuerza, lanzándose contra todo aquel que se encontraba en su camino, quitándolos de en medio, protegiendo el cuerpo de Minho con todo lo que quedaba. Los alejó de allí y cuando no quedó nadie más para perseguirlo, se derrumbó. Lo siguiente que supo es que estaba arrastrándose por una ciudad que no conocía, desorientado y sin saber nada más que su nombre. Pero ¿Quién era Choi Bangchan y qué hacía allí?
Regresó en un abrir y cerrar de ojos en aquel mundo de niebla, gritando y llamando a Minho. Le había fallado, no había sido lo suficientemente fuerte y ahora estaba muerto. Se derrumbó en el suelo, llorando hasta desgastar su garganta, abrazándose las rodillas y escondiendo el rostro en ellas. Quería que le devolviesen a su hermano, quería volver a abrazarlo, quería que volviese a reír con él. Le dolía el pecho, sintiendo su falta, el vínculo roto entre ellos. Su lobo no quería seguir adelante, quería esconderse y no volver nunca más. Deseo estar muerto, haber estado en su lugar y haber sido condenado con aquel don que le hizo el enemigo para los suyos.
— Tío Bangchan —Susurró una voz que no reconocía, acariciándole los hombres con sus manos—. Soy yo, tío Bangchan, soy Sunoo. Ya ha acabado todo —Sus delgados brazos lo rodearon, reconfortándolo. Sacándolo poco a poco de esa bruma en la que había entrado su mente—. Es hora de volver, tío, tenemos que ir con los demás.
— No quiero volver, le fallé y ahora está muerto —Sollozó, enterrando la cabeza en el hueco de su cuello y dejándose consolar por el cachorro—. Oh, Sunoo, ¿Cómo pude fracasar?¿Cómo pude fallarle?
— No le fallaste, tío. Conseguiste tiempo para que lo salvaran y ahora te has puesto en peligro para rescatar a su lobo —Le gustaba sentir que por una vez no debía ser el fuerte, que podáis dejarse llevar por alguien más, aunque fuese Sunoo. Le dolía saber que el niño había tenido que crecer tan rápido, que con tan solo diez años, era capaz de ocuparse de un adulto desconsolado—. Ahora tienes que volver, porque está vivo y te necesita. Te necesitamos.
— No me merezco volver —Murmuró, consiguiendo que la confusión se desvaneciese y recordase como había llegado hasta allí, desde su tiempo de policía hasta Changbin y la manada—. Estarán mejor sin mi.
— No, no lo estarán. Jeongin te necesita y Minho también, son fuertes, pero tu apoyo es importante. Mereces volver, mereces la vida que te quitaron. Ahora, sé valiente como suele decirme papá y ve a patear el culo de los malos que quieran atacarnos.
Rió al ver como movía los brazos, fingiendo una lucha. Después de todo, Sunoo seguía siendo un cachorro que ni siquiera había cambiado por primera vez. Se prometió que entrenaría al pequeño cuando volviesen, enseñándole un poco de defensa personal para que nunca tuviese. que estar indefenso. No importaba lo que hubiese pasado, ahora tenía el futuro. Sería un alfa digno para su compañero y seguiría cumpliendo la promesa que le hizo a su padre: protegería y amaría a Minho pasase lo que pasase. Besó al cachorro en la frente antes de levantarse y tenderle la mano.
— Vamos, Sunoo, volvamos a casa, volvamos con nuestra familia.
« La luna quiere que seas el Alfa de tu propia manada. Tendrás un largo camino que recorrer, pero no te rindas, el destino nunca se equivoca y no estarás solo. Tu familia te apoyará y él caminará contigo, llevándote en los obstáculos que no puedas saltar.»
