Capítulo 4
II. Bienvenido a casa, Niki (2ª parte)
POV. CHANGBIN
Los humanos se paseaban de un lugar a otro, charlaban animadamente en sus mesas y llamaban a los camareros con mejor o peor humor según les hubiese ido el día. Las tazas de café nunca estaban vacías, siempre había alguien para poder rellenarlas y el olor a comida casera cosquilleaba en su nariz haciendo que su estómago rugiera, advirtiéndole que era hora de alimentarse. Eran las tres de la tarde y había estado conduciendo sin parar más allá de lo necesario para ir a comprar comida o ir al baño, estaba exhausto. La falta de sueño le había provocado un fuerte dolor de cabeza que se intensificaba con los sonidos de su alrededor, el restaurante de carretera estaba tan atiborrada que era incapaz de percibir el exterior. Miró al niño que se agarraba a la su mano temblado, asustado por la falta de seguridad que estar en un lugar rodeado de humanos le provocaba. No tenía que ser un lince para imaginarse lo que pasaba por su mente, sus pensamientos girarían en torno a preguntas como: ¿Me matarán?¿Sabrán que no soy como ellos?¿Me tendrán miedo?¿Querrán cazarme? Se agachó un poco, lo suficiente para quedar a su altura y le pasó su mano libre por el pelo con un cariño que no debería estar ahí. Pero... ¿Cómo iba a dejar al pobre cachorro aterrado, temiendo por su vida? Aunque podría ser una persona estúpida, egocéntrica y con problemas de ira, nunca dejaría a un ser indefenso sin protección y menos cuando su instinto le pedía a gritos que cuidara de él como nunca antes había hecho con nadie.
— Enano, no te pasará nada. Confía en mi. Vamos a comer algo y a descansar en el hotel de arriba ¿De acuerdo?
El niño asintió, aferrándose aún más a su mano. No pensó que sus palabras pudiesen tener algún efecto positivo, ni si quiera entendía por qué había dejado de tenerle miedo y ahora solo se preocupaba por lo que había a su alrededor, escudándose en él cuando se sentía en peligro. Quería gritarle que debía alejarse, que debía temerle; pero cuando le observaba, se veía incapaz de hacer nada que le asustase. Aquel viaje iba a ser más complicado de lo que creía y no solo por el miedo atroz que le tenía su hijo a los humanos como quien tiene fobia a los payasos, sino porque su lobo aullaba por él, pidiendo a gritos que no alejara a su cachorro, que le mantuviese a salvo como el padre que era. Su lobo lo había aceptado, pero él no. Se debatía entre ambos lados, el que soñaba con no ser de su especie y el que seguía arraigado a su naturaleza esperando que recapacitase. La lucha interna que libraba le molestaba, le frustraba y hacía que su humor empeorase.
— Buenos días ¿Mesa para dos? —Una chica joven ataviada en el ridículo vestido que solían usar como uniforme le saludó con una impecable sonrisa. Aunque a simple vista parecía una profesional, el ligero rubor de sus mejillas y el movimiento de sus largas pestañas indicaba que tenía interés en él. Podía oler el deseo, su cuerpo vibraba por él.
— Sí —Respondió cortante, no tenía tiempo para juegos. No iba a dejar solo al niño mientras se metía bajo la falda de la primera que se sintiese atraída por él.
— Que niño más bonito, es su hermano —Con cada segundo que pasaba hablando, más le irritaba su tono de voz y sus torpes intentos para ligar.
— No, es mi hijo ¿Puede darnos ya esa mesa? —Su intención no era la de ser mezquino, pero no pudo evitar la dureza de su voz. Necesitaba un descanso urgente o su cuerpo iba a estallar.
Acompañó a la mujer hasta la mesa. El olor que producía su decepción era sofocante, al igual que el de las emociones que había a su alrededor. Por suerte, ningún lobo se paseaba por allí o tendría que lidiar con algo peor. Hacía años que no había oído hablar de manadas que conviviesen con humanos. Se habían distanciando, refugiándose en pueblos para ellos solos donde poder sentirse seguros o, como las más anticuadas, ocultándose en los bosques como verdaderos animales. Odiaba su naturaleza, odiaba a su gente, odiaba sus instintos. Con un suspiró se alejó de sus pensamientos para centrarse en el niño que miraba la carta con una sonrisa en el rostro. Adorable e infantil, tan dulce como la de Yoona, pero tan expresiva como la de él. Sin duda era su hijo, cada vez tenía menos dudas. Mientras dormía en el coche, se había permitido observarlo de vez en cuando, mientras la carretera sin tráfico se lo permitía. Las pestañas largas solo habían podido ser su herencia, al igual que la manía de dormir con una mano apoyada en el pecho.
— ¿Que te apetece comer, Sunoo? —Preguntó, desviando sus pensamientos y centrándolos en la carta. No le convenía pensar en sus parecidos ni sentirse orgulloso por ellos—. Me pediría la carta entera, es más, me comería hasta la mesa.
— Las mesas no se comen, Changbin —La risa que escapó de los labios de su hijo le provocó una cálida sensación en su pecho, relajando cada fibra de su ser y haciendo que el lobo de su interior quisiese acariciarle con su hocico hasta hacerle cosquillas para poder escucharla de nuevo—. ¿P-por qué me miras así?
— Tienes una risa preciosa, cachorro. Me gusta oírte feliz.
Apoyó los codos sobre la mesa y la cabeza en sus manos, observándole con atención. ¿A quién quería engañar? Estaba comenzando a desvivirse por aquel crío y seguía estando tan asustado como al principio. ¿No podían traer a los niños con un puto manual de instrucciones? Una guía sobre como cuidarles sin sentirte estúpido o poner sus vidas en peligro constantemente. Olfateó el aire captando un leve olor a melocotón y arqueó una ceja. Era casi imperceptible, un leve indicio de lo que llegaría tras el cambio y que solo él sería capaz de captar si se concentraba. Ahora comprendía las palabras de su madre cuando era pequeño: « Serás un alfa increíble, mi precioso niño. Puedo olerlo. Los padres tienen un olfato desarrollado para captar el futuro olor de sus hijos antes incluso de que lleguen al cambio ». Iba a ser un omega, no le cabía la menor duda. Iba a ser el padre orgulloso de un dulce omega.
Sus pensamientos lo estaban traicionando. Él no iba a ser padre, no podía serlo. En cuanto llegasen al norte, lo dejaría en la manada a la que pertenecía, con sus abuelos, con los padres de Yoona. Ellos sí sabrían que hacer con él, le proporcionarían seguridad, un hogar cálido y mejores atenciones de las que él podría darle. Había tomado la decisión correcta, no iba a cambiarla por nada en el mundo. No importaba lo que pensase su lobo, nunca lo había hecho. Estaba alterado por la novedad, por esos sus pensamientos tomaban caminos equivocados. En cuanto se librase de la carga que suponía tener al cachorro, volvería a pensar con claridad y coherencia. El silencio entre ellos se volvió incómodo y espeso. Carraspeó, visiblemente asustado y miró sus manos a falta de algo mejor en lo que ocupar su tiempo.
— ¿Puedo pedir cualquier cosa? —Habló el niño por fin. Changbin se limitó a asentir, incapaz de decir nada hasta que sus pensamientos se alejasen de la zona de peligro. Quería evitar seguir sus instintos y gritarle que volverían a la ciudad, a su nuevo hogar. Mierda, esto se estaba complicando más de lo que creía—. Mmm... Lasaña—Sonrió inocentemente, con una ilusión que nunca le había visto a nadie.
El servicio fue rápido y para cuando quiso darse cuenta, ya estaban comiendo sin despegar la vista de sus platos. Ninguno de los dos se atrevía hablar. Él por miedo a ceder ante sus instintos que no le convenían en lo más mínimo y el pequeño porque no se atrevía a preguntar lo que rondaba por su cabeza. Estaba seguro de que la tensión en su cuerpo había sido producida por notar su incomodidad, cada parte de su ser sabía que su padre luchaba por rechazarlo y eso le afectaba. ¿Aquello que brillaba en sus ojos eran lágrimas? Mierda...Le estaba haciendo llorar. Cada vez se acumulaban en su mente más motivos para dejarlo con sus abuelos.
— Oye, cachorro —Llamó su atención con la necesidad de distraerle de cualquier cosa que estuviese pensando y le hiciese sentir mal—. ¿Cómo me encontraste?
— Mamá te buscó cuando supo que iba a tenerme, quería decírtelo. Nunca me contó porqué no lo hizo, pero gracias a eso había una dirección donde empezar. Por suerte, seguías allí. Se llevó un trozo de lasaña a la boca haciendo un pequeño ruido de satisfacción al sentir el sabor. ¿Cómo alguien tan dulce podía tener sus genes? Quiso que siguiese hablando, que le explicase por qué sintió la necesidad de alejarse de la manada para ir a por él teniendo una familia; pero respetó su repentino silencio. Al fin y al cabo, seguía siendo un crío asustado y no necesitaba forzarse a mantener una conversación que no quería. Volvieron a sumirse en un profundo silencio donde terminaron sus comidas, sin mirarse, sin tocarse, sin nada más allá del ruido a su alrededor.