Cuando Bangchan abrió los ojos, se encontró con la mirada preocupada de cada uno de los miembros de la manada del lago Yang. Les dijo que estaba bien, para tranquilizarlos, pero esperó pacientemente a que el cachorro volviese con ellos. Pocos segundos después, Sunoo dejó caer la mano que le tocaba y se derrumbó contra él, profundamente dormido. Le sonrió cariñosamente, depositando un pequeño beso en su frente y susurrándole un débil "gracias", antes de dejarlo en brazos de Changbin quien se apresuró a llevarlo a su habitación. Le había devuelto una de las persones más importantes de su vida, haciéndole recordar todo lo que había vivido a su lado, y no habría forma de devolvérselo. Iba a velar por él tanto tiempo como siguiese viviendo y eso, en un hombre lobo, podía ser mucho.
Uno a uno, tras decirle algunas palabras de felicidad, regresaron al día a día. Joshua le dio las gracias y le pidió que le avisara si despertaba, que lo dejaría todo y correría a casa. Jeongin, lo abrazó durante unos segundos, demostrando lo preocupado que había estado al ver que las horas pasaban y su compañero no despertaba. Lo dejaron a solas con su hermano, sabiendo que necesitaba ese tiempo, que a pesar de todo seguía sin ser capaz de ver que era un sueño y que la realidad. Estaba cansado, había estado perdido en su mente durante horas si la falta de luz en el exterior era una señal; pero era incapaz de aceptar que seguía vivo, que no era un sueño y que estaban juntos de nuevo. Aún no se fiaba de que hubiese funcionado y su lobo se recuperase, por eso depositó un besó en su frente, susurrándole que quería verle sonreír de nuevo y que más le valía despertarse. La fiebre parecía haber descendido y su cuerpo había dejado de temblar, buenas señales si tenía en cuenta como estaba horas atrás. Sin embargo ¿Cómo podía confiar en que había funcionado?¿Cómo podía estar seguro de que había hecho todo lo que necesitaba?
Se quedó dormido con la cabeza apoyada en el sofá y su mano sosteniendo la de Minho. No le importó el frío del suelo donde estaba sentado o la incomodidad de la postura, necesitaba el contacto, escuchar el sonido de su corazón y oír su respiración. Aquella noche soñó con la primera vez que cambió y su hermano le había gritado que lo sabía, que ya había visto que sería un lobo enorme y haría grandes cosas.
— Bangchan, Christopher, Chan, Chanie, hermanito.
Gruñó, tapándose los ojos con el brazo para evitar el sol. Aquella voz le estaba interrumpiendo el sueño y él quería seguir durmiendo, solo unos minutos más, no estaba pidiendo gran cosa. Se removió al sentir unas manos buscándole, haciéndole cosquillas. La risa que sonaba a todo volumen le hizo sonreír. Siempre le contagiaba, no importaba la situación, siempre acababa feliz al escuchar a su hermano. Un momento... Se incorporó de golpe, dejando caer la manta que habían colocado sobre sus hombros. ¡SU HERMANO ESTABA DESPIERTO!¡MINHO ESTABA VIVO! Saltó, contento, abrazándolo con fuerza e ignorando sus quejas sobre lo mayor que era ya y que no tenían edad para esos numeritos. Repartió pequeños besos por todo su rostro y río cuando intento huir de él, alegando que estaba perfectamente, que no necesitaba que lo mimase.
— Te he echado de menos —Susurró Minho, dejando atrás su fachada de "tipo duro" y olfateándole para relajarse con su olor—. Te he echado mucho de menos, he estado tan asustado...
— Está bien, está bien —Acarició su espalda como hacía cuando eran pequeños, consolándole—. No vas a volver a estar solo, no voy a irme a ninguna parte y ahora tenemos una manada que nos ayude —Besó su frente una vez más, con miedo a alejarse y descubrir que todo era un sueño, que Minho no estaba a su lado—. ¿Cómo te sientes?¿Estás bien?
— Mejor que nunca —La sonrisa que se extendió en su rostro era deslumbrante, tan llena de felicidad que le hizo sentir cálido—. Puedo sentirlo, Bangchan, mi lobo ha vuelto ¡Ha vuelto!
Minho había recuperado su lobo, Soobin estaba en casa y Yeonjun viviría. Por primera vez en mucho tiempo, Bangchan se sintió él mismo. Durante años, había estado anhelando un hogar y lo había encontrado.
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