— Nos quedaremos aquí esta noche y saldremos por la mañana. Es mejor que descansemos en una cama —Tomó la mano del niño para ayudarle a aplacar el miedo mientras se escabullían entre los humanos, pagaba lo que les habían servido y salían al exterior para buscar la habitación que habían conseguido.
Dio una profunda calada al cigarrillo que descansaba en sus labios mientras contemplaba la luna con nostalgia, apoyado en la barandilla del balcón. La echaba de menos. Su lobo gritaba cada vez que brillaba, pidiéndole a gritos que se despojara de su piel humano para poder correr bajo a ella y aullarle. Una de las pocas razones por las que se hubiese mantenido en la manada, aguantando una naturaleza con la que no quería convivir y a unos compañeros más preocupados por su lado animal que por la protección de los suyos. Sin embargo, no había sido suficiente. Su deseo de ser humano, de no ser un salvaje atrapado por la ira y sus instintos, fue mucho más fuerte. La aversión que sentía hacia los suyos era tal, que se había abstenido de mantener relaciones con cualquiera que perteneciese a su especie. La última había sido Yoona y ni si quiera había sido por que él la deseaba de verdad, solo pretendía aliviar su dolor. Pensó en ella, en como le había apoyado en cada una de sus decisiones y en como le ayudó a dejar la manada sin castigos. Pensó en su madre, en las veces que le había curado sus heridas y le había protegido de la ira del alfa jefe. Pensó en su padre, en como había defendido los derechos de su hijo a pesar de su rebeldía, en como le había enseñado cada pequeña cosa que sabía hacer y en como le había repetido una y otra vez que no importaba lo que dijesen los demás, seguía siendo su hijo, su pequeño alfa. Pensó en Yeonjun, su viejo amigo de la infancia, en como lo perseguía por los pasillos de la escuela y lo atosigaba con sus bromas sin darle tregua, en como se habían defendido mutuamente de los demás y en todas las jugarretas que habían gastado. Las únicas personas de la manada que le habían importado más que si mismo ya no estaban allí. Los tres primeros habían muerto sin que pudiese despedirse correctamente y al cuarto lo desterraron antes de que él se marchara. Nadie llegó a saber por qué, pero todavía recordaba con horror como le desgarraban y lo abandonaban a su suerte. Aquello fue otro motivo más para que decidiera coger sus pocas pertenencias de valor y se marchara. ¿Quién quería una manada cuando trataban con crueldad a sus miembros?¿Quién quería seguir las órdenes de un alfa que solo deseaba su propio bien?
— C-Changbin...
La tímida voz de su hijo, de su pequeño cachorro, le devolvieron a la realidad. Lo observaba con los ojos entrecerrados por el sueño, sosteniendo con cuidado la cintura del pantalón que le había comprado y que le estaba grande. Ni si quiera era capaz de comprarle ropa sin ser un padre desastroso. Nada de lo que había traído le servía por completo: o le estaba enorme o le quedaba pequeño. Temblaba. Bajo su apariencia soñolienta escondía un profundo y oscuro miedo que le puso alerta. Antes de que pudiese darse cuenta de lo que hacía, lo levantó en sus brazos y volvió a la habitación con él para que entrase en calor, cerrando la puerta de la terraza.
— ¿Qué ocurre, cachorro?¿Por qué estás despierto?
— H-he tenido una pesadilla —Se abrazó a él con toda la fuerza que tenía y bajó la mirada avergonzado—. P-Puedo dormir contigo. S-sé que soy grande y que tú... —Calló de golpe, sabiendo que era mejor dejar de hablar. No necesitó decirlo para que supiese lo que estaba pensando, el final de sus palabras era un claro "no quieres ser mi padre".
— No te preocupes, pequeño —Acarició su pelo mientras lo dejaba sobre la cama y se arrastraba con él—. Hasta los adultos tenemos pesadillas y necesitamos refugiarnos en otras personas. Ven aquí —Lo abrazó con cuidado, sintiéndolo frágil en sus brazos y temiendo aplastarlo con su fuerza. «Vamos» se dijo para animarse «Puedes ser un padre horrible, pero al menos serás capaz de consolarlo»–. No te pasará nada, solo es un mal sueño. Estoy aquí para que nada ni nadie te haga daño.
Le murmuró palabras de consuelo hasta que ve sus ojos completamente cerrados y siente la respiración tranquila que proporciona el sueño. Su cuerpo se relajó por completo al comprobar que aquello si podía hacerlo. Podía confortar a su hijo y transmitirle seguridad hasta que llegasen al norte. Sería capaz de protegerlo hasta entonces sin crear lazos con él, sin cariño. Al fin y al cabo, Changbin solo se amaba a si mismo.
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